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Mi esposa...

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MI ESPOSA…

Por Hess

PARTE UNO

Reunidos en la habitación de un amigo: él, mi esposa y yo, departíamos un momento agradable entre risas y conversaciones de una serie de temas intrascendentes pero joviales. Habíamos puesto una mesa cerca de la cama, en la cual nos sentábamos mi hermosa esposa y yo, quedando al frente, nuestro amigo sentado en una solitaria silla. Él con esmero y diligencia servía la bebida y repartía los naipes de un entretenido juego de cartas y comentaba al mismo tiempo que fumaba sobre los gratos instantes que en nuestra época de universitarios habíamos compartido los tres, en similares condiciones, aludiendo a la habitación de estudiante, con baño común en la que nos encontrábamos.

Jugando y recordando viejos tiempos, si alguien perdía una partida, imponíamos algunas sanciones o penitencias que en su mayoría eran divertidas y graciosas: como el imitar algún animal o personaje gracioso, besar alguna superficie difícil de alcanzar, contar algún chiste o bailar como solíamos hacer en aquel entonces.

Sin embargo, habiéndose agotado el repertorio de penitencias cuyos castigos eran más bien inocentes y sintiendo que la bebida ya nos hacía efecto, le pedí a mi esposa en un momento de esos en que reinaba en el ambiente cierto desinterés por el juego, que fuera ella la que imponga a nuestro amigo, quien había perdido en el último juego, un castigo que fuera más original y sobre todo que fuese un tanto atrevido. Ella, luego de mirar por un instante al vacío en actitud pensativa, clavó al fin su mirada directamente en los ojos de aquel tercero y sonriente mientras humedecía el carmesí de sus suculentos labios, al mismo tiempo que apretaba con su mano derecha mi muslo izquierdo debajo de la mesa como haciéndome cómplice de sus travesuras, manifestó que el castigo que mi amigo debía cumplir consistía en que él debía delinear con la punta de su lengua el borde de los labios de ella. Mi amigo moviendo con rapidez la cabeza hacia atrás devolvió la mirada a mi insinuante esposa y tomando su copa con la mano e invitándome a seguirlo como asumiendo mi conformidad, vació la totalidad del contenido de su vaso en un solo trago. Luego, poniéndose de pie y acercándose hacia nosotros se detuvo frente a mi expectante esposa, se inclinó poniendo su rostro frente al de ella y con abrumadora lentitud juntó su masculina boca a la fresca y apetitosa sonrisa de mi mujer quien al sentir la punta de la lengua de mi amigo desplazándose serpentina y suavemente por la roja superficie de sus labios, no pudo evitar sacar la suya y saborear el licor que seguramente aún podía percibirse en la lengua de mi amigo.

A partir de ese momento y a medida que pasaba el tiempo y se consumía más el contenido de la botella de whisky, algunas penitencias empezaban a tornarse sumamente placenteras. Asimismo, parecía haberse formado entre los tres un acuerdo implícito como asumiendo que el objetivo del juego era que mi esposa perdiera las partidas para poder castigarla con excitante severidad.

Recuerdo que mi señora, de pie frente a la pared, con las rodillas rectas y los pies sobre sus tacones, convenientemente separados, inclinaba ligeramente su torso hacia adelante como sosteniendo la pared pintada de rosa, manteniendo las manos levantadas y separadas cual si se tratase de una verdadera y vulgar delincuente. En esta posición, estando yo detrás de ella, empecé a consumar su castigo por el juego perdido y procedí, sobre su ropa, a sobar con fuerza sus magníficos pechos y a apretar con lascivia sus nalgas y su sexo, mientras ella reía complacida cambiando su postura para mirarnos divertida y reasumirla de nuevo una y otra vez, alegando entre risas, que era muy difícil evitar el cosquilleo y mantener su posición.

Si aquel impúdico manoseo en presencia de mi amigo le producía a ella cosquillas en el cuerpo, a mí me causaba un placentero morbo, que no hacía otra cosa que endurecer mi miembro y estoy seguro que él, quien no perdía detalle del manoseo, presenciaba todo aquello con sensaciones similares a las mías.

