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Fui infiel en una comisaría

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Hola, he escrito un par de relatos identificándome como “Laura”, espero que los hayan leído porque ahora les quiero contar lo que me sucedió hace unos años a mi esposo y a mí. Les recuerdo que soy mendocina y nos conocimos con él cuando teníamos 18 años, ahora vamos por los 52. Me vuelvo a describir: 1,53 m, cuerpo bien conservado 86-63-95, piel trigueña, mis senos son medianos pero bastante firmes, no tengo rollos ni gorduras y mi cola, piernas y caderas pueden infartar a más de uno. Mi esposo de 1,70 m con algo de barriga, es muy bueno conmigo. En la cama no tengo frenos ya que soy multiorgásmica y muyyyy gritona. Con solo el mínimo pensamiento o mínima insinuación de sexo me excito de inmediato y cuando empiezo a hacer el amor no puedo parar porque siento como una fiebre que me invade haciendo que descargue mis orgasmos uno tras otro. Mi esposo es un amor y por supuesto soy su gran atracción sexual, la mayoría de las locuras que hacemos es porque yo lo arrastro y él se entusiasma y me sigue. Él no es hombre de ver páginas de sexo como estas, cosa que a mí por el contrario me encanta leer relatos y distintas vivencias que han tenido otras personas. Me siento totalmente confiada y sin prejuicios al escribir mis relatos porque estoy segura que nunca él los verá. Creo que tiene los atributos de todo marido cornudo y yo no puedo dejar de colaborar para que mantener esos atributos.

Les contaré un hecho real que viví hace unos cinco años. Estábamos bailando en uno de los boliches que a menudo frecuentamos y los tragos, como siempre me descontrolaron.

Le dije a mi esposo que quería hacer el amor allí mismo pero estábamos en un lugar, cerca de la pista de baile, muy transitado por las parejas y el me dijo que no podríamos hacerlo allí, que nos fueramos a casa o a un hotel. El había dejado el auto estacionado de punta, junto al camino en la banquina opuesta. Cuando nos subimos yo de inmediato me quité la ropa, quedándome totalmente desnuda. El cuidacoches se acercó y curioseaba un tanto sorprendido al recibir la propina de mi esposo que le dijo que nos quedaríamos un rato allí estacionados. Mi calentura era total, le pedí que deslizara el respaldo de la butaca, le saqué el pene y sin demora me monté sobre él comenzando a bombear con desesperación liberando dos orgasmos. No podía frenar la calentura que tenía cuando de pronto tres faros de enormes linternas iluminaron el interior del auto desde ambas ventanillas laterales y el parabrisas. Mi esposo pensó que era el cuidacoches, yo me cubrí como pude. Cuando bajó uno de los vidrios vio que se trataba de policías. Nos pidieron que bajáramos del auto, yo demoré algo en vestirme. Nos pidieron documentos y cuando les dijimos que éramos esposos, los tres policías comenzaron a reírse, diciendo que si no teníamos casa para ir a hacer esos espectáculos. Nos pidieron que los acompañáramos hasta la comisaría no muy lejos de allí, y ellos nos seguían con su móvil custodiándonos. Mi esposo despotricaba y me decía que siempre me descontrolo, deberíamos haber ido a otro lado como yo quería, me dijo. Yo no soltaba palabra.

Al llegar a la comisaría nos hicieron entrar acompañados por dos de los policías y el tercero se volvió al móvil policial.

Lo llamaron a mi esposo a tomarle declaración donde después me contó que una mujer policía labró un acta preguntándole mil boludeces.

A mi me hicieron pasar a la oficina del subcomisario, un tipo joven de unos cuarenta. Allí sentada frente a su escritorio y con los policías de unos treinta años a cada lado comencé a responder un cuestionario. Las preguntas al principio eran formales pero luego fueron tomando matiz más amigable, como si el subcomisario quisiera darme confianza. Me decía que no estaba mal que una pareja hiciera el amor en su auto, pero deben buscar un lugar menos concurrido, ya que tener sexo en la vía pública está prohibido por la ley. Yo no sabía que responder pero dejaba que el subcomisario hiciera su rol de autoridad. De pronto se levantó y rodeando el escritorio se sentó sobre el mismo frente a mí. Comenzó a decirme que si me portaba bien no tendría inconvenientes pero si no colaboraba me tendrían que dejar en el calabozo en averiguación de antecedentes. Yo me imaginaba tratando de explicarles a mis 2 hijos (hombre y mujer de 30 y 27 años) esta aventura que seguramente se refrendaría un acta que mi familia querría conocer y jamás me perdonarían al saber que la abuela de sus pequeños hace ese tipo de espectáculos en la calle.

