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Chantaje a nuestra maestra de escuela

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Siempre le tuvimos ganas a la señorita Vane. Ella era nuestra maestra, cuando nosotros, empezábamos a conocer nuestra sexualidad. Solía llevar guardapolvo bien cortito, y cuando se agachaba para escribir algo en la parte más baja del pizarrón, el aula se convertía en un concierto de susurros y barullo, porque nosotros nos codeábamos y hablábamos, señalando a la seño con la mirada, como si el que tuviéramos al lado no fuera a ver semejante culo. Hasta al santurrón de Damián se le abrían los ojos como platos, cuando la seño le ponía frente a su cara, el culo hermoso, enfundado en un pantalón de jean bien ajustado.

Damián se sentaba delante de todo, justo enfrente del pizarrón, porque era medio ciego. Pero nosotros, Marcos, Rodrigo, Juan, y yo, también nos sentábamos en los bancos de adelante, y teníamos una visión privilegiada de los atributos de la seño. Porque ella no sólo tenía el culo más perfecto que las pendejas de dieciocho años, también tenía unos ojos marrones de mirada expresiva, unas gambas ejercitadas, y una carita de puta que nos volaba la cabeza.

Claro que esto era sólo cuando la teníamos a ella en la clase de matemáticas. En cualquier otra materia nos sentábamos en el fondo. Los chicos se dedicaban a tirarles aviones de papel a los tragas, y a emular mugidos de vacas mientras los maestros daban clase. Yo, el más tranquilo de los cuatro, sólo les seguía el juego, y me reía de sus estupideces.

Corrían muchos rumores sobre ella: Algunos decían que se cogía a todos los profes de la escuela. Otros afirmaban que en el último viaje de egresados se volteó a un coordinador, y se tranzó a más de un pendejo; y no faltaban los alumnos de los grados altos, que aseguraban haberse acostado con ella. Creo que la mayoría de estos chismes eran falsos, pero no se había ganado su fama de puta por nada. A nuestra edad, nosotros alcanzábamos a percibir el aura de sexualidad que emanaba de su cuerpo. Cuando reía, largaba una ruidosa carcajada orgásmica; cuando se agachaba, estoy convencido de que sentía con placer, todas las miradas clavadas en ella; cuando un alumno, cariñoso, la abrazaba por atrás cuando iba a saludarla a la sala de profesores, seguramente sentía el pequeño falo endurecerse. Se llevaba mejor con los varones del curso que con las chicas. Con nosotros siempre era simpática y efusiva, mientras que con ellas era rigurosa y desabrida. Pareciera que quería la atención de todos los machos para ella sola, y celaba a las chicas.

Yo me hice mi primera paja pensando en ella. Solía fantasear que, en uno de esos días lluviosos, esos en los que todo el mundo faltaba a clases, yo me encontraba solo con ella en el aula, y ahí, mientras escribía en el pizarrón, inclinada, yo me paraba, la abrazaba de atrás, sintiendo los glúteos en mis piernas, y mi miembro enterrado en su zanja profunda, por encima del pantalón. Entonces ella se daba vuelta, nos besábamos, y yo, desesperado, la desnudaba y me la cogía en todas las posiciones, emulando las dos o tres películas porno que había visto hasta entonces.

Pero lo máximo que pude hacer con ella, en ese entonces, fue rozarle las nalgas. En una ocasión, donde casi todo el curso la rodeó para que le corrija unos ejercicios, yo me había acercado por atrás, y con las manos en los bolsillos, aprovechando el anonimato en medio del tumulto, la toqué, recorriendo sus formas duras. Ella no se dio cuenta, o fingió no hacerlo.

Esa noche le dediqué tres pajas.

Juan era el que más obsesionado estaba con ella. Le gustaba asegurar que, si la tuviera en bolas frente a él, la chuparía toda, y después se la cogería. Y siempre estaba inventando planes inverosímiles para acostarse con ella.

- ¿Y si le ofrecemos plata? – propuso una vez, entusiasmado. – ahorramos unos meses, juntamos la guita de los cuatro, y le preguntamos si no se acostaría por plata.

- Callate gordo fantasioso. – lo censuraba marcos, que era el más maduro y razonable de todos.

- ¿y si la seguimos al baño, le damos una trompada y nos la cogemos? – dijo Juan, en otra ocasión, entre susurros, cuando, en la clase de geografía veíamos a la seño Vane caminar por el corredor. Ese día estaba especialmente hermosa, con una pollerita bien corta, y medias. Era sorprendente la manera sensual en que solía ir vestida, si no fuera por el guardapolvo, nadie sospecharía que era maestra.

