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El fetiche de mis bragas olorosas

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¿Sabéis lo que es un fetiche? Podéis investigar lo que queráis, pero si no tienes un fetiche muy difícilmente podrás entender su magia, su hechizo, la secreta fascinación que nos produce, el incesante estímulo que representa, la agonizante sumisión que nos supone y el obsesivo placer que nos promete. No sé por qué pero yo soy una mujer con muchos fetiches y esto es algo que me hace diferente a la mayoría; así que no sé si es una suerte o es una condena. Supongo que tendréis que juzgar vosotros.

Quienes conocen el clima de Sevilla saben que la primavera es una estación que apenas se siente. Es como una epifanía climática. No hemos terminado de salir de mayo cuando ya la temperatura remonta los 35 grados centígrados y, aunque calor comienza a sofocar lo cotidiano, con su arribo llega también un ánimo lujurioso, una disposición especial a la pasión y al erotismo.

En esas estaba yo el viernes pasado, sofocada y sudorosa, soportando apenas el sopor de la tarde en mi cubículo de la oficina. No valía de nada el aire acondicionado, tampoco que llevaba poca ropa; bueno, mejor dicho, ropa ligera. El calor se colaba por las rendijas e iba abriéndose paso, como un genio lujurioso por entre el espacio bañado del oro inmaculado del sol de la tarde. Allí estaba yo, su presa, expuesta a su efluvio y como resultado, sentía como los poros de mi cuerpo se dilataban al unísono para expedir aromáticas gotas de sudor.

Yo no era la única, a mi lado Ester, mi compañera de trabajo, se quejaba a cada instante de lo inclemente del clima. «¡Ya esto no se aguanta –comentó con desespero-, no veo la hora de irnos a por unas cañas». No más lo mencionó yo comencé a fantasear con la cerveza helada saliendo del grifo y cayendo lentamente al fondo de los vasos, reventando en espuma refrescante e inundando con su frescor la jarras de vidrio cubiertas de un glaseado invernal. ¡Qué mejor forma de afrontar el calor!

No lo pensamos dos veces. Abandonamos el trabajo y nos fuimos directo al bar más cercano. Nos sentamos en la terraza y una tras otra comenzaron a pasar las rondas de cerveza. Fue maravilloso. La tarde era diáfana y las calles estaban repletas de gentes que iban y venían por doquier, gente que en su mayoría eran extranjeros que recorren la ciudad, ávidos de aventuras y de experiencias.

Pronto se nos unieron otras amigas y nos abandonamos a la tertulia. Ester, mi colega, bebía y fumaba sin tregua, alternando los tragos con sus comentarios histriónicos que nos hacían partirnos de la risa. Es una mujer maravillosa, una de esas andaluzas de cepa que hablan con desparpajo y no tienen ni una pizca de vergüenza. Su belleza es soberbia, pero más que bella, es una mujer con una sensualidad perturbadora.

Como podréis imaginar, desde que la vi he tenido un montón de fantasías con ella. Muchas veces me encuentro en el trabajo conversando con ella de algún tema importante y me quedo absorta oyéndola hablar y deseando secretamente morderle la boca; esos labios protuberantes que enmarcan esa sonrisa sin igual que tiene. Pero vamos, yo soy de la que piensa que en el trabajo es mejor no inmiscuir el placer porque esa combinación siempre es explosiva.

Entre las risas perdí la noción del tiempo y solo caí en cuenta cuando mi móvil me alertó con su vibración de que había recibido un mensaje. Para mi sorpresa era un email de uno de mis lectores de una página web en la que publico mis relatos. Verán, desde que comencé a publicarlos, he recibido mails de muchos lectores y lectoras que me escriben para felicitarme o para hacerme críticas muy buen intencionadas, ¡y otros para decirme unas guarradas!

Uno de ellos, Oscar, me escribió para saludarme y felicitarme, y sin miramientos me preguntó si me podía enviar fotos suyas desnudo. La proposición me ruborizó, pero ¿por qué no? Precisamente comencé en este mundo de relatar mis vivencias y fantasías para salir de la rutina y darle un giro excitante a mi vida; así que le di mi luz verde para que lo hiciera, no sin antes advertirle que yo no le iba a enviar nada en retorno.

