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Capitulo 2

Odiaba tener esos sueños. Eran hermosos; pertenecían a épocas que verdaderamente me fascinaba, las protagonistas siempre eran guapísimas, pero siempre terminaban igual; y eso me despedazaba. Era como contemplar noche tras noche la más triste y dramática de las películas románticas; la única diferencia era que todo me afectaba mucho más. Por alguna extraña razón, siempre sentía como mías las experiencias.

Ese lunes, tras varios minutos asimilando la segunda parte de aquel sueño me paré de la cama y me metí a bañar pues a las 8 tenía que entrar al hospital para las prácticas.

Me sentía un poco mejor tras haber dormido. Lo más que había resistido hasta entonces, sin hacerlo, eran tres, sufriendo claro, las consecuencias por la falta de sueño.

Cuando Sofía me preguntaba por mis pesadillas le decía que al entrar a la universidad, y no dormir, se habían esfumado. Pero era mentira. Si bien, intentaba por todos los medios no dormir, siempre era imposible y justo como esa noche, terminaba dormida en el lugar menos indicado.

Cuando estaba agotada por un día de trabajo extenuante, no lograba recordar las pesadillas, pero sentía una fuerte opresión en el pecho, semejante al dolor físico de “un corazón roto”. No, nadie podía durar muchos días sin dormir, pero yo siempre lo intentaba.

Salí de la ducha, me vestí, y me fui al hospital; no sin antes pasar por mi vaso de café al 7eleven que me quedaba de camino.

-¿y esos ojitos lloroso?- preguntó Sofía al verme

-una palabra: pesadillas-

-valla, lo siento. Ahora de que eran?-

-lo mismo, dos chicas que se conocen y se enamoran al instante. Tiempo: 1946. Lugar: París-

- insisto, Amelia. Debes escribir todos esos sueños. Si lo hubieras hecho cuando te lo dije ya tendrías, cuando menos, 3 best-seller. Esas historias son otra cosa-

-pesadillas, mi amiga, PE-SA-DI-LLAS. Las odio y la verdad lo único que quiero es olvidarlas-

-pero…- y el Doctor Villegas interrumpió nuestra platica.

-señoritas, vallan a pasar ronda por favor. Quiero los casos clínicos de todos los pacientes de medicina interna. Vean si sirven de algo en alguna parte y obedezcan a los internos; ellos son lo más bajo de la cadena alimenticia, pero cuando menos ya tienen el titulo, ustedes no, así que a trabajar.- y se retiró

Ese hombre alto, con algunas canas, y de mirada amable, era lo que se puede describir como un verdadero maestro. Un hombre que te enseña sobre la vida, pues él, no solo se limitaba a enseñarnos cosas de medicina, también nos ayudaba, escuchaba y aconsejaba en nuestra vida personal. Algo así como un segundo padre.

-¿nos dividimos? ¿O las dos juntas?- preguntó Sof, con la lista de los pacientes y las camas correspondientes en las manos.

-nos dividimos, hoy me quiero ir temprano-

A mi me repartió las camas de la 1 a la 5 y ella de la 6 a la 12. Tomó una cama extra en compensación por la última vez que yo hice lo mismo por ella.

-bueno mujer, acaba rápido porque quiero contarte algo- y en sus ojos pude notar que algo andaba mal.

-¿estas embarazada?- dije fingiendo alarmarme ante la idea. Siempre jugábamos con eso, y sabía que así le sacaría una sonrisa y quitaría esa carita triste que tanto odiaba ver.

-¡cállate! ¡NOOO! Es que Cris …- solo esas palabras bastaron para saber que seria una tarde de chocolates y lagrimas.

-si el idiota te hizo algo; le voy a pegar- y le di un beso en la frente, pues ya tenía que comenzar la ronda.

Cama uno: traumatismo cráneo encefálico. El chico estaba inconsciente por lo que su afligida novia me respondió las preguntas.

Cama dos: herida penetrante en el abdomen por lesión con arma blanca en región costal derecha con daño al hígado, tercera porción del duodeno y ángulo hepático del colon. Un hombre de 27 que por andar en lugares “indebidos” le habían acuchillado. Esposa hermosa con una niña pequeña.

