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El dia de San Martín

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Cualquiera podía afirmar sin temor a equivocarse que Eowyn era una mujer grande. Más que grande enorme, ya que pasaba de los 1,90 m de estatura y pesaba casi 100 kg; es decir que también era más bien rellenita... y guapa además de tener ese volumen de forma muy proporcionada. Era una chica muy amable y discreta, desde luego el animal más destacado de la pequeña aldea de Rivendel, un lugar perdido en un valle perdido entre perdidas montañas de un país perdido, y no solo por sus medidas físicas como veremos a continuación.

Eowyn vivía en una pequeña granja que ella misma atendía personalmente situada a una cierta distancia de Rivendel. Con ella se abastecía en lo referente a sus necesidades básicas más que sobradamente, en demasía incluso, y además sin demasiado esfuerzo ya que era una muchacha joven y fuerte. Pero a lo que dedicaba más su tiempo era a su verdadera afición, que además le reportaba unos buenos doblones: bordaba y cosía como los ángeles. Toda la aldea recurría a ella tanto por un roto como por un cocido, ya que como no era codiciosa salía más a cuenta. Todos los días a la misma hora Eowyn iba y venía a Rivendel a repartir y recoger sus encargos, siendo el blanco por un motivo u otro de todas las miradas.

Sin embargo todas las mujeres de la aldea sin excepción la odiaban a muerte. Podía pensarse que la razón era que sus maridos, padres, hermanos o hijos tenían permanente dolores de cuello de tanto girarlo al paso garboso de Eowyn por las calles de la aldea. Pero no, había más. Vivía sola y había rechazado a todos los pretendientes a su mano. No se le conocían novios ni se podía dudar de la castidad de su vida. Para las gentes de la aldea su negativa a formar una familia era mucho peor que llevar una conducta disipada.

Otra razón era que jamás asistía a la iglesia. Huérfana desde muy niña la habían recogido unos tíos lejanos que no tenían hijos para los que era más una sirvienta que otra cosa. El relativo alejamiento de Rivendel y el que ellos tampoco fueran demasiado píos propició el que no se preocuparan demasiado de su formación religiosa. Eowyn tampoco fue nunca a la escuela. Menos razón había para perder su tiempo con un pater quisquilloso y gritón, que no perdía ocasión para clamar desde el púlpito contra la impía. Eso era motivo más que suficiente para ser mal vista por las gentes de bien. Pero sin duda, el mayor motivo, aunque oculto, era que Eowyn era una mujer libre e independiente. No necesitaba a ningún hombre y parecía ser muy feliz así. Para ello se bastaba ella sola y hacia lo que le apetecía, y eso... eso sí que no se lo perdonaban.

Sobre Eowyn circulaban rumores de todo tipo: que si se lo hacía con sus animales... que si era bruja... que si solo comía yerbas y raíces. La gente estaba predispuesta a dar pábulo a todo lo que alguien dijera de ella. La verdad de los hechos terminaba con cualquier habladuría. Solo tenía vacas, aves y conejos, poco útiles para el coito. Su casa siempre abierta a todo el mundo tenía adosado un espléndido huerto; no había cuevas ni matraces ni alambiques ni nada que pudiera interpretarse como de una servidora de Satanás. 

Pero existía un rumor nunca demostrado pero tampoco desmentido: que algunas madrugadas al salir el sol se bañaba desnuda en el riachuelo que pasaba por terrenos de su propiedad junto a su casa. ¿De dónde salió el cotilleo? nada se sabe, pero el chisme tomo carta de naturaleza cuando un tardío día del verano el Sr. Bilbo Bolsón bajó corriendo a la aldea casi sin resuello, afirmando haberla visto en esa guisa cuando cuidaba a sus ovejas en el Monte del Destino, casi 500 m. más alto que la casa de Eowyn. A pesar de que todo el mundo sabía que Bilbo no veía tres en un burro, el populacho no dudó un solo instante en darle crédito. 

