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Big guante

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Hace ya tres años que acabé la carrera de Fisioterapia y Osteopatía, el postgrado y los cursos de especialización en diversas técnicas más alternativas que ahora están teniendo más demanda: acupresión, kinesiotape, acupuntura, Shiatsu… En mi afán por abarcar, me he visto a mí mismo estudiando incluso técnicas de belleza… Nada más alejado de mis ambiciones profesionales. Pero si quiero mantener esta clínica, debo estar abierto a nuevas perspectivas. Quién sabe qué tendré que hacer para sacar adelante la consulta. Un sueño es un sueño, nadie dijo que fuera fácil.

Pero esto está resultando demasiado costoso, desde todos los ámbitos: mis ahorros pasados, presentes y futuros, hipotecados en la clínica. Las horas de la semana, y también de algún fin de semana, invertidas aquí. Ni tan siquiera saco tiempo para ir al gimnasio, con la falta que me hace… Todo mi conocimiento depositado en un gabinete que está más tiempo vacío que ocupado. Todos mis recursos, intereses, ambiciones, gastos… Como vuelva a traerme un bocadillo para comer aquí, voy a tener complejo de maniquí de consulta, como ese que me compré pagando una pequeña fortuna y que vive permanentemente aquí, a la espera de que algún paciente se digne a fijarse en su bella complejidad.

Al menos cuando abrí aparecía algún curioso. Alguien recomendado por la familia, algún amigo… Pero hace ya varios meses que soy el único que entro y salgo de la clínica. Esta situación empieza a convertirse en una pequeña pesadilla. Me siento como un ratón dando vueltas en un laberinto ciego, recorriendo una y otra vez los mismos estrechos corredores, callejones tortuosos donde nunca hay una salida satisfactoria, sino otro pasillo más. Mi madre me ha regalado una bromelia roja, para atraer la fortuna al local, pero debo de tenerla en mal lugar, porque ni florece ni se muere…

La semana pasada, a golpe de viernes por la tarde, cuando estaba a punto de cerrar, tuve una visita inesperada. No porque no deseara visitas de clientes potenciales, sino por lo extraño de su naturaleza…

Lo cierto es que me desconcertó bastante, por su llegada tan silenciosa, por su sonrisa enigmática, y porque la ambigüedad de sus facciones me tuvieron en jaque hasta que lo tuve sobre la camilla, dispuesto para un masaje descontracturante en un tobillo… Allí confirmé que seguía sin saber nada del sexo de mi paciente: alto, de rostro sereno y anguloso, con una mirada que no me transmitía nada que yo conociese y una musculatura bien formada pero indefinida. No es que fuese esencial para la realización de mi trabajo, pero los acertijos me pueden. A punto estuve de preguntarle, pero me abstuve a fin de no resultar indiscreto o insolente en la primera sesión.

Así pues, me concentré en mi trabajo y tras pedirle que se arremangase el pantalón flojo que llevaba puesto hasta la rodilla, exploré la zona en cuestión. Después de un rato, pude comprobar que no había lesión alguna, y que los gemelos y los tibiales estaban en perfecta forma: poco volumen, alta tonicidad… horas de trabajo con ellos. Sin embargo, el pie lucía terso y fino como una piel que jamás hubiese sufrido el impacto continuo del rozamiento o la tracción. Un pie de niño en una pierna de deportista de fondo… Traté de indagar sobre las actividades cotidianas de mi extraño paciente, sin saber aún si era hombre o mujer. Pero las respuestas resultaron igual de ambiguas que su nombre y su aspecto. Caminar mucho, no gimnasio, nunca tacón alto… No podría progresar así.

Masajeé igualmente la pantorrilla y el tobillo, realicé algunos ejercicios de movilización articular pasiva, y trabajé sobre la planta de aquel pie intacto. Sorprendentemente, la luz de un sol que jamás entraba por las ventanas translúcidas de mi bajo, comenzó a inundar la estancia. Me extrañó un poco, pero continué concentrado en mi tarea.