- No digas idioteces. – amonestó de nuevo Marcos.

- Si, callate salame. – secundó Rodri, y yo sólo reí.

No es que a Marcos no le gustara la seño. Estaba tan caliente como todos nosotros, sólo que él pensaba de manera más realista, y se rompía la cabeza maquinando la manera de conquistar a semejante hembra. Por eso se indignaba cuando Juan compartía sus ideas absurdas. Sin embargo, años después, esta manera de pensar sería el puntapié inicial que nos ayudaría a cumplir nuestras fantasías.

Rodrigo, por su parte, era el más fachero del grupo: alto, rubio, carismático. Ya tenía varias noviecitas, pero aun así estaba loco por la seño. Quería saber lo que era estar con una adulta.

Los años pasaron. Y seguimos en la misma escuela, y cada tanto íbamos a visitar a la seño a las aulas del otro turno, cuando terminábamos la clase de educación física. Conmigo era bastante cariñosa, porque yo era tímido y serio. Solía salir al pasillo mientras dejaba a sus alumnos haciendo ejercicios. Me abrazaba por el hombro mientras conversaba con nosotros, ante la mirada envidiosa de mis amigos. Yo le rodeaba la cintura con mi brazo, y bajaba un poco, sintiendo el comienzo de las voluptuosas nalgas. Sentía su perfume, rozaba su cabello castaño con mi cara, mientras ella hablaba y hablaba, moviendo los labios pintados. Era la más hermosa de todas.

Luego, en el polimodal, cada cual fue a una escuela diferente. Cada uno de nosotros vivió sus propias experiencias. Aparecieron nuevas mujeres que rompieron nuestras cabezas, y nuestros corazones. Pero siempre, en algún lugar de nuestra memoria, aparecía, intacta, la seño Vane.

Para cuando terminamos la secundaria, nos veíamos bastante poco, pero el cariño y la hermandad perduraban en el tiempo, y cada vez que nos juntábamos, parecía que seguíamos siendo los mismos pendejos de siempre.

Rodri, amparado en su facha, era el que primero se desvirgó y el que más frecuentemente tenía relaciones. Marcos y Juan ya no eran vírgenes, aunque no mantenían relaciones muy seguido. La vida era difícil en la adolescencia. Yo, a los dieciocho seguía virgen, y se los confesaba sin problemas porque sabía que no me jugarían.

- Vayamos de putas Javi. – solía proponerme Juan, aunque nunca concretábamos hacerlo.

En esas juntadas recordábamos viejos tiempos, y por supuesto, siempre, salía el tema de la seño.

-qué ganas que le tenía a la mina esa, por dios. - Decía Juan.

- La otra vez la vi y estaba más buena que antes. Me la encontré en el bondi– acotó en una ocasión Rodri. – se tiñó de rubia, no saben lo bien que le queda.

- ¿Cuántos años tendrá ahora? – quise saber yo.

- y... si entonces tenía veinticinco, ahora debe tener treinta y uno. – Dijo Marcos.

Invariablemente estas conversaciones nos ponían al palo, y ahí nomás, sacábamos las pijas y nos masturbábamos, en confianza.

Una vez, en una de esas ocasiones en que nos reuníamos, Juan nos dio una sorpresa.

Desde que había llegado a mi casa, con birra en mano, ya tenía esa sonrisa sobradora pintada en la cara, como si supiese algo que el resto no sabía.

Comimos una picadita, jugamos en la play unos partiditos, nos pusimos medio en pedo, y recién cuando oscurecía, y ya habíamos decidido ir a un pool a terminar la noche, Juan sacó su celular, un Nokia, de esos que eran como ladrillos, y por supuesto, no tenían ni Facebook, ni WhatsApp, pero si tenía cámara.

- No tienen idea de lo que tengo acá. – Dijo, mirando a todos con superioridad.

- Dale dejá de hacerte el importante, mamerto – Le gritó Marcos, que cuando tomaba, se ponía un poco agresivo.

- Si gordo, dale, que traes ahí, seguro una porno. – dije yo

- Mas o menos Javi, mas o menos– dijo Juan – Miren.

Tocó varias veces las teclas, hasta que abrió la sección imágenes. Estiró la mano para que todos veamos, sin dejar que ninguno toque el celular, como temiendo que le robemos su tesoro.