Cama tres: insuficiencia renal crónica, ya iniciada la hemodiálisis. Pronostico para la vida: malo.

Para cuando llegué a la cama cuatro mis ánimos ya estaban más abajo que el suelo donde pisaba. Me gustaba estudiar medicina porque algún día podría ayudar a las personas y curarlas, pero odiaba tener que tener contacto tan constante con la muerte; la sentía extremadamente cerca.

Cama cuatro: cáncer gástrico. Mujer de 41 años con tres hijos y sin pareja.

Cama cinco… ¿y el paciente de la cama cinco? Solo estaban las sabanas arrugadas. Por desgracia eso solo indicaba una cosa, había muerto. Pero era extraño, la hoja decía que era una paciente femenina con apendicetomía. No era muy común que un procedimiento tan, relativamente, sencillo terminara en un deceso.

En fin, había terminado mi trabajo del momento y era tiempo de desayunar algo. Fui hacia las maquinas expendedoras para comprarme otro café y algunas galletas o algo que mantuviera a mi estomago ocupado mientras salía del turno.

-¡Estúpida maquina! ¡Devuélveme mi dinero!- la chica golpeaba y sacudía con bastante saña a la, indefensa y muchas veces odiada, maquina expendedora.

Era muy alta, más que yo. Con el cabello ondulado y hasta el hombro. De figura bastante… ¡valla! Traía la clásica bata de enfermo; azul claro, cortita y que se anuda hacia atrás. Así que por primera vez en mi vida agradecí a quien inventó esas incomodas vestimentas, pues podía ver directamente ese perfecto par de glúteos.

Tuve que obligarme a borrar esa sonrisa un poco lujuriosa de la enfadada chica porque, por una muy mala suerte, estaba internada en ese hospital. Y claro, seria demasiado poco profesional el desear hacer tuya una y otra vez sin un minuto de descanso a una de los pacientes. No, eso no me lo podía permitir.

-¡maldita sea! ¡dame mi dinero, maquina de miarda! –

Era lindo verla así de furiosa, pero tenía que hacer algo, si seguía maltratando asi a la maquina, ni ella ni yo tendríamos nuestro tan ansiado dulce.

Saqué de mi cartera un billete y me acerqué a ella.

-sabes, cuenta la leyenda que, si les hechas dinero, tal vez te den un dulce a cambio- le dije un poco sarcástica, sabiendo de antemano el maléfico aparato se había tragado su dinero sin entregarle nada a cambio.

- muy graciosa- al parecer si estaba furiosa, porque la mirada que me dirigió no fue para nada amigable.

-permíteme- dije al mismo tiempo que acercaba el billete a la abertura indicada. Pero en ese momento, noté algo particular en ese billete.

Lo sujetaba con mi pulgar y mi índice por la parte de en medio. La mitad del trozo de papel ya estaba adentro, y la otra parte colgaba hacia afuera, dejando ver una inscripción con marcador negro indeleble que decía: “es ella”, y una flecha que apuntaba hacia la fúrica chica.

-¿pero que…?- mi rostro no alcanzaba a expresar el WTF que llevaba dentro.

-ándale metelo- y me empujo la mano con cuidado para que soltara el billete dentro de la expendedora. Seleccione unas galletas y las papitas que ella había elegido y el aparato había retenido, por lo tanto, salieron dos de estas ultimas.

-muy bien, creo que esto es tuyo- trató de tomarlas pero las retiré antes de que lo hiciera –primero dime en que cama estas y en que sección- no podía darle unas papitas a cualquier paciente… aunque en realidad no se las debería dar a ninguno.

- en la cinco pero ya dámelas- he hizo un encantador puchero.

-¿la cinco? ¿de medicina interna? Rayos niña ¿eres la chica con apendicitis?- genial, mi paciente había escapado, trataba de comprar papitas enchiladas y ahora era yo quien se las daba.

-dámelas- me pidió con una mirada bastante lastimera.

