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El preñador

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Hace ya bastante tiempo que busco quedar embarazada, todos mis esfuerzos (y los de mi marido) no han dado resultado. Los médicos dicen que lo que queda es esa técnica nueva a la que no tengo acceso por ser muy costosa. El resultado de mis exámenes y los de mi esposo dicen que somos fecundos, no sabemos qué pasa, pues a pesar de ponerle “empeño” al asunto no he podido procrear.

Un día oí el llamado de mi destino…

-Señora, tengo un libro que estoy seguro le interesará mucho, me dijo a mi paso, en una de las tantas veces que diariamente transitaba frente a su negocio.

-Buenos días, señor, fue lo que le contesté, sin mirarle y sin detenerme, porque temí que me estuviera sonsacando para galantearme.

Soy una señora de treinta y dos años, delgada, ciento sesenta y ocho centímetros de alto; a pesar de que sé que soy bonita y atractiva, no es que esté como para parar el tráfico a mí paso, y siempre hay galanteadores callejeros que se sienten atraídos por mi figura y mi porte.

La maldita idea del libro que me había ofrecido el hombre, se me hizo obsesiva, la recordaba día y noche, no sé por qué razón la relacionaba con el asunto de mi fertilidad.

El, es un hombre mayor, de buena estampa, tiene unos ojos amarillos imperiosos que me subyugan; me atraen tanto sus ojos, que a pesar de que trato de no mirarlo, siempre recaigo. Me observa silenciosamente cuando paso frente a él. Parece una casualidad que siempre esté parado a la puerta de su negocio, de libros usados, inciensos y piedras de cuarzo, cuando paso frente a ella. Su tienda y la mía quedan cerca y varias veces al día paso frente a su establecimiento para ir a inspeccionar una pequeña sucursal del mío, que monté más arriba, por la misma calle.

La curiosidad fascinaba mi consciencia.

Un día, en el que por casualidad él no estaba apostado a la entrada de su librería, sin pensarlo más, entré.

Como si me esperara en ése preciso momento, salió de las sombras del fondo del local y abrió una puerta que comunicaba con el interior de la casa -de la que su negocio solo ocupaba el zaguán- y me invitó a pasar con un gesto circunspecto. Sin dudar entré, sentí que estaba predestinada desde el principio de la vida a trasponer ese umbral.

El libro, estaba sobre una mesa, único ocupante de su espacio. Me señaló la silla que yo debía ocupar. Actuaba automáticamente, fascinada por su presencia y porque el ámbito que nos rodeaba tenía el candor de lo increado. Era un jardín húmedo y fresco que parecía más alejado -de lo que realmente estaba- del bullicio reinante allá afuera a pocos pasos, ni siquiera era dado imaginar que pudiera existir una tranquilidad tal en otra parte. Era otra dimensión.

Él tomó asiento en la silla enfrentada a la mía. Quedamos separados solo por la mesa y el libro. Éste parecía muy antiguo, forrado en piel y de bordes de un dorado desvaído por el tiempo.

Me indicó que mirara su cubierta. En ella estaba plasmado el dibujo de un feto dentro de una matriz. Levanté la vista mirándole desconcertada. Con un gesto, me invitó a que lo abriera. Comencé a pasar sus hojas con mayor interés al paso de cada una de ellas.

El libro, contenía la explicación de una especie de biología esotérica. De vez en cuando detenía la lectura y levantaba la vista para mirar su cara, a ver si veía alguna señal de burla en ella, pues la situación era realmente insólita. Me contemplaba con total neutralidad. Inexpresivamente, Observaba mis reacciones.

De pronto, encontré el dibujo de una figura de mujer casi exactamente igual a la mía. Me interesé y leí la inscripción bajo la representación: “Mujer tipo cabra”. Lo miré inquisitivamente, pues sentí que allí debía detenerme. Él tomó el libro de mis manos y lo cerró.

-Usted no ha quedado embarazada, solo por un problema causado por un nudo de energía en su segundo chakra, dijo seriamente-

Me lo quedé mirando totalmente asombrada y tan atontada que no conseguí una réplica decente.