Terminé la consulta con mi mejor disposición e indicándole que no sería necesaria una nueva sesión, salvo que notase dolor persistente, más allá de las posibles molestias por mi masaje. Junto con el dinero, me entregó un sobre. Alegó que lo necesitaría, que sería útil para mi trabajo y para mi salud. Respondí que no aceptaba regalos por mi trabajo, pero igualmente lo dejó sobre la camilla y se fue. Fuera sólo había dos iniciales BG. Recogí todo y me llevé el sobre a casa.

Cené algo y me tumbé a ver un rato la televisión. Tan aburrido estaba que recordé el regalo y me decidí a abrirlo. Apenas pesaba y no había nada voluminoso dentro. Mi mente conjeturó antes de comprobar, pero la evidencia resultó más desconcertante aún. Era una media multicolor, fina pero cálida. Larga como para una pierna, estrecha como para un brazo… Acababa en dos orificios, por lo que deduje que sería para enganchar en la mano, sacando el pulgar por uno y el resto de los dedos por el otro. Interesante. Curioso regalo.

Me la probé en mi brazo derecho, que suele ser el que más se me carga en el trabajo. Me ajustaba bien, incluso haciendo un leve efecto muñequera. Fantaseé con la posibilidad de que pudiera usarlo en la consulta, aunque en cuanto vi aquel despliegue multicolor a lo largo del brazo deseché la idea por insensata. Aquello no iba a mejorar mi imagen profesional en absoluto…

Estaba ocioso. El televisor encendido en cualquier canal. La música latina sonando, el calvo de gafas rodeado de gatas en celo realizando todo tipo de proezas físicas para demostrar cuán alterado era su calenturiento estado… Me dejé llevar por la nostalgia, la pereza, el aburrimiento… Comencé a tocarme suavemente los muslos mientras una rubia y una morena jaleaban al cantante a dos bandas. Mientras deslizaba mi mano hacia las ingles, una lo sobaba desde atrás y otra desde abajo… Menuda vida dura la de los cantantes de moda. El fantasma de la clínica oscura y solitaria revoloteó un instante sobre mi momento de relajación indolente. Dejé que se fuera como vino, y observé con morbosa atención el jugueteo despreocupado de sus pechos rozándose al vaivén de la música. Yo los prefiero naturales, pero en ese momento me dio igual que fueran operados hasta reventar y que llevaran cuatro tallas menos de sujetador… o lo que fuera que les cubría. Bajé la goma de la cintura de mis pantaloncitos de fondo. Ahora ya no los usaba para correr, sino para andar por casa. Mi pene estaba reclamando más espacio y lo rescaté de su prisión lateral. Entre el meneo pectoral y la calva brillante del afortunado protagonista de las atenciones femeninas, me fui entonando y agarrando con más presión mi verga ya enhiesta, atenta como siempre a cualquier estímulo cercano.

Mientras las olas de una playa paradisíaca lamían las torneadas piernas de dos bellezas tropicales de piel canela, mi mente iba desconectando todas las señales de contención y cordura. Se mojaban mutuamente en una forzada interpretación de juego infantil, y luego escapaban por la orilla. Se caían, se rebozaban en la arena… Ohhhh, eso sí me gustaba. Mucho. Me regodeé en la situación y me integré en la escena, lubricándose todo mi pene de forma natural. Con un bañador marcapaquete multicolor bien ajustado, y correteando como un cachorro por una playa incólume, persiguiendo aquellos glúteos prominentes y perfectamente enmarcados un tanga. Recité una breve oda de alabanza al diseñador de aquella prenda mágica mientras empecé a sentir esa tensión urgente y ansiosa en mi entrepierna. Solté un poco la presión y la observé. Mi mano multicolor había hecho aquello en apenas unos minutos. O el vídeo. No sé. Mi gloriosa erección bien merecía ser atendida. Y no iba a detenerme ahora por quitar el guante… Big Guante! Como un estallido neuronal, las iniciales del sobre acudieron a mi cabeza, uniendo lo que ante mí veía. Tras un breve instante de sorpresa por la asociación, procuré no perder aquel adorable momento de deseo y retomé el video musical.

