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Un polvo contra el estrés

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Llevaba unos días un poco decaído, y no sabía porqué me sentía cada vez más desganado y sobre todo muy cansado. Supongo que tenía que ver con que atravesaba una racha de mucho trabajo en la oficina, con un estrés que me impedía pensar en otras cosas. De hecho los fines de semana casi ni salía, y mi vida sexual se había ido aletargando.

Un día hablando con un amigo, me recomendó ir al médico, para que me diese vitaminas o algo así. Hacía mucho que no iba a consulta, así que cuando me dieron cita telefónica con la doctora Zorrilla, ni siquiera me sonaba de nada, aunque su apellido me resultó sugerente. A pesar de que me imaginé a una joven doctora recién salida de la facultad, seguramente sería una señora mayor, como otras veces. Para variar, mi jefe me entretuvo en una reunión, y tuve que salir pitando. Llegué justo cuando ya no quedaba nadie, y eso que me habían dado a última hora para no tener problema, pero la había cagado bien. En el hall no había ni un alma, sólo se oía a la limpiadora en la planta de al lado, y más que nada ya que estaba allí, llamé a la puerta de la doctora.

Me pareció oír algo que no llegué a distinguir, así que abrí la puerta, y entré con cautela. No sabía si habría alguien en consulta. La puerta rechinó, y al fondo, detrás de un biombo con cortinas azules, una voz de mujer preguntó:

- Rosa, cielo ¿eres tú?

Seguramente me confundiría con la enfermera, o con la limpiadora. De mi boca salió una débil frase, mientras deducía que era la doctora, cambiándose:

- Perdone, soy el paciente que entraba en último lugar, creo que he llegado demasiado tarde.

Mientras decía esto, mi curiosidad me llevaba a seguir andando lentamente hacia el biombo. Ella respondió:

- Ah, no se preocupe, me estaba cambiando, por favor, espéreme un segundo que me vuelvo a poner la bata.

Tenía voz de mujer, no era ninguna jovencita, pero al ver que había un resquicio en el biombo, como los que se forman en los probadores de las tiendas, no pude evitar echar un ojo. Lo que vi aceleró mi pulso, y el riesgo de ser pillado me acrecentó el subidón. La doctora se estaba desabrochando la blusa y su falda estaba en el suelo, a sus pies, mientras se estiraba a coger la bata blanca. Pude ver que llevaba un sujetador de flores, a juego con las bragas blancas, también de encaje de flores. Éstas se le transparentaban bajo unos pantys blanquísimos, con demarcación por debajo de la entrepierna y el borde ajustado perfectamente a la altura de su ombligo. No estaba nada mal, su cuerpo era muy sexy, y más en esa situación...

Me fijé rápidamente en su entrepierna, en sus pechos y recorrí sus piernas blancas de arriba a abajo. Sentí que se me ponía dura, justo cuando ella ya se abrochaba los últimos botones de la bata. Justo en ese momento, mientras yo estaba girado completamente hacia ella, contemplando el espectáculo, entró por la puerta de la consulta la doctora en prácticas, una chica joven, vestida de calle, casi sin hacer ruido:

- Perdón, ¿es usted el paciente?

Yo me volví de golpe, nervioso porque me acababa de pillar mirando a través del biombo. Ella disimuló de forma muy evidente, y yo también. Durante unos segundos ambos esperamos a la doctora, mirándonos disimuladamente. La chica llevaba unos vaqueros ajustados y un jersey rosa, no parecía estar nada mal, pero al sentir que salía la doctora, me puse en pie y me volví hacia ella:

- Perdone, siento el retraso...

Ella me dijo que no importaba, y me pidió que me sentase. Cuando lo hice, noté cómo la chica se aguantaba la risa. Evidentemente había notado mi erección, mientras yo me quedaba prendado de su jefa. Era una señora de unos 40 años muy bien llevados, con una melena caoba hasta los hombros y una figura bastante atractiva. Llevaba los labios pintados y sus ojos eran claros, realmente era guapa. Al sentarse, cruzó las piernas y yo no podía dejar de pensar en su cuerpo semidesnudo.

- Usted me dirá en qué podemos ayudarle...

Yo pensaba que todos mis problemas se arreglarían si hacíamos el amor sobre la camilla, me había puesto muy caliente, era una madurita sexy. Y la chica no hacía más que mirarme.

Me escuchó tartamudear y después de hacerme una rápida revisión, me dijo:

- Creo que tengo claro lo que necesita, ahora vuelvo.

Nos quedamos solos la chica y yo, y entonces me susurró:

- Se te ha notado mucho que esta señora te pone, aunque es un poco mayorcita para ti, no?

Yo me quedé flipado, no esperaba eso, pero tenía toda la razón, así que le dije que sinceramente no me importaría echarle un buen polvo. Ella se sonrió, y cuando volvió su jefa le dijo:

- Clara, si no te importa me marcho ya.

Ella le dijo que por supuesto, y una vez se cerró la puerta se me acercó y me dijo mirándome a los ojos:

- Casi mejor que nos deje solos. Creo que lo que le pasa, a la vista de los síntomas, es que está muy estresado. Si me permite el consejo, salga a divertirse y utilice esto.

Y entonces alargó la mano, extendiendo sobre la mesa dos preservativos. Al ver mi cara de sorpresa, me aclaró que sabía por mi historial que estaba soltero y había deducido que trabajaba mucho y me divertía poco. ¿Me estaba recetando un polvo? Para colmo me fijé en su escote y el sexo me vino de lleno a la imaginación.

- El sexo es fundamental para llevar una vida sana, hágame caso y busque una mujer con la que le apetezca disfrutar de algo de intimidad. Le hará muy bien para relajarse.

Mientras me decía eso, yo no podía dejar de pensar en sus curvas, en esos pechos tan atractivos y en su culito, que me había dejado hipnotizado. No se me ocurría ningún plan mejor que seguir su consejo con ella misma, aunque a mí mismo me parecía un poco surrealista. Me fijé en su mano y no llevaba anillo, igual hasta estaba soltera, o divorciada...

Me despidió muy amable, dándome la mano, y con ese gesto tan simple, se me volvió a poner dura. Salí de la consulta y no se oía nada en toda la planta. Me quedé un momento pensando y cogiendo aire, abrí la puerta sigilosamente y volví a entrar en la consulta...

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