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Visitas a mi vecino (Agotado)

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Cuando Loren llegó, Diego estaba haciendo estiramientos en el césped; y el entrenador no le quitaba ojo. Edu, que llegaba en ese momento se percató; y sin hacerse notar, se puso a observarle desde una distancia prudente. Le bastaron unos minutos para saber que Alejandro se había prendado del muchacho… y poco a poco, se le acercó:

- ¡Vaya!, ya veo que no soy el único. Se ha puesto tremendo ¿eh?

Alejandro, que estaba completamente absorto en la contemplación de Diego, miró a su derecha y vio a Edu, que también miraba a Diego.

- ¿Se me nota mucho?…

- ¡No!, ¡qué va!… dijo Edu, con una ironía desbordante.

- ¡Joder!, no sé qué me pasa con ese chico últimamente... ¡de verdad!

- Ya te lo he dicho, Alex. Que se ha puesto tremendo…

En ese momento, Diego vio a Loren y fue hasta donde estaba.

- ¡Joder!, menos mal que has llegado...

Dile a tu amigo Alex, que hoy no voy a poder entrenar ¡eh! No me encuentro ni medio bien.

- ¿Qué te pasa?…

- ¡No, nada! Que estoy matáo, tío... ya te cuento en otro momento...

Fue a ver al entrenador y se lo comentó. Se acercaron y...

- ¿Qué te pasa, Diego?, le dijo el entrenador

- Pues, es que he estado toda la noche de urgencias, con mi abuelo, que se me puso malo ayer por la noche y estoy que no me tengo, Alejandro.

- ¡Ah!, vale. Por eso, no te preocupes. No hay problema. Quédate aquí y descansa. Hoy no vamos a hacer nada, fuera de lo normal.

Luego se dirigió a Loren, con cara de circunstancia y dijo:

Loren encargate del equipo… ¡hazme el favor! Las mismas rutinas de siempre. Quiero quedarme un rato con Diego... ¿vale?

- ¡Ok!, dijo Loren...

Se fue al centro del campo, con los demás; y les puso al corriente de la situación...

El entrenador no sabía cómo hablar con Diego. Solo hablaba con él, lo estrictamente necesario; meras instrucciones para el juego…

... pero se lanzó a hablarle amigablemente

- Te vendría bien una buena ducha y un buen masaje, ¿no crees?…

...¿quieres se lo diga a Edu?...

Diego se sorprendió. No estaba acostumbrado a que su entrenador le prestara atención; y sin saber que decir, contestó con un…

- ¡Si!, ¡supongo!…

Alex, llamó a Edu, que se había quedado en la salida de vestuarios, y cuando llegó, le miró como se mira a un cómplice.

- Necesita un buen masaje, Edu. Y algún analgésico.

- ¿Qué te pasa?, Diego... le preguntó Edu…

- Estoy agotado, Edu. No he podido dormir en toda la noche; y ya llevo así unas cuantas. Es mi abuelo, que está jodido… ¡bueno, y muy mayor!...

- Eso te lo arreglo yo enseguida, dijo, mirando a Alex con toda la intención. Vamos para abajo.

- Dale un masaje que le tonifique y que le cambie la cara ¿vale?… hoy no va a entrenar. Yo, tengo que pasarme por Dirección, pero luego me acerco a ver como se encuentra, ¿de acuerdo?…

- ¡Ok!, dijo Edu...

Diego cogió sus bártulos y siguió al masajista escaleras abajo.

- Vamos a la sala de masajes; allí también tenemos un par de cabinas.

Al llegar, Diego dejó su equipaje en uno de los sillones; y se quitó la camiseta…

Enseguida se le acercó Edu.

- ¡Espera! Deja que te dé unos toques antes de entrar en la ducha.

Y empezó a frotarle la espalda y los pectorales...

- Tengo un aceite, que va fenomenal para desestresar, pero ¡claro!... hay que darlo con la piel mojada, y tendría que ser luego... cuando termines de ducharte.

El movimiento de hombros y el pequeño masaje que le estaba dando Edu, sirvió para que se sintiera un poco mejor; y como a Diego no se le escapa nada, empezó a ponerse cachondo.

Dejó que Edu siguiera sobándole... y le pidió el analgésico.

- Es que estoy matáo, Edu.

- Si, si ¡claro!...

El masajista abrió una de las vitrinas que había en la sala, y cogió un sobrecito de paracetamol, lo volcó en un vasito de plástico con agua y lo agitó con una pequeña cucharilla hasta que la efervescencia fue obvia, se lo dio y…

- Ya verás cómo esto te entona.

Diego se lo tomó y terminó de quitarse la ropa, para entrar en la ducha.

Edu lo miraba sin pestañear mientras se quitaba los pantaloncitos; y se relamía de gusto cuando vio al descubierto ese soberbio culo, cubierto con unos calzoncillos blancos, que por estar un poco sudados, transparentaban lo suficiente como para que se pudiera disfrutar de una clara visión mientras terminaba de sacárselos.