- no, y tu vienes conmigo. No deberías estar caminando por aquí, es exclusivo de médicos. y aparte, hace solo 6 días de tu cirugía, no puedes comer esto- le dije regañándola. –ahora, a la cama. Y rápido señorita-

-tu no me mandas, aparte soy mayor de edad- la chica me estaba retando.

- no, no te mando y eres mayor de edad, pero eres mi paciente- mentí – y puedo retrasar tu alta. Así que tu desides, sigues las instrucciones, o te quedas dos semanas mas- esta bien, estaba exagerando, pero debía conseguir que me obedeciera.

La hermosa chica solo resopló, me dio la espalda… esa espalda… y se fue hacia su habitación aun más molesta de lo que ya estaba.

Lo había olvidado. Debía hacer el caso clínico de todos los pacientes, y eso la incluía; pero ahora, tras ese encuentro, dudaba mucho que me contestara las preguntas necesarias. Así que me dirigí a la central de enfermeras.

-hola Lucie,¿ me permites el expediente de la cama 5?- le pedí, amablemente, a la mujer un tanto mayor y rellenita que era la jefa de enfermeras.

-¿la chiquilla testaruda esa?- al parecer tenia fama ahí

-jaja si Lucie, esa-

-aquí tienes, espero que la den de alta pronto; ya no la aguanto. No se puede estar quieta ni con el suero puesto- y reí ante la desesperación de aquella mujer.

Isabelle murillo, 20 años, ingresada al área de urgencias por dolor abdominal intenso en la fosa iliaca derecha. Leucocitos de 18.000/mm. Dx apendicitis aguda. Se realizó una apendicetomía.

Al parecer la chica ya estaba bien, solo necesitaba permanecer unos días mas en observación y seria dada de alta. No había presentado fiebre ni signos de infección y todo indicaba que se recuperaría muy pronto.

Su nombre me gustó mucho. Isabelle…

-¡Hey! ¿Acabaste?- me dijo Sof; sorprendiéndome por la espalda

-ya ¿nos vamos a comer?-

-claro, pero pagas tu-

-vale-

Nos dirigimos al comedor del hospital, pues a esa hora aun no éramos oficialmente libres, en realidad, aun faltaba bastante para salir.

-¿y bien? ¿Que era eso tan importante que me tenias que decir?- interrogué a Sofía mientras devoraba una rebanada de melón. Digo devoraba porque literalmente me tragaba los pedazos casi sin masticarlos; estaba verdaderamente hambrienta y las galletas no habían servido de mucho.

-es que Cristóbal alterándose mucho cuando menciono a Henry…- noté como arrastró las ultimas palabras. El recuerdo de ese hijo de puta aun le dolía.

-¿pero mal en que aspecto?-

-pues digamos que es el innombrable. No puede ser mencionado mientras hablamos de cualquier cosa porque se altera de verdad. El otro día incluso lloro ante el recuerdo de lo que pasó.

-¿Por qué?-

- estábamos discutiendo, Henry salió a colación, se enojó a tal grado que cuando lo abrazaba se ponía duro y no me correspondía, y cuando lo bese para que se calmara… me beso unos segundos y después de alejó llorando; porque dijo que incluso besarle le recordaba a él-

Sofía Moreno era de esas mujeres que aparentan una completa fragilidad, tanto que si las ves por la calle piensas que en cualquier momento se va a romper. Medía 1.57m y pesaba muy poco. De complexión pequeña. Poco pecho, poco trasero, nada de grasa en su abdomen, y en general unos músculos tonificados sin llegar a estar “marcada”. Tenía el cabello negro y lacio; que, desde el instituto, lo usaba muy corto, asimétrico y con un flequillo que peinaba hacia la derecha. Sus ojos eran oscuros, hermosos y coquetos. Su piel blanca pero un tanto quemada por el ardiente sol de la ciudad, y poseía unas cuantas cicatrices causadas por la varicela, en las mejillas. Pero si una marca se distinguía en ella, era esa cicatriz en su labio inferior. no era muy notoria, incluso, si alguien no sabía de su existencia, jamás la percibiría; Sof se encargaba de cubrirla con el labial y solo se notaba una línea horizontal, no mayor a medio centímetro, un poco morada.

