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La reeducación de Areana (23)

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Mientras iban hacia la salida del edificio luego de la entrevista con la profesora Lucía tomó de la cintura a Areana y ciñéndola contra ella le dijo entusiasmada: -Mmmhhhhhh, me da morbo que la profe haya citado a tu mamita. Viste que es muy autoritaria, muy dominante y para mí que le gustan las mujeres, así que a lo mejor se calienta con la perra vieja y termina castigándola por la hija degenerada que tiene… -y soltó una risita que estremeció a la niña.

“Mamá se va a impresionar por el trato tan dominante que tiene esta mujer…” se dijo ante la perspectiva que Lucía había planteado.

Ya en la calle, ante la puerta de la escuela, Lucía despidió a Areana con un chirlo en la cola y la esclavita apuró el paso ansiosa por contarle primero a Milena y luego a su madre que al día siguiente debería ir a ver a la profesora de Geografìa.

Más tarde, la Godínez descansaba en su cama después de haberse masturbado recordando las escenas de su encuentro con Areana y Lucía.

-Me ganaste Satanás… -dijo en voz alta. –Esa enviada tuya, la muy degenerada de Areana me puede, me va a hacer pecar, voy a caer, maldito…

…………..

Cuando Areana llegó al departamento se hincó ante la asistente, que la esperaba en el living, y murmuró el saludo de rigor: -Buenas tardes, señorita Milena. -para después besarle la mano y preguntar con la cabeza gacha:

-¿Puedo contarle algo, señorita Milena?

-Contá, ¿qué pasa? –urgió la asistente frunciendo el ceño. Areana narró el episodio que había tramado Lucía, habló después de la azotaína recibida en la sala de profesores y por último dijo de la convocatoria de la profesora Godínez a su madre para el día siguiente.

Milena había seguido el relato con los ojos agrandados por la sorpresa y alternando cada tanto una mueca burlona, para finalmente prorrumpir en una carcajada:

-¡Qué turra había resultado Lucía! ¡Una genia! –dictaminó y volvió a reír para humillación de Areana, cuyas mejillas ardían de vergüenza.

-Seguime en cuatro patas que a tu mamita la tengo comiendo en la cocina, así le contás lo de la citación. –ordenó la asistente y Areana dijo en un murmullo: -Sí, señorita Milena. –y comenzó a desplazarse sobre sus manos y rodillas después de cargarse la mochilla a la espalda.

Eva tenía ante si dos cuencos en el piso, el de la comida con trozos de salchichas y papas hervidas y el de la bebida con agua de la canilla. Al entrar Milena alzó un poco la cabeza mientras masticaba dos trozos de salchicha, aunque sin mirar a la cara a la asistente.

-Dejá de comer por un momento, puta, y escuchá lo que te va a contar tu hija.

Areana se acercó a su madre y, como de costumbre, ambas se saludaron con un beso fugaz en los labios. Luego la chica le habló de la citación en el colegio y del motivo, además de contarle que había recibido la segunda paliza de la Godínez.

-Tengo que pedirle permiso al Ama Amalia… -dijo Eva desde su disciplina de esclava.

-Claro que sí, puta, ya sabés que ni respirar podrías si la señora no te lo permitiera.

Eva devoró los últimos restos de comida y luego preguntó: -¿Puedo llamar al Ama, señorita Milena?... -y cuando fue autorizada por la asistente se dirigió al dormitorio en busca de su celular.

-Vos, movete y andá al dormitorio también, a sacarte esa ropa de persona. –ordenó Milena dirigiéndose a la esclavita y dándole una patadita en el culo.

Amalia rió a carcajadas al escuchar el motivo de su convocatoria a la escuela y luego dijo:

-Esa chica es genial, perversamente genial y creo que bajo mi dirección va a llegar muy lejos como Ama… Sí, perra, te autorizo a que vayas a ver a esa profesora y ahora pasame con tu hija.

-Gracias, Ama, sí, le paso… -dijo Eva y le dio el celular a Areana.

-Hola, señora…

-Contame un poco cómo es esa profesora, parece brava, ¿cierto? Ya te dio dos palizas en pocos días.

-Sí, Ama, es una mujer muy estricta…

-A mí me parece que pega no solamente por disciplina. Milena me contó que vos la oías respirar fuerte mientras te castigaba la primera vez.

-Sí, Ama, y hoy también…

-Bueno, veremos cómo sigue esto. Ahora pasame con Milena.

