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El amor de mi esclava

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Introducción

Mentiría si dijera que es fiel reflejo de la realidad. También mentiría si afirmara que es pura fantasía. Posiblemente sea un trozo de realidad matizado por el peso del tiempo sobre los recuerdos y adornado por una febril imaginación.

Es mi primer relato. Tal vez sea el último, no lo sé. No soy un escritor, sólo intente plasmar en letras un sentimiento, un conjunto de sensaciones arrastrado por los años. Quienes quieran opinar acerca de este relato pueden contactarse conmigo a [email protected].

Dudé mucho acerca de la categoría del relato. “No consentido” no era, pues todo lo que sucedió fue aceptado y consentido. “¿Dominación? ¿BDSM?” Esta historia tiene de ambas. “¿Grandes relatos?” (Grande por la extensión no por la calidad), no lo sé. Al comenzar una historia uno no sabe cuán larga o grande va a ser. Al final, dejémoslo en “Dominación” que parece el más apropiado.

Aquí debo seguir las palabras que utilizara “Amo Barcelona” en la introducción del primer capítulo de su relato “Historia de una esclavitud”, ya que las mismas desarrollan perfectamente mi forma de pensar y de sentir frente a estas situaciones.

“Antes que nada debo aclarar que la esclavitud, como tal, siempre me ha parecido un concepto repugnante. Estoy absolutamente convencido de que nadie tiene derecho a imponer su voluntad y hacer de la vida de otra persona su forma de supervivencia. También me repugna la violencia y no obstante ciertas prácticas de dominación la contemplan. ¿Existe una esclavitud consentida? Quizás. Cuando ejercemos nuestro poder contra la voluntad de alguien es cuando el acto se convierte en algo reprobable y repugnante pero cuando ejercemos nuestra voluntad con total consentimiento de nuestro ‘contrincante’ es entonces cuando la esclavitud o la violencia deben ser medidas con otro rasero. Un rasero que sigue siendo moral y cultural, aunque puede permitir el uso de ciertas prácticas. Así, de esta manera, nuestro cerebro (nuestra moral, nuestra educación) acepta unas prácticas que en ninguna otra circunstancia permitiríamos. Es como cuando estamos haciendo el amor con nuestra pareja y nos grita ‘pégame’ o ‘átame’. Es, en ese momento, cuando el sentido de la bofetada o tener a alguien atado pasan a tener un sentido totalmente diferente. Es entonces cuando nuestra mente acepta esas transgresiones.”

Este autor agrega, en el mismo relato, como cierre de su capítulo final que “lo que también deberíamos recordar es que cada persona es diferente y que todas las decisiones son respetables siempre que estén escogidas desde la absoluta libertad”.

A todo este conjunto de tan apropiadas palabras, sólo me resta agregar que -desde mi propio punto de vista y en función de mis propios valores- aún en esas situaciones excepcionales, donde el sometimiento voluntario lleva a la realización de estas prácticas que si no existiera consenso serían totalmente reprobables, existe un límite absoluto el cuál, ni aún con acuerdo del sometido, se puede traspasar. Ese límite, para mí, se coloca en el daño permanente y en el aprovechamiento abusivo del estado de necesidad.

El comienzo

Era una tarde de primavera, finales de octubre, cuando yo iba caminando rápidamente por una de las avenidas que cortan el centro de Buenos Aires y terminan sobre su barrio más moderno, Puerto Madero.

Iba en busca de esa confitería donde Jorge y yo habíamos quedado en encontrarnos sobre las seis de la tarde. Jorge, mi amigo de muchos años, contador de profesión, se había comunicado telefónicamente conmigo la tarde anterior y habíamos convenido este encuentro. La voz de Jorge había sonado preocupada, su pedido era como un ruego, el tono era de urgencia, la llamada fue un domingo, estaban dadas todas las características necesarias para que yo accediera de inmediato a su pedido y por ello me encontraba yendo rápidamente hacia el lugar de encuentro.

En la esquina estaba el local hacia donde me dirigía, era un negocio de buen nivel, yo acostumbraba encontrarme allí con mis clientes cuando no me reunía en mi oficina, por ello ya era conocido de los camareros que sabían que necesitaba un lugar de cierta privacidad para mis conversaciones.

Cuando entré al lugar, rápidamente ubiqué a Manuel, el camarero de mi confianza, lo saludé y me indicó que una persona me estaba esperando, señalando con su brazo extendido hacia el lugar donde se hallaba.

Me dirigí hacia la mesa que se encontraba sobre uno de los ángulos del negocio, entre mesas vacías y sin compañías que pudiesen comprometer la conversación.

Me acerqué a Jorge que al verme se levantó, se acercó a mí e intercambiamos unos besos sobre la mejilla junto con un abrazo que reflejaba el tiempo que no nos veíamos, así como la intensidad de nuestra amistad y nuestro cariño.

- ¿Cómo estás Jorge?, la verdad es que me preocupó mucho tu llamada de ayer, te sentí como muy afectado por algún problema…

- Sí, me contestó, gracias por venir tan rápido. Necesito que hablemos…

Nos sentamos cada uno a un lado de la mesa, Manuel se acercó, tomó nuestro pedido y se dirigió a la barra para gestionarlo.

- Necesito que me ayudes, me dijo Jorge. La compañía está mal y el problema lo tenemos con los juicios, estamos perdiendo todos y creo que nos están estafando…

Ya sabía que Jorge era el síndico de una compañía de seguros que se debatía entre la vida y la muerte, asediada por el resultado negativo de una enorme cantidad de juicios en su contra, radicados en todo el país, especialmente como resultado de accidentes de vehículos.

- Necesitamos un abogado de toda confianza, me dijo Jorge, muy bien preparado que revise y controle esos procesos, me parece que el estudio jurídico que tenemos contratado nos está cagando, te necesitamos…

- Para hacer bien ese trabajo se necesita dedicarle mucho tiempo y sabés que no lo tengo. No creo que pueda asumir esa responsabilidad…

- Carlos, necesito que me ayudes, es un favor personal, si no me voy a hundir con la empresa, por favor…

- Lo entiendo, Jorge, pero la verdad es que no veo como me podría hacer el tiempo necesario para poder realizar el trabajo. Son miles de juicios distribuidos por todo el país.

- Ya lo hablé con el directorio, todos están de acuerdo con que vos seas la persona elegida. El dinero no es problema, traé ayudantes. No sé, fíjate… pero necesito que te hagas cargo de este tema.

La realidad es que lejos estaba de querer alterar mi vida asumiendo esta tarea, pero el tono del ruego de mi amigo, su mirada, habían transformado su pedido en una súplica y hay momentos donde la amistad se impone a la comodidad y te obliga a extender tu mano abierta.

- De acuerdo, pero voy a necesitar dos colegas que me ayuden y la empresa va a tener que facilitar el apoyo de un empleado para que haga de enlace y de soporte administrativo. También necesito que ayude el actual encargado de juicios. No va ser barato…

- Gracias… Jorge extendió sus brazos sobre la mesa y tomó mis manos entre las suyas, levantando la cabeza y dirigiéndome una mirada de eterno agradecimiento que conmovió la intimidad de mi ser.

Manuel se acercaba con las tazas de humeante café y las medias lunas, colocó todo sobre la mesa y se alejó.

- ¿Cuándo empezamos?, pregunté.

- Ayer, fue la respuesta esperada.

- Bien, dame un par de días para seleccionar a los colegas que me van a acompañar y entretanto elegí al administrativo y hablá con el encargado de los juicios.

- No… Cuando vengas te pongo en contacto con el encargado para que te informe y con la jefa de personal para que te ayude a elegir el empleado. También te vamos a poner una secretaria para que colabore, aunque ésta la vas a tener que compartir con la oficina de personal. Tu despacho va a estar al lado de ellos.

- De acuerdo -dije- nos vemos el jueves. ¿A qué hora voy?

- A las trece, ¿te parece bien?

- Perfecto.

Un apretón de manos selló este acuerdo que parecía que era simplemente un convenio profesional donde iba a ayudar a un amigo. Lejos de ello, esta conversación fue el inicio de un proceso que estaba destinado a impactar profundamente en el futuro.

La empresa

El reloj apenas pasaba de la una de la tarde cuando yo trasponía la gran puerta de acceso a la tradicional compañía de seguros ubicada sobre la avenida Corrientes. Para esto ya había elegido a mis ayudantes, una pareja de jóvenes abogados -él de unos 30 años, ella de unos 28- con poco más de un año de experiencia, pero con muchas ganas de dedicarse a la tarea y con un gran olfato - especialmente la chica- para detectar situaciones extrañas.

Me dirigí a los ascensores, tomé uno y fui hacia el segundo piso, donde se encontraba el despacho de Jorge. Me presenté a su secretaria, aguardé unos instantes y la puerta de la oficina se abrió y él me invitó a pasar.

- ¿Todo bien?, inquirió.

- Todo perfecto, ya elegí a mis ayudantes, vamos a empezar el lunes, sólo queda contactar a la gente de la empresa.

- ¿Los hago venir? preguntó.

- No. Vayamos nosotros, así de paso voy conociendo los pasillos de esta compañía. Una empresa como una ciudad solamente se la llega a conocer después de haber transitado por sus calles, fue mi respuesta.

- ¿Querés un café antes de ir?

- Acabo de tomar uno con un cliente, prefiero terminar con esto, y el café lo tomamos después mientras conversamos.

- De acuerdo.

Nos levantamos y, saliendo de la oficina, nos dirigimos nuevamente al ascensor. Cuando llegamos al octavo piso, Jorge me indicó que ese era nuestro destino, así que salimos y encaramos hacia el fondo del pasillo.

Hacia el final se veía una mujer de unos sesenta años trabajando sobre un escritorio, especialmente atendiendo llamadas telefónicas y transfiriéndolas hacia sus destinatarios.

- Ella es Rosa, me indicó Jorge, va a ser tu secretaria, como te dije la vas a compartir con personal… Rosa este es Carlos nuestro nuevo auditor jurídico.

- Que tal Rosa, es un gusto conocerla.

- El gusto es mío, espero poder estar a la altura de lo que usted espera de mí.

- Seguro que sí Rosa, vamos a trabajar juntos muy bien y desde ya descarto que su colaboración va a ser muy importante.

- Gracias, doctor, estoy a su disposición.

Nos dirigimos hacia la puerta de una oficina que estaba ubicada a la derecha del escritorio de Rosa. “Aquella es la oficina de personal”, me dijo Jorge indicando hacia la izquierda del escritorio de mí ¿nuestra? secretaria. Entrando a la oficina, advertí que estaba vacía, cuatro escritorios pulcros esperaban a sus ocupantes, al fondo otra puerta comunicaba con otra oficina más pequeña.

- Aquel va ser tu despacho y acá -indicando hacia los escritorios vacíos- se van a ubicar tus asistentes, el administrativo y el enlace con el estudio.

- Perfecto. Llamá al encargado de juicios, lo vamos a entrevistar ahora.

Jorge tomó el teléfono y discando un número se comunicó con Marcelo, solicitándole que se acercara. Al poco tiempo unos golpes en la puerta me advirtieron que había llegado. Haciéndole una seña a Jorge, me dirigí hacia la puerta, la abrí e invité al empleado a ingresar.

- Soy Carlos, el auditor jurídico de la empresa. Tengo entendido que usted es el enlace con el estudio jurídico y la persona que más conoce acerca de los juicios en la empresa.

- Mi nombre es Marcelo, mantengo el contacto con el estudio y tengo un conocimiento global, pero no demasiado profundo acerca de la cartera judicial de la compañía.

- Marcelo, el lunes empezamos, así que me gustaría que hacia el mediodía me traiga un informe general acerca de esa cartera, del estado procesal, de las sentencias firmes dictadas, así como del estado de pagos de los mismos.

- De acuerdo, se lo tengo listo para el lunes al mediodía y estoy a su disposición para lo que necesite.

- A partir del lunes su lugar de trabajo va a ser uno de los dos escritorios que están cerca de la puerta, así que tome los recaudos necesarios para mudarse.

- De acuerdo, el lunes me encuentra acá.

Luego de estrechar mi mano, Marcelo fue hacia la puerta y salió, dirigiéndose a su oficina.

- ¿Llamo a la jefa de personal?, me preguntó Jorge, luego de haber presenciado en silencio nuestra conversación.

- Ya que vamos a ser vecinos, prefiero que vayamos nosotros, le respondí.

- Vamos, me dijo.

Salimos de la oficina, cruzamos frente al escritorio de Rosa y encaramos la puerta que se encontraba enfrente de nosotros. Jorge, luego de golpear, la abrió y entramos en la oficina.

Tres escritorios estaban dentro de ella, todos ocupados. El primero por una mujer de un poco menos de cincuenta años, que no llamaba la atención. En el último se sentaba otra mujer de casi sesenta años, que se notaba que había sido bastante hermosa en su juventud, que levantó la cabeza y nos dirigió una mirada interrogativa que parecía decir ¿qué hacen ustedes acá? En el escritorio del medio se ubicaba una mujer joven, que mediaba la veintena, si bien no era nada extraordinaria, poseía un cierto dejo de belleza que parecía surgir de su interior más profundo. Al levantar la vista, observé unos hermosos ojos de color marrón grisáceo que emitían una de las miradas más profundamente tristes que recordara que me hubieran dirigido alguna vez. Rápidamente bajó la cabeza y continuó con su trabajo.

- Carlos, ella es Jorgelina, nuestra Jefa de Personal, me dijo Jorge dirigiéndose a la mujer que se encontraba en el escritorio del fondo.

- Mucho gusto, le dije, abandonando con mi mirada a la joven de ojos tristes y observando a la destinataria de nuestra conversación.

- El gusto es mío, dijo ella.

- Jorgelina, Carlos es nuestro nuevo auditor jurídico. Me comprometí a facilitarle un administrativo de apoyo que va a trabajar con él y sus ayudantes junto a Marcelo, el encargado de juicios. Él va a elegir a su asistente. Por favor, facilitale todos los elementos que necesite para que pueda elegirlo.

- De acuerdo.

Girando la cabeza, observé a la empleada de ojos tristes que nos estaba mirando. Al advertir mi mirada, esbozó una sonrisa, bajó la cabeza y siguió con su tarea.

- En un rato hablamos, le dije a Jorgelina, volviendo a mirarla.

- Estoy a su disposición doctor, me contestó.

Salimos de la oficina, nos dirigimos nuevamente a la mía, ingresamos y miré a Jorge.

- La de ojos tristes.

- ¿Qué?, me contestó.

- Que la empleada que quiero es la chica esa de personal que estaba entre Jorgelina y la otra que está cerca la entrada.

- ¿No podés buscar otra? En personal son sólo tres y va a ser difícil poder sacarla. Además no sabe nada de juicios.

- En la compañía, salvo Marcelo, nadie sabe nada de los juicios. Jorge, yo acepté ayudarte, vos tenés que cumplir tu palabra. Me dijiste que yo elegía y ya elegí.

Jorge tomó el teléfono, llamo a Jorgelina y le pidió que se presentase.

- Carlos eligió a Claudia, tu empleada.

- Pero… sólo somos tres, no puedo prescindir de ella…

- Jorgelina, la decisión está tomada, buscá un reemplazo, el que quieras, de adentro o tomamos a alguien nuevo, pero Claudia viene para acá. Traé su legajo, por favor.

- Bien, como usted diga. ¿Le aviso?

- Por favor…

Jorgelina salió de la oficina y pocos instantes después se escucharon suaves golpes sobre la puerta de ingreso. Después de decir que entrara, la puerta se abrió e ingresó por ella la chica de ojos marrón grisáceo y de mirada triste, que me había regalado una sonrisa hacía pocos minutos.

Luego de cruzar la oficina general, ingresó a mi despacho y se paró frente a mi escritorio, al lado de Jorge. En sus manos llevaba una carpeta que dejó sobre mi escritorio, resultó ser su propio legajo personal.

- Jorgelina me dijo que viniese.

- Sí Claudia, comenzó a hablar Jorge, que se interrumpió cuando vio el gesto de mi mano que así se lo indicaba.

- ¿Qué tal Claudia? Sentate, por favor. Suavemente se dirigió a una de la sillas que estaba frente al escritorio y tomó asiento.

- Claudia, necesitamos tu colaboración para realizar la auditoría de juicios, creo que tenés el perfil adecuado y necesario para ello, así que, si no tenés inconvenientes, vamos a trabajar juntos a partir del lunes.

Mi frase era más una orden que una pregunta o una reflexión. El sentido de la misma era inequívoco. Ella había sido la elegida para acompañarme y así debía hacerlo. No había lugar para preguntas ni para preferencias. El camino estaba trazado y ella sólo podía seguirlo.

- No sé si estaré a la altura de la tarea o de lo que usted espera de mí… No sé si soy la persona adecuada para ese trabajo, yo sólo conozco de personal…

- Claudia... el lunes comenzamos, prepará tu mudanza, vas a ocupar uno de los dos escritorios que están cerca de la puerta. Yo voy a llegar al mediodía y me gustaría que ya estés totalmente instalada.

Mientras hablaba le señalaba hacia la oficina general donde se encontraba su futuro lugar de trabajo. Claudia bajó la cabeza, como reflexionando acerca de su situación.

- Nos vemos el lunes cerca del mediodía, le afirmé.

Levantando la cabeza, me miró, me esbozó un intento de sonrisa y me dio la respuesta que esperaba.

- Sí, señor. Como usted diga. Estoy a su disposición. Voy a hacer todo lo posible para que esté satisfecho de mi trabajo. Lo espero el lunes.

- Perfecto, le contesté, así quedamos.

- Si no dispone otra cosa… voy a preparar todo.

- Nos vemos el lunes. Buen fin de semana.

Jorge observaba la charla inmutable y silencioso. Cuando Claudia salió le dije:

- Bien, ya está todo en orden. Espero que tengamos suerte.

- Eso espero yo también. Gracias por ayudarme.

Claudia

Cuando me quedé solo, me dediqué a examinar el legajo personal de Claudia, tenía 26 años -tenemos 8 años de diferencia, ya que yo cuento con 34- y una hija de tan solo 5 años, Paola. Estaba divorciada, su pareja había durado menos de dos años, y vivía con su hija y su madre en el barrio de Floresta, muy cerca -unas 20 cuadras- de donde yo me domiciliaba.

Los días fueron transcurriendo. El equipo comenzó a trabajar el lunes, ya habíamos realizado el mapa judicial y delineado con los colegas el plan de auditoría. Corría la tarde del miércoles cuando llamé a Claudia a mi despacho.

- Cerrá la puerta y sentate, por favor, le dije cuando hubo ingresado al despacho.

- Sí, señor, fue la respuesta que emitió al tiempo que se sentaba del otro lado del escritorio.

- ¿Cómo estás?

- Bien, dijo, mirándome fijamente mientras sus ojos se abrían.

- Me refiero al trabajo, si te estás adaptando al nuevo grupo, cómo andan las cosas…

- Bien, dijo relajándose, nos estamos acostumbrando a trabajar como equipo, la forma de trabajo que hay aquí es muy distinta a la que yo tenía antes en Personal, requiere más interacción, más comunicación, tiene que haber buena sintonía entre la gente. La verdad es que me siento muy cómoda y contenta de que las cosas hayan sucedido como sucedieron…

- Me alegro… Cualquier inquietud, iniciativa o propuesta que tengas, la puerta está abierta… Además, quería pedirte un favor…

- ¿Si?

- Mañana, a eso de las cinco de la tarde, viene un empleado a declarar en un sumario por un problema en las condiciones particulares de una póliza de incendio y necesitaría que me ayudes con esa declaración, escribiéndola en la compu, para luego hacer la impresión…

- No hay problema…

- Lo que pasa es que posiblemente la declaración se extienda y se demore tu horario de salida…

- No hay inconvenientes, mi hija está con mi madre, así que con solo avisarle está todo bien…

- Muchas gracias.

Me levanté y dándole un beso en la mejilla di por terminada la conversación.

No sé si era bella, pero me gustaba mucho… Si bien era muy diligente, simpática y colaboradora, tenía cierto aire de ausencia que le creaba un aura de soledad y, tal vez, de misterio.

Traté de imaginar su vida. ¿Estaría en pareja?, ¿de novia?, o sus días transcurrirían en la rutina de una vida aislada y oscura entre su madre y su hija, olvidando su juventud y sepultando sus anhelos e ilusiones… Lo descubriría, estaba seguro de poder hacerlo.

El plan que mi mente había urdido, parecía funcionar. Le había sugerido a la Jefa de Personal que trasladara el trámite de los sumarios de los empleados del estudio jurídico que hasta ahora los estaba llevando a nuestra oficina. La excusa era el ahorro y esa causa siempre funciona en una empresa en problemas. No habían transcurrido dos días desde esta propuesta y ya había aparecido el primer caso que me permitiría pedirle a Claudia que se quedara después de hora y así intimar con ella.

La declaración avanzaba con lentitud, la palidez del rostro del declarante y su faz empapada de transpiración eran claramente relevantes de la tensión que se palpaba en el momento. Yo dirigía el interrogatorio con decisión y con una estrategia ya diagramada. Cuando consideré que habíamos alcanzado el objetivo, di por cerrado el trámite y le pedí a Claudia que imprimiese la declaración, informando al interrogado que debería leerla íntegramente y después firmarlas en cada hoja. Cuando lo hubo hecho, la firmé yo también y se la entregué a Claudia para que hiciese lo propio.

- ¿Yo también la firmo?

- Sí. Sos la secretaria de instrucción y estás integrada al proceso, así que es necesario que la firmes.

Se le entregó una copia al interrogado, que se retiró con ella en su mano. Terminamos de juntar las pocas cosas que quedaban y pregunté:

- ¿Para dónde vas, Claudia?

- Para Floresta, vivo en Floresta, cerca de Segurola y Gaona.

- ¿Te llevo? Yo vivo en Flores, por Plaza Irlanda, muy cerca de donde me dijiste, así que no me causa ningún inconveniente acercarte.

Después que su mirada se fijó en mis ojos por muy breves instantes, aceptó el ofrecimiento.

- Tengo el auto en el estacionamiento de enfrente, ¿vamos?

Ya circulando por la avenida Córdoba en dirección al Oeste, nuestra conversación se centró en cuestiones de trabajo, especialmente en la declaración que habíamos tomado, lo que la había impactado mucho y a lo cual yo realmente estaba acostumbrado, pero era lógico que alguien sencillo como ella se afectase ante las tribulaciones y angustias que sufría el declarante.

Habíamos dejado atrás Ángel Gallardo y encarábamos el inicio de Gaona, nos acercábamos peligrosamente a nuestro destino y era hora de que encarase lo que había venido a hacer. La amenidad y fluidez de nuestra conversación le daba el marco adecuado a la situación y entonces decidí encararla.

- ¿Te puedo invitar a tomar algo?

- ¿Hoy?

Giró su cara hacia mí, que la observé con el detenimiento que la conducción del vehículo me permitía. La semi sonrisa de sus labios permitía crecer la alegría de una aceptación, pero contrastaba con la tristeza profunda e insondable de sus ojos.

- Si podés sí, si no lo podemos dejar para otro día.

Pareció meditar la propuesta y la respuesta. Tal vez sólo estaba tomando el tiempo necesario para no aparecer como una mina fácil y entregada, tal vez estaba pensando verdaderamente en lo que sucedía.

- Hoy puedo, mamá sabe que voy a llegar tarde, no se va a preocupar y se está encargando de la nena. Vamos.

- ¿Algún lugar que conozcas o que prefieras para ir?

- No tengo preferencias, pero conozco un boliche a unas cuadras de casa que está bastante bien y donde se puede hablar con comodidad y tranquilidad.

Hacia allí fuimos. Yo disfrutaba de esa aceptación y del paso adelante que había dado hacia el lejano objetivo que me había propuesto. Ella parecía un poco más relajada, quizás más cómoda, a lo mejor más tranquila, ya lo averiguaría.

Llegamos a la confitería, le abrí la puerta, ingresamos y el ambiente me sorprendió muy agradablemente. Era un lugar muy tranquilo, con música suave y relajante, con una penumbra que invitaba a la intimidad, la confianza y la confesión, el lugar ideal. ¿Lo había elegido a propósito? ¿Era una casualidad y sólo lo había escogido por su cercanía?

- Donde quieras, le dije señalando hacia el salón en un claro signo para que eligiese el lugar que prefiriese.

- ¿Qué tal allá? Preguntó señalando una mesa ubicada cerca del fondo del local y protegida por unas mamparas que la separaban del salón.

- Perfecto, dije y hacía allá fuimos.

Nos sentamos uno frente a la otra, la camarera se acercó, tomó nuestro pedido -dos jugos frutales- y se alejó. Nos miramos y creo que intuitivamente coincidimos en que era el momento de comenzar a hablar en serio de nosotros mismos.

Me tocaba a mí profundizar la charla. Le hablé de donde vivía, de mi viudez, del accidente ocurrido dos años atrás donde había perdido a mi esposa, de mis hijos -un varón de 15 años y una mujer de 11- que estaban a cargo de sus abuelos maternos, de cómo compartía con ellos los fines de semana y los feriados, de mis padres, de mis anteriores trabajos y ocupaciones, de mi actual soledad, de mi optimismo hacia el futuro… en fin le fui sincero en todos aquellos detalles de mi vida que era necesario confiarle y que había decidido a hacerlo. Tan solo algo quedó oculto en lo más profundo de mi ser, oculto porque era demasiado pronto para descubrirlo, porque el vínculo tenía que madurar mucho para que ese secreto viera la luz, porque era mi objetivo y no formaba parte de los datos de partida.

Ella habló de su pasado, de su padre hace tiempo fallecido, de las desventuras de su pareja, de su ex marido que ahora vivía con otra mujer en Rosario (la segunda ciudad en importancia del país después de Buenos Aires), de su madre anciana pese a lo cual llevaba una gran parte del peso de la familia, de las desventuras y angustias de la supervivencia diaria, de su hija y, sin que pudiera evitarlo, surgió la culpa, su culpa por no poder brindarle a esa pequeña la alegría de vivir que necesitaba, al contrario, parecía ser la niña la que alumbraba la vida de estas mujeres. Su soledad emergió incontrolable cuando me contaba que había vuelto con la nena triste y derrotada a la casa de su vieja, al frustrase su pareja, de su encierro, de su amargura. Más que nada se sumergió en su fracaso, su soledad y su frustración. Sentía que ni ella ni su vida servían para nada, ni como mujer, ni como pareja, ni como madre, ni siquiera como hija. Me contó cómo, pese a estar acompañada, en realidad estaba profundamente sola, sin amigos, sin salidas, sin parejas, sin nada. Ella sola con su propia alma, a los tropiezos por la cuesta de la vida.

