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La reeducación de Atrana (27)

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Amalia estalló en ira al enterarse de que Lucía había puesto a Areana al borde de ser expulsada de la escuela.

-Acá se hace exactamente lo que yo ordeno y esta pendeja desubicada se excedió. Voy a ponerla en caja inmediatamente. –se dijo y la llamó al celular:

-Me enteré de lo que hiciste, pelotuda.

-Ah, hola… hola, señora… ¿Qué… qué hice de malo?...

-¡¿Y todavía te hacés la burra?! –se indignó Amalia. -¡Casi la hacés expulsar de la escuela a Areana!

-Pero…

-¡PERO NADA! –bramó el Ama. -¡TE VENÍS PARA ACÁ INMEDIATAMENTE!

-Está bien, señora… -aceptó Lucía temblando de miedo ante lo que presagiaba el tono de Amalia.

Media hora después comparecía ante ella en el living del departamento, donde también estaban Milena y Marisa.

-Señora, yo… yo… -balbuceó atemorizada.

-Callate, pendeja de mierda. –la cortó el Ama y se dirigió a sus asistentes:

-Chicas, vamos. –y entonces Milena y Marisa tomaron de los brazos a Lucía, que temblaba, y la condujeron a la Sala de Juegos precedidas por Amalia. Al entrar en el recinto, la pobre se puso a patalear y sus ruegos se hicieron gritos mientras trataba inútilmente de liberarse de esos brazos que la sujetaban con firmeza.

-Dejá de alborotar, pendeja, o va a ser peor. –le advirtió Amalia, que inmediatamente ordenó a sus asistentes que la desnudaran, ante lo cual la resistencia de la chica se intensificó. Debieron entonces aplicarle algunos puñetazos en el estómago para, por fin, doblegarla.

-A la cruz. –indicó el Ama y sus asistentes arrastraron a la llorosa Lucía hacia la cruz de San Andrés, donde la sujetaron de espaldas a ellas por muñecas, tobillos y cintura.

-No, señora… por favor, no… Perdón, perdón le pido… -decía la adolescente entre lloriqueos que, por cierto, no conmovían ni al Ama ni a sus asistentes.

-Vos, Marisa, tapale los ojos. -ordenó Amalia y la asistente lo hizo con un antifaz ciego. El miedo creció en Lucía al sentirse cegada, más indefensa aún. Era visible el temblor que la sacudía y que excitaba el lado sádico de Amalia y sus dos asistentes.

-Vos, Milena, agarrá una vara. –Y Milena casi corrió para descolgar de la pared una de ellas y volver a ubicarse prestamente a espaldas de Lucía.

-Vos, Marisa, una paleta, elegila bien gruesa.

-Sí, señora. –dijo la asistente torciendo su boca en algo parecido a una sonrisa. Tomó entonces de uno de los estantes una paleta con un largo de treinta centímetros, sin contar el mango, un ancho de trece y un grosor de un centímetro y medio. Marisa la sopesó dándose un leve golpecito en la palma de su mano izquierda y sonrió perversamente satisfecha al imaginar el daño que el instrumento causaría en tan hermoso culito.

Volvió a su puesto, tras la adolescente sujeta a la cruz de San Andrés, y fue entonces que Amalia llamó a ella y a Milena con un gesto de su mano derecha. Esto les dijo en voz baja cuando ambas se le acercaron:

-Presten atención. Voy a dirigir la paliza. Miren mi brazo derecho, lo voy a alzar y ustedes pegan cuando lo baje. Esto para que las pausas entre azote y azote sean de distinta duración. ¿Me van entendiendo?

Ambas asintieron con la cabeza y Amalia continuó: -De esa manera la pendeja no sabrá cuándo le caerá el siguiente azote y ese suspenso hará que sufra más. Ustedes decidan cuál de las dos golpea primero en cada azote.

-Vos, Milena. –se adelantó Marisa.

-Está bien… -aceptó la joven y el castigo comenzó. Milena hizo silbar dos veces la vara en el aire antes de hacerla restallar sobre las tiernas e indefensas nalgas y Lucía gritó de dolor, un dolor agudo al que le siguió otra clase de dolor, profundo y grave causado por el paletazo de Marisa. Ambas miraron después a Amalia, que mantenía su brazo alzado mientras Lucía sollozaba. Así siguieron las tres durante largo rato, con el Ama marcando y regulando las pausas. Lucía gemía, jadeaba y gritaba según la fuerza del azote mientras sus torturadoras respiraban por la boca agitadamente, ganadas por una creciente excitación. Las nalgas y los muslos de la adolescente mostraban ya moretones por los paletazos de Marisa y surcos rojizos provocados por la vara.

