Nuevos relatos publicados: 18

Fui iniciado por un médico (6)

  • 6
  • 39.401
  • 8,33 (15 Val.)
  • 4

Cuando llegué tuve una sorpresa: había otro señor en el departamento. Debía tener unos cincuenta años. Era gordo y de baja estatura, robusto, pelirrojo y de mirada penetrante que clavó en mí apenas me vio.

-Ésta es Jorgelina… -me presentó MI Señor. -¿Qué te parece, Ernesto?

Yo sentía arder mis mejillas de la vergüenza al ser presentado como una chica, pero también por la oscura y turbadora excitación que eso me provocaba.

-Dejame que la vea desnudita y después opino.

-Ya oíste, putita, ponete en bolas. –me ordenó Mi Señor y obedecí, claro, aunque vacilé un poco por la vergüenza de tener que mostrarme desnudo ante ese señor desconocido que me envolvía en una mirada larga y viscosa.

Sólo cuando estuve desnudo me di cuenta de que había una maleta sobre la mesa, que el visitante abrió y Mi Señor me ordenó que viera su contenido.

¡Era ropa de mujer!... faldas, blusas, vestidos… Incluso zapatos de tacos altos… ¡Y también ropa interior!...

-Las nenas deben vestirse de nenas, ¿no te parece, Jorgelina? –dijo MI Señor mientras yo no podía salir de mi asombro, de mi conmoción al saber que Mi Dueño quería hacerme vestir ropa de mujer…

-Perdón, MI Señor, es que… es que… ¡es que yo soy varón!... –protesté y entonces intervino el señor de la ropa: -Mmmmmhhhhh, Hipólito, la tenés muy malcriada a tu Jorgelina… Me parece que le está haciendo falta un poco de rigor…

-Me parece que sí, Ernesto, esta nena me está haciendo pasar un papelón, ¿qué sugerís?

-Que le demos una buena zurra en la cola y se la dejemos roja y ardiendo para que aprenda a comportarse.

-De acuerdo, Ernesto. –aprobó Mi Señor y yo me angustié al sentir, ante lo que me esperaba, una mezcla de miedo y curiosidad.

-No, no quiero que me peguen… -protesté casi lloriqueando pero sin demasiada convicción…

Mi Señor entonces me agarró de un brazo y mientras me zamarreaba me dijo con tono severo y mordiendo las palabras: -Oíme bien, nena tonta, vos no sos nadie para querer o no querer, vos sos nada más que una putita carne de verga. Si no te gusta ahí está puerta te vestís y te vas. ¿Está claro? Te doy cinco segundos para decidirte. –y empezó a contar mientras la angustia era un vendaval en mi interior…

-Cinco… -dijo Mi Señor y yo, avergonzado, humillado, murmuré al borde del llanto: -No… Está bien, Mi Señor, me… me quedo…

Mi Señor y el otro rieron al unísono y el visitante dijo: -Muy bien, Hipólito, a estas putitas hay que tenerlas a rienda corta y es más, cuando le calentemos el culito ya vas a ver cómo termina gustándole… Son todas iguales éstas y las conozco muy bien…

El otro puso la maleta en el piso y me ordenó que me inclinara sobre la mesa. Lo hice después de limpiar con el dorso de mi mano derecha algunas lágrimas que mojaban mis mejillas y esperé respirando fuerte por la boca mientras los oía hablar a mis espaldas…

-Tiene un culo hermoso tu nena, che… Y qué piernas…

-Sí, fue un hallazgo que le agradezco al Diablo, jejeje… No imaginé que existiera un chico como éste…

-Oíme, Hipólito, nunca nalgueaste a nadie, ¿no?

-Nunca…

-Bueno, entonces empiezo yo y vos mirá y aprendé…

-Dale…

Entonces recibí el primer chirlo en la nalga derecha… Ay, bien fuerte pega ese hombre y mi sensación fue rara, inquietante… Sentí un ardor intenso, pero ese ardor me resultó… ¿cómo decirlo?... delicioso… Me da vergüenza admitirlo pero no puedo negarlo… ¿Ustedes, lectores, me entienden?...

Bueno, lo cierto fue que ambos siguieron pegándome por turno, varios el señor Ernesto, varios chirlos Mi Señor y de pronto al señor Ernesto se le ocurrió que yo, después de recibir la palmada, debía decir: -Por nena insolente… -y lo dije a cada chirlo mientras iba sintiendo que el ardor de mis pompis aumentaba y que bien merecida tenía esa zurra por haber intentado oponerme a lo que Mi Señor quiere hacer conmigo… Había recibido cien chirlos cuando el señor Ernesto comentó entre risitas: -Mirá, Hipólito, qué lindo se ve el culo de tu nena así, coloradito…

-Más lindo que nunca, che, gracias por esta revelación, por este placer que yo desconocía… -dijo Mi Señor y después se dirigió a mí: -Bueno, Jorgelina, ¿vas a seguir retobándote?

