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De niña a perra

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-Eres un viejo muy estúpido, ¿Quieres hacer el favor de no volver a mirarla?

Pero no podía, de ninguna manera. Me estaba volviendo loco por una chica recién salida de la adolescencia. Lo primero que vi de ella fueron sus piernas, blancas, largas y estiradas que terminaban en unas zapatillas azules de tela. Lo siguiente fueron sus apetecibles muslos casi completamente al descubierto sino fuera por un vestido blanco y corto que tenía puesto. Sus manos, finas y delicadas, estaban entrelazadas entre si a la altura del ombligo. El escote dejaba adivinar unos pechos firmes y duros, no especialmente grandes. La melena, negra como la noche caía sobre sus hombros tapados apenas por una fina capa de tela.

-¿Me permite el paso?

-Oh, disculpe. No me había dado cuenta.

Sus ojos me mostraron su tristeza, su confusión, su miedo, pero por encima de todo, su soledad. Ni si quiera recogió sus piernas con alegría, fue un movimiento lento y cansado, sin ningún signo de la frescura de la juventud.

Y aun y con todo, me estaba volviendo loco. Todos los pensamientos que venían a mi cabeza mientras esperaba a la salida de mi avión, revoloteaban alrededor de ella. Primeramente, me pregunté cuáles podían ser las razones de unos ojos tan desdichados, y a continuación, temas mucho más carnales como por ejemplo si tenerla gimiendo debajo de mi la haría feliz.

Baje los ojos a mi libro y no volví a mirarla.

-Pedimos a los señores pasajeros que vallan pasando por orden de filas, por favor.

No es precisamente mi gusto viajar en la parte trasera del avión, pero no tuve más remedio. Debía realizar el vuelo sin demora, así que me tuve que adaptar a lo que había. Me fije que la chica estaba un poco más adelante de mi, rodeada de unos jóvenes guapos y muy musculosos y detrás de una pareja que podían ser perfectamente sus padres.

Lo que más temí en ese momento era pasarme seis interminables horas de vuelo al lado de una chica a la que deseaba follarme con toda mi alma y con la que no tenía la menor oportunidad. Así que rece a todos los dioses conocidos o por conocer, para que se parase antes de llegar al final. Nunca me han escuchado los dioses, así que no sé porque razón pensaba que esta vez si lo iban a hacer.

-Esta vez no voy a estorbarle para que pueda pasar.

La sonreí como un estúpido, coloqué mi maleta de mano al lado de la suya y me senté al lado de mi ventana.

-Siempre escojo ventana cuando vuelo. Me gusta ver a través de ella.

-Vamos a ir de noche la mayor parte del mismo.

-Aun así, la vista no esta nada mal. Además, tenemos luna llena.

Me concentre en mi ventana. Era mucho mejor que seguir hablando con ella. Además, maldita sea, era mayor que sus padres y mi experiencia con mujeres se reducía a una esposa a la que apenas aguantaba y un sin fin de putas con las que calmar mis ansias.

-¿Puede ayudarme?

La voz de la chica me pillo completamente de improviso. No pensaba que iba a conversar nada con ella en todo el viaje, y mucho menos que necesitara mi ayuda para algo. Tarde una eternidad en responder

-Por supuesto, ¿Para qué?

-Esto le va a sonar extraño, ¿Pero puede agarrarme de la mano, por favor?

Me fije en el sudor que cubría su frente y en la subida y bajada de su pecho. El contraste con sus padres, que ya estaban dormitando era grotesco.

-¿No deberías llamar a tus padres o a tus amigos?

Lo dije con la mejor fe del mundo, pero en sus ojos pude notar la vergüenza de la primera vez. Puse mi mano encima de la suya con confianza y seguridad. Ir agarrado de su mano un tiempo era mucho más de lo que esperaba conseguir, pero no era lo que quería conseguir.

-La primera vez que se vuela es toda una experiencia.

