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Sorpresas te da la vida

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Mi nombre es Juan, 35 años, mi mujer Alicia, de 32. Somos un matrimonio de lo más normal. Los dos trabajamos y vivimos en una casa hererada de mis padres, por lo que no tenemos agobios económicos . Nuestra vida sexual es satisfactoria, aunque después de tantos años juntos, tenemos que agudizar nuestras mentes para no caer en la monotonía. Los fines de semana no trabajamos, así que lo dedicamos a viajar por las ciudades cercanas y así disfrutar de otros lugares y aprovechar para follar en diferentes camas cada fin de semana.

Solemos salir con un matrimonio amigo desde hace mucho tiempo. Ella, Luisa, también de 32 años, es amiga de Alicia desde la infancia y él, Fernando, es algo mayor que nosotros, 39 años. Entre nosotros no hay prejuicios en cuanto a los temas que tratamos, a pesar que políticamente son de signo contrario al nuestro, jamás hemos caído en discusiones que no llevan a nada, es decir, cada uno defiende lo suyo y Dios en casa de todos. En cuanto al sexo hemos tenido infinidad de conversaciones sobre cómo nos gusta a cada cual, pero nunca se nos ocurrió dar un paso más allá, quizás porque estamos satisfechos con nuestras respectivas parejas. Hasta el fin de semana pasado. Paso a contar.

Decidimos salir juntos el fin de semana a la montaña. Cuando vamos por esa zona, nos alojamos en unas cabañas de madera, junto a un río. El viernes, después de la jornada laboral, salimos los cuatro para llegar una hora y media más tarde a las cabañas. Recogimos las llaves y nos acomodamos cada pareja en su cabaña. No quisimos salir al pueblo cercano ya que estábamos cansados del trabajo y deseábamos tomar unas copas, cenar juntos y descansar para al día siguiente hacer senderismo por la montaña, que es de una belleza espectacular. Nos dimos una ducha y quedamos en nuestra cabaña para las copas y jugar a cualquier juego de mesa.

Ya los cuatro juntos comenzamos con el juego, los whiskys, la música y a pasar el rato hasta la hora de cenar. Con el ambiente ya algo caldeado por el alcohol, comenzamos a hablar de sexo hasta llegar a un tema que habíamos tocado de pasadilla en alguna ocasión: la homosexualidad. Fernando defendía que la homosexualidad le parecía contranatura aunque decía que respetaba todas las opciones que libremente escogían las personas. Alicia y Luisa eran más condescendientes y querían hacer creer a Fernando que la homosexualidad era otra opción tan natural como la heterosexualidad. Yo, en cambio, como el tono estaba subiendo hasta el punto que estaban empezando a gritarse, comenté, de manera distendida, que la homosexualidad entre mujeres me parecía incluso tierno y muy bonito y que, además, si veía alguna película porno, era de lesbianas. Sobre sexo entre hombres no me dio tiempo a dar mi idea.

- Hay que ser más flexible y no decir sandeces de machista homófogo - recriminaba Luisa a su marido.

- ¿Es que a ti te gustaría que yo me liara con un tío? ¿Acaso serías tan comprensiva?

- Mira, Fernando, pareces tonto, hijo. Aceptar la homoxualidad no significa que la practiques. Aunque bien mirado, ¡tendría morbo verte empalado por una buena polla! - gritó Luisa con un enfado monumental, levantándose para marcharse a su cabaña.

- Es que no hay manera de tener una conversación con esta mujer si no piensas igual que ella - dijo Fernando - Además, ¿qué más me da a mí que se follen entre tíos?, mi intención era debatir sin problemas, pero ya veis, jodió la tarde.

Alicia salió tras Luisa y al cabo de un buen rato, volvieron de la mano y riendo como si nada hubiese pasado. Nosotros andábamos ya preparando algo para cenar. Yo me puse un delantal para evitar manchas y estaba preparando una pizza cuando me sorprende un apretón en el culo. En la creencia de que era mi esposa, no hice demasiado caso hasta que oí a Luisa decir:

- Este si que es un tipo sin prejuicios sexuales. Ahí lo tienes con su delantal bien puestecito y haciendo la comidita como las niñas "buenas".