-No… No, Mi Señor… -prometí lagrimeando y muy excitado…

-Muy bien, ¿vas a probarte la ropita de nena que yo elija?

-S… sí, Mi Señor…

-¡Perfecto!... –aprobó entusiasmado mi dueño y después de enderezarme tomándome del pelo le pidió al señor Ernesto ir viendo la ropa…

-¡Mirá, Hipólito! ¡mirá cómo tiene la verguita! ¡bien parada!... ¡Se calentó el nene con la zurra que le dimos!… ¡es una putita muy morbosa! -dijo el visitante y ambos rieron a carcajadas… -mientras yo me sentía cada vez más humillado y deseando que me tragara la tierra…

El visitante fue sacando de la valija y exhibiendo sobre la mesa las distintas prendas que yo miraba inquieto y tengo que reconocer que algo excitado también… ¿Cómo sería vestir esa ropa?...

-Me gusta éste, separalo… -dijo Mi Dueño refiriéndose a un vestido negro con breteles y al parecer bastante corto.

Eligió también dos shorcitos de jean, uno celeste y el otro blanco; algunas blusas de distintos colores y dos camisetas blancas sin mangas…

-Ernesto, dijiste que tenés ropa interior también, quiero verla… -pidió Mi Señor y yo me estremecí de pies a cabeza… “¡¿también eso voy a tener que usar?!” –pensé horrorizado…

Segundos después había sobre la mesa varios conjuntos de bragas y sostén de distintos colores…

-Fijate, Hipólito, no son tangas sino bombachas chiquitas, pero bombachas, porque con una tanga no se puede poner para atrás el pito, ¿entendes?...

-Claro…

-Y mirá los sostenes… -y el señor Ernesto tomó uno de color negro…

-Fijate en las tazas, son rígidas, de manera que cuando está puesto parece que hubiera tetas…

-¡Fantástico! –exclamó entusiasmado Mi Señor…

Yo temblaba sin poder controlar esa tormenta que me agitaba por dentro… ¡¿Qué estaba haciendo Mi Señor conmigo?!

-Bueno, che, creo que tenemos que vestirlo con algo de esto al nene, para ver cómo le queda, ¿no te parece? –propuso el señor Ernesto y sacó de la valija un par de zapatos negros de taco alto… -Creo que con estos zapatos le va a quedar perfecto el vestido…

Yo sentía arder de tal manera mis mejillas que pensé que podrían echar chispas en cualquier momento…

-Y debajo este conjunto de sostén y bragas negro también… -dijo el señor Ernesto y me alcanzó ambas prendas que tomé con mano temblorosa…

-Por favor… me atreví a suplicar…

-¿Qué pasa, Jorgelina? ¿querés otra paliza? Mirá que ésta va con cinturón… -me amenazó Mi Señor y yo, atemorizado, le pedí perdón…

-Y si no te alcanza con la paliza, te vestís y te vas, no quiero una sola tontería más, ¿oíste, putito?

-Sí, sí, Mi Señor, pe… perdón… No, no me… no me voy…

-¿Y por qué no te vas, putito?

-No sé qué… qué decir, Mi Señor… -murmuré en un balbuceo…

-Yo te voy a decir por qué no te vas… -me apremió pegando su cara a la mía: -No te vas porque no podrías vivir sin tragar verga, putito… ¡putita! ¡nena puta!

Fue tal la violencia psicológica que estaba sufriendo que ante sus insultos no pude contener el llanto…

-¡Mirá, Ernesto! ¡mirá cómo llora la maricona! –dijo Mi Señor y el otro lanzó una carcajada que me hirió en lo más profundo…

Entonces sentí algo muy fuerte en mi interior… Fue, como suele decirse, la gota que rebalsó el vaso… Soy gay, un putito, un chico al que le gustan los señores mayores, pero no soy una travesti y esos dos hombres querían convertirme en eso, querían disfrazarme… Entonces me rebelé, y sin pensarlo dos veces empecé a vestirme…

-¡¿Qué hacés, nena puta??! –se asombró el doctor Ridolfi…

-Me voy, doctor, yo no soy una travesti…

Los dos señores se miraron y después el doctor Ridolfi me dijo: -No, nene, esperá… Lo discutimos…

-No quiero discutir nada, doctor, me voy y listo… -y me fui sin que ellos pudieron impedirlo.

Llevo ya dos semanas sin verga y es muy duro. Me compré un sex toy, un vibrador y lo uso en el baño a la noche, antes de acostarme, pero no es lo mismo, claro. Me masturbo y hago caer mi semen en la palma de mi mano izquierda para después beberlo, pero no es lo mismo.

Extraño sentir el calor del semen en el culo y degustarlo en la boca antes de tragarlo. Tengo que conseguir otro señor, pero el problema es que soy muy tímido y me sería imposible tomar la iniciativa. Me queda solamente esperar que alguno me encare. Aunque a lo mejor tendría que animarme a insinuarme con la mirada en la calle o en algún bar.

¡Ay, una verga! ¡Por favor una verga!... ¡No aguanto más!...

Fin

(8,33)