Cuando Claudia abrió las entrañas de sus sentimientos y emociones, varias lágrimas cayeron de sus ojos, deslizándose por sus mejillas, aumentando la belleza de su faz, mientras sus manos -sobre la mesa- se apretaban como si una quisiese consolar a la otra. La miré fijamente y con suavidad y dulzura tomé sus manos entre las mías, apretándolas dulcemente como si intentase transferirle fuerza a ese débil cuerpo de mujer que, momento a momento, se estremecía más por sus sollozos. La miré, ella bajó los ojos, soltó sus manos que se dirigieron a cubrir su rostro y comenzó a llorar de una forma que parecía incontrolable.

Me levanté y me senté a su lado, le pasé un brazo sobre los hombros y con el otro atraje su cara hacia mí y la apoyé sobre mi pecho, comenzando a acariciar su cabello castaño, apretando su ser contra mi pecho como si desease cobijarla y protegerla. Del fondo de mi ser, surgió la frase:

- Ya no estás sola.

Fue suficiente para perforar y derrumbar su última defensa, se abrazó a mí y comenzó a llorar descontroladamente. La dejé hacerlo, el tiempo y mis brazos iban a confortarla y contenerla, sólo era necesario dejarla que se expresase, sin palabras y con lágrimas.

Fueron largos minutos donde lo único que se escuchaba eran sus sollozos y quejidos, ninguna palabra surgía de nuestros labios. Lentamente se fue tranquilizando, parecía haber ingresado en un campo de paz, su cuerpo dejó de conmoverse, su llanto se aquietó hasta desaparecer. Permaneció acurrucada contra mi pecho. Luego de unos minutos, sus palabras surgieron de sus labios escondidos dentro del abrazo.

- Perdón. No me pude controlar. Estoy muy avergonzada. Después de tanto tiempo de represión, angustia, aislamiento y soledad cuando noté que alguien se acercaba y me podía escuchar quise abrirme para que sólo saliese una pequeña parte de mis emociones, pero el peso de los recuerdos, mi soledad y mi tristeza me apabullaron y todo surgió solo, sin que quisiera, incontrolable, no lo pude evitar. Sé que debes estar arrepentido de la invitación, pero fue superior a mis fuerzas, no pude…

- Claudia, lo único que pasó fue que donde había tristeza, soledad y abandono apareció una mujer esplendorosa en la belleza de su sinceridad. Sólo fuiste honesta y transparente, debés estar orgullosa de tu valor para enfrentar el pasado y poder descargarlo como yo lo estoy de haber sido el elegido para tus confesiones.

Sus ojos bañados en lágrimas se alzaron hacia los míos mientras una sonrisa sincera y profunda iluminaba su rostro. La tranquilidad y la paz se habían apropiado de su ser. Parecía otra mujer, una que ahora tenía algo más porque luchar, porque enfrentar el futuro, una razón para ser feliz… como mujer… como hembra…

Acerqué mi cara a su rostro, mis labios a los suyos y le estampé un pequeño beso sobre los mismos, un piquito que quería ser el inicio de un camino mucho más profundo. Ella sonrió aún más todavía, colocó mi mano derecha entre sus pechos, sobre su corazón que latía estrepitosamente. Entonces dirigí mi boca sobre la suya, que se entregó sin condiciones ni límites. Su lengua se enredó con la mía y ambas buscaron las profundidades de la garganta del otro en medio de un abrazo profundo y estrecho que debió durar escasos minutos, pero pareció una eternidad.

Separamos nuestras bocas. Nos miramos. Nuevamente mi lengua se introdujo en su boca y comenzamos una lucha sin cuartel entre nuestros labios, nuestras bocas y nuestros cuerpos que se apretaban estrechamente, refregándose uno contra el otro. Mi mano derecha se movió lentamente desde su ubicación en el medio de sus pechos y se dirigió decididamente -por sobre su ropa- a una de sus tetas, apoderándose de esa colina de carne, apretándola entre mis dedos, haciéndola mía, mientras nuestro beso se profundizaba más y más.

Lentamente fui alejando mi cara de la suya, lo que me permitió mirarla íntegramente y apreciar la frescura que emanaba ahora de aquel ser. Si antes me gustaba, ahora estaba deslumbrado por aquella belleza joven que mis labios y mi manos habían comenzado a degustar. Aún había un largo camino para saborear el manjar completo, pero eso estaba ahora mucho más cerca.

- ¿Estás bien?

- Muy bien. Hace mucho tiempo que no estoy tan bien.

Con nuestras miradas y nuestras sonrisas entrecruzadas tomé su mano y la estreché entre las mías en un gesto de compresión, contención y dominación.

- Creo que he vuelto a encontrar, luego de muchos años, algo que alegre mis días, que me de fuerza y optimismo para seguir adelante. Pareciera que las paredes con las que me aislaba del mundo, con las que me encerraba a mi misma, hubiesen caído. Que esa soledad que me oprimía y me angustiaba, hubiese desaparecido… parece que, ahora, tuviese, junto a mi hija, una razón por la que vivir…

La estreché de nuevo entre mis brazos y de sus labios escondidos surgió un “gracias” profundo y emocionado. Jamás, ni en la más febril de mis fantasías, había pensado que podría llegar tan lejos en este primer día. Era un hermoso augurio de la posibilidad que mi deseo fuese realidad en un plazo no demasiado lejano.

Los dos

El sábado siguiente a aquel jueves de ensueño transcurría lánguidamente.

Recordé lentamente todo lo que había pasado en esa noche de sinceramiento e intimidad, mi relato, el de Claudia, su derrumbe, sus lágrimas, nuestros abrazos, nuestros besos, nuestro consuelo, la caminata de esas cuadras que había hasta su casa en silencio, tomados de la mano, disfrutando del momento. El beso de despedida, profundo, apasionado, desesperado, quemante, revelador de una entrega total. Mis manos recorriendo su cuerpo. Esas tetas turgentes, ese culo firme, esos muslos fuertes, todo su ser se entregado a mi caricia. Sus manos revolvieron mis cabellos, acariciaron mi cuello, apretaron mis sienes, discurrieron por mi espalda. En un momento, cada uno tomó las nalgas del otro y apretamos nuestros cuerpos de tal manera y con tanta fuerza que la dureza de mi miembro erecto se estampó contra la oquedad de su entrepierna, revolviéndose entre sus muslos buscando una pasión inalcanzable. Todo estaba dicho, pero nada se había hecho, el camino se abría ante nosotros y, al final, eso tan buscado se levantaba como un destino manifiesto y alcanzable.

El viernes nos encontramos y trabajamos juntos, como si nada hubiese sucedido. Sin embargo, el cambio que había ocurrido en sus facciones no pasó inadvertido. La alegría de aquella mujer era inocultable, pero las causas permanecieron sumidas bajo un manto de oscuridad y silencio. En un momento de soledad convinimos en que la pasaría a buscar el sábado a las cinco de la tarde.

Era ese mismo sábado que estaba transcurriendo ahora con lentitud y dejadez hacia el momento del reencuentro.

A la hora señalada, llegué a su domicilio, estacioné y apreté el timbre de su puerta. Su casa era antigua, sencilla y humilde. El día si bien no estaba caluroso, tampoco estaba frío, era la temperatura adecuada para no agobiar ni tiritar.

No había transcurrido un minuto desde mi llamada cuando la puerta se abrió y surgió la mujer de mis ensueños, con la alegría estampada en una feminidad desbordante. En la vereda frente al umbral de su vivienda nos abrazamos y nos besamos sin importarnos quien nos viese o si a alguien le interesaba.

Me encantó su apariencia. Ni que hubiera hablado conmigo al respecto. Una blusa estampada de manga larga, pero que sus botones abiertos permitían apreciar el nacimiento de sus senos y el comienzo del canalillo que los dividía, invitando a imaginar cómo seguía el panorama desde el escote hacia abajo. Nada de pantalones, estaba muy femenina, como a mí me gustan las mujeres, una falda amplia, que le llegaba un poco arriba de las rodillas, una total invitación a levantarla y a espiar en su interior. Las piernas desnudas se exhibían al mundo llamando a las manos que se atreviesen a posarse sobre ellas y acariciarlas. Enfundando sus pies un par de zapatillas de vestir. Su imagen no tenía ningún vínculo, ningún contacto, con la que yo conocí en el trabajo. Era otra mujer. La habían cambiado... ella había cambiado.

Ingresamos a mi auto, lo puse en marcha, nos colocamos los cinturones, nos tomamos de una mano, la apretamos entre sí y nos miramos con una amplia sonrisa.

- Me gustaría que estemos juntos, dije.

- A mí también, me encantaría.

- ¿Vamos a mi casa?

- Donde quieras, no importa el lugar, sólo importamos nosotros.

Nos dirigimos hacia mi casa que se encuentra bastante cercana. Mi vivienda nada tenía que ver con la de ella. Era un amplio chalet de dos plantas y buhardilla, ubicado en medio de un gran jardín, muy cuidado, poblado de plantas y flores. El inmueble no era demasiado lujoso pero evidenciaba que su propietario carecía de problemas económicos y que afrontaba la vida con desenvoltura financiera. Pareció deslumbrada cuando bajamos del auto y nos dirigimos hacia la casa como si en vez de ver un chalet estuviese observando un palacio de cuentos.

Entramos y nos dirigimos hacia la cocina comedor tomados de la mano. En el camino nos besamos y abrazamos, pero sin interrumpir nuestro avance.

- ¿Querés tomar algo?

- Lo que quieras, me respondió.

- Yo quisiera comer algo…

- ¿Comer? Bueno.

- Comerte a vos, centímetro a centímetro, hacerte mía, poseerte, sentir mi cuerpo en el tuyo, disfrutar plenamente de tu ser.

A medida que las palabras iban apareciendo su sonrisa se ampliaba más y más. Me estiró su mano para tomar la mía. La agarré y la llevé hacia mi dormitorio, cuando entramos la abracé y mientras la estrechaba entre mis brazos la besé profundamente, la apreté contra mí con toda la intensidad que mis fuerzas me permitían, ella acompañó con su frenesí, la pasión de mis gestos. En un momento acerqué mis labios a su oído y le susurré “perdiste”. Una risa profunda, alegre y sincera estremeció su cuerpo estrechado por mis brazos y sus labios susurraron “ganamos”. En medio de la risa de ambos separamos lentamente nuestros cuerpos.

Tomé su remera por la cintura y se la saqué por sobre su cabeza. Un torso deslumbrante cubierto por un corpiño negro surgió ante mi vista cubriendo un par de tetas bellas y turgentes que se convertían en una de las partes más deseables de su ser. Le saqué sus zapatos y desabroché su pollera. Me agaché para bajársela, advirtiendo la presencia de una bombacha que formaba un conjunto con su corpiño. Su ropa interior negra era sensual, excitante, con puntillas que la adornaban en la transparencia reveladora de sus encantos y secretos. Parecía haber sabido lo que iba a suceder cuando eligió ese conjunto de ropa interior, que realzaba sus curvas y encantos y destacaba los misterios que guardaba.

Cuando sólo la bombacha y el corpiño cubrían parte de su cuerpo me alejé un poco y disfruté de la visión de esa belleza deslumbradora que el destino me había entregado y que yo debía terminar de conquistar en aras de lograr el objetivo tan deseado.

Me acerqué nuevamente, desabroché su corpiño, besé, lamí y mordí sus pezones, apreté sus tetas mientras ella me dejaba hacer. Deslicé lentamente su bombacha hacia sus tobillos, ella levantó sus pies para permitirme sacarla y entreabrió sus piernas para que pudiese observar la belleza escondida de sus recónditos tesoros. Abracé sus nalgas, tomé un globo con cada mano y mientras mi lengua exploraba las profundidades de su garganta, mis manos abrían la quebrada de su culo permitiendo que algún dedo ansioso se acercase hasta el anillo sombrío de su entrada prohibida.

Me alejé un poco para apreciarla en su integridad. La vi cohibida. Como queriendo taparse y no animándose a hacerlo. Sus ojos se dirigían avergonzados al piso, sus brazos inquietos se posaban a los lados del cuerpo sin saber qué hacer, moviéndose nerviosos. Su cara ruborosa, permitía descubrir toda la contradicción entre su deseo de entregarse y su inhibición frente a su desnudez. Bajé la vista, recorrí su cuello, sus hombros. Sus tetas. Dos colinas hermosas que adornaban su pecho. Firmes, apuntando al frente, con esa blancura que da el hecho de no haberlas expuesto nunca al sol, eran montañas impresionantemente inversas, con la nieve en sus lados y las rocas en su cima. Sus areolas eran el majestuoso coronamiento de esas glándulas imponentes que clamaban por caricias, por besos, que llamaban para ser disfrutadas. Sus pezones. Esos cilindros compactos y enhiestos que se proyectaban endurecidos hacia adelante. Siempre me gustaron las mujeres con pezones bien formados. Las tetas sin pezones son anodinas, como tazas sin manija. Estos eran espectaculares. Casi seguro, los mejores extremos que hubiese visto. Me costó un esfuerzo supremo reprimirme para no acariciarlos, sobarlos, exprimirlos, pellizcarlos, retorcerlos. Ya llegaría el momento.

Seguí por su cintura, su ombligo, su vientre. Llegué al piloso triángulo que señalaba el ingreso al femenino túnel del placer. Era un vello abundante, pero muy cuidado, muy arreglado, haciendo que su abundancia no ocultase los labios secretos de su entrepierna. Bajo ese triángulo invertido se podía ver perfectamente el comienzo de dos labios mayores, amplios, congestionados, macizos, que -salvo por una puntita que se escapaba por su parte superior, poseían la contundencia necesaria para ocultar los tesoros allí ubicados. Volví a recorrer su sexo con la mirada, desde su Monte de Venus hasta la confluencia de sus ingles, donde sus piernas ahora cerradas impedían continuar la exploración visual. Recorrí con mi mirada sus esbeltos muslos, sus rodillas, sus piernas, llegué a sus pies. Todo perfecto, espectacular. Volví a su rostro. Enrojecido y ruboroso, era un muestrario de efectos para disimular su incomodidad ante la exploración.

- ¿Y?

- Y, ¿qué?

- Si te gusta, si lo que estás mirando te satisface... ¿Aprobé el examen?

- Todavía no terminé.

Eran evidentes su incomodidad y su vergüenza, pero decidí que debía hacerle sentir desde el inicio quien mandaba y quien obedecía. Me puse de pie. Claudia se cubrió el pubis con sus manos juntas. Caminé hacia atrás de ella. Observé cuidadosamente su espalda, su delicada piel que dibujaba -como si fuese una tela en manos de un pintor- sus omóplatos y su espina. Miré su culo. Esos dos macizos globos que coronaban sus piernas. Esa línea que separaba los muslos de las nalgas. Esa zanja que custodiaba celosamente sus altares prohibidos. ¿Se habría celebrado alguna vez algún rito dentro de esa quebrada cárnea que llamaba a su apertura y al placer? ¿Sería virgen el orificio oculto dentro de ese culo magnífico o ya habría sido estrenado, profanado por algún dedo o algún miembro que osó penetrar en él? Deslicé los ojos por sus muslos y pantorrillas. Llegué a los talones.

Me acerqué a ella, Coloqué el índice derecho sobre sus vértebras cervicales. Su cuerpo se estremeció ante el inesperado contacto. Mi aliento caliente y febril cayó sobre su hombro izquierdo. Giró la cabeza para mirarme y cuando nuestros ojos se contactaron, raudamente bajó la mirada. Retiré la cabeza hacia atrás para mirarla mejor. Comencé a descender el dedo por sobre las espinas de su columna. Traspuse la espalda y llegué a la cintura. Alcancé el inicio de su zanja. Comencé a recorrer el valle escondido irrumpiendo entre las compactas masas de sus glúteos, que se iban separando al descender el invasor dedo. Su cuerpo se tensó de inmediato. Una de sus manos salió disparada para asir mi brazo e interrumpir la violación de sus entrañas. Esas reacciones me hicieron llegar dos mensajes, por un lado parecía ser que su agujero aún era virgen y, por el otro, me señalaba que la toma de la Bastilla me iba a costar un esfuerzo de convencimiento mayor.

Aproveché su movimiento para deslizar mi mano hacia su pubis, haciendo entrar mi índice izquierdo dentro de sus labios secretos, descendiendo al portal de la caverna y luego ascendiendo hacia el perenne centinela de su gruta encantada. Al verse asediada por delante y por detrás no supo qué hacer. Dejé que su mano defensora de su magnífico trasero siguiese colocada sobre mi antebrazo y continué deslizando el dedo por su juntura, nada más que ahora lo hice por afuera. Cuando llegué a la unión de sus piernas, subí la mano, tomé su rostro desde atrás, lo giré y comencé un beso profundo y penetrante por sobre su hombro.

- Ahora que terminaste... ¿aprobé?

- Con lo justo. Medio punto menos y reprobabas.

- ¿Por qué?... ¿No te gusto?... Al mismo tiempo hacía un simpático puchero con su rostro.

- Vos me gustás y mucho. Lo que no me gusta es que me digan que es lo que puedo y lo que no puedo hacer.

- Yo no te dije nada.

- No lo dijiste, pero me agarraste el brazo para que no siguiese, cuando ni siquiera sabías si iba a seguir, adónde, ni de qué manera.

- Perdón, balbuceó. Fue instintivo. No quise decirte que hacer y que no.

- Está bien. Ya pasó. Sólo te lo comenté para que aprendamos juntos. Nuestros gustos y deseos aún son una incógnita. Recién empezamos a conocernos. Más incógnita aún son nuestros gustos sexuales.

Le sonreí. Acerqué mis labios a su oído y la autoricé a seguir. “Ahora es tu turno” manifesté, acercándome más y más a mi futuro deseado que veía cada vez más posible. Me alejé de su cuerpo y me coloqué delante de ella. "Soy todo tuyo" le expresé. Con una enorme y hermosa sonrisa que alumbraba sus facciones, ella comenzó a desabrochar mi camisa, lentamente, uno a uno los botones fueron dejando su hábitat natural mientras la prenda se entreabría dejando que sus manos acariciasen mi velloso torso. Sus labios besaron, lamieron y chuparon mi cuello con avidez descontrolada. Sus manos me acariciaron desde los hombros a mi cintura, se dirigieron a la hebilla del cinturón y la desabrocharon, abrieron el pantalón y -dirigiéndome una mirada- comenzaron a bajarlo. Levanté los pies de a uno para permitirle su extracción, sus manos tomaron el costado de mis caderas y sus labios estamparon un pequeño beso sobre mi miembro a través de los calzoncillos. Sus brazos se extendieron para apretar mi cuerpo abrazando mi culo y ella apoyó su mejilla contra mi pija y mis huevos, comprimiendo nuestras humanidades. Noté su duda, tomé sus manos, las dirigí a la cintura de mis calzoncillos y la insté a que los bajara. Lo hizo, los sacó. Mi verga emergió de su encierro con toda la fuerza y la rigidez que la antinatural prisión le brindada. Enhiesto, mi glande apuntaba hacia adelante y arriba. La tomé de sus hombros, la hice erguirse y la estreché contra mí. Nuestros labios se buscaron y encontraron, nuestros cuerpos se comprimieron, mi pija buscó el vacío de su entrepierna y así comenzamos a disfrutar del placer de nuestros cuerpos.

Tomándola de la mano la dirigí hacia el amplio lecho que nos aguardaba con sus brazos abiertos, dirigí su cuerpo hacia la cama, la recliné, besé lenta y sencillamente su vientre, me acerqué y comencé a mamar frenéticamente de sus pezones, apretando sus tetas, lamiendo su torso, dirigiéndome al ombligo, penetrándolo, siguiendo hacia mi destino, pasé por su vientre, hasta llegar al inicio de su matorral velloso que me señalaba que estaba cerca de mi objetivo.

Le abrí las piernas, me coloqué entre ellas y lentamente mi lengua comenzó a subir desde sus rodillas, lamiendo lentamente la cara interna de su muslo. Cuando llegué a su ingle, mi lengua jugueteó traviesamente en ella sin transponerla como si fuese una frontera prohibida. Comencé desde la otra rodilla y repetí mi gesto anterior. Al llegar nuevamente a su ingle, la lamí íntegramente y encaré el asalto final.

Era nuestra primera vez, habíamos avanzando mucho y muy rápidamente, pero sabía que debía ser cauto y prudente. El camino pendiente aún era largo y escabroso, apurarse no iba a ser de ninguna ayuda.

Apoyando las manos en sus muslos abrí un poco más sus piernas, de manera que el glorioso agujero, sede del placer, puerta de ingreso al disfrute supremo y salida de la vida, estuviese totalmente expuesto. Ella gemía y se estremecía levemente. Seguía todas mis implícitas indicaciones, se había entregado a mi dirección y a su disfrute.

Aprehendí su concha entre mis labios, una punta de mi lengua se introdujo levemente en su entrada vaginal, un profundo suspiro surgió de entre sus dientes apretados y comencé a lamer sus labios verticales de abajo a arriba y de arriba abajo con intensidad.

- ¿Te gusta?

- Siiii…- fue su susurro -Seguí… por favor…

Separé y abrí sus labios mayores, dejando a la luz los menores, que entornaban el acceso al rosado agujero y sobre ellos en su unión, asomaba orgulloso su clítoris, como manifestando “aquí estoy”.

Mis labios recorrieron todo el sendero que separan ambos labios de cada lado. El montículo permaneció intocado. Abrí sus labios menores y luego de lamer el valle interior, golosamente mi legua buscó su caverna. Estaba húmeda, muy húmeda, mojada por la erupción incontrolable de su flujo. Mi lengua lamió el contorno, penetró el canal, intento absorber sus jugos, que corrieron sin control por mis mejillas. Parecía que la quisiese coger con mi boca, algo de eso había.

Su cuerpo se tensionó, estiró y contrajo sus piernas, sus pies se tensaron en una línea recta con muslos y pantorrillas. Su cadera se levantó como tratando de facilitar el ingreso. Luego de regodearme con su vagina, comencé a lamer hacia arriba, acercándome al epicentro de su placer. Cuando advirtió mi intención Claudia intentó abrir aún más sus labios con sus dedos, la dejé y asalté el punto final. La tomé con mis labios, lo sorbí, lo apreté, deslicé la punta de mi lengua sobre su extremo y cuando sentí que la excitación crecía imparable, lo así con mis dientes y lo apreté levemente con ellos, como si quisiese morderlo. El arqueo de su entrepierna fue notable y sus manos, abandonando su intento de abrir su concha, se dirigieron a mi nuca, comenzando a apretar mi cabeza contra su sexo como si en ello le fuese la vida.

Lo besé, lo lamí, lo mordisqueé, lo apreté con mis labios, lo sorbí. El calor de ese cuerpo era cada vez mayor, sus gemidos surgían cada vez más profundamente, su flujo emergía de su caverna de manera incontrolable, bañando su concha, corriendo hacia abajo, regando el perineo, introduciéndose en la zanja del culo, para dirigirse a su destino final, las sábanas de la cama.

Cuando sentí que la excitación era total, que el derrame era imparable, comencé a deslizar mi lengua hacia abajo, sobre la puerta vaginal, hacia la base de la concha, el perineo, el inicio de la raya del culo. Al advertir mi intención, con mi lengua ya introducida dentro de sus dos nalgas, tomó los lados de mi cabeza con sus manos como si tratase de frenar mi intento. Cesé la lamida por un instante, le quité las manos que retuve con una de las mías, le recogí las piernas flexionándolas por las rodillas, las abrí un poco más y decididamente dirigí mi boca hacia su culo, abriéndole los cachetes con la mano libre, comenzando a lamerle el fondo de la quebrada que separa sus nalgas y encarando decididamente con mi lengua la dirección de su ano. El anillo del agujero prohibido era mi destino y allí llegué, comencé a lamerlo con intensidad, lo salivaba profundamente y luego de lametearlo reiteradamente, acanalé la lengua y comencé una lenta pero persistente penetración de su esfínter anal. Sentí como se contraía. Como se tensaban sus glúteos. Retiré la lengua.

- Relajate, va a ser mejor.

Le estaba dando a entender claramente que no iba a cejar en el intento. Lo entendió, se aflojó un poco y pude jugar tranquila y profundamente con mi lengua en la oscura grieta de su hermoso culo y -sobre todo- en la puerta de ingreso a su canal prohibido. Era necesario acostumbrarla y eso estaba sucediendo.

Me erguí y comencé a deslizar mi cuerpo sobre el de ella, hasta que mi enhiesta pija tocó la puerta de su vagina. Su chorreante entrada era una invitación a ingresar, pero debía ser meticuloso, gradual… Miré su rostro encendido, sus mejillas rojizas, su respiración anhelante y decidí hacerme rogar unos instantes.

- ¿Te gustó?

- Sí.

- ¿Mucho?

- Muchísimo.

- Entonces nunca rechaces algo antes de probarlo. Y mucho menos intentes decirme que puedo y que no puedo hacer. Ya es la segunda vez que te lo digo. ¿Vas a necesitar una tercera o te lo tengo que hacer entender de otra manera?... ¿Te cuidás?

- Paola nació por cesárea y cómo sólo queríamos un hijo, me hice ligar las trompas. Adelante, no hay riesgo.

- ¿Querés que ya te la meta?

- Sí… por favor…

- Allá vamos…, dibujé una sonrisa en mi cara, sonrisa que creo tenía cierto matiz diabólico,

Tomé mi pija con mi mano derecha y apoyé el glande sobre su clítoris. Primero apreté, luego la giré en círculos, después lo acaricié de arriba abajo y a la inversa. Los gemidos atronaban el ambiente, el cuerpo se estremecía y convulsionaba. La sentía cerca del orgasmo. No era aún el momento. Dejé de acariciar su sensitivo garbanzo y la besé delicadamente en los labios.

- Ahora, rogó.

- Ahora, ¿qué?

- Poséeme.

- ¿Querés que te la meta en la concha y te coja?

- Quiero ser tuya.

- Ya sos mía. ¿Querés que la meta ahora?

- Sí.

- Pedímelo…

- Entrá…

- No, mamita. Pedímelo claramente en argentino básico. Metémela en la concha hasta el fondo y cogeme.

