Nuevos relatos publicados: 17

Días de Rotto: Jornada Habitual

  • 15
  • 15.794
  • 9,50 (2 Val.)
  • 0

Soy Rotto.  Ese es el nombre que me ha dado Amo Alexandrus.  No tengo claro el porqué escribo esto, solo he podido pensar que lo hago para practicar las lecciones que de vez en cuando me da Sheinka.  Escribiendo además puedo recordarla aunque casi no la vea y, por otro lado, de esta forma, llevo algún registro de lo que me ocurre cada día.

Empezaré entonces por lo que sucedió hoy mismo, aunque no haya sido nada especial.  En la mañana me levanté a la hora de siempre y como de costumbre me puse de rodillas al lado del lecho de Amo Alexandrus.  Tardó menos que todos los días en despertarse y de inmediato me dio la primera orden:

—  ¡Alíviame!

—  A su mandar Amo – le respondí con timidez, al tiempo que corría el borde de su sábana con mucha delicadeza.

Su verga estaba bien gorda pero aparecía fláccida.  Sin dilación me incliné y se la besé.  Amo Alexandrus exige que los esclavos le prodiguemos idéntica caricia antes de entregar nuestra boca para su uso.  Ese es un gesto de adoración y sometimiento que le debemos a su asta viril.

Enseguida de besársela, la tomé con delicadeza y me la llevé a la boca.  Apreté mis labios en torno a la gruesa verga y me dediqué a darle un suave masaje lingual para acabar de descapullarla.  Noté como se iba poniendo dura al tiempo que Amo Alexandrus se reclinaba un poco sobre el costado y aflojaba su esfínter para de inmediato soltar un potente chorro de meo que fui tragándome con toda la maestría que me permiten los largos años de adiestramiento que he obtenido durante el tiempo que llevo aliviando de la misma forma las urgencias matinales de mi Dueño.

La vejiga de Amo Alexandrus parecía estar más llena que de costumbre, así que al terminar de tragar su meo, la náusea que sentí esta mañana fue más profunda.  Para cualquiera, así sea un esclavo como yo, resulta muy desagradable que su primer alimento de la mañana sea el meo de otro, así ese otro sea el propio Amo Alexandrus.

Tragué hasta la última gota de meo pero me quedé quieto, con toda la verga de Amo Alexandrus en mi boca.  Él no me había dado ninguna orden.  Al cabo de unos cuantos minutos, tenía una erección de caballo y yo seguía con ella metida casi hasta mi garganta.  Sentí entonces un leve tortazo en mi cabeza, que es la forma en como mi Dueño me ordena que le haga una mamada.

No es raro que luego de mear en la mañana, enseguida Amo Alexandrus me ordene mamársela.  Pero no logro acostumbrarme muy bien a tener que tragar una gran porción de semen además de todo su meo.  Ese es un desayuno poco apetecible.  Sin embargo sé muy bien que soy un esclavo.  No se me admitiría ni la más mínima reticencia a obedecer.

Así que con docilidad y todo el servilismo de que soy capaz me dediqué a mi oficio.  Mi lengua y mis labios están bien adiestrados para el placer del Amo.  Si en un esclavo cupiese la vanidad, se podría decir que soy el mejor mamando la enorme verga de Amo Alexandrus.  Y eso que somos muchos los esclavos y esclavas que mamamos la verga de Amo Alexandrus.

En ese momento me vino al pensamiento Sheinka.  Imaginé que Amo Alexandrus le follaba su linda boca y por poco pierdo el ritmo de la mamada.  Aunque ella es una esclava igual que yo, el solo pensar que el Amo vaya a usarla me duele mucho.  Pero no puedo ser estúpido.  Tarde o temprano Amo Alexandrus va a descubrir la belleza de Sheinka y va a querer usarla; eso es inevitable.  Aunque muy dentro de mí espero y les clamo a los dioses que eso no ocurra.

Sin dejar de aplicar mis labios con maestría sobre la dura verga y de lengüetearla con delicadeza y algo de velocidad, traté de sacar de mi mente esos pensamientos.  Me ayudó mucho que en esas entró una esclava con el desayuno para Amo Alexandrus.  Así pude concentrarme mejor en mi trabajo.  Pero mi concentración no me duró demasiado.