-Sí, señora… -y una vez que la asistente estuvo en comunicación Amalia le dijo:

-En cuanto la perra vuelva de esa reunión en la escuela que me llame y me cuente.

-Sí, señora, así será. –y ambas cortaron la comunicación.

-Volvé a la cocina y quedate ahí quieta mientras preparo el almuerzo de tu hija. Vamos, muévanse. –ordenó Milena y Areana, ya desnuda, esperó que la asistente le colocara su collar y después marchó detrás de ella y de su madre.

Después de haber almorzado, cuando ambas esclavas se disponían a dormir la siesta de rigor previa a las visitas, Eva preguntó: -¿A qué hora tengo que estar en la escuela?

-A las 12 y decí en dirección que la profesora Godínez te espera en la sala de profesores.

-Bueno… Ahora descansemos, hijita. La señorita Milena me dijo que hoy tenemos tres visitas.

……………

Al día siguiente, a las 11,30, Milena comenzó a arreglar a Eva para su encuentro con la profesora Godínez. Su mente morbosa hizo que imaginara a la esclava despertando el deseo en la docente y de allí en más, lo que pudiera ocurrir. La manguereó en la bañera, la perfumó, le cepilló el pelo y le hizo vestir un tailleur de hilo azul con falda ceñida, zapatos negros de taco alto; una blusa blanca y como ropa interior sólo una minúscula tanga roja. El atuendo se completó con una cartera negra sin nada en su interior.

Así ataviada marchó Eva hacia la escuela, nerviosa, con el corazón latiéndole aceleradamente. En los últimos tiempos sólo había estado recibiendo visitas bajo reglas muy claras: ella era carne de placer para otras mujeres y debía mostrarse con ellas absolutamente complaciente, pero, ¿qué le esperaba ante esa profesora? ¿Cómo debía comportarse? Iba a escuchar una denuncia muy grave contra su hija y no podría decir que era una acusación falsa. Sus nervios se habían acentuado cuando en la escuela llamó a la puerta de la Dirección y una voz femenina la autorizó a entrar.

Al ingresar en la oficina se encontró con una mujer joven sentada a un escritorio ubicado perpendicularmentre a otro en el cual no había nadie.

Saludó con voz temblorosa, procurando inútilmente dominar su ansiedad, y comentó el motivo de su presencia. La mujer la observó durante un momento con expresión de curiosidad y luego le indicó que siguiera por el pasillo hasta el final y doblara luego a la izquierda.

-Ahí va a ver una puerta con un cartel que dice sala de profesores.

-Gracias…-murmuró Eva a inició el camino hacia su cita.

Al llegar a la puerta indicada consultó su reloj y pudo comprobar que eran las 12,05. Golpeó con los nudillos y escuchó una voz firme: -Entre. –le ordenaba quien sin duda sería la profesora Godínez.

Abrió la puerta con gesto vacilante y se detuvo una vez adentro impresionada por el porte de la profesora, que la observaba de pie junto al extremo opuesto de la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Bue… buenas tardes, señora… -saludó tímidamente y mirando al piso, tal como estaba acostumbrada.

La docente no esperaba tal comportamiento y se desorientó un poco ante esa mujer muy atractiva pero de tan rara conducta. Se fue acercando a ella y una vez que estuvo a su lado apartó una silla: -Siéntese, señora Kauffman. –le dijo en un tono que a Eva le sonó como una orden. –Sí, señora Godínez. –dijo y al sentarse sintió que estaba obedeciendo y eso, como cada vez que lo hacía, la excitó.

La profesora seguía percibiendo algo muy extraño en el comportamiento de esa mujer, pero debía hablar de Areana y entonces, sentándose frente a ella, le dijo:

-¿Le contó su hija lo que hizo en clase, señora Kauffman?

-Sí, ella, bueno, me… me dijo que… que no era cierto, señora…

-¿Qué no era cierto?... ¿Quiso decir su hija que la alumna Lucía Gutiérrez mintió?

-No, no sé, señora… No sé… -balbuceó Eva acorralada por la necesidad de no revelar lo que ocurría entre Lucía y su hija según roles muy definidos y que, por supuesto, debían permanecer en secreto.

-A ver, señora Kauffman, su hija dice que Gutiérrez miente, que ella no la tocó; muy bien, ¿puede decirme por qué Gutiérrez inventaría semejante cosa?

