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El machito de mami

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Todo pudo haberse evitado. Desde la separación con mi ex a los dos años de nuestro hijo hasta las interminables sesiones judiciales culpa del trágico accidente a los dos meses de aquel acontecimiento. Desde entonces fui mamá soltera, condenada por la familia de mi ex, nuestros amigos en común y mis propios remordimientos.

La relación terminó porque debía ser así. Ya no nos tolerábamos, y jamás pensamos en forzar o fingir estar bien por el niño. Pero él estaba empecinado con que yo lo engañaba, cosa que no era verdad.

En efecto, viví, trabajé y crié sola a Octavio, un pendejo libre de alma y cabeza, sensible y comprensivo, muy maduro para sus radiantes 20 años aunque tenga rasgos y actitudes de nene.

No sé exactamente cuando fue que mi instinto, mi necesidad de cariño, o la calentura de mis 35 en soledad siempre multiplicando fantasías bajo mis sábanas, un buen día se posaron en sus labios carnosos o en su figura desfilando como una cálida sombra hormonal, o en el fuego de sus ojos claros, en ocasiones espías o tiernos.

Recuerdo que cuando era bebé me volvía loca si le daba la teta en la cama. La succión de su boquita a mi pezón cargado de leche lograba que en oportunidades me tocara por encima del pijama. Pensé que era una retorcida, y hasta lo hablé con un amigo psicólogo. Pero lo fui manejando.

Me encantaba llevarlo a mi cama donde veíamos pelis de terror, que son sus favoritas. En esas noches, muchas veces jugaba a hacerle cosquillas porque, o no se quería bañar, o porque no me quería decir quién se había comido algún chocolate que yo guardaba, o por lo que sea. Mi chiquito se reía entusiasta cuando le besaba la panza ruidosamente, le chupaba los dedos de los pies o le tocaba el pitito. Para mí era normal todo eso. Pero juro que la vez que me confió que le gustaba una chica me puse celosa, y le dije cosas horribles de las mujeres, además de no darle postre. Cuando razoné sobre mi conducta me disculpé, y esa noche volvió a mi cama a ver pelis conmigo.

Una mañana me preguntó por qué yo no buscaba un novio, y le dije que me siento bien sola, que él es el hombre de la casa y miles de excusas más. Pero él de la nada replicó:

¡pero yo no te puedo dar besos en la boca como hace el papá de Nico con Alicia!, refiriéndose a los padres de su mejor amigo hasta hoy.

Me la jugué cuando se acercó a darme el beso de las buenas noches, y le comí esa boquita con sabor a banana con dulce de leche, que es su postre preferido, mientras le rozaba el pitulín suavemente. Enseguida se fue enrojeciendo sus mejillas, desconcertado y rapidito a la cama. Esa noche no concilié el sueño pensando en la chiquilinada que había cometido con mi hijo.

Los días pasaban, él crecía inevitable y yo vivía para complacerlo. Le cocinaba lo que me pedía, lo ayudaba con el cole, si andaba enfermito lo mimaba quizás demasiado, ¡y hasta mis amigas insinuaban que solo faltaba que me acueste con mi hijo!

El día que comenzó el pre para la facu lo sorprendí con tostadas con manteca y su café con leche para que desayunemos juntos en su cama. Pero él me desconcertó cuando al abrirle el acolchado con el fin de despertarlo, lo vi en bolas con su calzoncillo bajo sus pies, y a la altura de su vientre una aureola fresca y blanquecina en la sábana. ¡mi bebé se había acabado encima!

No le dije nada en aquel instante. Pero al mediodía ni bien llegó del colegio nos sentamos en el living y hablamos de sexo, de las pajitas y de que desde ahora tiene que procurar no ensuciar la cama. Cuando mencioné esto último se fue al cuarto rezongando.

Desde ese lunes no puedo parar de oler sus sábanas apenas abandona su cama, lamer endiablada sus remeras y calzones usados, con manchitas de pis y presemen, de mirarlo todo el tiempo para descubrir que el pito ya se le para y le late bajo sus shortsitos, de seguirlo en silencio al baño y oírlo mear al otro lado de la puerta.

La vez que lo escuché pajearse allí me brotó un manantial de flujo que aturdió mi estabilidad, y corrí a mi cama a masturbarme, recordando sus jadeos y su hilo de voz repitiendo: ¡sacate toda la leche, qué rica paja guacho!

Entonces mi Octavio pegó el estirón de los varones que hacen deporte. Sus músculos bien marcados eran codiciados por todas en el barrio. Llegaba a casa con algunos chupones en el cuello, haciéndome retorcer de celos. Cuando hacía calorcito era imposible el disimulo de sus carpotas cuando veía culos o tetas en la tele.

