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Nuestra perrita

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Raquel y yo somos hermanas, y por cosas de la vida vivimos juntas hace tres años. Yo tengo 40, y pese a los achaques del tiempo me conservo saludable, enérgica y vital. Mi cola y mis pechos aún guardan sus encantos, porque nunca dejé de ir al gimnasio.

No tengo hijos ni sobrinos de parte de ella, pero sí de nuestro hermano mayor.

No tenemos vicios, ni mascotas, ni demasiados rollos con el amor. Ella nunca tuvo un novio formal, aunque siempre se las arreglaba para coger con el tipo que quisiera.

Yo en cambio tuve dos relaciones fuertes, y casi me caso cuando tenía 25. Sin embargo, lo trunco, eso que no se nos dio, o se escurrió en el tiempo, lejos estuvo de volvernos mujeres rencorosas o histéricas.

Ella me lleva 5 años, y gracias a su profesión de docente se la ve algo más agotada, rezongona y arruinada. Pero sus tetas son dos motivos como para que varios casados piensen en pecar hasta lograr el pase directo al infierno.

Sucede que una noche, yo llego de la casa de una amiga, y ella se había mandado tremendos fideos con tuco. Había un vino en la mesa, dos copas, queso y jamón en una tablita para picar, unas aceitunas, albondiguitas y algunas salsas. A veces le daba por esperarme con una mesa a todo trapo.

Me alegré, y mientras hablábamos de mi amiga y sus dramas, brindamos esperando a que esté el tuquito.

Le conté que la loca se encamó con su hijo, que ahora no sabe qué hacer para no andar como una desesperada pensando en su pija, y que está re celosa porque el pibe tiene novia.

Me sorprendió que no la tome como a una pervertida. De hecho dijo:

¡y sí nena, yo si fuera la madre de ese pendejo, le pego una cogida, y hasta le doy el culo te juro!

Me reí, pero enseguida, hablando del tema comprendí que no era solo un chiste.

Mientras la ayudaba a servir los fideos me confesó que le encantan los pendejos, y que tiene la fantasía de enfiestarse con varios, y que preferiría que recién hayan terminado de jugar al fútbol.

No sabía si tomarla enserio, si ya el vino hacía efecto en su mente, o si la abstinencia le estaba haciendo mal. Yo, ese día me sentía con muchas ganas de coger, pero siempre intentaba no demostrárselo ni a mi hermana.

Al rato comíamos, y ella insistía con que yo le cuente mis fantasías.

¡dale Ani, contame, si ya estamos grandes, y son solo eso, fantasías! A quién te gustaría bajarle la caña, o tomarle la lechita?!, dijo vaciando su plato tras un último bocado.

Le dije que muchas veces soñé con una pendeja que era nuestra empleada, y que las dos nos propasábamos con ella. Los cachetes se le enrojecieron con algo más de risa cuando le revelé que siempre me despierto cuando la supuesta piba lava los platos, yo me le pongo atrás para bajarle la bombacha, ya que la tenemos siempre en ropita interior, y que cuando me dispongo a comerle la conchita, ella entra y por poco me echa a la calle.

¡qué perversa que sos Ana… y después la degenerada soy yo… mirá, para que te quedes tranquila, te aseguro que si eso fuera real, yo también me prendería a comerle la concha a la empleadita!, decía descostillada de risa, aunque no por eso sus palabras perdían seriedad.

Yo abrí la segunda botella de vino mientras ella me proponía un trato.

¡qué te parece si contratamos a una guacha de 18 para que nos limpie la casa? Total, acá está lleno de pendejas que, si le tirás unos manguitos demás hacen lo que les pidas!

Le dije que estaba en pedo, aunque la idea me seducía.

Al rato me impresionó contándome de sus fantasías cumplidas.

¡mirá Ana, esto queda acá, obvio… yo le hice un pete al Pablito cuando cumplió 18, y a uno de sus amigos… ya sé que es nuestro sobrino y todo eso, pero lo vi con la pija re dura, porque para su cumple, yo dormí en su pieza, te acordás?, y cuando entra en bolas después de bañarse, creo que ni se acordó que yo estaba acostada! Cuando se la vi no pude conmigo! Me senté en la cama mientras él buscaba un calzoncillo en un cajón… ahí se la toqué, la olí y me la metí en la boca para mamarlo todo! El guacho la re gozó, porque yo le pedía la lechita, y él me la dio toda!