Un culo, realmente excitante, que últimamente ha ganado mucho, y que tiene un par de cachetes duros y redondeados, magistralmente desarrollados por el ejercicio y que solo suele verse en los jugadores de fútbol.

Se agachó para quitarse las deportivas, y Edu, no tuvo más remedio que sacar la lengua y mordérsela. Ese escorzó resultaba irresistible.

- ¡Uffff!, qué cosa… pensó Edu. Que le miraba con absoluto descaro.

Terminó de quitarse los calzoncillos y completamente desnudo entró en la cabina. Abrió el grifo, para regular la temperatura del agua, y mientras lo conseguía, se percató de que Edu apoyado en uno de los lados, a la entrada de la cabina, le miraba fijamente.

Buscó el gel de ducha y…

- No hay gel en esta cabina, Edu. ¿Te importaría mirar por ahí, a ver si encuentras algo?

- ¡Espera, un momento!...

Entró en la cabina de al lado, y vio una pastilla de jabón en el pequeño estante.

- Este jabón es lo único que he encontrado…

Diego lo cogió y se lo llevó a la nariz

- ¡Mmmm!, huele muy bien ¡eh! … ¡a limón!

Se colocó bajo el agua; y chorreando y con los ojos entornados, para que no le entrara agua, empezó a disfrutar de una agradable sensación, producida por la tibieza del agua que caía sobre él, como una fina lluvia, y le devolvía la energía que necesitaba para sentirse bien.

Se estiró y apretando los ojos, los mantuvo bien cerrados, mirando hacia arriba... y dejo que el agua le cayera directamente en la cara, durante unos minutos…

Edu disfrutaba de esa visión y observaba a Diego minuciosamente. Y vio como el placer se reflejaba en su rostro; que le pareció adorable...

De repente, se oyó el ruido que hizo el jabón al chocar contra el suelo de la ducha…

Reaccionó y se agachó a cogerlo.

Pero, Diego ya se había agachado y trataba de cogerlo… y se encontró con ese culo abierto, frente a su cara, mostrando el sonrosado ojete, abierto de par en par...

- ¡Espera, Diego!, deja que te enjabone la espalda…

Diego le dio el jabón, que, por fin, había podido atrapar; y se dejó hacer…

Inmediatamente, sintió como las manos de Edu iban y venían, apretando aquí y allí; y también la gran maestría que había en esos dedos, que moviéndose enérgicamente estaban proporcionándole un gran descanso.

- ¡Ah!… ¡qué bien!... ¡que gusto!… nunca me habías dado un masaje, Edu… ¡me encanta como lo haces!

Edu, lo agradeció; y aunque sabía que era todo un maestro en esa disciplina, disfrutó de ese piropo...

- ¿Te gusta?

- ¡Ya lo creo!

Y Edu, más atrevido, bajó hasta la cintura, para continuar tocándole sabiamente e insinuarse, haciendo alguna incursión en los glúteos…

Al rato, volvió a enjabonarse bien las dos manos; y ahora si, las posó sobre las nalgas, que no protestaron en absoluto y dejaron que el masajista hiciera todo lo que quiso.

Lavó extraordinariamente bien sus zonas erógenas y le empujó bajo el agua, para aclararlo.

Diego evidenció su calentura y sin pensárselo dos veces, Edu, le separó las nalgas y obligándole a inclinarse hacia delante, empezó a darle lengua entre esos dos cachetes...

- Mmmm… ¡ahhh!… ¡que rico, Edu!… sigue... ¡que rico!...

Edu, se vino arriba y con más ahínco, si cabe, siguió saboreando ese ojete... metiéndole la lengua todo lo que podía y chupándolo en profundidad.

Pero, entonces oyó la puerta de la sala (que se abría).

- Alejandro, pensó; y levantó la vista, esperando a que apareciera de un momento a otro, frente a ellos

Los chupeteos de Edu y los gemidos de Diego llevaron al entrenador a la cabina en la que estaban.

Se asomó, y se quedó mirándolos, apoyado en la pared de enfrente, durante un rato...

Edu, devoraba ese ojete… pero, no dejaba de mirarle…

Diego abrió los ojos, cuando sintió el calorcillo húmedo de la boca del entrenador en su rabo. No le importaba que estuvieran dándose ese atracón con él; uno por delante y otro por detrás.

- ¡Ahhhh!… ¡Ahhhh!…

Se lo estaban comiendo con verdadera glotonería… pero, Edu se levantó y le volteó; y cogiéndole de la cara, le miró a los ojos y le dijo…

- Ahora vamos a darte ese aceite del que te hablé antes, ¡cabroncete!

Cogió un frasco del primer estante de la mesita de servicio, que había junto a la mesa principal y se acercó al entrenador...

- Toma, Alex…

El entrenador se untó las manos con el aceite corporal que le daba Edu… y se lo puso a Diego en el rabo y en los huevos

- Huele genial ¿verdad?

- ¡Ya lo creo!…

- Tenemos que extendérselo bien por todo el cuerpo ¿vale?…

- Vale...

