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Por debajo de la puerta

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Era mi primera oportunidad importante de cerrar una gran venta, desde que empecé mi trabajo de comercial, y tenía que desplazarme a ver a una empresa para terminar de convencerles de que contratasen nuestros servicios. La medida de lo importante que era esa visita la daba el hecho de que la misma directora comercial había decidido acompañarme, por lo que estaba doblemente presionado para hacerlo bien. Mi jefe me advirtió que no podíamos fallar, así que me preparé a conciencia, y aquel día estaba súper motivado. Por la mañana cogí un taxi para ir hasta el aeropuerto, y allí debía encontrarme con mi superjefa, para coger el avión con ella.

Mar era una mujer de esas que no paran, muy activa y responsable. A sus 46 años, había conseguido posicionarse como una de las principales responsables comerciales de la empresa, y se codeaba con tíos que la sacaban en algunos casos 10 años, sin problema. Ella era muy inteligente y siempre sabía resolver cualquier problema, así que en cierto modo me sentía seguro con ella. La imagen que siempre tuve de ella de una mujer entradita en años, severa e hiperresponsable, contrastó con la primera impresión que me dio cuando me hizo señas, en el aeropuerto. Era una madurita, efectivamente, pero no estaba nada mal. Nos dimos dos besos y pude apreciar su perfume, que me produjo un súbito calentón, a la vez que me fijé en sus piernas, bastante sexys.

Llevaba un vestido beige de falda corta y unos zapatos de tacón discreto, pero elegantes. Sus pechos destacaban bajo una blusa banca, y llegué a apreciar su sujetador transparentando debajo. Pero lo que más me llamó la atención fue que sus piernas estaban cubiertas por unos pantys beiges con muy poco brillo, pero infinitamente sexys. Al acomodarnos en el avión, pude apreciar sus piernas en todo su esplendor, ya que al ser la falda corta, me mostró unas vistas de sus rodillas perfectas. La verdad es que pasé todo el vuelo sintiendo mi entrepierna abultada, esperando que ella no lo notase. A pesar de que ella me hablaba continuamente, no lograba desconcentrarme de diferentes fantasías que me invadían constantemente. Desde imaginármela en su vestidor subiéndose los pantys esa mañana, hasta cabalgando sobre su afortunado marido, sobre la cama, entre gemidos de placer.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para concentrarme en el tema laboral cuando llegamos a la oficina del cliente, dejando para después el enorme upskirt que me regaló al salir del taxi, y que me dejó k.o. el resto de la mañana. Al final entre los dos hicimos bastante buen papel, y finalmente conseguimos el contrato, lo que provocó una explosión de júbilo mutuo, que derivó en un buen rollo muy agradable. Tal y como estaba previsto, la reunión se alargó toda la tarde, y salimos de allí directos al hotel. Mar me dijo que había algunas cosas que quería ver conmigo antes de la cena, así que al llegar al hotel pronunció unas palabras que me la pusieron dura inmediatamente:

- "¿En tu habitación o en la mía?".

Yo tuve que poner cara de póker para no hacer un chiste fácil, ya que al fin y al cabo era la directora comercial, pero por dentro las fantasías revoloteaban en mi cabeza. Fue ella misma quien contestó, y entramos a mi habitación. Entonces ella me dijo:

- "Perdona, tengo que entrar al servicio, no te importa, ¿verdad?".

Yo le dije que por supuesto, y entonces dejó la puerta abierta, metiéndose tras la mampara, donde estaba el WC, mientras seguía hablando con toda la confianza, en alto:

- "La verdad es que hoy nos hemos salido, ¿no te parece?".

Yo no pude evitar asomarme tras la puerta, y dado que la mampara de cristal estaba abierta por abajo, me agaché y eché un vistazo. Normalmente en los hoteles quien usa el WC es la pareja mientras uno está al otro lado, por lo que no hay problema de privacidad. Pero ahí estaba yo fisgando a mi jefa mientras hacía sus cosas, y en ese momento disfruté de una vista tan morbosa para mí como seguramente normal para ella: sus piernas de rodillas para abajo, con los zapatos puestos y los pantys bajados hasta abajo, como atrapando sus tobillos en una sesión de bondage. No me lo podía creer, tenía a toda una tía buena con los pantys bajados frente a mí, con las bragas seguramente por encima de las rodillas, y yo pensando en si hacerme una paja rápida (no me iba a dar tiempo) o en entrar ahí y follármela con las medias bajadas.

