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¡Dámela toda, mi amor! (15): Lesbianas en acción.

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A las cuatro de la tarde nos presentamos en el club para proseguir el trabajo. Sándor tenía grandes deseos de verme e, incapaz de controlar su odio hacía mi persona, me ordenó que fuese a la habitación de Misty y Lucy por la caja de herramientas.

-Tráela ahora. Debemos cortar unos cables -concluyó el individuo.

Callé, pues quería continuar mi estancia allí sin incidentes.

Subí las escaleras que conducían a la habitación de las dos damas entregadas al amor sáfico hacía tiempo.

De hecho, cuando llegué al pasillo vi a distancia la puerta entreabierta y una sucesión de pequeñas risas y breves gemidos, como si intentasen ser disimulados.

¡Imaginaos mi sorpresa! Al abrir del todo la puerta, vi a las dos camareras... ¡Hacían un 69! Misty estaba encima y con sus delgados dedos apartaba los labios de su amiga y torturaba dulcemente el clítoris de Lucy, la cual se esforzaba también lamiendo el coño de su amiga. Ambas muchachas se esforzaban para darse placer mutuo. Empezaban a oírse unos suaves gemidos que de modo gradual aumentaban de tono hasta hacerse exasperantes.

-Sigue, amor, sigue –decía Misty con forzada respiración.

Los labios de la citada camarera estaban humedecidos por la saliva y por los jugos vaginales de su compañera quien ya había llegado a un orgasmo. Ahora ella quería sentir ese cálido temblor en su cuerpo y Lucy convirtió su lengua en una máquina de lamer. Los movimientos de las muchachas eran bruscos... Jadeos...

Misty ladeó su cabeza y dejó de atacar a su amiga porque notaba que se acercaba a su deseado momento de indecible placer.

-Sí, sí, me corro –dijo ella.

Y emitió una largo gemido. Después se quedaron en la misma posición del 69, pero relajadas. Estaban cansadas, pero muy satisfechas por las sonrisas de sus bonitos rostros.

En realidad no sé cómo en pocos instantes me fijé en tantos detalles. Entonces Misty alzó su cabeza y apartó de su rostro su revuelta melena de dorados rizos.

Estaban visiblemente enfadadas por mi inesperada presencia.

-¿Qué haces, voyeur de mierda? ¿Te gusta cómo lo hacen las tortilleras? -preguntó enfadada mientras se soltaban y se incorporaban con una cara seria.

-No me gusta observar, ni tampoco molestar -aclaré-. Sándor me envía aquí porque desea que baje la caja de herramientas, que se encuentra en vuestra habitación.

-¡Estúpidos! -exclamó Lucy-. La cuestión es fastidiarnos un momento de intimidad... Macro ha venido hace media hora por esa caja, tío listo.

-Perdonad, me voy -acabé mientras me daba media vuelta y me aseguraba que la puerta estuviese bien cerrada esta vez.

Y en la planta baja continué sacando vigas de madera podrida.

Aquella jornada prometía muchos incidentes. El severo y amargo carácter de Sándor se mostró de nuevo sobre el pobre Macro. El Administrador gritaba y el corpulento guardaespaldas solamente tenía una solución en una Hungría en crisis y sin trabajo, encogerse de hombros y asumir la culpabilidad de otros.

-Esta habitación debía quedar limpia esta mañana -ordenaba Sándor.

Sin embargo nadie se atrevía a decir que primero esa tarea correspondía a Davinia y que, por ello, Macro y yo nos dirigíamos al Ayuntamiento para obtener la licencia oportuna para las obras.

En aquel instante sonó un teléfono móvil. Estaba sobre una viejo taburete de madera. Misty, que ya había bajado para reanudar su tarea, se apresuró para pasárselo a su propietario, Sándor, el cual, al contestar cambió su rostro serio por uno sonriente.

¡Patético!

¿O debería añadir grotesto?

Luego apareció Miklos con su mujer y ambos hablaron también por el mismo móvil. A continuación los tres bromearon con las buenas noticias que se avecinaban para ellos.

La licencia se concedió a la mañana siguiente. Asombrosa rapidez para aquellos que son prisioneros de la burocracia y no tienen amigos influyentes dentro de la Administración. Y las obras de los albañiles se realizaron en una semana. A veces pienso que nosotros estuvimos ocupados más tiempo que ellos en sí.

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