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Mi esposa… (2)

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MI ESPOSA… (2)

Por Hess

PARTE DOS

Luego de varios minutos de quietud y reposo, percibí la brusquedad de unos movimientos bajo las sábanas, recogiendo las mismas sobre mi cabeza luego de contemplar el inconsciente rostro de mi bella esposa quien mantenía los ojos cerrados permaneciendo profundamente dormida, pude ver la mano de mi amigo manipulando enérgicamente su propio pene, tratando de empinarlo no sé si para eyacular sobre la suave piel de mi señora o para volver a penetrarla, lo cierto es que al darse cuenta que lo observaba masculló algunas palabras pidiéndome que por favor no lo mirase.

Pasaron algunas horas en las que realmente habíamos descansado. Un incómodo destello de sol que se había colado por entre las cortinas mal cerradas de una de las ventanas golpeó mi rostro sin piedad en el mismo instante en que percibía nuevamente algunos movimientos en nuestro lecho. Suponiendo encontrar a mi amigo jodiendo de nuevo a mi dulce esposa, abrí con dificultad mis ojos y poniendo mi mano derecha sobre mi cara para cubrirme del sol, pude ver las espaldas de mi amigo quien vestido ya y sentado al borde opuesto de la cama, trataba de calzarse los zapatos. Volteó a verme y caminando lentamente hacia la puerta me dio los buenos días con una gran sonrisa de agradecimiento en su rostro. Deteniéndose a mirarme sosteniendo la puerta y manteniéndola abierta, me pidió que asegurase la misma y que no me preocupara por abrirle puesto que él tenía las llaves del cerrojo y que regresaría en cualquier momento.

La luz y el calor de la mañana se habían apoderado completamente del lugar en el que nos encontrábamos. La puerta de la habitación que daba al patio permaneció abierta un buen tiempo, ya que la modorra me vencía y difícilmente pude ponerme de pie para ir a cerrarla como me había indicado mi amigo. Al fin, bordeando la mesa que seguía cerca de la cama, en la que distinguí una apetitosa botella de agua, me dirigí con perezosa lentitud hacia la puerta. Mi esposa, semidormida y desnuda, yacía de pecho en la desordenada cama testigo de nuestros degenerados goces y entregada al placentero calor del astro rey que acariciaba su cuerpo, estiraba completamente una pierna y flexionaba la rodilla de la otra, permitiendo que los rayos del sol besaran también su dilatado y deseoso coño y su excitante ano que yo había repasado con la lengua momentos antes de ponerme de pie. Me quedé en silencio unos instantes y permanecí inmóvil detrás de la puerta abierta unos segundos, ya que en ese instante, el vecino de mi amigo que ocupaba la habitación contigua se había parado prácticamente en el umbral de la puerta y miraba extasiado el atrayente cuerpo de mi señora... No sé en qué momento se marchó pero cuando quise verle bien el rostro ya había desaparecido. Cerré la puerta con sigilo y acercándome a mi esposa con suavidad, le hice saber que el vecino de nuestro amigo, un viejo maestro de escuela, la observaba desde la puerta abierta, ella empezó a mover erótica y lentamente sus caderas como invitando a aquel extraño, quien supuestamente la miraba, a que la penetrara por alguno de sus deliciosos orificios de placer que exhibía orgullosa y seductoramente. Sin lugar a dudas, la perra seguía en pie de guerra y yo debía darle hueso que roer. De un solo golpe le metí tres dedos en el jugoso coño que se movía insinuante, ella emitió un excitante gemido que me invitaba a masajear con mayor empeño las chorreantes paredes internas de su vagina, mientras sus femeninas formas se meneaban destacando la rotación involuntaria de sus caderas y pudiendo escucharse perfectamente en el ambiente, el chapoteo de su sexo que junto a sus gimoteos resultaban tremendamente excitantes. Finalmente diciéndole al oído que debería animarse a disfrutar de una doble penetración e insinuándole que era mi amigo quien quería sodomizarla, empujé mi dedo pulgar dentro de su culo provocándole un bestial orgasmo que la hizo aullar de gozo como una verdadera hembra en celo. Ella se entregaba agradecida a mis caricias y sobeteos al mismo tiempo que buscaba infructuosamente mi verga para chuparla y devolverme un poco de su vicioso placer.

