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Ingenioso Castigo

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Manuel abandonó su ejercicio de pintura y tomo el móvil con desgano.  Al otro lado de la línea oyó la voz de Hans, el jefe de seguridad del restaurante cercano a su casa.

—Hola muchacho… – le dijo Hans con jovialidad –…apuesto a que te estas muriendo de aburrimiento…

—No me fastidies ahora cabrón… – le respondió Manuel –…que estoy en mi ejercicio de pintura…

—¡Que aburrido! – exclamo Hans.

—Que no me fastidies te he dicho – le espeto Manuel a punto de cortar la llamada.

—Espera muchacho…no me cortes… ¿recuerdas lo que me dijiste el otro día de tu fantasía de apalear al Rata?

—Ajá – respondió Manuel empezando a interesarse.

—Pues necesito que me des una mano.

—Explícate cabrón que no tengo todo el día para escuchar tus ocurrencias – le respondió Manuel con sequedad.

El Rata al que se refería Hans era un muchacho como de diecinueve años, drogadicto e indigente, que rondaba por los lados del restaurante implorando por las sobras que dejaban los clientes o suplicándole a los transeúntes por una moneda.

Pero de unos días para acá las cosas se le habían puesto difíciles al infeliz, pues Hans le había prohibido a los auxiliares que le dieran nada.  Hasta que casi muerto del hambre, el Rata había encontrado una vía de acceso a la cocina y en las noches se metía a hurtadillas para hartarse con todo lo que encontraba, antes de salir de allí de la misma forma en como entraba.

Sin embargo, aquel día el Rata había cometido un error.  Habiendo encontrado abandonada sobre una de las mesas de la cocina una costosa botella de vino, decidió agasajarse luego de tener la barriga llena de bocadillos que el mismo se había preparado.

Se sintió tan a gusto luego de paladear toda la botella de vino, que no pensó en el peligro que corría si era descubierto, y se quedo dormido sobre el enlozado de la cocina, en donde lo descubrió Hans a primera hora de la mañana.

Sin darle tiempo a nada, el enorme jefe de seguridad del restaurante se hizo con el Rata y lo llevo a empujones hasta un recinto en el sótano, muy apropósito como para ocultar cualquier cosa de miradas indiscretas.  Ya allí, esposo por las manos al infeliz a un grueso tubo adosado al muro y se marcho dejándolo en la más completa oscuridad.

El Rata grito, suplico, chillo, pido auxilio con desesperación, oro y lloro.  Pero nadie podría haberse percatado de su presencia por lo recóndito del escondrijo en donde lo había dejado Hans.

Las horas pasaban y el infeliz sumergido en las tinieblas sentía que su desesperación aumentaba al presentir que algo muy malo iba a sucederle.  Para completar, la resaca que le había quedado luego de la ingesta de la botella de vino, le tenía la lengua seca como una estopa y hubiera dado lo que fuera por poder probar algunas gotas de agua.

Pero lo peor le vino al Rata cuando sus tripas empezaron a crujirle y a retorcérsele, preparándose para evacuar los residuos de la opípara comida con la que se había obsequiado la noche anterior.  Sin tener ni siquiera la posibilidad de sacarse los pantalones y mucho menos de contar con un sitio adecuado para descargarse, el infeliz apretó el culo por horas, tratando de pensar en otra cosa que no fuera su angustiosa necesidad de cagar.

Finalmente, sin poder resistir más, sintió que una masa pastosa y fétida se le salía despacio por el ano y le llenaba el viejo y sucio calzoncillo.  Sin poder contenerse se echo a llorar y en ese preciso instante también su vejiga se vació empapándolo de un líquido caliente y casi tan fétido como su mierda.

Serian como las seis de la tarde cuando Hans volvió a aparecer por allí en compañía de Manuel.  El Rata llevaba casi doce horas esposado en aquella especie de calabozo y cuando el jefe de seguridad encendió la única bombilla que había allí, el miserable aun seguía llorando desconsoladamente al considerar su asqueroso estado e invadido de aterradores pensamientos.

Minutos antes, con la perspectiva de apalear al Rata, según se lo había dicho Hans en la conversación telefónica que habían tenido, Manuel cruzo a la carrera los veinte metros que separaban su casa del restaurante y siguió al jefe de seguridad hasta donde estaba el miserable.

Al verlo en el estado en que estaba, el chico sonrió con malignidad y de inmediato empezó a fantasear con todo el sufrimiento que iba a poder infligirle a aquel desecho humano que un par de semanas atrás se había atrevido a perseguirlo con la intención de apalearlo, respondiendo así a una “generosa” oferta que le había hecho el chico.