- Metémela en… la… concha y…

- Así no, de una sola vez o querés que te coja en cuotas… De nuevo.

- Maldito… Por favor… Metémela hasta el fondo en la concha y cogeme.

Mi pija ya apuntaba a su entrada, así que bastó un fuerte golpe de caderas para que entrase hasta los huevos. Un aaaaahhhh profundo brotó de sus labios y comencé a revolver mi miembro en la profundidad de su canal. No lo metía ni lo sacaba, solo giraba mi cadera de manera acariciar el clítoris y la concha. Sus brazos abrazaron mi espalda fuertemente, sus piernas se alzaron y se cruzaron sobre mi cintura apretando mis nalgas con los talones como si así pudiese metérsela más adentro. Nos besamos y comencé el mete saca del serrucho del sexo. La sentí venir. Percibía como su placer crecía dentro de su cuerpo, como se irradiaba desde sus ingles hasta su pecho. Nos volvimos a besar, apreté sus tetas y pellizqué sus pezones. Desde mis huevos subió sin control el placer del orgasmo infinito. Sus brazos se crisparon, sus piernas se convirtieron en tenazas alrededor de mi cadera. Mi dedo índice, deslizó la humedad surgente hacia el anillo marrón y comenzó a acariciarlo girando en círculos sobre él. La metí violentamente hasta el fondo de su gruta, mi glande acarició su cuello uterino. Explotamos…

- Sí… no pares… más… más…

- Siiiiiiiiiiiii…

Violentas escupidas de leche inundaron su vagina y corrieron por ella hacia afuera, mezclándose con su flujo, en una lucha de poder y en una mezcla de pasiones y placer. Besé y chupé su cuello mientras sentía como mi pija escupía los últimos estertores de la gran lechada, como se habían vaciados mis huevos, como se alojaban sus piernas y brazos, como el relajamiento sucedía al clímax.

Sus piernas yacían flojas a los lados de las mías, su cuerpo relajado yacía debajo del mío, sus brazos enmarcaban su cabeza, su rostro expresaba toda la felicidad del placer alcanzado. Apoyé las manos a los costados de su pecho y me erguí sobre mis brazos. La observé detenidamente. Su faz estaba radiante. Cuando se sintió observada, abrió sus ojos, me miró y me sonrió abiertamente.

- ¿Estás bien?

- ¡Sí!, exclamó contundente.

- ¿Te gustó?

Sus mejillas se arrebolaron, el rubor se apoderó de su rostro, su mirada se apartó de la mía y suavemente susurró “si, mucho” de una manera casi tan inaudible que, por poco, no la escucho.

Sonreí, la besé suavemente en los labios, le tomé la cara por el mentón, la dirigí hacia mí y la apreté ligeramente para que nuevamente abriese sus ojos y me mirase. Lo hizo.

- Probaste cosas nuevas… te quedan muchísimas más por probar… una de esas es que el sexo, además de practicarse, puede hablarse… que tenemos sensaciones y emociones… que las debemos compartir… que tenemos que tener una mente abierta que nos permita experimentar para conocer nuestros límites… que nos debemos permitir gozar al máximo…

- Yo… mucho… no… sé… tengo poca… experiencia… a veces… me da vergüenza, me inhibo…

- Aprenderemos juntos, yo tampoco conozco todo, sólo permití que te enseñe, entregate y gozá…

La besé nuevamente sobre los labios, me corrí a un costado, me acosté a su lado, pasé mi brazo izquierdo debajo de su cuello, la atraje hacia mí, apoyé su cabeza sobre su pecho y cuando estuve seguro que no me podía ver una diabólica sonrisa se dibujó en mi rostro. Nos dormimos.

Ya era entrada la noche cuando los pinchazos del hambre que se expandían desde mi estómago me despertaron. Miré el reloj, las diez de la noche. Miré a Claudia que dormía plácidamente con su cabeza sobre mi pecho, no nos habíamos movido ni un milímetro.

Besando su cabello la llamé susurrando su nombre. Levantó la cabeza y me dirigió una luminosa mirada.

- No era un sueño, realmente pasó… exclamó.

- Y vaya si pasó… respondí.

- ¿Qué hora es?

- Las diez de la noche. ¿Querés pasar la noche conmigo acá? Su incrédula mirada se posó en mis ojos como si me interrogase acerca de si era una broma o hablaba en serio.

- ¿Puedo? Inquirió. La pregunta generó una sincera y alegre carcajada de parte mía.

- Claro que podés. Quiero que te quedes. La decisión está en vos.

Abrazándome fuertemente me respondió:

- Claro que quiero. Claro que me quedo. Iría hasta el infierno con vos, mirá si no me voy a quedar…

- ¿No tenés que avisarle a tu vieja?

- Sí. Ahora la llamo.

- El teléfono está allá, señalé con mi brazo extendido. Mientras hablás me doy una ducha, si querés después te bañas vos mientras veo que podemos comer.

- Te comería a vos, si no fuese porque quiero que sigas vivo a mi lado… mientras hablaba se había incorporado y con todo el esplendor de la tierna belleza de su cuerpo de mujer satisfecha, se dirigió a la sala a tomar el teléfono.

Fui a la ducha y me bañé. Mientras lo hacía acariciaba mi pija y mis huevos recordando los momentos pasados. “Ahora lo va a hacer ella, sus manos, su boca” me dije para mi mientras lo hacía.

Cuando terminé me sequé, me puse la bata y me dirigí al salón, donde ella continuaba conversando por teléfono con su madre. Con una mano sostenía el tubo y con la otra, ayudada con un trozo de papel higiénico, intentaba contener el flujo de jugos y semen que surgía de su vagina y corría por las caras interiores de sus muslos. La situación me hizo gracia, por lo que esbocé una sonrisa e ingresé en la cocina comedor. Era hora de ver que comíamos.

- Me voy a duchar, escuché desde lo lejos.

- Bueno, contesté, mientras revisaba la heladera y las alacenas.

El inicio del camino

Recién terminábamos de comer y estaba en calzoncillos recogiendo los platos y demás utensilios utilizados cuando Claudia, que se había puesto una camisa mía que le llegaba a medio muslo, me dijo, “yo lavo, eso me toca a mí”. Terminé de juntar, dejé las cosas sobre la pileta de la cocina, me dirigí al salón, me senté en un sillón y la esperé, mientras recordaba con placer los instantes transcurridos e imaginaba con profundo goce los momentos por venir. Ya no había posibilidad de dudas o vacilaciones. Había que empezar a recorrer el camino y eso es lo que haría.

Cuando finalizó con las tareas de la cocina, fue hasta el sillón donde me encontraba y se sentó sobre mis muslos, apoyando la cabeza en mi pecho. La abracé y le revolví cariñosamente los cabellos.

- ¿Querés ver una peli?

Dos títulos rondaban en mi cabeza, “La Secretaria”, del año 2002, con Maggie Gyllenhaal y “La sumisión de Emma Marx”, del 2013, con Peny Pax. Esta última era mucho más directa y explícita que la primera, pero ambas coincidían en mostrar el camino que yo quería que ella siguiese.

- Me encantaría. ¿Qué podemos ver?

- Lo que quieras. ¿Qué te gustaría?

- No sé. Elegí vos. Lo que te parezca.

Mi elección fue “La Secretaria”, no había que asustarla con apresuramientos y con esta ya era suficiente.

Estuvimos un largo rato acurrucados, apretados, mientras en el plasma transcurría el drama de la vida de Lee Holloway. Cuando comenzó la escena donde el abogado Grey le exige que se apoye sobre el escritorio para castigarla por sus errores en el trabajo sentí como se contraían sus músculos. Cada azote que caía sobre las nalgas de Lee era un sacudón para ella, que se expresaba en estremecimientos de su cuerpo. Cuando Lee se observa el estado en que quedó su pobre culo después del castigo recibido, su mirada se posó en la pantalla y pareció que su mente navegaba hacia otra dimensión.

Cuando terminó la película le pregunté cómo estaba, si le había gustado. Me contestó que sí, que había sentido una extraña sensación que no podía descifrar en el momento del castigo, que era una sentimiento ambivalente de repulsión, por un lado, y de comprensión y goce por el otro.

- ¿Por qué elegiste esa película?

- Porqué me encanta… por cómo trabaja Maggie Gyllenhaal, porque trata una temática propia de las relaciones de pareja, porque la escena del castigo me conmueve y me excita… Hay un montón de razones… En suma, porque me dio ganas de que la veamos juntos…

- ¿Me vas a castigar así si hago las cosas mal, si me equivoco o si me porto mal?

Quise interpretar su mirada y su sonrisa. No logré hacerlo, no pude descifrar si era interés, inquietud o picardía. En el medio de una carcajada, le contesté.

- ¿Por qué no? ¿Te parece mala idea?

Sin dejarla contestar, comencé a besarla y a acariciarla. Mientras mi lengua intentaba llegar a lo más profundo de su garganta, mi mano avanzaba por debajo de la camisa ya desabrochada en busca de sus turgentes tetas, alcanzando una de ellas, acariciándola, abarcándola, exprimiéndola, dibujando con los dedos la imagen de la areola, tomando el pezón entre el pulgar y el índice y apretándolo con suavidad, mientras ella alzaba su cuerpo para intentar que nuestras bocas se fundiesen como nunca lo habían hecho anteriormente.

Mientras, mi otra mano descendía por su espalda desde el cuello, rozando su columna, hasta alcanzar el inicio de la comisura de su culo, donde se detuvo, nuestras lenguas se enroscaban en un combate a muerte por la supremacía, por el poder, por la dominación. La mía venció, traspuso su última resistencia y, al mismo tiempo que la mano comenzaba a descender siguiendo la zanja sagrada de su agujero invicto, alcanzó el fondo de su boca, la puerta de su garganta. La otra mano abandonó la teta que presionaba para tomar su nuca y soldar más aún nuestra unión bucal, mientras la restante se apoderaba de su culo y lo transitaba de lado a lado.

Cuando, exhaustos nos separamos un poco, le sugerí:

- ¿Vamos a la cama?

- Vamos donde quieras, a la cama, al piso, al sillón… parada, sentada, de rodillas… lo que quieras… soy toda tuya… decime y te sigo.

- ¡A la cama, entonces!

Claudia se puso de pie, se sacó la camisa y graciosamente se puso en posición de firme, se cuadró, hizo un simulacro burlesco de venia militar y expresó:

- ¡Sí, señor! ¡A la orden! ¡Cómo usted disponga!

- ¡Entonces a la cama, soldada! ¡Subordinación y valor, para servir al superior!

Nuestras risas estallaron espontáneamente frente al grotesco de la situación. Ella hizo un giro cerrado y comenzó a marchar militarmente hacia la cama. Cuando pasó frente a mí no pude dejar de aprovechar la oportunidad y mi mano derecha en un movimiento imperceptible se alzó con fuerza, velocidad y contundencia para impactar contra ese rotundo culo que transitaba frente a mis ojos.

Claudia sintió el impacto, colocó sus dos manos sobando su culo, tratando de calmar el ardor y la picazón que sentía, mientras me miraba haciendo un puchero:

- ¿Me porté mal? ¿Me equivoqué? ¿Qué hice?

- No. Te estás portando excelentemente bien.

- Entonces, ¿porqué?

- Quizás porque tenía ganas de hacerlo, a lo mejor trataba de ayudarte para que pudieras experimentar lo que sintió Lee en ese momento, puede ser que no haya podido resistirme a la tentación cuando semejante culo pasó frente a mí. ¿Algún problema?

- Sí… No me alcanzó. Giró para que su culo quedase frente a mí y sin dejar de mirarme, me dijo. Las cosas hay que hacerlas bien… estoy esperando.

Lanzando una carcajada, le dirigí un nuevo nalgazo que impactó en su globo derecho y mientras exhalaba un quejido y sin dejarla reaccionar le puse otro en su otro cachete.

- Auuuccchhhh. Eso dolió y mucho.

- Estoy aprendiendo a hacer las cosas bien, como me lo pediste… no te vas a poder quejar que los repartí equitativamente.

En tanto ella se sobaba el culo a dos manos tratando de disipar el efecto de los impactos sobre sus asentaderas, comenzó a caminar hacia la puerta del dormitorio.

- ¡Alto soldada! ¡Usted no sabe que después de recibir un castigo debe exhibir ante su superior la zona castigada para que éste aprecie si los azotes impartidos son suficientes o hay que reforzarlos!

Mientras el rubor encendía su rostro, mostró su culo enrojecido y ardiente, viéndose claramente dibujados en sus azotados cachetes la silueta de mis dos manos.

- ¿Usted que cree soldada? ¿El castigo fue suficiente o deberíamos reforzarlo con otra dosis?

- Suficiente… suficiente… muy suficiente, tal vez, excesivo…

- ¡¿Cómo?!

- No, señor, fue suficiente, eso… el castigo fue el justo, adecuado y suficiente.

- Ah, creí haber escuchado otra cosa.

Claudia se reencaminó hacia la habitación.

- ¡Alto soldada! ¿No le parece que falta algo?

- ¿Faltar algo? ¿Qué falta? No creo que falte nada.

- Soldada, me parece que usted no está muy bien educada. ¿No recuerda que en el Liceo le enseñaron que después de ser castigada debía agradecerle a su superior el que lo hubiese hecho, demostrando así su compromiso con su educación? ¡Sea educada y respetuosa, soldada, y agradezca como corresponde el castigo que se le impartió!

- Sí… sí, señor… le agradezco… estoy muy agradecida… señor, yo quisiera darle…

- Soldada, o agradece como corresponde o me voy a ver en la obligación de castigarla nuevamente hasta que proceda correcta y adecuadamente.

- Sí, señor. Le estoy muy agradecida por educarme y guiarme en mi proceso de aprendizaje. Le agradezco que me haya castigado ya que eso me permite advertir mis errores y poder corregirlos.

- Muy bien, soldada, siga su camino y diríjase hacia donde iba.

- Sí, señor. Con todo gusto, señor.

- Lo último, soldada, no se masajee el culo porque si se empalidece antes de tiempo, voy a tener que calentarlo de vuelta.

- Sí, señor.

Se encaminó hacia el dormitorio y no había dado más que un par de pasos, cuando ambos estallamos al unísono en una estruendosa carcajada mientras nos abrazábamos. Tanta gracia nos había causado la situación que unas pequeñas y escasas lágrimas surgieron de nuestros ojos resbalando sobre las mejillas.

Abrazados y sonrientes llegamos al costado de la cama, la empujé levemente y la hice caer de espaldas sobre las sábanas. Me quité los calzoncillos y me arrojé sobre su cuerpo.

Mis labios se apoyaron en los de ella, mi lengua perforó su boca y mis fauces se desplegaron sobre su rostro. Mi lengua humedeció lo que encontró a su paso, labios, rostro, orejas, cuello, todo fue delicadamente lamido. Mi saliva fue delineando el camino de nuestra mutua pasión. El cuello fue el puente que me unió a su cuerpo, ambos laterales fueron lengüeteados con suavidad y cariño, mientras mis manos avanzaban por los flancos de su pecho y mi rodilla giraba en pequeños círculos presionando su concha. Las acciones poseían el espléndido marco de sus quejidos, suspiros y un jadeo cada vez más profundo que inflaba su tórax y encendía mi fuego.

Pero hoy, mi mejor arma inicial era mi boca. Mi lengua avanzó sobre sus senos y trazó círculos sobre sus areolas, mientras mis dedos acariciaban sus pezones que se habían transformado en pétreos tarugos que emergían de sus tetas como si quisiesen perforar el espacio. Mi lengua se dedicó a ellos. Claudia estaba concentrada en su propio placer y apoyaba sus palmas sobre mi cabello acompañando los movimientos de mi cabeza.

Los jadeos eran cada vez más profundos e insistentes. Mis labios siguieron su derrotero descendiendo hacia el centro de todos los placeres. En el camino se detuvieron unos instantes para que mi lengua retozase en su ombligo, haciendo arquear su cuerpo para soportar las cosquillas. Pero mi destino era otro y hacia allí fui.

Lentamente chupe su vientre, recorrí su centro y sus flancos, convergiendo hacia el pequeño montículo velloso que señalaba la ruta de la gloria. Seguí y llegué. Mi boca pudo apreciar ese húmedo y amargo sabor a hembra que destilaba su agujero delantero. La abrí todo lo que pude y quise abarcar la totalidad de su concha con mis labios. Chupé y sus labios secretos ingresaron dentro de los míos.

Sin prisa, mi lengua emergió de su encierro y fue directamente en busca de su destino. Acomodé mi cuerpo entre sus piernas. Mis rodillas quedaron fuera de la cama pese a tratarse de un lecho enorme. Mis manos entreabrieron esa otra boca, la de su sexo. Con los codos hice que sus piernas se abriesen al máximo, arqueándose a la altura de sus rodillas. Mis dedos tomaron los labios mayores, los abrieron, enseñando el tesoro escondido de la fuente de su femenino néctar.

La miré. Arriba, engrosado por la acumulación sanguínea su clítoris amenazaba con escaparse de su cárneo estuche. Debajo, sus labios menores, delicadamente trazados, custodiaban el ingreso al túnel de las dichas y los placeres. Lamí el valle existente entre los labios a ambos lados de su vagina. Abrí también éstos dejando expedito el acceso a su conducto. Aprisioné los pequeños labios entre los míos y mi lengua recorrió el valle central, deteniéndose en su devenir cuando alcanzó la entrada de su gruta. Allí salió disparada como un ariete imparable ingresando raudamente en aquella perforación que, más que húmeda, semejaba un río de flujo aceitoso. Ingresé profundamente con mi lengua, tan hondo como pude, degustando al mismo tiempo aquel delicioso sabor a fémina silvestre y salvaje.

Sentí como su cuerpo se estremecía para agarrotarse, sus piernas se elevaron, sus muslos se entrecruzaron detrás de mi nuca, apretando mi cabeza como si quisiese ¬que la penetrase con ella. Luego de recorrer las paredes de su cárnica galería mi lengua emergió de ese orificio de placer y comenzó a transitar el camino que llegaba a ese garbanzo que no cesaba de crecer congestionado de sangre, deseoso de goce.

Mi boca se apoderó de él. Lo chupé mientras apoyaba la punta de mi lengua en el extremo de su capullo, lamiéndolo una y otra vez. La tensión de su cuerpo crecía y crecía. Mi cuello y mis hombros soportaban el agarrotamiento de los músculos de sus piernas. Libre, divertida, orgullosa de su tarea mi lengua retozaba en su pequeña pijita. Mis labios y mis dedos percibían cómo el placer crecía en sus ingles y se irradiaba hacia todo su cuerpo. Mis dientes mordisquearon suavemente ese tarugo de carne, sangre y placer. Haciendo tope con ellos, sorbí el canuto, estirándolo y expandiéndolo dentro de mi boca. Mi lengua lo chupó a placer por debajo, en su extremo y por encima y los dientes continuaron con su labor.

El férreo abrazo de piernas y brazos, acompañado de su grito de gozo supremo, apareció inesperadamente, comprimiendo mi cuerpo contra su entrepierna. Fui cesando lentamente en el chupeteo. Esperé que su cuerpo se destensara, que sus miembros se aflojaran y apoyé lentamente la cabeza sobre uno de sus muslos.

Sentí que su respiración se normalizaba, que sus manos comenzaron a acariciar mis cabellos, que su cuerpo se relajaba, que su ser había descendido de la cima a la meseta.

- ¿Cómo estás? pregunté.

- ¿Cómo estoy? Ni yo misma lo podría definir. Feliz. Nunca lo había hecho así, de esta manera. Nunca me habían besado ahí… de esa manera…

- ¿Te gustó?

- Mucho. Jamás supuse que se podía gozar tanto de esta forma. Es otra de mis primeras veces. Es otra virginidad que pierdo. No puedo creer la cantidad de cosas que estoy aprendiendo, que estoy probando. Conocí más placeres en dos días que en mis 26 años. Es increíble. No puedo parar de asombrarme y de disfrutar.

- Y si podés abrir tu mente vas a conocer muchas más…

La segunda vuelta

Luego de unos instantes de tranquilidad, me erguí sobre mis brazos y la mire…

- Ahora me toca a mí… date vuelta… quiero besarte la espalda…

Presta giró su cuerpo ofreciéndome el sublime espectáculo de su lomo y de sus cachas, cerradas en torno a su ojete. Abrió sus piernas invitándome mudamente a acomodarme dentro de ellas para poder realizar con mayor comodidad mi tarea.

Me aupé sobre ella, apoyando mi vientre sobre sus nalgas, giré su cabeza de manera que quedara apoyada de lado y yo pudiese observar sus gestos, acomodé su extenso cabello a un costado de su cuerpo y le di un sonoro beso en su oído, que primero la hizo saltar y gritar y luego reír.

Comencé a lamer su cuello, sus hombros, su espalda, subí y bajé por los flancos de su dorso, nada de la piel de su espalda quedó fuera del alcance de mi lengua. La coloqué en la base de la nuca y usándola como un pincel bajé siguiendo su espina hasta alcanzar el inicio del canal de su culo. Repetí el movimiento un par de veces hasta que llegado nuevamente a su coxis, levanté la cabeza para verla, ella parecía estar en otra dimensión. Le pedí que se abriera el culo para poder chuparla mejor. Mi pedido no generó ninguna reacción. Pensé que era el momento apropiado. Levanté mi mano derecho y con fuerza calculada la impacté sobre el centro de su globo derecho. Observé como la masa cárnica se bamboleaba de un lado a otra mientras ella, asustada, emitía un gritito y dirigía sus ojos hacia mí. La otra nalga fue ahora el objetivo del chirlo y nuevamente la primera -ahora con más fuerza- pero ahora dirigido el golpe hacia la unión del muslo con el glúteo. Lo repetí en el otro flanco. Cada impacto generaba un grito más profundo, más alto y más prolongado, revelador de que el ardor y el dolor de los cachetazos se internaba por sus neuronas hacia su médula y su cerebro.

- ¿Porque me pegás?

- Porque no me obedeciste.

- ¿Qué?

- Te pedí que te abrieras el culo con las manos para poder chuparlo y lamerlo mejor y ni siquiera me escuchaste.

- Estaba en otro mundo. Estaba dentro de mí disfrutando mis sensaciones y desvelando mis anhelos.

- Cuando estoy cogiendo con mi mina realmente espero que esté en este mundo viviendo lo que pasa y no en otro mundo.

- Tenés razón. Perdoname.

- Hacelo.

- ¿Qué es lo que querés que haga?

Raudamente mi mano derecha cayó sobre cada uno de los globos de su culo, después del segundo intentó cubrirse con sus manos. Se las tomé con la mano izquierda y las llevé hacia arriba.

- ¡Nunca se te vuelva a ocurrir taparte mientras estás conmigo! Y allí cayeron los cuatro golpes restantes que llegaron a su destino con tanta fuerza que sus músculos oscilaron como si fueran flanes. Los últimos gritos casi eran aullidos. El ardor y el dolor debían ser importantes, pero esa hembra iba a ser domada. Fueron seis impactos muy fuertes -que se sumaban a los cuatro anteriores- que dejaron dibujadas mi palma sobre la tersa piel de sus pompis.

- Por favor… no me pegues más, por favor… voy a hacer lo que quieras pero no me pegues más.

- Entonces hacé lo que te dije… obedecé…

Tomó sus globos con sus manos y separó esas masas de carne, dejando al desnudo total el fondo de la quebrada que contenía el ingreso al túnel del placer supremo.

Lamí el surco de arriba abajo y de abajo a arriba. Una, dos, tres, diez veces mi lengua recorrió esa superficie deseada. No hubo rechazo. Había aprendido. Pero no sólo no hubo rechazo si no que también hubo aceptación. Sin pedido, comenzó ella a separar más aún sus globos, lo que me permitió concentrarme en mi labor. Ataqué la salida de su recto. Mi lengua asoló su ano, lamiéndolo y chupándolo. Mi saliva caía a borbotones sobre su estrecho agujero. Apoyé mi índice sobre ese anillo. Estaba tan estrecho y contraído que no dudé de su virginidad anal. Nuevamente apoyé mi lengua sobre la angosta salida y comencé a introducirla de manera de permitir que mi saliva lubricase la sequedad del esfínter. Cuando mi estilete de carne logró comenzar a distender las encogidas paredes, emití nuevamente abundante saliva para humedecer el camino. La lengua entraba cada vez más. Sus suspiros eran cada vez más audibles. Cuando logré vencer su resistencia comencé un movimiento de mete saca que logró que ella y su orto se fuesen relajando. Su ojete estaba ya humedecido, retiré la lengua y apoyé mi dedo. Cuando sintió que empezaba a entrar, su cuerpo se contrajo en una involuntaria reacción de rechazo que comprimió mi índice. Pero debió recordar lo pasado la vez anterior y se relajó nuevamente, dilatando levemente su anillo y permitiendo que mi dedo accediese a lo recóndito de su víscera. Lo metí hasta la articulación de la mano, lo extraje y lo volví a meter. Arrojé nuevamente un salivazo que ayudase y lo distribuí con mi dedo dentro de su argolla anal.

Ya estaba humedecido. Ya había dilatado un poco. Era hora de acometer el asalto final y derribar la muralla final. Lo escupí por última vez. Me icé por sobre su cuerpo hasta que mi trépano se ubicó sobre la zanja que ella mantenía abierta. Me apoyé sobre su cuerpo. Acerqué mis labios a su oído.

- Es mejor que te relajes. Aflojate.

Coloqué mi glande sobre el oscuro objeto de mis deseos y presioné ligeramente.

- Me va a doler… mucho… mucho…

- Algo te va a doler… siempre duele las primeras veces… va a ser mucho mejor para vos si te relajás y dejás que el agujero se dilate… entregate… quiero que seas mía… totalmente mía.

- Soy tuya… totalmente tuya… en cuerpo y alma… haceme lo que quieras, dijo exhalando un suspiro, en tanto que sus manos abrían aún más los cantos de su culo.

