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Fulbito en el parque

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Todos los días hago ejercicio alrededor de un parque cerca de mi casa. A la misma hora, como un reloj. Resulta que todos los días veo a un chico guapísimo, paseando su perro. A la misma hora que yo. El chatea y el perro hace lo suyo. Cada vez que pasaba junto a él lo veía de reojo, en su pantalón azul oscuro que le marcaba su culito, su carita lampiña y sin una sola espinilla ni imperfección. Su cabello castaño claro, lacio, le cae levemente sobre la frente. Cada vez que pasaba al lado de él lo saludaba brevemente hasta que por fin un día lo saludé más efusivamente y me planté a echar cuentos con él. Venezolano, se mudó a Panamá con su familia, estudia cerca de donde estábamos y no le gustaba mucho Panamá.

Le pregunté qué a que se dedicaba en las tardes y me dijo que jugaba fútbol en otro parque, no muy lejos de mi casa. Yo, casualidad de las casualidades, iba a correr a ese parque en las tardes. Justo a la hora que me indicó estaba yo "casualmente" trotando alrededor de la canchita de fulbito cuando veo este pencazo de maracucho con un pantalón flojo que le llegaba arriba de la rodilla. Sus muslos torneados eran delgados pero fibrosos, sin un solo vellito, nada, cero, casi como se si rasurara. El culito lo tenía pequeñito, paradito, como dos melones que le marcaban el pantalón como si fuera una piel. El pantalón era azul oscuro de una tela polyester que le marcaba todo cada vez que corría. Llevaba una gorra con la visera volteada y un suéter flojo. Sus compañeros le gritaban para animarlo mientras corría. Yo estaba como hipnotizado, trotando alrededor de la cancha y lujuriando cada paso que daba esta joyita. Sus cabellos finos se le pegaban a la nuca y la frente y el sudor le mojaba el suéter.

Al rato veo que está sentado en una banca y lo veo salir cojeando. Ahí me agarro y me tiro para ese lado y me le pego.

-que xopa, te cagaste?

-No man, me dieron un trancaza en la pantorrilla y me jodieron. Ahora me voy pa mi casa porque me duele.

-Bueno vamos, yo te doy el bote, déjame buscar mi carro y te llevo.

-No gracias, no vas a dejar de correr por mi

-'cha, manito, eso no es nada qué te pasa?

Lo subí al carro y me fui alejando lentamente. Comenzó a llover, cada vez más fuerte. La lluvia se convirtió en un torrente. Dentro del auto, el olor a sudor era intoxicante, el verle las piernas me mareaba. El calor que despedíamos los dos hacía que el aire acondicionado ni se sintiera. Le vi el bultito en el pantalón, casi nada comparado con el mío, que sí se marcaba bien. Aparte de una verga gruesa y venosa tengo dos pares de huevos que cuelgan como si fueran dos pelotas de tenis.

En el camino le pregunté si le dolía algo, si quería que parara a comprar algún analgésico. Me dijo que estaba bien, que no era para tanto. En eso me detuve enfrente del parque donde el llevaba a su perro y le dije que tenía ganas de chuparle la verga. Así, a rajatabla. De la nada. Bajo el aguacero y en plena calle, estacionado. ÉL se quedó en una pieza y me dijo que no, que no le gustaba "eso". Pero sin embargo no quitó mi mano de su muslo. Le acaricié las piernas y ahí mismo, en la calle, me acerqué a su entrepierna sudada y le puse la cara en el pantaloncillo de fútbol. Uff, la sensación de esa tela tan suavecita y húmeda mientras su verga y sus huevos despedían ese calorcito me pusieron muy muy arrecho.

Subí mi cara hasta su sobaco y metí mi nariz entre sus vellitos. Que delicia, que placer. EL cerró los ojos y se dejó tocar, pasándome la mano en la nuca para empujarme hacia sí. Cada vez la verga se le iba parando y yo me propuse liberarla de ese short tan sexi. Le pasaba las manos por las piernas y comencé a lamerle los muslos y subí hasta su verga. Medía no más de siete pulgadas, delgada, rosadita, circuncidada y con una cabezota que la hacía parecer un lápiz.

Me la tragué entera, hasta que sentí su verga en mis amígdalas. Que delicia, que cosa tan rica. Le pasé un dedo por el culito y luego lo olí. Dios, era demasiado. Su culo olía a bebé sudado, un almizcle que me tenía loco. Pasé mis manos por sus nalgas mientras me empujaba su verga hasta el fondo de mi garganta, una y otra y otra vez. En menos de tres minutos sentí que me agarraba la cabeza de nuevo y me halaba, como que no quería venirse en mi boca. Pero yo seguí mamando y empujándome esa verga hasta que sentí que se desbordaba un chorrito de leche caliente, la verdad no era mucha, Me dio la impresión que el hijueputa este se había pajeado hacía poco.

Le lamí el huevo varias veces y me tragué toda su leche. Todita. Ni siquiera tuve tiempo de sentir el olor a semen porque no dejé ni una gota.

En ese momento los dos nos percatamos que estábamos en una vía principal y ya la lluvia había disminuido, me acomodé y lo deje en la parte de abajo de su edificio. Mientras caminaba vi esos dos meloncitos meneándose, como si fueran el premio que me iba a tocar si seguía tocando la música de esta hermosura.

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