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(13) Los amores de Ana Etxeberría

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17

Sonó la campana anunciando el cambio de clases.

Mientras buscaba su siguiente aula, Pamela Calatayud percibió su WhatsApp sonar. Era su amiga Sara Sorolla.

Hola xoxo loco. Tengo tus apuntes.

Pamela contestó con entusiasmo.

Genial. Puedo recogerlos ahora??? Luego no puedo.

La contestación llegó rápida.

Claro. Estoy en mi habitación. Pásate que en diez minutos tengo que ir a mis prácticas.

Pamela fue clara.

Voy zumbando.

Consultó la hora. Tenía tiempo de sobra. Y se echó a la carrera.

Su rapidez corriendo hizo que llegara en tiempo récord. Llamó a la puerta con los nudillos pero se la encontró entornada.

-¿Sara? Soy yo, Pam.

Silencio.

Aun así, Pamela entró sin ver a nadie.

Un pitido anunció un nuevo WhastApp.

Estoy en el baño.

-Pero, ¿qué coño…? –Pamela no entendía nada. Abrió la puerta y se adentró en el baño. El horror que presenció podría extrapolarse a películas de terror de Sam Reimi. Un reguero de sangre conducía hasta el plato de baño, donde yacía Sara colgando como un trozo de jamón y destripada hasta la muerte.

El asco de Pamela se evidenció en una vomitona que expulsó en mitad del suelo.

En ese preciso momento, supo que no andaba sola.

Detrás de ella apareció un chico desnudo y ensangrentado.

Pamela retrocedió con la cara desencajada de pánico.

-Por favor, deja que me vaya… por favor…

Pero el chico se fue acercando paso a paso.

Pamela se aferró a unas tijeras que encontró en el lavabo.

-¡Atrás o te rajo! ¡Lo digo en serio!

El chico, desmelenado y con semblante impertérrito, se apartó y Pamela aprovechó para salir corriendo del baño. Pero fuera un segundo chaval, esta vez vestido y arreglado, la dobló de un puñetazo en el estómago para luego arrastrarla de los pelos.

-¡Suéltame, cabrón!

Pero el chaval la lanzó contra la cama y allí la arrancó las bragas de un tironazo. Pamela opuso resistencia hasta que sintió el filo de una navaja en el cuello.

-Estate quieta, zorra.

Sollozando, Pamela accedió al sexo y el chaval la clavó con una violencia extrema. Pamela gritó de dolor.

-Calla, puta.

El violador la tapó la boca con las manos mientras empujaba con fuerza pélvica. Un minuto. Tres minutos. Siete minutos angustiosos de violación y el chaval eyaculó con bravura. Pamela no quiso sentir placer, pero así fue.

Luego quedaron los dos entrelazados y jadeosos. Él exhausto. Ella desgarrada y corrida.

-Hijo de puta… -lloraba Pamela con penuria.

Riendo, el chaval se levantó y pasó el trabajo al chico desnudo y ensangrentado.

-Toda tuya.

Sacando una fuerza sobrehumana, Pamela intentó saltar de la cama y huir, pero el chico ensangrentado la inmovilizó contra el colchón, la abofeteó y allí soltó el brazo. En la cuchillada 54 paró. Las tripas trituradas de Pamela se desparramaban por las sábanas. La sangre salpicada alcanzaba incluso a los cristales de las ventanas.

-Dúchate y desaparece –ordenó el violador.

El asesino se encerró en el baño con restos de carne adheridas a su cuerpo como sanguijuelas pegajosas.

El violador hizo lo mismo que con Sara: muchas fotos y vídeos casqueros.

Luego hizo una llamada con su móvil.

-Hola, soy yo… Sí, está hecho... Así es… Ajá… Venga, sube…

18

En media hora, el comedor se abriría para el almuerzo. Se trabajaba para que la preparación final fuese perfecta.

Josema, carnicero del servicio de catering, cargaba al hombro una pata de vacuno. Se adentró por diferentes pasillos hasta llegar a la cámara frigorífica. Aquí colgó de un gancho la pata de carne, pero antes de irse revisó dos congeladores. Quitó el candado con cadenas de uno y de otro, y comprobó el estado excelente de los cadáveres de Pamela Calatayud y Sara Sorolla. Luego volvió a colocar los candados y se fue silbando una canción de Luis Miguel.

-Amor, amor, amor, nació de ti, nació de mí, de la esperanza la la la…

... continuará.

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