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El Hotel Gran Duque de Luxemburgo

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Antes de comenzar a narrarles lo que me ocurrió tierras lejanas, he de contar primero algo sobre mí mismo. Siempre supe lo que queria ser en la vida... un experto en gemología. Orienté mis estudios al respecto, fascinado por la posibilidad de trabajar entre piedras preciosas y las obras de arte únicas que formaban el mundo de la Orfebrería.

Obtuve éxito en mi trabajo, aunque no me sirvió de mucho en el plano personal. Con 34 años me encontré con una traumatica separación matrimonial encima, y un regimen económico y de pensiones que volatilizó la mayor parte de mis ahorros. Asi que en parte por conseguir un sueldo mejor, y en parte por alejarme lo más posible de la ciudad en que tanto había sufrido, acepte un puesto para la firma de joyeria holandesa con la que colaboraba, convertirme en representante de la firma, mostrando piezas selectas de catálogo. A primera vista suena como un trabajo excelente, pero han de tener en cuenta que supone vivir de hotel en hotel, siempre a salto de mata y a expensas de los caprichos y pedidos de los clientes. Nunca sabes donde vas a dormir la noche siguiente, y siempre se está en movimiento. Pero yo deseaba algo así en esos momentos. El otro riesgo era el de la seguridad personal. Se llevaba encima muestras que valian una buena cantidad, aunque no tanto como para llevar guardaespaldas. Había que andarse con ojo, que la mafia kosovar y la rusa ya habían dado varios golpes, y mandado al hospital a quien se les resistía.

La parte buena del asunto es que, como la seguridad era mucho mejor y había que dar buena impresión a los clientes, siempre me iba a alojar en los mejores hoteles de las ciudades que visitase. Eso no incluía muchos de los lujos que estos establecimientos ofrecían, pero sí buenas comidas y habitaciones de Grand Hotel. Al principio la cosa fue bien, hasta que la tensión de los viajes continuos, de llevarlo todo en dos maletas, los caprichos de las ancianas damas multimillonarios y de los banqueros que siempre necesitaban un "caprichito especial" para la fulana de turno fueron pasando factura. Eso por no hablar de la sombra de un posible robo o asalto, siempre presente. Pese a estar en buena forma física, todo esto me iba haciendo mella sobre todo a nivel psicologico. Descansaba mal, y comenzaba a perder contacto emocional con la realidad que me rodeaba. Hasta que conocí a Reiné.

Una tarde de Septiembre llegué a uno de los mejores hoteles de Luxemburgo, el hotel "Gran Duque", situado en el corazón de la ciudad estado, con muros cargados de historia, riqueza y corruptelas... lo habitual en la vieja Europa. Llegué allí cansado de corazón, y sin esperar al botones subí a mi habitación portando el maletín de las muestras. Cuando estaba a dos metros de la puerta de caoba, esta se abrió de repente, y apareció ante mis ojos lo que solo puedo describir como un...Angel. Pero no, una criatura asexuada que vive en gracia de Dios no puede compararse con esa mujer.

Me encontré de súbito con una camarera, vestida con un discreto vestido de color negro, con delantal blanco y cofia, que salía de dar los últimos toques a la habitación antes de que la ocupase. Solo pude reparar en su rostro, ovalado, algo rellenito, con una media melena pelirroja natural que enmarcaba una expresión serena, unos ojos verde esmeralda que habrían hecho que cualquier orfebre vendiese su alma a cambio de poder disponer de unas gemas así, con las que poder alcanzar la inmortalidad al crear la joya definitiva. Se movia con gracia, y emanaba paz... como si en lugar de ser una humilde camarera tuviese el más gratificante oficio del mundo. En esa ocasión no reparé en otros rasgos de su anatomia que no fuesen su rostro... ante ella me sentí como el mas tímido y torpe colegial, mientras mi corazón bombeaba como loco. Ella sin duda reparó en mi expresión, desvió educadamente su mirada de mi, y se disculpó con voz suave por haber tardado en preparar el cuarto. No pude articular palabra, se fue antes de que me repusiese.