Aunque el anterior había terminado, el nuevo tampoco tenía desperdicio, y me entregué a él con la fruición de un estudiante que huye de su tarea con cualquier excusa mínimamente válida. Y esta lo era, por supuesto. La cantante chapoteaba en un líquido oscuro, agitando el pelo empapado y moviendo sensualmente el cuerpo. Me acaricié el pecho fantaseando sobre sus brazos rodeándome, sus labios rodando por mi costado, esa ondulación de lumbares imposible y ultraerótica. Uf! No cabía más sangre en mi pene, iba a reventar. Al tensar la piel hacia arriba, los huevos le acompañaban y hacían un pequeño rebote en el sofá al bajar con rapidez. Alargué el gozo de tocarme y notarme excitado cuanto pude, pues llevaba mucho tiempo instalado en la decepción y el estrés por el tema del trabajo. La chica repetía una frase con insistencia, que bien podía haber sido la receta del pan de molde, pero a mí me trasladaba con su sonoridad a lugares oscuros de su interior. Golpeteé mi verga contra mi abdomen tenso, lo cual aumentó mi sensibilidad. Sin prisa y sin pausa. El líquido acabó siendo fango de tanto chapoteo, y mientras ella se revolcaba con deleite en él, abultando su trasero hacia la cámara, yo me dejaba ir dulcemente al país del olvido y el placer. Una eyaculación espectacular, que subió hasta mi pecho y goteó hacia mis ingles. Una explosión retenida un tiempo que se me antojó tan lejano, que preferí dejar que todo cayera por su propio peso antes de dignarme a limpiar.

Al día siguiente, bien dormido, vaciado y desayunado, abrí mi consulta de nuevo. Sólo sería una mañana, me dije de mejor humor que nunca. Después tendría todo el fin de semana para… perderlo. Subí la verja y abrí la puerta. La bromelia de mi madre tenía las hojas más verdes que nunca, volvía a entrar luz natural en el local, y en el ambiente reinaba un aroma sutil y desconocido. Una sensación de misterio y erotismo que no encajaban con aquella consulta. Escudriñé con más detenimiento el lugar, pero salvo la planta, no pude apreciar ningún cambio evidente y palpable. Tal vez lo diferente fuera mi propio estado.

Aún no había salido de aquel momento de observación consciente cuando entró una mujer. Alta, garbosa, resuelta. Llevaba unos leggins de leopardo muy ceñidos y una falda de gasa, curiosa mezcla de vuelo y ajustamiento… Mi ojo clínico apreció de inmediato el enorme bolso que portaba: las mujeres con bolsos grandes de asas cortas son clientas seguras. Exceso de peso y mal cargado. Perfecto. Llevaba una lustrosa melena suelta y ondulante sobre sus hombros bien torneados y un busto generoso. La escarpada silueta de sus empeines me hizo recrear mentalmente una clase sobre ergonomía del calzado… Sin duda una potencial clienta que yo debía, tenía que atraer y mantener.

