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La otra cueva

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Era la hora. El sol empezaba a declinar sobre las aguas turquesas del Mediterráneo. Ah! Qué belleza de paisaje, el bosque de pinos bajos, los aromáticos arbustos liberando a esta hora sus delicados aromas, las cuevas marinas oscureciéndose. Las pequeñas olas alisando la gruesa arena de la playa. El acantilado estaba cerca. Sabíamos que no solía quedar nadie a esas horas... sólo había que zambullirse un poco, sorteando un escollo de roca que tapaba la entrada de la gruta.

La temperatura del agua era deliciosamente fresca, y la piel la recibía con placer en cada poro, tras una jornada al sol. Buceé un poco para entrar en la cueva sin ser oída y remoloneé un poco en el agua dejando ondear mi pelo suelto como si de los cabellos de una sirena se tratase. Pero al salir a la superficie, la tenue luz de una lámpara de vela me atrajo irremisiblemente. Salí del agua, totalmente desnuda y mojada, dejando que las gotas resbalaran hacia el suelo, y caminé sin prisa como una polilla hacia la luz. La brisa marina traía una música lejana de alguna terraza chill out, y mis pezones se erizaron al recibirla. Estabas allí tumbado, sin abrir los ojos, sonriendo, esperándome.

Ninguna palabra estorbaría ese instante, y me agaché para acercarme a ti dejando que mi pelo goteara sobre tus piernas. Al contacto con el agua, por una feliz asociación de recuerdos, tu pene empezó a incorporarse. Sólo dejaste escapar un gemido de satisfacción anticipada. Después, a cuatro patas, las gotas decoraron tu pecho, quedando atrapadas entre el vello que lo cubría. Un beso salado y húmedo recorrió tus labios y tu cuello, mientras el pelo seguía resbalando sobre ti. Fui serpenteando por tu costado para lamer un pezón mientras sentía cómo uno de los míos arañaba tu vello con su turgencia. Sin premura me acerqué al otro pezón, y tras dejar que goteara un mechón de pelo sobre él, lo succioné unos instantes de sonoro placer. El sabor salado, la brisa cálida, la música chill out y la luz de la vela eran toda nuestra compañía en aquel lugar privado. Me fui retirando para mojar tu ombligo, tu vientre, tus ingles... alguien estaba reclamando atención con toda la firmeza de que era capaz. Lo lamí. Lo presioné con mi pecho. Lo enganché con mi pezón para colocarlo más alto... y me deslicé en sentido contrario al tuyo para chupar ese turgente paquete con gula, mientras mi pecho seguía rozando tu glande ya desnudo. No desaprovechaste la cercanía de mis glúteos expuestos para acariciar con tu barba apenas recortada tan sensible zona. Mientras te succionaba los huevos tirando de ellos con energía, sentía tu polla palpitando entre mis pechos y tu lengua explorando mis labios y mi vulva. La salitre cedió a nuestros jugos y mientras deslizaba mis manos en tus inglés, tú succionabas mi clítoris con avidez. La oscuridad era casi total, y los juegos de sombras que la vela realizaba en las paredes con nuestros cuerpos lo hacía más insinuante. Deslicé tu glande en mi boca y cerrándola un tanto fui bajando lentamente mientras gruñías de placer. Adoraba ese momento de entrega absoluta, de poder sobre tu cuerpo y tu mente, de estar exactamente donde tenía que estar. Tus manos se aferraron a mis nalgas separadas por tu nariz y tu lengua. Entre las notas de la música nocturna se oía ya el chapoteo de nuestras bocas trabajando. Empecé a subir y a bajar con más urgencia mi boca, mientras te masajeaba los huevos y el camino hacia el siguiente orificio disponible. Elevaste el tronco para presionar más mi vagina, lo cual produjo una inmediata respuesta abdominal. Tu polla parecía reventar en mi boca, y mis pechos colgaban cada vez que yo subía. Me la metí hasta el fondo, haciendo disfrutar a mis pezones del contacto con tu cuerpo. Tú sollozaste ¡Síiiiiii, oh! y apretaste las manos en mi culo. Ondulé la lengua para que notaras su contacto en tu miembro erguido. Y entonces metiste esos dos dedos en mi vagina, que se abrió para ti después del regalo de tu lengua Aaa:

Ahhhhhhhh, quería correrme así, con tu pene en mi boca y tus dedos arqueándose adentro mía, pero me dejaste con las ganas y volviste a chupetear mi clítoris. Empecé a notar cómo se acercaba, cómo tus fluidos cambiaban de sabor y textura, cómo tu paquete se recogía hacia el interior, presioné más la zona cercana al ano y tú moviste frenéticamente la cabeza hacia los lados en respuesta. Segundos después de que tu leche regara mi rostro y mi pecho, una ola de calor y placer inundó mi cuerpo. Aceleraste mi placer con ese movimiento rápido y lateral hasta que me desplomé sobre tu cuerpo exhausto y complaciente.

Te limpié con mis cabellos mojados y me deslicé hacia el agua tan sigilosamente como había llegado. Podría ser sirena, pensé, y cabalgar mortales cada noche en cada gruta de la isla...

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