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Historia del chip 021 - Un jefe, dos ojos - Kim 009

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Se llevaba muy bien con él, sobre todo porque no era un hipócrita. Le gustaban las mujeres y en su puesto le resultaba fácil intimar. A Kim siempre la había respetado. En cuanto la conoció le dijo: “Me compensa más verte cerca que tenerte cerca” y ahí acabaron las confusiones. Alguna vez comentaba el atuendo de su subordinada, siempre en tono favorecedor. Se tenían mutua confianza, hasta el punto que tenía acceso a su ordenador. Por casualidad, en una ocasión que le había pedido que le buscase una página de un cliente, buscando en el historial de páginas visitadas, llegó a una selección de imágenes eróticas. Eran fascinantes. Después de hallar lo que necesitaba e imprimírselo, se quedó un rato navegando por los lugares que había visitado.

Posteriormente se lo dijo, pensando que era lo más correcto. Quizás era mejor que visitase esas páginas en modo navegación privada.

—No tiene sentido esconder que me gustan las mujeres bellas, además, sólo tú tienes acceso al ordenador y con lo atractiva que eres no creo que tengas envidia— respondió sin timidez.

Kim se pasó horas viendo esas fotos en su ordenador, -pues memorizó la url-, y después de examinarlas concienzudamente llegó la conclusión que le habían echado el cumplido más grande de su vida. También asimiló que tenía una enorme suerte con un jefe así. Desde la implantación del chip, muchos hombres habían empezado a tener un pésimo comportamiento laboral trasladando su posesividad sexual a un ámbito equivocado. Pero éste no era el caso. Kim cuidó mucho más su aspecto desde ese día, no para impresionarle sino para no decepcionarle. Quería mantener el puesto. Y, no quería negarlo, tener al jefe de su lado siempre era conveniente.

Poco a poco fue llevando también parte de su agenda privada al estar bastante ocupado. Había dos mujeres fijas en su vida. De manera intermitente buscaba una tercera. Sin agobios. Kim se hizo amiga de las dos. Siempre llamaban a la oficina, -nunca al móvil-, para no molestarle en el momento inadecuado. Había una frontera difusa entre ellos. Siendo Kim la subalterna acabó por conocer mucho más de Juhani, -así es como se llamaba-, que él de ella.

Uno de sus secretos, que Kim descubrió por casualidad, era lo absorto que se quedaba al contemplar a una mujer. Venía una vez a la semana una mujer, Niahm, bellísima a rabiar. Era consciente del impacto sobre él. Sus pases de modelo tumbarían de espaldas a un monje.

Recordaba el día que le pilló. Niahm se había levantado para hablar por el móvil, con lo que estaba junto a la ventana. El vestido que llevaba era lo bastante trasparente como para que al trasluz se viese su perfil desnudo sin trabas. Resultaba obvio que no llevaba nada debajo. Kim entró a entregarle un informe sin que él se diera cuenta de que estaba allí. No lo interrumpió. Quiso ver lo que el veía, lo que implicaba mirar hacia Niahm. Entendió la subyugación, la devastación que provocaba. Tan concentrada hablando por teléfono que puede que no se diese cuenta del espectáculo que ofrecía. O no le importaba.

No se trataba de la motivación que pudiera tener Niahm sino de la expresión de Juhani. Su semblante era de éxtasis inocente y de apreciación admirativa. Si hubiera notado que Kim estaba allí hubiera desviado la mirada y cambiado la expresión. Entonces Kim cayó en algo completamente distinto. La chica seguro que sabía que estaba siendo contemplada. Era imposible que no se hubiera dado cuenta al cabo de ese rato. Le gustaba. Como si les hubiera leído la mente, Kim supuso que eran amantes o lo serían. Se convertiría en la tercera mujer de Juhani. La atracción que vio era tan sutil, tan enhebrada que creyó que era un privilegio poder vislumbrar algo cuya cualidad rozaba lo etéreo, siendo tan real.