-No me peguen más… Por favor… -imploró Lucía ya incapaz de resistir el dolor. Milena y Marisa miraron al Ama a la espera de una decisión. Amalia meditó durante un momento y finalmente dijo:

-Suéltenla.

Al liberar a la chica ambas asistentes aprovecharon para manosearla un poco, ganadas por la excitación.

-Arrodíllenla ante mí. –ordenó Amalia y cuando tuvo a la chica en esa posición, ya sin el antifaz ciego, y sujeta por las asistentes, le dijo:

-Se acabó, pendeja, desaparecé, no quiero verte más, cometiste un error muy grave al excederte con Areana, al exceder mis órdenes.

Ante tamaña sentencia Lucía se desesperó y abrazada a las piernas del Ama, con el rostro hundido entre los muslos, rogó entre sollozos:

-No, señora, no, por favor…No me eche… Yo ya no puedo vivir sin esto… sin usted… -imploró la adolescente quebrada en sollozos mientras Milena y Marisa se tocaban la entrepierna y las tetas, excitadísimas.

Amalia sintió de pronto algo muy fuerte al tiempo que la chica, mirándola con expresión dolida le decía:

-Hágame lo que quiera, señora Amalia, despelléjeme a varillazos, pero por favor no me eche… ¡me mata si me echa, señora!... –y volvió a hundir su rostro entre lo alto de esos muslos gruesos, firmes y bien torneados mientras el llanto la estremecía entera.

Amalia, muy excitada, sentía crecer en su interior una fuerza perversa y avasalladora, una fuerza demoníaca y entonces se dirigió a sus asistentes mientras apretaba entre sus muslos la cabeza de Lucía:

-¿Qué opinan?

-Aproveche, señora… -dijo rápidamente Milena y Marisa completó la idea:

-Sí, señora Amalia, aproveche… Está entregadísima la perrita… -y ambas continuaron tocándose ya muy mojadas.

Amalia intuía que estaba pensando en lo mismo que sus asistentes, pero por un acaso extraño prurito quiso que fueran ellas quienes expresaran la idea:

-¿Cómo proponen que aproveche? ¿tienen alguna propuesta? –preguntó en tanto se excitaba cada vez más apretando con fuerza la cabeza de Lucía entre sus muslos.

-La perrita vive con sus papis, ¿cierto? –pregunto Milena retóricamente.

-Sí… -contestó Amalia.

-¿Saben los papis que viene acá?

-Creo que no…

-¿Le preguntamos, señora?... –propuso Milena.

Amalia liberó entonces a Lucía de entre sus muslos y mientras la adolescente respiraba agitada le preguntó:

-Oíme, pendeja, ¿saben tus papis en qué andás? ¿saben de mí?

-No, señora, claro que no, me muero si se enteran…

La respuesta de la chica hizo que Milena y Marisa sonrieran, satisfechas y cada vez más excitadas.

-Quiere decir que si no volvés a tu casa tus papis no sabrían dónde buscarte. –dijo Amalia.

-¿Qué… qué quiere decir, señora?... –se alarmó Lucía.

-Voy a ser clara. Tenés dos únicas opciones, pendeja: o desaparecés o te convertís en una más de mis esclavas, de mis perras, como Eva y Areana, te vas a vivir con ellas custodiada por Milena y se te acabó tu vida anterior, tu casa, tus papis, todo menos la escuela…

Lo que acababa de escuchar hizo que Lucía temblara de pies a cabeza como nunca antes en toda su vida. La elección que le planteaba Amalia era un mazazo en el alma, en su mente, en su ser entero. Entonces susurró:

-Le… le pido que… que me deje pensarlo, señora… Es muy fuerte… Es un horror…

-Tenés hasta mañana. –contestó el Ama. –Y no pierdas el tiempo con llamaditos telefónicos. Si te decidís por ser una más de mis perras vas directamente al departamento de Eva y te presentás ante Milena. ¿Entendido?

-Sí… sí, señora Amalia… -contestó Lucía luego de tragar saliva mientras no dejaba de temblar ante la dramática encrucijada que enfrentaba.