No sé qué cara le habré puesto, pero necesitaba saber más. Siempre admiré su desfachatez para llevar a cabo sus aventuras.

¡al amiguito se la mamé a los dos días… Pablito le contó lo que pasó, y le di mi celu… ya lo habíamos hablado ni bien me acabó en la boca… cómo le iba a decir que no! No hay que esperar que a los nenes les duelan las bolitas!

Su comentario me hizo reír, cuando ya la tercera botella de vino iba por la mitad. Yo sentía que la concha me quemaba de calentura, y que mi bombacha no podía absorber más jugos.

Cuando quiero acordar estoy en mi cama, pajeándome como una puerca, desnuda y pensando en mi hermana con la pija de mi sobrino en la boca, en el otro pibito chupándole las tetas, y en la empleadita lavando el piso con un vestidito corto y sin bombachita.

Raquel al otro día trabajaba en la escuela, por lo que después de un cafesito se fue a su cuarto a descansar. Ella no es de pajearse, y a pesar de eso me la imaginé metiéndose un chiche en la argolla después de lamerlo. No sé cuántas veces acabé esa noche.

Al otro día, al regresar de la mercería en la que trabajo, descubro que la puerta de calle está sin llave. Me desconcerté, y enseguida pienso que soy una colgada por no asegurarme de cerrar cuando me fui. Pero cuando llego al living me la encuentro a Raquel, sentada en el sillón, charlando muy a gusto con una chica.

¡aníta, llegaste… qué bueno! Mirá, te presento a Cecilia… tiene 18, todavía no termina el secundario y necesita trabajar… qué te parece? Ella dice que no tiene problemas en hacer todo lo que le pidamos!

Examiné detenidamente a Ceci, y noté que era de condición muy humilde. Tenía las zapatillas hechas moco, el pelo matado por las tinturas, un pantalón con agujeritos en las rodillas, carita de hambre aunque fuese rellenita, y sus expresiones no eran muy delicadas.

No quería preguntarle de dónde la conocía, por más que me matara la intriga. Enseguida Raquel le dijo:

¡haber Ceci, parate, queremos verte bien, y subite la remerita!

Tenía pinta de ser más chiquita, pero su documento no mentía.

Raquel me llamó aparte en la cocina, y me dijo:

¡qué pensás, la tomamos por unos días para ver cómo se porta? Te calienta esta pendejita sucia?!

Le dije que sí entusiasmada, perpleja todavía, pero llena de curiosidad.

¡Ceci, necesitamos que dejes la cocina impecable… en el bajo mesada, a la derecha tenés todos los productos de limpieza que quieras… y después te decimos si te empleamos… dale? Pero, antes sacate las zapatillas, la remerita y el pantalón!, le ordenó Raquel tras convenirlo conmigo.

Cecilia, a quien recién le conocía la voz dijo:

¡pero, por qué? No entiendo!

¡vos hacelo, y te pagamos el doble!, le dije resuelta pero nerviosa.

Raquel y yo nos sentamos en el sillón a charlar con la tele prendida. Por eso Ceci no la escuchaba cuando me decía:

¡mirale el calzón, pobresita no?, está nerviosa tu nena! Te la querés comer toda, ya se te moja la conchita por ella?!

La verdad es que, verla fregar la mesada, lavar tazas, ordenar las sillas, trapear el piso y preparar café en bombacha y corpiño por espacio de una hora me estaba enloqueciendo. La idea del café fue de Raquel.

Cuando nos lo trajo sentí que una electricidad me recorría todo el cuerpo, porque su olorsito a pendeja me erotizó más que el café a punto.

No lo soporté y me levanté para agradecerle con un beso en la boca, mientras con una mano le bajaba un poquito la bombacha.

¡qué hace señora?!, pudo decir antes de que mi lengua entre de lleno en sus labios, y después alrevés. El sabor de su aliento y su saliva desató en mi piel un fuego intenso, mientras Raquel le acariciaba las nalguitas y le desprendía el corpiñito.

¡vos no hables, y dejate llevar!, le dijo mi hermana con toda la cancha conduciéndola al sillón para recostarla boca arriba.