La repercusión fue enorme: para los hombres fue una gran alegría, por ser motivo suficiente para poner en marcha su decaído y adormecido libido, al alentar su imaginación con imágenes nunca soñadas, con el beneficio general indudable ocasionado por el aumento espectacular de coitos que propiciarían una previsible aumento de la natalidad. Sus escapadas a los montes cercanos a espaldas de las mujeres de la aldea fue cortada en seco por la voz de trueno del pater Grima, también apodado Lengua de Serpiente, clamando desde su púlpito contra las nefastas consecuencias de los malos pensamientos engendrados por esa incuba de Satán. Las mujeres en cambio sacaron el hacha de guerra a pesar de que estaban mas contentas que las gallinas por tanta pasión inesperada. Se dirigieron en comitiva capitaneadas por un colérico Grima a casa de Samsagaz el burgomaestre con un único objetivo.

- Sam, exigimos que detengas y encierres a esa ramera.

El pobre hombre que ya llevaba cuatro pajas en el cuerpo a la salud de Eowyn, intentó convencer al grupo que no tenía pruebas de que fuera cierto solo por lo dicho por el cegato de Bilbo, y que la muchacha en definitiva era muy útil para la aldea.

- pues la pones a trabajar gratis para la comunidad- clamaron.

Sam que era viudo y sin hijos, no tenía la presión de una o varias mujeres en casa dando la tabarra, y a pesar de una cierta debilidad de carácter se defendía una y otra vez.

- pero como voy a detenerla si no hay ni alguacil ¿y en qué cárcel? ¿Cuándo ha habido cárcel en Rivendel?

- pues monta un somatén- bramó el pater congestionado por la ira.

Los hombres que estaban al fondo de la sala comunal movieron la cabeza negativamente y empezaron a manifestar su oposición por lo bajini a esa propuesta de militarizarlos. Finalmente el burgomaestre, ya harto, se salió por la tangente.

- no voy a hacer nada contra la ciudadana Eowyn solo por lo que el mentecato de Bilbo Bolsón haya visto en sus negros pensamientos, así que doy carpetazo al asunto. Sin embargo si vuelven a hacerse acusaciones contra Eowyn tomare cartas en el asunto. Nada más. Idos todos a casa.

Grima insistió 

- tu deber es comprobar la veracidad de los hechos, e ir al bosquecillo cercano al río, y obtener esa prueba que tanto necesitas.

Aquí, Samsagaz se salió de sus casillas.

- ¿cree Vd. pater que voy a perder horas de sueño e inmiscuirme dentro de una propiedad ajena para que Vd. y estas señoras queden tranquilas? Pues no. la propiedad privada es sagrada. Caso cerrado.

Y añadió.

- ah, y si a alguien se le ocurre violar la norma metiéndose en las tierras... ajenas, y Eowyn presenta una denuncia actuare con todo el peso de la ley.

Y se levantó y se fue.

Aunque nada satisfechas, las mujeres y el pater abandonaron la sala refunfuñando mientras los hombres hacían grandes esfuerzos para manifestar su alegría, incluido el acusica Bolsón.

Llegó el invierno prematuramente, el más duro que recordaban los viejos del lugar. Toda actividad se congeló como el ambiente. La gente permaneció en sus casas semanas y semanas obligada por el frío y la nieve que lo cubría todo: caminos, montañas, campos, calles. La vida sedentaria se instaló en cada hogar de Rivendel.

Eowyn no fue una excepción. Tan solo salía a ordeñar a sus vacas y dar de comer a los animales. Pasaba días enteros sentada ante el fuego encantada con su pasión: bordar. Siempre había estado de buen año, pero cuando la primavera por fin llegó, tanto apoltronamiento la había transformado en una auténtica cerdita. 

La primavera trajo consigo pocos parabienes para Rivendel, y no hizo olvidar por desgracia al infernal invierno sufrido, aunque sí se calmó considerablemente la animadversión beligerante contra Eowyn. La gente tenía otras cosas en que pensar y el asunto estaba prácticamente olvidado. 

El consiguiente verano fue tan desventurado para la aldea como la estación anterior. Una sequía sahariana secó montes y pastos, con el consiguiente sufrimiento para los animales. Y llegó el otoño... y con él se iba a sellar el destino de la apetitosa Eowyn.

Una tibia noche de octubre la banda de jovenzuelos más gamberra de la zona salía de la taberna el pony pisador atabicada de cerveza y con ganas de seguir la juerga. 

- ¿dónde vamos ahora?