- ¡Joder! Luisa, ¡qué día llevas hoy!, ¿eh? - fue lo que se me ocurrió decir.

- Si yo te tuviera a tí, en vez de al animal ese, seguro que follaría más y mejor - me dijo bajando el tono de voz.

- Luisa, te estás metiendo en un serio problema con Fernando y… con Alicia, están escuchando todo y…

- Alicia no tiene problemas conmigo, nos conocemos lo suficiente para esto y para más y a Fernando "que le den por culo" - dijo, volviendo a cogerme las nalgas.

- ¡Vale ya Luisa!, si quieres, fóllate a quien quieras, pero déjame en paz, por favor - dijo el malhumorado Fernando.

- Ya está bien por hoy, chicos, cenemos en paz y después ya veremos qué pasa - dijo Alicia en tono conciliador.

Comimos las pizzas, una ensalada y unas cuantas cervezas para acabar, nuevamente con el whisky. La conversación parecía ya más moderada, quizás porque comenzamos a hablar de nuestros trabajos y las relaciones laborales con los compañeros y cosas por el estilo. Pero estaba claro que el tema del fin de semana era el sexo. Fue Fernando quien, ya más relajado, comenzó pidiendo disculpas a las mujeres, sobre todo a Luisa, a la que empezaba a hacerle carantoñas y a sobarle levemente los pechos. Esto nunca lo hacía en nuestra presencia pero, al parecer, el enfado provocó esta situación posterior.

Empezamos a contar cada uno alguna de las fantasías sexuales o secretillos de adolescentes. Yo conté que en una ocasión, cuando tenía 16 años, la madre de un amigo al que visitaba muy a menudo, estaba desnuda cuando yo llegué y, como mi amigo estaba en el restaurante de su padre ayudándole a cargar las cámaras frigoríficas, ella me ofreció pasar a esperarlo. Yo estaba con la polla como os podéis imaginar. La señora se acercó a mí y me dijo que si quería follármela, yo, con una vergüenza inmensa, le dije que sí. Me desnudé, ella me hizo una mamada espectacular y cuando iba follarla me corrí sin que me tocara. Dije que para mí fue una desilusión y que ya nunca más volví a su casa. Fernando relató cómo se hizo una paja delante de su hermana porque ella quería ver cómo salía el semen de un hombre. Alicia dijo:

- Esta son dos historias en una, la de Luisa y la mía, ya que la pasamos juntas. ¿Te importa que cuente nuestro secreto, Luisa?.

- No, por mí, puedes contar lo que te apetezca, yo no tengo problemas para esas cosas, además, estamos en confianza, ¿no?.

Estupefactos, Fernando y yo, escuchamos atentamente la vez que estaban las dos en la habitación de casa de Luisa haciendo las tareas del instituto y que comenzaron a preguntarse cosas sobre el sexo. Sobre cómo era una polla erecta y qué sabor tendría. Fue Alicia quien tenía la curiosidad de saber cómo eran las vaginas, ya que ella se la había tocado alguna vez pero nunca la había visto de cerca. Contó como Luisa le enseñó la suya, que ella lo tocó y que después se desnudaron las dos tocándose mutuamente hasta llegar al orgasmo. Nunca más lo volvieron a hacer y se juraron guardar el secreto.

- ¡Coño! Si esa es mi fantasía sexual más añorada.- dije, con cara de sorpresa y la polla como el bastón de mi abuelo, tieso.

- Pues yo me quedé, a decir verdad, con ganas de haberlo probado, pero qué le vamos a hacer, perdí la ocasión y… - comentó Alicia.

- Aún estás a tiempo… si Fernando no tiene problemas, aquí tienes mi coño. Aunque ya no tiene 18 años, pero te puede servir - le dijo Luisa, sensualmente.

- Bueno, lo tomaré como una cena con espectáculo - dijo Fernando, visiblemente excitado.

- Que no, mujer, que era broma.