Al entrar en la habitación, en lugar de buscar posibles fallos en la seguridad, meterme un lingotazo de coñac, y despues meter el muestrario en la caja fuerte, me senté en la cama... incapaz de pensar o reaccionar. Parecerá una reacción exagerada, pero asi fue en ese momento. No espabilè hasta que llegó el botones. Le di su propina distraidamente... luego descubrí que le habia dado 500 euros, maldita fuese mi estampa, y tras lavarme la cara cumplí con mis obligaciones.

De todos modos... necesitaba volver a verla. Así que bajé a recepción, me pasee por los pasillos, hasta que logre mi objetivo. Creo que ella supo en todo momento que mi intención habia sido esa, no debía haber sido yo el primer huesped prendado por ella. Me sonrió un poquito mientras caminaba, empujando un carrito, y pude darme cuenta de que no tenia nada que envidiar a un modelo de Playboy en cuanto a curvas por delante... cuando giré la cabeza al pasar ella de largo, vi uno de los mas maravillosos traseros que jamás había contemplado, marcado con rotundidad por la tela del vestido negro de camarera, y que con el aderezo de la tira del delantal aun era más provocativo. Entonces tropecé con un pliegue de la alfombra, y mi metro ochenta y cinco fue de cabeza al suelo, haciendo un ruido horroroso. Mientras me levantaba con la mayor elegancia de la que fui capaz ( no mucha ), escuche una risita a mis espaldas.

La camarera. No se reia con malicia, ni agresividad, sino con una jovialidad natural, la de una muchacha joven que sabe perfectamente que un hombre se ha dado un trompazo mientras le miraba el trasero. Solo fue un segundo... pero ese sonido se me quedó grabado. Mas tarde supe gracias al botones, que como se pueden imaginar me trataba como a un Rey, que la chica se llamaba Reiné. Y sí, me daba la razón, normal que preguntase por ella, era la mujer mas bella del hotel. Y por lo que contaba, una de las pocas camareras de hotel del mundo que, aunque le ofreciesen una fortuna, no se acostaba con nadie. El botones suspiró, y a mi medió ganas de estrangularlo. El enano bastardo se referia a Reiné ( a Mi Reiné, ya me entienden ), como si fuese un vulgar saco de carne que solo servía para follar. Supongo que fue amor obsesivo compulsivo a primera vista. No la volvía ver hasta que pasaron 5 semanas, en mi siguiente visita.

Siempre me alojaba en la planta en la que ella trabajaba, aunque tuviese que dejar un suplemento de mi bolsillo. Recordarla, pensar en ella, hacia que volviese a dormir tranquilo de nuevo. Y, sí, en el silencio y la soledad de las noches de hotel me masturbaba lentamente pensando en ella, pero mi interes no era meramente sexual, habia algo más en ella, algo que me había prendado. Intenté hablarle cada vez que me hospedaba en el hotel Gran Duque, pero nunca mis bien ensayadas palabras salieron de mi boca. Solo el mas cortés y neutro buenos días.

Poco a poco mi presencia en el hotel me fue haciendo una figura familiar para ella, y ganó un poquito de confianza. Puede que ayudase la costumbre de ese tipo de hoteles de dejar una propina para la camarera debajo de la almohada, el dia que se dejaba la habitación. Yo lo hacia, aunque bien sabía que asi no podria comprar su amor. Y junto al sobre con el dinero dejaba siempre una rosa blanca. Cursi, de acuerdo, pero me salía del alma. De todos modos, tras casi un año de verla así, una o dos veces al mes, el desasosiego volvió a mí. Me estaba volviendo loco, era incapaz de decirle nada por temor a que se riese de mi, y a la vez lo necesitaba más que el respirar. No me atrevía a decirle nada, por mucho que lo intentase. Y el no hacerlo me reventaba el alma.

Al final, encontré una posible solución. No sabia si daria resultado pero... puede que fuese por mi estado de enfermo y apasionado enamoramiento, pero una noche en un hotel de Marsella vi en el DVD de la habitación una pelicula que me apuñaló el corazón. "MALENA", de Giuseppe Tornatore, con Monica Bellucci como protagonista y dueña de la pantalla. En un pueblo siciliano de los años 40, un adolescente se enamora de la mas bella mujer del pueblo, casada con un militar ausente debido a la guerra. Le escribe cartas sin cuento, que nunca envìa. Yo lo haría. Escribiría una carta a Reiné y la dejaría en el sobre de la propina, junto a mi flor... que en esta ocasión sería roja.

