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Diario de un putito

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Ahora, cuando tengo dieciocho recién cumplidos –aunque aparento no más de quince o dieciséis-, ya mi culo y mi boca han probado las delicias que una verga puede dar, pero en aquel tiempo mi inocencia creía que los hombres sólo estaban con mujeres.

Siempre estaba solo en casa al volver de la escuela, porque papá y mamá trabajaban y regresaban a eso de las ocho de la noche. Esa tarde me desvestí y me miré desnudo ante el gran espejo del comedor.

Me puse de espaldas, giré la cabeza por sobre mi hombro izquierdo y clavé la mirada en mis nalgas. Las vi empinadas bajo la cintura estrecha, redondas y carnosas; las sobé con ambas manos y las noté firmes mientras me iba excitando. Eso me asustó y volví a vestirme, aunque por varias horas no pude quitarme de la cabeza la visión de mi culo.

Al día siguiente, con el recuerdo candente de las muchas miradas de hombres que como todos los días había cosechado en la calle, volví a pararme desnudo ante el espejo, pero esta vez no sólo miré mis nalgas sino todo mi cuerpo. Yo, cuando en la escuela nos duchábamos después de cada clase de gimnasia, miraba distraídamente y sin ninguna intención especial a mis compañeros y entonces, al observar detenidamente mi cuerpo me di cuenta de las diferencias. Por ejemplo yo no tenía vello por ningún lado, salvo en la parte genital y en las axilas; ya he hablado sobre mis nalgas y ahora les cuento que tengo las piernas largas, de rodillas finas y muslos llenos y bien torneados. Además soy lindo de cara y tengo el cabello castaño y con rulos. En suma, el espejo me mostraba una figura con cierto aire femenino que me hizo entender las miradas de esos sátiros en la calle. Empecé a sentirme como una presa codiciada por cazadores y esa sensación me puso más caliente todavía.

Me calentaba mirarme desnudo al espejo y empecé a hacerlo todas las tardes y a acariciarme. Me acariciaba los muslos, las nalgas, las caderas, una y otra vez y terminaba tan caliente que tenía que correr al baño a masturbarme.

Yo era y sigo siendo muy tímido, pero por momentos me pasaba por la cabeza la idea de responder a esas miradas y entregarme a alguno de esos madurones o a algún viejo.

Pero no hubo caso. Mi timidez y mi miedo se impusieron y no fue sino hasta hace algunos meses, poco después de haber cumplido dieciocho años, que probé la primera verga. Les cuento.

Hace unos meses, al salir para la escuela, me encontraba en el ascensor casi todas las mañanas con cierto señor. Calculé que tendría unos setenta años, aunque se lo veía en buena forma. Era delgado y un poco más alto que yo, muy elegante, siempre impecablemente vestido con chaqueta y corbata. Tenía cabello canoso pero sus canas no lucían grises sino con un leve tono azulado, sin duda matizadas con algún producto.

No podía yo imaginar que estaba ante mi futuro iniciador, aunque lo deseaba, porque el tal señor era del tipo de hombre que me excita por su edad.

Pocos días después cuando entré en el ascensor y lo vi me decidí a dar un primer paso y entonces lo saludé, cosa que no había hecho hasta ese momento:

-Buenos días, señor… -le dije mirándolo fijamente. Él respondió a mi saludo y me devolvió la mirada acompañándola con una sonrisa que me pareció insinuante: -Buenos días, querido… ¿Vas a la escuela?

-Sí, señor…

-Qué bien te queda ese blazer…

-Ay, gra… gracias, señor… -contesté poniéndome colorado…

Y el señor siguió: -Aunque supongo que con lo lindo que sos debe quedarte bien cualquier ropa…

Ya no me quedaba duda de sus intenciones y eso me tenía asustado y caliente al mismo tiempo. Cuando llegamos a la planta baja y caminábamos uno junto al otro rumbo a la puerta del edificio me di cuenta de que iba mirándome: -Estoy con auto, te llevo… -me dijo…

-Ay, no sé, ¿no es una molestia?

-No, querido, es un placer…

El auto estaba en la cochera del edificio. Me senté en el lugar del acompañante, le di la dirección de la escuela y cuando arrancamos me preguntó mi nombre:

-Jorge…

-Lindo nombre, yo me llamo Roque… ¿Y cuántos años tenés, Jorgito?...

-Dieciocho, señor Roque… -contesté sintiendo que me gustaba ese diminutivo de mi nombre…

-¡¿Dieciocho?!... Yo no te daba más de quince…

-Sí, nadie me da la edad que tengo…

-O sea que este año terminás la preparatoria…

-Sí, señor Roque…

-¿Y pensás entrar en la Universidad?...

-Sí, quiero hacer la carrera de Letras…

-Ah, qué bien, además de muy lindo sos sensible… Me gusta eso, soy profesor de Sociología…

-Qué lindo, señor…

-Bueno, Jorgito, llegamos, mañana repetimos el paseo…

Gracias, señor… -dije y abrí la puerta para bajarme, pero él me detuvo tomándome de un brazo…

-¿No vas a despedirte, Jorgito?

-Pe… perdón, señor Roque… Hasta mañana y gracias por traerme…

Él se dio un golpecito en la mejilla con el dedo índice de su mano derecha y me dijo:

-Beso, Jorgito… Agradeceme con un beso… -y lo besé tratando de dominar el temblor que había empezado a sentir ante el giro que tomaba la cosa… Olía muy bien su cara y de pronto me vi sorprendido por el beso que me dio en plena boca… Lo miré, atónito, y él me sonrió insinuante:

-Ahora sí, hasta mañana, Jorgito… -y me bajé del auto agitado por varias sensaciones: calentura, temor, ansiedad, y por una duda… Estaba claro que yo le gustaba sexualmente, pero, ¿qué quería de mí? ¿sería activo o pasivo?

Ese interrogante me tuvo inquieto todo el día hasta la mañana siguiente, cuando volvimos a encontrarnos y camino a la escuela despejé mi duda…

(continuará)

 

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