¡vení Ani, chupale las tetitas… y vos abrí las piernitas chiquitina!, dijo Raquel impulsándome a cometer un pezonicidio con mi lengua. Se las chupé, saboreé cada rincón de sus tetas, estiré sus pezones en mi boca, lamí extasiada lo dulce de su piel tersa, tibia y casi tan comestible como los gemiditos que se le escapaban, y ahogué los míos en su pancita preciosa.

Cecilia tenía sus ojitos verdes cerrados, sus manos sobre mi cabeza, los pies estremecidos porque mi hermana se los besaba, y la mantenía con las piernas abiertas, porque quería comprobar si se le mojaba la bombacha.

¡sí Ana, lo estás haciendo bien nena, la tenés entregadita!, dijo Raquel estirándole las gambas.

No sabía qué hacer cuando enseguida agregó con cierta impaciencia:

¡te toca a vos ahora, sacale la bombachita y cométela toda!

Sabiendo los peligros que corría mi sexo a disposición de esa nena, la agarré de la mano y me la llevé a la pieza de mi hermana, que tiene una confortable cama de dos plazas.

Abrí la cama, le saqué la bombacha, y al olerla dejé que ese néctar se funda en el aire que respiraba para que mi cerebro desee como nunca poseerla. Era una mezcla de olor a conchita y a pis que me martirizaba. Pero todavía no me atrevía a probar su vagina peludita y de labios pequeños.

Le pedí a Raquel que se quede un ratito con ella, que yo iría de un pique a la farmacia de en frente y volvía.

Ella se quedó tan enrarecida como yo. Pero mi fantasía necesitaba consumarse en aquel morbo oculto por años. En la farmacia compré pañales para adultos, dos chupetes rosados, una mamadera, perfume de bebé y un babero.

Al regresar a la pieza, vi que Raquel estaba con las tetas al aire, y Cecilia permanecía parada contra el ropero. Yo misma vestí a la pibita como a toda una beba, la perfumé y le hice dos colitas en el pelo, y la acosté bajo las sábanas.

Le pedí a Raquel que prepare chocolatada caliente y que la sirva en la mamadera que traje. Ella lo hizo tan extrañada como excitada, cosa que se vislumbraba con fidelidad en su rostro.

Para cuando llegó con la leche, yo ya estaba en calzones, acostada a su lado y haciéndole chupar mis tetas, como toda una madre dedicada. A la pendeja le gustaba ese fetiche, porque el brillo de sus ojos se enternecía cada vez más, casi tanto como los de Raquel al ver semejante espectáculo.

¡haver, abrí la boquita Ceci, que la tía te va a dar la mema, y más vale que te la tomes toda, como en el cole… seguro que chupás muchas pijitas vos no?!, pronunció Raquel, rozándole los labios con la mamadera, cuando yo la tenía sentada sobre mí, y con mis manos acariciando sus tetas turgentes. Frotaba mi concha en su pañal, que corría el riesgo de desbordarse por la colita que tenía, y Raquel le ensuciaba las tetas al volcarle un poco de leche, con toda la intención.

La muy cochina se animó a lamérselas y a comerle la boca, mientras mi mano urgaba en su pañal para verificar que no se hubiese hecho pis, como Raquel se lo pedía.

¡y una vez que te tomes la lechita hacete pis encima bebé, que tu mami te cambia el pañal! Te encanta ser nuestra perrita obediente, no chiquita?!, dijo ella pasándole un chupete por toda la cara, el que ambas lamieron juntas.

Mi dedo ya entraba en su vagina hiper mojada, y una de las manos de Cecilia masajeaba mi vulva sobre mi bombacha.

Hasta que no quise más de ese sádico tormento.

Me puse la cola de la guacha sobre las tetas después de que Raquel le sacó el pañal, y le di todas las libertades a mi lengua para que se deleite con la textura, los olores, las humedades y contracciones de su conchita sensible. Le lamí el clítoris a placer, hice que mi saliva se confunda con sus flujos y algún que otro hilito de pis involuntario, navegué con mis dedos en el interior cálido de su vagina tan necesaria para mi ser, y dejé que Raquel le coma las lolas, y le friccione las suyas contra su cara, que la obligue a oler su pañalín y que le pida que gima más fuerte.

Su cola pegada a mis tetas me llenaba de conmociones, y cuando al fin acabó en mi boca sentí que mis fantasías abrían nuevos umbrales para probar el pecado de diferentes formas.

Si lo prefieren les contaré más de esa empleadita sumisa y sucia. Pero naturalmente fue contratada por mérito propio! fin

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