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Me vuelve loco el sabor de tu coño

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Bueno, ¿qué otra cosa podía hacer yo? ¿Cómo podía negarme? No había terminado siquiera de llegar a casa cuando mi esposo se me abalanzó apasionadamente con ganas de follarme. ¿Cómo rechazarlo si teníamos varios días sin vernos? Por más exhausta y adolorida que estaba no pude evitarlo; así que allí estaba yo, mi esposo me tenía en cuatro sobre el mueble de la sala y no habían pasado cinco minutos de mi llegada cuando ya me estaba metiendo la polla por el culo.

Mis gemidos eran como los habituales, pero en mi interior era consciente que gemía porque me estaba doliendo más de lo habitual. Es que no era solo dolor, era que me ardía por lo sensible que tenía el recto. Definitivamente había abusado el fin de semana anterior y mi único consuelo era que mientras el vigoroso miembro de mi esposo iba mancillando mi dilatado esfínter, estaba siendo secretamente lubricado por todo el semen que mi amante había vertido en mí apenas un par de horas antes.

 

Con todo y que me dolía, con cada embestida que mi esposo me daba, gozaba recordando el placer de la noche anterior. Abusé en todos los sentidos. No solo tenía el recto lleno de esperma, también la concha me emanaba los restos blanquecinos del desenfreno vivido. Me di cuenta cuando fui a los servicios en el aeropuerto, antes de llegar a casa, y justo sentada mientras hacía pis, pude ver como la panty estaba completamente manchada. ¡Ni que decir de todo el semen que trague durante el fin de semana! Mi amante tiene un fetiche por acabarme en la cara, así que cuantas veces pudo me tomaba del pelo, me ponía de rodillas en el suelo y descargaba todo el contenido de sus poderosos testículos en mi rostro y en mi garganta.

Mi marido estaba disfrutando enormemente. Lo sé porque cuando está excitado me toma del pelo y tira con fuerza mientras me penetra o porque se encorva y muerde con pasión la espalda y los hombros. «¡Qué rico tienes ese culo, mi amor!» gritaba desaforado mientras yo estaba tendida y en mi mente iba repasando todos los eventos del fin de semana.

Mi amante, bueno, uno de tantos, es un tipo muy interesante. Es un artista plástico aficionado al shibarí-kinbaku (para los que no sepáis, este es un arte erótico japonés que consiste en atar el cuerpo con cuerdas para dejarlo inmovilizado) y me contactó por mi cuenta de Facebook para pedirme que posara para él. Me dijo que quería fotografiarme y también pintar unos cuadros, y a mí que me encanta el rollo artístico, no lo dudé dos veces y acepté.

A mi marido le dije que iría a visitar a mi mejor amiga en Valencia, cosa que también hice, aunque en menor proporción y sólo lo necesario para tomarme una buena cantidad de fotos con ella para luego tenerlas como evidencia de que el pretexto del viaje era cierto. Mi amiga estaba completamente enterada de la verdadera intención de mi viaje porque nos tenemos muchísima confianza y somos igual de pervertidas y cachondas; de hecho, tiene un coño jugoso y perfumado que en otra ocasión os referiré.

Una vez que llegué a Valencia no tuve que esperar mucho. No más aterricé en el aeropuerto y encendí el móvil, recibí un mensaje suyo que decía “bienvenida, te estaba esperando”.

No voy a entrar en detalles de quien o cómo es mi nuevo amante, solo os referiré que su presencia es enigmática y tiene una belleza muy viril. Luego de romper el hielo tomándonos unos vinos en un bar cercano al aeropuerto, emprendimos el camino hacia su residencia, que resultó ser un departamento y al mismo tiempo un estudio o atelier, donde vivía y trabajaba a la vez.

El estilo era muy sobrio pero muy bohemio y la decoración y el estilo era más bien industrial, con las tuberías metálicas de agua y electricidad expuestas por doquier, unas lámparas enormes como las de las fábricas, una estructura metálica de envergadura y muchas ventanas de cristal templado que filtraban la luz de la mañana. De inmediato noté que había poleas y cuerdas por doquier.

Mientras iba recordando los detalles mi marido seguía penetrando con fuerza «¡Me encanta follarte, tienes ese culo cremoso y caliente!» exclamaba mi marido inconsciente que con cada penetración iba hurgando los restos de la follada que me habían dado horas antes.

