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¡Dámela toda, mi amor! (13): Reformas en el local.

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Budapest.

 

El gimnasio de Dimitri. Y yo hablaba con mi viejo maestro, pues aprendí mucho de él.

-Debes interpretar la vida como un combate, desgraciadamente en deteminadas peleas, no hay un puesto para el perdedor o el número dos -hablaba Dimitri como un filósofo.

-La relación con Helga parece seria -alegué mirando al ring donde empezaban a pelear dos adolescentes.

-Oye. Debéis de aclarar ese asunto tu amiga y tú. No podéis estar siempre jodiendo como unos conejos. Cuando yo era joven también tuve mis aventuras amorosas con otras muchachas, una de ellas era tan hermosa que un año llegó a ser finalista en un concurso de Miss Mundo. No... no me preguntes en qué año y cómo fue. No te responderé nada...

"Pero al final conocí a la que después sería mi esposa, precisamente en una cena con amigos. Entonces unas chicas se unieron a nosotros en una fiesta. Yo no te digo que renuncies a esa bailarina, pero si ella no está muy segura contigo, cuando conozca a otro individuo que pueda aportar más cosas a su ajetreada y desordenada vida, te abandonará.

Callaba.

-Mira, muchacho -siguió el entrenador mientras nos sentábamos en un banquillo-. En este tema no te puedo ayudar, solamente te aconsejaré. No es como un combate en el ring. Sí, te lo diré mejor... Todavía es un combate, sin embargo no puedes utilizar los puños.

Después de oír los amables sugerencias de Dimitri dejé el gimnasio y cogí mi coche para dirigirme al Club Lastritza, que por aquellos días estaba en obras y se había cerrado. Sin embargo no significaba que sus empleados tuviesen fiesta.

Sándor recomendó a Miklos que para reducir la mitad de los gastos, por las mañanas los guardespaldas y algunas chicas podrían limpiar y sacar las cosas de la parte vieja del edificio. Esa tarea parecía sencilla, pero iba a llevar mucho tiempo. Finalmente vendrían los albañiles para acabar de acondicionar la casa.

Por las noches no se hacía nada, por ello a las ocho se cerraba, pero al amanecer ya debíamos acudir al local para seguir las actividades. El nuevo horario me dio más dedicación para Helga. Esta vez mi amiga y yo nos metimos en el lavabo del restaurante donde solíamos comer los fines de semana. Y antes de que nos sirvieran el pollo con especias y el Tokay, escuchaba los gemidos de placer de mi bailarina preferida mientras introducía mi palpitante pene en su vagina. Y apretaba mi cuerpo contra el suyo en una mugrienta pared del lavabo de señoras.

Mis embestidas eran fuertes como siempre...

-Calla- -susurraba yo-. ¡Ah! ¡Haz el favor! ¡Nos pueden oír!

-No, no puedo, me vuelvo a correr... otra vez. Sigue así, mi Gallito. Sí...

Se salió un momento mi miembro de sus enrojecidos labios, pero ella misma cogió mi polla y se la introdujo de nuevo en el agujero, pues yo tenía las manos ocupadas. La aguantaba por los muslos y el culo. Al final puse mis dedos en su boca, pues iba a gritar. Luego los aparté. ¿Qué importaba? Si oyesen cómo disfrutábamos

El apetecido orgasmo... Sin embargo después vino una sensación desagradable. Hacer el amor en un lavabo tiene sus inconvenientes. Cuando acabas, debes darte prisa en ponerte la ropa y abandonar con el máximo disimulo posible el lugar, si no te interrumpen las autoridades antes. Es más bonito y romántico hacerlo en una cama, sin prisas y sin programarlo, pues Helga y yo ya sabíamos que iban a haber entremeses antes del pollo.

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