Alicia, parecía no estar dispuesta a aceptar la invitación, aunque en sus ojos noté cierto brillo que sabía no eran del alcohol. Pero ya no había manera de parar la situación. Luisa se acercó a ella y, metiendo delicadamente su mano entre la camisa de Alicia, comenzó a acariciarle los pechos cuyos pezones iban adquiriendo, por momentos, la dureza y erección que acostumbran a tener cuando estaba excitada.

- ¿De verdad no te apetece probar mis jugos? - preguntó Luisa, con una voz que jamás la había oído anteriormente.

- Te aseguro que son puro néctar de frutas. Doy fe de ello - animó Fernando.

Alicia no respondió, cerró los ojos y su respiración fue agitándose por momentos. Luisa le desabrochó la camisa, dejando a la vista sus pechos, grandes, con sus pezones que parecían luchar contra la tela transparente del sujetador, como si quisieran liberarse. Luisa la levantó de la silla y acabó por dejarla desnuda. Un cuerpo que, más que nunca, me pareció el de una diosa, se posó en una de las camas, sus pezones apuntando al cielo, los ojos cerrados, las piernas entreabiertas dejaban ver su sexo, libre de vellos, en el que se apreciaba el brillo de sus jugos vaginales. Sin dejar de mirarla, Luisa comenzó a desnudarse, con parsimonia, apartando a Fernando con la mano cuando intentó acercarse para ayudarla. Estaba claro que era cosa de mujeres. Subió al lecho, colocándose de rodillas, una pierna a cada lado de la cabeza de Alicia, ofreciéndole sus néctares, mirando hacía donde estábamos atónitos Fernando y yo, que no paraba de tocarme la polla sobre el pantalón. Alicia abrió su boca a escasos centímetros de la raja de Luisa, que comenzaba a palpitar, como si de un corazón alterado se tratara. Sacó su lengua y rozó la vulva, recogiendo parte de los líquidos.

- Ufff, Luisa, qué sabroso - decía, jadeante.

La tranquilidad que desprendían se fue tornando en una coral de gemidos y jadeos cuando le introdujo la lengua en la vagina, moviéndola en círculos. Sus dos manos le abrían los labios, facilitando la entrada de la lengua que, a cada salida, rozaban con fruición el clítoris más abultado que pude ver en mi vida. Luisa se tocaba los pechos, pellizcándose los pezones, como si tratara de arrancarlos. Bajó una mano hacia los muslos de Alicia que, al sentirla, abrió sus piernas como un resorte.

- Cómeme, por favor, mi amor.- le dijo, dejando por un segundo el sabroso manjar que estaba deleitando.

Nunca me pereció tan bello un 69. Boca contra sexo, las piernas abrazándose el cuello mutuamente, impidiendo que se despegaran un solo segundo. Como si estuvieran sincronizadas, aprovecharon la humedad que desprendían sus sexos para tocarse el ano, llegando a un sonoro orgasmo. Quedaron extasiadas, abrazadas sobre la cama durante un buen rato. Cuando volvieron a la conciencia, se besaron y volvieron a ocupar sus sillas junto a nosotros, que teníamos las pollas como estacas. Se sirvieron un whisky, brindaron y...

Casi dos horas estuvimos charlando sobre las impresiones que teníamos de la experiencia vivida. Ellas continuaban desnudas y mirándose de manera que todo hacia presagiar que no había sido un calentón esporádico y que ahí iba quedar todo. Comentaban lo delicioso del sexo femenino, que no esperaban que fuese tan placentero comerse un coño y que sentían lástima de haber perdido tanto tiempo para probarlo.

- De haberlo sabido, no te hubiese dejado ir sin comértelo aquella tarde, aunque tengo que confesar que desde que te acaricié, cuando éramos jovenes, en cada ocasión que me masturbaba, chupaba mis dedos cuando la excitación llegaba al punto cumbre, en busca del sabor de mi propio sexo. Pero no es igual, el sabor de tus jugos, recogidos de tu raja no tiene comparación - señaló Alicia, que cada vez me sorprendía más, a pesar de los muchos años que llevábamos juntos.