-pero Sof, eso ya pasó hace mucho. Es tiempo de que ya lo supere-

- lo se, y se lo dije. Pero no lo hace. Incluso él me dijo que sabia que estaba mal seguir teniendo problemas a casusa de Henry, cuando ya no esta presente en nuestra vida y pasó todo este tiempo- Tomé la mano de mi cabizbaja mejor amiga – yo se que hice mal, pero él ya no significa nada en mi vida; solo es un mal recuerdo. No entiendo porque Cris aun no lo logra superar-

Odiaba ver a mi mejor amiga llorar por un idiota. Cristóbal no lo era, siempre había tratado a Sofía como merecía, pero ahora por primera vez después de mucho tiempo, era merecedor de tal adjetivo: idiota.

A las 5pm salimos del hospital hacia la facultad. Aun teníamos dos clases.

 

Tras esas dos horas de eterno aburrimiento me fui a casa a descansar y a asimilar la idea de que soñaría de nuevo.

Esa fría noche parisina, en la ultima habitación de una vieja casona utilizada para abandonar ancianos y que el gobierno se encargara de ellos, una mujer de 65 años pero que, a causa del dolor, aparentaba muchos más, agonizaba en completa soledad.

En la habitación de al lado, un joven de 19 años, encargado de aquella mujer, escuchaba a todo volumen una banda que acababa de debutar con su primer disco: “guns n’ roses”. Y en el sofá frente al chico, una niña, de escasos 6 años, veía la “tostadorcita valiente”. Ninguno de los dos supo jamás que aquella mujer había amado con todo su corazón, que era de las pocas y afortunadas personas que encuentran al amor de su vida, que había vivido sus años de la manera más feliz jamás existida, y que ahora se reuniría con su gran amor.

Evalngeline Chevalier lograba escuchar aquella estruendosa música y, en medio de sus dolores y sentimientos encontrados, pensó que nada se compararía jamás con la buena música de la “belle epoque”.

Por su mente pasaban miles de cosas en ese momento. Pero, lo que ocupaba el lugar numero uno, eran imágenes; los clásicos momentos importantes de la vida.

-Je t'aime, mon amour. et soit toujours avec vous- le decía estando de rodillas ante la joven Victorie al pedirle pasar el resto de su vida a su lado; pues en aquel entonces, y en algunas partes también ahora, no era posible que dos mujeres contrajeran matrimonio. Pero no importaba, se amaban y estarían juntas.

-no te quiero perder. no me alejes de ti- le imploraba aquella mujer; cuando pelearon fuertemente y quiso salir huyendo de la situación.

-Estaremos eternamente juntas…-

-no importa lo que vivamos, te amare por siempre-

-te amo-

-te amo-

-te amo…-

Todas esas frases que Victorie le había dicho resonaban en su cabeza, cada vez mas lejos, cada vez mas bajo.

La imagen de ella sosteniendo la mano de su moribunda artista; consumida por el cáncer, tan joven…

-no llores, mon amour- y le secaba las lagrimas – volveremos a estar juntas, nuestro amor es demasiado grande como para que la muerte nos separe- Su pareja solo movió los labios para que leyera en ellos el “te amo” más doloroso que jamás había dicho. Sostuvo su mano fuertemente.

Yo te amo aun más mi niña- dijo besando aquella mano tan querida. –y volveremos a estar juntas, eso te lo puedo prometer- ahora era ella quien lloraba – sabes perfectamente que yo siempre cumplo mis promesas. Siempre juntas mi vida, siempre juntas.-

Su Victorie dibujo una débil sonrisa en sus labios y cerró sus ojos azul profundo al quedarse dormida; pero Evangeline sabía que era la última vez que los vería.

Al día siguiente, aquella mujer parisina, había quedado “viuda” a la edad de 45 años.