Por toda reacción, apretó con más fuerza mi mano. Tenía que darle confianza, demostrar que no pasaba nada, que tuviera el máximo contacto humano posible. Cuando me quise dar cuenta, tenía ambas manos rodeando la suya justo delante de mi entrepierna. Ella cagada de miedo y yo pensando en hacerme una paja. La mire y me di cuenta que no la estaba ayudando en absoluto. Tenía la mirada perdida en los jóvenes o en sus padres, observando como dormían completamente indiferentes a lo que ella le estaba ocurriendo, así que decidí utilizar el truco más antiguo del mundo, brazo al hombro y pegarla a mi cuerpo. La chica se acomodó contra mi cuerpo por puro instinto mientras yo acariciaba su brazo. Su piel era lo más suave y delicado que yo había tocado nunca.

-¿Se te pasa?

La chica me dedico una débil sonrisa de gratitud, y yo la bese.

La bese...

Fui un pico que nos sorprendió a los dos, más a mi mismo pues no sabía de dónde había sacado las fuerzas para ello que a ella. Durante un instante no supe que hacer ni que decir, pero sus ojos reflejaban indignación, furia, asco, pero ni rastro de miedo, ni de arrepentimiento... Así que volví a besarla, y cuando apartó la cabeza la agarre de la barbilla y la di un beso largo y profundo.

Cuando acabamos de besarnos, miro en todas direcciones. Entendía perfectamente su preocupación, si alguno de sus amigos la había visto besarse (y gustarla) con un viejo, su reputación quedaría mancillada de por vida. Por suerte para ella, todo el mundo estaba en sus cosas. Notaba su pulso muy acelerado, mucho más que cuando tenía simple miedo.

-No te preocupes, no sé lo pienso contar a nadie. Además, ¿Quién me creería? – Eso la hizo esbozar una leve sonrisa, otra más – Si, nadie me creería.

Volví a mirar por la ventana sin soltar en ningún momento la mano de la chica.

-No es la primera vez que viajo en avión – comentó al cabo de un rato.

Me volví para escucharla con atención

-¿No?

Negó con la cabeza. En realidad no me lo estaba diciendo a mi, sino a sus pies. Me fije en ellos y se había quitado las zapatillas azules y se estaba acariciando la parte de atrás de la pierna con su pie desnudo. La mano libre la tenía sobre la rodilla.

Eche un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie me veía antes de acariciar su mejilla y ella acepto gustosa. A la niña le gustaban los besos y las caricias, solo esperaba que la mujer tuviese otros gustos. Hubo un nuevo beso con lengua no muy largo, en el segundo recorrí con las manos sus cuerpo hasta sus caderas. Debía entender que tenía necesidades de carne, de su carne.

Eso la asusto, no estaba preparada para darme lo que necesitaba, así que lo cogí. Volví mi mano a su cabeza para forzar el beso mientras acariciaba está vez sus muslos con la otra.

La chica se resistió, rehuía mis besos, cerraba las piernas e intentaba apartar mi mano con las suyas, pero no dejaba de acariciarse y siempre terminaba besándola una y otra vez. Cada vez que intentaba retirar mi mano, esta iba cada vez más lejos. No me besaba con chica alguna de esa manera ni en mis años de adolescente.

Note la humedad en sus bragas y apreté la mano contra su coño. La chica dio un respingo entre el placer y el asco.

Al final cedió. Dejo de acariciarse a sí misma y abrió un poco las piernas. Me sonrió como si fuera lo más travieso que había hecho en toda su vida. Pero yo quería más, necesitaba más. Quería una puta paja hecha por esas delicadas manos. Empecé a doblegar su voluntad a base de caricias a su húmedo amigo. Ella se mordió el labio para no gemir como una puta.

-Es hora de ir a otro sitio.

-¿A que otro sitio?

-Al servicio.

Eso la asusto de nuevo, así que la recordé dónde tenía mi mano.

-Hay que terminar lo que se empieza.

-No... No pienso hacerlo.

No podía dejarlo ahora así que tape su boca con una mano, y con la otra arranque sus bragas. Comencé a masturbarla a lo bestia, pues mi práctica en tales lides era muy exigua. Sus ojos reflejaron odio, furia, dolor, placer... aceptación.

-No sé dónde he metido la mano que me la he puesto perdida.

Me la limpie en sus muslos sin la menor vacilación. Ella me miro durante unos momentos antes de fijarse en las bragas de nuevo.