Hiciera lo que hiciera rompería el hechizo, una extraña en medio de un conjuro mágico, los demás participantes danzando con sus ojos o sus siluetas recortadas. Ella era un elefante con zancos rompiendo todo a su paso. Así se sentía o imaginaba que se sentiría cuando se diesen cuenta de su presencia. Esperó al momento oportuno. Miró hacia Juhani. Los ojos apuntaban hacia ella. ¿Hacía cuanto rato? Con voz quebrada dijo: “Déjame contemplaros juntas” mientras señalaba hacia la ventana. Quería que se pusiera junto al otro objeto de deseo.

Kim dejó el informe en la mesa para completar su misión inicial y se colocó frente a Niahm, quién por fin se percató de su presencia al aproximarse. La miró y dijo a su interlocutor: “Luego te llamo, chao.” Colgó y le cogió la mano a Kim.

—Debes haber traído el informe. Te lo agradezco. Mira, me gustaría comer contigo algún día. Hoy mismo si puede ser.

En ningún momento miró hacia la mesa o hacia Juhani, aunque seguro que era consciente de todo.

Kim sintió algo de rubor. Llevaba su eterna falda corta. Hoy, precisamente, su top era ajustado. Así su perfil al contraluz también podría apreciarse. Tenía diez años menos que Niahm, pero no le daba consuelo alguno. Sentirse bella era una cosa, mostrarse bella otra distinta. Y disfrutar mientras te contemplan otra. Niahm había entendido en un instante lo que a ella le podría llevar toda una vida. A no romper los momentos mágicos. Esos que todo hombre anhela.

—Hoy está bien, pero Juhani tiene una comida con otro cliente. Quizás prefieras quedar en otra ocasión— dijo Kim intentando librarse.

Niahm negó enfáticamente.

—No, casi mejor. A él lo tengo muy visto.

Y, ahora sí, miró hacia y él le lanzó una sonrisa. Entendiendo el juego, Kim lanzó otra. ¡Qué remedio! Que comparase todos los aspectos que quisiese. Sabía de sus gustos.

Niahm y Kim se miraron con curiosidad antes de empezar con la ensalada que habían decidido. Niahm habló primero.

—No te sientas cohibida por lo de antes, en el despacho. Siempre estamos jugando a este tipo de juegos.

Kim esperó a que continuase.

—La verdad es que soy casi su tercera mujer. Aceptaré serlo si me lo pide.

Kim pensó que Juhani estaría loco si no se lo pedía. Por otra parte, se sentía incómodo conociendo estas intimidades de su jefe.

—¿Por qué casarse con él? ¿Y el chip?”

—No tiene importancia. Me turnaría con sus dos esposas. Me llevo de maravilla con ellas.

Kim casi no podía imaginarse que un hombre pudiera conseguir que tres mujeres tan hermosas como el cielo, compartiesen a un hombre en estos tiempos. Antes del chip, un hombre todavía podía satisfacer sin demasiados problemas a varias mujeres, pero eso ya era imposible. Tenía que estar eligiendo continuamente.

—No puedo comprenderlo, Niahm.

—¿No te has acostado con él?

—No quiere. Le gusta tenerme por la oficina y prefiere no estropear las cosas. Además, sabe que tengo novio.

—¿No practicáis la libertad sexual?

—Toda. En realidad, mi novio me fomenta que vaya con otros.

—Casi me resulta extraño que Juhani no lo haya intentado contigo.

—A mí también, lo reconozco. Quizás me quiera como a una amiga. Así me trata.

— Posiblemente. Con Juhani nunca se sabe. Tu reacción de hoy… No te molestó que te contemplase. ¿Ya habías posado para él?

— No. A veces posa su mirada en mí y hago como que no me doy cuenta, pero nunca me había pedido explícitamente que me exhibiera.

—¿Y te gustó? — preguntó Niahm sabiendo perfectamente la respuesta, pero con la curiosidad de saber si Kim sería sincera.

—Por mí, iría desnuda por la oficina.

—Es una idea— reafirmó divertida Niahm. —Algo me dice que ya sabías cómo es.

—Tengo acceso a su ordenador. Y he visto las fotografías que tiene.