Luego de haber calmado un poco nuestros bajos instintos, estuvimos remoloneando un buen rato en la cama mientras charlábamos recordando lo sucedido en la víspera. Mi bella esposa sin decirme nada y dejando con calma nuestro nido de perversiones, salió rumbo al baño vistiendo tan solo sus zapatos de tacón y una camisa negra de manga corta, perteneciente a mi amigo, que más que cubrir su desnudez, hacía resaltar sus sinuosas formas de una manera demasiado reveladora cual si vistiese un transparente y corto salto de cama negro. Me puse a pensar al verla salir por la puerta con tan insinuante atuendo, que si alguno de los vecinos la encontraba en el trayecto al baño seguro que no hubiera dudado un solo instante en lanzarse sobre ella para violentarla bajo la ducha del baño común.

Tras algunos minutos de permanecer sumido en mis pensamientos acariciando con mi mano mi verga casi erecta recostado en la cama, escuché próximos a la entrada, los decididos pasos de mi esposa, cuya esbelta figura se dibujó bajo el dintel de la puerta cuando ella abrió la misma. Tenía aquella camisa de manga corta completamente abierta, quedando al aire y a la vista de quien quisiera la abundancia de sus soberbios senos y la perfección de su monte de Venus que ella exhibía con orgullo y descaro. Cerró la puerta siguiendo mis indicaciones y caminó sobre sus zapatos de tacón con altanería y felina elegancia hacia un espejo colocado en una de las paredes cerca de la cama moviendo de una manera especial al andar sus voluptuosas caderas como pavoneando la belleza que ostentaba. Mi mirada se perdió en su entrepierna admirando el delicado y ralo mechón de vello púbico que como sutil ornamento destacaba sobre su blanca piel coronando su depilada vulva. No pude esconder la fuerte erección de mi miembro que manifestaba mi genuina admiración, mientras ella sacando de su cartera una serie de utensilios y cosméticos maquillaba su belleza acentuándola con rapidez y destreza. Luego de perfumar su cuerpo y arreglar su cabellera me sugirió levantarme y asearme como ya lo había hecho ella y yo, tomando resignado un albornoz de mi amigo, salí del dormitorio rumbo al baño común con cierto desgano ya que me hubiera gustado tener sexo con ella antes de tomar un baño.

Unos instantes antes de salir de la ducha, alguien había tocado la puerta, era mi amigo quien había regresado trayendo algo de comer y me pedía darme prisa. Yo fingiendo no escucharle bien, le dije que ya les alcanzaba y que siguieran sin mí. Luego de esperar prudencialmente cierto tiempo, salí discretamente del baño, puesto que no quería que nadie me vea en esas fachas. Llenando mi mente de pensamientos obscenos, abrí sigilosamente la puerta del dormitorio, para descubrir que mi bella mujer se encontraba, en el recién tendido lecho, recostada boca arriba y sus piernas abiertas exhibiendo su hermoso coño, colgaban al borde de la cama apoyando en el suelo sus delicados pies calzados en sus zapatos de tacón. Mi amigo a su lado, vestido aún, besaba su roja boca una y otra vez encajando su serpenteante lengua en la abierta boca de mi esposa quien estiraba también su propia lengua para envolverse al apéndice bucal de mi amigo como si de un duelo de reptiles se tratase. Asimismo, observé que mi amigo en determinados momentos, lengüeteaba el pabellón de la oreja de mi dulce esposa y simultáneamente parecía decirle a mi mujer cosas al oído que ruborizaban sus mejillas. Pude ver también con claridad que la mano izquierda de mi amigo volaba de un seno a otro: apretando, pellizcando y estirando con plena libertad los rojos y excitados pezones de mi amada señora.

