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¡Dámela toda, mi amor! (16): Una nueva etapa.

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El nuevo Club Lastritza abrió sus puertas pronto con las nuevas habitaciones y el lujoso escenario. Allí Misty, Lucy, Davinia, Gabriella, Angela y Helga, entre otras, mostraban sus peligrosas curvas a los asiduos clientes de la noche.

Helga y yo nos retiramos a su casa después de la jornada y allí nos entregamos a una velada de amor. A pesar de estar de pie toda la noche para vigilar, y cansado por las tareas de días anteriores, no comprendo de dónde sacaba fuerzas para abrazar el vibrante cuerpo de mi amiga.

Los besos se sucedían en un caos frenético. Su mano no se alejaba de mi pene, endurecido con pocas caricias. Se puso encima y con sus labios y lengua alternativamente, se dedicó a explorar mi cuerpo. Y yo tumbado, esperaba el delicado y dulce momento. Empezó a lamer mi glande y despues se tragó parte de mi miembro. Pero no podía reprimir gemidos... era cuando cubría de besos o succionaba levemente mis testículos.

Entonces no sabía dónde cogerme, o a la cabecera de la cama, o a las arrugadas sábanas, o a sus hombros y cabeza.

-Sigue así... Helga... yo...

Repito que apenas podía hablar. Solamente lanzaba pequeños gemidos acompañados de movimientos convulsivos.

-No te corras... ¿Eh? -decía ella.

Y a continuación se puso a horcajadas e introdujo mi pene. Y la deliciosa amazona inició su cabalgada ansiosamente. Mis manos intentaban apretar sus macizos senos, sin embargo la muchacha se movía como los árboles en las noches de viento. No podía hacer nada, por tanto me concentré en mi placer y...

Transcurrió una semana. Los empleados del Club Lastritza se alegraron durante una jornada porque el Sr. Yumenos había decido pasar por allí para tomarse una copa y para hablar con nosotros. En realidad aquella inesperada visita era imaginada por Miklos y el fiel Sándor. Seguramente habían hablado de ello cuando sonó el teléfono móvil, cuando limpiábamos el local antes de las obras.

El obeso individuo acudió con dos jóvenes secretrarias de su Departamento. Fue sentado en una buena mesa, especial para clientes exigentes, porque desde allí se podía ver el escenario bien. Pero el corrupto personaje no deseaba mirar a aquellas lascivas mujeres que se retorcían de un falso placer, sólo venía para hablar de sus nuevos proyectos y estuvo dos horas con el Administrador y el dueño del local. Así observaba yo aquel diálogo. E incluso la cara de Miklos cambió por unos segundos de una alegría desbordante a una expresión de seriedad. Ignoro lo que deberían comentar de momento.

Las copas para el caballero y sus dos funcionarias se iban sucediendo, como las risas entre el dueño y Sándor con las citadas servidoras de la burocracia.

La noche de baile y cuerpos sudorosos acabó y Miklos ordenó que los empleados se acercasen en torno a la mesa de Yumenos pues nos quería comentar una buena notícia. Macro y yo cerramos la puerta por dentro y luego permanecimos de pie para oír qué nos iban a decir.

-...Dinero, mucho dinero en marcha -repetía el jefe del Departamento antes de encenderse un enorme puro-. Sabéis que necesito a gente para el nuevo rodaje de la película, Bellezas en Florida. Y primero busco por aquí. Quien venga, tendrá en los próximos meses ingresos extras.

Veíamos en la distancia a que tipo de películas se dedicaba Yumenos. Davinia alzó la mano. Había participado en otros films.

-Bien -sonrió el funcionario.

-También quiero ir yo.

Me quedé sorprendido en cierto modo, pues la persona que había pronunciado aquellas palabras era Helga. Al ver mi cara, como si esperara solucionar la situación, ella añadió:

-Me gusta viajar, y además nunca he estado en Florida...

¡Pobres excusas! La apremiante necesidad de dinero a cambio de prostituirse ante una cámara me daba menos seguridad.

-Estaba esperando a que me lo dijeras, pequeña -prosiguió el productor-. Pero no veo aquí a Sanakos, ni a Ericka. ¿Qué ha sucedido?

Los presentes callaron al recordar las desagradables muertes de los antiguos compañeros de trabajo. Nos extrañaba que un individuo que debe estar al corriente de los incidentes de su ciudad, no supiese por la prensa aquellas desapariciones.

Sándor contó su versión. Sin engañar, no explicó toda la verdad.

-Perdonad -añadió Yumenos-. No lo sabía.

