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Desafío de galaxias (capitulo 10)

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La gigantesca nave bulban aterrizó cerca de la orilla del lago, en una maniobra lenta y perezosa, y se aposentó sobre sus cuatro poderosas patas retractiles envuelta en nubes de plasma. Al hacerlo, los cientos de largas agujas que la rodeaban vibraron con el impacto. Un portón ventral se desplegó hasta alcanzar el suelo, y por él, descendieron cuatro soldados armados que tomaron posiciones en las inmediaciones. A continuación, otros cuatro soldados bajaron arrastrando dos gruesas mangueras que llevaron hasta la orilla introduciéndolas en el agua, después de apartar la maleza que crecía en abundancia.

Desde varias posiciones cercanas, las fuerzas especiales españolas del teniente J.J. Gómez, acechaban, sin ser vistos, los movimientos del enemigo. Hacia una semana que los bulban habían llegado por el portal y tres días que visitaban ese lugar para abastecerse.

Dos días antes, J.J. entró en el camarote que servia de despacho al general Martín, que en ese momento estaba reunida con su nuevo jefe de estado mayor, el general Clinio.

—Siento interrumpirte, mi señora —se excusó el teniente—, pero es importante lo que tengo que decir.

—Muy bien, no te preocupes. Cuéntame.

—Al día siguiente de que me ordenara capturar una nave enemiga, logramos infiltrar un grupo de observación en Karahoz.

—¡Fantástico! ¿Qué has descubierto?

—Hemos descubierto que el enemigo se aprovisiona de grandes cantidades de agua.

—¿Agua? —preguntó Clinio extrañado.

—¿Y dices que en grandes cantidades? —preguntó también Marisol.

—Siempre la cogen del mismo sitio, un gran lago en el hemisferio norte. Al ritmo actual de extracción, calculamos que lo secaran en cinco o seis días.

—¿Para que querrán tanta agua? ¿Tendrá que ver con su biología? Recuerda que provienen de los anfibios, —razonó Marisol.

—O que su tecnología se basa en la fusión del hidrógeno, —argumentó Clinio—. ¡Joder! Vete a saber.

—Si, si, todo eso es muy fascinante, —intervino J.J. un tanto impaciente— pero me ha traído aquí otra cosa. Creo que podemos hacernos con una de sus naves.

—No sabemos cuántos tripulantes tienen esas naves, —apuntó Clinio.

—Si, hay que tener cuidado.

—Con el grupo que entraremos está tarde en el planeta, seremos 45.

—Y si la apresas, ¿cómo piensas traerla? —preguntó Marisol—. No tenemos ni idea de cómo funcionan esas naves.

—Tengo una piloto comercial, por supuesto española, que me asegura que es capaz de hacer volar cualquier cosa, y si no podemos traerla la destruimos y una menos.

—De acuerdo, adelante. Coordínate con Clinio, quiero presenciar la operación en tiempo real.

—A la orden mi señora.

Los cuatro guardias paseaban con sus armas de la mano de una manera bastante distraída, mientras que los de las mangueras charlaban animadamente en un idioma incomprensible. Por las cámaras, Marisol vio como dos soldados armados con arcos disparaban dos flechas y abatían a dos de los guardias. Rápidamente, volvieron a disparar abatiendo a los otros dos. De entre los carrizos, aparecieron tres soldados que con sus espadas decapitaron a los de las mangueras y arrastraron sus cuerpos a la maleza. Varios pelotones comenzaron a subir por el portón penetrando en su interior. El interior de la nave resulto no ser tan amplio como debía ser, teniendo en cuenta las dimensiones exteriores de la nave. Avanzaron por los pasillos abatiendo con espadas y cuchillos, a todos los tripulantes que se encontraron por el camino. Cuando fueron descubiertos y se dio la alarma, utilizaron sus rifles de partículas. La matanza fue tremenda, y el enemigo, cuando quiso reaccionar, ya no tuvieron nada que hacer.

—Teniente, la nave es nuestra, —informó un sargento llegando hasta la posición de J.J. que ya estaba en el puente—. Tenemos cuatro prisioneros. Hemos perdido tres soldados y seis están heridos.

—Muy bien. Vamos chicos, sacad los cadáveres fuera del puente. Piloto, seria bueno irse.

Marisol vio como una mujer dejaba su arma en el suelo, y quitándose el casco se sentaba en el puesto del que debía ser el piloto. Con mucha atención revisó los símbolos de los controles.

—¿Cómo lo ves? —preguntó J.J.

