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Julieta

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Me recordaste mucho una experiencia que tuve hace algunos años. Educada en una familia bastante liberal lo único que obtuve religiosamente hablando fue el bautismo. Al terminar la universidad conocí a quien ahora es mi esposo y por compromiso con sus padres acepté hacer mi primera comunión para poder tener una boda religiosa y satisfacer a mis suegros. No le di mayor importancia y empecé los cursos. A la tercera semana el cura que daba el catecismo me sugirió tener nuestras clases aparte pues para mi era bastante incómodo tener que tomar catecismo junto con niños y niñas de diez años y obviamente acepté.

A los pocos días el "catecismo" tomó un giro sexual que se dio sigiloso y sin quererlo, pero un día hablando de las tentaciones de la carne en chicas de mi edad (tentaciones a las cuales yo ya no era ajena desde hacía años), un día el galante sacerdote me ordenó arrodillarme frente a él mientras él se masturbaba frenéticamente con su glande a 5 centímetros de mi cara y al terminar invocaba las palabras "Arrepiéntete de tus pecados hija mía" mientras se vaciaba en mi cara. A partir de allí mi fervor religioso se volvió cada vez más intenso y acudía a mi "catecismo" con mayor fervor cada vez. No tardó mucho para que un día me sentase en mi sacerdote favorito y recibiera su cáliz en mi interior.

A los dos meses fue él mismo quien me casó con mi marido en esa misma iglesia donde pecábamos juntos con la mayor de las alegrías y es hasta ahora a quien acudo a "terapias" de matrimonio cada viernes después del catecismo de los niños.

Ya pasaron tres años de ello y estoy al borde del divorcio. Sexualmente hablando, mi casto marido está muy detrás de mi pervertido sacerdote y ya no tolero tanta rectitud en la cama. Me llama abismalmente más las sucias perversiones del cura que en realidad me hizo mujer.

Si quieres que platicamos más, me avisan.

Julieta

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