Quitándome el salto de baño que había tomado al salir de la habitación cuando me dirigía a la ducha, me acerqué lentamente hacia ellos a la vez que mi amigo se apartaba un poco de mi esposa como cediéndome su lugar. Me arrodillé frente al sexo de mi amada y contemplé por un momento la maravilla que tenía ante mis ojos. Los suaves y depilados labios de su coño se hallaban separados e hinchados de deseo, siendo por ello incapaces de esconder el rosado intenso y húmedo de su interior en el que se erguía desafiante cual perla de una almeja marina, un enrojecido clítoris que invitaba a contemplar la entrada de su vagina que como pequeña boca de un pez enviando besos, se abría y se cerraba convulsivamente dejando escapar en cada movimiento el delicioso néctar femenino típico de la hembra que ya está lista para el coito. Aquel bello panorama sumado al delicado aroma de su perfume, provocaron que mi boca se hiciera agua, así que con suave detenimiento y poniendo toda mi percepción sensorial en mis papilas gustativas, repasé con gran lentitud una y otra vez con la punta de mi lengua el abierto sexo de mi señora quien no podía evitar mover su pelvis hacia mi boca para acrecentar el contacto y obtener más placer para sí, al mismo tiempo que sin recato alguno, emitía excitantes gemidos que llamaban poderosamente la atención de mi amigo quien desnudo ya, se ubicaba lentamente al lado izquierdo de mi esposa para lengüetear y chupar los soberbios pezones de sus grandes tetas que por el movimiento de sus caderas se balanceaban lentamente de un lado al otro provocando una implacable y cautivadora atracción.

Percibiendo la hipersensibilidad del coño de mi mujer, desplacé mi boca hacia arriba, pues se me antojaba hacer lo que mi amigo estaba haciendo en ese momento. Situándome al lado derecho de ella, empecé a deleitarme con el formidable pecho de mi mujer quien con la transparente camisa negra completamente abierta, se hallaba recostada en medio de nosotros dos con los brazos estirados sobre su cabeza poniendo a disposición nuestra la desnudez de su orgulloso tórax que al llenarse de aire por los profundos suspiros provocados por el disfrute de una de sus fantasías, realzaba aún más la textura y el volumen de sus hermosos senos. Los dos, mi amigo y yo, cruzábamos miradas mientras chupábamos con ansia y desmedido deseo los insolentes pezones de mi mujer, sosteniendo fuertemente con las manos el pecho que nos había tocado. A intervalos, dejábamos libres de nuestras succiones bucales las formidables tetas de ella como para mostrar el uno al otro cual pezón se hallaba más erecto y excitado, era increíble ver el color y la longitud que habían adquirido esos pezones: rojos, estirados cual si fueran gruesos dedos y brillantes por la abundancia de nuestras salivas.

Luego del disfrute de la exuberancia de sus pechos, mi hermosa esposa cambió de posición, ubicándose en medio de la cama y despojándose de la camisa que llevaba apoyó los codos en la almohada y recostando su cabeza en el espaldar empezó a jugar con sus enormes tetas rozando con los dedos de sus propias manos sus erectos pezones, como queriendo comprobar si era real el tamaño que éstos habían adquirido a consecuencia de las succiones bucales a que habían sido sometidos. Con las rodillas flexionadas mantenía sus muslos completamente separados y podía verse con claridad su sexo abierto y jugoso que demandaba enérgicamente la satisfacción que puede proporcionar una buena y continua penetración.