Y es que la historia del Rata y de aquel chiquillo al que le llevaba al menos cinco años de vida, había tenido inicio algunos meses atrás, cuando el indigente empezó a rondar por la zona del restaurante.

Desde el principio Manuel se había sentido atraído por la actitud del infeliz que andaba por ahí suplicando por un mendrugo de pan o por una moneda y para hacerlo se ponía de rodillas a los pies de los transeúntes.

Al chico le maravillaba ver al Rata de rodillas a sus pies y más le fascinaba lanzarle alguna moneda al suelo para verlo como en prueba de agradecimiento por la limosna, el infeliz se inclinaba y le limpiaba los zapatos sobándoselos con sus propias manos.

La superioridad que sentía Manuel ante el Rata al verlo en esa actitud tan sumisa y tan servil, le despertó la imaginación al chico y empezó a fantasear con que el indigente era su esclavo y, en consecuencia, el podría hacer del infeliz lo que se le ocurriera.

El Rata, por su parte, no desperdiciaba oportunidad para arrodillarse a los pies de Manuel, pues sabia de cierto que el chico nunca dejaba de compensar su suplica lanzándole una moneda al suelo.

Las cosas llegaron a tal punto que Manuel empezó a exigirle al Rata que en vez de limpiarle los zapatos con las manos, se los limpiara con la lengua.  El infeliz, no muy convencido de caer tan bajo pero siempre necesitado de las monedas que le obsequiaba el chico, termino por plegarse dócilmente a su capricho y así, luego de recoger la respectiva limosna, se inclinaba y le prodigaba sendos lametazos al calzado del adolescente.

Habiendo logrado que el Rata se plegara a semejante humillación, Manuel imagino que sería cuestión de ofrecerle algo más que una moneda para hacer que el infeliz complaciera una de sus mas alucinantes fantasías.

Fue así como un par de semanas antes de que Hans descubriera al Rata en la cocina del restaurante, el chico le había hecho una oferta que nunca pensó que el infeliz fuese a rechazar de manera tan airada.

Viendo con satisfacción como el Rata le lamia las zapatillas para agradecerle la moneda de aquella ocasión, Manuel le soltó la consabida oferta:

—Voy a triplicarte la limosna que te doy cada vez… – le dijo el chico –…pero tendrás que mamarme la verga cada vez que te lo ordene.

Aquello ya fue demasiado para el Rata, pues a pesar de toda su miseria y de su conducta sumisa y servil, el indigente consideraba ofensa capital el que se dudara de su hombría.  El peor insulto que se le podía dedicar al mendigo era llamarlo maricón.

Y eso de que Manuel pretendiera ponerlo a mamarle la verga, era peor que todos los insultos, era mucho peor que saber que el chico despreciaba su hombría.  Así que sin pensárselo, el Rata salto como impulsado por un resorte y agarro al chico por el cuello, con la evidente intención de molerlo a golpes.

Pero Manuel, aunque sorprendido, era demasiado ágil, así que antes de que el Rata lograra golpearlo, el chico le asesto al mendigo un violento puñetazo en la nariz, haciéndolo tambalearse y obligándolo a liberarlo.

Libre de las manos del Rata, Manuel puso pies en polvorosa y se encerró en su casa, seguido de cerca por el mendigo, que pretendía agarrarlo para vengar ya no solo la ofensa que había recibido sino además aquel golpe que le había hecho sangrar la nariz y ver a los mil demonios del dolor.

Después de ese episodio, el Rata intento un par de veces más atrapar a Manuel para apalearlo, hasta que tuvo que intervenir Hans para amenazar al indigente con matarlo a golpes si se atrevía a tocar un solo pelo del chico.

Así las cosas, las bravuconadas del Rata y sobre todo el desplante de que lo había hecho objeto, fueron lo que le produjeron a Manuel el deseo de apalear al infeliz, tal y como se lo había confesado unos días antes a su amigo Hans.

Y ahora tenía allí al miserable, esposado, hecho una miseria más asquerosa que de costumbre, llorando como un crio y completamente indefenso.  Iba a saciarse apaleándolo, iba a machacarlo de tal forma que al final vería al infeliz suplicándole por mamarle la verga para lograr algo de clemencia.

Hans leyó el pensamiento del chico y tomándolo del brazo dio con él unos cuantos pasos para explicarle lo que esperaba del castigo que recibiría el Rata:

—Quiero que lo machaques al máximo…pero no puedes dejarle marcas.  No puedo arriesgarme a que el miserable demande al restaurante.

Manuel puso cara de pocos amigos.  ¿Cómo diablos iba a poder machacar al infeliz y al mismo tiempo no dejarle marcas?