-Ahora te vestís y te vas. –ordenó Amalia y dispuso que Marisa le anotara en un papel la dirección del departamento de Eva y bajara con ella para abrirle la puerta del edificio.

A partir de allí y hasta el día siguiente la chica vivió un calvario originado en esa lucha que se libraba en su interior entre apartarse de todo ese mundo perverso y fascinante que representaba Amalia o entregarse a ella por completo, lo cual significaba abandonarlo todo: sus padres, su casa, su misma condición humana, su ser mujer para pasar a convertirse en una perra. Apenas llegó a su casa se encerró en su cuarto, se acostó y cuando su madre, al volver del trabajo, golpeó a la puerta y luego entró le dijo que no se sentía bien, nada grave, pero necesitaba descansar hasta el día siguiente cuando debería levantarse para ir a la escuela. Su madre la besó en la frente.

-Mmmmmhhhhh, al menos no tenés fiebre. ¿Segura de que no vas a querer cenar, Lu?

-No, ma, quiero descansar…

-Bueno, hasta mañana, hija, te despierto a la hora de siempre.

-Sí, ma, gracias…

Llegó el día siguiente y fue el día de una victoria más del Diablo.

Milena escuchó el sonido del portero eléctrico mientras observaba cómo Eva y Areana almorzaban en la cocina como de costumbre, en cuatro patas y tomando con los dientes cada trozo de comida mientras cada tanto bebían el agua del otro cuenco.

-¡Ahí está! –exclamó triunfante y al atender oyó la voz de Lucía, apenas un susurrro:

-Soy… soy yo, señorita Milena…

-Te esperaba, perrita… -contestó la asistente y bajó a franquearle la entrada a la nueva presa. Una vez en el living del departamento Lucía pudo decir a pesar del nudo que oprimía su garganta:

-Ustedes me volvieron loca…

-Vos decidiste venir. –la apremió Milena gozando de su dominio sobre la adolescente.

-Sí… -admitió Lucía. –pero porque ustedes me enloquecieron…

-Vos viniste por aquel aviso, ¿te acordás?

-Sí, pero…

-Pero nada. –cortó Milena. –Estás acá porque elegiste ser una de nuestras perras, así que sacate todo y ponete en cuatro patas.

-Antes quiero hablar con la señora…

-Las esclavas tienen prohibido el verbo querer. –la corrigió Milena. –Cuando una esclava necesita algo pide, suplica.

-Bueno, le… le suplico que me deje hablar con la señora Amalia…

-Te autorizo.

Lucía sacó entonces su celular de la mochila y habló con el Ama.

-Señora, estoy… estoy ya en el departamento de Eva, con la señorita Milena…

-¡Ah, muy bien!... le doy la bienvenida a mi nueva perra… -se entusiasmó Amalia.

-Señora, esto… esto es muy fuerte para mí, muy denso… Mi cabeza está por explotar… Lo que quiero, ¡perdón!, lo que… lo que necesito es que si en algún momento no resisto más usted me… me deje volver a mi casa…

Amalia saboreaba el éxito de la cacería; se consideraba totalmente satisfecha con tener a Lucía como su nueva perra, con haberla arrancado de su casa, de lo que había sido su vida hasta aquel momento, pero si bien había cedido a la intrusión del Diablo en su mente, no era una infame y por eso concedió a la chica lo que ésta le había pedido.

-De acuerdo, pendeja. –dijo. –Vas a ser mi perra mientras lo desees, que de eso se trata esto del BDSM.

-¡Gracias, señora! ¡Gracias! –se emocionó la chica.

-Dame con Milena.

-Sí…-dijo y le extendió su celular a la asistente.

-Oíme.

-Dígame, señora.

-¿Ya la tenés en pelotas?

-Todavía no, señora, pidió primero hablar con usted.

-Bueno, hacela desnudar ya. ¿Las otras almorzaron?

-Sì, señora.

-¿Qué comieron?

-Hoy les tocó alimento para perros. Lo tragan sin problemas, ya están acostumbradas.

-Perfecto, a ésta dale lo mismo y que se vaya acostumbrando y si se te pone difícil calentale el culo a rebencazos. Otra cosa, hoy es viernes, ¿no?

-Viernes, señora.

-Bueno, la fiesta va a ser el lunes. Llama a todas y deciles que estén aquí a las nueve de la noche. Cena y show… -dijo Amalia y emitió una risita malévola.

-Sí, señora. –contestó la asistente entusiasmada ante la proximidad del evento y luego de saludarse cortaron la comunicación.