—Lo que seguramente no te ha dicho es que tiene una página web, una página muy visitada, llamada ‘la chica de la semana’.

— No, no lo sabía.

— Te mandaré la dirección. Hace maravillas con el cuerpo de una mujer.

Kim asintió, fascinada. Tenía una clara idea de cómo eran las fotos. O como veían a las mujeres. Incluso a ella.

*—*—*

Se sentía como en una primera cita. Dos horas de preparación para su primera noche. Roger tenía que ir a Siena por cuestiones de trabajo. Podrían salir por la tarde y pasar la noche juntos. Tenía una reunión a media tarde del día siguiente así que pensaba que podría descansar lo suficiente por la mañana. Le avisó un día antes y Kim se pasó corriendo de un lado para otro hasta que Mary dijo basta, señalando primero que estaba preparada para pasar la noche con él. Era suficiente su cuerpo desnudo y hambriento. Dos, el trozo de tela que llevase no le duraría mucho tiempo puesto. La clave era no romper el encanto. Tres, ella prepararía todo. Mientras tanto, que hiciese ejercicio y durmiese. Le vendría bien a la noche siguiente. Nada de toqueteos hasta que estuviese con Roger.

Para Kim eso era la muerte. Quedaba más de un día. No aguantaría sin que la tocasen. Se frotó al chándal de Mary e inició un beso. Mary le golpeó el culo sonoramente.

—Buen intento. Puedes frotarte todo lo que quieras, pero mañana por la noche serás una verdadera perra en celo. Por cierto, habría que depilarte— recordó con alevosía.

Kim siempre tenía la piel suave. Cada mes realizaba un tratamiento completo a la cera. No tenía nada de vello.

—Sabes que mi piel está perfecta.

Subió el muslo y lo llevó entre las piernas de Mary sabiendo que le sería imposible no acariciarlo.

Mary se explayó un buen rato en la textura, relamiéndose en la dulzura sedosa y aterciopelada. Mientras Kim trataba de obviar el tejido irritante del chándal. Tenía práctica. La ropa que Mary llevaba en casa siempre era así.

—Así que no me has escuchado antes. ¡Nada de juegos! Sí, la piel está perfecta. Yo pensaba en dejarla más sensible y quitar ese vello que seguro que hay—indicó Mary, en el fondo incapaz de detectar nada parecido.

— Pero, fui hace diez días. Si el vello está muy corto, es muy doloroso tirar de la cera— argumentó.

—Tú misma— dijo Mary mientras su mano recorría el muslo. Kim no creía que valiese la pena.

—A Roger le encanta mi piel. Nunca se ha quejado. Le vuelve loco acariciarme.

Sin dejar de inspeccionar el muslo, Mary le dijo al oído: “¿Crees que apreciará que te hayas tomado la molestia?”

Kim se rindió.

—Está bien. Puede que llegue a estimarlo. Llamaré para ver si tienen un hueco.

Mary se adelantó de nuevo.

—Ve directamente. Eres cliente habitual. Otra cosa, depílate una vez con cera algo fría, luego te haces un peeling, que te froten bien y por último otra depilación con cera más caliente.

Kim consideró que eso era como pedir que la despellejasen viva. Sin embargo, se veía incapaz de decir de incumplir las órdenes de Mary. Empezó a vestirse. Se puso las bragas.

—No lleves ropa interior. Debes prepararte mentalmente para estar con él. Excitada y dispuesta.

Kim se quitó las bragas, mientras tanto Mary busco una prenda en el armario. Sacó un vestido blanco y rebuscó hasta encontrar unos zapatos. Kim pensó que se helaría de frío. Era de algodón, veraniego. Los tacones eran los más altos que tenía y no casaban para nada siendo negros. Se había ido acostumbrado a llevar zapatos más altos y sin embargo Mary nunca estaba satisfecha y eso que prácticamente podía bailar en ellos.

—No pegan, Mary—recalcó Kim, aunque no pensaba que fuera a ganar ninguna discusión.

—Tranquila, llévate también una gabardina. A la vuelta hará frío.

