Nuevos relatos publicados: 13

La reeducación de Areana (25)

  • 10
  • 6.329
  • 8,45 (11 Val.)
  • 3

Areana movía sus caderas de un lado al otro sobre los muslos de la Godínez, respiraba con fuerza por la boca y gemía cada vez que la pesada mano caía sobre sus ya coloreadas nalgas.

De pronto la profesora dio por terminada la paliza luego de sobar un poco ese delicioso culito a su disposición. Estaba agitada por el esfuerzo físico y, fundamentalmente, por la calentura. Echó al piso a la esclavita y de inmediato le ordenó con el rostro desencajado y las mejillas ardiéndole:

-Desnudate, Kauffman. ¡Ya!

-Por favor, señora… por favor, no… -siguió suplicando la niña aunque cada vez con menos convicción.

Dispuesta a no perder más tiempo, la profesora se inclinó hacia Areana, la aferró con fuerza por el pelo y le dijo mordiendo cada palabra: -Desnudate, puta del Diablo, o voy a meterte la regla por la concha hasta destrozarte por dentro… ¡¿Oíste?! –y un segundo después la agitó un estremecido asombro por haber pronunciado semejante amenaza. De inmediato se dijo: “¡A qué extremos de perversión me está llevando Satanás!”, pero no cejó en su intento. Puso en pie a Areana tirando de su cabellera y rugió sin importarle que alguien pudiera oírla:

-¡¡¡DESNUDATE, CARAJO!!! –y entonces la esclavita comenzó a quitarse la ropa conmovida por una combinación explosiva de temor, excitación y culpa. Mientras lo hacía pensó que iba a contarle todo a su Ama y que ella probablemente la comprendería. “Y si no que me castigue, lo tengo merecido.” admitió.

La profesora observaba el strip tease tocándose por sobre la falda, presionando nerviosa con sus dedos la vagina ya muy mojada.

¡Vamos, puta, vamos, rápido! –apuró.

-Sí… sí, señora, sí… murmuró Areana acicateada en su esencia de esclava por la firmeza dominante, inapelable, de la profesora.

Por fin lució desnuda mientras la Godínez sostenía en su interior una dura puja entre su moral religiosa y el intenso deseo por esa adolescente que Satán había enviado para perderla. En su delirante misticismo hasta le pareció escuchar las diabólicas carcajadas con que El Maligno celebraba su victoria.

“Me tiene… -se dijo. -¡Me tiene!” y avanzó hacia la niña, que permanecía con la cabeza gacha y las manos atrás, temblorosa de ansiedad. La abrazó por la cintura y luego de cubrirle el rostro con besos le murmuró al oído:

-Estás muy buena, puta de mierda… No estás para otra cosa que ser cogida…

-Sí… Sí, profesora, sí… Lo que usted diga… -aceptó Areana mientras se sentía cada vez más mojada. Echó su cabeza hacia atrás y de inmediato sintió la lengua de la Godínez deslizándose por su cuello, estremeciéndola toda. Luego esa mano entre sus piernas, llegando hasta su concha. Abrió las piernas para facilitarle la tarea a la invasora y entonces la Godínez metió sus dedos índice y medio en esa cuevita ya inundada de flujo, mientras con el pulgar estimulaba el clítoris. Areana sintió que sus piernas flaqueaban y estuvo a punto de caer al piso, pero su violadora la sostuvo mientras le ordenaba:

-Desvestime, putita, sacame todo…

-Sí, señora, lo que usted diga… -repitió la esclavita ya totalmente entregada a la dominación de la profesora, y fue quitándole una a una toda las prendas: la falda, la chaqueta, la blusa, el corpiño, la bombacha y por último el calzado, para lo cual debió arrodillarse. En esa posición preguntó con voz temblorosa y sin alzar la cabeza:

-¿Puedo… puedo mirarla, profesora?...

Sí, mirame, pero así como estás, arrodillada. –autorizó la Godínez, que a esa altura había abandonado toda pretensión de resistirse a los que creía designios de Satán para con ella.

