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(6) Los amores de Ana Etxeberría

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Un manto de silencio y oscuridad cubría el campus a estas horas. Cuando el inspector Balaguer y su ayudante Leo llegaron, el canto de los grillos fue el único recibimiento.

Dejaron el coche en el parking y se encaminaron a la facultad de medicina. Aquí un miembro de seguridad les abrió las puertas para poder acceder.

-¿Qué hacemos aquí, César? Podemos venir mañana temprano –andaba Leo por los pasillos.

-Si hay una segunda chica muerta y no la hallamos se armará la gorda con la prensa. Todos querrán nuestra placa.

-Joder...

-¿Qué?

-Tuve que estudiar jardinería. Estaría ahora muy entretenido con mis petunias.

-¿Y perderte esta juerga? No lo creo.

-Menos guasa, ¿vale?

-Hey, mira…

-¿El qué?

Más adelante, un chaval fumaba apoyado en la pared. Fue ver a los dos policías y ponerse nervioso.

-Hola, ¿qué tal? –se fue acercando el inspector Balaguer, pero no dio tiempo a más. El chaval se echó a la carrera-. ¡Hey, alto!

-¡Joder! –salió Leo detrás.

-No, Leo, por el otro lado.

-Vale.

El chaval huía a todo correr. Detrás le perseguía el inspector Balaguer.

-¡Para, cabrón!

Pero el chaval ahora bajaba las escaleras. El inspector Balaguer hizo lo mismo.

-¡Párate! ¡Soy policía!

Caso omiso.

El chaval enfiló otro pasillo, pero Leo le esperaba con un placaje de fútbol americano.

-¡Quieto, capullo! –lo inmovilizó Leo contra el suelo para colocarle las esposas.

-Buen trabajo –cogió aire el inspector Balaguer.

-Te haces mayor o qué.

-Necesito un poco de fondo, nada más.

-Me haces daño, joder –se quejaba el chaval.

-Levántalo –pidió el inspector Balaguer.

-Arriba, niñato –lo puso el ayudante Leo de pie.

-¿Cómo te llamas? –le interrogó el inspector Balaguer.

-Investíguelo. Es su trabajo, ¿no?

-Será mejor que contestes porque te considero sospechoso de dos asesinatos.

-¿Cómo dice?

-Sonia Martorell y una segunda víctima.

-Oye, oye, yo no he matado a nadie.

-¿Y por qué corrías?

-Me estaba emporrando y tengo antecedentes. No quiero ir al talego.

-A ver si es verdad –lo cacheó el ayudante Leo-. Joder, es cierto, mira –encontró cuatro porros y dos ácidos.

-Por favor, no digan nada. No lo volveré a hacer.

-Anda, largo –le dio el inspector Balaguer un ligero empujón para que se marchara.

-Falsa alarma –suspiró el ayudante Leo.

-Necesito un buen chute de cafeína.

-Hay una máquina de refrescos arriba junto a las escaleras. Te invito a una Coca-cola.

-No puedo negarme.

-Vaya carrera que nos hemos pegado.

Hubo risas.

10

La Coca-cola le salvó la noche al inspector Balaguer. Fue como una inyección de adrenalina. Dormir era 8 horas desperdiciadas o al menos eso es lo que pensaba él.

Un SMS con número oculto lo sacó de sus pensamientos embelesados.

Se le ve con ganas. Así me gustan los polis. CAJAHUECA.

-Hijo de puta –miró el inspector Balaguer a su alrededor.

-¿Pasa algo? –se inquietó el ayudante Leo.

-Ese cabrón nos vigila.

-Yo no veo a nadie.

-No sé cómo lo hace, pero lo consigue.

-¿Quién será ese chico?

-Un sicópata misógino. Eso es lo que es. Ya te pillaré, cabronazo.

... continuará.

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