La esclava vino a ponerse de rodillas a la cabecera del lecho para ofrecerle el desayuno a nuestro Dueño.  Sin que me atreviera a mermar el ímpetu de mi labor, me percaté que miraba de reojo contemplando mi tarea.  Seguramente me estaría envidiando, pues todas las esclavas – incluso a Sheinka se lo he oído – alaban entre ellas la gran belleza de Amo Alexandrus.  De buena gana le hubiera cedido mi puesto a la esclava del desayuno, pero sé muy bien que no puedo hacer nada que no me ordene mi Dueño.

El Amo empezó a comer despacio mientras yo seguía con mi tarea y la esclava no dejaba de echarme furtivas miradas.  En ese momento me volvió al pensamiento Sheinka.  Me hubiese avergonzado mucho que la esclava que estaba allí fuese ella.  Casi me resulta insoportable la idea de ser usado por Amo Alexandrus en frente de Sheinka.  Si eso pasara me sentiría demasiado humillado.  Aunque esas son puras estupideces mías, muy bien sé que un esclavo es simplemente un objeto de uso para su Dueño.  Dicen que los esclavos no tenemos sentimientos, que somos como cosas.  Ojalá que eso fuera exacto.

Al fin Amo Alexandrus acabó de desayunar y la esclava salió de allí.  Debí mamar aún por un buen rato antes de que mi Dueño empezara a estremecerse con los primeros síntomas del orgasmo.  Terminó de correrse en mi boca y yo tragué sumisamente su espeso y abundante semen antes de prodigarle una suave y última mamada para limpiarle bien su verga.

Cuando se sentó en el lecho, antes de calzarle sus sandalias de baño, me incliné reverente y le besé los pies con servil adoración.  Siempre lo hago de esa forma, más ahora que he notado que Amo Alexandrus se encuentra especialmente tenso y cuando está en ese estado suele aplicarme dolorosos castigos.  Por esa razón no escatimo esfuerzos para que Él note mi diligencia y mi sumisión.

Lo seguí hasta el termarium y empecé a lavarlo a conciencia con el agua tibia que habían dispuesto ya el par de esclavos encargados de esa labor.  El agua estaba en su punto, pero aún así Amo Alexandrus me estampó un fuerte bofetón reclamándome por la temperatura del líquido.

Mientras le besaba la mano con la que me golpeó y le agradecía el castigo, recibí la orden de hacerles propinar quince azotes a cada uno de los esclavos que habían dispuesto el agua.  Me alegré de que yo mismo hubiese recibido tan solo una bofetada y me estremecí por el castigo que recibirían esos dos infelices.

Finalmente el baño terminó sin más incidentes y yo pude dedicarme a secar al Amo.  Como suelo hacerlo, me concentré en sus pies, pues he aprendido que si no se los dejo perfectamente secos, le van a tomar un fuerte olor y yo voy a ser el perjudicado, pues luego que lo descalce y deba lamerle sus plantas y entre sus dedos, seré yo mismo el que tenga que soportar tan repugnante aroma.

Al terminar lo vestí con su faldellín y su coraza de prácticas, sin olvidar ajustar muy bien sus sandalias.  Luego suspiré con alivio cuando lo vi irse al campo de entrenamientos sin que me propinara ningún doloroso castigo.  Enseguida fui a disponer lo necesario para hacer azotar a los esclavos del agua y sin querer quedarme a supervisar la ingrata tarea de Retajo – el esclavo que ejecuta los castigos que decide Amo Alexandrus –, me fui a las cocinas esperanzado en poder ver a Sheinka aunque fuese de lejos.

Los dioses me ayudaron.  No sólo pude ver a Sheinka, sino además cruzar un par de palabras con ella y aún más, me obsequió con un pequeño pastel de carne que había sustraído de las cocinas.  Ese pastel y una pequeña fruta, fueron mi verdadero desayuno de esta mañana.  No me atreví a contarle a Sheinka sobre lo que estoy escribiendo, aunque me preguntó si estaba practicando lo que ella me ha enseñado.

Me apersoné del arreglo de las habitaciones de Amo Alexandrus y luego fui a revisar que se hubiera cumplido con el castigo que Él les impuso a los esclavos del agua.  Los infelices tenían el lomo destrozado y sangrante y aún gemían atados a la columna de los azotes.

Hice que los desataran y les ordené que fueran pronto a lavarse y a disponer de nuevo el baño para Amo Alexandrus que ya no tardaba en llegar de sus prácticas.  Luego volví a las cocinas con el propósito de hacer que dispusieran la merienda para mi Dueño.