La primera imagen era difusa, y la pequeña pantalla no ayudaba a ver bien. Pero era un culo desnudo. Un culo blanco, redondo. Juan tocó el cursor y pasó a la siguiente foto. Había un hombre peludo, encima de una mujer rubia a la que no se le veía la cara, pero él miraba a la cámara del celular que sostenía con su mano para sacar esa foto. Ambos cuerpos estaban desnudos, y el hombre la penetraba.

- ¡Pará! – Dije yo, haciendo a un lado a los otros para ver mejor.- ¡Ese es el profe Gustavo! – exclamé, excitado cuando reconocí a quien fuera nuestro profesor de gimnasia en la primaria.

- ¡Si!- exclamaron los otros al unísono.

- Y de la mina que me dicen. ¿Está buena no? – dijo Juan haciéndose el misterioso, y entonces pasó a la siguiente foto.

Todos nos quedamos mudos. La seño Vane aparecía en la siguiente foto, en pelotas, parada, con las manos contra la pared, con la cabeza girando, mirando a la cámara, con la risa de puta fiestera que nosotros ya conocíamos.

- La seño Vane. – dije yo, y en un ridículo ataque de indignación agregué. - ¿Pero no está casada? ¿Qué hace con el profe Gustavo?

- Que importa – Dijo Rodri, que había estado bastante callado observando todo.

Juan tenía cinco fotos más, en todas se la veía desnuda, haciendo poses eróticas, o siendo penetrada por el profe Gustavo.

- ¿Qué me dicen? – preguntó Juan, triunfal.

- Te habrás hecho veinte mil pajas. -acoté yo.

- ¿De dónde las sacaste? – quiso saber Rodri. Pero antes de que Juan pudiera decir algo, Marcos, con expresión resuelta, comentó.

- Esto nos puede servir. – Lo dijo casi en un susurro, como diciéndoselo a sí mismo, y después lo repitió más fuerte para todos nosotros. – esto nos puede servir.

- ¿Para qué? – pregunté yo, que ya intuía que se traía algo entre manos.

- Para extorsionarla. – Dijo Marcos, usando una palabra que nunca estuvo presente en nuestro vocabulario, pero que sin embargo resumía muy bien lo que imaginaba, y nos ahorraba tiempo y explicaciones. Todos entendíamos qué era lo que le pediríamos a cambio de devolverle esas fotos.

Suspendimos la salida al pool y nos quedamos toda la noche elucubrado el plan.

Juan había confesado, que su hermano menor, quien era alumno actual de la seño Vane, también era amigo de lo ajeno, y en una ocasión, cuando tocó el timbre del recreo, la seño se había olvidado la cartera en el aula, y él, metiendo mano en ella, se hizo del celular, encontrando ese tesoro de valor incalculable. El chico no se había avivado de ver las fotos o leer los mensajes, sólo pensó en los mangos que podía sacar para comprarse unos cuantos porros, y le confío a su hermano Juan el aparato, para que lo vendiera.

La suerte había jugado a nuestro favor, y ahora habría que saber actuar para sacar el mayor beneficio.

Yo estaba bastante borracho, y al otro día recordaría todo lo que se habló como delirios de cuatro pibes en pedo. Pero esa noche, discutí con la misma convicción que ellos, sobre cómo sería la mejor manera de encarar a la seño, y explicarle que nuestro silencio tenía un precio, y ese precio era ella.

El celular también tenía mensajes de texto muy íntimos entre ella y su amante. Aunque, de todas maneras, las imágenes hablaban por sí sola.

Juan nos pasó las fotos a todos, para, en caso de que su celular se pierda, tener varias copias de respaldo.

El plan era simple, averiguaríamos dónde vivía la seño, iríamos a visitarla, y una vez solos con ella, le explicaríamos, calmadamente, que si no hacía lo que le pedíamos, destruiríamos su vida. Su matrimonio se terminaría, y la echarían de la escuela.

Había muchos cabos sueltos que atar, ni siquiera sabíamos si todavía seguía casada, por lo que no podíamos estar seguros del poder que tenían aquellas fotos.

Pasaron un par de semanas, y yo, convencido de que lo que se habló esa noche no eran más que fantasías, dejé el tema de lado. En cambio, sí disfruté mucho de las fotos. Las veía una y otra vez, y me hacía unas buenas pajas antes de dormir.

Un día me llegó un mensaje de Marcos, diciendo de juntarnos en mi casa. Yo era el único que tenía un espacio más o menos grande e íntimo, en el primer piso de la casa de mis viejos, y por eso, siempre preferíamos reunirnos ahí.