Eva se sentía cada vez más nerviosa, más acosada por la fuerza de un secreto que estaba obligada a guardar, pero de pronto encontró un recurso que muy probablemente significara exponer a su hija a un nuevo y severo castigo, pero el interrogatorio de la profesora no le dejaba otra salida:

-Bueno, puede ser que Areana me mintiera… No sé…

-Ah, muy bien, señora Kauffman, veo que empezamos a entrar en razón. –dijo la profesora con tono triunfal.

-Puede ser, sí… puede ser…

-¿Puede ser que Areana le mintiera? –quiso asegurarse la Godínez paladeando su victoria.

Eva bajó aún más su cabeza, vencida ante la fuerza que emanaba de la docente y mientras sentía en estómago un alboroto de mariposas musitó:

-Sí, puede… puede ser, señora…

La Godínez se puso repentinamente de pie, con un envión enérgico y con similar energía en su voz dijo:

-Puede ser no, señora Kauffman, es. –y remarcó este monosílabo. -Su hija le mintió y debe ser castigada por eso, y lo voy a hacer mañana mismo. No soporto a las niñas mentirosas.

-Está bien, señora… -aceptó Eva sin poder evitar excitarse al imaginar a su hija en manos de esa mujer de personalidad tan dominante. Tan potente fue la imagen que tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar el temblor que había comenzado a agitarla.

La profesora se dio cuenta. Frunció el ceño, intrigada, y preguntó inclinándose hacia Eva:

-¿Le pasa algo, señora Kauffman? ¿Se siente bien?

Eva tragó saliva, se enderezó un poco en la silla aunque manteniendo la cabeza gacha y la vista en el piso y contestó con un hilo de voz:

-Sí, señora… Sí… me… me siento bien… ¿Puedo… puedo retirarme, señora?... –preguntó mientras sentía que su excitación era tal que había empezado a humedecerse. Todo por el carácter dominante de la Godínez, que daba en el centro exacto de su esencia de esclava.

-Sí, señora Kauffman, puede retirarse. Ya le he dicho todo lo que tenía que decirle y me ha dicho usted lo que yo necesitaba escuchar. Adviértale a su hija lo que le espera mañana conmigo. –dijo la profesora procurando ocultar su morbosa emoción ante la perspectiva de un nuevo castigo a Areana. Le tendió la mano a Eva y mientras se la retenía se arriesgó y dijo: -Aunque creo que debería castigarla a usted también, señora Kauffman, por haber educado tan pesimamente a su hija…

Eva sintió que se estremecía entera y luego de tragar saliva murmuró: -Creo que… que lo merezco, señora… -y contuvo con esfuerzo el impulso de arrodillarse y besarle reverencialmente la mano…

-Sí, señora Kauffman, es lo que voy a hacer… Inclínese sobre la mesa…

Eva obedeció sin siquiera un amago de resistencia o protesta… Se sentía totalmente en manos de esa mujer y ardía en deseos de ser castigada…

-Súbase la pollera hasta la cintura, señora Kauffman…

Eva descubrió sus muslos y sus nalgas y entonces, a sus espaldas, la profesora comenzó a ir a fondo: -Ah, usa tanga… Yo hubiera esperado una de esas bombachas grandes, de algodón… Aunque tal vez usted sea tan puta como su hija…

-Por favor… murmuró Eva con esfuerzo mientras sentía que la iba ganando una incontrolable excitación… Vio a la Godínez ir hacia los armarios, abrir uno y extraer una regla de madera, con la cual volvió a colocarse a espaldas de Eva…

-¿Alguna vez la azotaron, señora Kauffman?... –preguntó con sus ojos clavados en esas hermosas nalgas que la tanga descubría por completo…

-No… -mintió Eva…

.¿Ni siquiera sus padres cuando niña?...

-No…

Así que será ésta su primera paliza…

-Sí, profesora…

-¿Tiene miedo, señora Kauffman?... –preguntó la Godínez sin dejar de mirar ese apetecible culo a su entera disposición…

-Sí, señora… -volvió a mentir Eva, que en realidad ansiaba recibir esos azotes…

La Godínez alzó el brazo y descargó el primer golpe bien fuerte en la nalga derecha… Eva gimió de placer y dolor al mismo tiempo, moviendo sus generosas caderas de un lado al otro…

“Qué hembra tan apetecible”, se dijo la profesora y volvió a golpear, esta vez haciendo que la regla diera en ambas nalgas… La paliza siguió entre los gemidos de Eva, el sonido de la regla golpeando la carne estremecida y el jadeo excitado de la profesora… Por fin, cuando el culo lucía enrojecido, la Godínez decidió dar por terminado el castigo…

-Enderécese, señora Kauffman…

-Gracias, señora… -murmuró Eva desde lo más hondo de su condición de esclava…

-Puede bajarse la falda…

-Sí… le agradezco, señora Godínez…

-Me gustaría que pudiera ver su culo con las consecuencias de haber malcriado a su hija…

-Sí, lo haré cuando llegue a casa, señora Godínez…

-Espero no tener que citarla nuevamente, señora Kauffman. –mintió la docente.