Al dirigirse mi esposa a ocupar su lugar en la mesa y sentarse nuevamente a mi lado en la cama, luego de cumplir su castigo frente a la pared, ella arreglaba y alisaba un poco su ropa que había quedado realmente fuera de lugar por la euforia con que yo había ejecutado el cumplimiento de su pena. Mientras ella acomodaba sutilmente sus delgados y ajustados pantalones, pude ver con toda claridad, pese a la tenue luz de la lámpara que alumbraba la habitación, que los pezones de sus hermosos y grandes senos, se habían erguido fabulosamente, expresando con audacia su excitación sexual cuya dureza mayor que la de mi pene era notoria y evidente. Mi amigo no podía apartar la mirada del pecho de mi esposa ya que la insolencia de sus gruesos pezones parecía querer traspasar el sujetador y el suéter que vestía cuyo pronunciado cuello en “V” revelaba adicionalmente el excitante canalillo formado entre sus magníficos senos, haciendo imposibles los esfuerzos de mi amigo por ignorar aquel suntuoso espectáculo. Recordé en ese momento una confidencia que le había hecho a mi amigo respecto a las preferencias sexuales de mi dulce esposa, refiriéndole que una de las cosas que más le excitaba a ella en la intimidad era que le chupen simultáneamente las puntas de sus imponentes tetas mientras era penetrada con firmeza y cierta violencia.

Pensando en esos comentarios completamente inapropiados e indiscretos que había hecho respecto a mi bella esposa, continuábamos jugando y disfrutando. En la siguiente ronda del juego, perdió nuevamente ella, como era de esperarse, y él, sin apartar la mirada de los erectos pezones de mi señora sugirió que como castigo ella debía bailar sensualmente para nosotros. Yo por mi parte, objeté su propuesta, aunque mi mujer ya se hallaba de pie moviendo eróticamente sus caderas, al son de una sugerente melodía que mi amigo ya había puesto a sonar en un reproductor de discos compactos. Sin embargo, yo mantuve mi oposición agregando que la penitencia me parecía muy fácil y propuse que además de la atrayente danza que mi pareja ya ejecutaba, ella debía adicionalmente quitarse el sujetador que llevaba puesto, ofreciéndome yo mismo como voluntario para desabrochar el seguro de la indicada prenda. Sin dilación alguna, ni aprobación de nadie, deslicé mi mano por el borde inferior de la parte interna del suéter de ella y acariciando la suave piel de su espalda sobre su columna vertebral, solté con cierta dificultad el seguro del sostén de la preciosa mía quien se estremeció exhalando un excitante gemido por la suave caricia sobre su espalda. Luego, recuperando el control de sí misma y consciente del efecto que producían sus encantos tanto en la sensibilidad de mi amigo como en la mía propia, permitió que mi otra mano que también había deslizado con rapidez bajo su ropa, se aferrara con avidez a su seno derecho y luego de un breve, pero impúdico manoseo, piel a piel, quité con facilidad la prenda íntima mencionada, puesto que la misma no tenía lazos o breteles que se sujeten a sus hombros que también se movían sensualmente al compás de la música. Teniendo el sostén de mi mujer en las manos, cual trofeo bien ganado, entregué con orgullo aquella prenda de encaje negro, a mi amigo quien permanecía absorto contemplando embelesado aquellos groseros pezones, que a pesar de la prenda que los cubría parecían estar a flor de piel, mostrándose mucho más duros y mucho más insolentes, coronando con exagerado orgullo sus grandes pechos que ahora se movían libres y cadenciosos en sentido inverso al de sus magníficas caderas, denotando su perfecta pesadumbre y su sensual dureza.