Antes de que me pillase, salí del baño con la imagen del rombo de sus pantys todavía en mi retina. Entonces ella salió y vino hacia mí:

- "Pensé que te habías ido, como no contestabas...".

Entonces se sentó a mi lado en la cama y sacó unos papeles. En la posición en la que estaba, le incidía la luz de una lámpara directamente en las piernas, y como la falda se le había subido un poco, no pude evitar mirarle descaradamente. Ella me pilló de lleno:

- "Ah, sí, he traído este vestido corto a propósito, creo que ha ayudado, ¿te has fijado cómo me miraba las piernas el presidente, ese señor mayor?". Y añadió:

- "Ya sabes, a mi edad todavía puedo tirar de esas artimañas con tipos así".

En mi mente resonó la idea de que era mayor pero no tanto, mientras a cámara lenta sus labios se movían para dejar paso a una visión de su escote y luego sus piernas, cada vez más descubiertas...

Entonces tuve un impulso que no pude frenar, y mientras mi boca se pegaba a la suya, mi mano alcanzó a introducirse lentamente entre sus piernas, mientras sentía el tacto de sus pantys, y mi lengua penetraba entre sus dientes. Ella se sobresaltó y me temí lo peor, pero durante unos segundos sentí que mi beso se vio correspondido, mientras mi mano recorría sus piernas de arriba a abajo sin descanso. Se dejó caer hacia atrás y entonces subí con mi mano a sus pechos, e inmediatamente noté sus pezones duros tras la tela del vestido. Me dediqué a masajearlos suavemente, mientras ella abría más la boca, y me permitía llegar hasta su garganta. No podía estar más excitado, y pensé rápidamente en cómo desnudarla. Ella entonces abrió las piernas y llegué con mis dedos a su entrepierna, descubriendo que estaba muy mojada, y no era precisamente por haberse limpiado mal en el baño, sino porque estaba poniéndose muy caliente. Entonces me desnudé y me tumbé boca arriba. Ella llevó su mano a mi pene y empezó a masajearlo, como si se me pudiese poner más duro.

La cogí de los hombros y bajé su vestido hasta dejar sus pechos al aire, sujetados por abajo por el vestido, que hacía que ganasen volumen. Luego hice lo mismo por abajo, subiéndole la falda hasta la cintura, y noté cómo se restregaba su sexo contra mi pene duro. Me moví para llegar con mi boca hasta su sexo, y empecé a lamer el rombo de sus pantys, sintiendo un aroma cálido y agradable a mujer. En ese momento su boca atrapó mi pene y empezó a tragar como si fuese una jovencita. Yo conseguí hacer un agujero en sus pantys y metí mi lengua entre sus labios vaginales, calientes y húmedos, entrando hasta el fondo. Ella se retorció, y al cabo de unos minutos me pidió que la penetrase, con el pelo completamente revuelto y el maquillaje corrido.

Yo me puse boca arriba de nuevo y ella se ocupó de sentarse sobre mi polla erecta, que entró hasta el fondo, momento en el que iniciamos un vaivén para conseguir la penetración máxima. Ella estaba muy caliente, y yo cerca de la explosión, porque no paraba de acariciar sus piernas, sus pechos y su culito. Metía hasta su garganta la lengua, que segundos antes había explorado su sexo. Durante un buen rato estuvimos follando hasta que sus gemidos se hicieron más graves, y me dijo que no podía más. Entonces la puse boca abajo y busqué el camino de su culito. Mi pene estaba muy duro, y deseoso de entrar en su culito. Ella sintió mis intenciones, y ahogó un gemido, rindiéndose a continuación, agotada, a las embestidas que le profería por detrás, mientras mi glande encontraba el fondo de su culito una y otra vez. Ella gemía, mientras yo me aferraba a sus tetas, y cuando yo tampoco pude más, salí de su interior y ella se incorporó para darme el último empujón: abrió la boca y yo acerqué mi polla a sus labios, cada vez más dura. Justo cuando su lengua traviesa rozó mi glande, un chorro de semen entró directamente hasta su garganta, y detrás le siguieron otros que no salieron de su boca. Ella aguantó unos segundos la preciada carga en su boca y luego, mirándome a los ojos, tragó todo el esperma mostrándome su boca tan limpia como mi pene.

Entonces ella señaló a su maleta y me dijo:

- "Haz el favor de acercarme un consolador que hay dentro, necesito aguantar mientras te recuperas. No pensarás que esto ha terminado aquí...".

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