-No – La detuve – Déjalas junto a las zapatillas.

Estaba seguro de que ningún hombre le había dado una orden tan directa sobre su ropa interior. Volvió a mirarme y algo de lo que vio en mi la convenció que lo mejor era para que arrojara sus bragas a un lado. Atraje su ropa hacía mi como si fuesen mis trofeos.

Volví a mirar por mi ventana lo que me parecieron horas.

-No me vas a devolver la ropa.

No era pregunta. Mire mi reloj y aún quedaban unas tres horas y media larga de viaje. La chica miraba al suelo. Tenía las piernas algo abiertas y las manos mucho más arriba que la última vez. Tenía la sensación de que esta vez se había acariciado otra cosa.

-Levántate y dame la mano.

La lleve a través del pasillo tirando de ella. Una vez en el retrete, me la folle contra la pared. No hubo besos ni caricias, solo una chica subida en volandas siendo penetrada de forma salvaje una y otra vez. Cuando al fin me corrí me di cuenta de que la chica había estado mordiendo su propia mano para evitar chillar, de dolor o de placer, me era indiferente. La aplaste los pechos con las manos. Era la única parte de su cuerpo que no estaba aún mancillada por mi.

-Quítate el vestido o te lo arranco.

Obedeció despacio, pero obedeció. Primero cayeron las tiras del hombro, pero no iba lo suficientemente deprisa para mi gusto y se lo termine bajando yo mismo. Eso la asustó, pero en cierto modo la puso cachonda. Contemplé parte su hermoso cuerpo desnudo durante unos instantes mientras la chica no me podía mirar a la cara. Pero no importaba, la erección aun me duraba y tenía muy claro que era lo próximo que deseaba hacer. La di la vuelta y apoye sus manos contra la pared.

-Tienes suerte de tener un amigo tan húmedo, niña. Esto normalmente duele más.

Tengo mucha experiencia con el sexo anal gracias a mis putas, así que un culo virgen no fue ningún problema para mi. La penetre despacio mientras aplastaba sus pechos con ambas manos. Sonreí con satisfacción porque de su boca no salió sonido alguno. Al finalizar, me sentía en la gloria bendita. Lo único que lamentaba de veras era no haber utilizado su boca para nada.

-No salgas del baño hasta dentro de un rato, y cuidado con lo que dices. No hay ni una sola marca en todo tu cuerpo que indique algo distinto al consentimiento.

Se tomó su tiempo en regresar. Cuando la vi avanzar hacía mi, descalza, con su vestido blanco y corto, avanzando a través de un pasillo lleno de gente dormida, sin saber muy bien que hacer con sus manos, me pareció la novia más infeliz del mundo.

-Toma ten, te las has ganado.

-¿y mis bragas?

-Aun te queda un agujero que no he probado, niña. -Mire a mi alrededor- y será mejor que lo hagas antes de que despierten todos.

Ya sea porque no la quedaban fuerzas para desobedecer o porque se lo había imaginado, se arrodillo en mitad del pasillo y empezó a chupar. Mi polla contenía restos de jugos vaginales, excrementos, sangre y a decir verdad, es que a esas alturas no estaba muy seguro de que me podía salir y tenía más ganas de mear que de otra cosa, pero lo que importa es que algo salió y algo fue tragado. Volví a mi asiento y me dispuse a dormir.

-¿A tenido la señorita un viaje agradable?

-O si, muy agradable, hemos ido durmiendo todo el camino, como el resto.

La azafata se marchó sin más preguntas, pues lo anterior era mera cortesía. Mire a la chica.

-¿Vas a tener miedo de aterrizar?

Me miro con un odio infinito, pero no dijo una palabra. Fuimos los últimos en levantarnos y salir del avión, y para mi asombro, los jóvenes no la hacían ningún caso y los que pensaba que eran sus padres, no lo eran. Ella seguía caminando a mi lado, como si nos hubiéramos convertido en amigos inseparables. No tuve más remedio que preguntar lo evidente.

-¿Has viajado sola?

-Sí.

-¿Y quién te espera?