—Vamos… – le dijo Hans –…tu eres demasiado ingenioso.  Idea algo bien doloroso…pero que no le deje marcas…puedes castigarlo según su pecado…

Manuel recobro su maligna sonrisa.  Ya estaba empezando a imaginar lo que le haría al Rata.  Después de todo era verdad que el chiquillo era inventivo.  No por nada era capaz de plasmar aquellas pinturas tan surrealistas.

—Por ahora habrá que limpiar al hijo de puta… – dijo el chico –…con lo asqueroso que esta me da nausea acercármele…

Hans sonrió.  Y sin pensárselo se fue hacia la bodega para hacerse con una manguera, elemento indispensable para lo que requería Manuel.  El chico entre tanto se quedo solo con el Rata y aprovecho para empezar darle rienda suelta a su deseo de machacarlo…sin dejarle marcas, como le había advertido el jefe de seguridad.

Se le acerco al infeliz haciendo muecas de asco y lo contemplo por unos instantes.  Al verlo sentado en el suelo humedeciéndose los labios resecos, le vino a la mente una idea que lo hizo sonreír y que de inmediato puso en práctica.

—Te estarás muriendo de sed… – dijo el chico.

Y el Rata le respondió con un movimiento afirmativo, sin imaginarse siquiera a donde quería llegar Manuel.

—Pues si te apetece, yo puedo darte de beber…

—S-i…p-o-r f-a-v-o-r… – musito el miserable.

—Lo hare pero con una condición: que cierres los ojos y abras la boca… – dijo el chico.

La sed que lo abrasaba le impido al Rata preguntarse por la razón de tan inusual condición.  Así que sin pensárselo hizo lo que Manuel le pedía.  De inmediato el chico bajo un poco el borde de su pantalón deportivo y sacándose la verga morcillona, apunto hacia la boca abierta del Rata y le soltó un potente chorro de meo que impacto directo en el paladar del infeliz.

El Rata alcanzo a tragar algo del caliente y oloroso liquido, pero al percatarse del sabor salobre que tenia, abrió los ojos y se encontró con que Manuel estaba meandolo.  Aquello le causo tal nausea y tal desesperación, que de inmediato cerro la boca y se debatió tratando de impedir que el meo del chico lo salpicara.

Pero la defensa del infeliz fue inútil y Manuel, en medio de carcajadas, acabo de vaciar su vejiga sobre la cabeza y el rostro del Rata, que impotente se soltó a llorar nuevamente al tiempo que mascullaba insultos contra el chico.

En esas venia Hans provisto con la manguera y al contemplar aquella escena se desternillo de risa viendo los aspavientos del Rata y oyendo los lloriqueos y los insultos que el miserable le dedicaba a Manuel.

Mientras acababa de sacudirse la verga muy cerca del rostro del Rata, Manuel vio por unos instantes a Hans casi morado de la risa y le dijo:

—Pero para lavar bien al hijo de puta hay que sacarle los harapos…y yo ni de vainas le meto mano con lo asqueroso que esta…

Hans soltó una nueva carcajada y sin chistar se acerco al Rata y con sus fuertes manos le rasgo los harapos, desnudándolo por completo y sin poder evitar las muecas de asco que le provocaba la fetidez del infeliz.

Sin casi esperar a que su amigo se apartara de allí, Manuel apunto la manguera hacia el Rata y le disparo un chorro de agua tan potente que el infeliz sintió como si lo estuvieran golpeando con la punta de una varilla.

Entre lloriqueos e insultos el Rata intento ponerse en pie, pero la potencia del chorro de agua le impidió levantarse, haciéndolo resbalar y caer y otra vez de culo sobre el suelo del calabozo.

Los aspavientos del infeliz y sus frustrados intentos por ponerse en pie constituyeron una hilarante diversión para Hans, quien en medio de carcajadas instigaba a Manuel para que apuntara la manguera a una u otra parte de la anatomía del Rata y redoblaba su risa al ver al miserable intentando defenderse de aquel ataque liquido que estaba recibiendo.

En menos de nada la fuerza del agua había limpiado muy bien al Rata, pero la diversión que le causaba aquello a Hans, hizo que Manuel prolongara el lavado por casi diez minutos, hasta que se harto y encarándose con el jefe de seguridad le dijo:

—Si voy a machacar al hijo de puta pero no puedo dejarle marcas, voy a tener que pensar cómo hacerlo…y ahora no tengo muchas ideas…será mejor esperar a mañana y luego de terminar el cole vengo…

—Pues si tú lo dices… – dijo Hans –…además así este ladrón tendrá más tiempo para arrepentirse de su pecado.

Acordado aquello, Manuel y Hans se fueron de allí dejando al Rata en la más absoluta tiniebla, hipando de frio, completamente humillado y sin saber aun el castigo que le reservaba aquel perverso chiquillo al que tanto había aprendido a odiar.