—Me sorprende está tecnología, está muy anticuada, —comentó mientras seguía mirando las indescifrables inscripciones—. Los controles no son digitales, son físicos. Estos símbolos tienen un aire al numbariano antiguo, pero son otra cosa.

—¿Podrás despegar? —apremio J.J.

—Es cuestión de empezar a apretar botones, — y haciéndolo, añadió—. Esto debe de ser el cierre del portón. Que alguien me diga si se ha cerrado.

—Afirmativo, se ha cerrado, —informó J.J. escuchando por su comunicador.

—Pues vámonos, —accionando una palanca hacia delante comenzó a aumentar la potencia de los motores y con una suave vibración la nave comenzó a ascender lentamente.

—¡Estamos en el aire! —exclamó J.J.

— Siéntese ahí, a mi lado, y ayúdeme con los controles, —le dijo. J.J. soltó sus armas y se sentó ante los controles—. Esa palanca roja, hacia delante tres puntos y despacio.

La nave ascendió unos trescientos metros y comenzó a ir hacia delante. Primero lentamente, para ir aumentando la velocidad gradualmente al tiempo que comenzaba un ascenso vertiginoso hacia el espacio.

—J.J., lleva la nave directamente a los astilleros de Raissa, —ordenó Marisol. Como fondo se podían oír los aplausos de todos lo que estaban en el centro de mando—. Allí me reuniré con usted… y con su piloto.

—A la orden, mi señora.

Los primeros diez días en Karahoz, concluían con una situación estable, aunque las tropas federales defendían ya directamente los muros exteriores, y la artillería ligera bulban, estaba ya al límite del escudo de energía que ya había reducido su perímetro de acción. La infantería enemiga, ya no atacaba de una manera tan alegre como al principio.

Así las cosas, Marisol se reunió en Raissa, con el teniente Gómez y su piloto, en las instalaciones de uno de los astilleros de superficie.

—Enhorabuena J.J. —Marisol le conocía de la escuela y de la milicia de Nueva España y eran amigos— has hecho un trabajo increíble.

—Gracias mi señora.

—Me estás tocando la raja con lo de mi señora.

—Lo siento mi señora, —respondió riendo.

—Quiero que amplíes tu grupo para formar un escuadrón. Pásate a ver a la capitán Anahis, y recoge tus galones de capitán.

—Gracias mi señora.

—Preséntame a tu amiga.

—Mi señora, te presento a la piloto comercial, Maite Aurré, —Marisol la dio la mano mientras se besaban en la mejilla.

—¿Eres vasca?

—No mi señora, soy navarra, de Nueva Tudela.

—Me dijo J.J. que puedes pilotar cualquier cosa que vuele ¿eso es cierto? —preguntó.

—Puede darlo por seguro mi señora, —respondió con cierta arrogancia.

—¿Qué sabes de las antiguas naves de batalla federales?

—¿Qué quiere saber mi señora? —Marisol la miró con una sonrisa tranquila—. Disculpe, cuando me pongo nerviosa suelo decir gilipolleces. En mi pueblo tenemos un club, un grupo de aficionados que se llama “Amigos de la Flota Federal” y tenemos afiliados de toda la galaxia. Ya sabe, documentación, grabaciones, imágenes, uniformes… todas esas cosas. Incluso tenemos una reproducción a escala real del puente de mando del acorazado Atlantis. Nos repartimos los papeles e interpretamos los personajes como si estuviéramos en batalla.

—¿Sabrías dirigir una nave de batalla federal? Ojo, he dicho dirigir, no pilotar.

—Por supuesto.

—¿Y hacerla entrar en combate?

—También, mi señora, —y añadió—. Pero es hablar por hablar, hace 400 años que se desguazó la última y para cuándo podamos construir una pasaran muchos meses.

—Acompañadme, —Marisol salio de la habitación seguida por sus dos acompañantes y después de recorrer un largo pasillo entró en un ascensor. Cuando las puertas se abrieron, a Maite Aurré, los ojos se la abrieron como platos.

—¡Hostias! Pero… esto es una fragata clase Küsh… ¿de dónde ha salido…? ¿hay más?

—Tenemos tres, más cinco corbetas, pero revisada solo tenemos está. La pregunta es ¿puedes preparar una tripulación y tenerla operativa en una semana?

—Ya lo creo que puedo, —contestó con una convicción que agradó a Marisol—. Mi familia puede ser mi tripulación. Mis padres tenían un carguero comercial y mis tíos también. Mi padre era el capitán y mi madre la ingeniera. Mis hermanos y yo crecimos en esa nave.