A pesar de la bebida alcohólica que consumíamos, que sin lugar a dudas había desinhibido a mi sonriente mujer y había hecho que mi amigo fuera más atrevido en sus actitudes, los tres éramos conscientes que aquello era una cuestión de naturaleza sexual, cuyo desenlace final aún desconocíamos, pero que sondeábamos sin temores ni complejos. Mi amigo se encontraba feliz, expectante y excitado al mismo tiempo, revelando en sus actitudes el enorme deseo que tenía de poseer a mi esposa. Por su parte ella, segura del poder de sus encantos, coqueteaba con ambos, seductora y descaradamente, manifestando en sus femeninos ademanes y comentarios su predisposición a aceptar cualquier proposición que se le hiciera. Yo, por mi parte, no hacía otra cosa que mirarles con una enfermiza excitación sexual que mantenía erecto mi miembro, e imaginaba con regocijo, la tibia y copiosa humedad del coño de mi mujer y la erección de la verga de él, que me inducían a hacer de ella un objeto sexual de conquista, al margen de si ella ganara o perdiera en el juego. Sin embargo, lo que realmente me alentaba a continuar con este indecente juego, era la complicidad conyugal de mi hermosa compañera, dispuesta a cumplir con placer y esmero con todo lo que se le pidiese como si se tratase de una perra en celo, decidida a satisfacerse a sí misma, y sobre todo decidida a satisfacer a cuanto macho lo demandara.

Ante la eventual pérdida de mi amigo en el juego, que seguía haciéndose cada vez más impúdico y en la seguridad de su desmedido deseo de lanzarse sobre los generosos senos de mi bella esposa, para por lo menos manosear y sobar aquellas tetas que le estaban enloqueciendo, decidí darles a ambos una serie de instrucciones, que obligados por la cachondez que nos dominaba a todos, cumplieron sin reparo alguno. Mi esposa, siempre sonriente y divertida, rápidamente se puso de pie cerca de la única lámpara que alumbraba el dormitorio. Mi atormentado amigo, parsimoniosamente se ubicó detrás de ella. Recuerdo claramente cómo mi mujer, con gracia y soltura, recogió el borde inferior de la prenda que vestía y subió el mismo a la altura de su cuello, mostrando orgullosa y sin inhibiciones la desnudes de sus grandes pechos que se balanceaban eróticamente mientras ejecutaba sonriente un paso de baile, tarareando la canción que sonaba en el ambiente. Mía, cual si fuera una profesional del baile exótico, mantenía las manos levantadas sobre su cabeza llenando su tórax de aire, como queriendo acentuar aún más, el volumen de sus magníficas tetas, al mismo tiempo que metía su abdomen exhibiendo coquetamente su delicado ombligo. Mientras tanto mi amigo, detrás de ella y tentado por el perfume, el calor y la sinuosa figura femenina de mi esposa quien se movía con lascivia, tenía que limitarse simplemente a estirar, con los dedos pulgar e índice, los recios pezones de aquellas formidables mamas que se balanceaban excitantemente haciendo perder la cabeza a cualquiera. Mi pobre amigo, con delicadeza y sumo cuidado, pasando las manos debajo de los brazos extendidos de ella y procurando mirar excitado sobre la cabeza de mi mujer las tentaciones de su cautivante anatomía, procedió a cumplir su difícil castigo y conteniendo sus deseos al máximo estimulaba tímida y delicadamente con los dedos, aquellos pezones que se erguían desafiantes y como gruesos índices me apuntaban alternadamente por los suaves y eróticos movimientos de su sinuoso cuerpo. Sin embargo, noté que mi amigo no pudiendo contenerse más, trataba de pegar lo más posible el enardecido bulto formado entre sus piernas bajo su pantalón al generoso culo de la hembra que sonriente y complacida se movía delante de él cual brindando una calurosa invitación al placer de gozarla. Quedé fascinado al ver cómo ella al notar la proximidad de la erección de mi amigo, no hizo otra cosa que sonreír y mirando sensualmente hacia atrás sobre su hombro y acentuando sus voluptuosas formas, arqueó su espalda levantando sus caderas y moviéndolas coquetamente en círculos, masajeó con la redondez de aquel generoso trasero el pene erecto de él, como queriendo reiterar y reafirmar su completa disposición para gozar plenamente esa noche, mientras indicaba lo mucho que apreciaba las cosas fuertes y duras, empleando un tono de voz exageradamente insinuante que hacía directa alusión al duro miembro de mi amigo.

