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Mi hermana vive alzada

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A los 20 años me fui definitivamente de mi hogar, si es que así se le puede llamar a esa jungla. Antes viví un tiempo en lo de mi madrina, y un par de meses en lo de mis abuelos. Mi padre era un obsesivo por los juegos de azar y el alcohol. Nunca su familia fue prioridad. Ni tampoco las condiciones de la casa en la que vivíamos mi madre, mis hermanos Sonia y Daniel, y yo. No había un enchufe como la gente. Los 3 hermanos compartíamos la misma habitación fría y despintada. Cuando llovía no se podía dormir por el show de goteras por doquier. Había que cubrirlo todo con nylon o correr algunos muebles.

Me fui con el convencimiento y la certeza de que nada cambiaría, a pesar de que mis viejos planearan separarse todos los días. Mi hermana por aquel tiempo tenía 18, y detrás de su aspecto y apariencia de nena sumisa, inocente y sensible solo cuando lloraba por alguna peli emotiva que viese, ya se adivinaba en el fuego de sus ojos negros que las travesuras y el desacato se convertían en su única constitución a respetar.

Cuando cumplí los 19 Daniel me dijo por la mañana que Sonia se le tiró encima en la cama, en plena madrugada y que lo besó en la boca, que buscó en su calzoncillo y encontró su pito naturalmente duro teniendo en cuenta sus 24 años de paja brava, ya que es deportista y debe tener sexo con precauciones. Lo tranquilicé al prometerle que hablaría con ella. No supe cómo hacerlo, hasta que pasaron dos años, y los sucesos se acumulaban.

Muchas veces mami la despertaba por la madrugada cuando venía a taparnos o a cerrar la ventana, porque siempre hallaba su bombacha en el suelo junto a la pata de su cama. Cuando la destapaba Sonia estaba desnuda.

En esos tiempos pasó de todo. Cuando el secundario la recibió repleto de novedades y materias, las últimas de sexto año, comenzaron las tardes de reuniones en casa con amigos nuevos, con quienes hacía trabajos prácticos, mapas, dibujos o simplemente se compartían las carpetas si alguno faltaba a clases. Entre todos ellos, solo había una chica que de vez en cuando aparecía. El resto eran todos varones.

Entonces, una tarde en la que salí de la pieza, luego de una siestita, la vi debajo de la mesa, arrodillada y con la pija de uno de ellos en la boca. Los otros dos la tenían afuera y se la tocaban.

Mareado, incrédulo y asqueado corrí hasta ella, la levanté de los pelos y en cuanto estuvo de pie le di vuelta la cara de un cachetazo, a la vez que le decía que eso no se hace. Vi que tenía las tetas al aire y el shortsito por los tobillos. ¡nunca le había mirado las gomas a Sonia, ni me había fijado en su cola, la que encima, mientras se esforzaba por no llorar delante de sus pretendientes, la meneaba estirando los elásticos de su bombacha blanca!

Vi que uno de los que se pajeaba salpicó el mantel, y se fue junto a los otros, que intercambiaban rostros de horror y calentura. No pude seguir hablando con Sonia, porque a solo 15 segundos de la ausencia de los pibes llegó mami con las compras.

Pasaron unas semanas hasta que, en medio de mi siesta oí la voz de Sonia entre la radio y el taladro del vecino.

¡ahora vengo giles, total mi vieja no viene hasta dentro de un rato, así que me voy a poner algo lindo!

Pronto Sonia entró a la pieza, y sin saber que yo me hacía el dormido se desnudó sentada en mi cama. Después buscó en el ropero y la vi irse luciendo solo una bombacha azul y un topsito deportivo. Sería hipócrita negar que tomé entre mis manos el montón de ropa que dejó en el suelo para buscar su calzón y olerlo con todas mis fuerzas, a la vez que notaba que mi pene razonaba hinchando sus venas y, afuera se oían silbidos de aprobación. ¡nunca había olido una bombacha de ninguna mujer, por más que me lo propusiera!