-Desnudate y ponete en cuatro patas, pendeja. –ordenó Milena.

-Sí… -murmuró Lucía trascendida por el aire de autoridad que emanaba de Milena. Una vez en posición debió seguir a la asistente hacia la cocina, donde Eva y Areana habían terminado de comer.

-Bueno, perras, aquí tenemos a partir de ahora a una más de ustedes, la perra Lucía. Alegrate, Areana, mirá en lo que terminó ésta que tanto te odiaba y tanto te hizo sufrir en la escuela. Cometió una falta grave que a vos te costó dos días de suspensión y a ella la esclavitud. A partir de ahora va a vivir acá, como perra, claro. Podés hablar, Areana. –autorizó Milena y entonces Areana preguntó:

-¿Qué pasó, Lucía?...

-Pasó que… que no puedo negar que… que soy como vos… una perra… La señora iba a despedirme por lo que te hice en la escuela y yo no iba a poder aguantar eso…

-Seguí contando, putita. –le exigió Milena y Lucía continuó:

-Me dijo que eligiera entre ser despedida o ser una más de sus perras, como vos y tu mamá…

-Ya veo qué elegiste… -intervino Eva.

-Sí… -admitió la nueva integrante del canil.

-Mañana te voy a llevar a la veterinaria a comprarte tu collar. –le adelantó la asistente.

-Sí, señorita Milena…

-Además te cuento que en unos días va a haber una gran fiesta en casa del Ama Amalia y vos vas a ser parte de la esa fiesta junto con estas dos… Les van a dar con todo, jejeje… -dijo sádicamente Milena.

Al día siguiente Lucía, con su uniforme de colegiala, llegaba a una veterinaria cercana conducida de un brazo por Milena. Detrás del mostrador estaba un hombre viejo, calvo y excesivamente flaco, que miró lascivamente a ambas.

Milena pasó por alto el morboso avistaje y dijo:

-Vengo a ver collares para mi perra.

-¿Qué tamaño tiene su perra? –preguntó el vendedor con sus ojos clavados en Lucía.

-Es ella. –dijo Milena con desparpajo mientras señalaba a la adolescente. Lucía sintió que mejillas ardían de vergüenza. El viejo abrió la boca y su mandíbula cayó dibujándole en la cara una expresión estúpida.

-Pero, cómo… -farfulló mirando a una y a otra alternativamente.

-No tengo todo el día, señor. –dijo Milena. -¿Me va a mostrar collares para mi mascota o tengo que ir a otra veterinaria?

-No, no, está bien… -contestó el vejete tratando de controlarse mientras rodeaba el mostrador e iba hacia el exhibidor de los collares.

-¿Lo prefiere grueso o discreto? –preguntó.

-Grueso, en lo posible negro y con tachas de metal plateado. –fue la respuesta de Milena mientras la nueva esclava tenía la vista clavada en el piso y las mejillas como brasas ardiendo.

-Me muero… -murmuró. Al escucharla Milena lanzó una carcajada y dijo dirigiéndose al viejo que buscaba entre en los collares:

-Mi perra tiene vergüenza… -y volvió a reír. -¿A usted qué le parece?, un animal con vergüenza… ¡Nunca se ha visto!...

El vendedor, cuyo pene estaba erecto bajo el pantalón, prefirió ignorar el comentario para no seguir enredándose en un asunto que le resultaba incomprensible, pero Milena tenía un objetivo perverso y continuó hostigándolo:

-¿Por qué no baja la persiana, cierra el negocio y seguimos hablando tranquilos?

Lucía, al escucharla, se desesperó y oprimiéndole un brazo con los dedos crispados de su mano derecha, le imploró:

-No… no, señorita Milena, por favor… con hombres no… ¡Por favor!...

-¿Qué está diciendo? –preguntó el vendedor sin poder dar crédito a lo que parecía estar sugiriendo la extraña clienta.

Milena afectó un tono calmo y repitió:

-Le estoy pidiendo que cierre el local, señor mío, que baje la persiana y sigamos hablando tranquilos. O me va a decir que no le gusta mi cachorra… Mire cómo le abulta el pito bajo el pantalón…

-Vea, señorita, yo no sé que pretende, pero le pido que usted y su… su perra o lo que sea se retiren. –exigió el comerciante temiendo de pronto que aquello fuera una trampa para perjudicarlo de alguna manera.

Milena no se dio por vencida y tomando la mano derecha de Lucia la apoyó en el bulto del vejete.