Entré varias veces a su dormitorio, y una de esas lo pillé viendo una porno, con una mano dándole calor a sus huevos y con la otra apretándose la cabecita de ese pito que desbordaba mis ratones. Lo observé largo rato, y apenas gimió suave dije: ¡mmm, qué nene chanchito!

Apagó el DVD nervioso y atónito. Intentó disculparse tapándose con la sábana, ya que estaba desnudo, y hasta quiso salir corriendo.

¡mirá chiquito, soy tu mamá, no tengas vergüenza que no estás haciendo nada malo; pajeate que quiero ver cómo te la hacés!, le dije casi sin pensar.

Se puso el calzoncillo y se metió en la cama confundido y sin darme bola. Entonces, prendí la peli otra vez y me senté a su lado. Le pedí que siga mirando, que se concentre y me diga qué le gustaba de lo que veía.

Mientras una rubiecita le mamaba la pija a dos veteranos de gran porte yo me quitaba el camisón y el corpiño, le hacía preguntas acerca de la chica que le marcó el cuello y, hablamos de la cola de la rubia que era un verdadero primor con la carita maquillada con la acabada de esos hombres.

De la nena del cole solo dijo que le gustan sus lolas y su perfume. También que cuando iban juntos al primario y ambos tenían 11 años, Laurita andaba con olor a pichí, que todos la cargaban y que él era el único que se sentaba con ella. Le conté que él también tenía lo suyo con aquello de nunca tener ganas de bañarse.

No sé cómo fue que lo destapé y envolví su pene en la tela húmeda de su calzoncillo con mi mano, subí y bajé unas cuántas veces diciendo: ¡mirá el cacho de pija que tenés guacho: no quiero que alguna bombachita floja se coma este pito!

En cuanto presioné un poco su tronco, su vientre en un espasmo propicio hizo que le salte toda la lechita en mi mano, salpicándose hasta el pecho. Le saqué el calzoncillo y le pregunté cuántas veces se había acabado esa noche. Me mostró 4 dedos y le pedí que mire atento la peli, donde una gordita le comía la concha a una pendex.

Lamí su slip embriagando mi control con su leche fresca y sus anteriores disparos, su sudor, su olor a huevo y el sonido de su pija sacudida entre sus manos. Hasta que acerqué mi cara a su pubis y le dije:

¡seguí chancho, pajeate en mi cara, y mirá cómo la gordita le abre la vagina a la pendejita, te gusta?, ya le tocaste el culo a alguna pibita asqueroso?

Su pija cada vez más gruesa y caliente golpeó mi nariz y mis labios cuando las yemas de sus dedos eran cenizas de tanto pajearse, y no lo soporté más. Le di una flor de escupida sin mucha puntería pero en su pubis de vellos rubios, le abrí las piernas y froté mi rostro en toda la extensión de su carne ardida, apartando sus manos y oliendo cada poro de su piel. Gimió cuando le pasé la lengua por las piernas. Se rió tintineante cuando lamí su escroto de arriba hacia abajo y al revés, suspiró cuando le hice una breve pajita, y cuando al fin me metí su glande en la boca sentí que la verga se le desintegraría en mi saliva.

Pero se le endurecía como sus huevos, y no paraba de fabricar juguito mientras se movía de un costado al otro, con los ojos cerrados.

¡maaa, qué estás haciendo?!, dijo cuando su pija entró sin aduanas enterita en mi boca y di unos saltitos con mi cabeza sobre ella.

¡siempre quise comerte el pito pendejo, te gusta que tu mami te la chupe?

En ese exacto segundo una catarata de semen guerrero, sofocante y generoso se abrió paso entre mis labios, luego de la contorción precisa de su cuerpo abatido y unos gemidos que lograron torturarme aún más, y peor cuando balbuceó: ¡qué putita es mi mami!

Afuera comenzaba a llover, en la tele la gordita culeaba a la nena con un consolador, y mi nene no le quitaba la mirada a mis gomas desnudas con su pija lechera ahora tiernita en la mano. Yo quería más, y ni hablar el derroche de flujos en mi bombacha por ese puerquito.

Me animé y de un solo beso le ofrecí el sabor de su sabia machita diciéndole: ¡dale chiquito, probá tu leche de mi boca, besame nene, estás calentito?, querés chuparme las tetas?!

Su lengua respondía buscando abrigo en mi boca sedienta, y entonces se las puse sin miramientos en la cara para frotarlas, delirar cuando atrapaba al fin uno de mis pezones en sus labios y lo succionaba desmadrado mientras me amasaba con temperamento la otra lola, y gemía especialmente desde que le agarré el pito durísimo de nuevo para pajearlo y le dije: ¡qué pito hermoso tiene mi bebito, esto es una pija de machito alzado; estás alzadito. Tenés más lechita para mami?!

