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(4) Reflexiones sin bragas

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Debía ser la única aburrida en la fiesta porque a su alrededor solo habían chicas correteando desnudas, música techno a todo volumen y mucho desfase de cerveza, sexo y baile. Pero Ingrid Abascal solo tenía cuerpo y mente para su madre. Aún recordaba la última vez que la vio antes de fallecer de cáncer terminal. Su cara estaba pálida y su cuerpo esquelético a causa de la fuerte quimio. Y lo peor es que solo había pasado una hora del entierro. Ni siquiera sabía qué hacía en aquél chalet adosado, quizá quería olvidar cogiendo una buena borrachera o simplemente morir y dejar de sentir ese pozo negro en su interior.

Miró la hora. Las dos de la madrugada. Seguramente su familia la estaría buscando, pero ya le daba todo igual. Era lo único que llevaba encima. El reloj. Su total desnudez era el principal requisito de aquella fiesta. Fuera ropa y fuera vergüenza.

Le dio por subir por las escaleras y ver qué se cocía en el segundo piso. Aquí presenció más desnudos, más borracheras y más orgasmos saliendo de habitaciones cerradas, pero había una en especial donde había una cola de 15 chicas. A Ingrid le intrigó. Y se puso la última en la fila. De reojo se fijó cómo las 15 chicas se estimulaban el clítoris y encharcando el suelo de flujo. Muchas de ellas se corrían en los dedos y preferían irse, por eso Ingrid adelantó siete puestos. Detrás de ella ya había otras cinco chicas. Todas desnudas y todas con la mano en los bajos. Se abrió la puerta y salió una para entrar otra. Así varias veces. Hasta llegar el turno a Ingrid. De ver tanto coño mojado, ella iba puesta sin necesidad de frotarse.

Salió una chica acalorada y encantada, e Ingrid entró sin saber lo que se encontraría. Lo primero que notó fue un olor a coño sucio y sudor seco. Luego le vino ese calor pegajoso, parecido al clima veraniego. Y lo notó en la planta de sus pies: diferentes charcos de flujo por el parquet del suelo, que se mezclaban con un hedor insoportable. Ingrid debía ir con cuidado de no resbalarse y caer. También pisó con asco unas bragas manchadas de regla y papel higiénico usado y esparcido por el suelo.

Fue cuando la vio. Cupido acertó con su flecha al presenciar a la chica más hermosa que había visto en su vida. Pese a estar pringada de sudor y de oler a sexo, eso no quitaba su hermosura de 21 años.

-¿Pasas o sales? –lo dijo Ana Etxeberría en tono burlón. La esperaba en una cama desaliñada, con las sábanas manchadas con muchos restos de fluidos femeninos y un único foco de luz en una lamparilla.

-Perdón –se acercó Ingrid a la cama. Su vulva goteaba y Ana sonrió halagada al percatarse-. ¿Y ahora qué hacemos? Dímelo tú.

-No sé…

-Te veo un poco despistada. ¿Sabes por qué estás aquí?

-Sí… bueno, no…

Ana rió:

-Me viene bien esto después de follar 20 veces seguidas. Me relaja los músculos de la vagina.

-¿Eres puta?

-¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? Tienes el coño estrecho de follar tan poco.

-Es una larga historia.

-No te veo muy convencida de estar aquí. ¿Tan fea soy? –puso un pucherito tierno.

-Que va. No. Eres una preciosidad.

-Ya lo sé –rió Ana-. Es lo que me dicen todas cuando se corren conmigo. Orgasmo. Besito. Eres una monería. Y para casa. Intentaré que te decidas, ¿vale?

-¿Cómo?

De un salto, Ana se bajó de la cama hasta la puerta.

-La siguiente –se asomó y entró otra chica-. Hola, cariño –la cogió de la manita y se tumbaron en la cama-. ¿Cómo te llamas?

-Gabriela. ¿Y esa qué hace ahí?

-Tú olvídala y te centras en mi coño, ¿vale?