- ¿queréis que vayamos al bosquecillo a ver si pillamos a Eowyn bañándose en el río?

- ¿y si nos descubre? Sam nos doblara de la multa o de los vergazos.

- venga ya, Sam ni se enterará...

Las dudas y el sueño hizo recular a casi todos ellos, a excepción de Meriadoc, Peregrin y Frodo, los tres más beodos y desvergonzados. Así que vencidos los últimos reparos, el trío de la bencina salió del pueblo con dirección a la granja de Eowyn. Saltaron la valla y rodearon la casa todo lo sigilosamente que pudieron, cruzando el río y escondiéndose en unos matorrales espesos. Como era todavía muy temprano se acomodaron para dormir un poco esperando despejarse parta el amanecer. Como era previsible durmieron la mona bien dormida, despertándose cuando el sol estaba ya muy alto, y volvieron al pueblo con el rabo entre piernas. 

Pero es muy duro reconocer el propio ridículo, así que esa misma tarde, al ser interrogados por el resto de la banda, mintieron como bellacos afirmando sin ningún género de dudas que habían visto a la muchacha sumergirse en uno de los hoyos del río como Dios la trajo al mundo.

Por la noche todo el mundo lo sabía y de nuevo la indignación fue in-crescendo entre el elenco matriarcal. Llovía sobre terreno muy abonado puesto que es bien sabido que cuando los males azotan a una comunidad hay que encontrar un chivo expiatorio. Una comisión de mujeres capitaneada por el bilioso padre Grima saco de la cama al burgomaestre Samsagaz.

- tienes que detener a esa mala pécora. 

- ¿tengo que hacerlo ahora precisamente?

- Cuanto antes para que no caigan sobre nuestras cabezas males mayores.

- ¿pero, estáis dispuestas a creer a pies juntillas las bravuconadas de esos tres gañanes?

El iracundo Grima totalmente fuera de sus casillas bramaba.

- te recuerdo burgomaestre Samsagaz que te comprometiste a actuar ante una nueva denuncia. ¿Lo recuerdas no?

Sam cobraba del gobierno y no era agricultor y el madrugar no iba en absoluto con él. La perspectiva de hacerlo en esas frías mañanas de octubre no le hacía ni pizca de gracia, pero tenía que mantener su promesa, y a regañadientes tuvo que comprometerse a investigar -que no a detener- las actividades de la muchacha. La comitiva admitió a regañadientes su propuesta de vigilar personalmente y a solas a Eowyn cada madrugada desde el próximo domingo hasta el siguiente. Si en ese periodo de tiempo no ocurría nada reseñable, no volvería a saber nada en el futuro de cualquier acusación contra Eowyn. Si la veía bañarse desnuda actuaría convocando de inmediato a la asamblea comunal para que ésta tomara una decisión. 

Y aquí tenemos al pobre Sam levantándose a las 5 de la mañana del domingo para arrastrarse entre los arbustos y esperar el alba, y comprobar como era previsible que Eowyn prefería dormir bien abrigada a meterse en las heladas aguas del riachuelo. Muerto de frío volvió a Rivendel justo para asistir a la iglesia, maldiciendo para sus adentros al pater cuando vociferaba anunciando las mayores desgracias que acaecerían sobre nuestras cabezas si no se tomaban medidas inmediatas contra la gran puta de Babilonia.

Y esto se repitió los siguientes días con un ya desquiciado Sam, que estaba dispuesto a meter en vereda a esos desgraciados patanes causantes del desaguisado, ya pasado el trámite del último domingo. La víspera Sam se encontraba en el pony pisador tomándose unas cervezas con su único amigo Gandalf, viudo como él, echando pestes contra todo el mundo. Este para tranquilizarle sugirió acompañarle a vigilar a Eowyn esa misma noche después del último trago y no esperar al alba, dando así carpetazo al asunto. De camino pondrían un par de trampas para cazar alguna liebre y hacerse un buen guisado para mitigar tanto infortunio. Sam ya un poco piripi y más que harto del asunto acogió con entusiasmo la idea y partieron de inmediato. El paseo se presentaba agradable: la noche era anormalmente cálida y había luna llena. Los dos compinches fueron campo a través y antes de la medianoche ya estaban apostados junto al río. Cómodamente instalados se dispusieron a agotar los minutos estrictamente necesarios para cazar algo antes de partir comentando las desgracias que aquejaban a Rivendel en los últimos tiempos. Y entonces ocurrió lo que nunca se pudieron imaginar.

