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Beto Cienfuegos: un culo en la terraza

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Cuando no hay plata para salir de vacaciones mal no viene una terraza para tostarse un poquito y eso era lo que hacía, relajadito y sin apuro, durante aquel verano que pasé en mi casa. A la hora de la siesta subía con la reposera y la heladerita llena de hielo y algunas bebidas, me bañaba en bronceador y me tiraba como una iguana al sol a ver pasar la vida en ese cachito de Parque Patricios, mi barrio. En eso estaba una tarde cuando de pronto entró a la terraza la nueva vecina.

Se llamaba Angélica y el nombre le hacía justicia: era una ricura de pelo castaño, tez blanca con algunas pequitas, rostro de delicados rasgos, ojazos celestes y naricita fina y respingada. Pero lo que no era angelical, según se lo viese, eran sus grandes tetas y su terrible culo; sucedía que Angélica era una mujer alta y grandota, aunque no gorda, de pronunciados atributos. Y si a eso le sumábamos que era simpática y afable, con vocecita de nena y un poquitín tímida, teníamos una dulzura que te la ponía dura ni bien la veías. Una tipa con ese cuerpo, en mis tiempos de joven hubiese sido considerada una flor de vedette o algo por el estilo.

- Buenas tardes, señor Beto – me saludó respetuosamente y con una dulce sonrisa. Sostenía en sus manos una palangana de plástico llena de ropa mojada. Llevaba una musculosa desteñida suelta de la que no obstante sus tetazas sobresalían, una larga pollera estampada y unos gastados suecos de corcho.

- Si me tratas de usted ya arrancamos mal – respondí con mi mejor sonrisa, sin moverme de la reposera en la que me hallaba tirado.

Contemplando ese camión de mujer se me vino a la cabeza la imagen de su marido, el pancho Rigoberto. Con ese nombre era casi un deber cagarle la jermu. Como si me hubiese leído el pensamiento, ella dijo:

- Si, Rigoberto también me lo dice, pero no sé, me cuesta tutear…

Estuve a punto de responderle con una alegre guarangada, pero en cambio me limité a sonreírle una vez más. Noté que la bella señora se turbaba al observarme en cueros, como si se tratase de una adolescente, y apartaba la vista nerviosamente de mi pecho. Entonces se alejó hacia las sogas. Una vez allí, se agachó para apoyar la palangana en el suelo y su tremendo culo quedó en pompa. Mierda, me dije, amén de ser absolutamente excitante, había que tener herramienta para entrarle a semejante pavo, y el petiso se me alborotó.

Angélica empezó a colgar la ropa y se agachaba graciosamente, sin esfuerzo alguno, sacando culo cada vez que lo hacía, mientras tarareaba distraídamente una melodía. Pero el sol empezaba a pegar fuerte, entonces me dije que el mundo es de los valientes y decidí mandarme.

- ¡Que calor que hace, eh! – Exclamé parado detrás de ella - ¿Queres una cervecita?

Angie se dio vuelta sonriente.

- No, gracias, Beto. No soy de tomar alcohol.

- ¿No tomas nada de alcohol? – inquirí.

- No –negó con un movimiento de cabeza -, es que yo hice deporte hasta hace poco y bueh, de eso nada.

- Te puedo ofrecer una coca cola bien fría si queres.

- En realidad tomo jugos… pero bueno, acepto. Con este calor.

Entonces me corrí hasta la heladerita y, poniéndome de espaldas a ella, tomé un vaso, le puse dos hielos, un generoso chorro de ron del bueno y gaseosa. Me acerque hasta ella y se lo pasé.

- Esta gaseosa es importada, Anyi –mentí – es una… YonCola. Me la manda un amigo desde Minnesota.

- Bueno, gracias, Beto – dijo Angélica, admirada por mi gentileza, agarrando delicadamente el vaso y tomando un trago. Cuando lo bajó, lo observó con un gesto de agradable sorpresa.

- Que gusto raro, Beto – dijo.

- ¿Pero es rica, no? – respondí cruzando los dedos.

- Si – admitió mi vecina – no está mal – y dicho esto se zampó otro trago.

Me quedé, vaso de cerveza en mano, conversando giladas con ella un buen rato. Noté que, al agacharse, Anyi se tambaleaba cada vez un poco más. Yo cuidaba que su vaso de “gaseosa” estuviese siempre lleno.

Entonces, en un momento me alejé de ella hacia la heladerita a llenar mi vaso y mientras estaba en eso, un tortazo metálico retumbó en toda la cuadra. Angélica, sobresaltada, se acercó tambaleándose un poco hasta el borde de la terraza, que ni siquiera contaba con una baranda sino con un pedazo de pared que le llegaba hasta un poco más arriba de la cintura, y estiró su linda cabecita observando hacia abajo, hacia la calle, de tal modo que su culazo quedó servido en bandeja para el embate.

-¡Oh, un choque! –exclamó consternada mi vecinita.

Me acerqué lentamente hasta ella, midiendo y sopesando en el trayecto ese tremendo orto que parecía aguardar ser ferozmente estaqueado. Me pregunté cómo se las arreglaría el badulaque de Rigoberto con eso, a menos que calzara una tranca importante.

- A ver… dije parándome detrás de ella, apoyando disimuladamente mi bulto en su orto, y estirándome como quien no quiere la cosa, con mi mejor cara de gil.

Angélica giró su cabeza, sorprendida y me observó de reojo. Saqué pecho sin mirarla. Me dije que ahí se definía el partido. Entonces ella, para mi alegría, volvió a observar la calle sin moverse.

- ¡Que bravo, eh! –exclamé observando la calle. La joven señora asintió sin mirarme. Entonces empecé a apoyarle el ganso duro en sus carnosas nalgas.