Quedé intrigada. Siendo honesta con vosotros me imaginé que este chico sería un pervertidillo desagradable como los hay muchos, pero mi sorpresa fue inmensa cuando recibí sus fotos. ¡Madre mía! Exclamé en mi interior; ese tío no estaba bueno, estaba buenísimo. Solo os referiré que es delgado, atlético y con el abdomen completamente definido y lo mejor de todo, ¡este hombre tiene una polla de padre y señor mío!

Sentada allí con mis amigas no pude disimular el bochorno que me entró cuando abrí sus fotos en el móvil. La reacción fue automática: las mejillas se me sonrojaron y si ya estaba empapada de sudor creo que en ese momento todas mis glándulas sudoríparas se pusieron a mil; ¿y qué deciros de mi coño? Creo que de inmediato se me encharcaron las bragas.

A partir de ese momento ya no pude mantenerme concentrada en la conversación. En mi mente estaba absorta recordando la extensión de ese miembro, sus protuberantes venas y el color y brillantes de su glande. Cuando lo pensaba sentía un cosquilleo instantáneo en la vagina y el ano, como si fuesen alertas de su deseo íntimo de ser penetrados por ese miembro potente.

Mientras tanto mis amigas seguían la charla amena. Ester a esa altura ya estaba un tanto encendida con la cerveza y de repente se acercó a mí y con su desparpajo habitual me pidió que la acompañara a los servicios. «¡Es que estoy que me meo –comentó con gracia-, pero con tanto cerveza que he bebido me temo que me costará mogollón llegar sola» y rio estridentemente.

Nos excusamos con las chicas y nos encaminamos hacia los servicios. Efectivamente Ester caminaba un con paso un poco alterado por el alcohol, pero nada imposible de controlar. Cuando llegamos, Ester se encaminó de inmediato a uno de los cubículos y yo me acerqué al tocador para verme al espejo, pero de inmediato Ester se dio la vuelta y me dijo «acompáñame, por favor».

Debo admitir que me sorprendió pues no teníamos ese nivel de confianza, pero no lo pensé dos veces e ingresé con ella al retrete. Entonces ella levantó su falda hasta sus caderas y de un tirón se bajó las bragas hasta las rodillas y se sentó. Debo deciros que las bragas de Ester eran preciosas; era un hilo de color negro, con encajes muy delicados y al instante que se las bajó, un fuerte olor a coño sudado inundó el ambiente y penetró sin contemplación mi nariz.

Olía exquisito en realidad. ¿Sabéis a lo que me refiero? ¿Sois conscientes del aroma divino que emana de un coño bien sudado? Es un perfume embriagador que causa adicción. Mientras estábamos allí me lo imaginaba cerradito, peludo y jugoso, y mientras escuchaba el sonido de cascada en la poceta, me imaginaba un chorro de orina tibia y dorada salir con presión mientras se abría paso entre los pliegue de la vulva.

Pues bien, el olor animal del coño de Ester y la imagen de la exuberante polla de Oscar casi me hacen acabar sin siquiera haberme tocado. ¡Estaba cachondisima! Quedé paralizada y completamente alterada, al punto que Ester me preguntó si estaba bien. «¡No es nada, solo que tengo mucho calor!» respondí en seguida.

Cuando volvimos a la mesa nuestras amigas continuaban su charla fútil, así que me inventé un pretexto para despedirme, le di una par de besos a cada una, incluyendo a Ester y me marché. Comencé a caminar con paso precipitado con ganas de llegar a casa y que mi marido me follara, y si él no estaba, entonces estaba deseosa de darle uso a mi consolador y a mis bolas chinas.

