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La noche de los 18 años de Laura

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Laura es una chica que he visto en mi cuadra desde que era una niña. A penas nos llevamos cuatro años de diferencia, así que conversábamos mucho y a veces sentí alguna tensión sexual entre nosotros cuando su cuerpo comenzó a tomar forma de mujer. Pero por ser mayor que ella no presté atención. Mi interés estaba en otras jovencitas más crecidas.

Para el cumpleaños 18 de Laura, su mamá le pidió a la mía hacer la fiesta en nuestra casa, esas dos madres solteras se tenían mucha confianza y la casa era una de las más grandes del barrio. Accedimos y ayudamos cargar cosas y adornar modestamente. Mi casa solo tiene dos habitaciones, pero la sala es enorme. Allí la gente se divirtió un buen rato, bailamos, se partió la torta y bromeamos hasta tarde.

Luego de recoger las cosas Laura se disponían a irse cuando sonó el celular de su mamá. El abuelo había sufrido un accidente y la necesitaban con urgencia en el hospital. Nuestro barrio es bastante inseguro así que decidió irse rápido en un taxi y dejar a Laura en nuestra casa. Le cedí mi habitación y yo dormiría en el sofá de la sala. Mi mamá le prestó una blusa y un short para dormir. Se cambió y nos quedamos conversando tonterías un rato. Note que era la primera vez que la veía con una ropa tan sexy. La blusa dejaba ver claramente la forma de sus dos senos medianos, pero firmes. La delgadez de su cintura y lo redondito de sus nalgas. Además estaba descalza y sus pies se veían muy tiernos por ser pequeños y de deditos gordos.

Mientras hablábamos mi madre se fue a dormir. Yo traté de rozarle los pies con mis manos inocentemente hasta que de pronto me encontré dándole pequeñas caricias a su empeine suave. Pasé mis dedos entre los de ella y le provocó una risita. Se puso de pie para ir al baño y pude admirar sin vergüenza su cuerpo de 1.60 de estatura (solo un poquito más baja que yo). El short que usaba le dejaba ver perfectamente el borde de la pantaleta y sus muslos provocaba morderlos.

Cuando regresó yo estaba muy excitado y decidí probar suerte más allá de sus pies. Acaricié sus talones. Cuando quise subir a su muslo me dijo que estaba cansada de la fiesta y quería dormir. Me retiré a la sala derrotado aunque con el asta erguida. No cerré la puerta y ella no pidió que lo hiciera.

En la madrugada me levanté a orinar. Crucé por la puerta del cuarto donde ella estaba y vi que dormía plácidamente con la luz encendida. Cuando pasé de regreso estaba despierta. Me dijo que le costaba dormir pensando en su abuelo. Le dije que todo estaría bien. Al entrar me percaté de que el short y la blusa que le prestó mi mamá estaban a un lado de la cama. Ella estaba arropada completamente. Me volví a excitar solo de imaginarme su cuerpo desnudo en mi cama. Esa piel blanca dejando su olor en mis sábanas. Mientras pensaba eso me quedé mirándola a los ojos y me atreví a preguntarle si ahora que tenía 18 años pensaba hacer alguna travesura.

Se ruborizó y cubrió su rostro con la cobija. Y me dijo: “Ya hice la primera, pero es un secreto”. No entendí y le insistí en que me contara. Supuse que tenía que ver con la piyama en el piso, pero no quise presionarla.

- Me gustaron tus caricias en mis pies – Me dijo con intención de cambiar de tema

- Tienes unos pies muy lindos, se ve que los cuidas mucho

- No, mis pies son feos, no me gustan – dijo en tono casi infantil

- ¿Alguien más te los había acariciado?

- No – dijo ruborizada

- ¿Quieres que lo vuelva a hacer?

Se quedó pensando un momento y asintió todavía ruborizada. Yo quería llegar lo más lejos que se pudiera. Ella sacó sus pies de la cobija haciendo pequeños movimientos. Le dije que cerrara los ojos y obedeció. Empecé por su talón derecho, bajé hasta el empeine y dio unos brinquitos con risas cuando pasé mi lengua por la planta. Luego empecé a chuparle el dedo pulgar. La risa se cambió por gemido y yo seguía probando límites.

