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La reeducación de Areana (24)

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Una vez que la única visita de esa tarde se hubo retirado, una señora llamada Zelmira, el Ama Amalia quiso saber sobre sus perras.

-Bueno, Eva le contó su entrevista con esa profesora. –le dijo Milena.

-Sí, esa mujer me interesa por su forma de ser, así que veremos. ¿Y la perrita?

-Lucía le hace guarradas en la escuela, usted lo sabe, señora. –Amalia rió ante el comentario y dijo:

-Sí, ya empezó a volverla loca y la voy a alentar a que siga adelante.

-Ok, señora. –acordó Milena y quince minutos después, cuando Amalia ya se había retirado, comenzaba a preparar su cena y la de las perras, que descansaban somnolientas y abrazadas en la cama.

……………

Era jueves por la noche y la profesora Godínez se sentía presa de una fiebre que le abrasaba la mente, el cuerpo y el alma en vísperas de su nueva clase de geografía y, consecuentemente, de su encuentro decisivo con Areana, ese encuentro en el que ella caería rendida ante el poder de Satanás ejercido a través de su enviada. Estaba decidida a sumergirse en esa corriente ígnea que la arrastraba y a desafiar al Maldito aun a costa de una primera derrota. Casi no durmió en toda la noche, apenas algún sueño ligero y breve arrancado al insomnio a puro agotamiento. Después, ya en la mañana, el baño, el desayuno y una ansiedad que se le había adherido a la mente como una ventosa.

Lucía, por su parte, ignoraba, claro está, los planes de la profesora Godínez para ese día, pero tenía los suyos tras el objetivo de hacerle la vida imposible a Areana.

Al llegar a la escuela y antes de que se presentara la esclavita se encontró con Rocío y Guadalupe:

-Hoy la voy a hacer mierda en la clase de la Godínez. –les anticipó, pero fue inflexible en su negativa de contarles qué idea tenía.

Areana era la comidilla de la división desde que Lucía la acusara de haberla tocado en clase, pero a ella no le importaba porque sus únicas relaciones en la escuela eran Lucía, Rocío, Guadalupe y, en menor medida, Graciana.

Por fin llegó la clase de Geografía y estaba en plano desarrollo, con la profesora configurando en el pizarrón cierta cadena montañosa de Asia cuando de pronto Areana sintió el contacto de una mano en su muslo derecho, una mano que ascendía lenta e inexorablemente hacia su entrepierna. Dio un respingo y quiso apartar la pierna, pero le fue imposible en el estrecho espacio que había bajo el pupitre.

-No, por favor, señorita Lucía… no… -suplicó en voz baja, pero sólo obtuvo como una respuesta una risita ahogada de su asaltante. Quiso cerrar las piernas y la consecuencia fue un fuerte pellizco en el muslo, ya presa absoluta de esa mano que en un avance final llegó a destino. Los dedos de Lucía desplazaron el borde de la bombacha y comenzaron a acariciar los labios genitales externos y a introducirse un poco entre ellos cada tanto hasta que la pérfida adolescente notó, complacida, que de la concha de su víctima comenzaba a brotar el flujo. Se ladeó entonces hacia su izquierda y con la boca pegada al oído de Areana le murmuró entre dientes:

-Sos una perra en celo, una puta…

-Por favor… -volvió a suplicar inútilmente la esclavita mientras sentía los dedos de Lucía hundirse en su vagina cada vez más mojada y sus piernas pataleaban incontrolables. Ahora Lucía le pasaba la lengua por la oreja y le murmuraba frases obscenas al par que había comenzado a jugar con su clítoris. Areana gemía y jadeaba ya perdida por completo toda conciencia, toda noción de tiempo y espacio hasta que entre gritos roncos estalló en el orgasmo mientras un murmullo de asombro y curiosidad se iba extendiendo por el aula.

-¡¿Qué está pasando acá?! –gritó la Godínez en busca de imponer el orden mientras Lucía se ponía de pie y saltaba hacia un costado del pupitre con un insulto dirigido a Areana:

-¡Asquerosa!

-¡¡¡¿Qué le pasa, Gutiérrez?!!! –volvió a preguntar la profesora con la confusión dibujada en su rostro.