Luego de una breve charla rompimos el hielo y comenzamos a hablar de su trabajo artístico y en consecuencia de sexo. Me explicó que su pasión era realizar los diferentes tipos de nudos y amarres de su arte y que muchos de ellos implicaban la suspensión por medio de las poleas que había dispuestas por doquier. También me dijo que dependía de las modelos si solo querían posar o si daban su consentimiento para tener una experiencia sexual. Yo me reí con recato pero en mi mente una vocecita de perra retumbó diciendo “¡este tío está loco si cree que me he echado este viaje y no me va a follar!”

- Eso sí –añadió en seguida-, si aceptas tienes que saber que esta es una experiencia de sumisión total –advirtió con franqueza.

Al oír esas palabras terminé de convencerme por completo. Ser sumisa es algo que me ha poseído desde pequeña. Me gusta abandonarme a plenitud a mis amantes para que hagan de mi lo que deseen. Debe ser por la forma en que me inicié en el sexo. ¿Recuerdan cómo os relaté que disfrutaba acariciando con mis pies la polla de mi tío Alejandro? Bueno aquella escena se repitió muchas veces al llegar del colegio. Ahora que lo pienso debió haber sido una tortura para mi pobre tío, quien podríamos decir era víctima de mis coqueteos y de mi búsqueda inquietante; él simplemente se dejaba hacer, y eso, poco a poco, se me fue contagiando.

Con el paso del tiempo iba notando como era mi tío el que buscaba mis pies. A veces me quedaba dormida en mi habitación y en la madrugada despertaba porque mi tío estaba arrodillado a los pies de mi cama oliendo mis piecitos. Yo me hacia la dormida porque en realidad me encantaba que lo hiciera. Me gustaba la sensación de su nariz rozando la planta de mis pies. Además aunque ya tenía idea de que era el sexo, aún estaba muy chica y no podía imaginar todas las cosas que los adultos hacían, así que mi actitud fue de entrega total, de dejarme hacer todo lo que él quisiera para descubrir hasta donde podía llegar.

Luego de todos los rodeos de la conversación, de presentarnos, de conversar un rato, de todo el rollo de romper el hielo, mi amante se puso de pie, se acercó a mí, con una mano comenzó a acariciar mi rostro, rozando con especial suavidad mis labios mientras poco a poco fue colocándose detrás de mí. Entonces comenzó a peinar mis cabellos con sus dedos, a masajear mi espalda poco a poco, y de repente, colocó una venda en mis ojos y a partir de ese momento supe que el juego había empezado.

Los siguientes sucesos fueron muy surreales como para poder describirlos a plenitud. Solo os diere que en pocos minutes estaba de pie, mi amante me había quitado el vestido y me había dejado en ropa interior (por cierto que era un conjunto de lencería Victoria’s Secret muy sexy que me había comprado mi esposo) y estaba atada por los tobillos y las muñecas, describiendo con mi cuerpo una X. No sé cuánto tiempo pasé en esa posición. Supongo que mi amante lo aprovechó para fotografiarme o pintarme, no lo sé. Lo siguiente que sentí fue que se acercó a mí por detrás y se fue pegando poco a poco. Comenzó a acariciar todo mi cuerpo y con delicadeza soltó la tira de mi sostén, liberando mis turgentes senos que quedaron luego expuestos al aire como dos frutas maduras. ¡De qué forma tan magistral las acariciaba! Con cada mano tomaba un seno y los estrujaba con una seguridad y una potencia como si me estuviese ordeñando. Eso me puso muy cachonda. Luego se arrimó aún más y entonces pude sentir como su miembro endurecido comenzaba a frotarse contra mis nalgas. Mi reacción no se hizo esperar. No más sentí la rigidez de su bulto empecé a mover mi culo de una forma muy sutil, en círculos, de arriba abajo, procurando encajar la extensión de su polla entre la raja de mis nalgas, para de esa manera ir masturbando ese miembro poderoso, de forma sutil.