Mi amigo, con cierta prontitud y agilidad, se recostó al lado derecho de mi dulce mujer, masturbándose enérgicamente con la mano derecha, mientras que con la izquierda, masajeaba torpemente la vulva de mi señora quien flexionando mucho más las rodillas, se esforzaba por facilitar la labor de nuestro amigo, manteniendo sus muslos completamente separados y su coño abierto y jugoso que en pronunciados círculos se movía al compás del placer que marcaban sus caderas. Me excitó sobremanera ver el lascivo rostro de ella, que con el ceño un tanto fruncido y la boca ligeramente abierta no perdía detalle del falo de mi amigo que pronto podría nuevamente apretar con los músculos de su vagina como él lo hacía con su propia mano en ese momento, subiendo y bajando con apremiante velocidad. Resultaba realmente formidable ver sus rostros desfigurados por el placer y el deseo: él con una extraña mueca mostrando los dientes y mirando alternadamente su vigorizado pene y el desnudo y ofrecido cuerpo de mi bella mujer, no paraba de masturbarse como queriendo provocar en su miembro una dureza y erección nunca antes alcanzadas. Por su parte ella con las mejillas enrojecidas, sin recato alguno se entregaba por completo al goce carnal, contemplando embelesada la masturbación que él se prodigaba esforzándose en mantener sus piernas bien abiertas para disfrutar del manoseo de su coño como queriendo aumentar aún más la excitación de mi amigo mientras que con cierta rudeza, estiraba y pellizcaba con los dedos de sus propias manos los gruesos e inflamados pezones de sus generosos pechos. Ambos se retorcían de placer como dos animales salvajes, hembra y macho, próximos a copular sin reparo alguno, mientras el dormitorio se llenaba nuevamente del sonido de sus rugientes suspiros y quejidos. Por fin, luego de haber alcanzado la erección que él deseaba, mi amigo se subió literalmente sobre el sinuoso y dispuesto cuerpo de mi amada señora, abriendo con cierta rudeza mucho más los separados muslos de la misma y acomodándose bruscamente entre sus piernas y enfilando su duro miembro con la mano derecha en la entrada vaginal de ella, arremetió con fuerza empujando su pelvis violentamente hacia ella, arrancando de mi cálida esposa un excitante quejido de placer, como si la punta de la verga de mi amigo hubiera llegado a golpear el útero en el fondo del coño de mi dulce y bella señora quien en ese preciso momento no era otra cosa que una auténtica puta, una lasciva hembra, una perra en celo, una ramera cachonda hecha para dar y recibir placer, nuestras vergas erectas así lo manifestaban y su jugoso y dilatado coño así lo confirmaba. En ese momento, podía ratificarse que hace mucho que la fragilidad impalpable de la fantasía se había roto y que se había convertido, desde la noche anterior, en una descabellada pero excitante realidad que a ninguno de los tres disgustaba.

Ella se encontraba tendida de espaldas acogiendo entre sus abiertas piernas a mi amigo quien la penetraba sin cesar una y otra vez gozándola plenamente. Desde mi posición, mientras ella mantenía mi pene en su boca, pues yo me había ubicado de pie cerca de su rostro al borde de la cama, podía ver con claridad cómo él mamaba alternadamente los enormes pezones de las grandes tetas de ella que cuando no los chupaba, se balanceaban brusca y libremente por los movimientos del intenso coito. Mi amigo, luego de prodigarme una breve mirada inundada de gozo y relamiendo sus propios labios que un segundo antes succionaban con fruición los gruesos pezones de mi esposa, me invitó a ocupar su lugar, mientras asestaba con fuerza, una vez más, su verga en el fondo del coño de mi esposa arrancándole otro excitante gemido gutural. Fue fascinante ver cómo él desenvainaba con lentitud su erecto miembro, cual chorreante espada enrojecida por el placer, dejando perfectamente visible el sexo brillante y abierto de mi mujer. Al acomodarme para introducir mi verga en la hembra y disfrutarla en lugar de él, pude ver cómo ella ya había engullido el pene de mi amigo para darle placer con la boca, como lo haría una verdadera y condescendiente puta. Mientras yo la penetraba empujando con fuerza mi miembro entre sus abiertas piernas, podía ver cómo él introducía su pene en la complaciente boca de mi mujer, cuya serpenteante lengua recorría principalmente el inflamado y rojo glande de su sexo de cuya punta no cesaban de emanar los transparentes jugos de su masculinidad que se mezclaban con la saliva de mi esposa, tejiéndose entre aquel rojo glande y aquella serpenteante lengua, gruesos hilos de aquel néctar que se tensaban cuando ella apartaba de su boca el férreo pene de mi amigo masajeando con su delicada mano los enormes y saturados testículos del dichoso amante.

