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La reeducación de Areana (26)

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Durante algunos días Areana estuvo libre de las maldades de Lucía. Su Ama escolar se había propuesto que la esclavita se confiara y creyera que aquella amenaza era sólo eso: una amenaza, y lo consiguió. La pobrecita llegó a pensar que estaba a salvo de alguna tropelía que le significara su expulsión de la escuela, pero se equivocaba.

Llegó ese lunes en el que la clase de geografía a cargo de la profesora Dora Godínez tocaba en la última hora. Todo transcurría normalmente hasta que Lucía se incorporó y saltando hacia el costado del pupitre gritó:

-¡¿Qué hacés, asquerosa?! ¡dejá de tocarme!

Areana la miró angustiada y suplicante mientras en el aula se iba expandiendo un murmullo que crecía en sonoridad hasta que la profesora intervino con firmeza, poniéndose de pie:

-¡Basta! ¡silencio! ¡SILENCIO, DIJE! –y cuando hubo conseguido ese silencio se dirigió a Lucía, que no había vuelto a sentarse:

-¿Se puede saber qué pasa, Gutiérrez? ¿Qué es este escándalo?

Lucía reprimió con algún esfuerzo la risa que pugnaba por estallar en su boca y finalmente dijo:

-Pasa que esta degenerada me estuvo tocando, profesora… Me… me estuvo tocando ahí abajo…

-No… -murmuró Areana ganada por la impotencia y la desesperación.

-¡¿Te atrevés a negarlo, degenerada de mierda? –la apremió Lucia y la tensión del momento hizo prorrumpir a la esclavita en un llanto incontenible para el placer de Lucía, de Rocío y de Guadalupe.

-Esto es muy grave. –dictaminó la Godínez y mientras se dirigía a la puerta del aula le ordenó a Areana:

-Guarde sus cosas, Kauffman, y venga conmigo. Usted también, Gutiérrez –y luego a la clase en general:

-Es todo por hoy, alumnas. Abandonen el aula en orden. –y segundos después iba con Areana y Lucía rumbo a la dirección.

La puerta estaba abierta y la directora revisaba unos papeles sentada a su escritorio.

-Permiso… -dijo la docente.

La directora levantó la vista.

-Adelante, Godínez. –autorizó mirando alternativamente a ambas alumnas y preparándose, según le indicaba su experiencia, para analizar y resolver un conflicto.

-Siéntese, Dora. –invitó la directora y la docente ocupó entonces la silla que había ante el escritorio. Con ambas alumnas a su espalda dijo:

-Tenemos un problema grave, señora Ricardina.

La directora miró a las chicas e instó a la docente a contarle el problema y a decirle los nombres y apellidos de ambas alumnas. La Godínez lo hizo y de inmediato pidió la expulsión de la inculpada. El rostro de la directora se veía algo tenso.

-¿Es verdad semejante cosa? –preguntó dirigiéndose a Lucía mientras empezaba a recordar a Areana como una alumna muy difícil, peleadora y revoltosa, aunque inteligente.

-Sí, señora, es verdad… -contestó Lucía procurando ocultar la excitación que estaba empezando a sentir.

-Ahora hable usted, Kauffman, ¿es verdad?

Areana tragó saliva y dijo mirando al piso:

-No, señora Ricardina, no es cierto…

La directora miró a ambas alumnas y a la Godínez y finalmente dijo:

-Mmmmhhhhh, tenemos un problema difícil de resolver, Dora. Déjeme a solas con la acusada.

Sí, señora. –aceptó la Godínez y salió de la dirección seguida por Lucía.

La directora cerró la puerta, deslizó una larga y lenta mirada por la figura de Areana, que estaba de espaldas a ella, y luego le dijo:

-Te acusan de algo muy grave, Areana.

-¡Pero no es cierto, señora!…

La directora era mujer de unos cincuenta años, alta, delgada, de cabello platinado y ojos negros de mirar penetrante. Vestía una blusa blanca y falda gris entubada. Sus zapatos negros de tacones altos la elevaban por sobre Areana, que mantenía la cabeza gacha.

Siempre a espaldas de la esclavita dijo:

-Si no es cierto, ¿por qué tu compañera te acusa de semejante cosa?