Siempre dijo que sí a mis preguntas. En la peli una morocha en minifalda le mostraba la cola a un taxista, y éste la subió a su auto para manosearla toda. Nos detuvimos a ver a esa perra desabrocharle la bragueta al tipo y mamársela un buen rato. Después senté a Octavio en la cama y se la chupé un poquito más lento que antes, fregándome su pedazo hasta por el pelo, babeando sus bolas sudadas, pajeándolo también en el hueco de mis gomas y oliendo su calzoncillito, gimiendo suave y sin dejarlo desviar su atención en la peli.

¡vos mirá la tele chancho, mirá a esa trola cómo chupa la pija. Que encima se la traga toda; te pone loquito eso. Querés que mami te lo haga?!

Desde luego que se lo hacía hasta el fondo, sin dejar de abrirle las piernas y de escupirle bien la pija. Cada vez que detonaba mi baba en su pubis gemía como si estuviese por acabar.

El taxista de la peli sacó a la mina del auto y tras apoyarla en la parte trasera le levantó la mini, le arrancó la tanga y comenzó a lamerle la concha, cosa que me motivó a detener el pete que le prodigaba a mi niño. Me senté a su lado y le dije abriendo mis piernas:

¡arrodillate y chupámela vos también, mordela por encima de la bombachita, dale pendejo mal educado!

Apenas su cara se posó en mi sexo temblé, mientras él me olía con cuidado, me miraba como descubriendo un tesoro y, no lo dejé despegar su cabeza de mi mitad con la opresión de mis manos en cuanto su lengua, gracias a que estaba hiper mojada se deslizó en mi vagina y me regaló el primer orgasmo.

Vinieron otros más mientras me colaba dos dedos rozando mi clítoris con uno de ellos, cuando me mordía los labios sorbiendo los jugos de mi bombacha roja, y cuando sentía entrar su aire en mi celdita mientras se pajeaba disiento todo el tiempo: ¡sacate la bombacha mami!

Enseguida volví a voltearlo en la cama deshecha, esta vez para besuquearlo entero, con los aullidos de la morocha de la tele de fondo, me saqué el calzón y, por momentos lo asfixié con él a la vez que le daba unas nalgadas estrepitosas, le acogotaba la poronga y le daba tetazos en la espalda repitiéndole que si se acababa encima le metía un dedo en el culo. Me imploró que no lo haga, y me enardeció la sangre cuando dijo que se estaba meando. Lo puse de pie de un solo impulso y sin que deje de oler mi prenda lo pajeé con dulzura diciéndole:

¡¿te gusta la bombachita de mami nenito?, hacéte pichí si querés, meame las manitos, dale que tu mamá te cambia después!

Justo cuando me lo acerqué para lamer sus huevos, un suculento chorro amarillo y caliente sucumbió en mis manos y formó una laguna en el piso, y contemplé el alivio de su vejiga en su rostro. Se la chupé un instante, apagué la tele y le propuse:

¡vamos a mi cama que es más grandesita. Que hoy me vas a coger toda pendejito cochino, meonsito calentón!

Fuimos a mi dormitorio corriendo el riesgo de hacernos mierda en el camino escaleras abajo, desbocados y desnudos, él agitado y yo en la cumbre de mi calentura. Entramos, abrí la cama sin ninguna sutileza, me acosté a su izquierda y, enseguida noté que le gustaba el rigor de mis dientes en el cuello, los hombros, el mentón y las tetillas cuando mientras lo pajeaba devorándome su cuerpo a chupones le mordí una. Pronto regresó a fagocitarse mis pezones hinchados, tanto que me dolían con el mínimo roce, y después de lamerle los pies saboreando uno a uno sus deditos y de frotar mi concha extasiada en sus piernas firmes, decidí que era hora de subirme a su pija como una roca y cabalgarlo, de que mi vagina se coma sus 19 cm de pija hasta sacarle el último vestigio de semen, y de que no le queden ganas de tocarse durante días.

Así lo hice, furiosa y guarra, todo lo que pude. Subía y bajaba, meneaba mi vientre para que se acomode lo más adentro posible, para sentirla en el tope de mis rincones, para que goce con el incendio de mis jugos y mis paredes apretando su músculo, mientras me zarandeaba las tetas en ocasiones metiéndose mis pezones en la boca, me chirloteaba la cola y se cebaba cuando lo instaba con mi voz y mis jadeos:

¡así guachito, cogeme toda, pegame perrito alzado, dale toda la pija a tu madre, cogé así chiquitito!, le decía, y él me apartaba su cuerpo para tener el dominio de las penetradas más deliciosas que alguien me dio en esa posición. Enseguida me recosté a su lado y mientras le hacía chupar mis gomas colocaba su pene entre mis piernas, ambos frente a frente como en cucharita, y así me cogió un buen rato. Pero me desesperó apenas dijo: ¡meteme un dedo en el culo maaa, dale y te lleno la concha de leche!