Comencé a empujar. El glande comenzó a entrar. El esfínter comenzó a dilatarse. No era fácil. Ella era muy estrecha y tenía miedo, mucho miedo. Un lamento surgió de su pecho… sus manos abandonaron su culo para estrujar las sábanas a ambos lados de la cama y su rostro se contrajo en un espasmo de dolor. Mis manos mantuvieron abierto el canal que separaba las dos capillas del templo sagrado del amor prohibido. La palidez de su rostro, la fuerza con la que apretaba las sábanas demostraban su suplicio, pero su tormento no iba a disuadirme de lograr mi objetivo. Muy por el contrario, su crispamiento de dolor y angustia sólo logró robustecer la rigidez de mi miembro y entonó mi ánimo para lograr la perforación total. Esa virginidad era mía e iba a disfrutar¬ plenamente de su pérdida. Cuando sentí que la cabeza había traspasado la entrada advertí que ya era el momento. Junté fuerzas en mi cadera y produje el empuje final que llevó a mi pija al fondo de sus entrañas. Alzó la cabeza y su boca se abrió en una bocanada exasperante, como si se tratase de un pez recién sacado del agua. Un quejido doloroso y angustiante brotó de sus labios. Algunas lágrimas surgieron de sus ojos, pero yo ya era el poseedor de ese culo virgen que había logrado romper y derrotar.

Cuando sentí que había entrado, apoyé mi cuerpo sobre el de ella, dejando inmóvil mi miembro para que el anillo violado se fuese acostumbrando al calibre de su agresor y así fuera abandonando su ilusoria e inútil resistencia. Acerqué mi cabeza a la suya y mis labios a su oído. Le susurré casi en silencio “Entregate, abandonate en mis brazos”, ella -también susurrando- me contestó “Tomá de mí lo que quieras, pero que sea de mí… haceme lo que desees, pero hacémelo a mí… poseeme… rompeme… destrozame… pero a mí…”.

Aquellas frases de entrega incondicional marcaron la necesidad de encarar el paso final.

- Ahora te la voy a terminar de meter toda…

- Pero… no entra más… está toda adentro…

- Vas a ver que no. Simplemente hacé lo que te diga, exactamente como te lo diga.

- Bueno.

- Vas a ir levantando el culo lentamente, de manera de quedar apoyada sobre tus rodillas, pero con los hombros y la cabeza apoyados sobre el colchón. Los muslos te van a quedar verticales y el cuerpo inclinado hacia abajo. Te voy a dirigir con las manos en los costados de tu cadera y lo vamos a hacer lentamente para que no se salga.

- Bueno.

Tomé sus caderas y comencé a tirar de ellas hacia arriba. Cuando en un momento el tronco pareció acompañar la elevación, coloqué mi mano derecha sobre su nuca y apreté la cabeza contra el colchón, recordándole que los hombros debían continuar apoyados sobre la cama. Lentamente su culo fue subiendo hasta llegar a la posición deseada, entonces le abrí un poco más las piernas y para luego descubrir el valle penetrado. Mi pija lucía enhiesta y orgullosa perforando ese ano virgen e impenetrado. Sin embargo, cerca de un tercio de su longitud aún no había sido albergado por los intestinos de la violada fémina. Bajé mi cabeza y escupí reiteradas veces sobre el tronco invasor justo en el borde del rasgado anillo, que estaba sometido a una máxima tensión dando la impresión de que iba a rasgarse en cualquier momento. Cuando me pareció que ya estaba adecuadamente salivado, la tome nuevamente de las caderas y reinicié la placentera penetración. Mi miembro ingresaba gozosamente en el caño receptor cuyo portal se iba acomodando más y más al diámetro agresor. Logré la irrupción total, mi vientre chocó contra la parte superior de su abierto culo mientras mis oscilantes huevos impactaban una y otra vez contra su concha.

Una vez adentro detuve el movimiento, permaneciendo en el fondo del oscuro túnel. Cambié la dirección de mis manos y mientras los dedos de mi mano derecha toqueteaban y restregaban su clítoris, mi índice izquierdo ingresaba en su tubo vaginal, percibiendo el nacimiento de sus flujos en su carrera al exterior. Lo acompañé con el mayor y ambos apéndices acariciaron y sobaron el interior de Claudia mientras amasaba, al mismo tiempo, su apéndice cada vez más congestionado y crecido.

Empecé a percibir que la violada víscera se había acostumbrado, el dolor había comenzado a remitir y empezaba a crecer el placer irradiándose desde las ingles hasta el cerebro. La base de mi miembro sentía como el esfínter se contraía en torno a él y lo iba aprisionando. Comencé a meter y sacar el miembro sin dejar de acariciar el placentero garbanzo. Mis dedos invasores ya estaban bañados en el jugo visceral de la excitada hembra. Tomé un poco de ese flujo, extraje mis dedos y en un momento en que mi miembro estaba parcialmente afuera lo diseminé sobre el mismo y sobre el borde del ano que lo contenía.

Tomé las caderas y comencé a meter y sacar de una manera cada vez más impetuosa, más violenta. Apreté, sobé, acaricié y restregué el clítoris tratando de extraerle todo el placer posible. Mi leche subía desde mis huevos y se amontonaba en mi uretra esperando la expulsión final. Podría haber pasado inadvertida, pero vi como giraba un poco la cabeza hacia atrás, me dirigía su mirada y esbozaba una sonrisa. Le respondí con otra sonrisa. Con una sonrisa y con media docena de azotes no demasiado fuertes que llovieron sobre su culo después que me eché hacia atrás y extraje mi miembro de su estrecha vaina. No fueron demasiado fuertes pero la tensión que la postura generaba en su piel y en sus músculos acrecentó el impacto recibido, lo que fue confirmado por sus estremecimientos y sus gritos. Pero no hubo rechazo ni rebeldía. La hembra estaba aprendiendo bien la lección que estaba recibiendo.

Le pedí que se diera vuelta y se acostó de espaldas, me coloqué entre sus piernas, las que tome por sus corvas y las levanté de manera tal que las rodillas quedaron casi tocando sus costillas. Las abrí. La posición la obligaba a exhibir plenamente sus dos agujeros inferiores, hacia allí dirigí mis labios. Me dediqué a comer y chupar ambos, los degusté profundamente. Mi saliva se desparramaba sobre las dos entradas. Insistí más en su concha que en su ojete. Trataba de que ella creyese que por allí iba a ser el próximo ataque. Pensé que -en esa posición- no iba a imaginar mis verdaderas intenciones.

Cuando sus dos pozos eran manantiales inundados de saliva y flujo que corría como río desbocado por la zanja de su culo hacia las sábanas, me icé, coloqué sus piernas En la concavidad de la cara interna de mis codos, conteniéndolas con los brazos, así le resultaba imposible bajarlas y las tenía que mantener bien abiertas. Encaminé mi cipote hacia su entrada femenina, refregué el glande sobre su clítoris. Sentí como se incrementaban sus gemidos y quejidos. Restregué la entrada de su vagina, lo retiré y lo apunté a mi destino escogido, el apretado anillo de su ano. Lo alcancé, lo introduje, lo penetré, entré dentro de ese anillo fruncido con todo mi ímpetu y llegué al fondo posible de mi penetración. Mis huevos golpeaban el anillo de su culo. No se podía más adentro. Ella tomó sus piernas para ayudar a sostenerse, se revolvió ligeramente y contribuyó a empujar hacia mí.

- Te estoy rompiendo ese culo divino que tenés… te la voy a meter hasta el fondo… te lo voy a reventar… me la vas a tragar entera… no te vas a olvidar más de esto…

- Más… más… más… surgía de sus labios. Ahora… por favor, ahora… dámelo… ahora.

El “ahora” resonó en mi mente y el vertiginoso serruchar me colocó al borde del clímax. Con mis manos abrí aún más ese culo hasta el límite de lo posible, clavé la pija hasta el fondo de la horadada tripa, allí la dejé empujando como si quisiese que mi glande llegase a su estómago y liberé los hirvientes chorros de mi lechada retenida que rebotaron contra las paredes de la víscera y se alojaron en el fondo de su recto. Un profundo suspiro partió de su garganta y cuando mi dedo llegó a su clítoris advertí que la mano de Claudia me había ganado de mano y estaba allí participando de una frenética paja que la llevó a un inmediato orgasmo cuya expresión más sensible fue la violenta contracción de su esfínter sobre mi miembro, redoblando así el placer experimentado. Había llegado el momento culminante.

Nos derrumbamos uno sobre otra. Con mi miembro aún dentro de su ano, mi cuerpo se apoyó sobre el de ella en búsqueda de un momento de relax. Nuestros rostros se enfrentaron, sendas sonrisas los iluminaron, su mano acarició mi cabeza y mi mejilla, me dio un ligero beso y se acurrucó contra mí. Lentamente extraje el exangüe pene, abandonando aquella cálida morada. Quedaba claro que no era un adiós si no un hasta luego. Me incorporé lentamente, abrí sus piernas y delicadamente con mi lengua fui limpiando la totalidad de su vulva, hasta lo más recóndito de la misma, incluso hasta donde pude llegar dentro de la vagina. Luego seguí descendiendo e higienicé la zanja de su culo y los bordes y el interior de su ano. Cuando terminé acerqué mis labios a los suyos y les brindé un cálido beso.

Apoyado sobre mi codo observaba su faz hasta que sorpresivamente me empujó con su mano contra el colchón, se alzó y se dirigió a mi entrepierna. Tomó mi exánime pija con su palma, retrajo la totalidad del prepucio liberando el glande y comenzó a lamer la superficie del miembro desde su base hasta su cabeza, limpiado especialmente el surco que la separa del tronco y luego colocó la puntita de su lengua en el agujero de la uretra, lavándolo también. Luego introdujo todo el pene en su cavidad bucal y comenzó a chuparlo, a sorberlo y a mamarlo hasta que sus húmedos labios finalizaron la tarea de limpieza.

Con una mirada clara y límpida que expresaba el orgullo de haber sido capaz de pensar, desarrollar y ejecutar esa tarea hasta ese momento para ella impensada, tal vez un poco incrédula de haber sido capaz de hacerla, se cobijó entre mis brazos, apoyando la cabeza sobre mi pecho. Pasaron algunos instantes de reparador silencio, hasta que un susurro surgió de la profundidad del abrazo.

- Pensé que iba a ser mucho peor… que me iba a doler muchísimo… que me iba a desgarrar… jamás pensé que se podía hacer por ahí en esta posición… Gracias por ser tan suave… por protegerme… por cuidarme…Gracias… por enseñarme tantas cosas… por confiar en mí y ser capaz de guiarme por caminos desconocidos… Gracias por creer en mí… por ayudarme a madurar y crecer en esta nueva vida… por mostrarme un futuro posible…

Alzando la cabeza y mirando directamente a la profundidad de mis ojos, liberó la intimidad de su alma.

- Te amo, te adoro, nunca fui tan feliz, jamás pensé que fuera capaz de hacer tantas cosas, me estás enseñando un mundo nuevo, me estás acompañando a conocerlo, me estás ayudando a enfrentarlo, nunca creí encontrar un compañero así, gracias, te amo… Mientras expresaba estas íntimas sensaciones tenues lágrimas descendían de sus ojos. La apreté contra mí, le acarició su cabeza y su cabello…

- ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?

- Feliz pero confusa. Me pasan cosas que no puedo llegar a comprender, contradicciones que me inquietan, no sé…

- ¿Querés contármelo?

- Son sensaciones contrarias que me embargan y no me permiten entenderme… Hacía poco tiempo que me había casado y mi ex comenzó a jugar con un dedo allá atrás, en un momento intento meter ese dedo y me fruncí toda impidiéndoselo, entonces me sugirió que -como variedad especial- podríamos intentarlo por ese lugar. Reaccioné tan mal, que lo empujé, casi lo tiré de la cama y lo traté de loco degenerado. Me di vuelta, le di la espalda, apagué la luz y cerré los ojos. Él se acercó y quiso reiniciar el juego jurándome que se iba a limitar a hacer lo tradicional… le dije que no, que ya no tenía ganas, que me dejase tranquila que me iba a dormir.

- ¿Entonces?

- Entonces resulta que aparecés vos, hacés lo mismo muchísimo más y no sólo no me resisto si no que colaboro y ayudo en aquello que hasta hace unos instantes me repugnaba, lo rechazaba, era antinatural, una perversión… lo único que me falta es que sea yo la que te pida hacerlo…

- ¿Por qué no? Pedímelo cuando quieras.

En medio de mi carcajada levantó su mirada furiosa y comenzó a golpearme el pecho con sus puñitos cerrados. La abracé y la contuve entre mis brazos.

- Lo primero que tenés que tener claro, le dije, es que él era tu marido y yo soy tu amante. Ustedes creían estar atados y asegurados, aunque en la realidad no lo estuviesen. Nosotros nos tenemos que ganar y conservar día a día, descubrir nuevos horizontes, encontrar nuevos placeres, explorar nuevos caminos y sensaciones. Además hoy sos una mujer madura que sabe lo que quiere y que ya sufrió la soledad en la vida. Aquella era una adolescente que aún creía en el príncipe azul y los cuentitos de hadas. En fin, esa contradicción, si existe, solamente la podés resolver vos, porque está dentro tuyo…

- Eso es verdad, primero tengo que saber si realmente existe la contradicción o sólo se trata de dos etapas distintas de mi vida y luego -si existiera- resolverla. Yo y sólo yo puedo develar esos interrogantes.

- Pedímelo…

- ¿Qué?

- Que me lo pidas…

- ¿Que te pida qué?

- Que te rompa el culo nuevamente.

- ¿Qué? Tomé su cabello con una mano, lo estiré y tirando de él, dirigí su cara hacia la mía, la coloqué escasos centímetros de mi rostro y le repetí.

- Que me pidas lo que te faltaba, que te rompa el culo de nuevo. Su mirada fue furiosa durante unos instantes y luego bajó los ojos y susurró.

- Hacelo de nuevo.

- No. Así no. Pedilo claramente. Quiero escuchar las palabras correctas.

- Hacelo por atrás de nuevo. Volví a tirar de su cabello para enfrentarla, alcé mi cabeza para mirarla desde arriba y no le di espacio para la duda.

- Pedímelo claramente, con las palabras que correspondan, concretamente y como un ruego, una súplica. ¿Soy claro? ¿Tal vez te lo tengo que enseñar de otra manera?

- Amor, te pido… por favor… que me vuelvas a… romper el culo… cuando tengas ganas…

Su mirada vencida fue cobijada por mi sonrisa y por un profundo beso que conmovió su ser. La abracé, la apreté, la contuve…

- Gracias amor por ser cómo sos, me hacés muy feliz, sos lo mejor que me pudo haber pasado en la vida, aunque a lo mejor no lo parezca, te amo profunda e intensamente, sos la mujer que siempre quise encontrar y no podía hallar…

- Gracias, me respondió conmovida, gracias por acompañarme, por enseñarme, por educarme, gracias por ser el compañero que nunca tuve.

Nos encerramos ambos en un silencio reconfortante y abrazados nos dejamos llevar envueltos por la apasionante noche que estábamos viviendo. El amanecer, el cobijo del sol naciente nos iba a traer nuevamente a nuestra gloriosa, desenfrenada y ardiente realidad.

La tercera es la vencida

En medio de mis sueños advertí que su cuerpo se movía como si quisiese desprenderse de mi abrazo. Abrí los ojos y pude confirmar que así era. Con suavidad quería retirar su cuerpo de entre mis brazos.

- ¿Pasa algo? ¿Vas al baño?

- Bueno, sí… pero en realidad quería levantarme para preparar tu desayuno y el mío.

- Bárbaro, pero primero te voy a hacer desayunar yo a vos.

La apreté contra mí. Mis labios se sellaron sobre los suyos. Recorrí con mi lengua las profundidades de su boca, sus orejas, chupé su nariz, absorbí sus lóbulos, transité por su cuello, alcancé sus hombros, bajé a sus ubres, las amasé, las chupeteé, absorbí sus pezones como si quisiese succionar su néctar lácteo inexistente. Volví a subir, alcancé sus ojos, sus párpados estaban cerrados, los lamí hasta que las oquedades rebosaron de mi saliva derramada. Ella me abrazaba y disfrutaba. Me enderecé, avancé mi pelvis hacia su rostro y arrimé el miembro fláccido cerca de sus labios.

- Chupalo. Haceme una buena mamada.

Abrió sus ojos como sorprendida y sonrió. Me lanzó una cálida mirada de hembra caliente y enamorada.

- Hasta ayer nunca lo había hecho. Ayer fue mi primera vez. Fue otra virginidad que te entregué. Te pido paciencia y comprensión por mi torpeza. Necesito que me ayudes. Voy a hacer todo lo que quieras, pero necesito tu guía.

- Siempre voy a estar a tu lado acompañándote. Pero ahora liberá tu instinto, tu pasión, tu deseo irrefrenable de brindarme placer y de hacerme gozar. Hacé todo lo que la hembra que llevás adentro te diga. Yo te voy a ir guiando.

Acercó sus labios a mi glande y la calidez de su primer suspiro arrojado sobre esa pija deseosa la hizo encabritarse, comenzando a empinarse, desplegando su fuerza y su potencia. Con suavidad sus manos retrajeron la piel hacia la base y ella dirigió su lengua hacia allí comenzando un lento lameteo de mi instrumento de placer. Comenzó desde la base lamiéndolo como un helado hasta la punta, para volver a bajar y a subir. La lengua se posó en el surco que separa la cabeza del tronco y desplegando todo su ancho dio la vuelta en torno al tronco para luego introducirse la cabeza en la boca, chuparlo con los labios y sacarlo, repitiendo el movimiento varias veces.

- Chupame los huevos.

Me miró, bajó la cabeza, corrió la pija y tocó la bolsa escrotal con la punta de su lengua. Fue haciendo pequeños toques en la misma como si marcase puntitos de contacto.

- Así no. Chupame desde la base de la bolsa, desde donde empieza la zanja del culo y desde allí lameme hasta el inicio de la pija. Primero recorré las ingles, una y otra, después los huevos, varias veces, de a poco. No te metas los huevos adentro de la boca porque no me gusta, solamente lamelos y chupalos.

Bajó aún más la cabeza, intento acercarse al lugar que le había indicado, pero pareció como que no podía hacerlo, retrocedió y empezó desde mucho más arriba. Levanté la cabeza, observé como sobresalía de su cuerpo una de las tetas, tomé su pezón entre mi índice y mi pulgar y lo apreté fuertemente, retorciéndolo. Un bramido surgió de su garganta mientras levantaba velozmente su cara para mirarme con una mirada interrogativa.

- Te dije que me obedezcas. No me gusta que mi mina no haga lo que le digo. Fui muy claro cuando te dije desde donde me tenías que chupar. Fuiste para donde yo te dije pero te arrepentiste y empezaste mucho más arriba. ¡Empezá desde donde te dije!

- No puedo… por favor… no puedo…

- Sí que podés y lo vas a hacer. Tenés que irte acostumbrando a ser dulce, sumisa y obediente. Así te quiero. No me gustan las hembras rebeldes que hacen lo que les parece.

La agarré del cabello y atraje su cabeza hacia mí, mirándola desafiantemente. Era un reto a su orgullo. Ella supo que era ella o yo. Que era su orgullo o su humillación. Ella debía elegir. Y eligió. Tirando de su pelo fui guiando su cabeza al lugar indicado. Logré que sus labios se apoyasen en ese pequeño surco de carne que separaba la hendidura de la bolsa y cuando estuvo allí le apreté fuertemente la testa contra mi entrepierna obligándola a que impactase su boca y su rostro contra la misma.

- Besame ahí. Besame, chúpame y empezá a lamerme como te ordené.

Me besó, sacó su lengua y comenzó a deslizarla por mi ingle hasta el nacimiento de mi pija. Cuando llegó volvió a bajar y repitió el movimiento por el otro lado.

- Ahora desde más abajo, le dije empujando su cabeza hacia la zanja del culo, mientras abría las piernas y levantaba las rodillas.

Claudia hizo lo que se le ordenaba, sin rebeldías, sin protestas, chupó toda la superficie de mis huevos. Cada vez que reiniciaba el movimiento desde abajo, le hacía descender un poco más la cabeza, de manera que sus labios partiesen cada vez más cerca del agujero de mi culo. A la cuarta vez, aterrizaron directamente sobre el esfínter. Lo abrí y le ordené que lo chupase. Dudó un instante, pero de inmediato se arrojó sobre el anillo comenzando a devorarlo, a lamerlo y a chuparlo con desesperación en una evidente lucha interna entre la obediencia y el asco, entre su sometimiento y su vergüenza. Gané yo y su lengua se apoderó frenéticamente de mi ano.

- Endurecé la lengua, sacala que yo voy a dilatar el agujero y entonces lo penetrás. Metela tan adentro como puedas. Quiero sentir tu lengua hasta el fondo.

Así lo hizo, sin dudas ni objeciones. Cuando sintió que el orificio se abría tomó mis grupas en sus manos, apoyó fuertemente su boca en el agujero de mi culo y penetró apasionadamente mi ano con su lengua húmeda y enfebrecida.

- Lameme toda la zanja. Subí y baja. De una punta a la otra.

Siguió mis indicaciones al pie de la letra. Separó mis medias lunas con sus manos. Apoyó el tronco de su lengua en el inicio del surco y lo lameteó reiteradamente de punta a punta. Cuando me sentí satisfecho, le tomé la cabeza con las manos, la hice subir, baje las piernas y cuando tuve sus ojos a la altura de los míos le sonreí.

- Te voy a coger la boca.

- ¿Qué? No sé qué es eso. No sé cómo se hace.

- Entregate y dejá hacer. Yo te voy a guiar. Hacé todo lo que te indique. ¿Entendido?

- Sí, amor, Te voy a seguir. Voy a hacer todo lo que quieras. Deseo que estés satisfecho totalmente conmigo y que estés orgulloso de tu mina, como vos me llamás.

- Sí, por ahora te llamo así. No te olvides de lo que te voy a decir. Es una regla sagrada. Bajo ningún concepto podés dejás de cumplirla. ¿Está claro?

- Sí, está claro. ¿Cuál es la regla?

- Todo lo que yo te ponga en la boca, te lo tenés que tragar. No se te puede escapar ni una sola gota. Todo lo que recibas dentro de la boca tiene que ir directamente a la garganta y al estómago. Salvo que te ordene otra cosa no retengas nada en la boca. Glup -hice el gesto de tragar- y todo adentro. ¿Nos entendimos?

El movimiento afirmativo de su cabeza me dio por aceptado lo que le había dicho. La hice poner de rodillas y coloqué mis manos debajo de su mandíbula y levanté su rostro de manera de alinear su boca con su garganta. Su nuca estaba caída hacia atrás con la mandíbula levantada. Me pude de pie sobre el colchón.

- Abrí la boca al máximo y cubrí los dientes con los labios. No me muerdas ni me lastimes con los dientes. Podría enojarme mucho si eso sucede.

Sus fauces se ampliaron al extremo, sus comisuras estaban tan tirantes que parecían a punto de rasgarse. Sus labios cubrían sus dientes. Coloqué la punta de la pija en el borde exterior de su lengua y manteniendo la dirección horizontal del conducto oral comencé lentamente a introducirle el miembro totalmente erecto. Recién había entrado poco más de la mitad cuando el glande hizo tope con su garganta. Acomodé la dirección para encarar mejor el conducto y continué entrando. Cuando ya nos acercábamos al final comenzó a hacer arcadas. Me detuve un momento. Su mirada era una mezcla entre la pregunta de hasta dónde iba a llegar y que por favor parase. Las dos tenían respuesta aunque no las vocalicé. Hasta el fondo. Cuando mil pelvis y mis huevos hicieran tope con sus labios habríamos llegado al fondo. Su boca era su vagina. Su boca era su recto. Seguí progresando. Todos sus agujeros y conductos tenían que ser míos. Las lágrimas comenzaron a caer. Una mezcla de saliva y baba era expulsada sin control por su boca, en torno a mi miembro. En un momento hizo como un intento de resistencia. Le apreté la nariz con los dedos y así la obligué a abrir aún más la boca en un empeño desesperado para respirar. Entendió que no tenia alternativa. O tragaba todo o se iba a ahogar. Cesó su resistencia. Aflojé la presión sobre sus fosas nasales. Inspiró profundamente y allí aproveché para dar el último empujón que llevó mi pene hasta el insondable fondo de su garganta. Arcadas, salivas, convulsiones, estremecimientos. Pero mi pija estaba colocada hasta el fondo de su boca e iba a comenzar la cogida.

Su boca era un volcán en erupción que arrojaba intermitentes torrentes de baba y saliva en medio de espasmos y arcadas. Tomando su nuca con mis manos apreté su cabeza contra mí logrando penetrarla unos milímetros más. Ya en el último fondo de su garganta comencé a acariciar mi glande moviendo el miembro en pequeños círculos. La intensidad de las sensaciones que me traía el rozar de la cabeza de mi pija contra la base de su lengua y contra las paredes finales de la garganta hicieron crecer mi excitación de manera exponencial. El semen corría raudo por mis conductos, se dirigía velozmente a la salida, luchaba por escapar del tubo que lo contenía, lo sentía muy cerca de la puerta terminal.

- Ya llego… estoy por terminar… tragátelo todo… no escupas nada… que no se te caiga una gota… todo adentro… ahhhhhhhhhhhhhh

El orgasmo llego impetuoso e imparable. Espesos chorros de esperma impactaron contra su garganta, corrieron por su esófago y se dirigieron al estómago. La decidida presión final que hice impidió que ni siquiera pudiese tener la intención de echar algo hacia afuera. No había forma. El movimiento de su garganta, claramente perceptible, mostraba como mi descarga descendía por su tubo digestivo hacia su destino final. Cuando finalizó la eyaculación, dejé la pija bien adentro de su boca hasta que se fue debilitando y encontró su normal estado de flaccidez.

- Ahora la voy a sacar. Chupala bien chupada, que quede bien limpia y reluciente. No le dejes ningún resto de nada.

- Aaaaaggggggghhhhhh…

Eso fue lo único que pudo expresar mientras extraía mi miembro y ella hacía rotar su lengua en torno de él para finalizar su limpieza. Cuando su mirada me indicó que esta tarea había concluido, tomé sus hombros y la acosté boca arriba. Me dirigí al ángulo donde sus piernas finalizan, las abrí, me agaché, recogí las piernas y las levanté colocando sus tobillos sobre mi espalda. Tomé sus labios secretos y los separé y me lancé como un lobo hambriento sobre su sexo. Lo devoré de punta a punta, de arriba abajo y de abajo a arriba. Mi lengua penetró la calidez aterciopelada de su vagina, mis labios prensaron su clítoris, lo presioné con los dedos, lo acaricie, lo estiré, lo comprimí. Todo ello en medio de las sacudidas de su cuerpo gozoso, de las contracciones de su pelvis, de las taloneadas que soportaba mi espalda, todo ello con el sonido de fondo de sus quejidos y suspiros. Lo comí, lo seguí comiendo, absorbí en mis fauces sus jugos y fluidos, acaricié sus tetas, presioné y pellizqué sus pezones, la conduje y acompañé hasta el goce total de su orgasmo que sentí en la tensión de su cuerpo y en el grito que surgió desde el fondo de su vientre y emergió por su garganta.