Y le ofreció la que estaba colgada de la puerta de la entrada. Una gris oscuro, corta, con un cinturón para ajustarla. No tenía botones. Kim se encogió de hombros. Mary le colocó el vestido desde arriba mientras Kim subía los brazos, en una especie de ritual que ya tenían establecido de manera similar al establecido con Roger.

Kim se sentó en la cama para ponerse los tacones, de unos diez centímetros. Notó las pantorrillas contraerse. Al instante se excitó. El vestido blanco no ocultaría demasiadas manchas. Tenía muchas horas de estar con zapatos estratosféricos y de los mocasines curvos en la cama así que no le preocupaba demasiado la altura, pero sí las reacciones de su cuerpo. Admiró la difusa y cruel sabiduría de su hermana a la hora de manipularla.

—Tienes razón, Mary. Cuanto más preparada, mejor. Gracias— dijo Kim mientras se levantaba y terminaba comprobarse el pelo.

—Eres la mejor novia y serás la mejor amante. Dame un beso.

Kim se acercó a su hermana y juntó los labios. Sin darse tiempo a explorar el borde externo, introdujo su lengua. Los nervios acostumbrados informaron al cerebro. Kim sintió la vagina inundada. Su cuerpo reaccionaba a un beso, se preparaba para ser penetrada. Hoy estaba vestida y se iba al centro de estética. Las oleadas de frustración le provocaron temblores. No interrumpió el beso. Este tipo de pensamientos ya no surgían. Mary acarició los muslos de Kim antes de dejarla marchar.

*—*—*

Tuvo que aprender a contentar con dos amos. Uno, poco hablador, casi taciturno, interesado primordialmente en su cuerpo y con el que pasaba muy poco tiempo a solas. Otro, una hermana frustrada sexualmente e interesada ante todo en llevarla al límite. Existía un acuerdo tácito, siendo Roger conocedor de lo que acontecía y a la vez Kim se sentía siempre insegura de que algo pudiera molestarlo. Hacía unos días que no lo veía, lo que implicaba que su exceso de hormonas sexuales no liberadas por un digno orgasmo le provocaba estar particularmente inquieta. Para colmo, Mary había mandado un mensaje diciéndole que vendría acompañada. ¿Un hombre? ¿Una mujer?

No se trataba de una novedad. Kim ya se había acostumbrado a exhibirse delante de los amigos de su hermana. Cuando alguno venía a dormir y se acostaba junto a ella, Kim dormía en el suelo al lado de la cama, desnuda como siempre, con la única compañía de una venda para los ojos. Y los sonidos que le llegaban de los amantes. Sentía como Mary era acariciada. Conocía sus jadeos, su respirar entrecortado, aunque no recibiría orgasmo alguno, pues no estaba interesada en atarse a un solo hombre y nunca le habían programado el microchip. Kim era incapaz de entender como podía aguantarse. Terminó por creer que no había dos mujeres iguales, para no pensar que estaba Mary estaba loca de atar.

Después de todo ¿cuál era el ejemplo que daba ella? Mendigaba caricias, afecto, sexo y orgasmos a partes iguales mientras Roger confiaba plenamente en su persona y se sentía encantado de que estuviera desnuda y vendada mientras una pareja pasaba la noche haciendo el amor a menos de medio metro.

Nunca sabía cuándo iba a llamar Roger para usarla como le gustaba decir. O cuando Mary quería ser usada. Ese mundo en el que no tenía que tomar decisiones le atraía. Y cada humillación se trasladaba a una especie de cosquilleo entre sus piernas.

Kim se despertó sobresaltada cuando notó el dedo insertado hasta el fondo de su vagina. El amigo de Mary se debía haber ido, algo extraño pues solía quedarse hasta después de desayunar. A lo mejor habían discutido. No podía decirse que a Mary le durase demasiado los amantes.

De manera automática, buscó los labios de su hermana, que le ayudó acercando la cabeza. Con la venda puesta todo era más difícil. Un beso significaba muchas cosas. Gracias por usar mi cuerpo, gracias por tocarme y también una petición formal de ser explícitamente llevada al máximo de excitación posible... pero no debía confundirse con un requerimiento, sino con una propuesta. Si me consideras digna y tienes ganas de excitarme...