-Nadie me espera

Era una respuesta que no tenía el menor sentido, a todo el mundo le espera alguien. Cuando llegamos al control de pasaportes, el poli no hizo demasiadas preguntas, pues todo estaba en regla. Seguimos avanzando hacía la recogida de maletas, y para mi sorpresa, ella a pesar de llevar solo el equipaje de mano, me espero. Incluso me espero cuando fui al baño a mear. A nadie le pareció raro que una chica joven y un hombre mayor salieran juntos del aeropuerto. Podía ser su padre o su abuelo, perfectamente. Esto no me cuadraba, pero tampoco se lo podía preguntar abiertamente. Por suerte, tenía el coche bien cerca.

-¿Quieres explicarme por qué estás aquí?

Miraba de nuevo al suelo cuando respondió

-¿Sabes lo qué me dijo mi madre en el avión? Que una perra debe estar con su amo

Y empezó a ladrar.

No estaba demasiado seguro de que hacer mientras ella no paraba de mirarme. Lo primero que se me ocurrió fue pedirla el pasaporte y el billete. Tenía evidente 18 años, pero los acababa de cumplir y este viaje era su regalo para celebrar su mayoría de edad. También me enteré de que no era más que una escala en su viaje, y que no había un nuevo enlace para su destino hasta dentro de dos días.

-En cuanto podamos te voy a enviar de vuelta con tus padres – mencione mientras la mostraba el billete que acaba de comprar. Ella volvió a ladrar como toda respuesta. – Estoy casado – conteste sinceramente – y no creo que a mi mujer le haga ninguna gracia que lleve una perra a casa. ¿Cuándo crees que se les acabará el cabreo?

Esta vez no contestó, pero yo me había hecho una idea de lo que tenía que hacer, una especie de plan, que adelantando acontecimientos, salió como el culo. Era simple directo y efectivo: consistía en dejarla en algún motel barato de carretera y si te he visto no me acuerdo.

Todo empezó a torcerse cuando caí en la cuenta de la insana sensación interna que tenía. Estaba acostumbrado a trasladar a putas en el coche en busca de rincones oscuros, pero no era ni parecido a lo que estaba sintiendo en este momento. Ardía en deseos de volver a sentirla, de volver a entrar dentro de ella. Y ella lo sentía, claro.

Cuando la vi alejarse obedientemente para entrar en la pocilga que había alquilado para ella llegue a mi límite. No fue inmediato, me tome un tiempo, tres canciones de la radio, antes de llamar a su puerta.

Nos besamos como si no hubiera mañana y terminé arrojándola contra la cama. La perra se agarró a los barrotes de la misma mientras yo levantaba muy despacio su vestido y me deshacía de sus bragas con el mayor de los cuidados.

Se la metí hasta el fondo y me la folle y poseí como nunca antes había hecho con mujer o puta alguna. Lo único ruido que salía de la habitación era el chirrido de los viejos muelles de la cama al ritmo mis brutales movimientos.

Termine enormemente satisfecho de mi mismo, seguro de que ella tenía el coño en carne viva. Al menos la deje estaba completamente agotada, lo suficientemente como para no poder impedirme que me aprovechará de su entrepierna.

-Has sido el primero en tomarme.

No la creí, pero decidí hacerlo. Introduje de golpe un par de dedos dentro de ella y comencé a marturbarla sólo para poder contemplar de primera mano su cara de viciosa. Como si estuviera jugando conmigo, ella se mordió levemente los labios para no gemir, lo que me llevó a acelerar el movimiento. Se corrió en mi mano. Está vez me limpie el pringue en su cara de niña buena.

Retire y arrojé al suelo el vestido que tenía puesto dejándola completamente desnuda. Me lo tome con calma está vez, no había ninguna prisa. Ella no podía mirarme víctima de la vergüenza que sentía, pero tampoco hizo gesto alguno para taparse. Como muestra de mi dominio sobre ella, la obligue a que agarrase las barras de la cama para que sus manos no me molestaran la vista. A continuación abrí un poco sus piernas para poder ver su coño mejor. Podía habérselo ordenado, pero ninguno de los dos estábamos listos aún.