Esclareciendo

Me relajé y nos relajamos. Uno al lado del otro. Nuestras respiraciones retomaron su ritmo normal. Nuestros corazones recuperaron su frecuencia habitual. Nuestras manos se estrecharon en un particular abrazo manual que comprimió nuestras palmas y nos permitió conferirle un sello muy personal a esa cogida de antología que habíamos tenido en esta mañana de ensueño.

- ¿Desayunamos o te alcanza con la leche que te tomaste?

- En realidad -dijo mirándome- quisiera que habláramos, pero no sé si hacerlo con el estómago vacío.

- Creo que con lo que cada uno de nosotros tragó ninguno tiene el estómago vacío.

- No sé donde podemos charlar mejor, si en la cama o en la mesa.

- Vos sos la que sabés de que querés hablar, así que elegí el lugar.

- Me parece mejor acá. Preparo dos cafés y los tomamos mientras charlamos. ¿Puedo?

- ¿Conversar?

- Preparar el café. Es tu casa. Dijo mientras se alejaba hacia la cocina. Hice ademán de correrla y azotarla, por lo que Claudia -al advertirlo- corrió hacia la cocina a preparar el café prometido.

Trajo los cafés ya endulzados. Comenzamos a tomarlos. Claudia permanecía en silencio. Luego de largos instantes en los que debió de advertir que si ella no iniciaba la conversación yo no lo haría, se decidió a comenzar.

- Necesito preguntarte algo. Necesito saber algo más. ¿Puedo?

- Adelante.

- ¿Qué es lo que buscás? ¿Adónde vas? ¿Para donde me llevás? ¿Adónde querés llegar?

- Ufff, no sé si son un montón de preguntas o es una sola hecha de diferentes modos.

- Sabés bien que la pregunta es una sola. Te estoy muy agradecida por todo lo que me enseñaste, me estás llevando por una nueva vida, por un camino desconocido, por sensaciones y experiencias que jamás tuve. Sé que me estás depositando una gran confianza y hago todo lo que puedo para merecerla y para estar a la altura que esperás. Tenés algo que me inspira una confianza infinita. Nuestro sexo es duro, rudo, fuerte, hasta podría decir casi brutal, creo que de afuera parece que me estás violando cada vez que me…

- Cogés. Claudia, hablemos pero hagámoslo como corresponde. Tenemos que expresarnos con claridad utilizando las palabras que correspondan. En estas conversaciones se puede permitir todo menos un mal entendido. Hablemos pero charlemos con concreción y claridad, pero por sobre todo con compromiso. Coger es eso, coger.

- Bien. Parecería que me estás violando cada vez que cogemos. Sin embargo, es apasionante, me gusta, lo disfruto, es el mejor sexo de mi vida. Y por todo esto que me estás dando te estoy inmensamente agradecida, pero necesito saber la respuesta a la pregunta que te hice. La necesito porque debo resolver mis propias contradicciones.

- ¿Qué contradicciones?

- A veces me siento una cosa, un objeto, algo que solo sirve para darte placer y, sin embargo, soy feliz de poder brindarte ese goce, porque quiero que tomes lo que quieras, que hagas lo que quieras. Que me pidas lo que quieras. Pero quiero que sólo lo tomes de mí, me lo hagas a mí, me lo pidas a mí. Ahora contestame, en serio necesito saberlo.

- Estoy tratando de ver si podemos construir una pareja en serio que sea estable y permanente, que perdure en el tiempo… dije con mis palabras y también expresé con la mirada que le dirigí.

- No entiendo. ¿Podés explicármelo?

Habíamos terminado el café, apoyando los jarritos sobre las mesas de luz. Tomé sus manos entre las mías y entrecruzamos nuestras miradas.

- Te amo, te amo profundamente y estoy seguro que vos me amás de igual manera.

- Sí. Te amo, perdidamente. Estoy loca por vos.

- Junto a ese sentimiento existimos nosotros, nuestra realidad, nuestras necesidades, nuestras exigencias… Soy un dominante, tal vez algo sádico, pero por sobre todas las cosas soy un dominante.

- ¿Qué significa eso?

- En pocas palabras significa que la única manera que tengo de poder construir un vínculo estable y perdurable es si mi compañera acepta someterse a mí y, además, lo disfruta, ya que la sumisión por obligación o por solo amor siempre termina mal. ¿Necesitás que te sea más claro y preciso?

- Sí, por favor. Vos mismo me dijiste que la única forma de encarar esta conversación era con claridad, precisión y compromiso. Eso es lo que necesito, especialmente compromiso.

- Touché.

- ¿Qué?

- Es una expresión de esgrima que significa tocado. Quise decir que me contestaste con mi propio argumento y me sacudiste un chirlo verbal.

- Era hora que te pudiese dar un chirlo de algún tipo, porque hasta ahora la única que los recibí fui yo.

- Yo soy un dominante, un amo, un dueño, un señor, un propietario de mi pareja y necesito tener a mi lado una mujer que sea sumisa, que se entregue, que se someta y que lo haga voluntariamente pero, aparte, lo disfrute, que esa sumisión le traiga placer. Una mujer que acepte y viva que el objetivo de su vida es darme placer y que ese sometimiento al otro le cause a ella placer también. ¿Vas entendiendo?

- Algo más, pero quisiera que seas aún más claro.

- Mi compañera debe entregarse por completo, totalmente. Debe entregarme su cuerpo sin restricciones ni límites para que yo lo use como quiera, debe confiar en mí lo suficiente para saber que no la voy a dañar, que va a sufrir, sí, que va a gozar, también, que va a experimentar dolor, sí, pero también que va a aprender a llegar al goce supremo a través de la humillación y del padecimiento. Pero no sólo debe entregar su cuerpo, también debe entregar su mente, sus sentimientos y sensaciones y su voluntad, especialmente su voluntad. Debe entregar su mente porque yo debo conocer todos sus pensamientos y, además, compartirlos, si hubiera diferencias ella deberá aceptar y adoptar mi criterio. Debe entregar sus sentimientos y sensaciones porque debe compartir todas sus experiencias, no hay secretos, no hay reservas. Y, por último lo más importante, debe entregar su voluntad porque ella sólo puede obedecer, no toma decisiones, entrega esa facultad a su dueño y se limita a obedecer todo lo que él disponga por él y por ella.

- Quiero saber si entendí bien. En otras palabras me estás diciendo que debería ser un muñeco o algo así.

- No exactamente, lo que te estoy diciendo es que la única forma que sé que podemos construir una pareja estable es si vos sos mi esclava y yo soy tu amo.

- Mierda… -musitó luego de una larga mirada silenciosa- creo que esto es algo que tendría que meditar cuidadosamente y con tiempo suficiente…

- Por supuesto, vas a tener la oportunidad de pensarlo y el tiempo para hacerlo. Pero antes debemos comprobar si podés ser una esclava, si tenés pasta para eso, si tenés la fibra y la decisión para bancártelo... Después de ver si lo podés ser, tendrás que decidir si lo querés ser.

- ¿Me estás probando?

- Sí y no. En realidad estamos avanzando como cualquier otra pareja en la construcción diaria de una relación. Al mismo tiempo estamos probando si podés ser esclava.

- ¿Y cómo es esa prueba?

- Tiene tres etapas. Acabamos de culminar la primera. Todavía faltan otras dos, pero ambas las debemos completar hoy.

- ¿Cómo me fue hasta ahora?

- Muy bien. Hasta ahora demostraste tener muy buena pasta de esclava. Te has desempeñado muy bien, superaste muy satisfactoriamente todos los objetivos fijados y no sólo estoy muy satisfecho de mi compañera si no que también estoy muy orgulloso de vos.

- ¿En qué consisten las dos etapas que faltan?

- No te lo puedo adelantar. Creo que ya me excedí y te dije demasiado. Lo único que puedo anticiparte es que la segunda prueba se haremos hoy al mediodía y la tercera al anochecer y si superás, como creo que sucederá, esas dos pruebas, desde la mañana de mañana tendrás una semana de tiempo para decidir. Durante ese tiempo no me voy a referir más al tema para que no te sientas presionada, vos podés preguntarme o decirme lo que quieras. La definición va a ser el próximo sábado a las diez de la mañana. Si venís significa que aceptás y entonces charlaremos de todos los detalles. El no venir implicará tu rechazo y nuestra separación total y definitiva. Por el trabajo no te tenés que preocupar, te voy a conseguir otro lugar en la empresa. Yo voy a estar acá todo el fin de semana así que si te retrasás no hay problema, aunque sería una falta y debería castigarte, diríamos un azote por minuto de atraso.

Simultáneamente ambos estallamos en una carcajada común, nos abrazamos y nos dirigimos al salón para desayunar. El reloj marcaba más de las diez de la mañana. Claudia se dirigió a la cocina a preparar las colaciones mientras yo meditaba sobre la conversación tenida. Cuando el exquisito aroma del desayuno invadió mis pituitarias, olvidé todo y el hambre almacenado en mis entrañas se apoderó de mí, así que me arrojé como perro hambriento sobre el alimento y las bebidas que traía Claudia.

Develando el futuro

El reloj se acercaba al mediodía. Estábamos ambos desnudos acostados en sendas reposeras ubicadas al borde de la piscina. Habíamos tomado unos buenos baños, habíamos jugado un poco dentro del agua y ahora estábamos secándonos al sol.

- Quisiera hacerte unas preguntas acerca de cómo sería nuestra vida diría si aceptara ser tu esclava. ¿Puedo?

- Adelante. Para contestarte voy a partir de la base que superaste todas las pruebas, aceptaste entregarte y someterte y ya estamos viviendo juntos bajo estas pautas.

- Antes de eso, de lo que me dijiste antes puedo deducir que hoy no voy a poder estar con Paola.

- Correcto. Te vas a tener que quedar hasta mañana. No te lo debería decir, pero eso forma parte de la tercera etapa de la prueba. Estamos determinando como reaccionás ante los límites que te imponga a tu vida familiar. Aunque -de aceptar- voy a tratar de inmiscuirme lo menos posible lo cierto es que siempre va a haber zonas de conflicto y en esas situaciones decido yo y necesito saber si aceptás esa limitación.

- Bien. ¿En qué cambiaría mi vida? Entre nosotros, ¿cambiaría algo?

- Es una pregunta muy amplia. Puede que me quede algún tema sin contestar pero trataré de contener todos los aspectos que me acuerde. Entre nosotros es poco lo que va a cambiar, nuestra trato íntimo se acerca mucho a lo que va a ser así que allí no percibo grandes diferencias. Tampoco se va a notar demasiado tu obligación de estar desnuda salvo que te ordene lo contrario o existan razones de seguridad como cuando cocinás que te podés poner un delantal. En lo verbal, tu expresión deberá ser mucho más respetuosa de manera que se perciba claramente tu sometimiento, te dirigirás a mí como “amo”, “señor”, “mi dueño” o expresiones similares, salvo que yo te ordene otra cosa. También deberás pedir permiso para hablar, el cual normalmente te concederé. Esta forma de expresarte incluye también la que se efectúe mientras tengamos sexo.

- ¿Cómo te vas a dirigir a mí?

- No lo decidí aún y puede ser que vaya cambiando, puedo llamarte por tu nombre o por otro que elija o puedo mencionarte como “puta”, “perra”, “cerda” o como me parezca.

- Bueno, no suena muy halagüeño que digamos.

- ¿Querés la verdad o que te dore la píldora?

- La verdad. Quiero que me digas la verdad.

- Eso estoy haciendo.

- ¿Qué va a pasar con mi trabajo?

- Tu sumisión, tu dedicación a mí, va a ser de 7 x 24, lo que excluye toda posibilidad de que trabajes. Vas a renunciar a tu actual empleo.

- ¿7 x 24? ¿Qué significa eso?

- Que tu sometimiento abarca las 24 horas de los 7 días de la semana. Que tu sumisión es total, permanente, sin interrupciones.

- ¿En el futuro, podré liberarme de mi esclavitud?

- Después de un lapso razonable, de que te hayas esmerado en servirme, si tu actitud de sometimiento ha deslumbrado por tu convicción y entrega podrás pedirme la libertad y yo lo consideraré. Si la mereces te la daré o puedo fijar un plazo para volver a considerar el pedido. En caso de liberarte, finalizará todo vínculo o relación entre nosotros de cualquier tipo y me comprometo a conseguirte un nuevo trabajo de igual o mejor calidad que el que tenés ahora.

- ¿Me vas a castigar?

- Ahí hay dos temas. Por un lado tenés el juego erótico que puede ocasionar dolor pero cuyo objetivo es generar placer en el que sufre o en el otro y por otro lado está el castigo o disciplinamiento que es la sanción física que corresponda a la comisión de una falta. Van a existir los dos, el primero es mucho más leve y de hecho ya lo comenzaste a experimentar. El segundo depende de vos, si obedecés, cumplís tus deberes acabadamente, respetás las reglas, no vas a ser castigada. Si no lo hacés obviamente que sí y el tipo e intensidad del castigo va a depender de la gravedad de tu falta y de la reiteración de tu conducta.

- ¿Voy a sufrir mucho?

- Depende de vos.

- Al sexo me refiero.

- No mucho más que ahora. Vas a tener que aprender a llegar al placer por medio del dolor. Es un aprendizaje largo y complejo, no te va a ser sencillo, pero lo vas a lograr. Después de un tiempo vas a poder canalizar tu sufrimiento y tu obsesión por brindarme placer de una manera tal que vas a poder gozar por el mismo dolor.

- ¿Qué pasa si alguna vez no puedo aguantar más?

- Vamos a tener una palabra de seguridad. Es muy probable que, en medio de nuestros juegos o de un castigo, pidas piedad, misericordia, quieras dejar todo, supliques que pare o lo que sea. Cualquier cosa que digas o hagas no la voy a tener en cuenta, salvo que uses la palabra de seguridad que no podés pronunciarla en ninguna otra ocasión. Si usás la palabra en medio de un castigo o disciplinamiento, éste va a cesar y de inmediato te vas a alejar de mí y la relación se va a interrumpir. Si la usás en cualquier otro momento pararemos de inmediato lo que estamos haciendo y conversaremos acerca de lo que te está pasando y veremos si es transitorio o como lo podemos superar.

- ¿Porqué es diferente un caso del otro?

- Un castigo es la respuesta a una conducta inadecuada tuya. El castigo es un conjunto, no se puede interrumpir. Cortar un castigo es renegar de la esencia del sometimiento. Por eso, vos sabés que si usás la palabra durante un castigo estás renunciando a tu sumisión y rompiendo la relación. En cualquier otra situación veremos si es una indisposición o de que se trata, pero no se afecta la obediencia que es la columna estructural del vínculo. Por eso las consecuencias son distintas.

- ¿Cuál es la palabra de seguridad?

- Si tenés la boca libre y podés expresarte la palabra es “rojo”, si tuvieras la boca ocupada o no pudieses hablar tenés que girar la cabeza de derecha a izquierda y al revés, reiteradamente, tratando de expresar “aaaaaaaaaaaaaa”. Es fundamental que entendamos esto. ¿Está claro?

- Sí. ¿Cómo van a ser mis días?

- No muy diferentes de los actuales. Te vas a levantar un rato antes que yo, para prepararme el desayuno que tomaremos juntos, después posiblemente me prepares la ropa de acuerdo a mis actividades y casi seguro que me vas a bañar. Luego, durante el día te vas a encargar de las tareas de la casa, te voy a conseguir dos o tres extensiones de mis tarjetas de débito y crédito para que puedas hacer las compras que sean necesarias, para la casa, y para cada uno de nosotros. Cuando vuelva, me vas a recibir, me vas a desvestir y a darme un masaje para que me relaje. Luego tomaremos algo, prepararás la cena mientras leo algo, comeremos juntos y dormiremos juntos. Es posible que algún día se me ocurra hacerte alguna maldad, como hacerte dormir esposada o que pases el día con un consolador metido en tu concha o en tu culo, o algo similar.

- Dijiste que tengo que estar desnuda. Cuándo tenga que salir o venga alguien, ¿puedo vestirme, no?

- Si tenés una salida normal te podés vestir, si nos dirigimos a un encuentro de dominantes es posible que vayas desnuda bajo una capa o un tapado. Con las visitas pasa lo mismo, si son extrañas al rito podés estar vestida, si son partícipes de él yo te voy a indicar si vas a estar desnuda o con un vestido con aberturas bien ubicadas de manera que todas tus partes interesantes sean accesibles de inmediato, especialmente tus hoyos inferiores. Nunca, podés usar bombacha o corpiño, salvo que te autorice expresamente.

- ¿Y… si estoy indispuesta?

- ¿Indispuesta? ¿Descompuesta? ¿Náuseas?

- No… menstruando.

- Tampoco podés usar bombacha, en todo caso podés utilizar un tampón.

- Me dijiste que tengo que estar accesible, ¿para vos?, ¿para todos?, ¿para que el resto vea?

- Vos me entregás tu cuerpo para que yo disponga de él como me parezca. Si decido cederlo puedo hacerlo. Lo único que te puedo asegurar es que no voy a transferir tu sometimiento a un tercero ni lo voy a ceder, ni voy a efectuar préstamos por períodos prolongados, pero es posible que te preste a algún hombre o mujer por un corto espacio de tiempo o lo que es casi seguro es que te comparta con alguien y formemos tríos o cuartetos con hombres o mujeres. Es muy probable que desee verte gozando y sufriendo en manos de un tercero de cualquier sexo, me gusta mucho el voyerismo.

- ¿Voye… qué?

- Voyerismo. Es el placer de observar a otros teniendo sexo sin participar del encuentro sexual.

- Veo que voy a ser sujeto de toda clase de… de…

- Perversiones. Sí, si las considerás así, vas a ser el sujeto pasivo de todo tipo de perversiones, aunque yo lo llamaría ejercicios de variedad sexual.

- Supongo que los detalles del día a día me los vas a ir dando después ¿no?

- Exacto. Una vez que lo confirmemos te voy a dar el esquema general de convivencia, pero como uno de los principales objetivos de todo esto es evitar la rutina y el desgaste que ésta ocasiona, los detalles del día a día van a ir surgiendo así, día por día.

- La verdad es que estoy en un verdadero dilema entre lo que indica la razón y lo que me ordena el corazón.

- Ya es la hora. Vamos.

Desnudos como estábamos nos pusimos de pie, abandonamos el jardín, ingresamos a la construcción y fuimos hacia una puerta maciza que se encontraba cerrada. Cuando llegamos ante ella y antes de abrirla, le informé a Claudia que íbamos a enfrentar la segunda parte de la prueba. Ella me corrigió, destacando que la que iba a enfrentar la prueba era ella y no los dos.

Al placer por el dolor

Sonreí, tomé un llavero de mi bolsillo, giré la cerradura, extraje la llave y tomando el picaporte abrí la puerta. El interior del salón aparecía totalmente oscuro. Empujé ligeramente a Claudia para que entrara y detrás de ella lo hice yo. Cerré la puerta y la tenebrosidad más intensa nos cubrió.

Accioné la llave de la electricidad y al instante un conjunto de lámparas, estratégicamente distribuidas, bañó de luz la escena. Instintivamente Claudia exhaló un quejido de asombro, cubrió su boca con ambas manos y en su rostro se dibujó una mueca de sorpresa y, tal vez, de incomprensión.

- Es una… pieza de tortura…

- Sí, es una cámara de torturas, como la debés haber visto en muchas películas. En un instante hemos retrocedido a la Edad Media, más o menos.

- Me sorprendí. Es asombroso ver esto en pleno Siglo XXI.

- ¿Te asombraste o te asustaste?

- Las dos cosas.

- Es fundamental que recuerdes lo que hablamos de la palabra de seguridad. ¿lo recordás?

- Sí. “Rojo” o “aaaaaaaaaaaaaaa”, dijo moviendo la cabeza como le había enseñado.

- ¿Estás preparada?

- No sé si alguna vez se está preparada para esto. Pero tengo que superar esta etapa, así que adelante.

- ¿Querés dejarlo? Podemos detenernos acá…

- Si dejo esto, te estoy dejando a vos. Eso no lo haría ni que estuviera loca. Sos mi rosa y mi rosa viene con espinas, con más espinas que lo normal…

- Y más duras, más grandes y más puntiagudas…

La tomé de un brazo y la llevé al centro del salón. Las paredes estaban adornadas con látigos, fustas, pinzas, broches, velas, dildos, consoladores, dilatadores, brazaletes, muñequeras, tobilleras, barras, separadores y otros muchos juguetes e instrumentos. En derredor nuestro se podían ver un potro, una rueda, una cruz de San Andrés, otra rueda, pero diferente de la anterior ubicada hacia el centro, una mesa donde se ubicaban un conjunto de elementos, cadenas que colgaban del techo…

Agarré sus muñecas y les coloqué las correspondientes muñequeras, que ajusté ni demasiado flojas para que se saliesen ni demasiado ajustadas que la comprimiesen demasiado. En sus pies y tobillos coloqué sendas botas que si ajusté adecuadamente. Tomé una venda y se la mostré.

- A partir de que te coloque esta banda te vas a incomunicar del mundo exterior. Tu único contacto va a ser el sonido y tus oídos se van a agudizar mucho. Tu mente va a trabajar aceleradamente para tratar de adivinar -en base a lo que escuchás- lo que sucede. No te voy a amordazar porque quiero que puedas descargar tu tensión gritando y, a la vez, que te sientas segura de poder pronunciar la palabra de seguridad. Por otro lado también quiero gozar y deleitarme con tus gritos, tus gestos y las contorsiones de tu cuerpo, todo esto me va a excitar al máximo y posiblemente tenga que usarte alguna abertura tuya para satisfacerme. ¿Alguna pregunta?

- Ninguna. Espero que tengas piedad de mí, que comprendas que es mi primera vez y que el destino me ayude. Adelante, soy toda tuya, dijo mirándome desde la profundidad de sus ojos húmedos que revelaban todo el temor que su cuerpo contenía ante lo que su mente imaginaba.

Llevé a Claudia hacia la rueda hueca que estaba ubicada cerca del centro del salón. Frené el instrumento y la hice subir a dos pequeños escalones que estaban en la parte inferior interna de la rueda. Una vez que colocó un pie en cada escalón sus piernas quedaron totalmente abiertas, de manera que no podía acercar ni siquiera las rodillas. Até los mosquetones de sus botas a sendos enganches amarrados en la base de la rueda y luego hice lo propio con sus muñequeras. Quedó estirada formando una “X”. Tensioné un poco más los agarres de manera que se percibiera claramente la tensión de los músculos de brazos y piernas.

- ¿Estás bien?

- Sí, por ahora sí.

- ¿Asustada?

- Mucho.

- Confiá en mí.

- Te amo y sos la persona en la que más confío en este mundo. ¿Pensás que a cualquiera le dejaría hacer esto? Si no te tuviese toda la confianza ¿crees que me entregaría atada de pies y manos?

Me acerqué a darle un pequeño beso y le coloqué la máscara que taparía sus ojos y la aislaría del mundo exterior. Una vez hecho esto, quité el freno de la rueda y la hice girar una vuelta entera sobre si misma de manera que la cabeza de Claudia descendió al nivel del piso y volvió a subir. Frené nuevamente el dispositivo y coloqué en una bandejita varios cubitos de hielo y un carámbano congelado similar a un dildo pero más pequeño, que extraje desde una pequeña heladera ubicada en un costado del salón. El silencio era tan denso que podía cortarse. Solamente se escuchaban mis pasos y los jadeos ansiosos de ella, que -ignorante de lo que sucedía- trataba de adivinarlo por medio de los sonidos.

Coloqué la bandeja sobre la mesa y tomé uno de los cubitos. Con la mano izquierda agarré su teta y la oprimí de manera que sobresaliera la areola y el pezón. Acerqué el hielo al círculo de piel amarronada que coronaba su ubre y lo hice girar en torno al saliente extremo. De inmediato la corona se erizó y se lleno de pequeñas protuberancias al tiempo que su tetilla se endureció emergiendo en un compacto cilindro de la superficie de la glándula. Apreté más la mamá hasta que escuché su primer quejido y entonces apoyé aún más el hielo para que la corona cediese hacia adentro, excitándose al máximo y obligando al pitillo a endurecerse y salir totalmente hacia afuera. Sin soltar su teta, dejé el hielo en la bandeja y tomé un broche de ropa, que poseía sus extremos planos pero ranurados, lo abrí y dejé que se cerrase solo sobre el duro pezón. Cuando ambos extremos del broche se acercaron aplanando la carne aprisionada, observé su rostro, aún podía avanzar más así que tomé el broche entre mis dedos y lo apreté haciendo que el pezón encarcelado desbordase por fuera del broche. Un grito quejumbroso fue la respuesta mientras se dibujaba una mueca de agonía en su rostro y el cuerpo se retorcía hasta el límite de las ataduras.

- Tranquila. Inspirá hondo y relajate. Recién empezamos y falta mucho.

Me contestó con una mueca irónica. Procedí a repetir el mismo proceso en su otra teta. Su respuesta fue la misma pero la cima del proceso fue cuando tomé ambos corchetes y los apreté fuertemente. Su aullido penetró mis entrañas y comenzó a congregar mi flujo sanguíneo en la base de mi miembro. El proceso de excitación había comenzado. Las lágrimas que vertían sus ocultos ojos lo aumentaba.

Tomé el carámbano congelado, que era parecido a un consolador, pero más pequeño, y agachándome lo apoye en una de las caras internas de sus muslos. Se estremeció. Lo arrastré por la misma cara hacia arriba, me acerqué a su ingle, llegué a ella, la acaricié con el hielo, su cuerpo era una sinfonía de estremecimientos, tiritaba continuamente, repetí el camino realizado en su otra pierna, llegué a la otra ingle, la recorrí también. Acerqué lentamente el hielo a su concha, acaricié el borde exterior de sus labios mayores, subí y baje varias veces, recorrí el espacio entre los dos labios con la punta del hielo, llegué a su clítoris.