Laura seguía con los ojos cerrados cuando metí mi cabeza dentro de la cobija y comprobé que estaba en ropa interior. Lamí su pantorrilla. Mi ubicación no la incomodó. Sabía que prácticamente era una niña y no la quería presionar. Continué mi recorrido y mis labios aterrizaron en su vientre plano y suave. Noté que se le puso la piel de gallina mientras mi lengua recorría su ombligo. Me miró y soltaba risitas. Me ubiqué sobre ella sin acostarme en su cuerpo. La miré a los ojos y asintió. Bajé mi cuerpo y mi pene se encontró con su vulva. Comencé a frotarla y su respiración se aceleró. Empezamos a sudar. Sus manos se posaron en mi espalda y hacía caricias torpes.

Le quité el sostén y sus senos salieron ante mí. Dos bellas tetas redondas y firmes. Pezones rosados pequeñitos pedían encontrarse con mi lengua. Atendí el llamado y acaricié su otro seno mientras tanto.

Ella estaba relajada. Solo se escuchaba su respiración rápida y unos gemidos que por primera vez alguien escuchaba. Yo seguía frotando mi pene y ella trataba de acompañar el movimiento empujando su cadera hacia mí. No tenía intenciones de penetrarla, pero quería que tuviera un orgasmo. Así que intensifiqué un poco la fricción, mientras sentía como abría las piernas buscando placer.

Quise darle más realismo. Me quité el short y el interior. Mi pene entró en contacto con su ingle y lo moví para seguir rosando su cosita. En ese momento ella se bajó la pantaleta, una hermosa pieza de ropa interior rosada delgadita. “Frótame más”, me dijo mientras abría las piernas a todo dar. No tuve tiempo de admirar su vagina, pero la sentí caliente, carnosa y sin un pelito.

Seguí con mis movimientos y ella me agarró las nalgas muy fuerte. Su cuerpo se estremeció muy tiernamente. Trató de acallar sus gemidos pero le salieron bajito. Soltó un suspiro de placer mientras yo todavía la frotaba buscando correrme. Su teléfono repicó. Nos separamos de un brinco, pensando que mi mamá nos había sorprendido. Lo atendió rápidamente. Eran noticias de su abuelo. Estaba en recuperación, nada grave. Yo me vestí de nuevo mientras ella respondía monosílabos al celular. Colgó y me miró a los ojos. Me acerqué y nos besamos. Mi erección volvió. Deseaba correrme.

- Gracias por no presionarme - me dijo. - Pensé que me lo meterías y me asusté. Todavía soy virgen y quiero estar así un tiempo más.

- Solo quería darte placer

- Lo lograste. Ahora yo quiero darte placer a ti

Esa respuesta era contradictoria. No quería que la penetrara pero me daría placer. Rápidamente mi mente pensó en una mamada o en que me haría trabajo manual.

- Te gustan mis pies, ¿verdad?

- Sí

Me metí de nuevo a la cama y puse mi pene entre sus pies. Sus delicadas plantas abarcaban todo mi pene. Movió sus dedos en una especie de caricia a mi glande y empezó a subir y bajar sus dos piecitos. Se los apreté con las manos y la ayudé. Bastaron pocos movimientos para que todo mi semen saliera disparado y cayera en las cobijas. Un poco mojó sus pies.

Oí que mi madre hacía ruidos en el otro cuarto y me vestí de nuevo. La besé y me fui al sofá. Al despertar, Lucía estaba radiante, una sonrisa espléndida. Mi mamá le dijo que se notaba que esperaba con ansias los 18 por lo contenta que se veía. Es por mi abuelo que ya está bien, respondió ella sin levantar la mirada que clavó en la tasa de café.

La acompañé a su casa y de nuevo nos besamos. Al regresar a mi casa entré a mi cuarto. Apreté la almohada sobre mi cara y aspiré su olor. Cuando la iba a poner en su lugar noté que había una hoja doblada. Era una carta de Lucía. El contenido se los contará ella en un próximo relato.

Gracias por sus comentarios.

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