-Apretá, nena, vamos.

Lucía, desesperada, frunció su rostro en un pucherito predecesor de una serie de sollozos que, lejos de conmover a la asistente, la excitaron aún más. En ese estado, Milena comenzó a bajar la persiana del local provocando la inmediata reacción del comerciante, que trató de detenerla.

-Vamos, señor mío, ocúpese de la cachorra. Y vos, perra, hacé lo que te ordené o ya vas a ver lo que te espera. ¿Querés volver a la sala de juegos? ¿Querés que llame a la señora y le cuente lo mal que te estás portando?

-Por favor, señorita Milena… rogó Lucía lloriqueando.

Milena, que había terminado de bajar la persiana, se plantó ante ella, le cruzó el rostro de una bofetada y bramó:

-¡OBEDECE, PENDEJA DE MIERDA! ¡AGARRALE LA PIJA Y SACÁSELA DEL PANTALÓN!

El comerciante miraba la escena con ojos agrandados desmesuradamente por el asombro al tiempo que la erección de su pija aumentaba y mucho más cuando Lucía, llorando, le abrió la bragueta y con mano temblorosa se la sacó afuera del pantalón. La chica miraba hacia otro lado cuando Milena le preguntó al comerciante:

-Seamos directos, estimado señor: ¿cómo le gustaría usar a mi perra? ¿quiere cogérsela o que se la chupe?

-Pero, ¿voy a tener que pagar?

-Claro que no, no es prostitución. –aclaró Milena.

-¿Es virgen? –preguntó el viejo aún sin entender muy bien de qué se trataba la extrañísima situación que estaba viviendo.

-¡Nooooo! Es una perra muy puta. –aclaró la asistente mientras Lucía se mordía el labio superior con una mezcla de rabia, asco e impotencia.

-Bueno, que me la chupe y después me la cojo. –decidió el viejo y precisó de inmediato: -Por la concha y por el culo.

En el rostro de Milena se dibujó una mueca de morbosa satisfacción y le hizo otra pregunta al viejo:

-¿Quiere que se desnude ella o prefiere hacerlo usted?

El hombre meditó durante unos segundos y finalmente dijo:

-Prefiero ponerla en pelotas yo.

-Bueno, adelante. –concedió Milena y de inmediato el comerciante se abalanzó sobre la chica, que instintivamente adelantó sus brazos en un vano intento de resistencia, porque Milena se colocó tras ella y la mantuvo sujeta mientras el vejete la iba desnudando.

-No, no, por favor, noooooooooo… -rogaba Lucía inútilmente mientras sus ropas la iban abandonando. Por fin, cuando conservaba sólo las medias tres cuarto y los mocasines la asistente, a su espalda, le dobló el brazo derecho hacia arriba mientras le sujetaba la muñeca izquierda, hasta que la dolorosa torsión la obligó a arrodillarse ante el comerciante.

-Sacale la pija fuera del pantalón. –fue la orden de la asistente.

.Por favor, señorita Milena… Por favor, con hombres no… ¡Por favor!...

Milena acentuó la torsión del brazo al par que, para evitar que la chica cayera hacia delante la mantuvo derecha sujetándola con la otra mano por la parte delantera del cuello.

-Oíme bien, pendeja de mierda. Hacé lo que se te ordena o ya mismo te hago vestir, te llevo a tu casa y le cuento todo a tus papis. ¿Soy clara?

Al oír semejante amenaza el espanto se apoderó de Lucía, desarmándola, dejándola indefensa por tan aterradora posibilidad.

-No… Por favor, señorita Milena, no haga eso… -lloriqueó la adolescente mientras el viejo, excitadísimo, sentía su pija ya dura y lista para entrar en acción.

-Obedecé ya o te llevo de las mechas a tu casa. –la apremió Milena y entonces intervino el comerciante.

-No aguanto más, ganemos tiempo. –dijo y se quitó con movimientos veloces y torpes el pantalón y el calzoncillo, exhibiendo su pija dura y erecta, el vello púbico grisáceo y sus piernas flacas, blanquecinas y lampiñas.

-¡Que me la chupe de una buena vez! –exigió.

-Vos elegís, nena: o empezás a mamar o ya mismo a tu casa.