Yo me encontraba al borde del orgasmo, así que empecé a penetrar a mi esposa lenta y suavemente, teniendo en un momento de esos que ponerme de pie conteniendo mi eyaculación. Mi amigo intuyendo que yo flaqueaba, ocupó nuevamente su lugar entre las piernas de mi esposa sin penetrarla aún. Yo con mi tórrida eyaculación bajo control, pues me apreté fuertemente mi miembro viril, tomé una almohada con el propósito de acomodarla debajo de ella, de tal forma que sus caderas queden convenientemente levantadas para que la penetración de mi amigote pudiera ser mucho más profunda y placentera. Mi esposa, entendiendo perfectamente mis intenciones, se acomodó con cierta prisa sobre la almohada y separando nuevamente los muslos con las rodillas dobladas y rozando con la mano derecha su exquisito sexo, abría con las yemas de los dedos los rosados e inflamados pétalos de la flor de su coño que embebidos en la abundancia de sus propios jugos de placer revelaban el ansia con que ella esperaba que la enhiesta verga de mi amigo se clavara nuevamente en su interior, quemando una vez más las fibras más íntimas de su ser, que dejaban libre a la ramera que me gustaba verla encarnar. Otra vez más, él metía y sacaba incesante su virilidad en el anegado sexo de mi esposa, moviendo su anguloso pelvis con endiablada y contundente rapidez mientras ella en circulares rotaciones oponía sus redondeadas formas a las ya violentas envestidas de mi amigo, a la vez que yo, metía nuevamente mi erección en la complaciente boca de mi esposa acallando un poco sus incontenibles gemidos de placer que se hacían mucho más fuertes y excitantes y que nos alentaban a seguir gozando de las exquisiteces de su magnífico cuerpo.

Luego de varios minutos en esa posición, él con cariñosas frases dirigidas hacia mi dulce señora, la hizo ponerse de cuatro patas, cual si fuera una verdadera perra en celo en medio de una jauría de machos que con urgencia busca el placer de aparearse con ella. Luego de introducir su vigoroso miembro en el chorreante sexo de mi hembra y embestirla con fuerza varias veces tomándola firmemente de las caderas desde atrás, sacudiendo toda la anatomía de mi amada, se inclinó sobre su femenina espalda para coger y estrujar con euforia a manos llenas los hermosos senos de ella, que momentos antes colgaban y se balanceaban al ritmo de sus arremetidas que se hacían cada vez más fuertes y más potentes, al extremo que finalmente, mi esposa quedó recostada de pecho al otro lado del lecho, dejándome privado del placer de sentir mi pene en el interior de su suculenta boca, pero eso sí, mantenía cargando a sus espaldas la complexión de mi amigo, quien como una máquina de coser industrial, no cesaba de sacar y meter su recio miembro del interior del insaciable coño de mi señora.

Rodee la cama lentamente, mientras con verdadero morbo estimulaba manualmente mi pene, al mismo tiempo que contemplaba con detenimiento, cómo él disfrutaba de las delicias del sudoroso cuerpo de mi mujer quien con los ojos cerrados y yaciendo de pecho cerca de la cabecera, aferrada a una almohada, reflejaba en su enrojecido rostro la lascivia de su placer que se traducía en los movimientos de su cuerpo. Ella, arqueando su cintura, empujaba y movía sus caderas, rotando sus voluptuosas formas en excitantes círculos como sincronizando sus movimientos, como lo haría una yegua con el jinete que la monta. Mientras tanto él, desde atrás, la penetraba vaginalmente, manteniendo esta vez, un ritmo pausado pero firme, contundente y profundo, apretando con fuerza la masculinidad de su pelvis contra las femeninas redondeces de las ancas de ella, que sudorosas y briosas iban a su encuentro intentando prodigar y obtener para sus sexos el máximo placer posible.