La atendí con mi mejor sonrisa y la dejé dar todo tipo de explicaciones. Mencionó dolores y molestias varias. Yo lo había anticipado: sobrecarga cervical y trapecios hipersolicitados. Le auguré una buena recuperación y que se pusiera en mis manos cuanto antes. Ahora mismo, casualmente, tenía un hueco disponible si lo deseaba. Un tanto sorprendida y agradecida, atendió a mis consejos. Abrí la sala para ella y mientras preparaba la camilla, la observé apreciar los cuadros de pagodas chinas y paisajes serenos que decoraban la estancia. Nota mental: ella aprecia la tranquilidad, nada de manipulaciones bruscas o vigorosas. En un arranque de inspiración encendí una vela de lavanda y la dejé en la mesita cercana, junto a la crema de masaje. Lo habitual es que se quiten el sostén tumbadas boca abajo, pero ella se desnudó de cintura para arriba sin pudor alguno, y bajó un poco la cintura de su atuendo. Lucía un pecho imponente, turgente, decorado por una marca de minúsculo biquini. Sus enormes pezones oscuros no se inmutaron ante el destape. Se tumbó dócilmente en la camilla. Era evidente que yo no era su primera cita.

Súbitamente, me asaltó una necesidad intempestiva de colocarme el guante multicolor. Vacilé, no podía arruinar una primera consulta. Pero algo me decía que tenía que intentarlo, que a ella le daría igual. Recordé las palabras del misterioso emisario: me ayudaría en mi trabajo y a mi salud. ¡Pero no podía dar un masaje con tejido en la mano! Sin embargo, bien podía colocármelo como muñequera… Abandoné las dudas y me decidí. Me sentía extrañamente seguro y me alegré de haberlo colocado ayer de nuevo en el sobre de mi maletín. Sin pérdida de tiempo, me lo puse dejando mi mano libre y empecé a trabajar, dejando que mi paciente se abandonara a la sensación de atención exclusiva.

Debo decir que a nivel profesional, conozco perfectamente mis posibilidades y límites. Pero también estoy abierto a explorar las reacciones del cuerpo de mis pacientes cuando las circunstancias lo permiten. Esta era una buena ocasión.

En lugar de comenzar con un calentamiento manual de la zona, coloqué unas ventosas de vacío sobre la zona superior de la espalda. Le expliqué que no sentiría dolor, aunque sí tensión sobre la zona más afectada. Fui preparando mis manos mientras las ventosas hacían su trabajo. Podía ver cómo los hombros se tensaban y la espalda se contraía. Imaginé sus pechos bajo esa enorme tensión. Deslicé mis palmas aceitadas sobre su zona lumbar y los costados. Con firmeza y dedicación, noté cómo cada pequeño músculo cedía a mi presión controlada. Bajé un poco más la ropa interior, para poder acceder a la parte más alta de la inserción glútea. Bien desarrollada y tonificada. Allí sólo había sobrecarga, seguro que el problema estaba más arriba. Con los talones de las manos fui circundando los glúteos menores. Volví a subir hacia las vértebras lumbares. Mi mano derecha iba caminando con las yemas de los dedos a ambos lados, buscando… ¿qué estaba haciendo? Hacía mucho que yo no aplicaba esa técnica. ¿Por qué la había recordado ahora con precisión?

En su momento, estudié Medicina Tradicional China y acupuntura. Para los occidentales es algo meramente anecdótico o incluso esotérico, pero en oriente es de pleno conocimiento y aceptación que el cuerpo consta de unos canales principales de energía. Cuando este Chi se estanca en una zona, causa dolor y enfermedad. ¡Y yo estaba activando el Canal Gobernador de mi paciente!. Y por ahí fue mi mano derecha, estimulando y masajeando cada punto de energía. Tuve que pedirle un par de veces que no colocase las manos bajo sus muslos, sino a lo largo del cuerpo.