Areana levantó entonces muy lentamente la cabeza y su mirada comenzó a deslizarse por el cuerpo de la mujer, desde los pies y luego sus piernas, las anchas caderas, la concha sin depilar, la cintura asombrosamente estrecha para su edad, las tetas grandes, algo caídas pero muy apetecibles, de pezones oscuros y erectos como diminutos mástiles. La profesora se desconocía a si misma. Estaba encontrando, con una mezcla de inquietud y fascinación, a una Dora Godínez que se internaba en un territorio de luces y sombras que la atraían inevitablemente. Le resultaba imposible oponerse a ese embrujo que el Diablo desplegaba sobre ella mediante su enviada, la alumna Areana Kauffman. Estaba por hacer algo que jamás había hecho, y se lanzó de lleno a ese desafío.

-Parate. –ordenó y la esclavita se puso de pie para encontrarse con los brazos de la profesora, que la ceñían apresándola por la cintura mientras sus tetitas se replegaban sobre si mismas ante la presión de esas otras tetas que se imponían por tamaño y empuje. Simultáneamente una rodilla le separaba los muslos y ascendía entre ellos abriendo el camino a ese muslo ajeno que pronto comenzó a refregarse contra su conchita empapada y ansiosa. La esclavita gemía y jadeaba cuando la boca de su violadora apresó la suya y una lengua prepotente le entró hasta la garganta, trenzándose en lucha con su propia lengua. Ya Areana era incapaz de sostenerse en pie y se entregó a la derrota de sus piernas arrastrando en su caída a la Godínez, que un segundo después, ya en el piso, estaba sobre ella, besándole el rostro, el cuello, las tetitas. Areana ardía transportada al paraíso del placer por esa boca y esas manos que la acariciaban a veces crispadas y de pronto laxas y nuevamente crispadas como garras. De pronto la profesora, con el rostro arrebatado y su concha vertiendo abundante flujo, se pegó a la alumna de costado, para disponer más cómodamente de ese cuerpo que la llevaba sin remedio a la perdición, al abandono de todas sus rígidas creencias morales. Su mano derecha se deslizaba lentamente desde el cuello de la niña hacia abajo. Se detuvo en las tetitas, las sobó un poco, jugó con los pezones y luego, mientras Areana jadeaba, suspiraba y gemía, hizo ir su mano hacia el ansiado objetivo al que llegó sin demora. Su inexperiencia la tornaba mucho más torpe que sutil. Metió sin delicadeza alguna primero el dedo índice y enseguida el medio y empezó un bombeo veloz al par que besaba la cara y las tetas de la niña, intercalando algunos mordiscos que provocaban en Areana gemidos de dolor. Entre besos y mordiscos la llamaba puta del infierno y en un arranque de furor originado en su propia derrota como sierva de Dios la escupió en la cara. Areana ardía por la penetración de esos dedos y por el tratamiento al que estaba siendo sometida. No quiso ni siquiera limpiarse el escupitajo que, por lo humillante, aumentaba su excitación. La profesora no atinaba a jugar con su clítoris y entonces lo hizo ella con el pulgar de su mano derecha.

-¡Haceme lo que te hago! –le exigió de pronto su violadora y entonces Areana se ladeó un poco hacia ella y le introdujo dos de sus dedos en la concha, rodeada de una espesa pelambre. Con su pulgar se puso a estimular el clítoris, que notó inflamadísimo y entonces la Godínez se deshizo en un suspiro largo y ronco. Ambas alcanzaron el orgasmo poco después, con diferencia de algunos pocos segundos. Tardaron bastante en recuperarse y la profesora, cuando pudo hablar con su respiración ya normalizada, dijo mientras se ponía de pie:

-Debés estar contenta, ¿eh, sierva del Diablo? –y comenzó a vestirse.

Areana no estaba contenta sino que sentía culpa por haber tenido sexo sin la autorización de su Ama y en verdad deseaba que ella la castigara y así liberarse de ese sentimiento.

-Vestite, puta. ¡Vamos, vestite! –la apremió la profesora y entonces se puso de pie con algún esfuerzo. Minutos después ambas abandonaban la sala de profesores y una vez en la calle la Godínez, que no había dejado de santiguarse en todo el trayecto la tomó de un brazo y le dijo como mordiendo cada palabra:

-Olvidate de lo que pasó, Kauffman. ¿Está claro? Y si volvés a masturbarte en el aula o hacés alguna otra chanchada pido tu expulsión, así que ya sabés.