Ahora, recordaba aquellos momentos con dolor; pero dentro de ella había cierta felicidad y un tanto de nerviosismo. La volvería a ver, la tendría en sus brazos, escucharía un “Je t'aime” de sus labios una vez más; y cumpliría, al fin, esa promesa.

En 1986, en esa blanca habitación de esa vieja casona francesa; se escuchó la débil voz de una anciana enamorada que pronunciaba con su último suspiro un “siempre juntas”.

 

 

-¡Amelia! ¡Amelia! Despierta, estas teniendo otra pesadilla-

Un dolor en el pecho me partía en dos, y no podía distinguir si era físico o era simplemente emocional. Abrí los ojos y vi a una preocupada Sofía tratando de despertarme. Al ver a mi amiga, no… hermana. Al ver a mi hermana ahí; lo único que hice fue tirarme a sus brazos y llorar.

No lo hacia por la muerte de esa imaginaria mujer de mi cabeza, sino por el recuerdo que ella había tenido, el recuerdo de su amada Victorie. ¿Por qué me dolía a mí? ¡¿Por qué?!

-ya, ya Mia. Solo fue una pesadilla. Venga, vamos a llevarte a tu casa- como siempre, el lugar menos apropiado, era el sitio que mi cerebro elegía para descansar. ¿El lugar elegido hoy? El salón de clase.

Al parecer había sucumbido ante Morfeo en plena clase de Urología. En realidad todos lo hacían, la clase era lo más aburrido que existía y al Doctor no parecía importarle mucho nuestra educación. En el salón solo quedábamos mi amiga y yo, y unos minutos después, quedo completamente vacío.

Cuando llegamos al departamento Sof se quedó un momento conmigo, me preparó café bien cargado y luego se fue a su casa; porque esa noche saldría con Cristóbal, o mejor dicho, se quedarían en la casa teniendo “intimidad”; aunque esa era una forma muy delicada de decirle, pues lo que ellos hacían seria mejor descrito por la palabra “maratón”.

 

A las 6 de la mañana sonó la alarma, pero no me despertó. No lo hizo porque no había dormido.

Me bañé, me maquillé un poco más de lo usual para que no se notaran las ojeras, desayuné un licuado de mango con nuez y me fui al hospital en mi minivan de la Volkswagen gris.

Las niñas, así les decía a mis amigas pues cuando las conocí eso eran, siempre se burlaban de mi van. Decían que era “carro de mamá” y cuando me veían en ella me decían que si venia de recoger a mis hijos del partido y de la clase de ballet. Cuando hacían eso yo solo me reía. No me importaba en realidad que clase de auto condujese. Aparte conducir una minivan tenia sus ventajas; como el hecho de que cabían más personas, podía meter todas las cosas que me diera la gana solo metiendo los asientos y era un auto grande y seguro.

Como dije, ese día iba un poco más arreglada de lo usual; pues tendría que verle la cara al Doctor Daniel; que era una verdadera eminencia en el campo de la medicina, pero un reverendo idiota en todos los demás aspectos. A las mujeres nos obligaba, sobre calificación, a ir vestidas “guapas”; pero en realidad el solo quería un buen escote que poder ver y si llevábamos falda o vestido aun mejor.

Quien quisiera pasar la materia tendría que darle ciertos favores privados en su consultorio. Y si no, tendrías que matarte estudiando día y noche porque sus exámenes eran verdaderamente un infierno. Yo, estaba orgullosa de ser de estas últimas.

Llevaba puesto un pantalón de vestir negro, recto y a la cintura; combinado con una blusa color nude de gasa y un tanto floja de mangas largas que doblaba y aseguraba con un botón a la altura de mis codos; y unos tacones de 12 cm, nada cómodos para un hospital, de color negro y cerrados. Todo lo anterior un tanto oculto por la obligatoria bata blanca que solía usar abierta. Para nosotros aun no era necesario llevar la típica vestimenta completamente blanca, pues aun no éramos internos y no entrabamos a ninguna cirugía.

-¡Amelia! Gracias a Dios que llegaste, por favor ayúdame, juro que ya no la aguanto ni un minuto más.- esas fueron las palabras de desesperación con las que me saludó Lucie.