Lucía vio a través del llanto que le velaba la mirada esa cosa larga y rosácea apuntando hacia su boca dirigida por una mano del vejete y a pesar de lo dramático de la situación que enfrentaba y de ese dolor en el brazo torcido cruelmente por Milena pudo pensar: si sus padres de enteraran de quién era realmente su hija, ella no soportaría tamaña vergüenza y las probables consecuencias que eso acarrearía, pero en cambio, seguir adelante, soportar el escarnio, el castigo, la humillación y hasta el asco de ser usada por un hombre implicaba, a la vez, la posibilidad de decir basta si en algún momento la esclavitud superaba sus fuerzas, según había aceptado Amalia.

Cerro entonces los ojos, abrió la boca y sintió la pija que le entraba hasta la garganta y sintió también que desaparecía el dolor en el brazo y quedaba el asco de tener esa cosa larga y dura en la boca, esa cosa que iba y venía.

-¡Chupa, pendeja, chupá! –exigió el anciano y ella lo hizo a pesar del asco, chupando y lamiendo esa pija que iba y venía dentro de su boca hasta que el vejete decidió que era suficiente y que ahora se imponía la penetración.

Ni siquiera se le ordenó que se inclinara sobre el mostrador, sino que entre Milena y el viejo la pusieron en esa posición, como si fuera no una persona sino un objeto, y una vez en esa postura Milena se recostó ladeada sobre la espalda de la chica, le separó las nalgas después de sobárselas durante un momento y dijo:

-Adelante, señor mío, la perra es suya por el agujero que usted elija para empezar…

El hombre, con los ojos brillantes de lujuria y un hilo de baba deslizándose por su barbilla tomó su pija con la mano derecha y la dirigió hacia la concha para hurguetear allí con dos dedos de la otra mano:

-Mmmmhhhhh, está seca… -dijo con disgusto.

-Pero yo no… -acotó la asistente y de inmediato se llevó la mano a la concha para luego empapar con sus jugos el nido de Lucía y, aunque con cierta repulsión, la pija del viejo, que se estremeció al contacto de esos dedos femeninos.

-Lista la lubricación. –dijo impaciente por ver a Lucía clavada por el sátiro. Éste volvió a explorar la conchita adolescente y sin más la penetró de un solo y violento envión que le arrancó a la víctima un prolongado grito de dolor en el que iba también todo ese sufrimiento psicológico que como lesbiana sentía al estar siendo violada por un hombre.

Luego de unos pocos embates el viejo advirtió que, como eyaculador precoz que era, no tardaría mucho en acabar y entonces sacó su pija de la concha y tras escupirse dos dedos de la mano derecha ensalivó la diminuta entradita anal para después, tras algún intento fallido pudo meter por fin primero el glande y después poco a poco todo su pene, hasta que los huevos comenzaron a tamborilear contra las nalgas al par que se sucedían las idas y venidas de la verga dentro del pobre culito y la chica gritaba incesantemente, corcoveando bajo el cuerpo de Milena que la mantenía en posición. Poco después el vejete acabó en medio de jadeos y sonidos animales que brotaban de su boca babeante y se derrumbó sobre Milena que, con la fuerza que le daba el asco, se lo sacó de encima echándolo al suelo junto a uno de los extremos del mostrador.

Lucía lloraba desconsoladamente, atormentada por un intenso dolor físico y sicológico mientras el sátiro jadeaba en el piso y Milena, mojadísima, ansiaba llegar a casa para comerse a la nueva esclavita.

-Llorá todo lo que quieras pero vestite, pendeja, que nos vamos. ¡Dale! ¡vestite! –y dispuesta a no perder ni un minuto enderezó a la pobrecita tomándola brutalmente del pelo para después darle un par de bofetadas y repetir la orden:

-¡VESTITE, DIJE!... Aunque a lo mejor querés que me vaya y te deje acá en pelotas con el viejo… A lo mejor te gustó su pija… -dijo morbosa, burlona y cruel.

-Me siento mal, señorita Milena… Muy mal… Nunca me… nunca me imaginé ser cogida por un tipo… -dijo Lucía entre sollozos.

-Sos lesbiana en serio, ¿eh?

-Sí… por eso me… fue… ¡fue horroso!…

-Bueno, dale, ahora vestite que yo levanto un poco la persiana y nos vamos. –dijo Milena para después tomar el rostro de Lucía entre sus manos y darle un beso en los labios.

-Vamos, nena, vestite que en casa te voy a compensar por tanto sufrimiento… -y la chica comenzó a vestirse mientras el viejo se quedaba dormido en el piso.

(continuará)

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