Tomé el poroto entre los dedos de mi otra mano, lo apreté de forma tal que su punta se escapase de la prensa, sobresalió, le acerqué la punta del hielo, lo apoyé sobre el extremo y lentamente lo fui llevando sobre el cuerpo del excitado apéndice que crecía y crecía, hinchándose por la congestión sanguínea que se producía en su interior. Aplasté el hielo sobre un lado de la pijita, los hice rotar hasta llegar al otro lado. Observaba sus convulsiones, los quejidos que escapaban de su garganta, baje por en medio de sus labios menores, llegué a la entrada de su gruta.

Alejé el hielo mientras con la otra mano abrí su cobertura vaginal exponiendo plenamente la entrada de su túnel. Súbitamente se lo enterré en la vagina hasta que el trozo de hielo hizo tope en el cuello de su útero. La entrada repentina dentro de su cuerpo de la masa helada provocó una contracción increíble de su cuerpo que se arqueó hacia adelante mientras un bramido animal y salvaje escapaba de sus labios.

Dejé el hielo dentro de su cuerpo, solté la cobertura haciendo que los labios abrazasen el frío congelante inserto en sus entrañas. La miré. Tiritaba, gemía, lloraba, se retorcía… unas tras otra las imágenes se incorporaban a mi cerebro a través de mi retina, provocando un aluvión sanguíneo en mi miembro, que se endurecía y se levantaba cada vez más excitado. Dejé que el hielo se fuera derritiendo por el impacto del calor abrazador de su concha y de su vagina. Cuando Claudia se acostumbró a la invasión helada, sus estremecimientos se fueron espaciando hasta cesar, lo mismo que sus quejidos y sollozos. Pronto el hielo era sólo un recuerdo goteante en su mojada concha que corría por sus muslos y piernas hasta el suelo.

Me acerqué nuevamente a su entrepierna. Los labios hinchados y congestionados eran el mudo recuerdo de la fría invasión. Los tomé entre mis dedos y los froté con ellos para lograr la máxima circulación posible. Cuando estuvieron calientes agarré dos broches de la mesa y los prendí sobre esas hirvientes masas de carne. Jugué con los broches, abriendo y cerrando la broche, pegándoles pequeños golpecitos con la punta del dedo, haciendo que temblaran, lo que provocaba el estremecimiento de esos labios, generando sensaciones desconocidas que se expandían por el cuerpo de Claudia.

Acaricié su clítoris para aumentar su excitación y su tamaño. Cuando consideré que era el momento, abrí el estuche, exponiendo totalmente el garbanzo. Agarré otro broche y lo solté sobre el pequeño cilindro congestionado y caliente. La miré. Una mueca de insoportable dolor se dibujó en su cara. Un quejido profundamente dolorido escapó de sus labios. Tomé el broche entre mis dedos y lo tiré hacia afuera. Su tarugo se estiró hasta que la carne no cedió más. Allí el broche no tuvo otra alternativa que dejar que sus ranuradas superficies se arrastrasen sobre la masa hirviente de ese clítoris excitado. La sangre congestionada se agolpó sobre el extremo. Lo tomé entre mis dedos y lo apreté, al mismo tiempo que mi otra mano apretaba el broche. Un alarido de dolor supremo recorrió la habitación. Las lágrimas corrían por debajo de la venda. Su cuerpo convulsionaba. Sus tetas se agitaban en un vaivén sin fin. Ajusté los broches de los labios uno contra otro. Apreté este broche con una mano mientras la otra apretaba el otro. La imagen de ese cuerpo trepidante y sus gritos lacerantes de dolor se incorporaban a mi cerebro y provocaban una excitación insoportable. Los solté. Me incorporé y apreté los broches de sus pezones para provocar el espasmo postrero. Lo logré. Mi calentura era la mejor que había conseguido en mi existencia. Mi miembro hervía de sangre congestionada y su cabeza pugnada majestuosa por abandonar su encierro y encontrar en femenino agujero donde hallar cobijo y asilo, placer y goce…

Dejando los prendedores colocados, tomé un látigo de uno de los anaqueles. Era un azote de nueve colas. Los extremos de cuero eran planos y no demasiado largos. Por ser la primera vez había elegido un flagelo simple, sin bolillas ni espinas. Observé su cuerpo. Estaba exhausta. Apoyé las bandas de cuero sobre uno de sus hombros y acercando mi boca a su oído susurré.

- ¿Dónde querés sentir el beso del cuero? ¿Dónde querés que el látigo deje sus huellas?

- Donde usted quiera mi señor. Soy su esclava y mi cuerpo le pertenece, amo. Usted es mi dueño, así que disponga.

El temblor que se percibía en su voz evidenciaba el estado de tensión, ansiedad y temor que la embargaba. Sin embargo, su respuesta me conmovió, por su convicción y por la firmeza de su entrega. Comencé a pasear las cuerdas sobre su cuerpo recorriéndolo de arriba abajo, de frente, de espaldas y de perfil.

- ¿La espalda, tal vez sea el lugar adecuado?... El culo creo que es un buen sitio para que te bautices con el látigo.

Introduje el mango dentro de su zanja. Impulsando la duda acerca de mis intenciones, profundicé su angustia colocando el extremo del mango en la boca de su ano y presionando levemente, introduciendo la punta dentro de su conducto, luego seguí mi trayecto, acaricié sus muslos con los vergazos de cuero…

- ¿Quizás las piernas?... ¿El vientre?... ¿La baja espalda, cerca de los riñones?... O ¿mejor la concha directamente?

En ese momento rozaba su vulva con las cuerdas del látigo que iban de atrás a adelante friccionando la delicada entrada y haciendo que los broches colocados en su concha bailasen una enloquecida danza generadora de profundas ondas de dolor y de placer. Era evidente que era mayor el dolor que el placer.

- Creo que el mejor sitio son las tetas. Me parece que en tetas y concha es donde más lo vas a disfrutar.

Acaricié sus senos aprisionados por los broches. Estaba logrando que el temor sea su sensación preponderante. El cuerpo temblaba aunque ni un sonido salía de su boca. Mientras continuaba acariciando los pechos con el látigo por sobre un hombro, me coloqué detrás, levante mi mano y sacudí su culo con una rápida sucesión de golpes que descendieron sobre sus grupas haciendo que estas danzasen al ritmo del castigo impartido. Luego repetí los chirlos, pero en sentido ascendente impactando la unión de glúteos y muslos. Sabía que era una zona muy sensible y sus quejidos lo confirmaron.

Retiré el látigo apoyándolo sobre la mesa. Me acerqué a ella.

- ¿Cuero o madera?

- Lo que mi amo quiera. Lo que le produzca más placer.

Era evidente que había entendido el juego y lo estaba jugando con todas sus ganas demostrando su avidez por lograr la superación de la prueba. Su entrega era conmovedora y logró enternecer hasta mi faceta sádica. Decidí suprimir las fases intermedias e ir directamente a la comprobación final.

Solté el freno de la rueda y la puse a Claudia cabeza abajo. Me agaché y acercándome al oído susurré.

- Ahora viene lo bueno. Vas a recibir entre 50 y 100 azotes en tu concha, para eso tenés las patas bien abiertas. Te aseguro que te vas a retorcer del suplicio y tus chillidos van a traspasar los muros. Te vas a arrepentir de haberme conocido y hasta de haber nacido…

- Jamás me voy a arrepentir de haberte conocido. Te entregué mi vida y lo sigo haciendo. Si torturarme así te trae placer hacelo, estoy a tu disposición. Todo mi cuerpo te pertenece, usalo, abusalo, destrózalo… es todo tuyo… yo soy toda tuya…

Coloqué el látigo sobre el borde de la mesa y junto a él puse la vara de bambú. Le saqué los broches de los labios de su concha y del clítoris. Tomé el azote y acaricié su sexo con las cuerdas de cuero. Lentamente hice circular los extremos entre sus labios. Apoyé la punta del mango sobre la vagina y presioné hacia abajo haciendo que ingresase un trecho en su conducto. Lo extraje y las lenguas apellejadas lamieron las caras internas de sus muslos. Lo levanté sobre mi hombro, apunté hacia la ingle derecha y lo bajé con toda la potencia de mi brazo. El impacto fue espeluznante. Su contorsión y su aullido lo testimoniaron. No esperé y lo descargué contra la otra ingle y luego toda mi energía corrió a lo largo de esos cueros cuando descendieron sobre su concha. El espectáculo fue pavoroso, mi pija endurecida al máximo luchaba por librarse de la prisión de mis calzoncillos y pantalones, mi erección era plena, mi ardor incontrolable, mi excitación me enceguecía.

Me agaché y cariñosamente besé y lamí su castigado sexo. Fui hasta la mesa y agarré la vara de bambú. La posición en que ella estaba me brindaba la extraordinaria oportunidad de azotar el lado inferior de sus tetas. Me arrodillé junto a su flanco derecho. Quité los broches que aprisionaban sus pitones, a los que acaricié para que se reanudase la circulación. La crispación de su rostro fue un espectáculo. Mi pija erecta pegó un salto dentro de mi ropa. El quejido interminable comenzó a tomar fuerza en el fondo de su pecho y se incrementó hasta su expulsión por la boca. Sus tobillos y muñecas se pelaron por las contorsiones de sus brazos y piernas. Cuando se calmó, tomé el pezón izquierdo con los dedos de igual mano y estiré su teta hacia fuera. El lado inferior de la mama apareció pleno frente a mis ojos. Alcé la vara, estiré un poco más, apunté y el impactó del bambú lleno pleno y directo sobre la teta, la que, pese a estar agarrada de su pezón, se bamboleó, sobre ella se fue dibujando una línea primero rosada, luego roja y al final tornando a violácea. El grito fue acompañado por el sacudón de todo su cuerpo que se contorsionó tensionando al extremo las ataduras de sus extremidades. Ni una palabra surgió de su boca. Una vez que se serenó un poco hice lo mismo con la otra teta. Con un varazo en cada una alcanzaba para que sintiese las sensaciones que iba a experimentar si aceptaba recorrer el camino que le sugería.

Giré la rueda, la frené, Claudia quedó en posición normal, con la cabeza hacia arriba. Agarré sus tetas con ambas manos, las comprimí, las amasé, las apreté, eran masilla entre mis dedos, plastilina entre mis palmas.

Tomé el látigo y me coloqué a sus espaldas. Sobé las masas musculares de su culo. Las apreté y las comprimí. Las abrí hasta el extremo. Dejé que su zanja oculta saliese a la luz. Allí, en medio de la quebrada, se erguía majestuosa la entrada al oscuro túnel del placer supremo reservado a los dioses del Olimpo. El camino que habían elegido los moradores de Sodoma. Solté sus cachas, que se unieron espontáneamente. Me coloqué a un costado, ligeramente en diagonal a la izquierda del cuerpo secuestrado. Yo soy diestro y con mi mano derecha iba a utilizar el azote.

Miré sus muslos. Miré su culo. Miré su espalda. No era más que la observación del destino elegido para el castigo. Alcé el brazo. Las correas de cuero cayeron en vertical. Retiré la extremidad hacía atrás, tomé impulso y dejé caer las disciplinas sobre las masas globosas de ese fenomenal culo. Las tiras de cuero impactaron sobre las cachas, las nalgas se estremecieron y se bambolearon al son del impacto producido. El seco chasquido se expandió por la habitación. La cabeza se arqueó hacia atrás, contracturando los músculos del cuello que hicieron resaltar las venas y arterias sobre su superficie. Los labios contraídos y apretados impidieron que escapara algún sonido de su garganta. Me estaba robando el placer de su tortura. No lo iba a tolerar.

Retorcí las trenzas de cuero, levanté nuevamente el azote y apunté directamente a la unión de muslos y glúteos. El látigo surcó el espacio de abajo hacia arriba y de atrás hacia delante. La curva desplazo sonoramente el aire y el cuero dolorosamente trenzada chocó contra la juntura muscular, estirando el muslo y levantando la nalga. Sabía que esa unión era una zona extremadamente dolorosa y coloqué el azote de manera tal que los tientos trenzados impactasen en un conjunto contra la carne que se tensionó generando oleadas de punzante dolor. El lastimero aullido acompañó el desplazamiento del culo y el curva que se generó en su cuerpo. Ya no pudo reprimiré el ay lamentoso que surgía de la profundidad de su torturada humanidad. Había derribado la pared represiva del lamento y lo iba a mantener así.

Descargué el látigo una y otra vez sobre la torturada superficie de la piel de ese cuerpo que se ofrecía al sacrificio para mi placer. El cuero fue cayendo sobre la espalda desde el cuello hasta la cintura, sobre el culo desde esta hasta las ingles y recorrió sus muslos en la deliciosa caricia de sus lenguas que emprendían la exquisita tarea de torturar, calentar y enrojecer esa piel deseada…

Empecé de un lado y seguí del otro. Su cabeza caía hacia un flanco y hacia el otro. Cada tanto su exánime lengua aparecía desesperada dentro de sus labios. Llegó un momento en que sus atormentadas manos se agarraron de sus carceleros anillos y los apretaron hasta que los nudillos emblanquecieron. Sus contraídos pies se alzaron, apoyando sólo las puntas y los dedos, mostrando la superficie de sus plantas en un gesto demostrativo del suplicio que sufría. Esta posición me permitió dirigir las tiras del látigo hacia las sensibles plantas. Cayó un azote sobre su pie derecho. Cambié de lado y castigué el izquierdo. El rictus del rostro evidenciaba el límite del dolor. Cesé el castigo y le brindé generosamente un instante de descanso y recuperación.

Le quité la venda. Ella debía ver y anticipar lo que iba a seguir. Nos miramos a los ojos. Víctima y verdugo transfirieron sus sensaciones en esa mirada cargada de pasión, de dolor, de esperanza, de entrega y de ilusión.

- ¿Cómo estás? Una tenue sonrisa se esbozó entre sus labios.

- Muy dolorida... susurró con una voz queda apoyando la cabeza sobre su hombro. Sus ojos vertían lágrimas sin cesar. El dique estaba roto e iba a ser muy difícil detener esa catarata de llanto.

- ¿Abandonamos?

- Quisiera hacerlo por qué estoy al borde de mis fuerzas. Creo que en cualquier momento me voy a desmayar... pero no llegué hasta acá para abandonar... no soporté tanto sufrimiento y tanto dolor para dejarlo... no me olvido que detrás del infierno de este padecimiento me espera el lecho del placer y quiero llegar y disfrutarlo con vos...

- Entonces, ¿seguimos?

- Ya me entregué y me sigo entregando... sigo siendo tuya... seguí... hasta el final... no pares aunque esté exánime y pierda el sentido… no me voy a entregar…

Me paré frente a ella, descendí los ojos hacia sus tetas, las tomé por su base donde se amorataba la marca del azote, las apreté, tomé los pezones entre mis dedos, los acaricié y sobé repetidamente. Súbitamente los apreté y los retorcí hasta que la castigada carne hizo tope en su posibilidad de torsión, mientras sus convulsiones y sus alaridos impulsaban mi calor interior que se expandía desde mis pelotas hirvientes.

Los dejé, tomé la vara y me coloqué a su derecha. La puse sobre sus atormentados pezones, la retiré, la hice silbar en el aire, volví a apuntar a los pezones y volví a cortar el aire. La palidez de su rostro no podía ser mayor, El tamaño de sus ojos era inconmensurable, el pavor se había apoderado de sus sentidos. No podía creer lo que le estaba pasando y menos lo que sabía que le iba a pasar. Lo peor era saber que le iba a pasar, dónde y cómo, pero ignorar la cantidad. ¿Sería uno, serían diez o tal ni siquiera había cuenta?

Ya le había dado la posibilidad de abandonar. No quiso. Ahora era ella la que lo debía plantear. Apoyé, apunté, la retiré hacia atrás, me apoyé mis pies y rodillas y la impulsé... La vara salió disparada hacia delante, cortando el aire, produciendo un zumbido aterrador. Mis ojos estaban fijos en sus pechos. La vara impactó de pleno en medio de las areolas, desarrollando su fuerza devastadora sobre los propios pezones. Las tetas se hundieron al medio. La vara llegó sobre sus costillas creando un surco artificial en medio de sus senos. El llanto desbordó sus ojos y corrió por sus mejillas. El grito paralizó el silencio. El cuerpo se estremeció convulsivamente. Los alaridos se repitieron, creciendo en fuerza y tono cuando tomé los dañados pezones entre mis dedos. La miré. Me miró. Sus ojos me desafiaron. No bajó la vista. Ella estaba decidida a seguir adelante con el reto lanzado. Miré las dos marcas que adornaban cada una de sus colinas cárneas. Volví a colocar la vara para apuntar, pero esta vez sobre la parte superior de sus tetas. Busqué justo el espacio intermedio entre el nacimiento y el pezón. La levanté y la bajé brusca y fuertemente. El impacto retumbó en toda la sala. Las masas se balancearon al son del impacto. La raya nació y creció en el punto exacto del azote. Las convulsiones casi arrancan los afustes de muñecas y tobillos y los alaridos se expandieron dentro de la sala derrumbando todo a su paso. Sin espera, alineé la vara y ésta partió vertiginosamente en busca de su objetivo. Por segunda vez golpeó sobre los pezones, acható las tetas y tocó la parrilla costal. La raya que se empezaba a dibujar era importante. El cuerpo parecía querer escaparse de su encierro, los gritos crecían y crecían y el llanto era imponente en su expresión del dolor. Volví a mirarla, nuestros ojos se cruzaron, el de ella sobre una boca fruncida y en medio de un ceño estremecido por el suplicio. Ella bajó los ojos. Aceptó su derrota. Supo que nunca iba a poder ganar. La suya era una batalla perdida de antemano.

La besé. La desaté, de un manotazo corrí las cosas que había sobre la mesa, la coloque frente al tablero y tomándola del cuello hice que se quebrara hacia adelante apoyando su pecho sobre la plana superficie. Gritó al sentir el frío contacto apretando la superficie ardiente de sus tetas. Lloró. Lo ignoré y la empujé aún más. Me desnudé. Apoyé mi mano izquierda sobre su cintura sujetándola para que su cuerpo no se levantase, con la derecha tomé sus cabellos y jalé de ellos haciendo que su cabeza se elevase arqueando el cuerpo. Con mis rodillas la obligué a separar sus piernas, me coloqué entre ellas y apunté. Cualquier hoyo me venía bien así que me limité a empujar. Mi miembro se acomodó solo, abrió las puertas e ingresó sin permiso ni autorización invadiendo las entrañas que se le ofrecían. Estaba en la vagina. No me importó. Al contrario creí que era lo justo para reconocer la entrega extraordinaria que me había tenido por destinatario. Pensé que, por ahora, no era necesario humillarla más rompiéndole el culo, por lo que la dejé donde estaba y comencé a cogerla frenéticamente, impulsando la pija hasta el postrero fondo, acariciando con mi glande el cuello de su matriz.

Ella también se conmovió por la violación a la que estaba siendo sometida. Su tubo comenzó a lubricarse y a eyectar jugos y flujo. Ella empezó a estremecerse, sus quejidos comenzaron a escucharse.

- Disfrutá putona que te lo merecés…

- Gracias.

- Aprovechá que te estoy permitiendo gozar. No voy a ser tan generoso en el futuro. Una perra como vos solamente se merece sufrir, no gozar.

- Seguime cogiendo… necesito acabar… tengo el cuerpo tensionado buscando el clímax… dejame llegar…

- Gozá hoy que te puta, hoy que te dejo.

- Sí… sí…

- ¿La sentís?

- Sí , me está taladrando mis entrañas.

- Contame todo lo que sientas, pero lo quiero escuchar clarito…, estiré su pelo hasta el límite posible. Su queja atronó el ambiente, su mano derecha se dirigió a su cabeza tratando de mitigar el tormento capilar. Mi palma se estrelló contra su nalga… se repitió con la otra mano… en medio de la infernal cogida se incorporaron los azotes como un medio extraordinario de estimulación de mi libido desatada e incontrolable.

- Que tu pija me está perforando la concha y taladrando las entrañas.

- Me encanta oírte hablar con esas palabras y en ese tono de perra caliente bien cogida.

La cogida llegaba a su punto culminante. La obturé sobre el fondo de su matriz, la revolví, la aprisioné entre mi cuerpo y el borde de la mesa. Volví a presionar, parecía querer que la cabeza saliese por el otro lado. Las quejidos y suspiros aumentaron. Comenzó a mover sus caderas en círculos empujando hacia atrás para aumentar la penetración. No había serruchada, era el encontronazo de dos fuerzas opuestas que empujaban en sentido contrario. La salida de mi esperma se confundió con las contracciones de su vagina y con un jadeo profundo e interminable.

Impulsó sus manos hacia atrás y se las tomé con las mías, dejé caer mi tronco apoyando mi pecho sobre su espalda. Juntos reposamos victoriosos después del combate. Me erguí y lentamente la fui sacando de su cuerpo. Goteaba, la punta aún poseía restos de la inseminación producida. Observé ese culo rotundo que se me ofrecía franco, delicioso, apetecible. Dos nalgadas cayeron sobre sus globos.

- Lavala.

Se levantó, se arrodilló frente a mí, tomó la base con sus manos y comenzó a lamerla y a mamarla hasta que la totalidad de su superficie quedó limpia de leche, flujo y otras savias. Mientras lo hacía tomé el látigo que había dejado sobre la mesa y empecé a acariciar la tersa superficie de su culo con las lenguas del suplicio.

- Abrí las patas bien abiertas, le exigí mientras el azote caía en medio de sus cachas, introduciéndose en el canal que las separa. Sabés bien que siempre tenés que tener las patas bien abiertas para que pueda llegar fácilmente a tus agujeros.

La agarré del pelo y lo retorcí tirando hacia arriba hasta que sus ojos me miraron y sus labios quedaron fijos en la punta de mi poronga. Inicié una lluvia de azotes sobre su culo, con la clara intención de que las tiras de cuero se colaran entre sus piernas y castigasen su zanja, el ojete y, fundamentalmente, su concha y sus muslos. Las muecas de su rostro, los quejidos que emitía y las contracciones de su cuerpo eran una clara señal de que lo estaba logrando. Los besos del cuero en las zonas más sensibles de su cuerpo. Cuando sus lágrimas y sus sollozos me indicaron que había llegado al objetivo cesé el castigo apoyando cansinamente las tiras de cuero sobre el abierto culo.

- ¿Te quedó claro que siempre tenés que tener una postura abierta y ofrecida que me permita acceder fácilmente a tus orificios?

- Sí… lo entendí…

- Espero que de ahora en más lo cumplas escrupulosamente… la próxima vez que me escondas tus agujeros, te juro que te los voy a rellenar con cera derretida y ahí vas a aprender lo que es bueno y no te va a quedar la menor duda acerca de la conveniencia de ser obediente, sumisa y entregada.

- Por favor, voy a hacer lo que vos quieras, pero no me hagas eso… me vas a quemar adentro… por favor…

- Después de rellenarte los agujeros con cera derretida vas a conocer la hermosa sensación de que te los reviente con una pija bien hinchada y dura…

- Por favor… perdoname… expresó mientras se abalanzaba sobre mi pija, tragándola hasta el fondo de su garganta terminando la limpieza que había comenzado.

No quería calentarme nuevamente. La dejé chupar y tomando su nuca apreté la cabeza contra mi pelvis, ocupando toda su cavidad bucal con mi carnoso miembro. La hice levantarse y nos besamos. Fue un profundo e interminable encuentro de lenguas prologado por el estrecho abrazo de nuestros cuerpos desnudos.

Se arrodilló y nuevamente comenzó a mamarla. Mientras el azote acariciaba nuevamente su culo, su concha y sus muslos, insinuándole la conveniencia de ser una sumisa obediente y apasionada, su lengua descendió a mis huevos, los lamió, me hizo abrir las piernas y trasponiendo la unión con su cabeza me abrió el culo con sus manos y decididamente encaminó su lengua hacia mi ojete, lamiendo la zanja de punta a punta y penetrando el tubo que se le ofrecía. Su lengua subió por mi espalda, alcanzó mi cuello, se apoderó de un lóbulo, lamió el caracol de una oreja…

- ¿Aprobé?

- Con sobresaliente, en examen resumido por actitud descollante, respondí.

- Ahora sólo falta la tercera parte, suspiró.

La entrega

El día transcurría lánguido y perezoso. Después de nuestra escaramuza de sadomasoquismo del mediodía, nos habíamos dados un baño en la piscina. Su cuerpo era un bellísimo muestrario de marcas. La espalda, el culo, las tetas, el pecho, el vientre, los muslos. Salvo su cabeza y su cuello nada había escapado a la lacerante huella del látigo y de la vara. Era extraordinario el poder afrodisíaco que esos vestigios provocaban en mí. Era mirar las señales e inmediatamente volvían a mi recuerdo las memorables escenas que habíamos vivido. Ella no profirió ninguna queja, ningún reproche. Había aceptado esa sesión de tortura y suplicio como un escalón necesario de nuestra consolidación. Ahora debía aceptar que era algo que se iba a repetir a menudo como un elemento esencial de nuestra convivencia sexual.

Luego -siempre desnudos, amparados por la soledad de la casona- habíamos almorzado una docena de emparedados tumbados a la sombra de la arboleda. En ese mismo lugar habíamos cabeceado una corta siesta y habíamos reanudado nuestro descanso dominical al lado de la pileta.

Hicimos unos largos dentro de ella, tomamos unos mates con bizcochos, dejamos que transcurriera la tarde ensimismados en nuestros propios pensamientos mutuos. Ya los dos sabíamos lo que queríamos y hacia donde marchábamos. Solamente restaba la confirmación de un secreto a voces. Sin embargo ninguno quería comprar la pieza antes de haberla podido cazar. Cuando pensaba en esto, miraba los costurones del castigo que adornaban el cuerpo de Claudia y el recuerdo de lo vivido me hacía hervir la sangre y endurecer el choto.

Claudia preparó la cena. No habíamos pronunciado palabra alguna ninguno de los dos acerca de la prueba pendiente. Sólo dejábamos que el tiempo transcurriese. Ella sabía que iba a ser hoy, pero ignoraba el cómo, el cuándo y el donde.

Ella había hablado por teléfono con su madre y con Paola, su hija, disculpándose por su ausencia. Su madre, veterana conocedora de los vericuetos de la vida, le dijo que se relajase y disfrutase, que de la nena ya iba a tener tiempo de ocuparse, que era hora que se ocupase de ella misma y se olvidase de los demás.