-No sé, señora Ricardina… Creo que es porque me odia…

La directora rodeó el escritorio, volvió a sentarse y preguntó por el motivo de ese odio. Areana se lo explicó y entonces la señora Ricardina le hizo otra pregunta, ésta muy directa:

-Pero a ver, Kauffman, ¿por qué a tu compañera le dio por acusarte de haberla tocado y no de alguna otra cosa?

-No sé, señora… No sé…

-¿Es que te gustan las mujeres? –lanzó de pronto.

Ante semejante estocada Areana vaciló, tragó saliva y finalmente admitió sin poder contenerse:

-Eehhh… sí… sí, señora, pero… ¡pero no la toqué!…

La directora sintió que su tensión interior iba creciendo y entonces decidió jugarse a fondo:

-Tengo que firmar tu expulsión, Areana.

-No, señora… ¡Por favor, no!... –rogó la esclavita, que permanecía mirando al piso y con las manos atrás, retorciendo sus dedos nerviosamente.

-Sin embargo, podría yo cambiar esa medida por una suspensión de dos o tres días.

-Sí, señora… ¡Por favor!... –suplicó la niña.

-Pero si yo decido cambiar la expulsión por una medida menor, vos, ¿qué estarías dispuesta a hacer, Areana? –probó la directora.

La esclavita había estado percibiendo el clima imperante y contestó sin vacilar:

-Lo que usted quiera, señora… Yo haría lo que usted me diga…

-Mmmhhhhhhh, muy bien, Areana… ¡Muy bien!... –aprobó la directora y se puso de pie para ir hacia la niña. Caminaba con lentitud, contoneándose y a mitad de camino dijo:

Mirame… -y la niña la miró. Sus ojos fueron subiendo despacio desde las piernas mientras se mordía el labio inferior, ansiosa.

-Sos muy linda, ¿sabés?... Y a mí me gustan las chicas lindas… -susurró la directora cuando estuvo ante la niña.

Areana se estremeció y más cuando la mujer le desprendió el botón superior de la blusa y luego el siguiente y el otro.

-Mmmmhhhhh… no llevás corpiño… -comprobó al apresar con su mano derecha una tetita. Areana suspiró con los ojos cerrados al sentir el contacto.

-No, señora… ¿Es… es una falta?... –preguntó imaginándose súbitamente echada boca abajo sobre las rodillas de la directora.

-Podría serlo, pero vamos a dejarla pasar... -contestó la mujer desde su ignorancia respecto del spanking y causando en la esclavita una cierta decepción. Quitó su mano de la teta y fue hasta la puerta para cerrarla con doble vuelta de llave. Aun así suponía cierto riesgo tener sexo en su despacho, pero ese riesgo la excitó aún más y regresó junto a la alumna:

-Ahora vas a desnudarte para mí… -dijo.

-Sí, sí, señora Ricardina… Yo hago lo que usted quiera… -susurró Areana mientras empezaba a mojarse.

-Cambiaste, nena, ya lo creo que cambiaste. Eras insoportable, peleadora, rebelde, insolente y mirate ahora tan obediente… -se admiró la mujer.

-Sí, señora… Yo le dije que cambié de verdad, mucho…

-Me alegra eso… Ahora empezá a sacarte todo, pero alejate un poco así puedo ver el espectáculo sentada a mi escritorio.

-Sí, señora… -aceptó la esclavita y retrocedió hasta quedar casi pegada a la puerta, de espaldas a ella. La directora ocupó su silla ante el escritorio, se echó hacia atrás e indicó que empezara el streep tease. Areana recordó el orden que le había sido enseñado y comenzó por quitarse los zapatos, luego las medias, enseguida la falda, después la camisa y por último la diminuta tanga blanca, mientras la directora la observaba con mirada cada vez más ardiente.

-Date vuelta, nena, quiero verte la colita… -ordenó la mujer y Areana giró sobre si misma hasta quedar de espaldas.

La directora contempló admirada y cada vez más caliente esas nalgas perfectas, redonditas y empinadas. Respiró hondo y en un segundo recordó cuánto se había cuidado siempre de no mezclar su homosexualidad con el trabajo, por el riesgo que eso suponía. Había hecho una buena carrera en la docencia y ahora alcanzado el cargo de directora, motivo más que suficiente para extremar la prudencia. Pero esa diablita la podía, algo había en ella de irresistible y no era sólo su belleza física, sino algo enigmático que tal vez algún día podría develar. No ese día, claro. Ese día iba a disfrutar sexualmente de tan delicioso bocadito.