Me separé de él, le agarré la verga para pajearlo lamiendo sus bolas acaloradas, y en breve me dispuse a chuparle el culo sin frenar la pajita que le hacían mis manos trabajadoras. Él parecía desbordado de placer cuando por segundos mi lengua se encallaba en su agujerito diminuto. Le metí el meñique y se lo hice lamer, además de tranzarlo después de ensalivar su ano, y también le pedí que lama mis manos polinizadas con su caldo preseminal, hasta que dijo que no aguantaba más. Le puse mi bombacha, le ordené que se ponga en 4 sobre la cama y se pajee entretanto mi boca le lustraba los huevos y se merendaba su colita con los chupones más asquerosos que hallé. Creo que el fragor de mis palabras lograron lo que yo quería. Mientras seguía haciendo eso le puerteaba el culo con un dedito y le juraba que era un nenito degenerado. Pronto su cuerpo se derrumbó en la cama enchastrada tras eliminar de ese pito majestuoso un torrente de leche incesante más violento y caliente que los anteriores. Sudaba maravillado y agradecido. Sonreía sin saber qué decir todavía con mi prenda enlechada en su cuerpo, abría los ojos como buscando una respuesta y se tocaba la pijita, la que no demoró en recobrar otra nueva erección.

Aún su piel olía a sexo fresco cuando le dije que si quería volver a cogerme debía chuparme las tetas imaginando que era un bebé. Lo hizo a la perfección, y en cuanto me llevó a la locura me trepé a sus caderas y me lo garché por la conchita, hasta que derramó un nuevo lechazo ahora en mi interior.

Esa noche quedó todo allí, pero luego pasamos días y días garchándonos. Su mente y juventud estaban enfermando mi moral y mis principios. Pero no podía negarme a entregarle mi colita virgen cuando me lo pidió con el boletín en la mano lleno de 9s y 10s. Tampoco me negué a chuparle la pija a su mejor amigo delante de él, y a los dos juntos en mi cama con una buena peli de peteritas en celo adornando el oxígeno.

Nunca supe decirle que no a mi nenito pajero. Incluso una tarde le prometí que le concedería el sueño de verme coger con sus 16 compañeritos de colegio, y se lo cumplí mientras él solo me la daba de mamar. Esa noche acabó 5 veces en mi boquita. También le dije que sí a una cama de tres con Laurita. ¡nunca había chupado una conchita así ni de ningún modo! No podía entender ni explicar mi fiebre sensorial por esos jugos incesantes y ese aroma a pipí que bien me anunció Octavio, el que evidentemente la acompaña desde niña. ¡me quería matar cuando minutos más tarde los vi coger en el sillón! Encima el morboso me hizo ponerle el forro con la boca para garcharla a troche y moche. Debo admitir que las gomas de esa lobita eran bien tersas, explosivas, delicadas y sabrosas.

Cuando se lo confié todo a mi mejor amiga Diana casi me denuncia. Pero cedió a mi propuesta de chuparle la pija a mi machito juntas, después de emborracharnos una tarde de verano. Aquella vez Octavio fue cortés con ella y le hizo pis en las tetas como se lo reclamó luego de acabarnos 3 veces en la boca, y se empalaba mal cuando nos veía repartirnos su leche besuqueándonos.

Así mi nene se hacía hombresito, poco a poco con mi sexo dispuesto a ser rescoldo en su piel. Cogíamos 4 veces a la semana, y yo estaba más insaciable cada vez. Seguí espiando sus pajas nocturnas, oliendo sus bóxers manchados de semen, soñando que siempre me despierta para que se la chupe, y apenas abro los ojos, ya está allí con su pija cargada de pasión para que mi boca la posea.

Una de esas noches fue tremendo sorprenderlo con otro pibito en la cama. Esa vuelta fue nuestro último garchete, después de que me dejó ver sin privaciones cómo cada uno pajeaba al otro, cómo se olían las pijas y se rozaban los labios con ellas, cómo pronto se fregaban una contra otra, y cómo de la nada el pibe dijo:

¡haceme pis en la cola, y yo te hago el mejor pete de tu vida!

Mi caballerito obedeció y el guacho le comió la pija con total desfachatez, pajeándose con la agilidad de una gacela, hasta que acabaron juntos. Siempre supieron que yo los miraba. Me juró que no es puto, pero que necesitaba probar cosas nuevas. Eso no cambió las cosas para mí, pero hace ya 6 meses que no nos revolcamos.

Lo bueno es que varios púberes de su edad me visitan para enfiestarme como sé que me lo merezco por haber desvirgado a mi hijito. ¡aaah, y la chancha de Laura a veces viene a mis brazos para juguetear con nuestras tetas! ¡genial que al fin se hayan puesto de novios! fin

(9,12)