El subcomisario me dijo que ellos estaban de guardia uno o dos días encerrados y ver de pronto una mujer tan hermosa como yo, les producía ciertos deseos, más sabiendo que yo era tan abierta y liberal para tener sexo de esa manera. Mientras me decía esto comenzó a acariciarme el pelo y el cuello. Al comienzo me temblaban las piernas pero, la voz del tipo era muy apacible y comencé a sentir cierta aceptación para sus caricias. Él se dio cuenta de esto, se bajo del escritorio y me hizo poner de pie, luego comenzó a abrazarme y acariciarme la espalda, se giró por detrás de mí e hizo que pusiera mis manos sobre el escritorio. A todo esto los otros dos policías acompañaban la escena con su mirada y yo notaba que se les corría las babas por ganas de tocarme. El subcomisario me levantó la minifalda y tomándome por la cintura me apoyó el bulto endurecido en la cola, mientras me acariciaba las tetas y pellizcaba mi pezones por debajo de la remera. Yo tenía los ojos cerrados al principio con la desasón de ser manoseada en contra de mi voluntad, pero con la fricción de su miembro en mi cola, se fue poniendo en evidencia mi temperamento transformándose los toqueteos en placer y goce incitandome a empujar hacia atrás y moverme para sentirlo mejor. El subcomisario se sacó la ropa y quedó con una musculosa negra, mostrando su cuerpo muy bien formado. Les hizo una seña a los 2 policías y ellos también se quitaron la ropa. Me rodearon los tres y me hicieron arrodillar para que les chupara los penes. Yo ya no respondía por mis actos. Al estar con esos bellos cuerpos mi excitación no se hizo esperar. Les comencé a besar y lamer las hermosas vergas con el deseo de hacerlas endurecer al máximo para disfrutarlas. Ya no había vuelta atrás. El subcomisario me hablaba ahora con palabras obscenas: -Dale turra, chupá estas vergas que te las vas a comer por todos tus agujeros. Sos una puta hecha para el cuerpo de policías y te vas a ir llena de leche de aquí. Luego me acostaron en el escritorio y el subcomisario comenzó a chuparme el clítoris y el ano haciéndome acabar como una perra. Intentaba taparme la boca para ahogar mis gritos que eran desesperantes. El subcomisario me la metió en la concha y luego de bombear unos 5 minutos haciéndome acabar 2 veces, me levantó sin dejar de penetrarme, para que uno de los policías me la clavara desde atrás por el culo. Mientras me sujetaban en el aire, yo con mis piernas apretando la cintura del subcomisario, gozaba como una loba y mis orgasmos se repetían uno tras otro. Después uno de los policías se recostó en una colchoneta en el piso y me hizo sentar ensartándome por el culo. El otro policía se puso arriba abriéndome las piernas y comenzó a apretar su botón para introducirlo apretado junto a la otra pija, también en el culo. No podía creer que mi lindo culito se estaba tragando esas dos pijas, pero la sensación era increíble y me hacía templar de goce. Luego el subcomisario se hizo un lugar, no sé como y me la metió en la vagina. Eso fue la gloria, fue tocar el cielo, esos tres defensores de la ley me estaban haciendo gozar como jamás lo había hecho en mi vida. Uno de los policías derramó su leche en mi orto y el subcomisario en mi vagina. El otro policía me la dio para que recibiera su esperma tibio en la boca, mientras descargaba dos nuevos orgasmos.

Cuando terminaron, me dejaron vestir y fui en busca de mi esposo que me estaba esperando en un banco de madera en el hall. Seguramente la mujer policía sabía lo que sus compañeros estaban haciendo conmigo y lo entretuvo lo más que pudo. Le dije que habían sido muy rígidos conmigo y que querían dejarme en el calabozo pero que luego había venido un superior y dejó que me liberaran.

Que hermoso recuerdo me dejaron esos tres uniformados. Siempre los tengo en mi mente y a pesar de haber pasado un par de veces por la comisaría para ver si veía alguno de ellos, nunca los volví a ver, una pena.

Espero que les haya gustado, próximamente les regalaré otros regalos de mis infidelidades… ¡estén atentos!

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