- La cosa es así – Dijo Marcos, una vez que los cuatro estuvimos reunidos alrededor de la mesa, con cerveza fría en nuestros vasos. – La seño Vane vive en Ramos Mejía. Acá tengo la dirección: Sucre 2243. Es una casita cerca del centro de Ramos. – tomó un largo trago de cerveza antes de seguir hablando.

Rodri escuchaba con atención. Juan miraba cómplice a Marcos, era evidente que fueron ellos dos los que se encargaron de hacer las averiguaciones. A mí me daba algo de miedo ver cómo Marcos llevaba la voz cantante, porque eso significaba que la cosa iba en serio.

- Sigue casada. – acotó Juan, y todos asimilamos el poder de esas palabras. – Mi hermanito le sacó esa información haciéndose el simpático. Y también averiguó que el profe Gustavo también es casado, así que ahí tenemos otro lugar de donde apretarla. – dijo, mirando a Marcos, quien aprobó el comentario con un movimiento de cabeza.

- Entonces, ustedes quieren hacerlo en serio. – Dijo Rodri, que parecía tan dubitativo como yo.

- Obvio que sí. – exclamó Juan.

- Los miércoles llega a su casa a las tres de la tarde. - retomó Marcos, como si no hubiese oído a los otros. - su marido no llega hasta las siete. Eso se lo saqué yo, hace un par de días, cuando me la encontré “de casualidad”, mientras iba entrado a su casa.

- ¿Y cómo consiguieron la dirección? – Pregunté, intrigado.

- De los libros de la escuela. – afirmó Marcos. – Fui a pedir mi certificado analítico, que supuestamente se me había perdido. Y cuando la secretaria fue a buscar al archivo, revisé la agenda, y de pedo, ahí tenía los teléfonos y las direcciones de algunos maestros. No saben lo nervioso que estaba, pensé que me iba a agarrar taquicardia. – dijo, orgulloso. – Y bueno, después fue cuestión de rondar su casa por unas cuantas horas, para ver cuando caía, y lo demás ya lo saben.

- Sos un capo. – Lo felicitó Rodri.

- Bueno, el miércoles que viene vamos a visitar a la seño Vane. -dijo Juan. Nadie contestó, la respuesta ya la habíamos dado hace mucho tiempo.

Los días pasaron lentos. Las pesadillas no me dejaron dormir bien. Por un lado, la culpa me pinchaba la consciencia, y por otro, el miedo a que la situación se revierta y nos salga el tiro por la culata. ¿Qué tal si no se dejaba intimidar? Sin embargo, a pesar de mis dudas, en el fondo, siempre supe que, llegado el momento, estaría junto a mis amigos, para enfrentar esa empresa peligrosa, pero prometedora.

Y el día llegó. Nos reunimos de nuevo en mi casa. Era finales de verano. Marcos y yo empezaríamos pronto la universidad, y Rodri y Juan buscarían trabajo para ayudar a sus familias. La reunión tenía sabor a despedida, porque cada uno tomaría nuevamente rumbos distintos, y ya no contaríamos con el mismo tiempo libre del que estábamos acostumbrados.

Todos se presentaron bien bañaditos, con sus mejores pilchas, perfumados. Yo también me puse lo más presentable posible, con un pantalón nuevo que mi vieja me había comprado hace meses, y todavía no había estrenado, y con una camisa de hilo azul.

Viajamos en el bondi en silencio, porque estábamos nerviosos y porque ya estaba todo dicho.

El viaje duró una hora. A las dos y media ya estábamos en Ramos Mejía, y a los cinco minutos ya habíamos llegado a la casa de la seño Vane.

Esperamos en la esquina, y cuando después de veinte larguísimos minutos la vimos bajar de un remis, nos acercamos a saludarla.

- Hola chicos ¿Cómo andan? – nos saludó, con una alegría sincera en su sonrisa. - ¿Qué andan haciendo?

- Andábamos paseando, y como sabía que a esta hora estabas en tu casa, les dije a los pibes que vengamos a saludarte. – dijo Marcos. El tuteo no era algo nuevo, ella siempre fue poco formal para esas cosas, y desde chicos nos acostumbramos a hablarle casi como a una amiga, más aun fuera de la escuela.

- Pero obvio que tenían que venir a saludarme. – dijo ella, y nos dio un beso en la mejilla a cada uno.

