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Guam conection

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Cuando salió del lavabo solo llevaba una combinación negra de sujetador y tanguita. Pequeño, muy pequeño. Se quedó allí mirándome. Tan alta con su escultural cuerpo y su delgadez. Todo el conjunto solo servía para resaltar aún más, si cabe, sus curvas. Parecía intencionado viéndola allí apoyada en el marco de la puerta. Empezó a mordisquearse el dedo índice con sus blancos dientes. Sus ojos seguían sonriendo picaronamente. Sabíamos lo que iba a pasar y ella lo estaba saboreando de ante mano y me estaba haciendo sufrir un poco. Sus manos habían empezado a recorrer su cuerpo lentamente, como invitándome a ir a donde estaba ella. Pero yo la estaba esperando en la cama.

A pesar de mi excitación no podía dejar de pensar en la suerte de acontecimientos que nos habían llevado a aquella habitación en una isla minúscula del Pacífico llamada Guam.

Bien, todo empezó hace dos semanas. Aunque realmente empezó mucho antes. Soy español y me pagué mis estudios trabajando como camarero. La verdad es que empecé a estudiar tarde. Ángela, pues así se llama la mujer que está a punto de hacerme volar, es más joven que yo. Mucho más joven, unos 20 años. Ambos trabajábamos en el mismo salón de bodas, bautizos, divorcios, comuniones y entierros. Yo tenía 44 años en aquel entonces y eso hacía que la mirase como a una niña. Pero ella no era una niña. Era directa, impulsiva, cortante, seria, observadora, acechante. Lo que se dice literalmente una gata salvaje. Yo soy más pausado, más mental, reflexivo, y al menos lo suficientemente listo como para alejarme de ella cuando arruga la nariz.

Cuando acabé mis estudios de Pedagogía un amigo antropólogo me ofreció trabajo en Guam. La universidad está bien, el sueldo es en dólares y las serpientes solo están en la selva. Acepté de inmediato. Los siguientes dos años fueron unas vacaciones constantes. Trabajaba 12 o 14 horas al día y además hacía deporte, fotografía, tomaba el sol. Perdí peso y sin darme cuenta me convertí en un casi cincuentón muy resultón y profesor de una prestigiosa universidad.

Un día me llamó un amigo diciéndome que se casaba. No me apetecían las 17 horas de avión ni los dos días de yet lag. Pero un amigo es un amigo. El banquete lo hizo en mi antiguo restaurante. Allí estaban aún algunos de mis antiguos compañeros. Fue un reencuentro agradable.

Sobre las tres de la mañana y con cuatro copas de más Ángela empezó a decirme que estaba a las puertas de los 30, que el novio la había dejado, que estaba harta del trabajo y también de la vida de mierda. Le di un abrazo. Claro que el alcohol es lo que es y me entró un ataque de risa fastidiando algo el momento. Cuando me separé tenía esa cara que dice: «corre y no mires atrás». Así que para compensar la invité a mi isla, todo pagado por una semana.

— ¡Ya! Bien vale, no pasa nada, estás borracho.

Creo que no me había creído nada en absoluto. Así que idiota de mí insistí. — Y el precio del billete lo miramos si eso a medias, no pasa nada.

— ¿Y si me quedo más de una semana?

— Bueno a ver, no sé, ¿cuánto tiempo te hace falta? Intento ayudarte, pero todo tiene un límite.

— Te puedo pagar.

— No es el dinero, es que yo tengo trabajo, amigos, amigas… bueno tú ya sabes. Si estoy pendiente de ti tengo que descuidar otras cosas. Una semana lo puedo hacer sin problemas, dos, bueno, creo que también, tres empezaría a descuidar cosas importantes o a ti… pero lo entiendo, ¡adelante!

— No me refería al dinero idiota… siempre te puedo calentar la cama

Me quede con la boca abierta. Evidentemente mi entrepierna si sabía lo que tenía que decir y lo dijo, y ella lo notó y sonrió. Vacié mi copa de un solo trago y le dije:

— Ok, vale, no hay problema… van a ser los mejores seis meses de mi vida

— ¿Seis meses? ¿Por qué seis meses? — Dijo arrugando el entrecejo.

— Porque es lo que suele durar una huida hacia delante.

— Yo no estoy huyendo de nada… ni de nadie.

— Y yo estoy dispuesto a arriesgarme.

— A que me destroces el corazón si te equivocas y al final sí que es lo que yo digo.

— No lo es.

— ¡Está bien! ¡Acepto! Vente a Guam y comparte conmigo todo lo que quieras, mi casa es tuya.

Me dio un beso en los labios. Sabía a gloria. Entendí que a su manera había sellado así un acuerdo vinculante entre ambos y que no se iba a echar atrás. En apenas dos semanas había arreglado papeles, convencido a padres y familiares pesados, obtenido visado y billete y estaba en el aeropuerto de Guam. Era preciosa. Toda la isla parecía rendirse a su belleza. Es morena, pero su tono de piel claro la hacía destacar en todo lo que hacía. Brillaba más que el resto.