Ese ha sido mi mayor fetiche desde que soy niña: sentir una polla tiesa frotándose en mi culo. Nuevamente mi mente se transportó a mi pobre tío Alejandro, quien debió haber sufrido horrores por las torturas que experimentaba conmigo. Recordé un viaje familiar que hicimos a la playa. Era un trayecto de varias horas en coche y como iba toda la familia no quedaban plazas libres en el vehículo. Entonces sin muchas complicaciones le dije a mi madre que iría sentada en las piernas de mi tío. Debo admitirlo, ya en ese momento tenía una fascinación con él. Luego de todas las experiencias que habíamos tenidos con mis pies, no perdía ninguna oportunidad para acercarme a él, para hacerle bromas, para hacerle cosquillas y que él me las hiciera a mí. Además su actitud era encantadora. Me mimaba, me consentía, me complacía en todos mis caprichos, me compraba chuches, me traía regalos, jugaba conmigo, me ayudaba a hacer las tareas. Mi relación con él era amorosa y tierna, pero yo no podía evitar buscarlo en algunos momentos con la intención de provocar esa reacción suya que tanto me gustaba, la de que el miembro se le pusiera tieso como una estaca a causa mía, porque solo en esos momentos, en los que sabía que estaba a mis pies, sabía que tenía un verdadero poder sobre al menos un adulto: él.

Así que aquel viaje fue un nuevo paso en mi descubrimiento. Al comienzo iba sentada en sus rodillas escuchando la música y riendo con la conversación familiar, pero luego, poco a poco todos se fueron durmiendo y yo también comencé a sentirme exhausta, así que me recosté sobre el pecho de mi tío y poco a poco mis nalgas se fueron acomodando justo encima de su polla. Como hacia frio le pedí a mi abuela que me arropará. Ella iba sentada a nuestro lado así que sacó una manta y nos cubrió. Entonces yo me relaje y con la misma voz picarona siempre he tenido le dije: «¡tío, hazme mimos!». Mi tío comenzó a acariciar mis cabellos con sus dedos con mucha dulzura. A los pocos minutos le dije «¡hazme cosquillas!», entonces el metió la mano bajo la manta y con sus dedos comenzó a mellar sobre mis costados. Yo me retorcía de la risa y me sacudía estrepitosamente. Fue entonces cuando de repente sentí como su miembro se iba endureciendo. Con cada sacudida su entrepierna se iba alargando hasta que su presencia debajo de mi culito ya era colosal. Inmediatamente mi tío intentó quitarme de encima y hacerme a un lado, imagino que avergonzado de su respuesta instintiva, pero cuando trato de mover mi cola para apoyar en su muslo con la intención de no rozarme con la polla, yo me resistí como pude. Él muy sutilmente intentaba cambiarme de posición, pero yo aprovechaba cada curva o cada bache del camino para regresar mis nalgas sobre su miembro, así que al cabo de varios intentos se dio por vencido y simplemente se abandonó a mi gusto.

Entonces ya iba yo tranquila, simplemente sintiendo a plenitud la dureza que tenía debajo de la cola. Supongo que las mujeres tenemos un instinto que nos hace reconocer lo que implica una erección del miembro masculino; Es decir, creo que nosotras incluso a una edad donde se sabe muy poco acerca del sexo, podemos percibir una erección como un hecho erótico aunque no tengamos noción del erotismo. Pues bien, el viaje duro muchas horas así que yo tuve la oportunidad de restregarme sobre la polla endurecida de mi tío por mucho tiempo y con mucho desparpajo metía mi mano con el pretexto de rascar mis nalgas, pero era en realidad para poder tocársela mejor. Al principio él no me dejaba meter la mano, pero nuevamente insistí tanto que su resistencia termino vencida y una vez que tuve acceso a mi nuevo juguete, pude darle el placer de explorarlo como si se tratase de una muñeca con al que usualmente jugaba. Puede palpar su tamaño, tomé conciencia de su longitud e incluso de su grosor, pero lamentablemente no tuve exito cuando intente meter la mano dentro del pantalón. Supongo que eso ya era demasiado para él. Al mucho rato de estar en ese plan sentí que de un momento a otro el bulto se iba desinflando y mientras más volumen iba perdiendo, una sensación de humedad iba abriéndose paso lentamente por mi short, hasta que sentí algo tibio y viscoso untado sobre mis nalgas. Fue entonces cuando descubrí lo que era la leche que los hombres guardan exquisitamente en sus pelotas.