-Sí… Sí, señora… -murmuró Areana cuando ya la profesora se alejaba y la niña no podía evitar que su mirada se fuera tras esas nalgas casi enormes.

…………….

Minutos después, ya en la casa, le contó a Milena lo ocurrido y le habló de la culpa que la agobiaba, como catarsis preparatoria de la confesión a su Ama.

-Sos muy puta… Muy perra en celo. Contame cómo es físicamente esa profesora. –ordenó Milena ganada por el morbo y mucho más cuando supo que la Godínez era una mujer madura, de porte imponente, anchas caderas, buenas piernas y gran culo.

-Ahora llamala a la señora Amalia y contale lo que hiciste, pendeja de mierda. –le ordenó la asistente tratando de ocultar la calentura que sentía por el relato de la esclavita y al imaginarla en manos de semejante mujerona. Eso fue lo que hizo Areana, llamar a Amalia y contarle, con voz temblorosa, todo lo ocurrido. Al finalizar, le rogó perdón, sinceramente compungida y culposa por su debilidad.

-Me gusta tu actitud, perrita. –le dijo el Ama. –Me gusta que sientas culpa por haber cogido sin mi permiso porque eso indica tu conciencia de mi autoridad absoluta sobre vos, pero quedate tranquila, porque a partir de ahora lo que quiero es que te dejes coger por toda mujer que te tenga ganas, ¿oíste? Dije mujer, nada de hombres, ¿entendido?...

-Sí, señora… -murmuró la esclavita en medio de un estremecimiento ante el giro que su Ama acababa de imprimirle a su situación. Su Ama la quería un mero objeto sexual para el goce de toda mujer que la deseara sin que ella tuviera siquiera la posibilidad de sentir culpa. Su Ama acababa de convertirla en una mera cosa y esa certeza la conmovió con una mezcla de angustia y morbo al sentir que le hacía dar un paso más en su degradación, en su sometimiento sin apelación posible.

-Y lo mismo vale para la puta de tu mami. Ahora pasame con Milena. –y la niña le extendió el tubo del teléfono a la asistente sin poder hablar, por el nudo que le oprimía la garganta.

-Señora… -saludó Milena.

-Hacé que la putita te cuente lo que le dije y después que ella misma se lo cuente a la mamá. –Dijo Amalia e inmediatamente continuó: -Sabés que Elena está en Europa.

-Sí, señora, usted me lo había dicho…

-Bueno, vuelve la semana que viene y está muy ansiosa por ponerse al día con las dos perras. Quiere algo grande, me dijo. Escuchá lo que se me ocurrió y empezá a moverte. –y en el rostro de la asistente se fue dibujando una sonrisa malévola mientras el Ama le contaba su idea y le daba instrucciones.

-Pierda cuidado, señora, tendré todo listo para ese día. ¿Será acá o en su casa?

-En mi casa. –completó Amalia y ambas cortaron la comunicación.

Al día siguiente, mientras Areana esperaba para entrar a la escuela junto a Lucía, Rocío y Guadalupe, tuvo que contarles a las tres lo ocurrido con la Godínez, incluida la amenaza de expulsión.

Al término del relato Lucía celebró lo ocurrido con una carcajada y luego dijo dirigiéndose a Areana:

-Date por echada, pendeja… -y al oìrla, Rocío y Guadalupe comenzaron a reír mientras Areana suplicaba al borde las lágrimas, claro que inútilmente:

-No, por favor, señorita Lucía… Por favor se lo pido, no me haga eso…

Lucía le contestó mientras la empujándola hacia la puerta:

-Sabés que tengo la autorización de la señora Amalia para hacerte lo que se me antoje acá, en la escuela, así que no pierdas tiempo con ruegos ni llantitos, ¡y caminá, vamos, movete!

-La van a echaar, la van a echaar, la van echaar… -canturreaban divertidas Rocío y Guadalupe en tanto las cuatro se dirigían al patio a la espera del timbre que indicaba el ingreso a las aulas.

(continuará)

(8,45)