-Por favor… -suplicó la esclavita entre sollozos incontenibles.

-¡Esta asquerosa se pa… se masturbó, señora!

-¡¿Qué?! –bramó la Godínez con los ojos agrandados al máximo por el asombro.

-Se masturbó, señora. –insistió Lucía regodeándose por dentro a la espera de la reacción de la profesora, que de inmediato y con tono estentóreo llamó a Areana al frente.

-¡¡¡KAUFFMAN, VENGA PARA ACÁ!!!

En realidad, la docente sentía que un volcán había comenzado a activarse en su interior y derramaba lava ardiente por todo su ser, pero necesitaba disimular lo que estaba sintiendo y de allí sus gritos y su aparente indignación.

Areana se adelantó temblorosa y avergonzada, con la cabeza gacha y las mejillas ardiendo.

-¡Díganos ya mismo lo que hizo, Kauffman, y en voz bien alta!

-Por favor, señora…

-¡¡DÍGALO!!!

-Me… me…

-¡¡¡EN VOZ ALTA, KAUFFMAN!!! –exigió impiadosa la Godínez.

-¡ME MASTURBÉ! –gritó la esclavita y comprobó, una vez más, que la humillación constituía para ella un fuerte estimulante erótico y mucho más si era pública, como en este caso.

Toda la clase prorrumpió en carcajadas y la Godínez sintió que se estaba excitando cada vez, con Areana ante ella y sometida a tamaño escarnio.

-¡Es una asquerosa! ¡una pajera! –gritaba Lucía y a fuerza de gritar consiguió que el resto de las alumnas se sumara entre risas mientras Areana se había largado a llorar, incapaz de controlar la enorme tensión que la invadía y agitaba.

La profesora, erguida en el estrado cuan alta era disfrutaba con el suplicio sicológico que estaba padeciendo esa jovencita enviada por Satanás para estimular el pecado en La Tierra, hasta que consiguió imponer silencio a la clase y entonces dijo:

-Kauffman, salga ya mismo del aula y se me para en el pasillo de cara a la pared y antes de irse me ve en la sala de profesores.

-Sí, señora… -murmuró Areana y camino a la puerta debió oír otra vez el insulto de Lucía:

-¡Asquerosa! –y nuevas carcajadas.

La profesora logró a duras penas disimular su excitación y con algún esfuerzo pudo restablecer el orden y continuar su clase, aunque mojada y con la mente puesta en Areana. Al salir del aula la vio de pie contra la pared y le dijo:

-Vuelva adentro, Kauffman y recuerde que la espero en la sala de profesores.

-Sí, señora… -murmuró la esclavita y Godínez sintió que hasta la voz de la niña le resultaba excitante, por su tono de sometimiento.

“Satanás la hizo perfecta para su misión en La Tierra”, se dijo.

Le fue difícil esperar a que llegara, por fin, la hora en que Areana debía presentarse en la sala de profesores. Tuvo que ir varias veces al baño para refrescarse la cara e incluso hasta pensó en masturbarse en la intimidad de uno de los gabinetes con inodoro, pero desechó la idea a fin de conservar toda su calentura para cuando tuviera a la niña a su disposición.

Cuando oyó llamar a la puerta saltó de la silla como eyectada, se aclaró la garganta y dijo tratando de que su voz sonara lo más firme posible:

-¡Adelante! –y Areana entró.

-Cierre con llave, Kauffman, como siempre.

-Sí, señora… -contestó la esclavita y obedeció la orden para después permanecer inmóvil, mirando al piso y con las manos atrás.

La profesora había decidido azotarla con la regla de madera, pero además darle una buena dosis de chirlos, de manera que colocó a un costado de la mesa una silla, se sentó y dijo luego:

-Venga, Kauffman. –y Areana avanzó temblorosa sin alzar la cabeza. Estaba excitada; esa mujer la excitaba mucho con su trato dominante y se encontró deseando que la tomara sexualmente. Sin embargo, ella le pertenecía a la señora Amalia y sólo podía estar con otras mujeres si su Ama la entregaba o le daba su autorización, pero ¿cómo pedir esa autorización si la señora Godínez decidiera cogerla? ¿Debía negarse, resistirse?