Era cierto que el tiempo no hizo mella en ella. Estaba preciosa, con su guardapolvo pulcro, y una pollerita azul, floreada, que le llegaba hasta un poco arriba de las rodillas. El pelo rubio lacio, caía sobre sus hombros. Sus ojos expresivos sonreían al igual que sus labios pintados de rojo.

- ¿Quieren pasar un rato? – preguntó, mientras abría el portón de su casa, y nosotros, por supuesto, aceptamos la invitación.

Sentí un poco de pena por ella, porque nos trataba tan amablemente, mientras que nosotros nos traíamos entre manos un plan perverso. Pero la lascivia le ganó la pulseada a los escrúpulos, y mientras nos guiaba por la acogedora casa, hasta llegar al living, viendo como meneaba el culo mientras caminaba, me excité tanto que la pena quedó guardada en un lugar donde, de momento, no molestara.

Hablamos de cosas banales un buen rato. Le contamos sobre la secundaria, y nuestros planes a futuro. Nos felicitó especialmente a mí y a Marcos por inscribirnos en la universidad. Vane seguía teniéndome como el preferido, y se sentó al lado mío para abrazarme, mientras conversábamos.

Pero nosotros estábamos muy ansiosos y ya queríamos jugar nuestras cartas. Juan fue el que habló primero.

- Seño ¿y el profe Gustavo qué onda con usted?

- ¿cómo qué onda? Jaja – rio nerviosa recordando a su amante. -¿Qué me querés preguntar?

- Dale, vos sabés de lo que te estoy hablando. – insistió Juan.

- No, no sé de qué me estás hablando. – dijo ella, nerviosa. Nos miró uno por uno, y cunado pareció notar algo turbio en el aire, dijo: - ¿Qué les pasa chicos?

Yo saqué mi celular y le mostré las fotos.

- Mire seño. – dije. Y no hablé más porque me temblaba la voz.me limité a pasar las fotos comprometedoras, una por una, en su cara.

- ¿pero qué hacés con eso vos? – habló remarcando el “vos”, porque la indignaba y sorprendía muchísimo, que entre todos, sea yo le había robado las fotos.

- ¿qué pasaría si su marido ve estas fotos seño? – preguntó Marcos. Él sí se veía seguro. - ¿o si en la escuela se enteran de que se coge a un compañero, que encima, también es casado?

Mientras mi amigo decía estas palabras, yo apoyé mi mano en su rodilla, y la deslicé, levantando un poco la pollera.

Ella se levantó de un salto.

- ¡Se van ya de mi casa!

- De acá no nos vamos hasta que pague nuestro silencio. – aseguró Juan.

Entonces él y Marcos se acercaron a ella. Y enseguida se les unió Rodri. Los tres la rodearon, mientras yo veía la escena desde el sofá. Los cuerpos de mis amigos la apresaron.

- ¡Están locos, suéltenme! – Gritó. Pero ellos no la soltaron. Juan le estrujaba una nalga con su mano grande. Marcos metía una mano entre sus piernas, levantándole la pollera para encontrar el sexo, y Rodri, desde un costado, se las ingeniaba para darle besos en la boca.

- Tranquila seño, coja con nosotros y nunca nadie se va enterar de las cochinadas que hace con el profe Jorge.

- Están locos, no lo puedo creer. – Dijo ella, ya sin fuerza.

Juan puso las manos en sus caderas. Las bajó hasta donde terminaba la pollera, se la levantó despacito, mientras Marcos se deleitaba con los muslos.

Rodri se arrodilló para darle un beso en la pierna. Yo veía la pollera arrugarse mientras descubría la bombacha blanca.

- Javi, por favor, vos no sos así. – Dijo Vane, con ojos suplicantes. Pero yo sólo me quedé ahí, me quité la camisa, y luego las zapatillas y el pantalón.

Marcos ya le estaba bajando la bombacha, y todos vimos su hermoso pubis depilado. Juan se agachó para darle un beso en el culo. Marcos lo imitó y le dio un lengüetazo al sexo de la seño. Rodri le desabrochó la blusa, y le masajeó las tetas por encima del corpiño. Vane se retorcía en sus vanos intentos por salir de esa situación. Pedía que por favor la dejen, que no quería hacerlo, pero a esas alturas ya no tenía salvación. Gritó de dolor cuando le metieron un dedo en el culo sin preámbulos. La despojaron de su corpiño y Rodri atacó sus tetas: las masajeó, las chupó y le mordisqueó los pezones. Juan se ensañó con su trasero y le dio montón de chupones y mordidas. Marcos enterraba un dedo en el sexo de ella, lo sacaba, y se lo metía en la boca, saboreando a la profe.