Desnudos y juntos en la mesa ubicada debajo del tejado aledaño al parque devoramos las exquisiteces que Claudia había preparado para la cena. Luego de limpiar la vajilla y acomodar los utensilios, nos acomodamos en el sillón del salón para ver “La sumisión de Emma Marx”, un video del año 2013, donde Peny Pax, esa eximia actriz porno desplegaba todos sus talentos, los femeninos, los actorales y los sexuales para lograr someterse a los designios del protagonista. Richie Calhoum, acompañados por otra estelar fémina del cine triple X, Riley Reid.

Penny Pax es una actriz que me encanta. Luego de haber visto sus películas de Kink, donde exaltaba sus dotes de sumisa, entregando todos sus orificios al galán de turno y prestando toda su anatomía para el castigo que debía recibir, había caído en mis manos por casualidad este video, al que había visto primero en inglés y, luego, encandilado por sus ideas, su guión y sus imágenes, busqué incansablemente una traducción hasta que la encontré.

Las fotografías se iban repitiendo sin pausa en nuestro plasma. Ya había pasado la introducción, la entrega de la fémina al apetito arrebatador de su poseedor, la femenina espalda y su contiguo culo ya habían soportado azotes y castigos de todo tipo. Se acercaba el momento culminante de la trama, cuando el amo domina violentamente a Penny, la disciplina y la somete a una lacerante violación, forzando todas y cada una de sus entradas.

La agresiva pija del dueño de la sumisa ingresaba a su boca y no se detenía hasta encontrar el fondo de la cavidad, incrementando la penetración mediante el agarre manual de la nuca y la presión inversa sobre la cabeza de la fémina que entre arcadas y espasmos la regaba de saliva y baba, lubricándola para que luego apuntase sobre su indefenso ano, al que se acercó luego de una inclemente paliza sufrida por su culo que brillaba enrojecido a la luz de los focos. Orgulloso e imperturbable el enhiesto falo del macho irrumpió en el sagrado recinto de la hembra perforando violentamente todas sus defensas, sin hacer caso de sus corcoveos, sacudones, quejidos y gritos. Cuando la sodomización ya estaba totalmente consumada, cuando ni un milímetro de ese palo rocoso quedaba fuera del cobijo del conducto rectal el macho torturó a su víctima retorciendo su clavo ardiente dentro del estrecho tubo. La sacó, manchada y sucia y obligó a la hembra a que se la metiese en la boca para limpiarla. Cuando esto estuvo hecho la retiró, abrió las piernas de la muchacha sin piedad y se la clavó de manera inmisericorde, perforando sus entrañas para llegar al cuello de su matriz. Allí serruchó incansablemente hasta que la extrajo, se pajeó y derramo el lácteo contenido sobre el rostro de la violentada, especialmente sobre sus ojos y su boca. Con la cabeza del pene desparramó el semen sobre el rostro de la chica y luego introdujo nuevamente el miembro en su boca para que lo limpiara. Luego de unos instantes lo sacó, la obligó a abrir la boca apretando la comisura de los labios, apuntó y una meada briosa cayó sobre la lengua y el paladar de la muchacha, que, sorprendida totalmente por esta acción inesperada, vio su boca colmada por el amargo líquido. Cuando el nivel amenazaba con derramarse por sus labios él le cerró la boca y le oprimió la nariz obligándola a tragar todo el contenido de sus fauces. Claudia se estremeció apretando su mano sobre mi brazo.

Desmintiendo todo lo que uno podía suponer, cuando transcurrió este hecho, él soltó a Penny, la que iluminó su rostro con una gran sonrisa, lo abrazó y lo besó, agradeciéndole por haberla sometido, violado y meado. Los mensajes de la película iban llegando imperceptiblemente a la mente de Claudia que, sin advertirlo, los iba incorporando subliminalmente y asumía como normales los hechos que desfilaban frente a sus retinas.

Cuando la película finalizó, nos dirigimos -desnudos como estábamos y tomados de la mano- a la habitación. Estábamos en ese camino cuando me desvié hacia el baño, tirando de su mano para que me siguiera.

- ¿Adonde vamos? Inquirió.

- Al baño.

- ¿Juntos?

- Sí.

Me dirigió una mirada que revelaba su sorpresa y su incredulidad. Cuando entramos al tocador la miré y le señalé el inodoro.

- Vos primero...

- ¿Yo primero que?

- Que mees vos primero. Vamos a mear juntos, te estoy diciendo que lo hagas vos primero.

- Pero… juntos… no estoy acostumbrada a ir al baño con otra persona…

- Uno se acostumbra rápido… esta es otra de las cosas nuevas que vamos a hacer… dale… te estoy esperando…

Cuando advirtió que no tenía alternativa se dirigió hacia el artefacto y apoyó el culo sobre la tabla que se encontraba encima de la taza. Bajó la vista, sus piernas estaban cerradas, sus pies cruzados uno sobre el otro.

Me agaché hacia ella, la miré fijamente, la tomé del mentón con mi mano derecha, le subí la cabeza hasta alinearla con la mía, apreté su barbilla con mis dedos.

- ¿Te parece que así yo puedo apreciar algo de lo que estás haciendo? ¿No te parece que deberías abrir las piernas todo lo que puedas y además adelantar las caderas de modo que tu conchita quede lo más cerca posible del borde?

- ¿Te tengo que mostrar?

- ¿Vos que pensás? Estamos acá para compartir cosas, vivencias, sensaciones, no para encerrarnos detrás de paredes que nos ocultan…

- Bueno… una tenue capa rojiza de rubor se esparcía por su rostro, mientras lentamente iba desarrollando las acciones que le había pedido.

- Más abiertas… tomé sus rodillas y le abrí las piernas de manera que su intimidad se exhibiera plenamente… más adelante… coloqué mi mano en su sexo y tiré hacia mí, indicándole que debía adelantar su cuerpo para acercarlo al borde del retrete.

- Si me seguís mirando no sé si voy a poder… acaricié su cabellera, deslicé las manos por sus hombros… apreté sus brazos…

- Claro que vas a poder… acerqué una silla y me senté frente a ella… te espero, cuando puedas y quieras podés mear…

Pasaron algunos segundos. Era palpable su incomodidad como evidente era mi determinación de seguir adelante. El rubor de sus facciones había tornado al rojo furioso cubriendo la totalidad del semblante. Luego de un rato en silencio se destapó su surtidor -en su inauguración pública- y un delgado chorrito dorado comenzó a surgir de sus entrañas saliendo por su sexo y cayendo en el fondo del artefacto donde estaba sentada. De a poco la fuente uretral aumentó su caudal y la erupción urinaria se consolidó hasta que, lentamente, se fue agotando. Cortado el chorro, continuaron cayendo unas gotitas, Claudia elevó la vista dirigiéndola al rollo de papel higiénico que colgaba de la pared que se encontraba detrás de ella. Una vez que lo ubicó extendió su mano derecha tratando de alcanzarlo.

- No, exclamé. Con el papel no.

- ¿Qué? Me tengo que secar. Limpiarme y secarme. No me puedo quedar así.

- Ya sé que no podés quedarte sucia y mojada, pero no te vas a secar con el papel…

- ¿Con qué, entonces?

- Parate y date vuelta.

- ¿Cómo?

- Que te pares y te des vuelta… Claudia hizo lo que le pedía mientras me enviaba una mirada de incredulidad total.

- ¿Y ahora? preguntó parada mirando al inodoro.

- Ahora agachate, apoyá las manos sobre el borde de la taza y abrí las piernas bien abiertas… que tu conchita quede totalmente expuesta y ofrecida para mí…

Girando la cabeza me contempló por sobre su hombro. Sus ojos expresaban su desubicación frente a lo que estaba sucediendo. Pese a ese gesto, hizo lo que le indiqué. Me paré y me acerqué a ella, la tomé por las caderas y me arrodillé detrás suyo. Acerqué mi boca a su concha, cuyos labios había abierto con los dedos, y empecé a lamerla y chuparla. Ordenadamente limpié sus labios mayores, el espacio interlabial, los menores, la unión de estos y el extremo del clítoris para terminar zambullendo mi sinhueso en su túnel vaginal. Lamí el borde de la caverna y, luego, accedí a ésta hasta donde la extensión de mi apéndice lingual me lo permitía. Dediqué varios segundos a la intensiva limpieza hasta que toda su vulva estaba ensalivada. Entonces recogí dentro de mi boca los excedentes salivales y de fluidos que allí habían quedado y, una vez terminada la tarea de aseo, llevé mi boca hasta su orificio anal, donde le estampé un sonoro beso. Le di un cariñoso cachetito en su nalga y me erguí.

- Listo. Espero que estés conforme con la higienización realizada.

- Jamás esperé algo así. La verdad es que no entendía que pasaba ni que ibas a hacer. Pero resultó ser una forma de limpieza placentera y, parece que, eficiente. Comenzó a dirigirse hacia la puerta.

- Esperá un minuto. Falto yo. Me envió una mirada de asombro y de sorpresa.

- Seguro. ¿Me siento en la silla como vos?

- No. Ponete allí, le indiqué el costado derecho del inodoro. Parate allí y arrodillate mirándome. Hizo lo que le decía con un vasto rostro de incomprensión.

- Dame la mano derecha. Se la tomé y encaminé su palma hacia mi fláccido y caído miembro.

- ¿Te la agarro?

- Sí. Agarrala y pelala.

- ¿Pelarla?

- Corré la piel para atrás de manera que quede la cabeza descubierta. Ella realizó lo exigido.

- ¿Así?

- Sí, así. Ahora apuntá bien para que el chorro caiga dentro de la taza, por que si no vamos a hacer un enchastre.

- Voy a intentarlo, dijo entre risas, veré hasta donde mi extensa experiencia en esto me lo permite. Acompañé su hilaridad con alegría.

Comencé a mear, como lo esperaba el chorro impactó contra la tapa del inodoro muy lejos de su destino. Lo corté. Le di un coscorrón en la cabeza, pidiéndole que apuntara bien. Mejoró su prestación y el surtidor comenzó a caer donde debía, dentro de la taza. Cuando ya estaba sintiendo que la meada si iba a agotar corté el chorro, manteniendo un pequeño caudal dentro de mi uretra y de mi vejiga. Giré mi cuerpo hacia ella que continuaba con mi pija en su mano.

- Ahora limpiala con la boca.

Ella comenzó a llevar mi protuberancia hacia sus fauces. Cuando llegó a sus labios sacó la lengua y la lamió íntegramente, luego la colocó dentro de la boca y comenzó a chuparla. Cuidadosamente la sorbía desde la base hasta la punta, lamía la cabeza y sorbía el extremo uretral como queriendo extraer el resto que quedaba.

- Recordá la regla que te enseñé.

- ¿Qué regla? La tomé del pelo, tirándolo hacia atrás, lo que provocó que mi pedazo saliese de su boca y su cabeza quedase un poco inclinada hacia atrás.

- Es la última vez que te lo repito. Todo lo que yo ponga en tu boca, te lo tenés que tragar, no se te puede escapar ni una sola gota. ¿Nos entendimos?

- Sí.

- Muy bien, ahora abrí la boca bien abierta, sacá la lengua y apoyá la punta del cipote en tu lengua.

- ¿Qué vas a hacer? expresó con un claro gesto de asco.

- Hacé lo que te digo.

Ella abrió la boca, sacó la lengua y colocó la cabeza de mi pija sobre el humedecido apéndice que La acogió suave y dulcemente. Tranquilamente me aflojé y dejé que una pequeña cantidad de meada retenida saliese de mi mango y surgiese por el agujerito de su cabeza.

- Tragá y no escupas. Tragátelo todo.

Ella asintió en un mudo gesto de acatamiento y resignación. Como estaban dadas las cosas no existía otra posibilidad que la que yo tenía prevista. El chorrito de meada, muy escaso por cierto, saltó sobre su lengua y cayo directamente dentro de su boca, salvo las gotas finales, cuando la meada decayó, que se derramó sobre su lengua. Retiré mis caderas hacia atrás provocando que el pedazo, que aún se encontraba en su mano, saliese de su lengua.

- Cerrá la boca y tragá todo lo que tengas.

Luego de ver que el líquido discurría por su garganta, me arrodillé a su lado, le tomé la cara, juntando nuestros labios y la besé apasionadamente. Nuestras lenguas se enredaron y la de ella me transmitió el amargo sabor de la orina. La apreté aún más introduciendo mi lengua hasta el fondo de su cavidad bucal. La tomé de la mano, la hice subir y nuestros ojos se encontraron.

- Ahora a coger. ¿Tenés ganas de garchar?

- Con vos siempre tengo ganas.

- Espero que sigas manteniendo esa predisposición siempre.

- Yo espero que siempre te siga gustando.

- Que me gustes es importante pero lo principal es que me satisfagas con tu conducta y tus actos.

La tomé de la mano y juntos nos encaminamos al dormitorio. Llegamos junto al lecho y nos arrojamos sobre la cama, comenzando la eterna lucha de los sexos para obtener la satisfacción total, el poder y el placer, el gozo, la posesión y la gloria. La tercera y última prueba había comenzado, pero eso sólo yo lo sabía.

Mis labios se estrellaron contra los de ella, mi lengua perforó su boca y mis fauces se desplegaron con toda su potencia arrollando todo a su paso mientras sorbían labios, lengua, cara, cuello, orejas, todo lo que encontrasen frente a ella. Mis manos no se quedaron atrás y -mientras hundí una de mis piernas entre las de Claudia obligándola a separarlas y alzando la rodilla hasta alcanzar su sexo- se desplegaban sobre todo su cuerpo. Sus tetas, sus pezones, sus brazos, su vientre, sus costados, todo su ser fue acariciado, amasado, estrujado, apretado, comprimido, aplastado, apretado y maltratado.

Mi rodilla se acercó a su sexo abierto y comenzó a retozar sobre él, refregando su superficie y acariciando rudamente su delicada superficie. Uno de mis dedos se dirigió sin escalas hasta su ano, perforando sin piedad el cerrado anillo hasta que el nudillo de la mano se estrelló contra la superficie de su culo. No era sexo, era un combate a brazo partido, era un enfrentamiento áspero, rudo, violento, donde el deseo se enseñoreaba de las conductas para alcanzar el objetivo final. La posesión total. El dominio íntegro que permitiese el placer integral de los cuerpos y el solaz de los espíritus.

La feroz e impetuosa aproximación inicial se acercaba a su fin. Ahora era menester ir seleccionando los objetivos a someter uno a uno para disfrutar con su suplicio, sometiendo progresivamente el espíritu de la hembra en proceso de domesticación. Mi dedo índice aún se enseñoreaba en su recto, lo extraje, estaba pringoso con su suciedad residual, lo llevé a su boca e hice que lo chupase. Su ceño se contrajo frente al escatológico sabor que recibió, pero consciente de su deber lo engulló íntegro y una lengüeteada enérgica lo dejó humedecido y limpio. El mayor acompañó a aquél dentro de la cavidad bucal, ambos fueron ensalivados para lubricarlos de forma tal que pudieran cumplir la misión encomendada.

Mientras besaba a Claudia desenfrenadamente, le levanté la rodilla izquierda para facilitar el acceso y el índice se aposentó en el esfínter y lo volvió a perforar. Sin piedad y sin espera se agregó a la invasión el mayor y ambos dedos dilataron sin misericordia ese anillo muscular no habituado a semejantes estiramientos. Continuó el beso, exigiéndole que agregara un férreo abrazo y que no bajara la pierna. Cuando ambos dedos ingresaron en toda su extensión, profundicé el ósculo, retiré casi hasta sacar ambos dedos, le agregué el anular y los tres perforaron la argolla de entrada de su recto. La dilatación fue brutal e inesperada. Ella arqueó el cuerpo tratando de escapar de tamaña agresión, una mano se dirigió a mi brazo para retirar a los usurpadores que habían osado invadir el sagrado templo. Rompí el beso, saqué los dedos y una orden seca partió de mis labios. “Quieta”, fue la consigna acompañada de una despiadada cachetada que cruzó su cara, arrojando su cabeza contra el colchón. Luego se sumaron sonoros y dolorosos chirlos impartidos sobre su culo.

Le quedó clara la advertencia, el brazo se apoyó en mi espalda, acercó sus labios a los míos y reanudó el beso interrumpido. En clara señal de sumisión levantó un poco más la pierna liberando aún más el acceso a su tubo anal. Sequé mis dedos en la sábana, ahuequé la mano e introduje seca y cruelmente los tres dedos dentro de su culo. La dilatación fue instantánea y despiadada. Un grito gutural murió en su garganta ahogado por el beso inquebrantable. Un sollozo, émulo del dolor que experimentaba, acompañó sus estremecimientos y temblores. Los dedos continuaron entrando, rasgando el portal de acceso, profundizando el invasor ataque hasta que ya ni hubo más terreno para avanzar. Entonces giraron cruelmente raspando secamente el aro protector que sufría reprimido esta conquista impensada.

Extraje los dedos y mis manos se dirigieron a sus tetas. Con una rodilla acomodé la pierna que ella tenía aún levantada. Al llegar a sus pechos acaricié sus pezones. El cariño fue acompañado por un tierno juego de mi lengua sobre las tetillas que comenzaban a crecer erectándose sobre las coronas de los pechos. Cuando los sentí duros, excitados, congestionados, forme dos pinzas con mis dedos pulgar e índice y los tomé entre ellos, comenzando a apretarlos hasta que quedaron tan aplastados que ambos dedos hicieron tope. Su rostro era un muestrario del tormento que experimentaba. Era evidente que un intenso dolor nacía en esos extremos, se apoderaba de sus tetas. Se irradiaba hacia su médula, la recorría y explotaba en su cerebro. La contracción de sus músculos faciales me excitaba totalmente, sus manos aferraban la sábana a los costados de la cama, su boca se contraía, sus dientes chocaban entre sí, su cuerpo empezaba a contornearse. Volví la mirada a sus aplastados pezones y comencé a retorcerlos. El pellizco agudizó su suplicio, ella arqueó su cuerpo, llevando su cabeza y sus pies hacia atrás, así me ofrecía aún más el altar de su sacrificio, los brazos se tensaban a los costados del cuerpo. Apreté y retorcí aún más. Un grito explotó en sus labios. Claudia estaba empezando a aprender que el piso de su sufrimiento era la comunicación de su dolor. Solté sus pezones y me dirigí a besarla. Al restablecerse la circulación en sus pitones el dolor se agudizó y un nuevo chillido conmovió la habitación.

La besé profundamente. Temía que quedar claro que el único que podía tener la iniciativa era yo. Cacheteé suavemente su mejilla, fue más una caricia que un castigo. Me alcé sobre su cuerpo, miré sus tetas, alcé la mano y azoté fuertemente una y luego la otra. Después fue un revés del azote. Las colinas de sus senos oscilaron sobre su pecho de un lado para otro. Los dientes superiores mordieron el labio inferior, en un intento de sofocar los quejidos y lamentos que el dolor ocasionaba. La miré.

- ¿Qué sentís?

- ¿Ahora?

- Sí. Ahora. Mientras lamía suavemente sus areolas y pezones.

- Dolor. Me duele todo. Es mi primera vez. Tengo que aprender a soportarlo. Estoy haciendo lo que puedo. ¿Te gusta? ¿Estás gozando?

- Me gusta mucho, me estás excitando un montón.

- Soy toda tuya… usame… gózame… poseeme… quiero darte todo el placer que pueda… estoy entregada en cuerpo y alma…

- Lo sé. Siento tu entrega. Estoy disfrutando al máximo. Seguí así.

- Siento tu miembro totalmente duro contra mi pierna. Cuando quieras empalame… o seguime castigando… lo que desees… estoy preparada para darte todo el placer que una hembra te puede brindar…

- Ya me lo estás dando… cuando estés preparada intentá participar más verbalmente… tu voz… sucia… arrastrada… me va a calentar mucho más…

- Lo intentaré…

- Y ahora… putita… vas a conocer lo que es tener dueño y vas a saber lo que siente al ser disciplinada… vas a experimentar el dolor en serio… tu suplicio recién empieza.

Tomé sus cabellos y los tiré hacia atrás. Acerqué mi rostro al de ella. Endurecí mis facciones. Volví a retorcer su pelo entre mis dedos. Se sentía tirante como si su cuero cabelludo estuviera a punto de desprenderse.

- ¿Entendiste, puta de mierda?

- Sí, entendí.

- Sí, ¿qué? Mientras aumentaba el tirón de pelo con la mano izquierda, la derecha sacudió su mejilla con singular potencia haciendo que su rostro se balanceara hacia los lados.

- Sí, señor.

- Muy bien, putarraca. ¿Ves como estás aprendiendo rápido?

- Sí… tengo un excelente maestro.

La besé, acomodé mi cuerpo a su lado, solté el cabello y dirigí mi cabeza hacia su ombligo y desde allí mi lengua fue recorriendo su vientre hasta acercarse al vello que señalaba la cercanía de su sexo. Como consecuencia del dolor sufrido, ella había cerrado las piernas.

- Abrilas… bien abiertas… recordá siempre que cuando estés conmigo tenés que tener una postura de ofrecimiento y entrega… tus aberturas siempre tienen que estar accesibles para que las pueda tomar cuando y como quiera.

- Sí, respondió abriendo inmediatamente las piernas, exhibiendo su concha en toda su grandeza y esplendor.

Acerqué mi mano a su vulva y advertí que estaba sólo ligeramente humedecida. Ella iba a necesitar mucho entrenamiento hasta conseguir que el sufrimiento le provocara placer. Me coloqué entre sus piernas, lamí la cara interior de ambos muslos, sus dos ingles, me acerqué a su hoyo y exhale un caluroso suspiro sobre el mismo. Mi lengua se lanzó venturosa y frenética a lamer el terreno ofrecido. Durante varios minutos convertí ese campo en un lago de saliva, baba y flujo. Cuando sentí que la excitación era suficiente para producir el contraste de estímulos, me elevé y estampé mi palma con todo rigor sobre la cara interna de su muslo, cerca de la rodilla. Seguí con el otro muslo. Los tortazos se repetían uno tras otro, cayendo sobre esa piel indefensa que se enrojecía rápidamente, avanzando las marcas hacia sus ingles, acercándose a su destino final. El llanto corría por su cara, ya no podía reprimir los lamentos, la sensación lacerante se iba apoderando de todo su cuerpo. Mi mano llegó a las ingles. Sus brazos. Inmóviles, estaban a ambos costados de su cuerpo.

- ¿Sabés cómo sigue?

- ¿Me vas a castigar ahí?

Tomé uno de sus labios mayores, lo apreté y lo retorcí.

- ¿Adónde?

- En mi sexo… tomé el otro labio, los junté y los apreté si piedad, retorciéndolos y haciéndolos girar sobre si mismos.

- ¿Adónde?

- En mi vul… dirigí mis dedos hacia su clítoris y empecé a apretarlo, cada vez más fuerte... en mi concha.

- Muy bien. Ahora lo quiero escuchar completo. ¿Cómo sigue?

- Me vas a castigar en la concha.

- ¿Pensás que te va a doler?

- Sí... mucho... creo que va a ser de lo más doloroso… yo tengo el sexo dolorido… no sé si lo voy a poder aguantar…

Acerqué mi boca a su concha, tome un labio entre mis diente y lo mordí. Se estremeció. Me acerqué a su clítoris, lo tomé en la boca, lo sorbí, lo apreté con mis dientes.

- ¿Muerdo?

- Como mi señor quiera, dijo mientras abría aún más sus piernas acentuando su ofrecimiento y entrega.

Mientras sostenía su extremo con los dientes, lo lamí reiteradamente, sentía como su temperatura crecía, sus piernas se tensionaban en torno míos, mi índice ingresó en su gruta, la acarició desde dentro, cual pequeña pija, entraba y salía resbalando sobre las paredes del tubo de placer, una caricia se sumaba a otra caricia, un dedo se agregó a otro dedo y ambos continuaron la caricia vaginal, inmersos en una lluvia de flujo y jugo que salía por su puerta y corría por sus ingles. Cada vez su calor era mayor, los dedos juguetones ya estaban totalmente humedecidos, en una de esas salidas, decidieron recorrer los dos conductos vecinos, uno por cada lado, dentro las puntas se juntaban tocándose a través de las delgadas membranas que separaban ambos tubos. Con su ir y venir incesante, con la caricia constante de la lengua, se sentía el estremecimiento de sus músculos y tendones, sus extremidades se extendían y templaban, sus piernas rodearon mi cuello, cruzándose por detrás y comprimiendo mi cabeza contra su cérvix. Su gozo se paladeaba en sus quejidos, sorbí su clítoris estirándolo y dilatándolo extrayéndolo de su funda, al mismo tiempo que la lengua lamía el extremo sensible que palpitaba al compás de los estímulos que recibía. Su orgasmo explotó sonoramente arropado por un sentido quejido que llenó el ambiente.

No paré hasta que ella tomó mi cabeza con sus manos en un mudo ruego de tolerancia y comprensión, pedía una pausa y estaba dispuesto a dársela. Mi miembro henchido se endurecía cada vez más, suplicando el derecho a su propio placer, mientras rendía un silencioso homenaje a la belleza de aquella mujer, a su pasión de hembra en celo, a la entrega de una sumisa potencial que estaba naciendo a una realidad impensada.

Me eché a su lado acariciando mi pija mientras la dejaba reponerse de su cercano éxtasis. No medió ninguna palabra, ninguna orden, ninguna insinuación. En un momento, sorpresivamente, se incorporó, apoyó su mano empujando mi pecho para que terminase de recostarme y su boca comenzó a recorrer el largo camino que partía de mi cuello y llegaba a mi sexo. En ese peregrinaje su lengua fue dejando una estela de saliva sobre mi piel, recorrió mi pecho, mamó mis tetillas, hurgó en mi ombligo y finalmente arribó a su destino.

Claudia acomodó su cuerpo entre mis piernas, las empujó para que las abriese y levantase las rodillas, colocó mis talones sobre sus hombros y delicadamente tomo la envoltura testicular, levantándola, colocando su boca por debajo y con la lengua estirada al máximo tocó con su mojada y filosa punta el seno de la zanja de mi culo, tan lejos como podía llegar. Ella levantó aún más mis piernas. La torsión era total, las rodillas se ubicaban cerca de mis costillas, mi agujero se exhibía impúdicamente a la luz del mundo cuando fue invadido por el celestial juego de un guante húmedo que se dedicó a recorrer la trinchera que separaba los cachetes en búsqueda del cráter volcánico en ella escondido.