—Muy bien, entonces de acuerdo. Pasa también por la oficina de Anahis y recoge tu nombramiento, a partir de este momento eres capitán de fragata de la Flota Federal. Ella te dirá donde tienes que recoger tu uniforme.

—¿Puedo cambiarla el nombre, mi general? —Marisol la miró fijamente con ojos escrutadores—. Me gustaría rebautizarla como “España”

—Conforme, —respondió complacida Marisol con una sonrisa.

Dos semanas después de la apertura y cierre del portal, a petición de Marisol, se convocó una reunión en la capital federal. A ella asistieron los más altos dignatarios de la república, así como los cancilleres de los principales sistemas y los miembros del nuevo estado mayor del ejército.

—En primer lugar, quiero hablar del grave error que cometí el día de la apertura de la puerta, —comenzó a hablar Marisol—. Basé mi estrategia en la certeza de que la aparición de las naves enemigas seria casi instantánea a su apertura, y no fue así. Pasaron varias horas en las que no supe reaccionar. Podía haber destruido el portal inmediatamente, sin esperar la aparición de las naves enemigas. Si lo hubiera hecho, ahora no tendríamos naves enemigas atacando Karahoz, donde buenos soldados están muriendo…

—Me parece muy bien que quiera flagelarse, general Martín, —la interrumpió el presidente Fiakro—. Es cierto, has cometido errores, y yo, y estás personas que nos acompañan. ¿Y sabes por qué? Porque no estamos preparados para una crisis de está magnitud. Es lo que tiene varios siglos de paz, que cuando vienen dando te pillan con los pantalones bajados. Hace dos meses, ninguno de mis colaboradores… ni yo mismo, pensamos que íbamos a estar como estamos en este momento. Todo eran pensamientos lúgubres.

—Es cierto, —continuo el canciller de Mandoria—. Has cerrado temporalmente el portal, hemos destruido varias de sus naves y hemos apresado otra, y nuestro ejército, que no existía, combate contra el enemigo. Ni en sueños pensamos que estaríamos así.

—Y todo gracias a ti, no lo olvides, —prosiguió en presidente mientras empezaba a aplaudir. De inmediato todos los asistentes hicieron lo mismo y Marisol se puso roja como un tomate, mientras miraba al presidente con cara de asesina—. Y ahora, presenta tu informe de una… puñetera vez.

—Eh… bien… si, gracias señor presidente, —comenzó titubeante—. En primer lugar, como ya sabe, hemos decidido crear definitivamente las “Fuerzas Armadas Federales” que estarán divididas en dos cuerpos distintos: la Flota y el Ejército. La general Loewen pasa a ser la comandante de la Flota con el grado de almirante. El general Clinio será el comandante del Ejército. General Clinio por favor, exponga su informe de situación.

—En estos momentos tenemos operativa una división, la 1.ª, con base en Nueva España. La 2.ª división, con base en Faralia, por razones obvias está muy retrasada, no solo ha aportado tropa a Karahoz, también se ha visto inmerso en la tremenda evacuación del planeta. En las mismas condiciones están otras diez divisiones, pero creemos que estarán operativas en menos de un mes. En Nueva España y en Mandoria, se están formando dos divisiones adicionales, que son acorazadas y que llevaran los numerales 101 y 102. Pensamos que estarán preparadas para cuando se abra otra vez el portal. En ese momento, y si todo sale según lo previsto, el ejército contara con doce divisiones de infantería, más dos acorazadas, en total, más de 200.000 soldados. En todos los sistemas se están formando unidades, pero no podemos contar con ellas antes de tres meses. Según nuestras previsiones, en seis meses podremos contar con un millón de efectivos.

—Gracias general Clinio. Almirante Loewen, —dijo Marisol— su turno por favor.

—En estos momentos solo tenemos operativa una fragata, que pasa a denominarse F-1 España. En pocos días entrara en servicio una segunda fragata con tripulación mayoritariamente mandoriana que pasara a denominarse F-2 Princesa Súm. La tercera fragata todavía no ha entrado en dique para la puesta a punto y tardara en estar operativa. En cuanto a las corbetas, tenemos operativas tres, las otras dos tardaran. Por otro lado, en los astilleros de Maradonia, se están reformando los antiguos transbordadores de la clase Törh, que son mucho más grandes que los actuales, para convertirlos en patrulleras. Se las están instalando escudos, cañones de alto rendimiento de tiro continuo, un lanzador de misiles y otro de torpedos. Ya tenemos dieciséis, y para cuando se abra el portal otra vez, confiamos dispones de cuarenta.