Como iba tan excitada, con cada paso que daba podía sentir un cosquilleo delicioso en la vulva. Iba abstraída por la calle repleta de gente guapa y no podía evitar fijarme en los hombres y las mujeres hermosas que habían a mi alrededor; eso aumentaba más mi morbo. Me detuve un segundo y me lié un porro para irlo fumando el resto del camino, y una vez colocada mi abstracción se intensificó.

Un momento después llegué a la ribera del Guadalquivir. Decidí entonces desviar un poco el camino y transitar el corredor paralelo al río, que une la estación de buses con el puente de Triana. Ese fragmento del camino es hermoso. La calzada se adentra en un pequeño bosquecillo que se precipita hasta el borde de las aguas y allí turistas y locales se entregan al descanso y a la recreación.

Mientras caminaba podría observar las chiquillas tendidas sobre el césped tomando el sol. Que divinas criaturas, virginales, descalzas, con las plantitas rosadas de sus pies suspendidas en el aire; o los chicos jóvenes, jugando entre ellos con el torso descubierto, enseñando la perfección de sus cuerpos adolescentes. ¡Qué excitación sentía! Deseaba detenerme allí y simplemente entregarme al placer entre los árboles; que una polla grande y tiesa como la de Oscar se precipitara por mis orificios o comerle el coño oloroso a alguna de las nenas perfectas.

Cuando llegué a casa no esperé ni un segundo. Abría la puerta, atravesé la sala y me detuve un segundo para dejar mi pesada cartera y las cosas que llevaba en las manos; pero ya enloquecida como estaba me quite los tacones opresores y una vez estuve descalza, me saque el hilo dejándolo tirado en el piso de la entrada. Corrí hacia mi habitación y urge de inmediato en mi armario de juguetes eróticos. ¡Podréis imaginar que tengo un montón! Tomé mi vibrador más grande y en lugar de las bolas chinas, opté esta vez por mi nuevo juguete, el Lovense Lust, una pequeña balita vibratoria que se introduce en la vagina o en el ano y que se maneja mediante una App. Así que nada, «¡manos a la obra!», pensé con malicia y procedí a untar el vibrador y el lovense con lubricante. Me tumbe al borde de mi cama y primero introduje el Lovense Lust en mi culo. No sé si lo sabréis, pero con la aplicación del móvil podéis colocar una canción que os guste y este aparatico vibra en función de las notas musicales de la canción, ¡es la hostia! Yo busque una canción que me fascina por lo sucia que es, “diles”, de Bad Bunny y Ozuna, y en cuanto comenzó la música se disparó el placer.

Introducido en mi recto, poco a poco el aparato iba desencadenando olas de estímulo en mi interior. Entonces tomé el vibrador grande y lo introduje en coño y comencé a moverlo sin tregua. Si alguno de ustedes hubiese visto la escena era realmente de película. ¡Imagináoslo! Mi habitación es enorme y en la mitad mi cama resalta con el blancor de sus sabanas impecables, a un lado una ventana que da hacia la calle permite colar los rayos de sol de la tarde, así que allí estaba yo, tendida en el borde, iluminada por la luz diáfana, con la blusa y la falda aun puestas, con las piernas abiertas y suspendidas en el aire, los pies descalzos bañados de sol, haciendo resaltar mi pedicura color rojo, con el rabito color rosa del aparato saliendo de mi ano y con la mano derecha dándome a saco con el vibrador por el coño.

No fue muy difícil alcanzar el orgasmo una y otra vez. En mi mente iba recordando mis aventuras más excitantes, como la vez que me folló el colombiano en el baño de la disco o mi amante aficionado a la dominación japonesa; pero definitivamente el recuerdo que tomó posesión de mi mente fue la ocasión en que dos chavalitos que me crucé en el gimnasio me follaron al unísono por primera vez. ¿Podéis imaginaros lo que se siente que dos pollas vigorosas se abran camino dentro de ti en simultáneo? Os puedo decir que el placer es indescriptible. Pero lo más excitante era la cara de fascinación de ambos chavales que no podían creer lo que les estaba ocurriendo. El que estaba debajo de mí, penetrándome el coño, era rubito y con rostro de nácar; y con cada embestida que me daba el que estaba a mis espaldas, penetrándome el culo, decía «¡Madre mía! ¡Qué divina está esta tía!». Lo que me ponía más cachonda era recordar su desesperación por follarme. Parecían animalitos desbocados o como las pobres personas que están muertas de hambre y de repente les ponen un plato a la mesa para que se sacien. ¡Me estaban comiendo con las manos!