-Vení acá… -ordenó mientras cedía al impulso de tocarse por sobre la falda. Era consciente del peligro que implicaba consumar el acto en su oficina aunque la puerta estuviera cerrada con llave, pero la calentura se imponía inapelablemente a cualquier intento de racionalidad y, además, ese peligro le sumaba morbo a la situación.

Cuando tuvo a Areana junto a ella se puso de pie, la tomó de la mano y la llevó al espacio que había entre el escritorio y la puerta:

-Desvestime, nena… -dijo.

-Sí, señora… contestó la esclavita y de inmediato se hincó ante la mujer para quitarle los zapatos. La directora podìa apenas controlar el temblor que amenazaba con sacudirla entera mientras Areana iba desvistiéndola.

La prudencia más elemental aconsejaba postergar el goce y convocar a la alumna a su casa para esa misma tarde, pero en cambio lo que hizo fue desoír la voz de la prudencia y dejar que Areana terminara con la tarea.

No recordaba que alguna mujer la hubiera excitado tanto como esa chiquilina que la había desvestido con tanto arte, lentamente y con un orden que se le entojaba sabiamente erótico: primero el calzado, luego la falda, después la blusa, el corpiño y por último la bombacha. Cuando estuvo desnuda y cada vez más ansiosa de goce oyó, no sin asombro, que Areana, con la cabeza gacha, le preguntaba con una vocesita que le sonó encantadora:

-¿Puedo… puedo mirarla, señora Ricardina?...

-Claro que sí, nena… Mirame, quiero que me mires… -alentó expectante mientras pensaba que a sus años no estaba nada mal.

Areana levantó la cabeza despacio. Los gestos bruscos no formaban parte de su personalidad, de esa personalidad que había adquirido merced a su adiestramiento como esclava. Sus ojos recorrieron las piernas de la directora, largas y bien torneadas, las caderas amplias, el vientre plano, la cintura con alguna levísima adiposidad que no afectaba el conjunto, las tetas de volumen considerable, algo caídas pero aún muy apetecibles, de pezones oscuros que Areana vio erectos.

Al terminar la recorrida visual por esa geografía femenina, la esclavita sintió que se mojaba cada vez más. Respiraba por la boca y podía dominar con esfuerzo el deseo de tocarse, algo que, como esclava que era, no podía permitirse sin autorización.

La directora se dio cuenta del efecto que su cuerpo desnudo había causado en la alumna y entonces, alentada, decidió que era hora de pasar a la acción decisiva. Abrazó por la cintura a la esclavita y fue acercando su rostro a la cara de ella hasta que los labios se rozaron. Areana abrió la boca y se estremeció ante la invasión de esa lengua que le entró impetuosa, trenzándose en combate con su propia lengua. El beso fue largo e intenso y ambas lo repitieron una y otra vez mientras la directora acariciaba con ambas manos las nalgas de la niña y cada tanto se aventuraba por entre ellas con dos de sus dedos y probaba con uno de ellos la diminuta entradita haciendo gemir y estremecerse a la niña, cuyas piernas temblaban, tanto como temblaba la directora, que a partir de allí llevó la voz cantante.

-Desocupá el escritorio, bebé. Poné todo en el piso.

-Sí, señora Ricardina… -murmuró Areana antes de abocarse a la tarea con las mejillas ardiendo. Cuando terminó con lo que le había sido encomendado la directora, a su espalda, le ordenó que se inclinara un poco sobre el escritorio, apoyada sobre sus manos y Areana obedeció de inmediato luego del acostumbrado “Sí, señora…”

En esa postura la directora tenía a su disposición cada centímetro de Areana, por delante y por detrás, todo su cuerpo y su rostro.

Contempló a su presa durante un momento y luego se fue acercando muy lentamente hasta posar sus manos sobre esas nalguitas que de tan perfectas bien podrían haber sido obra de un escultor dotado por la magia.

La esclavita dio un respingo al sentir el contacto y notó que de su concha manaba cada vez más flujo.

