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Desafío de galaxias (capitulo 23)

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Miles de soldados federales se amontonaban en la explanada. La noticia de que la comandante en jefe bajaba a visitar a las tropas, se había propagado como la gripe ursaliana. La lanzadera que la transportaba maniobró para aterrizar suavemente en el terreno acotado por un cordón de policías militares. El portón trasero de la lanzadera se abrió, y en medio de un griterío ensordecedor apareció Marisol que saludo levantando los brazos. Por la escalerilla adosada al casco en el lateral de la nave, ascendió y de pie, sobre el techo, volvió a saludar. La tropa estaba como loca y todos la vitoreaban llamándola por su nombre de pila, algo que ya se había hecho habitual. Hizo una señal con la mano a Clinio para que subiera con ella, mientras desde abajo, Anahis, Marión e Hirell, que por primera vez salía del Fénix, aplaudían también. Clinio subió y saludó militarmente a Marisol, que después de devolverle el saludo, se fundió con él en un entrañable abrazo. Después, cogidos de la mano, levantaron los brazos saludando a todos. Durante casi media hora, estuvieron sobre el techo de la lanzadera y cada vez que intentaban bajar, los gritos de los soldados se lo impedían. Finalmente, bajaron, y gracias a un pasillo abierto por la policía militar llegaron al cuartel general. En él, Marisol saludó a los jefes de estado mayor de los ejércitos desplegados en Rudalas, los conocía a todos, en especial a la general Oriyan, de la 102.º acorazada.

—¿Sigues siendo igual de “mosca cojonera”? —preguntó después de saludarla y darla dos besos.

—Mucho más, te lo aseguro, —contestó Clinio por ella.

—Me temo que es cierto, mi señora, —respondió forzando la sonrisa y provocando las risas de todos mientras se sentaban como podían en torno a la reducida mesa de operaciones. Durante varias horas analizaron la situación y llegaron a una conclusión unánime: estaban estancados y mientras siguiera lloviendo, seguirían estándolo.

—General Oriyan, ¿por qué no pueden operar los carros de combate? —preguntó Marisol agarrada a su taza de café negro. La pregunta extraño a todos porque sabían perfectamente que Marisol conocía la respuesta.

—Es una cuestión de velocidad de operaciones, mi señora. En terreno seco y llano podemos alcanzar los 110 Km/h. pero en las condiciones actuales si salimos a atravesar el terreno de nadie con la enorme cantidad de barro que hay, no pasaríamos de los 20, y su artillería nos machacaría.

—¿Y si eliminamos el proceso de atravesar el terreno de nadie? —todos, incluida Oriyan, la miraron con cara de extrañeza.

—Mi señora, —contestó Oriyan— si por arte de magia apareciéramos en medio de su ejército, montaríamos una que se iban a cagar… y disculpe la expresión.

—He captado la idea, general, —dijo Marisol sonriendo—. Bien, todo está visto, mientras sigan las lluvias no podemos hacer nada. Eso si, general Clinio, quiero que hagas retroceder a la 102.º acorazada, como mínimo, 20 Km, la quiero lejos del alcance de la artillería pesada enemiga, —y señalando con el dedo a Oriyan, añadió—. ¡Y tú a callar!

—Si mi señora.

—Solo una cosa más, —Marisol habló con calma, mirando detenidamente a todos los asistentes—. El general Clinio, no solo es el jefe del ejército, es uno de mis máximos colaboradores y además es mi amigo. Se acabaron las habladurías, los cotilleos, y los chismorreos; y es su obligación, de todos ustedes, atajarlo. ¿He hablado claro?

Todos asintieron y la reunión se dio por concluida.

Terminada la reunión, Clinio y Marisol por fin estuvieron solos.

—Gracias Marisol, tu visita les ha venido bien a los chicos.

—¿Y a ti?

—También, también…, a mí también. Veo que ya te han llegado las habladurías.

—Si, y lo que más me cabrea, es que toda está mierda se ha iniciado en el Fénix. ¡Como pille al que…!

—No hagas nada Marisol, no hay un culpable. Esto ha sido una bola que ha ido creciendo dando vueltas, y además, no es mentira lo que dicen, yo te propuse salvar la flota y abandonar al ejército.