- También yo creo que hemos perdido un tiempo maravilloso, pero aún estamos a tiempo de recuperarlo en parte - asintió Luisa.

- Sí, sí… todo eso está muy bien, señoritas, pero ¿y nosotros?, ¿es que ya no recordáis los momentos que nuestras pollas se han dedicado en cuerpo y alma a vuestro exclusivo placer? Tantos años de esforzado trabajo no merecen que las dejéis así… - aseveró Fernando, sacando su polla erecta y gorda, posándola sobre la mesa y ofreciéndola a las mujeres.

- Eso digo yo, mirad como os señala, la pobre, triste y desahuciada, con la guerra que le queda aún que dar - dije yo, señalando la polla de Fernando, un espléndido ejemplar que podría volver loca a cualquier mujer.

- Bueno Juan, ya que estás tan solidario con la tranca de Fernando, podrías consolarla dándole unos besitos en su punta, igual se alivia un poco - entre risas y poniendo cara pícara, me dijo mi mujer.

- Ni hablar. Bastante tengo con buscar alivios para esta, mi amiga - dije, bajándome los pantalones y sacando mi polla, que estaba tan empalmada que no recuerdo haberla visto así ni en tiempos de juventud, cuando la vitalidad está en su máxima expresión.

La conversación se mantuvo en todo momento sobre sexo y más sexo. Ya los cuatro desnudos alrededor de la mesa, decidimos jugar a las cartas, el perdedor debía cumplir una penitencia elegida por el ganador que, como no podía ser de otra manera, consistía en hacer algún acto sexual a otra persona elegida también por el ganador. La primera partida la gané yo, perdedora Alicia, mi mujer. Su penitencia fue hacerle una mamada a Fernando durante cinco minutos. Para ello, Fernando debía sentarse sobre la mesa, con las piernas abiertas y Alicia desde su silla debía cumplir la penitencia. Así lo hizo, entre vítores y ánimos míos y de Luisa. Como si de una competición se tratara. Cogió su polla, que parecía a punto de expulsar toda la leche acumulada y acariciándole los huevos con la mano izquierda, la derecha la destinó a dirigirla hacia su boca, lamiéndole el capullo e introduciéndosela lentamente en principio, pero aumentando la velocidad a medida que la polla de Fernando palpitaba alocadamente entre sus labios. Cuando se cumplió el tiempo, Fernando se sintió molesto, ya que estaba a punto de correrse e intentó continuar, pero nos negamos aludiendo que las reglas están para cumplirlas.

Fernando propuso abandonar el juego y pasar directamente a realizar un intercambio de pareja, ya que estábamos tan excitados que debíamos aprovechar la ocasión. Ni que decir tiene que, ante la posibilidad de follar con Luisa con la que había tenido algún sueño erótico y había sido la musa de muchas de mis pajas, me puse a favor de la propuesta de Fernando. Ellas se miraron, sonrieron y, casi al unísono, dijeron que sí, que era una buena idea pero que previamente había que nivelar la balanza, teníamos que follar juntos los dos hombres.

- Eso no es justo, nosotros no tenemos intención de hacer una cosa así - dijo Fernando.

- Si ustedes habéis tenido sexo juntas, es porque habéis querido, sin que nadie haya impuesto que lo hagáis, así que esa propuesta no vale. Para estar en igualdad de condiciones, no podéis imponer reglas – dije.

- Ok, no imponemos nada. Dijo Alicia, levantándose y recogiendo su ropa para colocarla en el pequeño armario.

Se fue al baño, se duchó, salió para ponerse ropa interior, el camisón y dando las buenas noches a nosotros y un apasionado beso a Luisa, se metió en la cama. Luisa y Fernando se marcharon a su cabaña y yo, con un impresionante galimatías en mi cabeza, me quedé sentado, desnudo y con mi gozo en un pozo. Me puse un whisky doble y me dispuse a escuchar música.

¿Habría sido un error los acontecimientos que se sucedieron en tan pocas horas? ¿Sería el final de una relación que se había desarrollado sin altibajos durante tantos años?, una secuencia de preguntas se sucedían en mi mente.