-¿Cómo, carajos, ese hombre totalmente extraño, sabía cosas tan íntimas de mí? Pensé. Ese tema, solo lo manejábamos mi esposo, el médico y yo. Ni mi madre sabía nada, pues pensaba darle la sorpresa de mi embarazo en cuanto me sucediera. Cuando ella me preguntaba que para cuando lo iba a dejar, yo le respondía que ya habría tiempo.

-No tema. Mi deseo no es importunarla, ni perturbarla, yo sé lo que sé y punto- me dijo en respuesta a mi pregunta mental.

En ese momento no sabía, que debería acostumbrarme a su capacidad de leer mi pensamiento.

- ¿Me quiere ayudar? pregunté sin saber de dónde salió la pregunta, ¿es por eso que estoy aquí? repregunté intrigada

-Puedo ayudarla solo cuando usted esté lista para ser ayudada, no se puede lograr nada si no existe su confianza absoluta

-¿Qué debo hacer?, ¿Cómo empiezo?

-Venga todos los días un rato a leer el libro, el contestará muchas de sus dudas

-Convenido, contesté, ¿me puedo llevar el libro?-

-No puede llevarse el libro, por la misma razón por la que ésto debe mantenerse en total secreto: Un misterio que tiene mucho tiempo cumpliéndose. Solo para aquellos seres en los que es necesario que se cumpla.

-¿Debo mantener el secreto aun con mi esposo?

-No se preocupe, el secreto se mantiene por sí mismo

Me levante de mi asiento con más seguridad de la que me creí capaz después de tan extraña reunión. Extendí mi mano y él la tomó entre la suya, entonces, sentí un calor que me inundó de una sensación benéfica. Cuando salí, odie el tener que volver a la fea realidad. Se estaba tan bien allí adentro, como un feto en su útero. Comprendí porque lloran cuando los sacan de allí.

Esa noche, extrañamente, cada vez que intentaba narrarle a mi esposo lo que me había sucedido: lo olvidaba. Cada vez que lo intentaba, el olvido recurrente borraba de mi memoria el episodio. Al dejar de desear relatarlo, lo recuperaba. Parecía ser un recuerdo solo para mí. Desistí de querer contarlo, total, era muy difícil que alguien me creyera.

Todos los días iba a leer un poco del libro. La sensación embriagadora del ambiente que me rodeaba, como el primer día, me hechizaba. Era difícil sustraerme a su encanto. Con el libro, cada vez aprendía más de mí, de mi carácter, de mis motivaciones. Estaban definidas y descritas con lujo de detalle los diferentes tipos de mujeres por su complexión. Yo era una Cabrita.

Describían también, mujeres caballo, mujeres ballena y otras más. Mi debilidad, como cabrita al fin, parecía ser la tendencia a formar nudos energéticos en mis chacras. Desde hace tiempo tenía uno de esos en el segundo, y ese, por quedar exactamente a nivel de mi sacro impedía la reproducción. Y punto.

Algo más de un mes pasé leyendo y estudiando el libro. El hombre nunca me molestó, ni interfirió, ni me pregunto nada de nada. Me dejó que me cociera en mi propio jugo. Cuando creí estar lista para el próximo paso: Y ahora ¿Qué debe hacerse?)

Cerré el libro definitivamente y lo llamé. Mi voz denotaba inseguridad, la de él era baja y tranquila.

-¿Cómo deshago el nudo?, ¿Deshaciéndolo podré quedar embarazada?

-Debe someterse a un ritual. Bajo su propia voluntad y solo cuando esté completamente libre de toda duda. Fe ciega.

-¿Qué tipo de ritual es?, ¿quedaré embarazada, al finalizarlo?, ¿es algo de brujería?

- El ritual, se debe repetir tres veces, en días consecutivos, finalizado, usted quedará embarazada esa misma noche. No hay brujería. Solo estaremos usted y yo. Yo no soy brujo, ni nada parecido. Sé cómo se deben hacer las cosas, para solucionar su atasco energético. La estoy ayudando porque debo hacerlo.

No hallaba que objetar, le dije que lo pensaría. Que cuando estuviera lista le avisaría.