Decidirlo fue sencillo, lo malo fue redactar la carta. Redactar cien borradores. Escoger el papel adecuado. La tinta adecuada. No se como no me volví loco de no dormir, mientras hacia los preparativos. Un amanecer ventoso en Milán, sentado en el balcón de mi habitación, terminé la carta. Nunca pensè que haría si era desechada. Que haría si era rechazada. Pero de algún modo yo sentìa que la inspiracion que la Divina Bellucci habìa despertado en mi tenía algo de sobrenatural, que triunfaría. Mi siguiente visita al hotel fue como las anteriores, excepto por el regalo que deje bajo la almohada. Volvì diez dias mas tarde. No se como viví esos diez dias, como los pasé, que sentía, no lo pregunten, no puedo contestarles. Una anciana reumatica en andador podria haberme robado todo el muestrario, no me habria enterado.

Cuando llegué al pasillo en la planta en que me hospedaba, la vi girando una esquina, alejandose de mi. Estuve tentado de correr tras ella, pero mi cobardia me lo volvió a impedir.

Respiré el levisimo rastro que su perfume habia dejado en el pasillo, mientras entraba en mi habitación. Me senté en el borde de la cama... y noté que habia algo sobre la almohada. Un libro, forrado con papel con flores estampadas, como el que usan las mujeres para forrar sus libros mas queridos o usados. Y ese libro olìa a ella. Lo tomé con mano temblorosa, casi lo tiro al suelo... Lo abrí al azar, habia algo dentro. Un petalo de rosa, blanca, seco, prensado. Habia uno marcando paginas diveras. Habia uno por cada flor que le habia dejado, excepto de la última, de la rosa roja. Lagrimas de alegria me llenaron los ojos, me cayeron por las mejillas, mojaron mi camisa.

Ella sentia algo por mi, no me habia rechazado. Los poemas hablaban de la serenidad, de la belleza, de la paz. De lo que sentía por ella. De lo que le había dicho en mi carta. Algo en mi me dijo que no debia ir tras ella, que si lo deseaba ella vendria a mi. Y aunque no lo hiciese, su regalo ya habia sido suficiente para mi. Me encontraba en estado de Gracia. Me tendí sobre la cama, vestido excepto por los zapatos, leyendo el libro. Su libro. Solo tenia encendida la luz de la lampara de la mesilla, mientras fuera las sombras caían sobre la tierra.

Cuando el hotel se encontraba silencioso, cuando el ajetreo del dia dio paso a la quietud nocturna, la puerta de mi cuarto se abrió. No necesitaba mirar, sabia que era ella. Se acercó a mí, sin decir palabra. Y comenzó a desprenderse calmosamente de sus prendas. Del delantal . De la cofia. De sus medias negras.

Del vestido negro. De la combinación. Y mientras tanto me miraba, con la misma expresión de paz y serenidad del dia que la conocí. Pronto quedó desnuda por completo, ante mis ojos, y entonces ví la rosa roja. Recientemente tatuada en su abdomen, cerca del pubis, una discreta y sensual rosa roja. Se acercó más a mi, y tomandome de la corbata me hizo incorporarme. Sin palabras. Se sentó a mi lado...yo no me atrevia a tocarla. Ella puso una de mis manos sobre su pecho, que tampoco me atreví a mover. Entonces me besó en los labios, y mi mano se empezó a mover, y Reiné comenzó a gemir. Durante largo rato, simplemente nos besamos, nos abrazamos, disfrutamos cada uno del olor del cuerpo del otro, sin la desesperada necesidad por copular que tan a menudo nos ciega. Simplemente, cuando surgió el momento, Reiné se deslizó con gracia por el borde de la cama, quedando de rodillas ante mi. Yo no quería permitirlo, ansiaba darle placer a ella mucho mas que recibirlo de sus labios, pero me detuvo con un gesto tranquilo pero firme, tomandome del antebrazo.