Si bien en muchas ocasiones había tenido la fantasía de ver a Alicia teniendo relaciones con otra mujer, me aterraba el pensamiento de que se apagara la pasión que había demostrado por mí. Mi polla ya no era una polla, sino un pequeño trozo de pellejo que apenas sobresalía de los vellos. Parecía asustada. En poco tiempo había pasado de tenerla como nunca la había visto a ser casi invisible, inerte. Un nuevo whisky y la idea de vivir sin Alicia hicieron que brotaran lágrimas de mis ojos y comenzara a llorar como un niño. Alicia, a la que suponía dormida, al escuchar mi llanto, se incorporó para pedirme que descansara para mañana continuar con el desarrollo del fin de semana, ya que nuestro propósito era hacer una ruta de senderismo por la montaña. Yo, entre sollozos, me metí en la cama y le dije:

- No quiero perderte, Alicia, eres demasiado importante para mí y no consigo hacerme a la idea de estar sin ti.

- Eres bobo y además estás borracho. ¿Qué te hace suponer que te voy a dejar? Lo de Luisa ha sido una fantasía que ha estado muy bien pero, de veras, no es comparable con tantos ratos de satisfacción que hemos tenido juntos. Ni por mil Luisas cambiaría todas tus atenciones de estos años y, además, ¿Sabes cuántas veces me has hecho tocar el cielo con las manos con esta cosita? - metió su mano entre mis sábanas y me cogió la polla, bueno, mejor dicho, la cosita - Uf, pero mira qué pequeñita que está, nunca la había visto así - exclamó alarmada.

Dándome un beso, me dijo:

- Anda, duerme, amor, que mañana te espera una limpieza de cerebro, para que se te vayan esas estúpidas ideas y verás como todo vuelve a su cauce.

Ya más tranquilo, me dormí profundamente, con mi mano sobre el cuerpo de Alicia, como para evitar su marcha. Estaba claro que los efectos del alcohol habían hecho estragos en mi cabeza.

A las 8 de la mañana, hora en que quedamos con Luisa y Fernando para la ruta de senderismo, yo no estaba en condiciones de levantarme. Entre bromas, mientras hacían café y tostadas, se dedicaron a mantearme, quintándome las sábanas. Mi polla estaba nuevamente tiesa, sin motivo aparente. Parecía como en los tiempos de adolescente que siempre nos levantamos con el arma en ristre. Se sucedieron los comentarios sobre la situación. Luisa, uniendo sus manos y con gesto de coña comentó:

- Pobre, pollita, aún no se ha desahogado. Pero, Alicia ¿tan mala eres que mantienes el castigo?

- Déjala estar, que le espera un día ajetreado.

Se puso de rodillas acercando sus labios a mi polla y le dio un sonoro beso. Por fin pude levantarme y me metí en la ducha, a ver si era capaz de aclarar mi cabeza. Después de desayunar nos encaminamos hacia la montaña. Elegimos una ruta que iba paralela al río, ya que era la más corta posible. No estaban los cuerpos para mucho esfuerzo. Noté que Alicia no dejaba de mirarme, aprovechando cualquier ocasión para agarrarse a mí. Parecía que tenía cargo de conciencia o algo así. Llegamos a un bosque de eucaliptos y decidimos descansar un buen rato. Yo me senté sobre el suelo apoyando mi espalda en uno de los árboles. Alicia se sentó entre mis piernas, apoyada sobre mi pecho, con la cabeza sobre mi hombro. Se giró y me besó. Cogió mis brazos y los llevó a sus pechos, que al poco comenzaron a proyectar sus pezones. Mientras Fernando se entretenía en lanzar piedras al río, Luisa asistía al manoseo que yo le estaba dando a Alicia que ya se había desabrochado la camisa y soltado el sujetador. Bajé una mano, metiéndola entre su pantalón de chándal. No llevaba bragas. Supongo que para tener menos obstáculos. Su coño estaba ya humedeciéndose y sus jadeos comenzaban a hacerse más sonoros.