Me horrorizaba que fuera la bombacha de mi hermana la que me hiciera arder de deseo con el aroma de un sudor inexpresivo junto a un destello de flujos recién nacidos. Pero sentí un golpe de realidad en el exacto momento en el que saqué la pija para menearla un poco. Me levanté vestido y eufórico dispuesto a investigar, y vi a Sonia sentada en la falda de un rubio que la besaba en la boca mientras otro con terrible cara de villa le tocaba las gomas.

¡¿qué pensás hacer atorrantita? Mami no está pero yo le voy a contar todo si no la cortás!, dije incapaz de establecer autoridad. Ella me sacó la lengua, abrió las piernas y frotó la cola en el bulto del rubio, entretanto buscaba con su mano en el pantalón del villero. Fue todo tan rápido que no sé por qué fue que no tuve fuerzas para detenerla.

Su top cayó al suelo. El rubio y el villero se compartían sus tetas con sus bocas y ella gemía palpando la dureza de sus pijas, iluminando sus ojos y repitiendo; ¡qué duritas las tienen, qué ricas pijas me voy a comer!

Pronto sus rodillas se friccionaban en el piso, su boca lamía y su nariz olía con escandalosa pasión las vergas de los pibes, y en cuestión de segundos, uno a uno comenzó a cogerle la garganta. Afortunadamente mi tío afuera golpeó tres veces la ventana, y los pibes debieron apresurar su ofrenda para todo lo que la guacha les había generado. Uno le acabó en la boca y el otro en la cara mientras ella lo pajeaba apurada y se la pedía con una vocecita de puta que, ni yo sé cómo no me acabé encima. Tuve que vigilar la puerta para que el tío no entre así como así, mientras ellos se acomodaban ante sus carpetas y mochilas. Sonia entró a la pieza en bolas, y dejó su bombacha tirada bajo una silla. Cuando apareció vestida un repentino alivio se apoderó del ambiente.

Esa misma noche intenté hablar con ella, pero mis viejos lo empañaron todo con una nueva y absurda pelea, y hubo que salir a separarlos para que no se maten a trompadas y nos quedemos sin platos de vidrio.

En ese mismo mes, un domingo entré a la pieza para cambiarme después de haber jugado al fútbol con mis primos. Prendí la luz, y quedé atónito por el espectáculo. Sonia estaba tirada arriba de uno de los pibes del barrio, en la cama y en bombacha. Ella lo besaba con su pija en la mano, y encima me echó cuando le advertí que si no se vestía le diría al viejo. Claro que no iba a proceder de esa forma, y ella lo sabía.

¡dale nene, cambiate y ya fue… aparte, es mi novio, y es mi cama!, articuló impaciente.

En cuanto me di vuelta para buscar ropa en mis cajones la oigo gemir y moverse haciendo que la cama golpee un poco en la mesita del equipo de música. No quise girar para mirar, hasta que la escuché decir que no tenía forros, y que mejor le acabe en la boca. Cuando los vi ella refregaba su entrepierna en su pene sin bajarse la bombacha, y justo cuando abro la puerta para salir, ella de un salto se mete la verga del flaco en la boca.

A los 8 o 9 días, en otra de esas tardes de deberes escolares, la descubrí debajo de la mesa peteando a los tres varones que simulaban completar cuadros. Esa vez le guiñé el ojo a los tres y a Miriam, que es la piba que por ahí los acompañaba para que no me delataran. Mi hermana no solo se conformaba con mamarlos desesperada y con pajearlos ruidosamente. También les frotaba sus tetas desnudas en los pitos, se los escupía, gemía bajito, les besuqueaba las bolas y se emocionaba al poder lamerle el culo a uno de ellos. Además intentaba que Miriam se sume para ayudarle con tamaño arte. Pero la chica solo le decía:

¡basta Sonia, no seas tan puta nena, que después en el colegio se las vas a tener que mamar a todos!

Miriam, al lado de la figura de Sonia no podía competir ni para el segundo puesto. Pero tenía cierto encanto con su inocencia aparente, ya que también hacía de las suyas.