Aquel desvergonzado cuadro me encendió terriblemente e imaginé que el próximo castigo debía consistir en simular un feroz coito sobre la cama, aunque sea con la ropa puesta y en la posición que escojan los penitentes. A los pocos minutos, mi amigo, recostado sobre mi mujer pero vestido aún, se encontraba empujando la dureza de su virilidad escondida bajo sus pantalones entre las piernas abiertas de mi esposa quien entre risas y carcajadas le animaba a ejecutar adecuadamente su castigo mientras a intervalos buscaba en mi mirada cierta aprobación, manteniéndole asido de la nuca como queriendo conservar el rostro de él, ajeno a nuestras miradas cómplices al mismo tiempo que acicateaba con la pierna derecha el cuerpo del afortunado hombre quien con apasionado esmero y dejando escapar algún reprimido jadeo, procuraba sincronizar sus acometidas con los movimientos circulares de las briosas caderas de mi señora. Cuando se había cumplido el tiempo de la penitencia de mi amigo, terminando su castigo y disponiéndose éste a ponerse de pie, pude ver de reojo con innegable sorpresa, mientras tomaba un trago de mi vaso, cómo él masajeaba disimuladamente el pecho izquierdo de mi ahora compartida mujer, sobándolo con ímpetu seguro de que yo no me daba cuenta de su maniobra. Al mismo tiempo ella, en una especie de acto reflejo de gratitud, ponía la palma abierta de su mano derecha entre las piernas de él sobre su pantalón y apretando dicha zona, frotó sin disimulo alguno los genitales de mi amigo desde los testículos entre sus piernas ligeramente abiertas hasta el bulto formado por el glande de su pene que se hacía notorio cerca de la hebilla de su cinturón.

Estaba claro que ya no había necesidad de seguir jugando para consumar lo que los tres veníamos buscando. Estaba claro que mi amigo, se moría de ganas por joder a mi mujer aunque sea en mi presencia y desde luego, estaba claro también, que ella se sentía sumamente cachonda y le apremiaba el deseo de ser penetrada cuanto antes, encontrándose dispuesta a acoger entre sus abiertas piernas a cualquiera de los dos o a los dos… Yo por mi parte, tenía claro que quería ver a mi hermosa esposa gozando con otro hombre y que ella pueda desencadenar a la puta que toda mujer aprisiona dentro de sí. La suerte estaba echada y nuestro razonamiento se limitaba a satisfacer las demandas de nuestros genitales ávidos de sexo.

Salí de la habitación rumbo al baño, alegando que ya era tarde y que debíamos acostarnos, mis palabras sonaron con total naturalidad como si ellos estuvieran charlando simplemente, cerré la puerta del dormitorio tras de mí y dejé que ellos continuaran dándose placer con descarados y desenfrenados besuqueos y manoseos. A mi regreso, antes de abrir la puerta de la pieza en la que nos encontrábamos, un hombre de aspecto grueso y entrado en años me saludaba a la vez que cerraba la puerta de la habitación contigua a la de mi amigo. Luego de contestar el saludo y disponiéndome a entrar, pude percibir con claridad la música y un impetuoso concierto de jadeos y gemidos que se materializaron en un excitante cuadro al abrir la puerta. Los dos, mi dulce esposa y mi querido amigo, se hallaban completamente desnudos sobre la cama disfrutándose sexualmente bajo la tenue luz de la lámpara de la meza de noche. Mi hermosa señora, ahorcajadas sobre mi amigo meneaba en frenéticas rotaciones sus recias caderas, aferrándose tenazmente con ambas manos a los barrotes del espaldar de la cama como queriendo subyugar a toda costa en el interior de su palpitante vagina, la indómita erección de mi amigo quien en el momento preciso hundía una y otra vez la férrea dureza de su pene agitando con rapidez su pelvis, que en sincronía perfecta con los lujuriosos movimientos de las briosas nalgas de mi esposa lograban arrancarse entre sí ardientes gemidos y jadeos, fruto del extraordinario placer que seguramente experimentaban sus sexos.