—Gracias almirante, —dijo Marisol—. He pedido al ingeniero Camixthel, de Maradonia que me acompañe a está reunión. Él ha dirigido los trabajos de inspección de la nave bulban apresada. Ingeniero, cuando quiera.

—Gracias mi señora, —comenzó a decir Camixthel—. Los bulban utilizan una tecnología superada por nosotros hace al menos 800 años. Por lo poco que, por el momento, hemos podido extraer de sus bancos de memoria, tras la conquista de la galaxia de los ancestros, los bulban han estado unos mil años sin actividad militar directa, eso ha provocado que su tecnología no ha evolucionado. Nosotros mismos somos un claro ejemplo, en estos últimos 400 años no se ha producido ninguna innovación tecnológica. Nuestras naves son básicamente iguales que las que había al término de la guerra, —Camixthel se levantó y desplegó un plano holográfico—. Sus naves son ligeramente más grandes que nuestras fragatas, pero es engañoso, al no disponer de escudos de energía, basan su protección en un blindaje extremo, de unos diez metros de espesor. Ese blindaje puede soportar un impacto directo con un arma nuclear de pequeña potencia, pero no mucho más. Todas estás agujas, o antenas, que la rodean, miden ocho metros, y sirven para impedir que el impacto directo se produzca. Su sistema de propulsión es muy poderoso, pero posiblemente, es lo más obsoleto de la nave. Utilizan un reactor de fusión nuclear de átomos de hidrógeno, por eso necesita tanta agua. Una vez que se han abastecido, la descomponen para extraer los dos átomos de hidrógeno, y desechan el de oxígeno. Todo el sistema de propulsión ocupa la mitad de la nave, y si a eso unimos, que los sistemas de armas ocupan otro 20 %, más el blindaje, queda muy poco para la tripulación. Esta, está compuesta por 38 tripulantes y gran parte de sus sistemas están automatizados. Eso, junto al tipo de propulsión, provoca que las naves bulban, aunque son más rápidas en velocidad punta que las nuestras, son muy perezosas en las maniobras. No pueden abrir vórtices de salto cómo nosotros, y para compensar el desplazamiento temporal, esas naves llevan un compensador temporal en el que estamos trabajando actualmente para comprender cómo funciona. En cuanto a sus armas, poco que decir. No tienen baterías de defensa de perímetro, ni escudos de energía, ni lanzadores de misiles o torpedos. Tienen un cañón fijo extremadamente poderoso y tres baterías secundarias móviles. El cañón fijo está fijo, me refiero a que hay que orientar toda la nave para fijar blanco y dispara un haz continuo de partículas de seis segundos. Es un arma diseñada para abrir brecha en formaciones enemigas cerradas. Puede perforar cualquier blindaje convencional y creemos, que con las modulaciones de escudo apropiadas, nuestros escudos pueden aguantar, momentáneamente, varios impactos.

—Gracias ingeniero Camixthel, —dijo Marisol—. Catorce naves enemigas pasaron por el portal antes de destruirlo. Hemos estado analizando las imágenes que tenemos del interior del túnel, y hemos podido contabilizar 318 naves, de las que 30 eran transportes. Después, un gran espacio vacío hasta donde la imagen alcanza. Consideramos que se trataba de la avanzada de la fuerza de invasión y lógicamente, ha quedado destruida. Pero teniendo en cuenta las palabras de la Princesa Súm, para ellos son unas perdidas insignificantes. Ahora mismo, nuestra prioridad es sacar las tropas de Karahoz…

—¿Por qué hay que sacarlas? —preguntó el canciller de Cirkania—. ¿Eso no supondrá arriesgar las pocas naves de que disponemos? —Marisol le miró con ojos asesinos, mientras notaba como la sangre la subía a la cabeza.

—Vamos a sacar a esos soldados de ahí, sí o sí, —intervino el presidente Fiakro al tiempo de que le hacia un gesto con la mano a Marisol para que permaneciera en silencio— no hay más opciones, y eso no es negociable.

—Por supuesto señor presidente, —contestó cínicamente el cirkanio—. Solo pretendo que también se tengan en cuenta los puntos en contra.

—Te puedo asegurar que el general Martín, lo tiene todo muy en cuenta.

—Estoy seguro de ello, señor presidente.

—Entonces está todo claro, —sentencio Fiakro y mirando a Marisol, añadió—. General, continua.

—Como decía, nuestra prioridad es sacar a las tropas de Karahoz, en el plazo máximo de dos semanas. Y lo vamos a hacer.

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