En mi casa la llevé hasta la habitación para que deshiciera la maleta. Me dio un beso con lengua, largo, húmedo y profundo. Y se dejó caer sobre la cama, estaba dormida por el jet lag antes de tocar con la cabeza la almohada. Se despertó antes del alba. Se duchó y allí estaba en la puerta, dispuesta a sellar el acuerdo que nos conduciría a un destino incierto por un camino de pasión y lujuria. ¿Cómo negarse?

Se tumbó a mi lado, empecé a besarla y acariciarle todo el cuerpo. Ella me besaba el cuello y la oreja. Le quite el sujetador y los pezones de sus pequeños pechos ya apuntaban alto. Los besé y los lamí con devoción, hasta los mordisqueé con suavidad. Gimió de placer.

Se apartó con brusquedad y me dio la vuelta. Me quedé boca arriba. Me bajó los calzoncillos y empezó a chuparme el pene. Era increíble me dominaba con placer. Ella marcaba el ritmo, ella decidía el placer que recibía. Intenté cogerle la cabeza con la mano e hizo un amago de morderme. Entendí perfectamente y la solté dejándola hacer a su antojo. Después de todo no me podía quejar.

Cuando estaba súper excitado y casi a punto de irme paró de repente. Se sentó sobre mi cara dejando su dulce y pequeñito coño a la altura de mi boca. Saqué mi lengua y empecé a lamerlo, a chuparle el clítoris y hasta incluso introduje mi lengua dentro. Le encantó pues sus gritos eran espectaculares. Solo con esos gemidos y contorsiones que hacía con su cuerpo era capaz de mantener mi erección al máximo. Se corrió con mi lengua dentro. Pareció encantarle.

En cuanto recuperó algo el aliento se sentó sobre mi polla y empezó a cabalgarme. Le acariciaba todo el cuerpo. Si pellizcaba sus pezones aceleraba el ritmo como si fuesen interruptores de placer; en cambio, si le acariciaba el culo o incluso si le metía un dedo por ese estrecho agujerito las penetraciones se hacían más profundas. Yo estaba en el paraíso, tenía unas ganas terribles de abandonarme y llegar al orgasmo; pero le tenía una preparada.

Por fin, tuvo un orgasmo largo, intenso, húmedo. La dejó sin respiración, extasiada, lo sé porque se le empezó a caer la baba. Se agachó para darme un beso. Aproveché la debilidad para darnos la vuelta. Nos quedamos en postura de misionero, solo que tenía cogidas sus muñecas por detrás de su cabeza. Yo estaba encima y la tenía dentro de ella. Estaba inmovilizada, y no le gustó nada. Intentó morderme. Me separé para evitarlo y empecé a penetrarla a placer. Ella gritaba y hasta llegó a escupirme, yo la miraba con una sonrisa de suficiencia.

Me estaba insultando cuando de repente su rostro se congestionó y tuvo un orgasmo súbito intenso, seguido de otros dos menos intensos. Pobre fierecilla. Le provoqué 3 o 4 orgasmos más. Logré amansar a la bestia. Lo vi en sus ojos. Seguramente, por primera vez en su vida se dio cuenta de que aquel placer que sentía no era del todo suyo, una parte era de otra persona. Una persona que la estaba dominado para darle placer. Una persona que se estaba ocupando de su disfrute. Y al comprender que no era del todo suyo entendió que tenía que devolverlo en su justa medida.

Empezó a mover las caderas favoreciendo la penetración. Contorneaba todo su cuerpo para excitarme. Me cogió la nuca y me acerco mi boca a la suya. Me besó con pasión, me mordisqueó el labio con suavidad. Me besaba el cuello y susurraba quedos gemido de placer en mi oreja. Estaba buscando mi placer y no tardó en encontrarlo. Mi orgasmo fue salvaje, perdí la noción del tiempo. No sé si chille o no. Apreté tanto los ojos al cerrarlos que todo se volvió azul.

Su primer beso después de eso supo a esperanza. Me excitó sobremanera. Me confirmó que había tenido razón que había intentado huir hacia delante; pero que yo le había enseñado algo maravilloso. Yo le dije que teníamos seis meses para investigarlo y me contesto con un: — ¡Vale! Pero yo decido cuando empezamos a contar los seis meses y no va a ser hoy.

Entendí entonces que ella había descubierto el placer de lo eterno. Ya que eterno no es lo que dura para siempre, sino lo que no sabes cuándo se acabará. Y mientras podíamos ir cumpliendo nuestros deseos y pasiones al ser sometidos por el otro. Después de todo en una cama hay que dar tanto como se recibe…

Gracias por leerme. ¿Un cometario por favor?

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