Permanecí por un momento en el mismo lugar, luego de cerrar con cuidado la puerta del singular recinto que encubría nuestros desenfrenos, tratando de no interrumpir el ardor con el que ellos se entregaban al placer del goce sexual. Mientras me desnudaba con lentitud para unirme a ellos, pude advertir maravillado, como la boca de mi amigo tragaba con loca ansiedad y desmesurado deseo los imponentes pezones de las soberbias tetas de mi mujer quien alternadamente, le daba a mamar a mi amigo, primero un pecho y luego el otro sin aminorar un solo instante la enérgica rotación de sus rotundas caderas que parecían estar poseídas por una extraña fuerza ajena a su propio control. Las manos de mi amigo viajaban presurosas una y otra vez entre los magníficos senos de mi señora para engullirlos y chuparlos con vehemencia produciendo un típico sonido que atraía la atenta mirada de mi esposa quien dejando escapar excitantes gemidos de placer observaba con la boca ligeramente abierta cómo la totalidad de sus recios pezones desaparecían en la ávida cavidad bucal de aquel sujeto, mientras ella permanecía aferrando con ambas manos el espaldar de la cama acelerando con violencia la rotación de sus hermosas caderas. En uno de esos cambios, en el que ella retiraba una teta de la abierta boca de mi amigo para ofrecerle la otra, se dio cuenta que yo estaba de simple espectador consintiendo con placer su inmoral y lascivo comportamiento, en ese instante, mirándome brevemente a los ojos me regaló una especie de sonrisa mientras su rostro se ruborizaba y de su garganta continuaban escapándose atrayentes gemidos que se mezclaban con los profundos bufidos de mi amigo. Los dos se habían percatado de mi presencia, pero continuaban imperturbables en su pecaminoso accionar. Ya completamente desnudo y portando en la mano una fuerte erección y sintiendo los latidos de mi corazón en la garganta, me acerqué a ellos con lentitud al mismo tiempo que aquel tercero en un ademán de plena protección de su pertenencia, se aferraba con fuerza a los glúteos de mi mujer asiendo a manos llenas las redondeces del culo de mi esposa, como verdadero macho que asegura a su hembra en el momento de la cópula. Al ver expuesto el ano de mi compañera entre sus sudorosas nalgas que las manos de él separaban y abrían con fuerza aprisionando esas carnes con los dedos bien estirados, mi percepción inicial cambió completamente y deduje que aquellos gestos eran más bien una invitación a penetrar la seductora cavidad trasera de mi hembra. Deteniendo el endiablado coito que protagonizaban los dos amantes, empujando con la mano la espalda de mi esposa hacia adelante, para tener acceso a su ano, acerqué mi boca con la lengua bien estirada hacia dicha cavidad y me deleité lamiendo aquel orificio trasero para dejar una ingente cantidad de saliva que esparcí con el dedo medio de mi mano derecha. Ella permanecía con las rodillas separadas y ubicadas a los costados del cuerpo de mi amigo disfrutando de su verga y moviendo sus caderas al compás de su placer, yo mientras tanto, de pie al lado de la cama y a milímetros del excitante cuadro, trataba de humedecer con los dedos de mi mano derecha el exquisito ano de mi esposa el cual ya penetraba con mi dedo medio pudiendo sentir con claridad el falo que mi mujer apretaba con maestría en el interior de su vagina. Mi intención era la de prepararla adecuadamente para poder penetrarla analmente y que disfrute de una doble penetración. La idea de gozarla simultáneamente con mi amigo, me producía un extraño y mórbido placer.