Las horas que siguieron fueron un verdadero infierno para el Rata.  Entre tanto, para Manuel fueron un espacio apropiado de tiempo para idear la manera en como castigaría al infeliz, provocándole el mayor sufrimiento posible sin dejarle marcas.  Con cada detalle que imaginaba el perverso adolescente sonreía con malignidad y un estremecimiento le recorría el cuerpo concentrando una especia de potente energía en su juvenil verga, que de inmediato se erectaba con arrogancia.

Al atardecer del día siguiente Manuel se dispuso a regresar al restaurante para ejecutar su plan de castigo que tan detalladamente había estado ideando.

Antes de salir de casa fue a la cochera y esculco entre los bártulos hasta encontrar lo que buscaba.  Entonces se fue al restaurante provisto con un aro de metal como de ocho centímetros de diámetro y cinco centímetros de ancho y con perforaciones a los lados.

Llegado al lugar se encontró con un sonriente Hans que de inmediato se fue con él al sótano en busca del Rata, quien al parecer estaba a punto de empezar a sufrir el atroz castigo que había ideado el chico.

El infeliz llevaba ya casi treinta seis horas en una angustiosa situación, esposado al grueso tubo y mantenido en absoluta tiniebla y, a esas alturas, de nuevo muriéndose de hambre y sed, además de que se había vuelto a mear y a cagarse encima, de tal modo que chapoteaba en un charco fétido de sus propias inmundicias.

Tan pronto encendieron la bombilla y para deleite de Hans, se dieron cuenta del estado del miserable ante lo cual Manuel debió lavarlo nuevamente disparándole agua a presión con la manguera mientras el jefe de seguridad se torcía de risa viendo los aspavientos que hacia el infeliz para intentar defenderse del potente chorro que lo golpeaba por todo el cuerpo.

Terminada la operación de aseo, Manuel le entrego a Hans una hoja de cuaderno con un listado de las cosas que requería para darle curso al castigo del Rata.

Al leer aquella lista el jefe de seguridad no sabía si asombrarse o torcerse de risa, aunque no tenía ni idea del castigo que el chico se proponía aplicarle al Rata, pues aquello que le pedía Manuel era por lo menos peculiar: unas cuantas correas, cuerdas, un banco de madera, al menos diez kilos de una mezcla de harina y sal, un huevo duro, una salchicha, unos cuantos litros de agua mineral, un poco de aceite, un cazo, guantes de látex y una cuchara.

—Y me traes también una silla, que no voy a estarme todo el tiempo de pie… – le grito el chico al jefe de seguridad cuando este ya salía del sótano.

Ido Hans a cumplir con su encargo, Manuel se encaro con el Rata y le incremento un poco mas su estado de angustia.

—Ya que no quisiste mamarme la verga cuando te ofrecí pagarte, ahora vas a ver cómo te convierto en un puto muy obediente…y sin paga…

El Rata se debatió y sin considerar su estado de indefensión, desnudo, esposado al tubo, sentado en el suelo con las piernas estiradas y en actitud desafiante, le soltó al chico una sarta de insultos de lo más procaz.

Manuel no se inmuto.  Sonrió con malignidad y mirando al infeliz a los ojos, adelanto su pie derecho y con un ágil movimiento se lo descargo sobre los cojones aplastándoselos contra el suelo.

El Rata abrió la boca hasta donde le dieron las mandíbulas, tratando de exhalar un alarido que se ahogo en su garganta debido a que el increíble dolor que le había provocado el pisotón lo había dejado sin aire.

Regocijado con el sufrimiento que le había causado al infeliz, pero sin querer dejar pasar la oportunidad, mientras seguía aplastándole los huevos con la suela de su zapatilla, con la mano izquierda echo mano de los pelos del Rata para sostenerle la cabeza y con la derecha libero ágilmente su verga erecta para enseguida acercársela a los labios.

—Si no quieres que acabe de aplastarte los huevos me vas a tener que besar la verga…

En el colmo de la desesperación, sintiendo que perdía el sentido y que le faltaba el aire, al Rata no le quedo más opción que estirar un poco sus labios para besar la erecta verga de Manuel, que a esas alturas ya rezumaba una buena cantidad de precum.

—¿Ves como te vas convirtiendo en un puto obediente? – le espeto el chico mientras el infeliz seguía besándole la verga casi con desesperación.

En esas llego Hans provisto de todo lo que Manuel le había encargado.  Y al ver aquella escena no pudo evitar sobrecogerse al imaginar el terrible dolor que estaría sintiendo el Rata con sus huevos aplastados bajo el pie del chico.

—¿Trajiste todo lo que te pedí? – le pregunto Manuel al verlo allí y al tiempo que se guardaba su verga y soltaba los pelos del Rata.