-jajaja ¿pues que es lo que pasa?- dije un tanto divertida

-¡es esa niña! Me tiene vuelta loca. No se esta quieta jamás. Ayer por la noche dejó la cena y el Doctor Philip la regresó a la cama casi a rastras porque se fue hasta la cocina a tratar de robar algo “más apetitoso”. Se quita el suero, no se deja poner los medicamentos y ni siquiera logro tomarle la temperatura. Por favor Amelia, tu la lograste meter a la cama la ultima vez, por favor, atiéndela tu ¿si?- me suplicó

- pero Lucie, yo no puedo atender pacientes, aun no-

-no la atenderías, solo seria hacer la labor de enfermera con ella. Darle los medicamentos, tomarle la temperatura, revisarla de vez en cuando y mantenerla quieta-

-¿y sus familiares?-

- no tiene, llegó aquí sola. Y cuando tratamos de localizar algún pariente no nos pudo señalar a ninguno. Al parecer vive sola, pero no lo se a ciencia cierta-

-mmm valla…- me quedé un tanto pensativa mirando hacia la habitación del pequeño torbellino de cabello castaño oscuro y ojos verde profundo. – vale, pero me debes una he- jaja como si me estuviera sacrificando mucho, pensé para mis adentros.

-te vas a ir al cielo Amelia- dijo aquella mujer, un tanto mayor, mientras me tomaba la mano entre las suyas a manera de agradecimiento.

-si, eso ya lo sabia jaja A ver, dame las cosas- Lucie me acercó un pequeño carrito metálico de dos pisos y con llantitas que llevé hasta la cama 5.

- toc toc- dije sin golpear la puerta.

- ah, eres tu. ¿ya me darás mis papitas?- me sorprendía que entre tantas personas vestidas igual que yo, ella me recordara a mi en especifico.

- no, eso no pasará. Te lo puedo asegurar-

-¿entonces a que vienes?- la chica me estaba retando.

- me han dado la queja de ti. Me han dicho que te has portado bastante mal- le dije con ternura mientras ponía el carrito al lado de su cama.

- y yo ya te dije que soy mayor de edad; así que no me trates como un bebé- y levantó la ceja derecha de una manera tanto desafiante como sexy… No, sexy no. Un paciente no puede ser sexy. Piensa en otra cosa Amelia, piensa en otra cosa.

-pues si quieres que te trate como de 20- dije haciéndole ver que había leído su expediente – necesitaras comenzar a comportarte como tal- y ante mis palabras hizo un ligero puchero con sus labios… sus gruesos y rosados labios. ¡Nooo! Amelia no la veas de esa manera. Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa… ¡ya se! Gatitos muertos. Pensaba

-¿Qué traes ahí?- dijo tratando de ver el contenido del carrito.

-bueno pequeña, te presento a mis dos amiguitos. Salúdalos, se llaman jeringa y termómetro.- si, me estaba burlando un poco de ella al tratarla como bebé.

-aaaahhhh nooooo. Aleja a tus amigos de mi- mientras decía eso se alejaba lo más que podía de mi; pero la angosta cama no se lo permitía.

-jajajajaja ¿en serio? Me pides que te trate como mayor pero ¿le tienes miedo a las inyecciones?-

-no te rías. Duelen- otra vez ese encantador pucherito.

-vale, vale. No me reiré más. Mira, ¿te cuento un secreto? el dolor de una inyección, depende en su totalidad de la persona que te la aplique. Si tiene una buena técnica, no te dolerá en lo más mínimo. Pero si no, te dolerá bastante. Así son las cosas.- mentiras y más mentiras. Pero tenía que lograr que me permitiera ponérsela.

En cualquier otro paciente, la opción más sencilla hubiera sido poner el medicamento en el suero. Pero ya que la chica no lograba estarse 5 minutos quieta, y Lucie me había dicho que se lo quitaba. Era mejor dárselo intramuscular.

-no quiero-

-venga, si no te dejas, tendré que hacerlo a la fuerza. Y no querrás que llame a los chicos, que te sujeten a la fuerza y te seden. Que, en ese caso, seria doble piquete- mis palabras la pusieron a pensar un poco. Y al final termino afirmando con la cabeza.