Lo terrible fue que cuando uno de ellos le acabó en la boca, Sonia se hizo pis con la bombacha puesta, que era todo lo que tenía. Allí entonces volví a interceder.

La saqué del cerco que formaban las piernas de los varones, le di una cachetada en el culo y una un poco más suave en la cara. Les pedí a ellos que me cuenten por qué hacían eso con mi hermana y me senté a escuchar. Ninguno decía nada. Mis ojos se posaban enrarecidos en las tetas babeadas y con semen de mi hermana, en su bombacha mojada y en la mirada perdida de la piba. Cuando Sonia dijo que tenía frío le pedí que se cambie y limpie el piso.

Todo fue consumiéndose en una calma inecxacta, menos para mi pija empalmada. Cuando fui al baño me re pajeé oliendo su bombachita meada. Recordé mientras lo hacía que Daniel me contó que una vez la vio en el colegio mostrarle la cola a dos pibes, y que no llevaba bombacha, ya que se bajó el pantalón y todo.

Casualmente, a unos meses de la última vuelta que la vi actuar, Daniel cayó en cama con una gripe terrible.faltó al casamiento de su mejor amigo, se perdió un partido de futbol importante por el campeonato de la fábrica donde laburaba, durmió mal y tosió como un perro viejo todas esas noches. Ni siquiera pudo festejar sus 24 años.

Aquel día fue el punto cúlmine para mi paciencia.

Esa vuelta puse la pava para tomar unos mates con galletitas con Daniel. Pero al entrar a la pieza, nuevamente la deshonra de Sonia ante mis ojos me voló la tapa de los sesos. La guacha estaba arrodillada en el suelo con la pija de mi hermano en la boca, solo con un shortsito, meta subir y bajar, chupar y atragantarse con cada penetrada profunda.

¡salí ya de ahí putita de mierda!, le grité, pero Daniel me tiró una cuchara que logró impactar en mi pecho.

¡dejala hey, que ando re caliente guacho… aparte, qué onda vos, mirate la pija que la tenés re dura gil!, tartamudeó Daniel algo más que de costumbre, y siguió gozando de la boquita de Sonia, que finalmente me mostró sus labios con toda esa leche impura apenas él acabó.

La turra me sacaba la lengua, aún cuando la reprendí con otra cachetada. Ya nada la detenía.

Al rato cayeron amigos de Daniel a saludarlo por su cumple, y ella siguió allí entre ellos.

Mi viejo estaba día a día más descocado por el alcohol. A veces no quería ir ni a laburar. Mi madre lucía cada vez más avejentada, nerviosa y sin ánimos de arreglarse ni un poco. Mi hermano casi no pisaba la casa por aquello del fútbol. Había logrado firmar un buen contrato con Chacarita, y desde entonces no lo veíamos ni en fotos. Pero Sonia seguía fiel a sus instintos animales.

Dos veces la pesqué en nuestra pieza rodeada de los mismos 5 pibes, con su boca y sus gomas recibiendo con descaro sus pijas duras como de piedra. La primera de esas veces la levanté de los pelos, y sin importarme el murmullo de los guachos le pedí que la corte si no quería problemas. Pero la muy zorra se dio el lujo de manotearme la pija sobre el pantalón y apretarla. Claramente comprobó el estado de mi erección, y creo que hasta divisé un brillo especial en sus ojos. Estaba en corpiño y bombacha, pegoteada y descalza cuando la dejé petear al último guacho que faltaba por acabar, y entonces los 5 salieron en fila india a la calle. Ella se fue a los minutos con Miriam, que la esperaba en la cocina.

La segunda vez fue terrible, porque mi hermana estaba en corpiño y pañales, hecha pis y con leche hasta en el pelo. Esta vez ella recibía sus pijas acostada, balbuceaba cosas, hacía que lloraba cuando alguno le sacaba la pija de la boca y no paraba de abrir y cerrar las piernas con los talones en la cola y una mano queriendo entrar a su pañalín. Esa vez no la reté ni busqué amedrentarla. Solo opté por sentarme en el suelo junto a la puerta para que nadie pudiera entrar, y entonces la vi dejarse coger la boquita sin el más mínimo reproche. Ninguno usaba forros. Uno de ellos de vez en cuando pegaba su nariz a su pañal, la olía como a un limón recién nacido y volvía a pedirle paja o pete, según lo ocupada que estuviese.