Hans asintió señalándole la bolsa y la silla que había acarreado desde la cocina.  Sin más, Manuel le ofreció el aro metálico que había traído desde su casa y le ordeno:

—Toma las cuerdas y anúdalas a los pequeños agujeros de los lados.

El jefe de seguridad hizo lo que el chico le pedía y cuando el aro estuvo provisto de las cuerdas, Manuel le pidió:

—Ahora aprovecha que el hijo de puta esta sin fuerzas y métele el aro en la boca, de tal manera que le quede bien abierta y no pueda cerrarla.

Hans intento hacer lo que Manuel le pedía, pero el Rata aunque sin fuerzas, cerro su boca trabando las mandíbulas de tal manera que el jefe de seguridad no pudo cumplir su cometido.

Al ver infructuosos los esfuerzos de su amigo, el chico no tuvo remilgos en volver a aplastar los huevos del infeliz con su pie.  De esa forma logro que abriera de nuevo la boca a tal punto que Hans, no sin esfuerzo por el diámetro del aro, pudiera insertarle el instrumento como quería Manuel.

Según como se lo indico el chico, el Jefe de seguridad anudo firmemente las cuerdas que pendían del aro atrás de la cabeza del Rata, dejándole fija aquella extraña mordaza.

—Ahora solo falta fijarle la cabeza con las correas – dijo Manuel.

Y Hans hizo lo que el chico le decía, logrando que la cabeza del Rata quedara casi adosada al tubo del que estaba esposado por la presión de las correas que le paso por la frente y por el cuello.

Manuel observo por unos instantes al infeliz y calculo que aun no estaba en la posición en que lo requería, pues con el cuello recto, seguramente el Rata tendría la oportunidad de escupir todo aquello que le metieran en la boca.  Así se lo dijo a Hans y el diligente jefe de seguridad soluciono el problema de inmediato.

Acarreo hasta el calabozo un pesado bloque de concreto que tenía un par de anillas y parecía estar olvidado e inútil al otro extremo del sótano.  Ya que aquel bloque tenia la altura requerida, aflojo las correas desatando la cabeza del Rata y obligándolo a torcerse un poco, empezó a fijársela nuevamente pero ahora sobre el bloque aprovechando para ello las anillas que tenia este.

El Rata quedo ahora con la cabeza reclinada y fija sobre el bloque de concreto.  Manuel quedo satisfecho con el trabajo de Hans y sin esperarse ni un minuto decidió probar la efectividad de la posición que el jefe de seguridad le había obligado a adoptar al miserable.

Situándose frente al infeliz y con sus piernas abiertas, Manuel saco de nuevo su verga semierecta y la apunto a la boca del Rata, que imposibilitado esta vez para cerrarla, tuvo que ver con angustia lo que se disponía a hacer el chico.

—Estarás sediento… – le dijo Manuel con sorna –…pues ahora sí que voy a darte de beber de verdad.

Y sin más empezó a mear entre la boca del miserable, que evitando a toda costa ahogarse con el caliente y oloroso meo del chico, se lo fue bebiendo a grandes tragos, sin dejar que se derramara ni una sola gota.

Hans no pudo evitar torcerse de risa al observar tan cruel cabronada.  Y entre carcajadas alababa la inventiva de Manuel para de verdad hacer sufrir y humillar al infeliz ladronzuelo que por disfrutar de una botella de buen vino estaba pagando un alto precio.

Luego de sacudirse la verga sobre el rostro del Rata, Manuel le pidió a Hans que le diera la salchicha que debió traer el jefe de seguridad con todas las otras cosas de la lista.

Satisfecho el chico con la primera prueba al comprobar que el infeliz efectivamente tenía que tragarse todo lo que le echara en la boca gracias a la posición en la que había quedado, quería ahora cerciorarse de que no fuera capaz de vomitar.  Así que blandiendo la salchicha ante los alucinados ojos del Rata, le explico:

—Ya te dije que voy a hacer que te conviertas en un puto muy obediente…y cuando me la estés mamando quiero que te la metas bien hasta el fondo para que me hagas disfrutar…así que te voy a adiestrar con esta salchicha para que no tengas problemas cuando te estés comiendo mi verga entera…

Hans volvió a explotar en carcajadas ante la ocurrencia del chico, quien sin preocuparse por la hilaridad de su amigo, introdujo la salchicha a través de la peculiar mordaza que mantenía al Rata con la boca desmesuradamente abierta, haciendo que el embutido le atravesara la úvula y le penetrara la garganta.