-buena chica- le guiñé el ojo. ¡Nooo! No le coquetees Amelia.

Llené la jeringa con el temido liquido, le quité las burbujas de aire con golpecitos y mire a esos ojitos llenos de miedo con un evidente “voltéate”. Ella solo obedeció.

-veraz como no te duele nadita. Me han dicho que tengo buena mano- bueno, ese comentario fue algo fuera de lugar. Solo esperaba que no lo interpretara en doble sentido.

La chica estaba boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y ambas manos apretando con todas sus fuerzas a ésta última; las piernas ligeramente separadas, completamente tensa y con esos hermosos, pequeños y blancos par de glúteos completamente descubiertos.

¡NOO! Gatitos muertos, gatitos muertos, gatitos muertos. No desearas hacerles el amor a tus pacientes. Se profesional, se profesional, se profesional. ¡Yaaa! Deja de mirarla así. Estaba en una verdadera lucha interna.

Pasé el algodón con alcohol sobre el área adecuada, lo evaporé moviendo mi mano para hacerle aire. Y en un solo movimiento, introduje la aguja en su suave piel; mientras poco a poco, inyectaba el doloroso liquido.

Cuando esto ultimo ocurrió, pude escuchar un quejido sofocado de evidente dolor; y vi como toda ella se contraía ante la entrada del líquido. Yo sabía que era una sustancia bastante dolorosa, y aun así le había mentido; me sentí bastante culpable.

-shhhh ya paso, ya paso- le decía en forma tierna mientras sacaba la maligna aguja y le limpiaba la gotita de sangre con el algodón. –no pasa nada, tranquila-

Al terminar de limpiarle el área en cuestión, se volteó y pude ver su carita llena de lagrimas; con sus hermosos ojos, entre verde y miel, irritados y un poco hinchados, su boquita en una línea convexa y sus ceño fruncido con expresión de dolor. Simplemente me partió el corazón verla así.

-Hey, no, no llores linda. Por favor- le limpié las lágrimas. ¿Qué estaba haciendo? Estaba traspasando la línea medico-paciente con esa chica… bueno, aun no lo era. –me parte el alma ver a una chica llorar. Ya, tranquila-

Y sin más ni más, la chica se acercó a mi me abrazó soltando el llanto en mi pecho.

-valla, perdón. Creo que si te dolió mucho- dije más para mí que para ella mientras le acariciaba el ondulado cabello.

-no es eso. Me siento sola- decía eso mientras se separaba de mí y se limpiaba las lágrimas con el dorso de sus manos.

-¿y porque no le llamas a un amigo?- puse mi mano en su hombro y la empuje muy suavemente para que se recostara sobre la cama que estaba en un ángulo de 45°.

-no tengo-

-bueno, ¿y tus padres?-

-no están aquí-

-¿entonces?- de no ser tan dura habría soltado las lagrimas ahí mismo; conmovida por una joven que apenas conocía.

-yo no soy de aquí. Vine aquí para estudiar artes en la universidad. No conozco a nadie y, ya que mis padres jamás me apoyaron con mi decisión, vine sola.-

Mientras ella me contaba todo eso yo, para distraerme y no estrecharla en mis brazos tratando de consolarla, le había clocado el termómetro bajo el brazo.

-lo siento, en serio- y coloqué un mechón de su cabello tras su oreja.

Nos quedamos mirando por un momento. Yo en realidad no sabia que hacer para que se sintiera mejor pero…

-valla. Veo que entraste en razón niña- dijo Lucie desde la puerta. –Amelia, te busca el Doctor Daniel. Te quiere ver en su consultorio-

-¿no te dijo que quería?-

-no, pero viniendo de él no ha de ser nada bueno. Ve, yo me quedo con ella-

-esta bien. Tengo que ir, Isabelle. Que te mejores.- y muy a mi pesar, me despedí de aquella triste joven.

-¿Me buscaba Doctor?- dije entrando al pequeño consultorio.