En muy pocas ocasiones tenía Kim la opción de acercarse al cuerpo desnudo de Mary, aparte de su zona púbica. Hoy iba a ser una de ellas. Cuando era así, debía mantener la venda en sus ojos y con delicadeza agarrarse los codos por detrás. Evitar tocar con las manos a su ama era importante. Las reglas del juego se iban perfeccionando a medida que crecía su experiencia. Uno de los cometidos de Kim era cumplir con las reglas, -con cualquier regla-, de forma impecable.

En unos pocos minutos ya sudaba. Su cuerpo no era capaz de resistir el manejo hábil de su hermana. Los pechos de ambas fusionados. Sin darle tiempo a respirar, le dijo: “Dúchate y luego seguimos. Puedes volver sin la venda.” Kim tardó no más de tres minutos. Húmeda todavía por fuera. Aplacada por el agua fría en la piel y entre las piernas.

No se esperaba el atuendo de Mary. Ya se había acostumbrado a todo tipo de maquiavélicas texturas diseñadas, en su opinión, para irritarla o enardecerla. El vestido, -si es que se podía llamar así-, era de seda roja. De lejos Kim ya identificó el tejido. Imaginó cómo actuaría el instrumento en cuestión. Tenía experiencias similares. En cuanto lo tocó supo que no sería fácil.

El sistema diseñado para destruir a Kim consistía en una estructura de seda entremezclada con ribetes metálicos, finos, estimulantes y con la presión adecuada cortantes, pero sólo hacia fuera. Con cuidado trató de introducir un dedo en una minúscula rendija que había en el interior del muslo izquierdo de Mary. Mientras llegaba a sentir que acariciaba la suave piel escondida entre las hebras y la seda, no dejó de notar la presión en las yemas. No llegaba a cortar, pero ... Mary se lo explicó.

No te cortará, no están lo suficientemente afilados. Espero que te gusten.

Mary y uno de sus amigos acababan de tener una sesión completa. Cuando estrenaba traje nuevo, Mary deseaba que Kim se mantuviera excitada toda la noche. Dispuesta, sensual y con sólo esporádicas paradas para quitarse el sudor y la humedad entre las piernas. ¿Qué hora sería? Echó un vistazo disimulado. Eran sólo las dos. ¿Es que los chicos de hoy en día no podían aguantar un poco más?

—No te preocupes. Yo también me excitaré. Hace tiempo que me pides que participe en tus fiestas. Se me olvidaba: por una vez, no estarás completamente desnuda— recalcó Mary como si Kim no lo recordase a cada instante.

—Trae los pies hacia aquí. Te los pondré yo.

Kim obedeció sin rechistar, nunca se hubiera planteado no hacerlo. Parecían unos mocasines rojos, del mismo color quizás que el traje de Mary, puede que algo más apagados, con un tono marrón. La parte inferior era completamente rígida y curvada. No tuvo más remedio que doblar el pie hacia delante para acomodarse al mocasín. Ya estaba bien acostumbrada a los tacones altos, sólo que aquí no habría juego para los músculos. Lo supo en cuanto trató de desdoblar el pie. Tiras cortantes molestaron su suela, siempre sensible.

—Son las mismas hebras que mi vestido y hacia dentro. Por eso sientes esa presión. Trata de mantener el pie ayudando a alargar la pierna... y un poco más. Quedaba ajustado como un guante y por precaución tenía una goma. Mary la estrechó por medio una pequeña hebilla que solo se saldría si alguien con las manos la desplegaba. Era condenadamente sexy. Con la experiencia previa, poner el segundo mocasín fue coser y cantar. Al menos, para Mary. Kim, sobreexcitada, sólo quería parar cuando Mary sólo estaba empezando.

—Ven, comprobemos que bien te sientas tus zapatos de cama—. le dijo sin más ánimo que la curiosidad.