La directora se inclinó sobre ella y le murmuró al oído sin dejar de acariciarle la cola:

-Abrí bien las piernitas, bebé… -y cuando Areana las hubo abierto la directora ensalivó sus dedos medio e índice de la mano derecha para luego hundirlos en la concha de la esclavita mientras deslizaba su lengua y sus labios por los hombros de la niña.

Areana jadeaba y gemía, presa de una calentura cada vez más grande y que se hizo aún más intensa cuando la directora comenzó a sobarle las tetas con su mano izquierda hasta que de pronto retiró sus dedos del nidito y su mano de las tetas para dar luego un paso hacia atrás. Areana giró la cabeza, asombrada, y la miró dolida, con el rostro desencajado.

-¿Qué… qué pasa, señora?... Por favor…

-Estás muy calentita, ¿eh, nena?...

-Sí… sí, señora… No me deje así…

-Yo también estoy muuuuy caliente, ¿sabés, bebé?, y como soy la directora voy a gozar primero…

-Lo que usted quiera, señora, ¡lo que usted quiera!...

La directora sonrió satisfecha y muy excitada y de inmediato se acostó de espaldas sobre el escritorio, con las nalgas en el borde, abrió las piernas hasta poner los pies en ambos ángulos del mueble y ronroneó:

-Vení, bebota hermosa… Vení que quiero tu lengüita…

Areana se acercó ansiosa, con su ojos clavados en esa concha que la reclamaba. Con dedos temblorosos abrió los labios externos y pudo ver entonces el clítoris asomando por fuera del capullo. Se inclinó ávida y apresó el botoncito entre sus labios, arrancándole a la directora un gemido interminable. Chupó ese clítoris que se ponía cada vez más duro y luego introdujo dos dedos hasta los nudillos en la concha; dedos nadadores en un mar de flujo. Poco tardó la mujer en estallar en un orgasmo tan violento que debió taparse la boca con una mano para abortar esos gritos que le brotaban desde lo más profundo de su ser. Areana cayó de rodillas y en esa posición espero que la directora se recuperara y le diera lo que se había ganado.

Momentos después llegó lo que anhelaba. Debió ponerse en cuatro patas sobre el escritorio y en esa posición sintió, estremecida, los labios de la directora en su orificio anal y luego esa lengua que lamía y por momentos horadaba agresiva.

-Sí… sí, señora, sí… ¡Sìiiiiiiii!...

-Mmmmhhhhh, veo que te gusta que te den por el culo, ¿eh, bebota putita?

-Sí… sí, señora… deme… ¡por favor deme!... ¡Deme por ahí!...

-Te voy a dar por ahí y por la concha, nena puta… Tengo dos manos, una para cada agujero… -dijo la mujer y puso en acción a sus experimentados dedos.

Areana tembló entera al sentir la doble penetración y ese dedo sabio que jugaba con su clítoris mientras ella respiraba con fuerza, jadeaba y gemía a la espera del estallido que llegó poco después con tal violencia que hubiera caído al piso de no haber sido sostenida por la directora.

Momentos más tarde, ya ambas vestidas y recompuestas, la directora dijo sentada a su escritorio con Areana de pie ante ella:

-Bueno, nena, a partir de ahora vas a ser mía cada vez que yo tenga ganas. ¿De acuerdo?

-Sí, señora, lo que usted quiera…

-Pero no acá, sino en mi casa. Tomá mi tarjeta. ¿Tenés celular?

-Sí, señora… -y la directora anotó el número.

-Cuando yo te llame venís.

-Sí, señora…

-Bueno, ahora andáte. Tenés dos días de suspensión a partir de mañana.

-Sí, señora, gracias… Permiso…

-Qué bocadito acabo de ganarme… -se dijo la directora mientras Areana abandonaba el despacho.

……………..

Mientras tanto Milena atendía un llamado en su celular:

-Ah, hola, señora…

-Contame si avanzaste.

-Sí, señora, tengo a todas confirmadas…

-Decime quiénes son todas.

-La señora Zelmira; Marta, la librera y sus amigas Elsa y Silvia, y también Margui… Están todas muy ansiosas, esperando que usted decida qué día lo hacemos…

.-Bueno, pienso la fecha y te llamo… dijo Amalia y cortó la comunicación para inclinarse hacia Elena, a la que tenía junto a ella en la cama.

-Ya está todo listo para tu fiesta de bienvenida… -le dijo antes de besarla largamente en la boca.

(continuará)

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