Sin embargo ella, desmontando de mí amigo y mencionando algo parecido a que estaba disponible para mí también, se puso en frente mío, tendida de espaldas sobre la cama con la cabeza levantada y abriendo de par en par sus bellas piernas con las rodillas flexionadas y separando con ambas manos los labios de su jugoso coño me invitó a empalarla y poder gozar también del placer que pueden brindar sus soberbios atributos femeninos. Yo, como poseído por una extraña fuerza me lancé sobre ella penetrándola con violencia, provocando que de su abierta boca se desprendiera un excitante quejido de placer que me envolvió con un halo de misterioso sadismo, obligándome a arrodillarme perpendicularmente frente a ella y a joderla con fuerza y violencia mientras me sostenía de sus hermosos y suaves muslos, los cuales abría con rudeza para impulsarme y penetrarla con más potencia una y otra vez. Mis arremetidas eran frenéticas y profundas, estirando un poco mis brazos me sujetaba también de sus generosas tetas que apretaba sin piedad para luego soltarlas y embriagar mis ojos con el arrebatador movimiento con que se sacudían fruto de la brusquedad de nuestro enlace sexual en presencia de nuestro amigo quien de rodillas, también sobre la cama, se limitaba a masturbarse mirándonos maravillado. Mi pene entraba y salía de ella con una facilidad increíble, nunca la había sentido tan húmeda, caliente y lubricada. Era tan fácil entrar en ella como si mi miembro fuera un trozo de jabón que se desliza libremente entre las manos de alguien que reciben la abundancia de un chorro constante de agua tibia. Definitivamente, mi esposa sabía cómo portarse en la cama y actuar como una verdadera puta, puesto que el excitante movimiento de sus caderas parecía asimilar y absorber la violencia de mis arremetidas y traducirlas en placer para los dos, concentrando toda esa energía en los músculos de su vagina que apretaban fuertemente mi miembro al momento de lograr la máxima penetración. Precisamente en uno de esos instantes, en que ella exhaló otro intenso gemido de placer elevó su mirada hacia los ojos de mi amigo estirando su delicado cuello y sosteniendo ambos un prolongado y excitante contacto visual como entablando una conversación sin palabras, me pareció entender que él quería manifestarle la urgente necesidad que tenía de estar nuevamente dentro de ella y mi esposa, a su vez, parecía decirle humedeciendo los rojos labios de su boca mostrando la lengua, el arrollador deseo que tenía de chupar su pene que egoístamente él estimulaba con las manos. La brusca agitación de sus grandes tetas sobre las que se erguían con insolencia sus rojas aureolas inflamadas de placer, el excitante movimiento circular de sus sudorosas y redondas caderas, la complaciente amplitud con que ella mantenía sus muslos abiertos, el sonido entrecortado de sus sensuales gemidos, el profundo placer reflejado en su rostro que mantenía una suplicante mirada dirigida hacia mi amigo y la simple idea de verla chupando la verga de otro hombre; me hicieron alcanzar un profundo clímax, lanzando desde mi miembro completamente erecto, una abundante eyaculación que desparramé sobre la sudorosa desnudes de mi esposa mientras emitía sin importarme nada, sonoros bramidos de placer.

Todavía con la placentera sensación de un espléndido orgasmo, agitando con la mano mi dura erección que aún no menguaba, quedé sorprendido al ver la naturalidad con que mi esposa, luego de haberse cerciorado que yo ya había terminado, dándome un excitante masaje en el escroto con la mano derecha apretando y estirando mis testículos a la vez que esparcía con la otra mano mi esperma en su febril vientre, se aproximara a mi amigo quien todavía se hallaba masturbándose de rodillas a su izquierda, para bajando lentamente su femenino rostro, luego de mirarle a los ojos, engullir con el mayor agrado y familiaridad el erecto pene de él cuyas gesticulaciones revelaban claramente el placer que ella le prodigaba con la boca. No pude evitar inclinarme para tratar de constatar ocularmente si ella se tragaba el semen de mi amigo, sólo pude ver cómo ella con los ojos cerrados saboreaba el falo del afortunado manteniendo apretados los labios a la altura de la base del pene cerca de los testículos y serpenteaba su lengua no sólo para paladear el sabor del hombre sino sobre todo para incrementar el placer de aquella caricia buco genital que ella ejecutaba con soberbia maestría.

Los tres nos encontrábamos agitados y sudorosos, haciendo comentarios sobre el ruido que seguramente habría perturbado a nuestros vecinos a causa de nuestra fiesta privada a la que no habíamos invitado a nadie más. Ella bebió presurosa el contenido de uno de los vasos que había quedado en la mesa y luego nos metimos bajo las sábanas completamente desnudos y apagando la lámpara de la mesa de noche nos dispusimos a descansar. Sin embargo, mi amigo y yo, continuamos acariciando a mi esposa quien recostada en medio de los dos, se dejaba manosear y estiraba los brazos para ocasionalmente apretar con las manos nuestras debilitadas erecciones como manifestando el deseo que tenía de seguir gozando un poco más de nuestras insanas relajaciones que la bebida, el sueño y el cansancio estaban frenando.

CONTINUARÁ…

(Sería grato que me escriban a [email protected] para conocer sus comentarios y opiniones sobre mi esposa y este relato).

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