Embadurnaron todo su cuerpo con el aceite; y el entrenador empezó a acariciarle la cara. Le parecía un tío precioso, y quiso besarle en el cuello... y chuparle las orejas… y...

Terminó intentando besarle en la boca; que, en un principio, Diego rechazaba. Pero que al final, terminó aceptando de buen grado…

... porque, sencillamente acabó entregándose a esos dos, sin oponer la más mínima resistencia a cualquiera de las cosas que pretendieran hacerle.

Completamente engrasado y resbaladizo; sentía como los dedos de Edu, entraban y masajeaban su próstata... de dos en dos... de tres en tres; y sentía, de nuevo la humedad que le proporcionaba la boca de Alex, chupándole las tetillas con verdadero deleite.

Habían empezado a trajinárselo a fondo…

... y aunque lo disfrutaba a tope, no podía evitarlo, porque estaba agotado.

En otro lugar…

D. Carlos llegaba de la compra, bastante cargado y al entrar en el portal se cruzó con el Rafa.

- ¡Hombre, Rafa!, te importaría ayudarme a subir esto a casa; además, me gustaría hablar contigo. ¿Tienes tiempo, ahora?

- Pues, la verdad, es que iba a darme una vuelta por el parque, para desestresarme un poco; así que…

- ¿Me ayudas, entonces?

- ¡Claro, hombre!

Entraron y esperaron a que el ascensor bajara, pero cuando por fin llegó abajo, y se abrió la puerta y salió Mario muy sonriente.

- ¡Buenas!

- ¡Oye!, ¡oye!… dijo D. Carlos. Que ayer estuve pendiente de verte y tengo un recado de D. Tomás para ti. Sube a casa con nosotros ¡anda!...

- ¡Uy!… pues, porque apenas tengo cosas que hacer e iba a darme una vuelta, que si no, para nada…

- ¡No te enfades, Mario!, le dijo D. Carlos. Es que vengo muy cansado... y me ha salido así.

- ¡Bueno, vale!, pero un poquito de respeto ¡eh!

Subieron los tres a casa de D. Carlos y entraron en el salón.

- Esperadme, ¡por favor! Voy a dejar esto en la cocina.

Mario se sentó en un sillón; y miró a Rafa, interrogante

Rafa, por su parte, no abría la boca, y lo miraba de soslayo…

- Bueno, chicos ya estoy aquí, dijo D. Carlos. Se acercó a Mario y le dijo al oído:

- D. Tomás quiere que le prepares una fiesta para mañana por la tarde, que Gustavo invitara a un amigo al que le tiene muchas ganas y quiere que te los disfrutes tú también. Ya sabes, que él te aprecia mucho.

Mario le miró con los ojos muy abiertos y le contestó, también al oído:

- ¿Si?… ¿Gustavo? Dile que eso está hecho… ¿a qué hora?

- A las 19:30 creo que me dijo, pero ahora le llamo y te confirmo ¿vale?

- ¡Vale!

Luego se acercó a Rafa, que les miraba con cara de “que poca vergüenza tienen, los cabrones”, y le pidió disculpas por los recaditos que le había dado a Mario, al oído.

- Ya sé que es de pésima educación, Rafa, pero no he podido evitarlo.

- ¡No pasa nada D. Carlos!… Vd. dirá…

- Bueno, ¡yo me voy!, dijo Mario…

- No, no… ¡por favor!, Mario. ¡Quédate!, te vas a alegrar…

Volvió a mirar a Rafa...

¡Pues, veras! Es que quería comentarte algo, que ayer me llamó la atención, y que quizás tú puedas aclararme.

- Vd. dirá…

Ayer, por la noche, salí de casa, porque el ruido del ascensor, cuando sube, me hizo creer que Mario llegaba a casa. A esas horas, normalmente es él. Pero, resulta que ayer no era él, sino tú, que subiste hasta el noveno para verte con Dieguito.

Rafa se puso, “colorado, no”… lo siguiente; y Mario empezó a mirarle con los ojos como platos y a reírse por lo bajini…

- No sabía yo que tenías relaciones con la familia de D. Fermin. Y mucho menos, que esas relaciones te permitieran entrar en su casa cerca de la 01:00 de la madrugada y con tanta cautela. Con Dieguito tirando de ti, para que entres, cogido de tu mano.

- Rafa no sabía donde mirar, se sentía descubierto; y levantó la cara mirando a D. Carlos

- ¡Si! Diego y yo nos hemos hecho amigos, y ayer me invitó a pasar un rato en su casa. No creo yo que eso le importe a Vd. mucho, contestó desafiante.

- No te excites, muchacho. Eso es lo último que quiero. Pero me tienes que reconocer, que si tu madre se entera, o, D. Fermín, sin ir más lejos. Como mínimo, sentirán curiosidad ¿no?...

Rafa, bajó la cabeza y se mantuvo callado durante un rato. Pero Mario no pudo evitar saltar y decir:

- No te preocupes Rafa, que todo tiene solución; y esbozó una sonrisa maliciosa...

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