Amo Alexandrus no tardó en llegar.  Traía un gesto ácido en su rostro, lo cual me hizo temblar.  Sin siquiera pronunciar una palabra se encaminó derecho al termarium seguido por mí.  Al llegar allí, los dos esclavos del agua, que ya parecían haber concluido su tarea, se acercaron presurosos para humillar su cabeza ante el Amo, pero antes de que pudieran besarle los pies, recibieron sendas patadas que los hicieron gemir con terror.

En principio me dio la impresión de que Amo Alexandrus había recordado el incidente de la mañana al verles el lomo cruzado de azotes.  Pero no mencionó nada.  Se limitó a ordenarle a uno de los infelices que fuera hacia la tarima de los masajes y se doblara sobre ella.  Al ver al esclavo adoptar la posición ordenada por nuestro Dueño, caí en cuenta de lo que pasaría enseguida.

Me apresuré entonces a ir hacia el esclavo para ponerme de rodillas con mi boca a la altura de su culo y sin dilación le levanté el burdo sayo hasta dejarle el trasero al descubierto.  Lo sentí temblando y pensé que seguramente no era la primera vez que sería violado por Amo Alexandrus.  Me alegré de no estar yo en el lugar de ese miserable.  Aunque ya perdí la cuenta de las veces que mi Dueño me ha violado en los últimos dos años, no logro acostumbrarme a ello, pues además de resultarme demasiado doloroso, me hace sentir más humillado que cuando debo tragar su meo en las mañanas.

Amo Alexandrus recorrió con paso decidido la corta distancia que lo separaba de la tarima donde lo aguardábamos el esclavo del agua y yo.  Noté que su faldellín se levantaba a la altura del vientre y me percaté que traía una potente erección.  Su verga apuntaba amenazante hacia donde lo aguardábamos.

—  ¡Lubrícame! – me ordenó con sequedad.

Sin a penas darme tiempo para responderle, humedecí mis labios y adelanté mi rostro para poder engullir la enorme verga del Amo, claro que no si antes besársela.  Al empezar a masajeársela con la lengua, sentí que le vibraba con intensidad, por lo que deduje que su excitación era mucha.  Me compadecí un poco del esclavo del agua, pero de nuevo me alegré de no ser yo el que estaba a punto de ser violado.

Amo Alexandrus me dejó lamerle y mamarle la verga por un par de minutos, antes de apartarme de un empujón.  Seguidamente acercó su verga al ano del esclavo del agua y yo le ayudé a guiársela sosteniéndosela por un costado con mis labios, mientras que con mis manos trataba de abrir al máximo las bolas de carne del culo del infeliz.

Con su poderosa verga en posición, justo sobre el ojete del esclavo del agua, Amo Alexandrus arremetió con fuerza en un primer envite.  El infeliz no pudo menos que chillar al sentir su ano desgarrándose bajo la presión del enorme palo; sin embargo logró sostenerse en posición.  No haberlo hecho, como mínimo le hubiese costado la castración.

Con una segunda arremetida, la verga de Amo Alexandrus lo penetró casi hasta la mitad, mientras el esclavo no paraba de gemir con angustia.  Una nueva arremetida y el enorme palo por poco y desaparece en el culo del miserable.  Un hilillo de sangre empezó a brotar del desgarrado ano y tomó camino, deslizándose por la pierna izquierda del pobre esclavo del agua.

Sin dilación, Amo Alexandrus se inclinó un poco para agarrar al esclavo por los pelos y sosteniéndolo con fuerza, empezó a serrucharlo sin misericordia, mientras lo incentivaba para que moviera el culo al compas de la corta fusta que esgrimía en su mano derecha y con la que lo azotaba por las costillas con la misma impiedad con que lo estaba violando.

El pobre infeliz intentaba obedecer entre chillidos y suspiros, pero el Amo no le daba tregua.  Mientras lo clavaba sin miramientos, volvía a abrirle las heridas del lomo con la corta fusta que tan magistralmente maneja con su mano derecha.  De nuevo me compadecí del miserable y clamé a los dioses para que su tortura terminara pronto.

Pero mis súplicas no fueron oídas esta vez.  Amo Alexandrus parecía no tener intención de correrse tan pronto, así que mesuraba el ritmo de la clavada cuando seguramente presentía cerca el orgasmo.  Aquello duró por casi media hora, al cabo de la cual el Amo empezó a estremecerse, incrementó la velocidad con que penetraba el culo del esclavo y arreció los fustazos.