Asi que me dejé hacer. Mientras jugaba con su pelo, le acariciaba el cuello y los hombros, Reiné se apropió con sus labios de mi virilidad, hizo de mi lo que quiso, me alojó en la boca que segundos antes habia estado entrelazada con la mia. Con voz ronca le indique que no podrìa aguantar mucho mas, que no deseaba mancharla de esa manera, que no tenía porque hacerlo. Su respuesta fue simplemente continuar, y mientras mi pene comenzaba a temblar, a dar sacudidas dentro de su boca, y yo apartaba las manos de ella por temor a hacerle daño, me derramé en su boca. Continuó unos minutos conmigo en su interior, mientras me iba tranquilizado, antes de retirarse... En ese momento me entro el pánico, pánico ante la idea de que se iba a ir y salir, de dejar mi vida para siempre tras haber hecho una obra de caridad. Le supliqué que no me dejase, que no se fuese aún. Reiné se incorporó, y me puso el indice sobre mis labios. Después se tumbo sobre la cama, boca arriba, las piernas ligeramente separadas y flexionadas, mientras con una mano me soltaba la camisa.

Me levante, quedando ante ella. Me desnudé del mismo modo que había hecho ella, solo que sin poder comparar mis pobres movimientos con su sutil actuación. Una vez terminada esta tarea me acurruqué entre sus piernas, sus interminables y perfectas piernas, y comencé a explorar la piel de sus muslos, de su barriguita, de la zona cercana a su sexo... pero sin tocarlo, ni tocar el tatuaje reciente. Pude notar como se iba humedeciendo poco a poco, sentir como se acariciaba los pechos, como respiraba de un modo cada vez mas ruidoso. Cuando sus aguas comenzaron a resbalar sobre la ropa de cama, acerque mi boca a su sexo.

Nunca he presumido de saber dar placer oral a una mujer de un modo experto, pero como pueden suponerse esa noche me apliqué como nunca. Pude sentir como gozaba ante mis caricias y el roce de mi lengua, pude escucharla gemir de placer, pude sentir sus uñas acariciarme el cuello. A su debido tiempo, tras permanecer abrazados largo rato, hicimos el amor de la manera mas tierna y a la vez apasionada, yo tumbado boca arriba, y ella cabalgandome. Podia ver la expresión de su rostro, acariciar esos pechos que colgaban sobre mi cara... No creo necesario extenderme en detalles.

Desperté cuando la luz del sol me dió en la cara. Ella ya no estaba a mi lado. Lo que si estaba era su libro, pero no los petalos secos. Pudo haberme dejado tieso, en esa ocasión llevaba el muestrario más costoso que jamás se me había confiado. Y ella supo que lo tenía, ya que antes de hacer el amor la segunda vez, la adorné como pocas mujeres lo han estado en su vida. Con una tiara de diamantes. Con una collar de tres vueltas de perlas negras de Malasia. Con pendientes de oro y esmeraldas.

Con anillos de diamantes de fuego del Zaire. Todo estaba sobre la mesa. Solo faltaban los petalos de rosa, pero no... habia uno. De rosa roja. De su rosa roja, el que se ha convertido en el objeto más valioso de mi vida. Supe que no debìa volver a verla, que el tiempo todo lo estropea, y que habia gozado de la noche mas feliz que pudiera experimentar en toda mi vida. Esperaba que para ella hubiese sido al menos una sombra que para mi. Dejé el hotel para no volver, dejando en esta ocasiòn una gargantilla que, siendo la pieza menos valiosa de mi muestrario, representaba hasta el ultimo centimo de todo lo que habia ahorrado en un año de trabajar sin descanso, de propinas más que notables, y de primas por riesgo y demás. No necesitaba ese dinero.

Con la paz de espiritu q ue ella me habia regalado, dejé ese trabajo. Me asenté en una bella ciudad. Me arriegue en abrir un negocio, conocí a la que se ha convertido en mi segunda mujer... y ahora, escuchando mis canciones favoritas de Maná y Amaral, les cuento esta experiencia, para que si un dia la Divina providencia les ofrece un regalo, mediten antes de actuar... y lo acepten.

(Nota : antes de que me acusen de fantasma, aclarare que por supuesto esta es una fantasia, aunque en ella hay una pequeña parte que sí es verdad, una "ayuda divina" que me dió la fortaleza de espiritu necesaria para decirle a la que ha sido la mujer de mi vida lo que sentía ).

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