-Señorita Mia jajaja pasa por favor. Y cierra la puerta- Que chiste tan malo.

Era un hombre joven, si mucho con 45 años. De piel muy morena, cabello negro, corto y bien peinado, alto, delgado, un delgado bigote que mantenía siempre bien cortado; su vestimenta era siempre impecable, sin una sola arruga en sus camisas de buena marca y sin una sola mancha en la bata. Tal vez pasaría por un hombre atractivo para aquellas mujeres que no conocieran su reputación, y claro, que no lo vieran sonreír. Su sonrisa era verdaderamente escalofriante. Entre mis compañeras y yo solíamos decir que, si lo pusiéramos al final de un callejón oscuro en una noche lluviosa, tendríamos al perfecto villano de la mejor película de terror.

No era que tuviera los dientes feos, era la manera en la que sonreía. Parecía como si fuera un violador y asesino en serie, y no es por exagerar, pero erizaba cada uno de los bellos de mi cuerpo al verle hacer esa macabra mueca. Lo peor del caso era que, aun así, muchas eran las que se encerraban, en busca de privacidad, en aquel consultorio.

-Dígame Doctor- dije con voz firme. La clave era no tenerle miedo; eso nos lo habían advertido las chicas de generaciones más arriba.

-Siéntate. Vamos, relájate un poco. Siempre te noto tensa Mia- yo me senté y para mi maldita suerte, él se paró, rodeó el escritorio y se puso a mis espaldas.- te vez guapísima hoy. Así es como me gusta verlas, bien arregladas, que parezcan doctoras- y posó su asquerosa mano sobre mi hombro.

- ¿para que me mandó llamar Doctor?- espeté

- siempre tan tensa y siempre con prisa. Dime ¿Qué te cuesta relajarte un poco?- me acariciaba el cabello de una manera lasciva y la sangre me hervía por dentro. – te tengo una mala noticia, bonita. Saliste muy baja en este examen-

Miarda, miarda, miarda miarda

- pero no te preocupes, tú sabes que eres de mis consentidas-

Sabia que debía haberme conseguido un novio falso. Dicen que él se detiene cuando ve que las alumnas tienen pareja.

-pero dime Amelia ¿Qué estarías dispuesta a hacer a cambio de que ese feo 4 se transformara en un decente 8?- me dijo esto al oído y me dieron escalofríos. ¡Maldito!

-conmigo no debes ser tímida, preciosa- El colmo. Estallé

Me puse de pie y le dije de frente: - ¿sabe que Doctor? Disculpe mucho si algún día llegué a hacerlo pensar diferente; pero yo no soy la clase de mujer con la que esta acostumbrado a tratar. A mi me va a respetar. Usted es mi profesor y yo su alumna, hay una línea bastante gruesa que nos separa y usted jamás debe de pasarla. No voy a permitir que me trate como a las demás niñas tontas; a mi me respeta.- estaba tan furiosa que hubiera querido voltear el escritorio, pero por el contrario, hablaba en un tono de voz muy calmado, firme, pero tranquilo.

-entonces, tu decisión se verá reflejada en tus calificaciones- el malito se estaba atreviendo a amenazarme.

- Mire, yo se perfectamente que usted tiene amigos en altos puestos y que por eso, por mucho que lo denuncien, jamás le van a hacer nada. Así que solo le diré que prefiero recursar el semestre entero, a tener que resistir sus manos sobre mi. Yo no le tengo miedo. Y déjeme decirle que es una verdadera lastima que una mente tan brillante este dentro de un ser como usted. Ahora, con su permiso…- y salí de aquella escalofriante caverna.

Estaba que echaba chispas, hubiera querido hundir mi rodilla en su entrepierna para evitar que el maldito continuara satisfaciendo a su estúpido amigo a costa de mis compañeras, pero eso no lo podía hacer. Muchas veces en el pasado, valientes mujeres lo habían acusado, en la universidad y ante la ley, por acoso sexual, pero nunca le hacían nada. Era el “intocable”.

 

Dos horas más tarde, me fui a mi departamento.

 

(10,00)