Mi calzoncillo se humedecía inexorable, mis huevos elaboraban más y más lujuria, y mi pene deseaba sumarse a esa boquita llena de saliva, pequeños moretones por los pijazos que los pibes le otorgaban cuando ella se les hacía la difícil y no la abría. Quería saltarle encima y morderle las tetas, pegarle con la verga en la cara y que mi leche se esparsa como la de esos malandrines por la piel. A uno lo vi acabarle dos veces entre las lolas, y uno de ellos hizo que mi hermana lo pajee con los pies. Otro quiso quitarle el pañal, pero Sonia dijo que eso sería lo último que haría, solo cuando ella decida cual de los 5 le iba a dar la última lechita.

Para mí era un calvario escucharla gemir, pedir más, eructar, ahogarse y toser entre saliva y presemen, insultarlos y sacudir las pijas contra su cara, escupirlas, y a veces, cuando lograba meterse de a dos.

Me acabé encima y todo cuando anunció que se iba a mear otra vez mientras uno le tenía la cabeza para garcharle con irascible vigor la boquita, de donde pronto se vio fluir un chorro de esperma cuantioso. Me fui antes de cometer una locura.

Me sentí observado por mis padres en la cena, como si quisieran preguntarme algo respecto a Sonia. Ella, por su parte me hacía notar su complicidad siendo por demás amable conmigo. Hasta me sirvió el flan con más crema que al resto.

A la noche, aprovechando que Daniel no estaba la encaré asolas en el cuarto. A todo lo que le preguntaba me respondía como un disco rallado:

¡no sé qué me pasa nene, ando caliente todo el día, lo único que quiero es chupar pijas!

Vi el pañal aún debajo de su cama, justo cuando prendió la luz para cargar su celular, y entonces la veía en colales mientras me explicaba que lo del pañal lo hizo porque uno de los chicos le ganó una apuesta, y ella debía hacerse la bebota para él y sus amigos. No podía pensar con responsabilidad en ese momento, a la vez que mi pija crecía abultando la sábana.

Entrada la madrugada no aguanté y me le acerqué cuando dormía. Por las dudas, si algo fallaba, solo iba a devolverle una bombachita rosa usada qe descansaba sobre mi cama, la que ella me vio recoger y oler horas antes, y yo me negué a entregarle, a modo de un juego. Cuando estuve a un paso la destapé, le toqué las tetas ya que permanecía boca arriba, se las olí como a su pancita y sus piernas, saqué mi pija afuera del bóxer y, cuando mi olfato dio con el olor a conchita y a pis de su colales medio estirada, empecé a pajearme con una adrenalina que, solo un milagro podría haberla mantenido en sueños. Luego de un bostezo dijo:

¿te la chupo hermanito, querés?

Pero yo le prohibí encender la luz. La obligué a oler su bombachita rosa, me quité el bóxer para que lo huela también y me pajeé con mi nariz encima de su vagina y la tela húmeda de su colales, cosa que resultaba más sencillo porque ella abrió las piernas lo más que pudo. No la toqué ni con la lengua ni con los dedos. No la lamí, aunque ardía de deseos por hacerlo. Solo la olía y me pajeaba. Hasta que corrí a sus tetas y, fiel a mi estilo de no tocarla dejé que mi semen caiga sobre ellas. En algún momento recuerdo que también olí su pañal.

Volví a la cama y me tapé desnudo, muerto de sed y con la culpa sudando en mi cerebro. Desde entonces, todas las mañanas Sonia me mostraba que iba al colegio sin bombacha. Me contó además que elegía a un chico en el recreo, que se lo llevaba al baño y que, mientras hacía pis le tiraba la goma.

La vi a los chupones con Miriam, franelearse con un vecino que tiene un kiosko en el barrio, petear a un amigo de Daniel y sacarse fotos sin ropa interior para calentar a los pibes por whatsapp.