Los ojos del infeliz se le inundaron de lágrimas y una sucesión de fuertes arcadas le contrajeron el vientre dolorosamente.  Pero sería por que a esas alturas ya el Rata tenía sus tripas vacías, o seria por que el miserable era consciente de que de regurgitar se ahogaría, el caso es que no vomito y en cambio la boca se le lleno de una espesa y abundante baba.

Manuel sonrió al contemplar la expresión de sufrimiento del Rata y se estuvo un buen rato penetrándole la garganta con la salchicha.  Hasta que se harto de ello y decidió seguir con otra etapa de su plan.

—Lo que te hare ahora te va a gustar mucho… – le dijo el chico al infeliz –…con lo maricón que eres seguro que lo vas a disfrutar…

Enseguida le ordeno a Hans que levantara al Rata por las piernas y el mismo acomodo el banco de madera debajo de la cintura del infeliz, dejándolo casi acostado con la cabeza reclinada y fija sobre el bloque de concreto.

—Ahora levántale las piernas y sepáraselas bien – le ordeno a Hans.

Y mientras el jefe de seguridad hacia lo que le pedía, dejando al Rata con el ano bien expuesto, Manuel se puso los guantes de látex, se froto las manos con un poco de de aceite y sin ninguna dilación y también sin ningún miramiento, le metió por el culo los dedos índice y corazón de su mano derecha.

El Rata intento debatirse un poco y gruño con desesperación al sentirse violado de semejante forma, pero las ataduras y la fuerza de Hans le impidieron oponer la menor resistencia a la operación que con algo de torpeza pero con mucha determinación estaba ejecutando Manuel.

Por casi diez minutos el chico se estuvo introduciendo y sacando alternativamente sus dedos del ano del Rata, dedeándolo sin clemencia, al tiempo que Hans se desternillaba de risa y el infeliz gruñía con angustia pero sin poder defenderse de aquella violación.

Hasta que al fin Manuel considero que ya el agujero del infeliz estaba lo suficientemente dilatado como para hacer lo que se proponía enseguida.  De inmediato tomo el huevo duro que había traído Hans con las otras cosas e intento introducírselo por el ano al Rata, pero el miserable concentrando todas sus escasas fuerzas contrajo el anillo rectal lo suficiente para impedir la nueva invasión a su cuerpo.

Manuel se impaciento y amenazo al infeliz con violarlo salvajemente si no dilataba el ano lo suficiente para lograr introducirle el huevo, pero no logro convencerlo, aunque tampoco se atrevió a cumplir su amenaza.  En cambio de ello dejo el huevo a un lado y volvió a meterle, esta vez tres dedos de su mano derecha, y se dedico a dedearlo de manera brutal, al tiempo que el Rata babeaba y gruñía desesperadamente y Hans se torcía de risa e instigaba al chico para usar de mayor violencia en la labor que lo ocupaba.

Aquellos manejos tuvieron efecto, pues el ano del Rata quedo tan dilatado, que ya sin dificultad el chico pudo introducirle el huevo duro, empujándoselo con los dedos hasta que ya casi no lograba tocarlo, de lo profundo que se lo había enquistado en las entrañas al pobre miserable.

—Ahora vas a terminar de sellarlo tu – le dijo el chico a Hans.

Y ante aquella orden tan extraña Hans debió preguntarle a Manuel a qué diablos se refería.

—Ya yo le selle el culo con el huevo – dijo Manuel – ahora tú tienes que sellarle la polla con una cuerda…

Hans creyó comprender lo que quería el chico, así que tomando un trozo de cuerda se dispuso a enlazar con ella la polla y los huevos del Rata, que presentaban una considerable inflamación gracias a los pisotones con que lo había obsequiado Manuel.

Y mientras el jefe de seguridad anudaba firmemente las partes del infeliz, el chico le explico por donde iba la cuestión:

—El pobrecito se estará muriendo de hambre… – comento Manuel con sorna –…así que le voy a dar de comer…pero no quiero que se le salga nada…ni por el culo ni por la polla…

Hans rio con ganas por la nueva ocurrencia del chico, al tiempo que terminaba de anudarle los huevos y la polla al Rata y se disponía ahora a cerrarle las piernas para atarlo por los tobillos y las rodillas, de tal manera que el miserable se viera imposibilitado para expulsar el huevo que tenia metido en el culo, haciendo así completamente efectivo el sello que le había puesto Manuel.

Una vez dispuesto el cuerpo del Rata según los requerimientos de Manuel, el chico se arrellano en la silla que le había traído Hans y tomo una de las botellas de agua mineral para empezar a beberla a grandes tragos.  Vaciada la primera botella, tomo otra y así hasta cuatro botellas, casi tres litros de agua mineral.