La puerta de la casa se abrió y una figura apareció en el umbral: era Eowyn... y estaba totalmente desnuda. No era un producto de su imaginación, una inmensa luna llena iluminaba la escena. Ante los atónitos ojos de Gandalf y de Sam la muchacha portando un buen fardo de troncos preparó una hoguera. Una vez encendida se dirigió al río sumergiendo su cuerpo hasta su cintura y lanzándose aguadillas sobre su cabeza y hombros. Sus generosos y orondos pechos saltaban cada vez que sus brazos se alzaban mostrando unas pobladas axilas claramente visibles. Los dos viudos olvidando la tarea que les traía sacaron al unísono sus vergas para masturbarse ante esa visión tan turbadora. Tras un buen rato remojándose Eowyn volvió a tierra firme cual exuberante Venus surgiendo de las aguas. Las llamas iluminaron entonces todo el esplendor de sus blancas y mullidas carnes y sus rubios cabellos que le caían graciosamente por todo su cuerpo llegándole hasta la cintura y que apenas ocultaban sus vellosidades y oquedades, redondeces y protuberancias. y entonces una nueva sorpresa sacudió a los dos hombres: Eowyn se puso a bailar, y no forma precisamente académica. Aquello era una lujuriosa concatenación de movimientos sinuosos y ondulantes, claramente pornográficos acompañados de gemidos y jadeos. Más que una danza erótica aquello era más propio de un siniestro aquelarre. Sam y Gandalf estaban paralizados de terror. Sin duda alguna Eowyn era una bruja. Por si aquello fuera poco la endemoniada inició entonces una serie de movimientos espasmódicos acompañados de aullidos de ultratumba. A la llamada no tardaron en aparecer negras figuras del bosque lejano: eran lobos. Ante los sobrecogidos ojos de los amedrentados hombres Eowyn se arrodillo sin dejar de aullar y el animal más grande, sin lugar a dudas el jefe de la manada puso sus patas sobre su espalda y la cubrió. Los gruñidos de placer retumbaron por todo el valle mientras tras el jefe, el resto de las alimañas la montaron una detrás de otra hasta saciarse. Más de cuatro horas duró el demoniaco espectáculo mientras Sam y Gandalf, presos de verdadero pánico, no se atrevían a mover un solo músculo. Finalmente la manada volvió a las montañas y Eowyn tras sumergirse de nuevo en las aguas del río se retiró al interior de su casa. Cuando Sam y Gandalf se sintieron por fin seguros salieron a todo correr hacia Rivendel sin parar ni a recoger sus presas. No se sintieron tranquilos hasta entrar en casa del burgomaestre donde vaciaron una botella de aguardiente para curar sus emociones y apaciguar sus ánimos hasta la temprana asamblea comunal convocada a primera hora.

La reunión iba a tener lugar antes de la misa y contra lo que pudiera creerse no tenía como motivo la conducta de Eowyn si no algo mucho más grave y que era de honda preocupación para todas los vecinos de Rivendel desde el deshielo del invierno pasado: una extraña peste había diezmado la población porcina (de 4 patas) del valle. Probablemente agravada por el frío invierno y el caluroso y seco verano, la fiebre atacó a los verracos adultos que fueron cayendo uno a uno a lo largo de los meses hasta no quedar más que los ejemplares más jóvenes. El invierno estaba cerca, no había matanza asegurada y la reserva de proteínas estaba en el aire. No podían sacrificarse las hembras, y los pocos cerdos machos que quedaban tenían un peso demasiado exiguo, y nadie quería desprenderse de ellos. Se avecinaba un duro ayuno. Cuando Gandalf y Sam llegaron con sus miradas aun demudadas por el miedo, la gente supo que algo grave estaba pasando.

El cónclave se prolongó hasta el mediodía y hubo más que consenso en su resolución. Finalmente habría día de San Martín, y habría carne para el invierno.

La matanza anual se fijó el último domingo de noviembre en el lugar tradicional: la sala comunal.