- Fue terrible, parece.

- Y, se descontrolaron ¿viste?

Y así, palabra va palabra viene, seguía apoyándome el terrible culo de mi vecina. Se ve que el ron había hecho su efecto pues Angélica encajaba mis embates como si nada; entonces avancé y bajé mis manos aferrándome de sus anchas caderas y empecé a encularla con movimientos cada vez más atrevidos. La señora mientras tanto se dejaba hacer, estirada sobre la baranda de material y con los ojos clavados en la calle como si nada estuviese ocurriendo.

- ¿Habrá algún herido? – preguntó con su mejor cara de boluda.

- Y, capaz, Anyi – dije comiéndole la orejita - , fue muy fuerte…

- Hay, si – suspiró ella, tiesa – se ve que fue muy duro, ¿no?

- Si, Anyi, está muy duro – dije levantándole la pollera hasta la cintura. Sus piernas eran tersas, suaves y tibias. Acaricié sus muslos hasta llegar a su bombacha blanca. Se la aparté a un costado y rápidamente saqué mi carajo al palo y empujé para tantear el terreno. Pero ni bien el cabezón se mandó entre esas nalgas blancas y gordas, encontró un agujero caliente y húmedo donde alojarse. Entonces empecé a bombearla suavemente mientras mi vecina, echada hacia adelante y con el culo en pompa, encajaba con gesto estoico mis embates.

El petiso, tieso como estaba, se encontraba a las mil maravillas rompiendo ese delicioso y caliente agujero. Pronto fue penetrando a fondo y el placer mutuo aumentaba. Entonces Angélica se tomó de la baranda con fuerza y su rostro se contrajo en una expresión dolorosa y terriblemente placentera.

- ¡No pares, Beto, no pares…! – gimió.

Adiviné que la Angélica se empezaría a correr como una atorranta. Y por supuesto que no pensaba detenerme, aunque debía contenerme porque la verdad era que estaba por subirle los pibes al techo en cualquier momento. Entonces Anyi abrió la boca y cerró los ojos con fuerza emitiendo un ahogado gemido de placer. Mierda que si gozaba esa mujerona, me dije aflojando con los embates, a ver si le llenaba la cocina de humo.

Angélica quedó exhausta, apoyada sobre la baranda del balcón y yo aproveché para retirar al chino tuerto. Yo no había acabado, por lo que la tenía más dura que el obelisco en una noche de invierno, pero eso no me preocupaba. Ya se me ocurriría algo, je.

Ni bien terminé de decirme eso, escuchamos pasos en la escalera. Fija que alguien subía a la tarraza. Como el que anticipa triunfa, me aparte de la culona de Angélica y subiéndome los cortos me fui a los saltos hasta el cuarto de las cosas viejas que en ninguna terraza de casa cristiana ha de faltar y me metí ahí quedándome quietito.

Observando por entre las maderas de la puerta del cuartito, vi aparecer en la terraza al siome de Rigoberto, su marido. Busqué con la vista a Anyi y ya estaba fresca como una lechugita, colgando ropa como si nada. Se saludaron tibiamente y Rigobert le dijo que la esperaba abajo. Yo no podía acercarme mucho a la puerta no solo por temor a que el cornudo me descubriese sino porque el tremendo palo que llevaba me impedía acercarme demasiado.

Una vez que el cornelio desapareció escaleras abajo, Salí del cuartito. Bajaría con Anyi. Ella me agradeció el gesto. Tomé mi heladerita, la palangana vacía y nos dirigimos a las escaleras. Ella vivía en el primer piso y yo en la planta baja, por lo que me quedaba de paso. Entonces Anyi se me adelantó y se sentó sobre uno de los escalones.

- Esperemos un poco. Estoy cansada – dijo levantando su mirada hacia mí.

Quede sin proponérmelo parado junto a ella, aunque su cabeza quedó a la altura de mi entrepierna. Y antes de que yo pudiese decir algo, ella bajó mis pantaloncitos de futbol dejando al aire a mi carajo bien tieso y luego de tomarlo con una de sus manitas y sacar mi glande, separó sus labios y se engulló la tranca sin decir agua va.

La verdad es que mi vecina la chupaba muy bien. Era delicada pero metía la presión necesaria con su lengua y labios succionándome apasionadamente la verga. Se ve que le gustaba mucho acunar al enano de carne. Me puse la palangana sobre la cabeza, como si fuese un sombrero deforme y la agarré suave de sus pelos. Ella se dejó hacer y empezó a tragar rápidamente mi palo. La señora mamaba ávidamente, al tiempo que acariciaba mis bolas. Era maravilloso tener a mi vecinita sentada en las escaleras del edificio comiéndome la verga ávidamente.

Entonces sentí la inminente explosión y se lo hice saber: la buenita de Anyi aceleró sus mamadas y empezó a pajearme hábilmente con una de sus manos mientras soltaba intensos gemidos. Sabía la guachita.

- ¡¡Acabo, Anyi!! – mascullé al tiempo que soltaba un grueso chorro de espeso leche caliente. Anyi decidió contenerla en su boca y lo hizo sin que se le derramase ni una gota. Entonces se incorporó y observándome, se lo tragó todo y luego me sonrió. Una buena chica, sin duda.

- Gracias, Anyi – le dije mientras bajábamos a su departamento, refiriéndome a su deferencia por dejarme satisfecho – igualmente no iba a acabarte en la conchita.

Ella abrió la puerta de su departamento y una vez del otro lado giró hacia mí.

- Si era por eso no te hubieses molestado – aclaró con una dulce sonrisa – no me la metiste por adelante, eso hubiese sido engañar a mi marido – y dicho esto cerró la puerta.

Me gustó el concepto de fidelidad del hembrón de mi vecina.

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