Sus húmedos cuerpos parecían conocerse desde siempre y la perfección con que engranaban, se manifestaba en sus ruborizados rostros que mantenían una indescriptible expresión de gozo: los ojos cerrados, la frente perlada de sudor y dejando escapar de sus abiertas bocas excitantes gemidos y jadeos de deleite, mientras sus lenguas relamían sus propios labios y sus movimientos asemejaban la ejecución de una especie de danza perfectamente sincronizada al son del chasquido que se producía cuando sus carnes se estrellaban entre sí.

Me acerqué lentamente hasta la cabecera de la cama, procurando grabar en mi memoria las imágenes de sus expresiones faciales así como el constante movimiento pélvico que mantenía al uno dentro de la otra. Percibiendo ambos mi proximidad y como despertando de un estado hipnótico, ella abrió los ojos para contarme con la mirada entre jadeos y gimoteos, sobre el enorme placer que estaba experimentando y él dejando de sobar los pechos de mi esposa, tomó con delicadeza el rostro de ella ladeándolo hacia mi fuerte erección, mientras aproximando sus masculinos labios a la oreja de mi amada, le ordenaba que chupara mi falo, al mismo tiempo que lengüeteaba dicha región y clavaba con vigor en el encharcado sexo de mi señora su acerada verga, como espoleando a la yegua que se limita a relinchar intensificando obedientemente su marcha.

Ella, como si de una majestuosa pero domada esfinge se tratase, entre gemidos y sollozos coordinaba magistralmente la calidez de sus decididas succiones bucales a mi enardecido pene y el erótico movimiento de sus caderas que me recordaban la intensidad y la potencia con que seguramente los músculos de su vagina estarían comprimiendo intermitentemente en ese instante, el robusto miembro de mi amigo que cuando salía reluciente del interior de mi cónyuge para introducirse de nuevo, me parecía mucho más largo, más grueso y mucho más duro.

Estuvimos un buen rato disfrutando de esa posición. Sin embargo, en uno de los instantes que más disfrutaba del sexo oral que me prodigaba mi dulce esposa quien además había estado masajeando con su delicada mano mis atiborrados testículos, mi pene abandonó con brusquedad su dulce boca, a la vez que los amantes cambiaban de posición, ubicándose de costado y mi mujer girando la cabeza hacia atrás, en un tono vacilante y condescendiente le pedía a mi amigo que fuera cuidadoso.

La fina mano de mi señora que momentos antes había estado ocupada con mis genitales sopesando mis testículos, ahora se hundía en su propio sexo estimulando su inflamado clítoris a una velocidad asombrosa, como si su mano o más propiamente sus largos y delgados dedos de uñas perfectamente cuidadas fueran las alas de un colibrí en pleno vuelo que se aproxima a una rosa colocándose entre sus pétalos abiertos para extraer con su pico el preciado néctar de su interior. Un profundo quejido, mas bien de dolor que de gozo emitido por mi bella esposa, me hizo reparar en su compungido y sonrojado rostro, cuyos ojos fuertemente cerrados, su ceño fruncido y su boca ampliamente abierta tensionando los músculos de su cuello, me indicaban que en ese preciso instante el rojo glande del férreo pene de su amante, se había clavado en su cavidad anal cual si fuera una espada de acero infringiendo una herida mortal y haciendo realidad el deseo de aquel hombre, de sodomizar con vileza a mi hermosa esposa cuya pierna izquierda, ahora en lo alto y flexionada por la rodilla, era sostenida con rudeza por la firme mano de mi amigo quien tomando una actitud perversa parecía querer partir en dos a la abatida hembra que hacia enteramente suya mientras acercaba su boca con la lengua estirada al oído de mi señora para lamer su oreja y animarla diciéndole con todas las letras “la magnífica puta que era…”. Un candente rubor encendió mi rostro y ella, al oír esas palabras, empezó a mover sus sudadas caderas con mayor empeño, clavándose una y otra vez ella sola, la estaca viril de mi amigo entre los pliegues de su dilatado esfínter anal que ya le prodigaba un insólito e indescriptible placer que podía percibirse claramente por el excitante tono de sus gemidos, que parecían querer animar vehementemente al hombre que bestialmente la enculaba en ese momento.

