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Fui iniciado por un médico (2)

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Ya vas a ver que te va a gustar…

-¡No, no me va a gustar! ¡no quiero, déjeme ir o grito!… -probé.

Él lanzó una carcajada y me dijo: -No te va a escuchar nadie, tontito… Probá, a ver, gritá… -me desafió burlón y yo grité sin ningún resultado mientras él se reía… De pronto endureció el tono y me dijo: -Bueno, nene, basta de pavadas y ponete boca abajo…

Su tono me asustó y obedecí angustiado al tomar conciencia de que estaba completamente en su poder. Enseguida sentí sus manos en mis hombros, en mi cuello y después bajando por mi espalda lentamente hasta llegar a la cintura. Ahí se detuvieron oprimiendo los costados mientras me decía: -Tenés la cintura de una nena, Jorgito… Tan estrecha…

Yo no podía hablar por la angustia y el miedo que me cerraban la garganta, y las manos ya estaban en mis nalgas. Poco después, al miedo se le agregó una sensación perturbadora: algo así como un turbio placer por esas manos que recorrían mis pompis acariciando, presionando, pellizcando. De pronto el doctor se apartó para ir hasta un armario de puerta vidriada, Sacó de allí un envase pequeño y vi que se untaba el dedo índice y el medio con una crema incolora. Temblé al suponer qué haría con esos dedos, nada menos que metérmelos en el culo.

-No, doctor, por favor no… -supliqué aunque sabiendo que sería inútil, porque él estaba decidido a violarme.

Se acercó despacio a la camilla, con una sonrisa lujuriosa que le deformaba la boca.

-Quieto, Jorgito, quieto… -me ordenó y un instante después sus manos volvieron a mis nalgas, sentí que las entreabrían y enseguida un dedo hurgando en el orificio anal.

-No, no… volví a rogar, pero el dedo siguió adelante y lo sentí penetrando en el estrecho senderito y después otro dedo y ahí gemí, molesto.

Él rió: -Estoy preparándote el culito, nene, para después meterte algo más grande… -y volvió a reírse, como complacido del poder que ejercía sobre mí…

Esos dedos no me dolían, pero me sentía incómodo y molesto con las dos presencias extrañas en mi culo… Él los movía de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante una y otra vez y también los hacía haciéndolos girar… Sin duda me estaba preparando el sendero para que lo transitara algo mucho más grande: su verga…

-¿Y, Jorgito? ¿te va gustando?... –me dijo sin dejar de mover los dedos…

-Por favor, doctor, déjeme ir… -rogué mientras sentía que los dedos ya no me molestaban.

-¿Dejarte ir?, tendría que estar loco, con lo bueno que estás…

Poco después retiró los dedos y lo vi quitarse el guardapolvo, los zapatos, el pantalón y por último el calzoncillo…

Vi sus piernas velludas, un vello grisáceo. Me dio miedo ver su verga erecta, lista para entrarme. Me estremecí e intenté escaparme, pero él, rápido, me aferró por los brazos y volvió a ubicarme de pie contra la camilla: -¡Inclinate, mocoso de mierda o me vas a conocer! –me amenazó y le obedecí, muy atemorizado. Le tenía miedo a la penetración, pero también a enojarlo y que me pegara.

Sentí la punta de su verga en el orificio anal y después de varios intentos empezó a entrarme. Grité de dolor y quise librarme de ese ariete, pero él me lo impidió sujetándome con fuerza por las caderas.

-¡Quieto, nene! ¡quieto! –me gritaba.

-¡Me duele! ¡por favor! ¡me duele! –gritaba yo, pero de pronto, cuando la verga me había entrado toda, el dolor fue amenguando hasta casi desaparecer.

Entonces, mientras él bombeaba, tuve una revelación tan asombrosa como angustiante para mí en ese momento: ¡estaba sintiendo placer! ¡estaba gimiendo de goce!

Él se dio cuenta y después de una risita burlona me dijo entre bufidos: -Te lo dije, Jorgito; te dije que te iba a gustar…

-Pero no quiero… no quiero ser gay… -dije casi lloriqueando…

Él siguió con el bombeo y mientras aceleraba el ritmo, insistió: -Pero lo sos, Jorgito… Sos gay… Sos un putito, un muy lindo putito… Mi putito…

Yo me sentía girando en un vértigo enloquecedor del que no podía librarme, hasta que entendí que la única manera era aceptar mi condición y como para ayudarme sentí en lo hondo de mi culo varios chorros de semen caliente mientras el doctor rugía bestialmente y se derrumbaba sobre la camilla.

Yo caí de rodillas, incapaz de sostenerme sobre mis piernas, con el pene erecto y temblando de pies a cabeza.

-Doctor, ¿puedo… puedo masturbarme? –me atreví a preguntarle. Él se reincorporó, me echó una miraba entre burlona y triunfadora y dijo: -Ah, te dejé calentito, ¿eh, nene?... Andá al baño a desahogarte, es ahí. –y señaló una puerta a la derecha de la camilla.

Me masturbé afiebradamente derramándome en el inodoro y volví al consultorio respirando con fuerza por la boca.

Él estaba de pie junto al escritorio.

-Arrodillate, Jorgito, y ocupate de ponérmela dura que te quiero usar esa linda boca que tenés…

Ante semejante posibilidad volví a temblar, porque no supe en ese momento si eso me iba a gustar o no, pero al mismo tiempo tenía conciencia de que él mandaba y yo debía obedecer…

(continuará)

(9,22)