La mente definitivamente es una casa con mil puertas. Mientras mi amante me rozaba y me iba desnudando, allí, de pie y atada, yo iba recordando toda la intensidad de mis primeras experiencias sexuales, así que mi amante no podía imaginarse que la abundante humedad que babeaba en mi vagina mientras me iba bajando la panty lentamente, era producto de mi mente perversa que viajaba al pasado y recordaba todo lo prohibido que viví junto a mi querido tío, mi primer amor. Tampoco se imaginaba mi marido lo que yo estaba pensando mientras él seguía hurgando a su gusto mi culo con su glande. Yo simplemente estaba allí, tendida en la sala de mi casa, absorta y sentía como una y otra vez mi marido sacaba la polla, frotaba la cabeza contra el ojete, como acariciándome las arrugas del ano y luego volvía a ensártalo totalmente, llenándome con su centímetros de carne caliente y palpitante.

Así mismo lo hizo mi amante cuando tuvo su primera oportunidad un par de días antes. Ya no estaba de pie y atada, sino que ahora estaba en una extraña posición. Tirada en el suelo, con las manos atadas a la parte trasera de mi espalda por una cuerda que daba vuelta a mi toroso y a la parte superior de mis brazos y que terminaba confinado firmemente mis muñecas. En la cintura otra cuerda daba varias vueltas y luego ataba mis tobillos a mis muslos, en ambas piernas, formando entonces un triángulo donde mis rodillas eran los dos vértices inferiores y mi trasero el vértice superior, expuesto e indefenso. Mientras estaba atada, completamente inmóvil y a merced de su lujuria, una sensación de libertad me poseía.

Nuevamente no sé cuánto tiempo pude estar así, pero sentí cuando mi amante comenzó a saciarse con el manjar de mi coño, lamiéndolo a sus anchas cuanto tiempo quiso. Hizo lo mismo con mi culo, con mis nalgas, con mis pies, con todo. Y luego, sin siquiera echar lubricante, comenzó a penetrar mis orificios a la vez. Primero lo introdujo en el culo creo que intencionalmente para hacerme sentir dolor, luego lo sacó y de un tirón lo metió en mi coño. Y así perdí la cuenta de las veces que me pudo haber cogido. Sé que acabo un par de veces en mi coño y en mi culo, pero como fue un proceso tan prolongado no sabría decir cuántas; y ahora que mi marido estaba allí revolviendo todo en mi interior, se me ocurre la posibilidad de que mi amante hubiese aprovechado el hecho de que yo estaba permanentemente vendada para haber convidado a otros hombres a que me follaran y me llenaran de leche sin que yo me hubiese tan siquiera dado cuenta.

Es muy probable porque sinceramente perdí la cuenta de cuantas veces pudo haber acabado este tipo. Una 14 o 15 veces en el fin de semana, no lo sé. ¡Quizás más! Así que ahora tenía la duda de si en ese proceso que duro horas, mientras estuve atada en una y otra posición, y en la que fui penetrada una y otra vez sin descanso por todos mis orificios, es muy probable que mi amante hubiese invitado a sus amigos a hacer fiesta conmigo. Eso es algo que nunca podré saber.

Lo que si sabía es que me moría de curiosidad por ver la polla de mi marido salir de mi culo, toda impregnada de fluidos. Así cuando sentí que sus gemidos iban intensificándose, comencé a mover mi trasero de forma descomunal, como haciendo twerking, aguantando un poco el dolor, hasta que el pobre no resistió más y se vino estrepitosamente dentro del agujero adolorido.

-«¡Joder, amor, casi me parte la polla!» exclamo aun sofocado y con la respiración agitada.

Yo me gire y me desplome sobre el mueble y puede percatarme de lo que me había imaginado. Su pene estaba allí, aun tieso y completamente cubierto de una viscosidad blanquecina, desde la punta hasta la base, tanto que el fluido iba escurriendo lentamente hacia sus huevos.

-Vaya, vaya –exclamó riendo-, parece que te he dejado ese culo bien llenito de leche-.

Yo me reí con él, pero en mi interior reía compadeciéndome. «¡Que tonto! –pensé– si supiera toda la leche que ha batido». Esa sola idea fue suficiente para ponerme cachonda nuevamente. Así que mientras mi marido recobraba el aliento, yo recordaba todas las porquerías que mi amante me susurraba al oído mientras echamos nuestro último polvo de despedida «¿te gustó todo lo que te follé este fin de semana?», «te aseguro que no podrás recibir más semen en varios días».

