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Marcela una jueza golosa

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Contaré algo que me ocurrió y de lo que, aunque ya han pasado diez años, aun me arrepiento. Duró unos dos años, pero lamentablemente todo lo bueno tiene su fin y el de esta historia si bien no fue trágico, si se llevó mi satisfacción.

Con Alicia, mi ex, durante tres años nos cuidamos de no tener hijos y cuando finalmente decidimos tenerlos no pudimos; durante siete años nos hicimos cuantos análisis nos indicaron los distinto médicos a los que fuimos, pero… ¡no hubo caso!, pues si bien ambos podíamos procrear en forma independiente cuando tratábamos de hacerlo en conjunto, algo fallaba y no podíamos engendrar.

Esto llevó a que Alicia se enojase conmigo, diciéndome que no servía ni para darle un hijo y que como ella quería sentir lo que era estar embarazada se iba a ir. Dicho esto junto algo de su ropa y pegando un portazo y se fue dejándome con la bronca y la impotencia de no haber podido convencerla de que no se fuese.

La vida continuó y los 37 años, me encontraron siendo un hombre separado desde hacía 3 años. Un amigo me decía “No te preocupes Rubén, vos sos un gran abogado, con mucho cabello negro azabache, aun sin canas, ojos verdes, tez cetrina, boca grande igual que tus dientes, dientes cuya blancura dan vida a tu cara cada vez que sonreís, que son muchas, medís 1,87 metros, no tenés panza, aunque no se te marquen los rabiolitos, pesas 83 kg y sos muy simpático, con esas características si yo fuese mujer caería rendida a tus pies” y era cierto porque mujer que veía y me interesaba inmediatamente terminaba en mi cama.

No obstante ello, yo buscaba otra cosa, yo buscaba formar una familia.

Si por algo me caracterizaba eras por mi forma simpática y abierta de tratar a las personas, gracias a la cual logré establecer una gran relación, hacen ya muchos años, con Marcos, un gran juez de mi provincia.

Un viernes a la noche, con motivo de festejar sus 50 años de vida, organizó una fiesta y en ella conocí a Marcela, una jueza en lo civil y comercial de 40 años recién cumplidos. Ella, por lo que me enteré después, llevaba una vida de viuda desde hacía 7 años y tenía una hija de 18 años.

Marcela llevaba el cabello, rubio… natural, según dijo, hasta la cintura, poseía unos ojos celestes que parecían unos faroles, labios finos siempre pintados de un color rojo muy intenso, como intensa resultó ella, una estatura de 1,69 metros, pesaba 58 kg, una figura que más de una mujer envidiaba pues tenía un busto de 100, y como comprobé después, de pezones gruesos y duros coronando unas areolas de un color rosa oscuro destacándose del resto de su piel blanca marfil, 65 cm de cintura y 98 de caderas, su culo era prominente, y muy goloso, como también pude comprobar a las pocas horas de conocerla.

Con ella hice buenas migas casi de inmediato, pues si bien, durante la recepción, muy larga para mi gusto, conversamos en una gran rueda de personas, estas poco a poco se fueron a charlar con otras personas, hasta que finalmente quedamos conversando solos.

Si bien nos tocaron mesas diferentes, logré cambiar de ubicación con otra persona y compartimos mesa, por lo que nuestra conversación prosiguió.

Casi todos los bailes fueron sueltos, pero eso solo sirvió para que, viéndola moverse, aumentaran mis deseos de estar con ella. No probó el alcohol, por lo cual vi que mis deseos de estar con ella eran pocos, pero el ver cómo me miraba y me sonreía me hacían tener esperanzas de que algo pasase; no obstante cuando llegó la hora de irse, al no haber pasado nada, me resigné a tener que recurrir a Manuela para darle tranquilidad a la bestia que tenía entre mis piernas. No obstante al acercarme a ella, para despedirme, me preguntó si la podía acercar hasta su casa, pues cuando llamó a la remisería, que la trasladaba siempre, le dijeron que no tenían ningún vehículo disponible. Obvio que le dije que sí. Al subir a mi coche observé esas piernas que me habían enloquecido durante toda la noche, por lo cual a fin de, aunque mas no fuese, poder rozar una, no bien salimos del estacionamiento deje mi mano derecha sobre la palanca de cambios; aparentemente ella se dio cuenta de mi intención pues no terminamos de recorrer una cuadra que ya su pierna apretaba mi mano contra la palanca de cambios. Yo la miré y nos sonreímos, como tantas veces esa noche.

