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(3) Los amores de Ana Etxeberria

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-¿Vienes o no? Tengo ganas de otro polvo –esperaba la universitaria hermosa y desnuda en la cama, pero Cajahueca la ignoró con desdén. Prefería visionar los videos pornos de Ana Etxeberria. Ya llevaba vistos 23 videos y no se cansaba.

Ana era una maestra del fornicio y en cada video se superaba. Esa forma de correrse. Su arte coital. Ese tesoro valioso que escondía entre muslo y muslo. Cajahueca reconocía la espectacularidad en sus orgasmos.

Los videos pornos de Ana eran conocidos en el campus. Cada semana ella rodaba cuatro o cinco videos nuevos y se salía de madre. Debía admitirlo. Cajahueca se enamoró de ella, de su coño en acción, de sus gritos sexuales, de cada trozo de su cuerpazo. Solo tenía polla para ella.

-Oye, ¿quieres traer tu polla a la cama? Tengo prácticas en quince minutos y quiere ir bien follada –exigió la universitaria.

Pero Cajahueca ni la miró.

-¡Hijo de puta asqueroso! –se bajó ella de la cama, recogió su ropa y se marchó.

Pero la atención de Cajahueca estaba en el vídeo 24. Otra vez Ana follando, en este caso con dos chicos en una ducha. Se sacó la polla venosa y se masturbó por sexta vez.

-Eres mía, zorra… Solo mía…

5

Miró la hora.

-¡Mierda!

Rocío Quesada volvía a llegar tarde a clase de ética médica. Aligeró el paso. El profesor la tenía fichada y un negativo le vendría fatal para la nota final. Empezó a subir las escaleras hasta el rellano del tercer piso. Aquí se encontró con Iñaki, con cara apurada.

-Hola, Rocío. ¿Tienes un momento?

-Ahora no. Voy tarde.

-Es que he visto tres videos pornos en el móvil y necesito descargar.

-Te he dicho que ahora no. Búscame luego.

-No tardaré ni dos minutos. Será meterla y correrme.

-¿Qué frase no has entendido? Que voy con el tiempo justo.

-Y yo te digo que no puedo esperar –la agarró del brazo.

-Hey, suéltame, me haces daño.

-A mí no me da órdenes una furcia –la arrojó con la pared y aquí mismo la arrancó las bragas de un tironazo.

-Para, Iñaki.

-Solo es un momento –la separó los muslos.

-No quiero ahora.

-Que te calles, zorra.

La aplastó contra la pared para inmovilizarla.

-No te muevas, coño.

-Déjame, cabrón. No puedo respirar.

Pero Iñaki se la sacó totalmente alzada.

-Saca el culo y no te muevas.

-Para, por favor.

Iñaki colocó su pelvis en paralelo a la de ella para proceder a la entrada.

-Eso, pon resistencia, eso me pone más.

-No lo hagas, por favor –sollozaba Rocío.

-Ahí voy –se preparó para el embiste, pero alguien desde atrás lo agarró del pelo y lo zarandeó para apartarlo de Rocío-. ¡Hey, cabrón, suéltame!

El chico obedeció y lo soltó lanzándolo contra el suelo. Iñaki rodó como un monigote.

-¡Largo de aquí, capullo! –se enfrentó el chico a él.

-Vale, vale… -se levantó y se marchó acojonado.

-Hey, ¿estás bien? –se preocupó por Rocío.

-Creo que sí. Muchas gracias.

-¿Ese violador de mierda es tu amigo?

-Ya no.

-¿Te ha hecho algo? Si quieres le busco y le parto la cara.

-Te lo agradezco, pero no hace falta. Estoy bien.

-Volverá a hacerlo. Podemos ir juntos al rector y denunciarlo.

-No, de verdad, no quiero problemas.

-¿Estás bien de verdad?

-Sí, gracias a ti. Llegaste a tiempo.

-Bueno, en verdad no ha sido casualidad. Yo también te seguía.

-¿A mí? ¿Y eso?

-¡Porque odio a las putas! –la agarró de la cabeza y se la aplastó contra la pared de un golpe violento. Seguidamente Rocío se desplomó.

El chico la cogió de los pelos y la arrastró por el suelo como una muñeca de trapo.

…continuará.

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