¡Qué ilusos que son los hombres! Todos se creen los mejores. Y mientras pensaba en todas esas guarradas comencé a frotarme el clítoris con la intención de correrme una última vez para cerrar con broche de oro y luego regresar a mi vida habitual. Cerré los ojos y me entregué a la masturbación, pero a los pocos minutos sentí que mi marido me tomaba por las nalgas y sin pedir permiso comenzó a comerme el coño con su boca.

«¡No, detente!» pensé en gritarle para evitar que con su boca absorbiera todo lo que había contenido en mi interior. Es que todo fue tan precipitado que no pude darme una ducha antes de llegar a casa, de modo que si mi esposo me hacía sexo oral, de seguro iba a comerse todo los restos de mi desenfreno infiel del fin de semana. Pero ya era muy tarde, tenía que seguir adelante. Así que mientras yo restregaba mi clítoris sentía como mi esposo, desaforado, me lamia la vagina una y otra vez, incluso intentando meter su lengua por mis orificios.

- ¡Me vuelve loco el sabor de tu coño! –me dijo en un momento que levantó la cara y pude observar por la brillantes del reflejo de luz que la tenía completamente empapada de fluidos.

Yo seguía masturbándome a mis anchas, como me gusta hacerlo, restregándome el clítoris sin contemplación. Entonces vi que mi marido se puso de pie nuevamente y con la polla tiesa otra vez, se disponía a insertármela en el coño. Ya a ese punto no podía yo recibir más carne en mi interior, porque me iba a quedar el coño escaldado, entonces se me ocurrió recurrir a un recurso que a todos los vuelve locos. Levanté mis pies hacia el aire y apoye mis tacones en su pecho, deteniendo su avance. De inmediato su atención se volcó hacia el par de tacones negro de ocho pulgadas que llevaba puestos. Son una pasada en realidad. Cada vez que los uso levanto las miradas de casi todos los hombres que me cruzo, y he perdido la cuenta de la cantidad de propuestas que he recibido de tíos que quieren lamerlos o que yo les camine encima con mis tacones puestos.

Mi marido sutilmente me quitó los tacones y comenzó a besar muy lentamente mis pies. Como ya os indiqué, dada las condiciones de mi viaje precipitado había pasado un buen rato sin tomar una ducha y con todo el trajín del viaje, era consciente de que mis pies estaban sudados, apestositos y además había en ellos restos de la saliva y el semen de mi amante. Mi marido tomó ambos pies con sus manos y hundió su rostro en mis plantas, colocando su nariz justo en los espacios que hay entre los dedos. Comenzó a olfatear una y otra vez, como llenándose los pulmones del aroma y de inmediato comenzó a lamerlos. Luego, el mismo bajo mis pies hasta llegar a su polla, que aun conservaba cierta viscosidad. El escupió en una de sus palmas y se untó la saliva en la polla. Entonces yo comencé a masturbarlo con mis pies, con esos movimientos infalibles que desde niña había descubierto con mi tío Alejandro.

La maestría de mis plantas no se hizo esperar, así en poco tiempo un estrepitoso gemido retumbó en la sala de mi casa y a la sazón chorros de leche salían expulsados de aquel miembros hinchado e iban cayendo aleatoriamente sobre mi coño, mi abdomen, mis pechos e incluso un par lograron estrellarse en mi rostro. Fue un desenlace perfecto porque yo aproveché su leche para untarla en mi clítoris y masturbarme hasta que ya no pude más y terminé en un orgasmo mítico, en el que el coño me expedía jugos a chorros y que terminaron en un pequeño charco en el suelo de mi casa.

Mi esposo se tumbó a mi lado y ambos nos quedamos exhaustos, acalorados, cubiertos de sudor y alucinados.

- Bueno, ¿y entonces que tal te fue en el viaje mi amor?- preguntó el dulcemente.

- ¡Maravillosamente! ¡Fue increíble! –Respondí con malicia-, si te lo cuento quizás hasta ni me crees –y comencé a reírme con picardía.

FIN…

Sajar.

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