La orden la sorprendió en medio de tales pensamientos:

-Echesé boca abajo sobre mis rodillas, Kauffman.

-Sí… sí, señora… -dijo la esclavita con una voz que la emoción había reducido a un mínimo audible.

La Godínez pudo controlar con esfuerzo el estremecimiento que la agitó al sentir sobre sus muslos el cuerpo de la niña, ese cuerpo que ella ansiaba con desesperación y cada vez más intensamente. Sus manos temblaban cuando fue subiéndole la falda hasta la cintura y después, al deslizar la bombacha hasta los tobillos, para lo cual tuvo que casi pegar su rostro a esas nalguitas perfectas, redondas y fimes al tacto, tal como pudo comprobar al deslizar una mano por ellas. Areana respiraba fuerte por la boca y de pronto no pudo contener un gemido.

La mano descendía lentamente por uno de sus muslos encendiéndola de deseo, pero a la vez su conciencia de esclava propiedad del Ama Amalia le reclamaba oponerse, resistirse. Sabía que no tenía derecho a entregarse a otra mujer sin el permiso de su Ama y vaciló cuando oyó la pregunta de la Godínez:

-¿Le gusta, Kauffman? –formulada con voz algo enronquecida.

-Contestá, putita. –le exigió la profesora tuteándola por primera vez.

-Por favor, señora… Por favor, no…

Al escuchar tal súplica la Godínez dijo, presa del asombro y el disgusto:

-¡¿No?!... ¡¿Qué estás diciendo, degenerada?! ¡¿Te paj… te masturbaste en plena clase y ahora te hacés la puritana?!

Areana era presa de una tensión difícil de soportar: por un lado su fuerte deseo de ser tomada sexualmente por la profesora pero, a la vez, su conciencia de que no le estaba permitido entregarse sin el permiso de Amalia. Fue entonces que la Godínez la sorprendió diciéndole:

-Sé muy bien quién sos, Kauffman. Sos una enviada de Satanás para sembrar y estimular el pecado en La Tierra.

-¡¿Qué?! –se asombró la niña ante semejante afirmación.

-Basta de disimular, Kauffman, me ganaste, Satanás me ganó, te voy a coger, pero antes vas a saber lo que es bueno por haberte masturbado en clase. –dijo la Godínez y dejó caer su mano sobre el trasero de Areana. Dado el tiempo que no era nalgueada, la niña sintió un placer intenso que de inmediato se repitió varias veces, porque la profesora siguió pegando en una y otra de sus nalgas. La esclavita movía sus caderas de un lado al otro y frotaba su vientre contra los muslos de la Godínez, que iba excitándose aceleradamente a medida que la zurra se desarrollaba. En cierto momento la profesora detuvo la golpiza e introdujo dos dedos de su mano derecha entre las nalgas de Areana buscándole la concha. La encontró muy mojada y eso la excitó aún más. Hurgó un poco en la vagina y luego se llevó esos dos dedos a la boca, lamiéndolos y temblando mientras tragaba ese flujo adolescente.

-Puta… -dijo saboreando el insulto. –Sos muy puta, Kauffman… - Inmediatamente siguió con los chirlos mientras le hablaba a su víctima:

-Satanás te preparó bien, te hizo bien puta, bien depravada y muy atractiva para que cumplas tu misión…

Areana, presa del intenso goce que le deparaba la paliza y acicateada por la exploraciòn de esos dedos en su concha estaba ya ardiendo de calentura, pero a la vez decidida a resistir la violación, por respeto a su Ama.

-No… no, señora, no… por favor no… -susurraba mientras corcoveaba a cada chirlo y se excitaba cada vez más.

La Godínez ardía por dentro y por fuera y en estado extremo de calentura era consciente de que la resistencia de la niña le sumaba morbo a la situación. Pensó, sin dejar de nalguear a la esclavita, que Satán había comenzado a poseerla a través de su enviada y no encontró ninguna posibilidad de resistirse. De su vagina manaba abundante flujo y no quiso ni pudo demorar más el goce sexual.

(Continuará)

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