Que dos chicos vírgenes se estrenen a la vez con una tía mayor, como yo, creo que es una fantasía que pocos hombres pueden cumplir en su vida; así que ambos estaban alucinados mientras me follaban. La expresión de sus rostros era frenética y los pobres no hallaban forma de saciarse. Se peleaban por agarrarme las tetas, por besarme la boca, incluso obviando el asco y el pudor que les producía compartir fluidos y secreciones recíprocamente. Uno le dijo al otro «¡joder tío! ¡No le metas la polla en la boca que la estoy besando!»; yo me moría de la risa.

Cuando los puse a comerme el coño fue un espectáculo. Uno de ellos se adelantó y comenzó a lamer, dejándome la vulva copiosamente impregnada de saliva. Mientras tanto el otro se cascaba una paja y esperaba su turno, pero cuando les di la orden de que se cambiaran, el segundo chico miro la raja babosa y exclamo «¡Anda ya! ¡Me va a tocar que comerme todas tus babas, tío!». Aquello fue un pandemónium. Imaginaros como fue su reacción en sus múltiples corridas. Los ojos se les desorbitaban y uno de ellos se mordía la lengua mientras se encorvaba como un perro eyaculando. Fue hasta gracioso. El que me estaba enculando comenzó a batir la polla con rapidez, haciendo unos alaridos fuera de serie y en lugar de correrse en mi culo y llenarlo de leche, como me hubiese gustado, sacó la polla y comenzó a tirar chorros de semen en tal cantidad que la sustancia se esparció sobre toda mi espalda, alcanzando mis hombros y mi cabeza; y para gracia mía, cuando gire el rostro para verlo correrse, sin querer le di paso a un chorro de leche que me pasó por un lado y fue a dar justo en el rostro de su compañero. «¡Joder tío, lo siento!» exclamaba con honestidad, mientras el otro se limpiaba el rostro tratando de controlar las arcadas que le produjo la experiencia. ¡Casi vomita el pobre! Pero la lujuria de ambos era tanta que al poco rato ya estaban los dos otra vez abocados a follarme y no les importo compartir semen, saliva, sudor y demás. Fue una de las mejores experiencias de mi vida y cada vez que me masturbo recordándola acabo una y otra vez.

Quedé fatigada tendida sobre mi cama mientas mis esfínteres palpitaban sin tregua. No sé cuánto tiempo pasó mientras me masturbaba y cuánto tiempo transcurrió mientras recuperaba el aliento. Lo cierto es que estaba tan extenuada que me dormí un instante y ni siquiera me dio tiempo de sacar el vibrador de mi culo. Al rato se salió solo.

De repente oí un ruido en la sala de mi casa y me incorporé emocionada porque supuse que había llegado mi marido. No me iba a caer nada mal que me diera una buena follada; pues para mi aquella solo era el calentamiento, por así decirlo. Me puse de pie y salí de la habitación hacia la sala, caminando en puntillas para sorprenderlo; pero el tiro me salió por la culata porque la sorpresa me la lleve yo al encontrarme, en el mueble de mi sala, al hermano de mi esposo, sentado a sus anchas, masturbándose sin aspavientos, con su mano izquierda sosteniendo la braga que había quitado al llegar a casa, y mientras la olía arrobado con la mano derecha se estaba estrujando la polla salvajemente. Yo me quedé pasmada. De la impresión no pude decir nada y pasados unos minutos decidí toser para advertirle mi presencia.

Al verme mi cuñado entro en colapso. De un tirón se puso de pie y rápidamente se guardó la polla.

-¡Cuñada qué vergüenza! –exclamó nervioso sobremanera-, pensé que estaba solo en casa.