Luego de jugar un rato con ella, la llevaron hasta donde yo estaba, y me la entregaron. Yo era el virgen del grupo, y mis buenos amigos me regalaban la posibilidad de ser el primero que la penetre. La pusieron encima de mí, a horcajadas. Ya no se debatía por huir, estaba más receptiva a participar. Sentí se pelvis contra mi miembro, la abracé por la cintura, le toqué el culo desnudo, y se sintió tan bien como en mis sueños. Apunté mi mástil a su sexo, guiándome por el calor y la humedad, y se lo metí de una sola estocada, entero, hasta el fondo.

Mi pija se sentía bastante suelta dentro de su vasto sexo, pero se sentía exquisito. Marcos apareció detrás de ella y le dio una nalgada, y después un beso en el culo. Juan asomó su verga bestial. Siempre me pareció intimidante semejante pija. Ya desde chico parecía la de un adulto, y ahora, se asemejaba a la de un caballo. La tenía muy cerca de mi cara, porque Vane tenía el rostro casi pegado a mí, y él pretendía meterle ese miembro morcilloso en la boca. Era un tronco grueso, y las venas marcadas le daban un aspecto de fuerza descomunal. Antes de que la penetre, yo le di un beso apasionado a la seño, un beso como de novios, mientras hacía cortos movimientos pélvicos al penetrarla. Juan acercó más la verga. El miembro largaba líquido preseminal, y el tronco terminaba en una bolas peludas, enmarañadas, enormes.

- No me acabes adentro – me ordenó Vane, porque yo se la había metido sin forro. Entonces abrió la boca, resignada, y Juan, de un solo movimiento, le hizo tragar buena parte de su prodigiosa verga. Ella se ayudaba con la mano, aferrándose a la palanca de mi amigo para mamársela con facilidad. Ya estaba totalmente entregada.

Rodri se había unido a marcos, y entre los dos, le comían el culo a besos. Pero cuando Marcos peló la verga, para metérselo en el culo, el otro se hizo a un lado, y se conformó con hacer que la seño lo masturbe con la mano que le quedaba libre.

Yo estaba apretado, y acalorado, en el reducido espacio que tenía, pero aun así, disfrutaba como loco al sentirme adentro de ella. Le daba besos en el cuello, sintiendo la fragancia de su perfume.

Cuando Marcos se la metió en el culo, ella se abrió la boca grande, y con la pija de Juan todavía en la boca, largó un grito apagado. Cada vez que la penetraba ella hacía un movimiento pélvico hacia adelante, y se pegaba a mi cuerpo. Yo se la seguía dando como podía. Cuando estuve a punto de acabar, quise sacar la pija afuera, pero al estar tan apretados no pude hacerlo, y acabé adentro.

- Pendejo boludo. – Me recriminó. Pero Juan enseguida la hizo callar metiéndole de nuevo la pija en la boca.

Yo seguía debajo de todo, mientras Marcos la penetraba una y otra vez, haciéndola abalanzarse sobre mí, una y otra vez. Ya no podía contener los gritos, y no sé si fue mi imaginación o no, pero yo creí escuchar varios gemidos de placer mezclados con sus gritos de dolor e impotencia.

Juan le había hecho tragar su miembro casi en su totalidad. Su bosque de pendejos quedó pegado a la cara con forma de corazón. No podía haber una imagen más contrastante que esa: la extrema belleza del rostro de vane, y el descuidado y oscuro pubis de él. Le bañó la cara con su leche. Estaba repleta, y unas gotas cayeron sobre mí. Enseguida Marcos le largó varios chorros de leche en sus nalgas.

Yo por fin pude hacerme a un lado.

- Ahora me toca a mí. – Dijo Rodri, contento. Y se tiró encima de ella, mientras los demás descansábamos.

Después la llevamos al comedor. La pusimos encima de la mesa, y como si fuésemos a almorzar, devoramos su cuerpo. Jugamos a ser lombrices, y le escarbamos todos los agujeros. Simulamos ser doctores, e inspeccionamos todo su cuerpo. Le hicimos tragar pijas y más pijas. Y estuvimos varias horas, porque cuando uno acababa, ya había otro suficientemente descansado y al palo.

El olor a pija era abrumador.

La pusimos en cuatro sobre la alfombra, y le dimos con todo, porque nos queríamos sacar la calentura que nos había consumido durante tantos años.

La dejamos tirada en el piso de su casa: exhausta, rota, impotente y llena de leche.

Fin.

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