Bordeé la cama nuevamente, tratando de no perder un solo detalle de la cópula anal que disfrutaban mi esposa y mi amigo. Procuraba retener en mi memoria todas las imágenes que mi ávida retina había estado capturando desde diferentes ángulos y que ya no eran fruto de mi mórbida imaginación. Aún puedo recordar la boca abierta de mi señora dejando escapar cautivadores gemidos mientras musitaba estimulantes y a la vez soeces palabras que animaban a quien la sodomizaba en ese instante; puedo distinguir con claridad en mi memoria, la felina mano de mi esposa masajeando y hasta golpeando su propio sexo sin miramientos ni contemplaciones y no deja de ser un recuerdo recurrente, la fuerte mano de mi amigo que con rudeza levantaba el muslo de mi dama, abriendo mucho más sus genitales como queriendo partirla en dos para luego empezar a estrujar a gusto la abundancia de los senos de ella, estirando y hasta pellizcando con los dedos, sus inflamados pezones que resaltaban en el cuadro como llamativos y maduros frutos rojos listos para la cosecha. Sin embargo, lo que más recuerdo y permanece indeleblemente grabado en mi memoria, es la mueca burlona del rostro de mi amigote al mirarme a los ojos cuando tenía delante mío la imagen de su lustroso y acerado falo que justo en ese preciso instante mantuvo profundamente encajado en el sometido esfínter anal de mi complaciente esposa. Recuerdo que él, al verme frente a ellos y luego de cerciorarse una vez más, que miraba azorado la ruda penetración que él infringía en el dulce ano de mi señora, ladeó con facilidad la anatomía de mi esposa y sin dejar de penetrarla, la recostó sobre su abdomen y pecho para luego separar con ambas manos los muslos de ella, quedando ante mis ojos, no sólo una perfecta panorámica de la penetración anal, sino además, la dilatada y chorreante vulva de mi señora que ampliamente abierta por las manos de mi amigo se presentaba ante mí, presta para una estocada de mi dura erección y consumar así la doble penetración a la que yo quería someter a mi bella esposa quien se limitaba a gozar delirando de placer.

Sostuve mi erección con la mano derecha, cual si fuese una amenazante espada tomada de la empuñadura y blandiéndola lista para entrar en combate repasé una vez más la degenerada y expectante mirada de mi amigo y el empapado y dispuesto sexo de mi mujer quien se retorcía involuntariamente por el placer que la dominaba manteniendo la boca abierta, los ojos casi cerrados y podían escucharse en el ambiente sus excitantes gemidos que no hacían más que alentarme a penetrarla por delante, mientras mi amigo ya la penetraba por detrás.

En mi estómago parecían volar mariposas, podía escuchar los latidos de mi propio corazón que se me quería salir por la boca. Sujetando con la mano mi tremenda erección que me confería cierta superioridad como si estaría portando un arma de verdad, me acomodé con alguna dificultad entre las piernas de ella, procurando no aplastar con mis rodillas las extremidades inferiores de mi amigo. Luego, sin contemplación alguna y con arrebatadora violencia, introduje mi pene en el encharcado sexo de mi esposa, cual si se tratase de un feroz apuñalamiento con una filosa daga. Fue glorioso entrar en ella, por la acogedora temperatura y la humedad de su vagina. Escuchar salir de su garganta un intenso aullido de placer, hizo que volviera a asestar otra dura penetración que rápidamente se tradujo en más gimoteos y contorciones de gozo por parte de mi esposa, mientras me prendía con ambas manos a ella, manteniendo su pierna derecha en mi hombro izquierdo y tratando de sujetar con la mano derecha su inquieta cintura, pude experimentar el sublime placer de la solidés férrea de mi miembro viril como presagio de una tórrida eyaculación. Sin embargo, me produjo cierta incomodidad, al principio, la notoria presencia del falo de mi amigo que parecía estar también entrando en la misma cavidad que yo penetraba, realmente tuve la impresión que ella nos recibía a ambos simultáneamente en su jugosa vagina.