-Cuando lo esté, si llega a estarlo, me debe confiar la data exacta de su última menstruación para calcular perfectamente su ovulación, deberá tomar una medicina natural que le daré para que prepare su cuerpo y su mente. Y debe asegurarse de poder asistir, sin falta, a la hora que le indique durante tres días seguidos. Aquí mismo, se hará lo que deba hacerse.

-¿Me costara algo?- pregunté dudosa.

-Solo su silencio total, pues se verá impulsada a querer ayudar a otras que sufren el mismo martirio. Pero es mi espíritu quien me indica a quien me está permitido auxiliar.

Quedé pensativa. Me daba miedo que ese desconocido, quisiera abusar de mí o verme involucrada en algún tipo de rito demoníaco. Mi deseo de concebir superaba mi miedo: -De todas maneras, pensé, si quiere hacerme algo raro, él sabe que la gente de por aquí me conoce y me ha visto entrar en su local. No creo que se atreva a nada malo.

-Aquí nadie la ha visto entrar nunca-. Respondió a mis pensamientos como si los hubiera leído. Me estremeció una vez más su capacidad adivinatoria.

Salí. Me dirigí a mi negocio. La muchacha que me ayudaba, a pesar de que había pasado más de una hora afuera, me recibió con una sonrisa sorpresiva- Señora, no la vi salir, pensé que estaba en su oficina. Un nuevo estremecimiento recorrió mi columna vertebral.

Decidí que me arriesgaría. Lo peor que podría pasar es que perdiera el tiempo.

Me acerqué hasta su negocio un día y le informé de mi decisión. El denegó con la cabeza y sin ni siquiera dignarse a contestar me dio la espalda y se metió por la puerta que daba al patio.

Decidí regresar otro día. Lo encontré frente a su puerta.

-¿Qué pasa?, ¿por qué no me quiere atender?

-Porque no tiene fe. Regrese cuando no dude más.

Reflexionando en los siguientes días, llegué a la conclusión de que si todas las pruebas que me había dado de su conocimiento de mí y de mi problema, mi propia sensación de tranquilidad en su presencia, su capacidad de leer mi mente, y el hecho de que sentía que me quería ayudar de buena fe, no eran suficientes razones para que confiara ciegamente en su poder, entonces, no tenía suficientes deseos de solucionar mi problema.

Me le presenté. Le entregué un papel con los datos de mi menstruación, mientras, me miraba profundamente. Di media vuelta para retirarme. Me detuvo con su voz, baja y ronca- por favor, espere un momento.

Pasó a la casa mientras yo esperaba. Al regresar me dijo que los días para la sesión serían el 17, 18 y 19 del próximo mes. Debería pasar el día 16 a para ingerir en su presencia una bebida que me daría, y que hasta ese momento no lo volvería a ver.

Salí alegre, confiaba en que el próximo mes sería una feliz madre preñada.

No volvió a abrir su tienda. Desde ese día, no volví a verlo.

Llegó el día 16. La tienda estaba abierta nuevamente. Cuando pasé frente a su puerta allí estaba, plantado en el sitio de siempre. Al verme me dio la espalda adentrándose en la casa, yo le seguí hipnotizada. La bebida que me dio era dulzona y de color azul, la bebí sin pestañear hasta el fondo. Me acompañó hasta la puerta, me dijo que volviera mañana a las tres de la tarde.

El rito comenzó exactamente a las tres de la tarde. Tal como yo lo esperaba, hizo que me desnudara, él estaba revestido con una sotana azul clara. Indicó que me acostara sobre la mesa, donde aún permanecía el libro, mis piernas colgaban exánimes. Colocó una venda perfumada en mis ojos.-Cierre los ojos y no los abra, concentre la mente en su ombligo, hacia allí debe correrse la energía atrapada en su útero- Me relajé e hice lo que me indicó.

Hacía rato que no sentía ruidos a mi alrededor. Un silencio absoluto me rodeaba. Mi piel comenzó a erizarse de repente sin que hubiera ninguna razón física para ello. Pocos segundos después, mi anticipación se volvió realidad. Una suave lluvia fría poco a poco me iba empapando. Sentía las gotas correr por todo mi cuerpo, inagotablemente.