Pero un mediodía las cosas se tornaron peligrosas para ella. Podría haber sido el fin de su vida si yo no llegaba a tiempo. Aquel otoño intranquilo, de hojas secas y vientos arremolinando libertades entré a casa, y no había olor a guiso como casi siempre. La nota de mami en la mesa decía que almorzaba en lo de una amiga. En la pieza estaba Sonia peteando a dos chicos. Le advertí que el viejo estaba reparando una heladera en el patio para que tenga cuidado. Pero en cuanto salí noté que sus gemidos persistían por la casa. No llegué a comentarle eso, porque mi viejo se me adelantó.

¿qué mierda hacés putita?, dejá eso, y sacate esa bombacha meada, y ustedes se van al carajo de acá!

Los gritos del viejo la tenían a su merced. Los pibes salieron espantados, y enseguida me asomé a la ventana de la pieza para proteger a Sonia de la furia de mi padre. No hubo más gritos ni lamentos. Vi que el viejo le re manoseaba las tetas, y que ella lo pajeaba. Luego que él se la sentaba encima y ella le frotaba la cola por toda la pija. Al rato Sonia en 4 sobre la cama permitía que el viejo se pajee con sus tetas, amasándolas con vulgaridad y pidiéndole una chupadita de vez en cuando.

Apenas la boca de mi hermana subía y bajaba por su pene intratable, él le arrancó los pelos haciendo que le broten lágrimas de terror, la nalgueó con sonora violencia, le dio unos buenos sopapos y, antes de volcar su esperma enardecida la volteó boca abajo en la cama y le mordió el culo en medio de un gruñido feroz que, solo inspiraba a que los nervios de mi viejo tengan mayores argumentos.

En ese instante empezó a gritar que le iba a romper el culo. Sonia lloraba buscando zafarse de los brazos del tipo, y entonces yo aparecí de tras de él para pegarle con un florero en la nuca y así liberar a mi hermana de sus garras. Ese día mi viejo debió prestar declaración a la policía, pues, yo lo denuncié.

Desde entonces tuve que irme. A mi viejo lo guardaron solo unos meses, tiempo que administré para juntar mis cosas y mudarme a lo de un amigo. Pero los sucesos en casa no cambiaron pese a que mi viejo prefirió marcharse un año después. Daniel viajó a Europa a jugar, y mi madre se quedó sola con Sonia lidiando con cada una de sus locuras.

Pronto comenzaron los pedidos de auxilio de mi madre. Casi todas las semanas, especialmente los viernes me llamaba por teléfono para enterarme de lo que hacía Sonia. Me contó que la encontró en plena siesta chupándole la pija a mi primo, otro día en su cama cogiendo con un villerito mientras otro se la daba en la boca, otra mañana en nuestra pieza rodeada de 6 chicos que aguardaban con sus penes duros por su boquita, y una noche en el patio con el vecino que le lleva 20 años garchando de parados.

Los informes seguían. La vio enredada con una gordita que le metía un consolador en la vagina, con el mismo primo y dos amigos suyos debajo de la mesa yendo de un pito al otro.

Sonia, en aquellos instantes ni se movilizaba ante los ojos de contemplación y horror de mi madre. Por el contrario, parecía seguir como con mayor deseo. Además se masturbaba delante de mi madre, casi todas las noches se meaba en la cama, y había bajado de peso considerablemente.

A pesar de los lazos que nos hermanan, de la desesperación de mi madre y de todas las ausencias, solo colaboré en buscar ayuda terapéutica para Sonia, la que siempre desestimó. Ni se calentó por intentar cambiar su vida. Yo no podía hacer demasiado. Cada vez que me veía decía que necesitaba cogerme. Es por eso que si voy a visitar a mi madre procuro que ella no esté, aunque me doy una vueltita en silencio por nuestra pieza al acecho de alguna bombachita usada para olerla y tocarme. En ocasiones acabé en esas prendas o en su sábana mientras lo hacía, y la imaginaba toda enlechada saliendo del ropero, en tetas y calzones como siempre.

Fin

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