Le pregunté dónde quedaba su casa, ella me dijo que no lo recordaba por lo que mejor fuésemos a la mía; no me lo hice repetir y enfilé rumbo a mi casa al tiempo que quite mi mano de la palanca de cambios y la llevé, recorriendo su muslo, sobre su vagina, pero me parece que no le gustó, porque cerró sus piernas y agarrando mi mano me la llevó nuevamente a la palanca de cambios, al tiempo que me decía que dejase quieta mi mano y me concentrase en el camino. Pensé que la había cagado pero cuando volvió a apretar mi mano con su pierna me tranquilice.

Llegamos a mi casa y no bien entramos me preguntó dónde estaba el baño, se lo indiqué y hacia allí fue, mientras me pidió algo de beber. Le serví un vaso de jugo pero, al regresar, me dijo que prefería un whisky, yo le dije que como no la había visto tomar alcohol en toda la noche pensé que no tomaba, a lo que me respondió que en las fiestas no tomaba pero que si lo hacía en la intimidad, motivo por el cual le serví un whisky y serví otro para mí; cuando se lo di brindamos por habernos encontrado y después de hacer un fondo blanco, nos miramos y nos besamos.

Empezamos a bailar, sin música, y los pasos nos fueron llevando hacia mi habitación; al llegar a ella ya mis manos acariciaban sus nalgas y mi pene estaba parado contra su concha. Ella lo debió de haber sentido oprimido pues su mano derecha bajo el cierre de mi pantalón y buscó liberarlo de su encierro, algo que hizo mientras se sentaba en la cama y comenzó a darle pequeños besos en la cabecita. Yo comencé entonces a quitarme la corbata y la camisa, tirando ambas prendas al piso y sacándome el cinturón deje que mi pantalón cayese también a él. Al ver esto, separó la boca de mi glande y me bajó el slip al tiempo que hizo desaparecer una buena porción de mi pija en su boca. Yo apreté su cabeza para que tragase más, pero al ver que ella movía su cabeza diciéndome que no, la solté y dejé que siguiera sola. Sabía lo que hacía pues mientras recorría mi pija con su lengua sus manos desabrocharon todos los botones de su camisa y cuando se dio cuenta que mi orgasmo estaba cerca dejó de mamármela y se paró, al tiempo que sus manos quitaban su camisa. Ahí yo aproveche y le quite el corpiño mientras chupaba sus tetas. Mis manos recorrieron su cintura y desprendiendo su pollera la dejé caer al piso, luego comencé a bajar sobre mi eje, al tiempo que le sacaba la tanguita que cubría su sexo, cuando de rodillas estuve frente al mismo, viendo sus rosados labios rodeados de un casi imperceptible vello rubio, lo que me confirmó la verdad de sus palabras sobre la naturalidad del color de su cabello, la hice sentar sobre la cama y comencé a chupar su vagina, como si mi vida dependiese de ello. Mi lengua recorrió sus labios y los separó para luego introducirse en su húmeda cueva, creo que llevaba mucho tiempo sin tener sexo, con el tiempo me di cuenta que no era por eso sino porque era multiorgásmica, pues casi inmediatamente sus manos empujaron mi cabeza contra su concha y sentí como explotaba ya que sus gritos de placer fueron acompañados de una catarata de fluidos que salieron de su vagina y terminaron en mi garganta. Junte todas las gotitas de su explosivo orgasmo y haciéndola girar sobre sí misma, deje que su culo hiciese contacto con mi boca, la cual se abrió y dejó en la entrada de su ano sus fluidos que, junto con mi saliva, sirvieron para lubricarlo; me paré y lleve mi pija a ese orificio solitario que parecía dispuesto a ser ensartado, ¡y eso hice!

Mi verga, sin problemas, recorrió toda su caverna y luego de varias entradas y salidas dejó una muestra de su visita. Ella al sentir el calor de mi leche recorrer sus entrañas se separó de mí y llevó mi verga a su boca, para sorber hasta la última gota de mi semen, como una egoísta que no quiere que ese néctar, como luego lo llamó, se perdiese entre las sabanas o el piso.

Pasados unos minutos, durante los cuales no soltó ni un instante mi pija, esta

Volvió a estar dispuesta a otra batalla y ella tirándome de espaldas al piso, como una gran amazona se sentó sobre ella, y comenzó a cabalgarme. Yo apreté sus pechos y vi, como su cabello formaba una catarata de pelo sobre su cara cuando en el paroxismo de un nuevo orgasmo, su cabeza giraba como si no estuviese unida a su tronco. Pensé que era solo su flujo el que corría por mis glúteos, flujo que emanó de su concha a causa de su orgasmo, pero me equivoqué pues el mismo estaba mezclado con la leche que minutos antes había salido de mi verga e inundado su culo.

Está acabada pareció tranquilizarla pues escapando de la estaca de carne, que era mi pene, se dejó caer a mi lado. A los pocos minutos la tomé de la mano y la hice acostar sobre la cama, acostándome yo a su lado. Ella tomó mi pija y agarrada de ella se durmió, algo que también hice yo.