—Y con la lógica en la mano, cualquiera en su sano juicio lo hubiera hecho, —dijo Marisol sonriendo.

—Por fortuna, la lógica y tú os dais de hostias.

—Que te quede claro…, a ti, y a todos, —afirmó Marisol cogiéndole de la mano— tú comenzaste está batalla, y tú la finalizaras. 

—Gracias mi señora, —contestó Clinio besándola la mano.

—No seas capullo, yo no soy tu señora, soy tu amiga.

Mientras tanto, en Rulas 3, el general Opx había dispuesto su ejército, de tal manera, que podía responder a un ataque, o embarcar a sus fuerzas si fuera necesario. Como cada día, de madrugada, había salido a correr sus diez kilómetros habituales, pero esa mañana había cambiado el recorrido. Cuando salía, divisó una figura familiar que también corría, y sin pensarlo decidió seguirle. Mientras le alcanzaba, por su mente pasaron tantos meses de mirarlo de soslayo, de “espiarlo” de reojo cuando coincidian en las duchas. Su periodo de confusión, tantos años de monasterio y abstinencia, tantas mujeres guapas a su alrededor y cuando se fija en alguien es un tío. Durante esos meses luchó contra sus sentimientos: meditó, oró, se machacó estoicamente en el gimnasio, pero al final, decidió mandar todo a la mierda. Había notado “ciertas” miradas alentadoras por su parte y decidió tirarse a la piscina, y es que, sin ninguna duda, el capitán Leinex era guapo, y desde el punto de vista de Opx, muy atractivo. Lo que más le animo a dar el paso había sido la relación de Marisol y Anahis, que no ocultaban a nadie. Pero Leinex era de Numbar, la capital espiritual de la galaxia, y allí, ciertas cosas eran, como mínimo, complicadas. A la legendaria Matilda, abiertamente homosexual y de Numbar, se la permitió porque era guerrero del Consejo de los Cinco, durante muchos años la única, y los monjes prefirieron mirar hacia otro lado.

—Buenos días Leinex, —saludó cuando llegó a su altura.

—¡Oh! Buenos días, mi señor, —contestó Leinex quitándose los auriculares de los oídos.

—¿Te importa que corramos juntos?

—Por supuesto que no, mi señor, —respondió— es un honor.

—Por favor, no me llames señor, no estamos en el cuartel. Llámame Opx.

—Como desee, mi… Opx.

—Y tutéame.

—Como quieras, —contestó con una sonrisa.

—Estamos juntos desde Faralia, desde el “Cerro de la Muerte” y nunca hemos hablado fuera de servicio. No se nada de ti.

—¿Y que quieres saber de mí? —preguntó con cierto tonillo… coqueto, a pesar de que estaban corriendo y sudando.

—¡No sé tio! No se trata de un interrogatorio, —contestó Opx con una sonrisa— pero en principio me interesa… todo de ti.

—Me agrada el interés que despierto en ti: yo también estoy interesado en ti, pero…

—¿Pero?

—Tú eres el general más prestigioso del ejército, después de la general Martín, por supuesto. Tal vez nuestra “amistad” no se entienda bien en algunos sectores y te perjudique.

—Yo seguiré estando donde estoy, mientras mi señora quiera y confíe en mí; los demás y sus habladurías, me la suda, —la expresión arrancó una sonrisa en Leinex. 

Mientras hablaban seguían corriendo y comenzaron a subir la dura cuesta de un cerro próximo. Con el esfuerzo de la subida no hablaron hasta que llegaron arriba, momento en el que pararon y se sentaron en una piedra a descansar. 

—Supongo que para ti, las cosas no serán fáciles en Numbar, —dijo Opx acariciando levemente el muslo de Leinex.

—Nada de que preocuparse, —respondió poniendo su mano sobre la de Opx— estoy acostumbrado. Allí, en mi barrio, se me tenía por un tío demasiado… fino.

—¿En qué sentido? —preguntó extrañado—. Yo te veo muy varonil.