Yo simplemente lo miraba sorprendida, sin saber que decir.

-¡No tengo cómo pedirte disculpas, me siento fatal, por favor perdóname! –Decía el pobre intentando enmendar la situación-. Mi hermano me dejó las llaves para que pasara a buscar unos documentos que me había dejado sobre la mesa del comedor y cuando entre y vi tus bragas en el piso, y al no percibir a nadie en casa, no pude contener la tentación de… bueno… -hesitaba avergonzado-, bueno, olerlas y pues nada, luego de que me las llevé a la nariz ya no pude contenerme.

Yo seguía impávida. Observándolo mientras se excusaba.

-¡Te ruego no le cuentes esto a mi hermano! ¡Va a pensar que soy un fetichista pervertido!, ¡te juro que es la primera vez que hago esto!, ¡bueno, con tus bragas quiero decir!, ¡joder, no, que torpe soy, ya lo había hecho antes con otras bragas, pero no con las tuyas…! ¡Ya la estoy liando de más! -concluyó.

-¡Cálmate! -Le respondí-, no te preocupes, de verdad, no le contaré nada a tu hermano.

-¡Ya! –Exclamó con alivio-, gracias, pero tampoco quiero que pienses que soy un enfermo. ¡Qué vergüenza! –volvió a decir con evidente congoja.

-No eres ningún enfermo –le dije sonriéndole con conmiseración-, de hecho es muy común que los hombres hagan este tipo de cosas. En realidad no es la primera vez que sorprendo a un hombre oliendo mis bragas-, concluí.

Así era. Hacía muchos años atrás había descubierto a otro hombre oliendo mis bragas mientras se masturbaba; así que la situación removió fibras muy profundas de mi pasado y aquello me causó una profunda conmoción.

-Siéntate – le dije a mi cuñado-, voy a servir unas copas de vino y nos fumamos algo para aligerarnos un poco de lo que ha pasado.

-¡Joder Sajar, eres la mejor!-, exclamó agradecido.

Yo me dirigí a la cocina a servir el vino y a buscar el cenicero como si nada, pero en mi interior iba consternada. Estaba trastocada por el florecimiento del recuerdo y mientras tomaba las copas y destapaba la botella, mi mente me transportó a la época en que mi tío Alejandro se mudó a vivir una temporada con nuestra familia.

Después de lo que sucedió en aquel viaje a la playa -el que os conté en mi relato anterior-, mi tío Alejandro intentó alejarse de mí, marcando distancia. Yo sabía que estaba avergonzado de su reacción y que evitaba estar a solas conmigo. Sin embargo yo seguía prendada de él. A todas partes que iba lo pensaba intensamente. Llegaba del colegio a casa y le preguntaba a mi madre si el tío Alejandro nos visitaría ese día; pero no fue sino hasta un par de meses luego que lo volví a ver.

Llegó una tarde de verano con una pesada maleta y un enorme oso de peluche de regalo para mí. Entonces supe que se quedaría un tiempo en casa; noticia que me colmó de alegría. Verán, él era la persona más dulce del mundo conmigo, la que mejor me trataba, la que más se preocupaba por mí, por mis cosas, incluso más que mis propios padres.

Sin embargo el seguía distante. Evitaba quedarse a solas conmigo. Yo lo buscaba por las tarde y con descaro le decía «¡Anda tío, bésame los pies!». Él se negó un par de veces, pero con mi persistencia poco a poco fue cediendo y volvimos a recuperar la confianza que antes teníamos. Todas las tardes después del cole veía tv a su lado. Yo me tendía sobre el sofá y él hacia el resto. Me descalzaba, me daba un masaje en mis piecitos, olía mis calcetines y luego me los quitaba y muy lentamente comenzaba a besar mis pies por todas partes, para pasar luego a lamerlos. Así estábamos un rato hasta que él se ponía de pie y siempre se excusaba diciendo: «ya vuelvo, voy a hacer una llamada» y luego se encerraba en el baño durante unos minutos. Yo le seguía los pasos e intentaba espiarlo, pero no lograba enterarme de nada. Luego él regresaba y continuábamos el resto de la tarde con normalidad.