Después de varias coincidencias de nuestros envites al entrar al mismo tiempo en ella, él por detrás y yo por delante, logramos acompasar nuestras arremetidas de tal manera que mientras mi amigo lograba su máxima penetración, yo asido de la pierna y de las tetas de mi esposa, me impulsaba para empujar violentamente mi verga dentro del coño de la hembra en el preciso instante en que él sacaba su pene. Parecíamos una especie de maquinaria compuesta de cigüeñal, bielas y pistones, que en su marcha llevaba nuestros goces a un límite increíble y en este perfecto y sincronizado accionar, cuando se alcanzaba la combustión de nuestros miembros en aquellos lubricados cilindros, quien recibía placer por doble partida era mi amada esposa, quien no hacía más que dejarse llevar por las rotaciones de su propio pelvis, que era controlado por un frenético y continuo orgasmo ajeno a su voluntad que le provocaba una abundante e incesante lubricación que mojaba también a raudales nuestras zonas genitales mientras ella gemía inconteniblemente entregándose por completo a nuestro depravado encuentro sexual.

El placer era tan intenso que cerrando los ojos y sumiéndome en mi mismo con cierto egoísmo, decidí entregarme al goce y desparramar la abundancia de mi hombría que hervía en mis testículos y eyacular de una buena vez en el interior del aguado coño de mi hembra. Con frenético empeño asesté varias contundentes arremetidas dispuesto a correrme, pero justo en el momento preciso, un brusco movimiento de mi amigo hizo que mi miembro se zafe de la cavidad que tan gloriosamente me prodigaba tanto placer y mi resuelta inspiración quedó repentinamente cortada. Mi amigo había sacado su enrojecido pene del culo de mi mujer, seguramente porque al igual que yo se hallaba al borde de un rotundo orgasmo y ambos deseábamos prolongar aquella jodienda lo más posible.

Tratando de reanudar mi cometido, me ubiqué de nuevo en mi envidiable posición, dispuesto a gozar de una buena vez, pero al mirar ante mí la entrepierna de mi mujer, quedé deslumbrado por el llamativo estado de su ano: completamente abierto, dilatado, jugoso, dispuesto y sobre todo ansioso de seguir siendo penetrado. En ese momento cual si hubiera transmitido telepáticamente mis deseos, mi amigo levantó las caderas de mi hembra hasta rozar mi erección y con denigrantes palabras me ofreció el culo de mi propia esposa. No dudé un solo instante y luego de inclinarme un poco para lanzar un profuso escupitajo lubricador en aquella obscura oquedad anal, encajé profundamente y sin piedad alguna mi pétrea erección, entrando y saliendo del culo de mi señora, mientras al mismo tiempo, apretaba, pellizcaba, sobaba e incluso azotaba con las palmas de las manos, con sádica torpeza, aquel par de enormes tetas que se zarandeaban bruscamente y que junto a sus escandalosos gemidos de vicio me provocaron finalmente una tórrida y larga eyaculación que desparramé incontenible en el recto de la puta de mi esposa.

Mi pelvis seguía sin querer moviéndose, una y otra vez, hacia adelante y hacia atrás, hasta que saqué por completo mi palpitante órgano con mi propia mano y lo restregué con ardor en la vulva abierta e inflamada de mi mujer, golpeando mi hinchado glande contra su erecto clítoris… No sé si mi miembro viril, sostenido de aquella forma, parecía más un martillo machacando su objetivo o el cuello de una agitada botella de champán cuyo espumante contenido sigue vertiéndose en interminables chorros mojando festivamente la copa que lo recibe. Fue tan intenso el placer que experimenté y tan prolongada la evacuación de mi esperma, que mis ojos parecieron juntarse en el centro de mi frente, mientras mis párpados se cerraban involuntariamente y mi cerebro se crispaba con la detonación de aquella estruendosa y violenta explosión de placer que produjo una fabulosa distención de la totalidad de mi constitución que finalmente me sumió en el confort arrullador de una paz infinita.

CONTINUARÁ…

(Sería grato que me escriban a [email protected] para conocer sus comentarios y opiniones sobre mi esposa y este relato)

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