—Y sin duda lo soy, —respondió, y cogiéndole la mano, se introdujo uno de los dedos en la boca mientras le miraba fijamente. El gesto de Leinex provoco en Opx una erección instantánea, absolutamente evidente a causa de la malla corta—. Disculpa, ha sido una prueba, tenía que estar seguro de que mi deseo por ti no me estuviera nublando la mente.

—Tranquilo, lo entiendo, yo también estaba a punto de hacer algo…, aunque no se me ocurría nada, —los dos rieron.

—No, en serio. En Numbar, o te metes en el rollo místico, o te dedicas a los deportes, que allí despiertan pasiones. La gente está ligeramente embrutecida por ello, y los monjes campan a sus anchas imponiendo su forma de pensar. Los tíos, como yo, y tías también por supuesto, que tenemos inquietudes culturales somos vistos como bichos raros; y no te quiero contar si además tus preferencias sexuales son… diferentes.

—¿Pero en Konark…?

—Konark es Konark y Numbar es Numbar. Conozco a la reverenda madre, y no tiene nada que ver con los putos monjes de Numbar, —y después de una pausa, añadió—. Disculpa Opx, me disparo y hablo más de la cuenta, he olvidado que eres monje.

—Tranquilo Leinex, ya no sé ni lo que soy. Lo que me sorprende, es con la facilidad con que los dos estamos hablando de este tema. Esperaba algo más… embarazoso, por decirlo de alguna manera.

—Es posible que sea porque los dos queremos superar las… posibles dificultades, —Leinex le aproximo su rostro y le ofreció sus labios. Opx los acepto y se besaron con delicadeza, explorando sensaciones. Nuevamente, la erección de Opx era más que evidente; deslizo su mano hacia la polla de Leinex y comprobó que la suya también lo estaba.

—¡Bueno! ¿y ahora? —preguntó Leinex con una sonrisa.

—Supongo que buscar un lugar más apropiado, —contestó poniéndole la mano en el cuello y acariciándole la mejilla con el pulgar—. No me gustaría que nuestro primer encuentro fuera debajo de un árbol, —Leinex rió con ganas y nuevamente los dos se abrazaron besándose.

—Pues tendrá que ser está noche, entro de servicio en un par de horas, —dijo Leinex cogiendo su mano y besándola—. Conozco un sitio para cenar en la ciudad, que está bien, es muy agradable y van muchas parejas.

—¿No habrá problemas…?

—¡Ninguno! Te lo aseguro. Rulas 3 no es Numbar, aquí, estás cosas, se ven con total naturalidad… como casi en el resto de la galaxia.

El Fénix aterrizó, esa misma mañana a primera hora, en Rulas 3. Marisol, inmediatamente, se dirigió a la factoría principal donde se montaban los cohetes nucleares Delta y se reunió con los responsables. Durante toda la mañana, la actividad fue frenética en la sala de reuniones. Continuamente los ingenieros entraban y salían, con rollos de planos, papeles y tabletas electrónicas.

—Señores, no quiero dar el coñazo con cosas que son obvias pero mi obligación en decirlas, —Marisol hablaba al par de docenas de ingenieros que tenía ante ella, cuando ya todo estaba estudiado y decidido—. Este proyecto es prioritario a todo lo que estén haciendo. Cientos de soldados mueren a diario en el frente y si nos retrasamos morirán más. Sé perfectamente, que el desafío que les encomiendo es brutal, pero también sé que nunca me han defraudado.

—Mi señora, puede estar segura de que cumpliremos los plazos, y si podemos adelantarlos, lo haremos. 

—Estoy segura de ello, señor director.

Marisol entró en el pabellón donde estaba instalado el estado mayor del ejército de Opx.

—¡Atención! La comandante en jefe, —gritó uno de los oficiales cuando la vio, y todos se cuadraron.

—¡Estoy muy cabreado contigo, que lo sepas, —dijo Opx abrazándola— te vas de reuniones secretas antes de venir a darme dos besos.

—¡No seas bobo! A ti te doy dos, cuatro, y los que hagan falta…, y a la española…, sonoros.

Los oficiales presentes se fueron acercando a Marisol para saludarla con veneración, sin llegar a ser empalagosos.