Un día cualquiera salí del cole más temprano de lo normal, así que regresé a casa a una hora no habitual. Constaté que el coche de mis padres no estaba aparcado en el frente, lo que significaba que aún no habían vuelto del trabajo. Entré a casa y supuse que estaría sola hasta que ellos llegaran o llegara mi tío Alejandro, mas no le di importancia alguna. Dejé mi mochila en el diván de la entrada y me encaminé directo a mi habitación. Cuando tomé el pasillo noté que la puerta estaba abierta y aquello me causó intriga pues acostumbraba a dejarla cerrada en las mañanas, cuando todos salíamos de casa; así que caminé sigilosamente y cuando llegue al umbral de la puerta me topé con la sorpresa de encontrar a mi tío Alejandro tumbado sobre mi cama en la mismísima circunstancia en que hacía unos minutos había encontrado a mi cuñado tanto años después.

No os podéis imaginar el impacto que aquella visión causó en mí. Allí estaba él, tumbado con los ojos cerrados y sosteniendo con su mano mi braga diminuta mientras la olía. Con la otra sostenía su pene erecto, haciendo movimientos vertiginosos de arriba abajo. Esa fue la primera vez que vi un pene y, como corresponde, a un hombre cascándose una paja.

-¡Tío! –Llamé con voz baja- ¿qué haces?

Su sobresalto fue aún mayor. Dio un brinco que lo tumbo de la cama directo al piso. Nerviosamente pudo abrocharse pantalón y arreglarse la camisa.

-¡Sajar! ¡Hola! – tartamudeaba- ¡ehh, ehh, estaba tomando una siesta!-, mintió con nerviosismo.

-Tío, pero ¿por qué estabas oliendo mis bragas sucias?- le pregunté sorprendida.

Él se sintió descubierto y no pudo responder mi pregunta. Me miro con unos ojos de desgarro y se dejó caer sobre el borde de mi cama y se desplomó a llorar.

-¡Perdóname Sajar! ¡Esto que he hecho es algo muy malo!, ¡está muy mal! –y hundió su cabeza entre sus manos con desesperación.

Yo entendía lo que estaba pasando. No tenía que explicarme nada porque todo lo relacionado al sexo yo ya lo intuía plenamente; así que al verlo allí, completamente afectado con un niño indefenso, me produjo una ternura que selló mi relación con él para el resto de mi vida.

-No te preocupes tío –le dije mientras me acercaba a su lado-, no le pienso decir a nadie nada de lo que tú yo hacemos.

Él levantó la cara y me miró con los ojos anegados de lágrimas y me respondió «¿De verdad puedo confiar en ti?».

-Tú eres la persona que yo más quiero en el mundo- le respondí –nunca haría o diría nada que te perjudicase. Pero tienes que decirme por qué estabas oliendo mis bragas –y lo miré con una sonrisa de picardía.

-¡Ay Sajar! –Exclamó con un suspiro- este juego entre tú y yo me está volviendo loco. No sabes la tortura que es para mí cada vez que me pides que te huela los pies. Ya estoy obsesionado con su olor, bueno, con todo tu olor, así que no pude soportar la tentación de conocer como hueles ahí abajo, por eso urge en el cesto de tu ropa sucia, buscando alguna de tus braguitas. ¡Por favor no puedes decirle a nadie esto!, ¡te lo suplico!

Su respuesta despertó en mí una sensación desconocida. Me sentía a plenitud. De hecho, me hacía feliz oírle decir que se moría por mí.

-¿Pero entonces te gusta mi olor? –le pregunté con evidente intriga.

-¡¡Sí!! –Respondió sin pensarlo dos veces-, es lo más divino que he olido en toda mi vida. ¡Me está volviendo loco el olor de tus bragas, Sajar!

Su respuesta fue tan honesta me hizo vibrar. Sentí un vacío en el estómago aún más intenso que las otras veces que me había acercado a él y una intensa piquiña se apoderó de mis genitales. No lo pensé mucho y me dejé llevar:

-¿Te gustaría olerme allí abajo tío? –le pregunté tímidamente...