Se formó un incómodo silencio que duró unos segundos. Algunos aprovecharon el momento, apuraron unos vasos de delicioso champagne francés y a continuación probaron una pastas saladas.

-¿Y vosotras, Misty y Lucy? -preguntó el productor-. Espero que no falléis. Mucha gente devora las películas por el realismo que ponéis en vuestras escenas...

-Iremos, por supuesto, Sr. Yumenos -contestó Lucy.

Sí, eran lesbianas declaradas y no les importaba exhibirse delante de una cámara. Quizás ellas eran más felices con su amor que los demás personajes que engrosábamos la lista de empleados del dudoso Club Lastritza.

-Buscaré a los actores en los gimnasios u otros locales. Pero siempre suelen acudir los mismos protagonistas con una sola llamada -siguió el productor-. ¡Ah! Se me olvidaba... También necesitaré a gente fuerte para formar parte del equipo para llevar las cosas y a la vez proteger a las muchachas.

Entonces el vengativo Sándor interrumpió las palabras del caballero.

-En eso hemos pensado hace tiempo -dijo el Administrador con una cínica sonrisa-. Macro ha ido en otras ocasiones y tiene dedicación en ello. Y como esta vez no está Sanakos, propongo que vaya por primera vez el boxeador Gallo Méndez.

Los presentes se sintieron incómodos ante la reacción de Sándor.

-¡Ah, sí! Usted vino con Macro para obtener la licencia -prosiguió mientras me observaba-. Seguramente con sus puños estaremos bien protegidos.

-Yo no he dicho en ningún momento que quiera ir -repliqué severamente.

Yumenos, que no me conocía, calló ante mi expresión. Miklos y Sándor lanzaron sus típicas miradas de asesino. Sabía que si me negaba, iba a perder mi puesto de trabajo, tendría problemas con la gente de mi alrededor, y al menos no podría dedicarme al arte del boxeo en Hungría.

-...Sin embargo, mi presencia es necesaria, pues una película de alto presupuesto tiene sus riesgos también, por tanto acepto -rectifiqué con rapidez.

La reunión de trabajo terminó pronto con mi nefasta intervención.

Yumenos se marchó en el coche que el Ayuntamiento ponía a su disposición para salidas nocturnas. Con él subieron sus dos amigas. Miklos, su mujer y Sándor abandonaron el local también y los automóviles tomaron la misma dirección del funcionario. Ahora iban a celebrarlo a su manera.

El resto se quedó a limpiar el Club, aunque Helga y yo pocas tareas desempeñamos.

-¡Eres un estúpido! -gritó la bailarina en el momento más alto de la discusión.

Los demás se dieron prisa para terminar y marcharse. No deseaban ver aquel encuentro triste.

-Dices que debemos hablar sobre nuestra situación y tú, Helga, todavía empeoras las cosas uníendote a esa excursión para enseñar el coño ante las cámaras y cómo te tocan desconocidos -continué.

-Es mi trabajo. Si no te gusto cómo me gano la vida, abandona este sitio y búscate una honrada mujer.

-No se trata de eso. Pero debemos cambiar o seguiremos con estos problemas así, durante mucho tiempo.

-No sabes qué es pasar hambre cuando antes en los viejos países del Este teníamos algún trozo de pan para comer -alegó ella encendida-. Tú, si no hubieses aceptado para llevar los bártulos del rodaje, te habrían despedido. Eso estaba pidiendo a gritos Sándor, pues nadie se niega ante su protector Yumenos. Has aceptado, me parece muy bien.

"Pero si te marchases, puedes continuar tu azaroso viaje por diferentes países y puedes sobrevivir gracias a tus puños. Nosotras solamente lo podemos hacer con nuestro... coño.

Las duras palabras de Helga me convencieron. Nos habíamos quedado en un rincón del local. En la barra había un papel con letra de Macro que decía:

"Cuando acabéis, cerrad el club. Gracias."

El resto de la noche no era para fáciles sentimentalismos, por tanto dejé a la muchacha en su casa y yo me encerré en mi apartamento hasta el día siguiente.

Al empezar la nueva jornada, nos saludamos fríamente. Era el malestar que Sándor quería provocar. Sin embargo luego se cruzó ella conmigo y me dio disimuladamente un papel con su caligrafía.

Decía:

"Después nos vamos en mi casa. Y allí hablaremos con más calma. "Bellezas de Florida" será mi última película y dejaremos esta vida. Lo prometo. Un beso en tu polla."

La muchacha tenía sus momentos de amabilidad y gracia. Lo reconozco.

Francisco

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