Nuevos relatos publicados: 11

La chica de la biblioteca

  • 5
  • 25.218
  • 9,24 (21 Val.)
  • 3

Solía ir a la biblioteca a diario. Todos los días al salir de clase, me gustaba tomarme un par de horas para relajarme escribiendo. Perderme en la inmensidad de las palabras y olvidar todo lo demás. Pero aquel día fue distinto. Aunque había llegado a la hora de todos los días, con mis folios de siempre y en mi sitio habitual, sentía que aquella tarde no era la misma. Quizá porque empezaba la primavera, y mis breves 25 años lo notaban.

Durante el primer rato, todo era igual. Fuera, la lluvia vació las calles. Dentro de la biblioteca solo estábamos yo, una atractiva pelirroja en la mesa de enfrente y la bibliotecaria, al otro lado de la sala, sin apartar la vista de su ordenador. Yo me fijé en la chica joven. Aparentaba unos 18 o 19 años. La silla moldeaba su vestido de flores estampadas, de falda corta y tirantes. El escote resaltaba sus grandes y apretados pechos, y por abajo se veían sus finas pero tonificadas piernas. Era realmente atractiva. Ligeramente pálida, algo que destacaba aún más con sus labios pintados de rojo intenso y sus mofletes colorados. De vez en cuando, la miraba de reojo. En otras ocasiones, era ella la que clavaba sus ojos en mí.

Pasó una hora, y yo fui incapaz de concentrarme en la escritura. Tan solo pensaba en lo mucho que me excitaba la hermosa chica. Ella tampoco parecía prestar mucha atención a sus apuntes de química. Sin embargo, lo que pasó después jamás me lo hubiera esperado. Como si nada, dirigió su mano derecha, disimuladamente, hasta su entrepierna. Por encima del vestido, comenzó a frotar, mientras cerraba los ojos y soltaba leves suspiros. Yo no sabía qué hacer. ¿Realmente estaba ocurriendo aquello? Yo ya no disimulaba para fijarme en ella, y la chica lo sabía. Me miró sin dejar de frotar suavemente, se mordió el labio inferior y paró la actividad. Por un momento, pensé que ahí había acabado el espectáculo.

Otros diez minutos después de aquello, yo estaba fuera de mí. Tan solo podía pensar en la chica masturbándose frente a mí y a la tremenda erección que me había provocado. Mientras intentaba retomar el papel y el lápiz, vi que ella estaba girando su silla hacia mí. La mesa quedaba a su izquierda, y pude admirar su espectacular cuerpo mirándome. Evitando cualquier disimulo, aunque procurando no hacer ruido, ella se levantó el vestido hasta la cintura, dejándome ver con absoluta claridad que no llevaba bragas. Sus hermosas piernas terminaban en una vagina totalmente rasurada de labios carnosos. La luz hizo evidente la humedad de su precioso sexo, fruto de la excitación que la joven tenía.

La chica separó ligeramente las piernas mientras me sonreía. Yo no sabía qué narices hacer, más que disfrutar al máximo de aquel momento. Ella volvió a llevarse la mano derecha a la entrepierna, y ahora podía ver perfectamente cómo se masturbaba al tiempo que no apartaba su mirada de mí. En ningún momento ocultó su sonrisa, que solo disimulaba cuando abría la boca para soltar esbozos de placer. Empezó pasando el dedo corazón por su rajita con delicadeza, como si se masajeara. Subió la pierna izquierda encima de la mesa, lo que me permitió tener mejor vista de todo. La yema del dedo se ocultaba entre los labios, frotando cuidadosamente el clítoris. Poco a poco fue subiendo la velocidad del masaje, y la respiración comenzó a acelerarse. El pecho se le hinchaba rápidamente, y parecía como si sus tetas lucharan por escapar del vestido.

Tras unos minutos, subió la mano desde la vagina hasta la boca y se chupó delicadamente el dedo corazón. Para evitar que volviera a parar el espectáculo, decidí darle un incentivo y me abrí la bragueta. Saqué mi enorme polla y empecé a masturbarme mientras la miraba. Ella sonrió y volvió a llevarse la mano a la entrepierna. Esta vez, se metió el dedo corazón y empezó a penetrarse. No tardó en meter dos, y después tres. Cuando ya tenía tres dedos dentro, empezó a subir la velocidad de penetración. Yo intenté subir y bajar mi mano por la polla a la misma velocidad. Era como si me la estuviera fallando. Los dos nos mirábamos y nos masturbábamos como si no hubiera un mañana. El silencio de aquella sala solo se rompía por el sonido de la palma de su mano chocando contra la humedad de la vagina. Se estaba metiendo los tres dedos completos, y a una velocidad bastante rápida. Con la otra mano, sobaba sus tetas por encima del vestido.

No sabía cuánto tiempo llevábamos así, masturbándonos y mirándonos, pero yo ya no podía más. Cogí un pañuelo y lo coloqué en la punta del pene, para que la eyaculación no lo pusiera todo perdido. Unos segundos después, descargué un increíble chorro de semen sobre el papel. Creo que jamás me había corrido tanto y tan a gusto. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar algún gemido. Al verme, ella también llegó al clímax. Sacó sus dedos para chupárselos, y empezó a frotar el clítoris con fuerza. Sin darse cuenta, empezó a gemir levemente y a arquear la espalda. Estaba teniendo un increíble orgasmo. Siguió retorciéndose en su silla, cerrando las piernas con fuerza y frotando hasta que no pudo más.

Cuando terminó, la chica estaba agotada. Respiraba con fuerza intentando recobrar el aliento. Sus mejillas se habían sonrojado más que nunca. Incluso le costó trabajo ponerse en pie para colocar la silla, de nuevo, en dirección a la mesa. Aún no sabía qué acababa de pasar, solo esperaba volver a ver a esa chica.

(9,24)