-Vas a tener que depilarte aquí – comente de forma grosera mientras hundía mi dedo en la única zona con vello de su cuerpo.

No era cierto del todo, me encantaba como lo tenía, pero era demasiado perfecta. Poseía un cuerpo estupendo, bien formado y proporcionado, sin ninguna cicatriz ni marca alguna y terriblemente sexy.

Ella no dijo nada, ni si quiera rechisto. Así que la abrí completamente para ponerla en la posición más obscena posible y me puse a rebuscar por la habitación y el cuarto de baño. Si hasta ese momento no tenía claro que era lo que deseaba hacer con ella, ahora si que lo tenía claro: Quería humillarla.

Agarre la escobilla para limpiar el retrete y desarme la fregona que había allí preguntándome cual quedaría mejor en su coño y cual en su boca. Fui pragmático y decidí que lo que más asco daba iba debía ir a la boca.

Ella no se había movido nada de la desconsiderada posición en la que la había dejado. Note cierto miedo en ella cuando la mostré lo que traía en las manos.

Me puse a hurgar en su maleta de mano. Había medias, sujetadores, braguitas, peines, un lápiz labial, algún producto de aseo personal como su cepillo de dientes y alguna que otra muda de ropa limpia y cómoda para andar por casa. Supuse que el resto estaba de camino a su destino. Cogí un par de medias y me acerque a ella con claras intenciones de amarrarla.

-Eres una perra. Compórtate como tal.

Até sus manos a los barrotes de la cabecera y amarré sus pies al somier. Me gusto como quedó, completamente vulnerable a los caprichos de cualquiera.

-María... Sí, soy yo, ya sé que debería haber llegado ya, pero me ha entretenido un asunto. Llegaré esta noche para cenar.

Coloqué una media en su boca y en su cabeza y me fui a buscar al recepcionista.

Este no se pensó dos veces follarse salvajemente ese coño tan apetecible. La pobre cama chirriaba cada vez que era penetrado y me fije que la perra forcejeo inútilmente para librarse. No fue el único que se aprovechó de la situación de la perra. El recepcionista me comentó que conocía a un par de colegas a los que también les iba la fiesta. No tuve el menor problema, por supuesto. Le comenté en que situación estaba la perra y que yo no me podía quedar con ella. Si quería contratarla como limpiadora, usarla como puta o denigrarla de cualquier manera era problema suyo.

El hombre se lo pensó. Me hizo utilizar el teléfono móvil de la perra para mandar un mensaje a sus padres con tal de asegurarse de que estaba diciendo la verdad. Lo que estos contestaron le dejó convencido.

Los amigotes no tardaron en llegar, tres en total dispuestos a utilizar a la perra como si de una muñeca inflable se tratará. Todos ellos tuvieron un par de rondas con ella.

Terminaron pinzándola los pezones. La perra, completamente agotada, dio un respingo de dolor al sentir las duras pinzas en su cuerpo.

Llegaba la hora del gran final. Cogí el lápiz labial y escribí en su cuerpo “puta”, “banco de semen”, “perra” y encajé la fregona en su coño. También liberé su boca y la obligue a morder la escobilla del retrete.

Faltaba un detalle, algo que la identificará, una medalla, una imagen religiosa que llevaba en su bolso y la fotografiamos.

La dejamos sola, únicamente con una bata de limpiadora para cubrirse el cuerpo y sus zapatillas, así como ordenes muy estrictas de no limpiarse.

Cuando salió parecía como si algo se hubiera roto dentro de ella. Todos nosotros estábamos fuera esperándola impacientemente. Su nuevo amo quería asegurarse de la obediencia de la perra, así que lo primero que la ordeno fue que se abriese la bata para comprobarlo.

Estaba desnuda. Y todo lo escrito seguía ahí.

La querían de rodillas para que chupará las pollas de todos los presentes. Y fue cuando me estaba chupando la mía cuando el recepcionista y dueño del motel me aseguro que o sacaba la puta de sus instalaciones o me dejaba sin dientes y llamaba a la policía.

Nos sentamos los dos en el coche y tuve que aguantar su risas mientras pensaba como diablos me deshacía de ella...

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