Volví al presente cuando la copa que estaba sirviendo se rebosó y el vino se vertió al suelo salpicándome los pies. El recuerdo de ese episodio me tocó la fibra emocional pero también me llevó al límite de mi excitación. Recordé que mi cuñado me aguardaba en la sala y regresé de inmediato con mi cometido. Le extendí una de las copas y luego de que la tomó, eché mano a mi bolso y saqué uno de los porros que había liado de camino a casa. Lo encendí y me senté en el sofá justo frente a él.

-¡Bueno! –Exclamé-, no ha pasado nada; pero eso sí, por favor devuélveme mi braga- le dije riendo.

Mi cuñado se ruborizó y de inmediato echó mano a su bolsillo y sacó mi hilo. «¡Con la sorpresa que me diste debí haberlo ocultado en mi bolsillo de forma inconsciente, Sajar! ¡Aquí está!» y me la extendió.

Yo lo mire divertida, escrutándolo de arriba a abajo.

-¿Te gusta cómo me huelo el coño, no? –le increpé con malicia y solté una carcajada.

El rio y se llevó la copa a los labios, bebió en abundancia y al colocarla sobre la mesa me miró a los ojos y me dijo: «no solo el coño te huele divino, Sajar, ese olor a culo es una delicia» y rompió en una carcajada. «Gracias por ser tan maja, de verdad, ojalá todas las mujeres fuesen tan abiertas como tú».

Su respuesta me pareció tan auténtica y encantadora, que extendí mi mano y le devolví el hilo. Él me miró impactado. «Un regalo para que nunca te olvides de mí» le dije.

- ¡Eres la leche, tía! –y se carcajeó enseguida-. Me voy a cascar unas pajas con estas bragas hasta desgastarlas, ¡te lo prometo!

Nuevamente su respuesta me hizo estremecer. La imagen de mi cuñado masturbándose mientras olía mis bragas me explotó en el cerebro y en el coño, así que me incliné hacia él y recordando la expresión en los ojos de mi tío Alejandro, le pregunté con la mejor expresión de zorra que tengo: «te gustaría olerme allí abajo?» y seguido me recliné hacia atrás, dejándome caer sobre el sofá y abriendo las piernas al momento, dejando expuesto mi jugosa vulva a su mirada incrédula.

Su respuesta no se hizo esperar, se abalanzó hacia mí. «Recuerda, es solo para olerla» le dije. Así que cerré los ojos y me entregué a mis pensamientos. Él acercó su rostro a mi entrepierna y comenzó a respirar. Podía oír cada una de sus profundas aspiraciones, rematadas por unos suspiros pasionales. Sentí el roce de su nariz sobre mi clítoris, a lo largo de mis labios humedecidos e incluso cuando con ella se aventuró a olfatear mi ano. Entonces extendí una mano y me comencé a masturbar otra vez, como posesa, arrebatada y desaforada, completamente transportada al momento en que mi tío Alejandro acercó su nariz a mi delicado coñito virgen, que estaba inmaculado y prácticamente sin pelo; y ese recuerdo fue tan potente que me vine en un fulminante orgasmo que me hizo expeler un potente chorro de flujo que fue a para al rostro de mi cuñado.

Recuperé el aliento y me puse de pie. Mi cuñado quedó tirado en el suelo con la polla en la mano, cubierta de semen, pues en el proceso se había corrido, y el rostro lleno de mi humedad. Le pasé por un lado, lo mire y le dije: «bueno, ya se acabó tu suerte, voy a darme una ducha» y comencé a caminar. Cuando ya estuve a punto de dejarle a solas, me giré y sonriendo le dije:

-¡Ah y ya sabes, cuando desgastes esas bragas avísame y te vendo unas que uso en el gimnasio y terminan impregnadas de olor a hembra -bromeé descaradamente-; o si te portas bien quizá te las regale! ¡De ti depende!

Fin.

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