Me desperté al mediodía y al tratar de levantarme, para lo cual traté de abrir su mano pues ella me seguía agarrando la pija, se despertó también Marcela, entonces me preguntó si me pensaba escapar, le aseguré que era lo último que se me podía ocurrir, que solo iba a ir a hacer un poco de agua, ella riendo me dijo que fuésemos juntos y que luego nos bañásemos porque olíamos a flujo y semen.

Eso hicimos, aunque aprovechamos, mejor dicho, se aprovechó de mi nobleza, como diría el chapulín colorado, pues me franeleó la poronga, con la excusa de que tenía que enjabonarla bien para sacarle los restos de su flujo, hasta que esta estuvo otra vez en pie de guerra y se clavó nuevamente en su argolla.

Ella se colgó de mi cuello y cruzó sus piernas por sobre mis caderas, yo me apoye contra una de las paredes de la ducha y ella subió y bajó, ensartada en mi pija, hasta que exhaló un grito, que debió ser oído por todo el edificio, y clavando sus uñas en mi espalda tiró su tronco para atrás, con tanta fuerza, que de no haber estado firmemente afirmado hubiésemos caído ambos al suelo. Se enderezó y dándome las gracias desarmó la postura en la que estábamos y poniéndose en cuatro me pidió que la ensarte por el orto, cosa que no me hice repetir, e inmediatamente procedí a colocar la punta de mi verga contra su ano y empujé enterrando la misma de una sola estocada, luego agarre sus tetas y utilizándolas para darme apoyo se la saque y metí rápidamente, mentiría si dijese que quería darle placer, pues en ese momento solo quise sacarme la calentura que me agarré por su acabada anterior por lo que, sin pensar en nada, se la metí y saqué como un poseso, apretando sus pechos como para sacárselos por sus pezones, rápidamente llegué y según me dijo después, ella lo hizo dos veces, quedé destruido, recostado sobre su espalda, por lo que cuando mi pija salió de su cueva posterior solo tuve fuerzas para lavarme, y me fui a acostar; cuando ella salió del baño, se tendió a mi lado y me dio un beso en la boca para luego preguntarme si ya estaba repuesto, a lo que le contesté que casi, pues si bien para coger me faltaba recuperarme para otras cosas no tenía problema, por lo cual riéndose, me dijo que nos vistiésemos y fuésemos a almorzar a algún sitio, cosa que hicimos y luego la llevé a su casa.

A partir de ese día nos veíamos casi todos los días y ella se quedaba a dormir en mi casa o yo en la de ella.

La mayoría de las veces era ella la que se quedaba en mi casa pues como le gustaba gritar cuando tenía un orgasmo, y casi siempre lo hacía más de una vez, prefería que lo hiciésemos en casa porque ahí su hija no escuchaba, aunque en algunas oportunidades, ocasiones en que su hija salía con su novio o se quedaba en casa de una amiga, me quedaba a dormir en su casa luego de la cogida reglamentaria.

Este fue el motivo por el cual a su hija no la conocía más que por las fotos que ella me mostraba. He de decir que aún sin conocerla, no podría no relacionarlas, ya que era como me la imaginaba a ella 20 años antes, de piel muy blanca, cabello rubio, ojos celestes, nariz angulosa y pequeña así como labios finos, labios que en la mayoría de las fotos tenía pintados de un rojo sangre muy fuerte.

Finalmente la conocí un día en que fuimos a pasar un fin de semana a una isla. Al verla no pude dejar de imaginar a Marcela unos años antes, pues su hija no solo se parecía a ella en la cara, sino también en el físico, ya que si bien sus tetas eran más pequeñas, como también lo era su culo, y medía unos 7 u 8 centímetros más, todo en ella mantenía la misma proporción.

Al conocerme me dijo “gracias” y cuando le pregunté por qué, riéndose me dijo que porque gracias a mí su madre muchas noches no volvía a la casa. Yo también me reí y viéndonos reír, Marcela se acercó y mirándola con una sonrisa picarona le dijo que no se propasase conmigo que yo era su novio. Pensé que era una broma pero a partir de ese día me hacía quedar en su casa, aun estando Camila, así se llamaba su hija, y obvio cogíamos y obvio que gritaba, pero parecía no le importaba sino que deseaba que su hija supiese que era ella y solo ella la que me sacaba la leche.

En más de una ocasión me di cuenta que Marcela dejaba, a propósito, la puerta entreabierta y Camila miraba como yo la cogía. Situación que no hacía más que calentarme y en más de una oportunidad me imaginé cogiendo con Camila mientras le daba matraca a Marcela.

Continuará.

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