Pasados unos cuantos minutos durante los cuales Hans observaba expectante las acciones del chico, Manuel sintió su propia vejiga llena a rebosar.  Sin mediar palabra tomo el cazo y acomodándolo sobre el bloque de concreto, muy cerca del rostro del Rata, empezó a mear en el recipiente de manera tan copiosa como si hiciese dos días que no se descargaba.

A continuación vertió parte de la mezcla de harina y sal en el cazo y revolvió todo aquello con la cuchara, hasta lograr una pasta acuosa y repugnante, que enseguida empezó a verter entre la boca del Rata, observando complacido como el miserable se veía obligado a tragar aquella asquerosa pitanza, con los ojos desorbitados y llenos de lagrimas.

Y mientras vaciaba el cazo en la boca del Rata, seguía bebiendo de las botellas de agua mineral, de tal suerte que cuando termino con todo el contenido del recipiente entre la boca del infeliz, ya tenía ganas de mear nuevamente.

Así que repitió la operación anterior por tres veces más, hasta lograr que el Rata se tragara casi seis kilos de aquella repugnante mezcla de harina, sal y meo.  A esas alturas, ya el miserable sentía que el estomago se le iba a reventar y las tripas le crujían como protestando por haber sido embutidas de tal manera con tan asqueroso alimento.

Para entonces Manuel tenia la verga a tope.  El sufrimiento que le había causado al Rata lo había excitado de tal manera, que considero que era tiempo de aliviarse la calentura, haciendo realidad al menos en parte, su más alucinante fantasía.

Entonces tomo una de las botellas de agua mineral y vertió un poco en la boca del Rata, como si se la estuviera enjuagando.  Una vez considero que el infeliz estaba limpio, le ordeno a Hans que le liberara la cabeza del bloque de concreto para enseguida fijársela de nuevo al tuvo, dejándolo de rodillas y con la boca a la altura de su entrepierna.

—Por hoy has comido demasiadas harinas… – dijo Manuel con sorna –…y también necesitas proteína…pero no te preocupes que te voy a dar para que tengas una dieta balanceada…

Al ver al chico liberando su verga completamente erecta, Hans comprendió sus palabras y por enésima vez se torció de risa ante su ocurrencia y ante la expresión del Rata, que inerme y con los ojos desorbitados tuvo que contemplar como Manuel se le acercaba despacio blandiendo su tranca amenazante para introducírsela en la boca por entre la mordaza que le mantenía las mandíbulas desplegadas.

Lo único que pudo hacer el infeliz para defenderse fue agitar su lengua, logrando únicamente acariciarle la verga a Manuel, que dejándose llevar de la excitación, se dedico a follarle la boca y pajearse con los dedos índice y pulgar de su mano derecha, hasta que exploto en la mas copiosa eyaculación de su corta adolescencia.

Así, con su lengua completamente bañada en el semen de Manuel, que además le había empapado el paladar, sin poder evitar el sabor áspero de la caliente y espesa leche, con los ojos inundados de lagrimas por la humillación y la rabia, el Rata debió aun soportar que el chico le repasara la verga por el rostro limpiándose los restos de la eyaculación.

Manuel había quedado satisfecho por el momento.  Era ya tarde y debía irse a casa, pero le advirtió al Rata que volvería al día siguiente para continuar con la diversión.

—Para mañana seguro que ya estarás convencido de lo importante que te resulta ser un puto obediente… – le dijo Manuel al infeliz.

Antes de irse del calabozo, el chico hizo que Hans volviera a fijar la cabeza del infeliz sobre el bloque de concreto, de tal manera que el semen que le colmaba la boca se fuera deslizando lentamente hacia su garganta y el miserable debiera terminar por tragárselo.

De esa forma, cuando regreso al anochecer día siguiente, Manuel encontró al Rata inmóvil, con el cuerpo acalambrado, el abdomen hinchado y el rostro abotagado de tanto llorar.  El infeliz llevaba ya casi sesenta horas preso en el calabozo y sometido a tan cruel tormento.

Pero el chico, en vez de conmoverse por el estado del infeliz, sonrió con malignidad y al tiempo que lo saludaba burlonamente, desenfundo su verga semierecta y meo abundantemente entre su boca.

Enseguida saco de uno de los bolsillos de su pantalón dos pequeños frascos llenos de un liquido transparente y los vacio también entre la boca del infeliz, que trago aquello casi con agradecimiento, sintiendo un sabor dulzón muy diferente al áspero gusto del meo con que lo había obligado a desayunar el chico.

—Ahora veras la urgencia que vas a sentir de ser un buen puto obediente… – le dijo el chico con sorna -…cuando quieras mamármela solo tienes que parpadear y hare que Hans te libere para que me des placer…

El jefe de seguridad interrogó al chico con la mirada, intrigado por sus palabras y sin creer de verdad que el Rata fuera a manifestar ningún deseo de mamarle la verga.