Luisa no perdía detalle de la acción. Alicia se volvió, se situó de rodillas delante de mí y puso un pecho en mi boca que lo lamí con desesperación mientras metía mi mano para acariciarle el culo. Bajó mi pantalón, los slips y se tumbó sobre la hierba, comenzando a darme una mamada que me dejó impresionado. Luisa ya estaba con su mano derecha tocándose el coño, apoyada sobre un árbol frente a nosotros. Fernando a lo suyo, tirando piedras al río e intentando cazar algún pájaro a pedradas, se ve que estaba satisfecho, por lo que supuse que Luisa le dio su ración en la cabaña durante la noche. Comencé a sobar la entrada de su ano, lo que le produjo una serie de espasmos, levantando su culo para que pudiera tener mejor ángulo para el magreo. Con la humedad de su coño lubriqué su culo y le metí muy despacio mi dedo índice, provocando que lanzara su cuerpo hacia atrás, buscando el máximo de penetración posible. En esa postura, comencé hacer círculos sobre las paredes de su recto. Esto la volvía loca de placer. Sus lamidas y la follada que le estaba dando a su boca provocaron que comenzara a lanzar chorros de leche abundante que bozaban por la comisura de sus labios. Mi dedo en su culo consiguió que Alicia gritara de puro gusto, consiguiendo un orgasmo sin necesidad de tocarse el clítoris. Luisa se levantó, aún con su mano en el coño, dirigiéndose hacia nosotros con cara de vicio, mordiéndose el labio inferior. Sacó su mano, acercándola a nuestras bocas para ser lamida. Volvió a colocarla en su coño, moviéndola hasta que un ruidoso orgasmo acabo por dejarla exhausta abrazada a nosotros.

Cuando nos incorporamos, arreglándonos nuestras ropas, vimos a Fernando hablando con un señor de unos 50 años, pastor de la zona que, al parecer había asistido, parapetado tras los árboles, a nuestro apasionado "descanso". Tras negarnos a sus pretensiones de participar en la fiesta, nos alejamos del lugar, dejándolo con su impresionante polla en la mano, masturbándose.

Ya de vuelta, sobre las 2 de la tarde nos fuimos a comer a un chiringuito junto al río, cerca de las cabañas. La normalidad se había instalado de nuevo en nuestras relaciones o, al menos, eso parecía. Mientras tomamos un aperitivo, en espera de una paella que pedimos, comentamos la enorme polla del pastor, compadeciéndonos de él, por haberlo dejado allí con esa tremenda erección. Nos reímos un rato hasta que, de nuevo, salió el tema de la dichosa homosexualidad. Pero esta vez no estábamos dispuestos a ir más allá de comentarios dentro de la sensatez. Luisa comentaba lo curioso que le resultaban los placeres ocultos en nuestras mentes y que todos los seres éramos bisexuales en mayor o menor medida, pero que era cuestión de dominio de la mente. Decía que, con lo de ayer, quedó demostrado que dos personas a todos los efectos heterosexuales, habían disfrutado con otra persona de su mismo sexo y, una vez salvado los prejuicios iniciales y desinhibidos de ellos, saborearon con sumo placer el coño de otra mujer. Fernando preguntó si estaban dispuestas a repetir la experiencia, a lo que Alicia fue la primera en contestar diciendo que eso nunca se sabe pero que lo que realmente deseaba, en cuanto a sexo se refería, era que yo disfrutara todo lo posible y que si tenía que repetir fuese únicamente si yo participaba en el acto. Esto me subió mi autoestima. Me dio un beso y me dijo que de ninguna manera me quería hacer daño. Yo contesté que siempre estaría dispuesto a hacer lo que Alicia me pidiera. Luisa dijo que, a pesar de que Fernando se comportaba a veces como un animal, no podría mantener una relación sin él a lo que Fernando contestó en tono guasón: "es que también es aficionada a la zoofilia, ya veis, es completa la muchacha". Nos reímos por la ocurrencia largo rato. Pedimos otras cañas y, al poco, llegó la paella. Comimos, tomamos el cafelito de rigor y nos marchamos a las cabañas.

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