—A ti te conozco, —dijo Marisol a un teniente poniéndole la mano en la nuca— tú ya estabas con el general en Faralia.

—Así es mi señora, para mi es un honor servirle a él y a usted.

—Y aguantar sus bromas.

—También, mi señora, —la respuesta provocó una carcajada general.

Opx estuvo presentando a todos sus oficiales hasta que llegó a Leinex, al que presento el último.

—¿Eres de Numbar? —le preguntó dándole dos besos.

—Así es mi señora.

—Cuídamelo bien, —dijo Marisol señalando a Opx—. Le quiero un huevo, —el general y Leinex se quedaron petrificados.

—¡Pero! ¿Cómo cojones lo has sabido? —preguntó finalmente Opx cuando estuvieron a solas.

—¡Joder, tío! Si lo llevas escrito en la cara, ¡no me jodas! 

—¿Tan evidente es?

—Ya te digo, estabas a punto de babear, —y Marisol preguntó—. ¿Cuánto hace que salís?

—Seis horas.

—¡Seis horas!

—¡Si joder!, le he tirado los tejos está mañana mientras corríamos.

—¿Le has tirado los tejos mientras le perseguías por el campo? —preguntó Marisol riendo con ganas— ¡joder tío! Eres la polla. 

—¡Coño, pues cuando vi la ocasión!

—¿Entonces todavía no habéis… profundizado?

—No hemos nada. Habíamos pensado ir está noche a un restaurante a cenar, pero si estás aquí…

—¡Nos apuntamos! —exclamó Marisol interrumpiéndole—. Anahis y yo nos apuntamos.

—¿Cómo que os apuntáis? —preguntó Opx alarmado.

—Pues eso, que nos apuntamos.

—Bueno…, pero… 

—Nada de peros, está decidido, —le interrumpió de nuevo—. Y por cierto, déjame darte un consejo: depílate.

—¿Que me qué?

—Que te depiles, que como hagas lo mismo que tus compañeras de Konark, debes tener un bosque en la entrepierna de tres pares de narices. Hazme caso que tiene pinta de cuidarse, seguro que él lo hace.

—Bueno vale, pero por favor, Marisol, no te metas con él.

—¡Vale, seré buena!… solo contigo.

—Conmigo menos, ¡joder!… y por cierto, ¿cómo me depilo?

—¡Señor, señor!

Cogidos de la mano entraron en el pequeño aposento de Opx.

—La general engaña: a la distancia intimida, pero en el trato cercano mola, —dijo Leinex—. Las dos son muy simpáticas, pero en especial Anahis.

—Anahis es un amor de tia…, pero ojo, que le cortó la cabeza a un pretor bulban, y con el canto del escudo.

—¡Joder con el amor! —dijo Leinex riendo—. ¡Bueno! Ya estamos solos, —añadió después de una pausa—. ¿Qué quieres hacer?

—No sé, no tengo ni idea…, creo que es mejor que lleves la iniciativa.

Leinex comenzó a desabrochar la camisa de Opx mientras le besuqueaba el cuello, provocándole una erección instantánea. Sus manos bajaron hasta el pantalón desabrochándolo, lo abrió y extrajo la polla mientras sus besos se trasladaron a los labios de Opx. La acaricio con los dedos mientras con la palma de la mano estimulaba el glande. Unos segundos después, Opx se abrazó a él mientras apoyaba la cabeza en su hombro y se corrió mientras daba grititos de placer.

—¡Joder tío, que mierda! —exclamó Opx cuando se tranquilizó.

—¿No te ha gustado? —preguntó Leinex frunciendo el ceño levemente.

—Si tío, pero es que no he aguantado nada.

—¡A bueno! Por eso no te preocupes, hay tiempo de sobra, además, me tienes que penetrar, —Leinex seguía besuqueando los labios de Opx.

—Y tú a mí… supongo.

—No, no, para eso hay que estar preparado y yo ya estoy suficientemente… abierto. Primero un paso y luego otro, no tenemos prisa. Además, tienes que decidir que quieres ser, de los que dan, de los que reciben…, o de los dos.

—¡Joder! No me imaginaba que esto era tan complicado.

—Ni te lo imaginas.

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