—En un frasco había un laxante…en el otro un diurético… – le explico Manuel –…el hijo de puta va a sentir que se revienta por dentro…y si quiere aliviarse, pues tendrá que portarse como quiero…

Hans exploto en carcajadas al comprender la estrategia del chico, quien sin preocuparse de las risotadas de su amigo, se hizo con la salchicha para de nuevo empezar a penetrar con ella la garganta del Rata, al tiempo que volvía a beber agua de las botellas con tanto empeño como si se estuviera muriendo de sed.

Y no pasaron ni cinco minutos antes de que el Rata empezara a sentir los efectos de aquel liquido que le había dado a tragar Manuel.  A todos los dolores que estaba sintiendo se unió una serie de retorcijones en sus tripas, que parecía que se las estaban anudando y estirando al mismo tiempo.

De igual forma, el infeliz sentía que su vejiga explotaría sin remedio, lo cual le provocaba un dolor indecible en el vientre y un miedo atroz a reventarse, como lo había predicho Manuel.

Para completar su tortura, el chico seguía introduciéndole profundamente la salchicha en la garganta, provocándole arcadas que le aumentaban el dolor y el miedo.

La situación del Rata se hizo tan desesperada, que sin pensárselo empezó a parpadear tal y como se lo había indicado Manuel, manifestando de esa forma la urgente necesidad de mamarle la verga al chico a cambio de ser liberado para poder aliviarse de tan cruel tormento.

Pero Manuel no le hizo caso.  Eso sí, contemplo con satisfacción el gesto del Rata, pero en vez de apresurarse a liberarlo para darle rienda suelta a su propio placer, decidió continuar por algún rato con el tormento que le estaba provocando al miserable.

Volvió a mear dentro del cazo para preparar otra porción de aquella mezcla asquerosa que le había dado a tragar el día anterior y con demasiada parsimonia la vertió entre la boca del miserable, quien al tiempo que sentía deslizándose por su garganta la inmunda pasta acuosa, lloraba sin poder contenerse y parpadeaba desesperadamente, tratando de hacerle entender al chico que estaba dispuesto a comportarse como el más sumiso de los putos, con tal de ser liberado.

Finalmente a Manuel le gano la excitación.  Con la verga que ya casi le dolía por la tremenda erección, se arrellano en la silla y le indico a Hans que liberara la cabeza del Rata, le sacara la mordaza y lo ayudara a ponerse de rodillas a sus pies para que demostrara hasta donde estaba dispuesto a comportarse de verdad como un buen puto sumiso.

Y mientras Hans cumplía con sus indicaciones, Manuel desenfundo su verga que lucía una esplendorosa erección y espero impaciente a que el Rata estuviera en la posición conveniente para su placer.

No tuvo que esperar demasiado el chico y en el mismo instante en que ayudado por el jefe de seguridad el Rata tuvo su boca cerca de la verga de Manuel, casi se abalanzo sobre ella, con las mandíbulas casi desencajadas, pero dispuesto a esforzarse en hacer gozar al chico, con tal de ganarse la posibilidad de aliviar sus entrañas.

Y aunque el infeliz no tenía ni idea de hacerle una buena mamada y además el chico debió atizarle un par de fuertes tortazos para indicarle que no fuera a rayarlo con los dientes, la verdad es que Manuel gozo más de lo que había pensado, al sentir la agitada lengua del Rata acariciándole la verga con toda diligencia, hasta que agarrándolo por las orejas atrajo la cabeza del miserable hacia su vientre, obligándolo a tragarse toda su potente tranca para terminar premiándole tantos esfuerzos con una copiosa eyaculación que le colmo la garganta.

Sin preocuparse de que Hans liberara completamente al Rata para que pudiera aliviarse, Manuel se fue a su casa ebrio de placer.  Aquella noche, al borde de la madrugada cuando ya no quedaba nadie en el lugar, un hombre de cabello plateado y vestido todo de negro, llego al restaurante y fue directamente al sótano, en donde encontró a Hans que se deshizo en reverencias al saludarlo.

—¿Cómo ha ido todo el asunto? – pregunto el hombre.

—Muy bien Señor Jetro…el chico es una joya.

—¿Y qué has pensado para llevarlo?

—Sera fácil Señor Jetro…el padre del chico es un empleado de rango medio en una de sus empresas…será cuestión de hacerle saber que Usted ha organizado unas vacaciones para hijos de sus empleados y que Manuel ha sido seleccionado…

—Muy bien – respondió el hombre – ¿Y qué destino le tienes reservado al indigente?

—Sería un buen obsequio para el chico, si así Usted lo dispone, Señor Jetro…

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