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Fui iniciado por un médico

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Tengo facciones aniñadas, grandes ojos oscuros, pelo castaño, espeso y enrulado; soy alto y delgadito, con un cuerpo de largas y suaves curvas casi femeninas y totalmente lampiño con excepción de los axilas y el vello púbico; lindas piernas, de rodillas finas y muslos bien torneadas, cintura alta y estrecha y un culo empinado de nalgas redondas y carnosas.

Bueno, lo cierto fue que hace unos meses empecé a sentir molestias estomacales que le comenté a mis padres.

-Andá al médico, Jorgito. Tenemos una buena medicina prepaga. No dejes pasar eso. –me recomendó papá y le hice caso. Consulté la cartilla y elegí al doctor Hipólito Ridolfi, cuyo consultorio quedaba cerca de casa.

Ese día, un viernes de febrero, empezó todo, incluso el darme cuenta de que soy gay.

Tenía turno un lunes a las tres de la tarde y era perfecto porque curso a la mañana el último año de la escuela secundaria.

Esa tarde me atendió una secretaria cincuentona, teñida de rubia. Le di mis datos: nombre, apellido, Documento Nacioan de Identidad y la credencial de la prepaga y después de esperar unos cinco minutos el doctor abrió la puerta del consultorio, me miró durante algunos segundos y dijo: -Pasá, por favor. –me dijo y enseguida le preguntó a la secretaria si quedaban más pacientes por atender: -No, doctor, este chico es el último.

-Bueno, Alicia, entonces puede retirarse. Nos vemos el viernes.

-Hasta el viernes, doctor. –contestó la mujer y empezó a ordenar su escritorio.

Calculé la edad del doctor en unos sesenta y cinco años. Era alto y robusto sin ser gordo, con un poco de panza que abultaba bajo el guardapolvo blanco; de cara rectagular con facciones fuertes, bien marcadas y cabello lacio y canoso.

Ya dentro del consultorio me hizo tomar asiento ante el escritorio, se sentó del lado contrario, tomó la ficha con mis datos que le había dado la secretaria, leyó los datos y me preguntó: -Bueno, ¿qué te anda pasando? Contame.

Le conté y entonces hizo que me desnudara para revisarme. Había algo en él, la forma de mirarme que me inquietaba.

Mientras me quitaba la ropa me daba cuenta de que él no dejaba de observarme y de pronto dijo después de mirar otra vez la ficha: -¿Dieciocho años tenés? Yo no te daba más de quince. –y agregó: -Jorge… Lindo nombre…

A esa altura yo estaba muy nervioso y lo estuve mucho más cuando quedé desnudo bajo la mirada penetrarme del doctor: -Sentate en la camilla, Jorgito… -dijo y sentí que pronunciar mi nombre en diminutivo era una forma sutil de ir acercándose a mí, de buscar cierta intimidad que me atemorizaba.

Cuando me senté en el borde de la camilla él ubicó su cabeza en mi espalda, deslizádola por sobre mi hombro izquierdo y fue moviéndola para hacer eso que creo se llama auscultar. Después de un momento se enderezó y volvió a pararse ante mí, mientras yo permanecía con la cabeza gacha.

-Acostate de espaldas, Jorgito. –me indicó y yo obedecí mientras mi nerviosidad aumentaba. Él entonces comenzó a palparme el vientre y poco después, mientras yo trataba de controlar mi temblor, me dijo: -Vas a hacerte una tomografía computada de abdomen, Jorgito; quedate ahí mientras te preparo la orden. –y se dirigió a su escritorio dejándome muy inquieto. ¿Por qué quería que me quedara en la camilla? Iba a saberlo muy pronto. Dejó la orden sobre mi mochila, que estaba en la silla donde yo había dejado la ropa y se acercó a mí despacio, muy despacio, mientras deslizaba una mirada lenta por mi cuerpo desnudo.

Ya junto a mí me dijo: -Sos muy lindo, Jorgito… Muy lindo…

-Ay, doctor… -atiné a murmurar y quise levantarme, pero él me lo impidió apoyando con firmeza su mano derecha sobre mi pecho.

(continuará)

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