-Gracias, señora… -murmuró Eva conteniendo a duras penas el impulso de besarle la mano.

Una vez a solas, la Godínez se tomó la barbilla entre el pulgar y el índice de su mano derecha:

-Qué mujer extraña… -se dijo. –Extraña y muy atractiva… La nena tiene a quien salir… -y al pensar en Areana sintió que el deseo de coger con ella era ya imposible de controlar.

Poco después, en el departamento, Eva le contaba a su hija en presencia de Milena la entrevista con la profesora Godínez.

La asistente tenía a Areana desnuda, en cuatro patas y con su collar, cuya cadena sujetaba con la mano derecha.

-Tuve que decirle eso, hija, no tenía otra salida… -se disculpó al terminar el relato.

-Ay, ma, no te preocupes, entiendo que no tenías otro remedio. –la consoló Areana.

-Pero te va a castigar…

-Ma, las dos veces que me dio con la regla de madera terminé mojada. –se sinceró la esclavita.

Eva pareció reflexionar un instante y luego dijo, no sin cierta vergüenza:

-Esa mujer es… es muy dominante, muy segura, muy fuerte…

-Y eso a mujeres como nosotras nos impresiona, ¿eh, ma?

-Sí, hija, a mí me impresionó su trato… Me excité ante ella… -admitió Eva ruborizándose.

-Deliciosamente morboso lo de ustedes, putas; ahora vos, perra Eva, desnudate. –intervino Milena y cuando la tuvo en cueros le ordenó ponerse en cuatro patas, le colocó el collar y se llevó a ambas a la cocina para que almorzaran. Cuando terminaron quiso gozar de ellas y entonces dijo:

-Vení, pendeja puta, vení que vas a darnos lengua a mí y a tu mami. Y vos, perra Eva, echate de espaldas con las piernas recogidas y bien abiertas.

-Sí, señorita Milena…

-Primero a mí. –agregó la joven y adoptó la misma posición. Entonces Areana avanzó en cuatro patas hasta ubicarse entre las piernas de Milena, dio algunas lamidas lentas y potentes en los labios vaginales exteriores y luego los entreabriò con sus dedos para introducir su lengua ávida entre ellos, lo cual hizo gemir y moverse sobre sus caderas a Milena.

-Vos… -ocupate de mis tetas, perra Eva… -ordenó la asistente mientras la lengua de Areana se hundía en su concha para moverse enseguida de arriba abajo al par que iba sorbiendo el flujo que brotaba como de una canilla abierta.

Eva se inclinó sobre el pecho de Milena con ojos perdidos en algún pasado remoto:

“¿Qué queda en mí de aquella mujer que yo era?.” se preguntó mientras encerraba entre sus labios apetentes uno de los pezones y se estremecía sintiendo cómo se iba poniendo rígido. Milena gemía presa gustosa de las sensaciones intensas que ambas esclavas le provocaban y Eva ya había olvidado la pregunta que acababa de formularse. La asistente no tardó en alcanzar el orgasmo en medio de gritos y violentos corcovos y con sus manos aferradas a la cabellera de Areana. Sin solución de continuidad Eva tomó la cabeza de su hija y la atrajo hacia sus piernas abiertas para después aplastarle el rostro contra su concha empapada, que la niña comenzó a chupar y a lamer de inmediato. Eva gemía, jadeaba y pronunciaba frases ininteligibles en un balbuceo que cada tanto era interrumpido por un grito. Por fin Eva acabó entre jadeos casi animales y ella y su hija cayeron en un sopor dulce que las iba adormeciendo.

-Tengo que contarle al Ama Amalia mi entrevista con la profesora… -balbuceó Eva sintiendo que sus párpados pesaban cada vez más.

-Después… -murmuró Areana en el umbral del sueño.

(Continuará)

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