Me sentí un poco confuso ante el devenir de mi propio trabajo, pero lo dejé fluir. Cuando llegó el momento, quité suavemente las ventosas y toda la espalda se relajó. Comencé a realizar pequeños círculos con los pulgares, ascendiendo por la espalda. Al llegar a los omóplatos y abrir las palmas por completo, oí un leve gemido. La paciente estaba destensándose. Tras asegurarme de que estaba cómoda continué con el masaje. Mientras mi mano izquierda iniciaba movimientos conocidos de digitopresión, mi mano derecha continuaba estimulando determinados puntos. Apenas recordaba dónde estaban o sus nombres, pero para no provocar una sensación de descoordinación a la paciente, realicé extensiones palmares con una mano, mientras la otra continuaba su tarea imparable. De nuevo un gemido, y un mmmmmm de satisfacción. Presioné los bordes de los omóplatos, girando el pulgar en la punta de la escápula. Un destello mental me recordó que esa zona era un reflejo de la parte delantera, con lo que esa presión equivaldría a un aumento de la sensibilidad en los pezones. Con los cantos de mis manos, ahora ya trabajando a la par, presioné desde el centro de la columna hacia los costados. La escuché resoplar y ceder a mi peso. Dejé que se hundiera levemente y repetí. Le pedí que se girara boca arriba.

Se giró y me miró a los ojos directamente. Detecté sorpresa y lujuria. Impasible y fingidamente absorto en mi tarea, la tapé adecuadamente con la toalla y procedí a continuar. Yo debía mantenerme concentrado y descubrir lo que estaba sucediendo sin alterarme. Sólo entonces, caí en la cuenta. Lo que mi mano enguantada estaba haciendo era estimulación erógena refleja. Yo sabía que manipulando diversos puntos se podían esperar determinadas manifestaciones de energía, como calor, estimulación e incluso dolor. Y en este caso, el guante que me había masturbado la noche anterior, estaba haciendo lo propio con mi paciente. No quería creerlo. Era de locos. Mi mano ya no era mía. Era Big Guante en acción, y su acción estaba muy clara. Había sido diseñado para otorgar placer y era lo que hacía. A juzgar por las reacciones de quien yacía en la camilla no se le daba nada mal. Traté de retomar las riendas de mi trabajo sin éxito. Una y otra vez, Big Guante se adueñaba de las manipulaciones que yo conocía, para recordarme otras que yo había ignorado tiempo atrás.

Me coloqué a un lateral y movilicé un hombro. Cada vez que le elevaba el brazo, la toalla iba cediendo un poco más. Para cuando llegué al otro costado, los pezones asomaban casi por completo. Yo podía detectar que ya no estaban relajados, sino erectos y receptivos. La boca entreabierta sollozando suavemente con cada pasada que yo hacía con las manos. Cada tanto, tensaba y juntaba un poco los muslos. Me coloqué detrás de su cabeza y realicé un masaje craneosacral. Coloqué mis palmas bajo su cabeza, y luego trabajé con las yemas de los dedos en la base de la nuca. Muy sutilmente, luego sobre la frente… fui haciendo las técnicas mientras me dejaba guiar por Big Guante, que continuaba pulsando allí donde a mi paciente le excitaba y le relajaba… Cuando agarré los músculos de la base del cuello para tensarlos, directamente gemía. Sin azorarse ni reprimirse. Elevaba el mentón y se dejaba hacer mientras gozaba. Sus grandes senos estaban llenándose, arqueó un poco la espalda y llevó la mano al pubis para presionar. Al momento, un orgasmo sorpresivo la sacudió, haciendo vibrar su cuerpo sobre la camilla y dejándolo absolutamente relajado un segundo después.

Me quedé inmóvil y expectante, fascinado con el orden de los sucesos. Ahora yo debía decir algo y salir. No quise romper ese momento de paz. Apagué la vela en señal de finalización y tras recolocar la toalla sobre el cuerpo de mi paciente, salí de la sala.

Los minutos se sucedieron parsimoniosamente, mientras me preguntaba qué iba a suceder ahora. Tras un tiempo prolongado, ella salió. Estaba radiante. Desprendía erotismo y satisfacción. Me miró a los ojos, ahora ya con aprobación. Yo no sabía exactamente qué decir o hacer, así que me limité a darle las gracias por el pago y esperé. Ella se giró antes de salir de la clínica, como enviándome un mensaje sin palabras, y se fue.

Desde entonces, el trabajo en la clínica no ha parado de aumentar…

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