-Vale –la besó con pasión. Se revolcaron en la cama como perras en celo. Hasta que la lengua de Gabriela encontró el camino hasta la cueva del amor de Ana. Ella soltó un alarido de placer. Se retorció como una culebra del gusto eléctrico que le llegaba desde abajo.

Ingrid se relamía la boca con la lengua. Su mano acabó en su clítoris dando giros con la yema de los dedos.

Ana se fijaba en cada detalle de Ingrid. A eso que se reincorporó y le susurró algo a Gabriela.

-Ven, cariño –alargó la mano Gabriela e Ingrid se subió a la cama-. ¿Estás bien?

-Sí –sollozó Ingrid. Sus lagrimitas desbocaron a Gabriela y a Ana.

-¿Qué prefieres? ¿Sexo o paja?

-No sé…

-No llores, palomita –la besó Gabriela con lengua. Un beso salivoso de tres minutos. Mientras tanto Ana se tocaba los bajos mirándolas.

-¿La has visto? –obvió Gabriela-. Está a puntito. Venga, a por ella. ¿Lo harás?

-Claro.

-A tu madre le gustaría.

-¿Cómo?

-Dedícale a ella esta follada –le propinó Gabriela una bofetada en el culo.

-¡Au!

-Llora más. Eso me pone perraca –suplicó Ana y lo logró.

-¿Cómo lo sabéis? –lagrimeaba Ingrid.

-Toda la fiesta lo sabe, gilipollas –ahora el bofetón fue en el clítoris.

-¡MMMM! –sintió Ingrid un extraño placer.

-Dale otra vez –rió Ana.

Vino un segundo manotazo.

-¡Auuu!

Gabriela soltó el brazo y la atizó nuevamente en la zona clitoridiana.

-¡AHHHH!

-En la siguiente se corre –aseguró Ana-. Espera –cogió su móvil de la mesita de noche.

-Saca el culo, zorra –la colocó Gabriela.

-Para, por favor…

-Venga, córrela –lo grabó Ana.

Y, en efecto, la hizo correr con un manotazo más violento.

-AHHHHHH joder hijas de puta –eyaculó Ingrid entre las sábanas.

-Se corre como una puta –aplaudió Ana.

-UUUUUY –alcanzó un orgasmo bestial.

-Esto va para mi facebook –seguía Ana grabando.

Ingrid rompió a llorar desolada.

-Tu madre estará muy orgullosa de tu corrida –la susurró Gabriela con burla.

-Luego se lo envío a tu padre, Ingrid. ¿A que se llama Pedro Manuel?

-Putas de mierda –se bajó Ingrid de la cama pero las piernas le fallaron y se desplomó al suelo a causa de la tremenda corrida.

Las risas de Gabriela y Ana fueron a más.

Ingrid se irguió y logró llegar a la puerta, pero antes sufrió una vomitada en un rincón.

Impresionada, Ana pegó un salto de la cama y se acercó a la vomitona. Hizo las fotos pertinentes y cogió una muestra de los restos estomacales.

-Para mi colección –se sintió Ana feliz.

-Putas locas –se sentía Ingrid indispuesta.

-Cariño, limpiate la boca. Te han quedado trozos –la besó Ana con lengua y luego saboreó-. Mmmmm, ¿has cenado champiñones?

Gabriela se descojonó de risa.

-Quiero irme.

-¿No vas a llorar más? Venga, echa otra lágrima.

-¡Puta demente! –pudo Ingrid coger el pomo de la puerta, girarlo y salir a todo correr. Se la veía tan vulnerable y sensible que Ana se excitó con mayúsculas.

-A ver, las dos siguientes –las hizo pasar Ana.

-Un momento, ¿con tres? –se extrañó una de ellas al ver a Gabriela.

-Tengo coño para las tres y repetir. ¡Venga, chochitos, a la cama que la puta Ana echa una meada y luego os folla! –palmeó sus culitos mientras se encerraba en el baño. Aquí dentro abrió una nevera portátil con diferentes muestras entubadas de semen, heces y añadió el vomito de Ingrid.

-Mmmm, me encanta…

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