Kim empezó a girar y paró en seco. Si no mantenía la tensión en el pie, si no lo dejaba bien estirado, notaba la presión y el dolor reaparecía en la planta. Con delicadeza y lentitud repitió el movimiento. Se apoyó en la cabecera de la cama y cerró las piernas juntando los pies para dar más realce a toda la piel desde la cadera a la punta del dedo gordo. Todo condujo a una clara pulsación en su clítoris.

Mary empezó a acariciar los muslos y Kim correspondió. El vestido de su hermana era tan condenadamente sexy como los propios zapatos. No sólo porque le quedaba ajustado como un guante, también incitaba a que le acariciasen allá donde aparecía expuesto un trozo del cuerpo. Mary no había cerrado las piernas así que Kim trató de acariciar el interior de los muslos. Las yemas de sus dedos sentían la piel desnuda que había detrás y por otra parte la sensación de presión anulaba cualquier posibilidad de disfrutar. De sentir que realmente acariciaba los muslos sedosos detrás del vestido.

—Prueba a acariciarte la planta del pie. Justo en el medio.

Kim se inclinó con lentitud. Estaba muy flexible, los ejercicios daban sus frutos y tenía las piernas muy estiradas. Terminó por llevar los pies hacía sí doblando las rodillas. Dejó los talones apoyados y se acarició el pie derecho.

—Justo la hebra que en zigzag que está en el centro del pie— indicó Mary.

Mientras que sus dedos notaban la presión molesta sin llegar a ser desagradable, sintió la caricia en piel del pie. Una caricia sutil, ligera y estimulante. Sensual pero imposible de ir más allá. Probó varias veces más, a un lado, al otro. Era agradable.

—Ese es el único lugar en el mocasín dónde no está al revés. Así puedes saber cómo sentiré yo las caricias. En mi vestido el espaciado es variable. Así que sin tu apreciarlo me estarás excitando, pero tus dedos perderán la sensibilidad, incapaces de reconocer a través del tacto— explicó Mary como una niña con zapatos nuevos. Más exactamente con traje nuevo.

Una vez terminada la demostración no quedaba más remedio que volver al inicio. Pies alargados, piernas infinitas, muslos ofrecidos parcialmente. Llevó su mano al interior de las piernas de Mary, agradeciendo, a pesar de las dificultades, tener la oportunidad de poder acariciarla. Hacía mucho tiempo que soñaba con ello. Mientras tanto, sus muslos ya estaban tan condenadamente sensibles como siempre. Mary conocía el terreno. Sabía dónde acariciar, por cuánto tiempo y de qué manera. Entonces Kim vio los mocasines en sus pies y le entró algo de pánico.

—¿No estamos incumpliendo la norma de Roger? ¿No debo estar desnuda? — inquirió Kim con voz insegura.

—Puede que sí. Pero... ¿hacemos una interpretación estricta de la norma? ¿O es que no te favorecen? — replicó Mary con la lección claramente aprendida. —Hagamos una lista. Te hacen las piernas más largas.

Kim alternó.

—Puñeteramente sexy.

—Endiabladamente vulnerable.

—Me obliga a enlentecer mis movimientos.

—Te hace parecer más desnuda.

Kim paró la retahíla.

—Está bien, quedan aprobados los mocasines. Pero deben ser exageradamente caros para usarlos una noche.

—Bueno, hermanita. La idea es que los lleves siempre que duermas con él y si puede ser alguna vez conmigo. El vestido es para que aprendas a acariciar sin placer para ti— indicó la hermana pequeña y malvada hechicera. Seguro que lo había sido... en alguna vida anterior se dijo Kim. Las cuatro manos y los correspondientes dedos recobraron vida. Kim ofreció sus labios para un beso. Los pezones no tardaron en tropezar y sentir el corte metálico. No aguantó ni unos minutos.

—Hay que entrenarte. La idea es que disfrutes con tu marido toda la noche ¿no te gustaría?

Kim como única respuesta se soltó los mocasines agobiada de tener los pies estirados, las pantorrillas contraídas, las piernas agotadas. De hecho, sentía todo el cuerpo dolorido de la tensión acumulada. Se durmió al instante, contenta y feliz.

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