Finalmente, con un grito gutural, Amo Alexandrus empezó a correrse en el culo del esclavo, manteniendo su poderosa verga hasta lo más profundo de las entrañas del miserable.  Y cuando lo liberó, me apresuré a ofrecer mi boca para limpiarle el enorme palo, arrastrando con mi lengua y tragándome con sumisión, los restos de semen, sangre y heces.

Sé que esa tarea es asquerosa, pero la prefiero a la tortura de ser sodomizado por Amo Alexandrus.  Además que siendo yo su esclavo personal, estoy en la obligación de limpiar con mi boca su verga cada vez que Él viola a algún esclavo o a alguna esclava.  Esa es una de mis funciones, de las cuales no puedo evitar ninguna, so pena de ser sometido a un castigo verdaderamente doloroso.

Si tuviese la oportunidad de escoger, preferiría que Amo Alexandrus nunca violara a los esclavos y que más bien violara siempre a las esclavas.  Cuando lo hace con las hembras, el Amo casi siempre prefiere penetrarlas por el coño, por lo que cuando limpio su verga, sólo debo tragarme los restos de semen y alguna que otra gota de sangre, pero nada de heces.  Para mi desgracia, los dioses parecen haberle dado al Amo un mayor deseo por el culo de los esclavos que por el coño de las esclavas.

La tarea que me correspondió enseguida no fue ni mucho menos más agradable que la que acababa de ejecutar.  Casi tambaleándose luego del orgasmo y de tener su verga limpia gracias a la diligencia de mi servil boca, Amo Alexandrus se tendió sobre el reposatorium.

Ya estaba allí de rodillas a la cabecera del improvisado lecho, el esclavo que había venido con la merienda.  Mientras el portador de los alimentos empezaba a dárselos en la boca, Amo Alexandrus estiró sus piernas con impaciencia, requiriéndome para que lo descalzara e iniciara con el masaje lingual que acostumbra a exigir para sus pies luego de las prácticas en el campo de entrenamiento.

Sin perder tiempo me arrastré hasta el reposatorium y le indiqué al esclavo del agua que se acercara.  El infeliz no acababa de reponerse de la violación que sufriera hacía instantes, pero se apresuró a obedecer mi orden.  El ser el esclavo personal de Amo Alexandrus me da cierto grado de autoridad sobre los otros esclavos, lo cual agradezco a mi Dueño, por que me pone un poco por arriba de los demás servidores de la casa.

Sabiendo los dos lo que teníamos que hacer, descalzamos al Amo con movimientos sincrónicos y delicados, desanudándole las correas de sus sandalias para enseguida sacárselas y dejar libres sus pies, que aparecían a nuestra vista polvorientos y tan sudorosos, que el tamo se había convertido por partes en un limo gredoso y negro, que se adhería a sus plantas y se metía entre sus dedos.

Sin dilación alguna nos inclinamos para besar sus plantas y, por lo menos yo, sentí mi nariz ofendida por el fuerte aroma que despedían aquellos pies que tengo la obligación de lamer día por día.

No puedo detenerme en mis gustos, ningún esclavo puede hacerlo, por eso enseguida de posar nuestros labios sobre los pies de Amo Alexandrus, saqué mi lengua para empezar con el masaje que exigía mi Dueño.  Lo propio hizo el otro esclavo y entrambos nos dimos a repasar nuestra respectiva lengua por las suaves y sucias plantas de nuestro joven Amo, lamiendo con empeño para recoger la mugre que había allí y tragárnosla, hasta notar que el típico color sonrosado de la piel de las plantas del Amo aparecía ya limpio de cualquier limo.

Seguimos lamiendo las plantas aún por un rato, hasta que de allí fuimos a meter nuestra lengua entre los dedos para continuar con nuestra tarea de tragar toda la mugre olorosa que cubría los pies de nuestro Dueño.  Ya Amo Alexandrus dormía plácidamente con un suave ronquido y nosotros no parábamos de lamer sus pies con empeño, como corresponde a dos buenos esclavos, dedicados con ardor a servir al Amo con toda obediencia y sumisión.

Casi una hora después despertó Amo Alexandrus.  Lo lavé con esmero y lo vestí con el traje de la cena.  El resto del día transcurrió sin mayores incidentes.  Por la noche, antes de dormir, me estuve por un gran rato echado a los pies de mi Dueño, calentándoselos con mi aliento mientras Él leía.  Finalmente lo ayudé a desnudarse para ir al lecho.

(9,50)