Eowyn, acostumbrada al trato más bien –por no decir muy- seco de sus clientas se extrañó agradablemente de ser invitada por primera vez a la fiesta, sobretodo sabiendo la difícil situación en que se encontraba la vecindad. Llegado el día se dirigió muy contenta hacia el lugar convenido encontrándolo vacío. Era allí, seguro. La viga de madera sobre dos troncos con la gran jofaina debajo no dejaba lugar a dudas. Pero... ¿dónde estaba la gente? La muchacha salió de nuevo al exterior buscando con la mirada. ¿me habré equivocado de día? Se preguntaba. Estaba tan confusa que no se apercibió de que una sombra se acercaba hacia ella por detrás. De repente todo se le volvió negro.

Despertó con un fuerte dolor de cabeza, y no solo por el impacto. Yacía colgada de los tobillos con sus brazos atados a una barra situada en el suelo, totalmente desnuda. El gentío se agolpaba a su alrededor insultándola. Tenía embotado el cerebro y no comprendía nada, solo que las cosas estaban poniéndose muy mal para ella... y no se equivocaba.

En su posición no podía percibir con claridad lo que iba a suceder a continuación. Varios hombres arrastraron una gran forja con un fuego en su interior. Varias antorchas estaban preparadas. Tocaba limpiar la piel de la cerda dejándola lisa y suave, sin pelo ni suciedad. Uno de los hombres tomó una de las teas, y el matarife, con un gran fuelle impulsaba la llama sobre la carne de Eowin, sin llegar a quemarla, claro, solo chamuscarla. Así todas sus vellosidades púbicas, anales y axilares, fueron desapareciendo convertidas en diminutos hilos retorcidos. Elowin soltaba alaridos como lo que era, una gran puerca. Entre gritos, los dos hombres dejaron su piel inmaculada de pelo, y preparada para rascarla con piedra pómez. A esas alturas la muchacha, todavía viva, daba estertores incoherentes, que volvieron a ser sonoros gruñidos cuando sus carnes eran castigadas con fuerza. Tras media hora, su poca morenez había desaparecido, y su piel lucía clara, casi blanca. Ahora tocaba la siguiente fase, el desangrado.

Mientras una pesada mesa con instrumental ad-hoc fue situada justo a su lado, preparada para el despiece.

El matarife oficiante, un experto sin duda, cogió una especie de faca, más bien una lanceta y se puso tras ella, y dio dos cortes a ambos lados del cuello, no demasiado profundos, cortando las femorales. Afortunadamente para Eowyn, aunque todavía viva, a partir de entonces no se enteró demasiado de lo que estaba sucediendo. Permaneció consciente mientras la sangre caía sobre la jofaina y notaba como la vida se le iba escapando poco a poco. A los pocos minutos empezó a desvariar, soñando con que el padre de todos los lobos la penetraba salvajemente por su ano. En realidad, era el matarife que le hincaba una estaca. Así, puede decirse que Eowin murió gozando

Cuando toda la sangre fue exhudada. Una vez desangrada se iba a practicar el vaciado. Trasladada a la mesa de matarife y puesta de lado, un afilado escalpelo se hundió entonces en la raja de su coño, para sajar todo su abundante cuerpo abriéndolo en canal. Las entrañas de Eowyn se extrajeron con cuidado con el fin de ser vaciadas y limpiadas para su posterior uso como tripa de embutido. Hábiles tajos desprendieron su aparato reproductor y arrancaron el estómago, riñones, hígado y el resto de órganos internos, yendo todos a parar a según qué recipiente. Lo menos útil para las criadillas y embutidos rojos con pimentón.

El resto ya es sabido... muslos y brazos para curar y ahumar, paletillas, lomo, solomillos, costillas. Los más de cien Kg. de Eowyn equivalentes a una buena y gorda puerca serían muy bien aprovechados por la comunidad de Rivendel que ya tan pocas reservas de proteína esperaban para el invierno. Aunque no llegaba a lo mínimamente necesario, sin duda aliviarían bastantes necesidades. Nadie hizo ascos a tan suculenta matanza a excepción de Samsagaz y Gandalf, que no quisieron ni una libra.

Ese invierno fue muy benigno para la aldea. Nadie pasó hambre ni se recordaron jamás embutidos más sabrosos.

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