Algo que me impactó profundamente sucedió entonces: Dentro de mí abdomen, entre el ombligo y mi sexo, algo comenzó a moverse, girando primero lentamente y aumentando su velocidad poco a poco hasta que se estabilizó. Sabía que “eso” seguía girando allí adentro, pero no me molestaba. Me relajé, me concentré en mi ombligo. La lluvia seguía cayendo, fría, imperturbable y calándome hasta los huesos.

Una segunda premonición me alcanzó…

Mis pezones se erizaron y mi sexo se humedeció. Subí mis pies sobre la mesa, abrí mis piernas. Actuaba por cuenta de una fuerza superior a mi voluntad, a mi moral, a mi dignidad. Pero, era como si supiera que no tenía más alternativa en la vida. Que era mi destino.

Sentí la penetración avanzando en mi interior. Lo que me penetraba era fuerte y de una temperatura muy alta. Aun con la venda puesta, mantuve los ojos cerrados. Solo “eso” tocaba el interior de mi vagina; no sentía más nada a mí alrededor: ni sus manos, ni su ropaje. Su presencia era solamente esa especie de miembro moviéndose dentro de mí en una cópula sexual imposible de describir, inédita, inefable. Ni siquiera estaba segura de quién era el dueño del sexo que penetraba en mis entrañas.

Me entregue al placer que me hacía sentir. El vórtice dentro de mi abdomen giraba mansamente, el extremo de la cosa, llegaba hasta ese sitio y lo estremecía con su feroz empuje. Tuve mi primer orgasmo en años, fue algo inenarrable, solo abría mi boca sin emitir sonido alguno mientras la sensación subía y bajaba por mi cuerpo reventando en mi cabeza. Sentí un líquido fluyendo a través de mi útero, a través de mis trompas y lamiendo mis óvulos. Seguí con un segundo orgasmo que casi me hace caer de la mesa, me equilibré sosteniéndome con el pesado libro que seguía a mi lado. Era feliz y lloraba de la emoción de haber reencontrado mi felicidad sexual. Volvía a ser una mujer completa. El tercer orgasmo me perforó hasta donde los otros no habían llegado, lloraba de tanto placer.

Era el final. Era libre. La presencia que se había apoderado de mí, salió de mi interior tal como había entrado, naturalmente, en el momento preciso, de la mejor forma. Casi no lo sentí salir.

Pasé mucho rato más en la misma posición, sentía sus jugos fluyendo adentro de mí, abriendo nuevos caminos.

-Puede abrir los ojos, me dijo quitándome la venda-levántese cuando quiera.

Cuando me levanté me sorprendió el hecho de que yo no estaba mojada, ni si quiera la mesa estaba húmeda. El libro seguía allí, abierto en la página de la mujer cabra. Me ayudó amablemente a bajar de la mesa. Mi sexo estaba limpio y no sentía en él las sensaciones propias de una situación post-coital. Era como si hubiera soñado. Me vestí medio trastornada.

Me dio a beber otra porción de la pócima. –Ya no regrese más, vaya a su casa y desde hoy y durante tres días haga el amor diariamente con su esposo. No se alarme por lo que va a sentir. Volvió a su origen puro, quizá su esposo se sorprenda, pero no se preocupe, a lo bueno uno se acostumbra rápido- me acompañó a la puerta, me despidió con un saludo.

Caminé hasta mi casa pues -aunque ya casi nada podía sorprenderme- me di cuenta de que era noche avanzada.

Efectivamente, mi esposo los primeros días se sorprendió por mi nueva forma de reaccionar ante sus caricias-Pareces una diabla, me decía riendo alborozado.

Nueve meses después tuve gemelos, uno era idéntico a mi esposo, el otro, tenía los ojos amarillos.

“El preñador de Cabritas”, como lo llamo ahora en mi pensamiento, sigue allí en su negocio, emplazado ante su puerta.

Con su cara seria, cuando paso me saluda con gesto lejano.

Mucho después de mi parto, me atreví a detenerme ante el e interpelarle:

-Se llamará Mario, le dije sin más explicación.

El no pareció sorprenderse y por primera vez lo vi sonreír:

-Ese, es el nombre de mi padre.

FIN.

Por LEROYAL

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