Su apéndice bucal encontró una consistencia asombrosa cuando atacó el reducto, venció la muralla e ingresó victoriosa al recinto dorado de los dioses. La sensación era sublime, no existen palabras que lo puedan explicar, ese tronco húmedo penetrando mi ano, lamiendo las paredes del anillo, ingresando en el tubo, lamiendo mis entrañas, estaba llegando a un placer sublime y desconocido. Era increíble como esa hembra, tan ignorante, tan rústica, tan reprimida hasta hace muy poco ahora explotaba de una manera increíble haciéndome alcanzar los umbrales del Olimpo.

Después de jugar y divertirse en la brecha producida, comenzó a trazar su propio camino ascendente, llegó a la base de mis bolas, recorrió las ingles, paseó ufana y victoriosa por mis huevos. Orgullosa de si misma se atrevió a hurgar en la base del miembro, circundándolo, volvió a transitar por las protuberancias testiculares. Claudia colocó un dedo ensalivado sobre mi ano y presionando ligeramente comenzó a acariciarlo, introduciendo la yema dentro de mi esfínter. Apoyé mis manos sobre su nuca, sin presionarla para que se sintiese acompañada en el paseo de la victoria. La gladiadora enarbolaba el húmedo tridente del triunfo y se decidió a ir en búsqueda de su coronación.

Comenzó por la base, lamiendo la pija cual helado, llegó a la cabeza, recorrió el borde que la separa del tronco, lamió el glande, abrió con sus dedos el esfínter uretral y lamió las paredes interiores del pequeño ojal, volvió a chupar la cabeza y, sin aviso alguno, se lanzó sobre el obelisco tragándolo casi hasta la mitad. Ya dentro de su boca la traviesa lengua alcanzó el frenillo y sus zonas adyacentes, lamió mientras chupaba. Su cabeza subía y bajaba en un incesante devenir generador de éxtasis y placer.

Su boca intentaba avanzar, tragar, absorber la totalidad del varonil miembro, llegó hasta donde pudo, regó con su baba el tronco ingerido, fue y vino, pero alcanzó un momento en el cual ya no pudo avanzar. Claudia levantó la cabeza.

- Por favor, ayudame, quiero tragarla toda… sola no puedo…

Cuando volvió a engullir el miembro, comencé a presionar la cabeza hacia abajo con las manos que tenía apoyadas en su nuca, cuando la punta hizo tope, la fui revolviendo para que se acomodara, le tiré del pelo para que levantara un poco la cabeza de manera de alinear boca y garganta. Era el momento, volví a su nuca y apreté. Se ahogó, ríos de baba y saliva salían de ocupada boca, llovían sobre mi pelvis y corrían por mis ingles. El órgano firme y rígido avanzó en la búsqueda de las profundidades bucales. Las arcadas y los espasmos se sucedían, el manantial del néctar bucal seguía produciendo. Yo revolvía el extremo de mi placer dentro de la cálida cavidad que la acogía. Estaba por acabar y aún no quería hacerlo. Tiré de su cabello hacia arriba para retirar la boca de mi coloso.

- Estoy muy caliente… todavía no quiero terminar…

- Muy bien, amo.

Apoyó la cabeza sobre una de mis piernas y se dedicó a jugar con su lengua sobre la bolsa de mis huevos. No era lo mismo, pero también aumentaba la calentura. Volví a tirarle del pelo para que cesara en su caricia. Se irguió, me miró sonriente, juntó mis piernas, se subió sobre ellas como si me montara y colocó su concha y su culo sobre mi endurecida pija.

- ¿Por cuál de los dos, patrón?

- Creo que ya conocés mis preferencias, puta.

- Bien amo, yo me abro los cantos, usted apunta, emboca y los dos empujamos. ¿Le parece bien, señor?

- Perfecto. Me parece perfecto.

Llevó los extremos de sus dedos a su boca, los lamió y humedeció, escupió sobre ellos para juntar una buena cantidad de saliva y los dirigió a su orto para remojarlo y facilitar la entrada. Cuando lo hizo, tomó sus globos con sus manos y los abrió al extremo en un colosal esfuerzo para liberar su abertura y permitir el mayor grado de entrada. Coloqué la cabeza en su ano y comencé a presionar hacia arriba. Ella, con una sonrisa, fue dejando caer el cuerpo sobre la barrena colocada en la salida del hoyo. Sentí como su ojete se abría, ella lo iba dilatando para que mi mecha pudiese perforar su anatomía. Dejé de empujar para que ella maniobrase conforme a sus sensaciones. Con sus ojos cerrados, sus manos abriendo sus cachetes cada vez más, sentí como la cabeza iba ingresando lentamente al conducto, como se iba abriendo camino, como iba tomando posesión del terreno invadido. De pronto, soltó un suspiro y percibí que la cabeza ya había atravesado totalmente el músculo y navegaba libremente en el interior del recto. El tronco hacía esfuerzos por entrar. Más bien, ella hacía esfuerzos para que el tronco entrase. De a poco, fue engullendo el palo hasta que casi su totalidad estaba dentro de sus entrañas. Abrió los ojos y me miró.

- Por favor ayudame, no sé cómo seguir.

- ¿Seguir? No entiendo.

- Quiero hacerte el amor… sola no puedo…

- ¿Amor?, esto es sexo puro y duro, no sé de qué amor me estás hablando. No te puedo ayudar si no entiendo lo que querés y para entenderte tenés que hablar claro. Una manifiesta tonalidad rojiza se esparcía por su rostro. Ella sabía lo que tenía que decir pero las palabras se le atragantaban en la garganta.

- Quiero… cogerte… por el culo… yo arriba… sola no puedo… no sé hacerlo… ayudame, por favor. Una sonrisa iluminó mi cara, seguida por otra en la de ella como símbolo de haber sacrificado su vergüenza en el altar del diálogo, del sexo y del placer.

- Mantené el culo abierto… seguí mis indicaciones…

La tomé de su cintura y tiré hacia abajo, al mismo tiempo que un fuerte empujón de mis caderas hacia arriba terminó de incrustar mi pija dentro de su culo. El acto final del empalamiento anal lo debió haber sentido como si su cuerpo se desgarrase al medio o, al menos, eso demostró la mueca desgarradora que se dibujó en su semblante…

- Sí, amo, hasta el fondo, más adentro por favor, rómpame el culo completamente, destrócelo que para eso es suyo, hágame sentir que le pertenezco, que soy su propiedad, su esclava, más adentro, por favor… Más adentro era imposible, salvo que le metiese los huevos también adentro del intestino.

- Ahora, subí y bajá, mientras yo hago lo mismo, cuando yo bajo vos subís y cuando yo empujo para arriba, vos te dejás caer. En todo momento mantené el orto lo más cerrado y apretado posible para aumentar la intensidad del roce. ¿Nos entendimos?

- Sí, maestro, entendí perfectamente.

Comenzamos lentamente el serrucho del sexo eterno. Cuando la sacábamos el glande quedaba colocado dentro del anillo y cuando la metíamos, las bolas golpeaban contra el canto de su agrietado culo. Mientras nos cogíamos mutuamente mi mano acariciaba el botón de su placer provocando estremecimientos y suspiros. De pronto sentí claramente la contracción de su ano, sus manos apretando mis muslos, su boca abierta al calor, el quejido interminable del gozo supremo nuevamente iluminó su rostro.

Ella detuvo su movimiento unos instantes con el cipote completamente enterrado en sus vísceras. Su músculo contraído apretada la base del tarugo mientras la cabeza no encontraba limites dentro de su entraña. Su voz surgió súbitamente y sin aviso.

- Tu esclava se portó mal.

- ¿Sí?

- Sí. Es una chica muy traviesa y desobediente.

- Ya lo sabía, pero ¿porqué me lo decís?

- Tu mina acabó varias veces sin permiso. No sólo acabó si no que lo hizo con una intensidad que no conocía. Tuvo orgasmos que la estremecieron, gozó como la perra que es, sin pedir la autorización correspondiente.

- ¿Entonces?

- Tu hembra merece un castigo… un duro castigo… tenés que enseñarle a ser obediente y sumisa, a someterse a tu autoridad y a respetarte… se está burlando de vos… de su amo…

- ¿Te parece?

- Sí. Se lo merece.

- ¿Muy duro?

- Sí, muy duro… sus faltas fueron muy graves y encima reiteradas…

- Creo que tenés razón… te merecés un castigo fuerte y duro.

- Pégame… castigame… haceme sentir tu autoridad, tu fuerza… quebrame… que me sienta como la esclava que soy… hacé que el dolor forme parte de mi placer, que el ardor de mi piel y el calvario de mi cuerpo me enseñen el verdadero camino de la sumisión y el sometimiento… soy verdaderamente tuya… estoy totalmente entregada… no son palabras son sentimientos… aceptá mi entrega haciéndome sentir el rigor de tu posesión, que mi piel enrojecida sea la bandera de mi vasallaje y te haga sentir el amo victorioso de esta hembra que lo único que quiere es complacerte… Pegame… pegame… pegame… mucho y muy fuerte… dominame… someteme…

- Cruzá las manos detrás de tu nuca y no las muevas a ahí hasta que te autorice.

No había terminado de pronunciar esta frase, que ambas extremidades volaron hacia la altura y se cruzaron detrás de su cerviz. Empujé los codos hacia atrás para lograr que sus tetas se exhibiesen aún más. Cayó el primer azote sobre su nalga, ella comenzó a girar sus caderas para mantener mi erección dentro de su cuerpo. Mi otra mano se dirigió a sus tetas y las castigó varias veces. Los pechos se balancearon subiendo y bajando, yendo de lado a lado. Tomé su pezón, lo apreté y lo retorcí. Los quejidos salían a borbotones de sus fauces. Castigué la parte interna de sus muslos, lancé un par de chirlos sobre su concha. Los quejidos fueron gritos y los gritos se transformaron en aullidos. Una lluvia de leñazos cayó sobre su indefenso culo que se debía estar llenando de moretones y cardenales. Aunque no los viera, la temperatura de esa piel, los gestos de su cara, las muecas de dolor, los estremecimientos de aflicción que recorrían su cuerpo, eran claros exponentes, todos ellos, del padecimiento de ese joven cuerpo de hembra entregada para mi placer.

Con sus ojos cerrados ella soportaba los trallazos que caían sobre su cuerpo. Su cadera oscilaba circularmente y luego subía y bajaba, sus quejidos y sollozos seguían acompañando su disciplinamiento. Ella era consciente de haberlo provocado y de haberlo querido. Sabía cómo me excitaba esa golpiza y contribuía a exacerbar mi ímpetu. Cacheteé su rostro, de ida y de vuelta. Sus mejillas se sacudieron como tela al viento. Estaba decidido a llevarla hasta el último rincón del sometimiento, hasta el fondo de su humillación para que se postrase ante mí y supiese que de su sumisión no había retorno… que si aceptaba su esclavitud no había liberación posible…

- Así… sí… sí… más fuerte… dominame… demostrame tu poder y tu fuerza… hacé que me sienta una puta arrastrada… tu puta… tu mina… la que te entrega todo su cuerpo… la que lo único que quiere es que disfrutes de su sufrimiento… la que quiere que su dolor sea el motor de tu deseo y de tu lujuria… poseeme… enseñame… adiéstrame… someteme… que mi cuerpo sienta quien manda… pegame para que aprenda a ser más puta, más arrastrada, para que pueda satisfacer mejor todos tus deseos… necesito educarme, necesito saber que no tengo ni derecho a gozar sin tu permiso, que mi placer te pertenece como mi cuerpo es tuyo, mi cuerpo y mi alma… toda yo soy tuya…

- Sos totalmente mía y vas a sufrir y padecer esa propiedad, vas a sentir quien es tu amo y quien te va a hacer experimentar el rigor del castigo y la esclavitud…

- Sí… hacé que mis tripas se conmuevan con tu posesión… humíllame… pisotéame… demostrame que soy nada ante tu poder y tu fuerza… llename el culo con tu leche, regame las tripas con tu semen… rompeme el orto totalmente…

La agarré del pelo, lo retorcí, lo tiré hasta casi arrancárselo y al mismo tiempo cacheteaba sus tetas de un lado a otro, los impactos resonaban en la habitación. Mi mano golpeaba sobre los cachetes de su culo, las nalgas rebotaban, saltaban como si fuese informes masas gelatinosas. El calor de esos músculos demostraba el ardor y el dolor que irradiaban.

Mi mano se encaminó hacia la mata de vello púbico que coronaba el extremo superior de su concha. Tomé el mechón entre mus dedos, aprehendiendo toda su pelosidad. Retiré mi miembro arrastrando los pelos asidos por mis dedos, tensando la piel subyacente. Una mirada de espeluznante espanto salió de sus pupilas, acompañada un instante después por un grito desgarrador que denotaba la aflicción que estaba padeciendo. El dolor debía ser insufrible. Su rostro se desfiguraba cada vez que la mano que tiraba del vello se alejaba de su cuerpo que era mantenido a distancia por mi otra mano colocada sobre su vientre. Cuando la mueca de su boca transfigurada empezó a dejar caer saliva a raudales por sus comisuras intentó llevar su mano a su panza para aliviar el suplicio. Al instante se la tomé con la mano que contenía el vientre y le retorcí la muñeca.

- Ya te dije varias veces que no intentes evitar que haga lo que quiero. Parece que todavía no lo entendiste, así que te lo voy a explicar de otra manera.

Interpretando que ella estaba cerca de alcanzar el límite de su resistencia, aflojé la tensión sobre su mata vellosa hasta que la solté del todo, haciendo que la pellejo estirado retornara a su lugar. Mi mano izquierda mantuvo la torsión que ya existía sobre el brazo derecho de ella, mientras mi mano derecha fue hacia su pezón, lo tomó y lo enroscó sobre si mismo, hasta que la palidez invadió su cara. Entonces, vertiginosamente bajo y tomó en pinza el erecto clítoris de la hembra, resbaloso por los fluidos emitidos, por lo que hincó las uñas sobre el congestionado cilindro, girándolo y arqueándolo, provocando una ola de dolor imparable que se extendió desde el vértice superior de su concha hasta su invadir totalmente su humanidad. Sus gritos recorrían la habitación acompañando a su cuerpo que se retorcía convulsivamente, mi excitación superaba todo lo conocido. Cuando su palidez ya era patética aflojé la presión y dejé que el clítoris retornase a su posición habitual.

- Espero que hayas entendido el mensaje…

- Siiiii… fue su respuesta acongojada.

- Lo único que deseo es que hayas aprendido que jamás debés intentar impedir que haga algo. ¿Te quedó claro?

- Si… por Dios… ni aún en lo peor del castigo de hoy sufrí lo que sufrí ahora… jamás sentí tanto dolor… tanto y tan desgarrante… estaba al borde del desmayo… cuando te lo proponés sos impiadoso… cuando querés castigarme parece que no tuvieras límites… el dolor corría por mi columna, me taladraba las sienes, me irrumpía en el cerebro, me estallaba dentro del cráneo…

- Obedecé, sometete, entregate. Podés estar segura que te voy a conquistar y para eso te voy a domar sin piedad ni compasión, te voy a tratar como lo que sos, una potranca silvestre y salvaje que se retoba cuando su dueño intenta domarla. Te voy a llevar a los límites de tu humillación para que sientas claramente tu claudicación frente a mi vasallaje impetuoso e imparable. Hasta ahora no demostraste estar arrepentida de tu conducta, así que creo que es necesario seguir amansándote hasta que te conviertas en una hembra sumisa y obediente.

- Perdón… estoy arrepentida… no me quise rebelar… ni resistir… sólo fue un movimiento instintivo… señor, perdóneme… por favor, perdóneme…

- Puta, ¿entendiste quien es el amo?

- Sí señor. Juro que voy a ser una esclava obediente y dedicada a mi señor.

- ¿Querés más, perra?

- Cómo mi señor disponga. Todo mi ser está a su disposición para satisfacerlo con mi dolor y con mi placer, como usted disponga.

- Así me gusta, zorra, que tengas claro quién manda. Hacete una paja.

Dejé de castigarla. Ella llevó su mano a su concha, abrió sus labios vulvares y empezó a acariciarse el clítoris. Mientras tanto movía su cuerpo, subiendo y bajando sus caderas. Ahora era ella sola la que hacía el sube y baja. Llevaba y traía su argolla anal excitando mi miembro. Ese devenir fue incrementando mi fogosidad, mi temperatura subía, mi calentura aumentaba en mis sienes y nuevamente sentía como se iba amontonando la leche en su desesperado intento de abandonar mi cuerpo. La miré, ella subía y bajaba con sus ojos cerrados. Parecía disfrutar plenamente de la experiencia, tanto en su ano como en su clítoris. Metió un dedo en su vagina. Lo metía y lo sacaba. Después fueron dos… Yo ya no podía aguantar más.

- Paremos, porque si no voy a acabar.

- Yo también estaba cerca.

- No quiero terminar así.

- Como mande, jefe. Estoy a su disposición.

- Sacala lentamente, cuando esté afuera limpiala con la boca y la lengua. Lavala bien para que no quede en la pija ningún resto de tu culo. Metétela en la boca hasta el fondo y dejala brillante y lustrada para la próxima cogida.

Ella la extrajo de su entraña, la tomó en sus manos y comenzó a deslizar su lengua por toda su superficie, luego la engulló lentamente pero sin parar hasta que todo el miembro había desaparecido dentro de su boca. La estaba higienizando concienzudamente. Había entendido la consigna y la estaba desarrollando a la perfección. Acaricié su pelo, deslicé mis dedos entre sus cabellos.

- Bien Claudia, te estás comportando a la perfección.

- Gracias, amo.

- La verdad no se agradece, se merece y vos te la estás ganando con el dolor de tu propio culo.

- De mi culo, de mis tetas, de mis piernas, de mi concha, de mi cara y de cualquier otro lugar que mi dueño desee utilizar para mi castigo.

- Ahora nos vamos a mandar una flor de cogida, desenfrenada, lasciva, lujuriosa, pero va a ser una cogida seria, pura concha y nada más, por eso te exigí que la limpiases bien. Acostate boca arriba, abrí bien las patas, levantalas y entregá tu sexo para celebrar la culminación del ritual de nuestro desaforado acople.

- Mi concha es tuya para lo que quieras.

Se recostó, abrió las piernas, las levantó totalmente, se la sostuvo de las corvas de las rodillas y suplicó que se la metiese. Me acosté sobre ella, nos besamos intensamente, ella acarició mi cabello, apunté y se la clavé de un solo envión haciendo que la cabeza se estrellase contra el cuello de su matriz.

Mi pija navegaba con suma comodidad dentro del tubo de Claudia que estaba totalmente saturado con su lubricación natural. En medio del frenético mete - saca sentí la necesidad de completar la penetración con otro estímulo que me llevase más cerca del paraíso orgásmico. Nuestras humanidades estaban coitando más allá de la razón, sumergidas en la furiosa locura de nuestra cópula animal. Percibí que la extrema elevación de las piernas de Claudia me permitía el libre acceso a sus dos agujeros inferiores. Sin dudarlo, interrumpí el beso, sumergí el índice derecho en mi boca, lo salivé escrupulosa e intensamente y cuando estuvo totalmente pringado de mi emulsión bucal lo extraje y lo llevé rápidamente a su acceso posterior, perforando la cerrazón anal con una intromisión directa que habilitó sin más trámite el ingreso de mi dedo a su conducto intestinal. Un leve estremecimiento en el cuerpo de Claudia me reveló que había percibido la invasión realizada. No hubo protestas. No podía haberlas. Comencé a girar el dedo para afianzar la dilatación del esfínter. Perforé con contundencia la defensa de ese túnel hasta que terminé de derrumbar su resistencia instintiva. Debido a la dilatación que producía mi pija en la vagina, el estiramiento suplementario que el dedo producía no era gratis para Claudia, que esta experimentando por primera vez conmigo la dolorosa sensación de tener sus dos agujeros ocupados al mismo tiempo. Hubiera sido preferible hacerla sentir una doble penetración en toda regla, pero no tenía otra pija para ofrecerle. Sin embargo, si este intento resultaba ya encontraría un adecuado sustituto.

Cuando ya mi índice había entrado hasta su coyuntura con la palma de la mano, girando como si fuese un trépano humano, lo retiré hasta que salió de su hábitat. En la puerta de ese culo que el destino me había regalado arrimé el mayor al anular saliente y juntos los apunté al estrecho hoyo recién abandonado, de manera que ingresaron antes que el músculo pudiera retraerse. El ingreso de ambos dedos no fue inadvertido por mi hembra con se contrajo involuntariamente frente al ataque impiadoso que estaba sufriendo. Tampoco hubo protestas. Tampoco podía haberlas. Cuando ambos dedos habían entrado totalmente en el ceñido caño, comencé a rotarlos afianzando el avance progresivo realizado. Con ambos apéndices insertados en lo más recóndito de su canal procedí a arquearlos hacia delante de manera que tocaran con la cara anterior del glande que circulaba vertiginosamente por el otro tubo. La delgadez de las membranas internas del cuerpo femenino hizo que el contacto se sintiese como una caricia directa sobre el pene copulante. Empecé a jugar con mis dedos sobre la cabeza profundizando la caricia lo que me acercó aún más al paraíso orgásmico que buscaba.

Evidentemente la doble introducción en el cuerpo de Claudia así como la extrema dilatación que ella provocaba en los tubos inferiores de su masa corporal no eran demasiado estimulantes para ella que soportaba estoicamente este nuevo tormento que le aplicaba en un silencioso sacrificio para mi mejor placer.

Saqué ambos dedos en un súbito movimiento que si bien alivió sus dilatadas expansiones también ocasionó un brusco cambio en su situación que no dejó de traerle nuevas sensaciones penosas en su abanico de torturas y suplicios. Pero aún no había acabado mi experimento dual. Aguardé unos instantes para que el esfínter se contrajera adoptando su medida normal, lo que constaté mediante una sencilla caricia manual de la esclusa de cierre del adorado canal culear. Llevé mi mano derecha al costado del lecho, a aquel lugar donde había colocado clandestinamente un dildo de respetables dimensiones. Cuando me pareció adecuado, tomé y lo orienté sin preámbulos hacia el agujero rectal y lo penetré cruelmente y sin vacilación alguna. El consolador destrozó el umbral fecal, desplazando todo en su avance hasta que estuvo dentro del canal. Al padecer la brutal intromisión ella interrumpió el beso, retirando la cabeza hacia atrás y arqueando el cuerpo, en una palpable demostración del padecimiento de su torturado cuerpo. En respuesta a ello, empujé aún más hacia dentro el intruso, logrando que se adentrara íntegramente en la humanidad dominada, proyectando el aura dolorosa del tormento infligido. Con mi pija adentrada como dueña del camino delantero y el artificial instrumento dominando la vía trasera, procedí a girar el dildo de manera de subyugar aún más la muralla derribada y domar a la propietaria de los orificios violados. Intensificando mi placer hice que el consolador tocase a punta de mi miembro acariciándolo y cuando ello se produjo, deslicé la perilla del interruptor de forma tal que comenzó a vibrar en su máxima intensidad. Esto profundizó la tensión corporal de la hembra en domesticación, pese a lo cual no me amilané y seguí girando y extrayendo e introduciendo al diabólico proyectil en las vísceras digestivas de mi candidata a la sumisión.

- ¿Sentís como te estoy rompiendo tus dos agujeros al mismo tiempo?

- Sí… me estás destrozando… siento como si mis paredes se desgarran…

- ¿Querés que te meta algo más? ¿Un dedo… otro consolador? ¿Dónde lo querés, puta, en la concha o en el culo?

- No… por favor… nada más… no puedo soportar más alargamiento de mis agujeros… están dilatados al máximo… ¿hasta donde me los querés estirar?... ¿hasta que se rajen?...

- No estoy haciendo otra cosa que tratarte como la puta que sos… tu cuerpo solamente sirve para darme placer y satisfacción y todo lo que aumente mi excitación está bien hecho… no es mala idea aumentar la tensión de tus anillos y conductos hasta que se rajen y sangren… una rotura de culo y concha en toda regla… ¿qué te parece?

- Por Dios… no… violame… torturame… someteme… domame… pero no me lastimes… si me estropeas no voy a poder seguir sirviéndote y satisfaciéndote… es mejor torturarme sin lastimarme tanto… por favor… teneme piedad, compasión… por favor, te lo suplico, te lo imploro…

Cuando sentía que estaba cerca del orgasmo y la eyaculación, extraje el infernal entrometido de la mujeril entraña y lo dejé a un costado de la cama, me concentré en la cogida vaginal intensificando los movimientos de mi falo en su pertinaz tarea de acariciar las membranas vaginales de la fémina que yacía debajo de mí.

- Sí… así… fuerte… como recién… reventame… demostrame que sos el macho de esta yunta… sacámela por la boca… reventame las tripas…

- Sí… puta… mové la concha… quiero regar tu tubo con mi leche, llenarte de esperma las entrañas…

- Dame el consolador.

Se lo entregué. Lo tomó y con una traviesa sonrisa previa lo llevó a su boca y comenzó a chuparlo como si fuese un caramelo. Sus ojos brillaban como si la divirtiese mucho la travesura que estaba realizando. Tomé el dildo, lo extraje de su boca y lo tiré a un costado.

- ¿Te duelen mucho los agujeros?

- Mucho… mucho, mucho… parece como si tuviese las paredes desgarradas… rotas… rajadas…

- Andate acostumbrando… ya vas a tener dos pijas verdaderas rompiendo tus agujeros y eso es mucho más excitante para mí y doloroso para vos que la pequeña incursión que realizamos recién…

- Soy toda tuya y podés hacer conmigo lo que quieras… pero tenés que darme tiempo para que me acostumbre…

Le clavé la pija hasta el mango. Metí la mano en medio de nuestros cuerpos y mientras seguíamos con nuestra infernal danza copular, comencé acariciarle el clítoris. Era el placer como devolución del dolor. Sus quejidos se incrementaron en cantidad y en intensidad. Su cuerpo se fue tensionando como introito del goce estelar y supremo. Sentí la leche en la punta de mi miembro dispuesta a salir escupida hacia su interioridad uterina.

- Puta, ¿estás lista? ¿vamos? ¿ahora?

- Ahora… vamos… juntos…

- Siiiiiiiii… Ahhhhhh… aullaron nuestras gargantas al unísono.

Las sacudidas conmocionaron nuestros cuerpos, juntos nos arrojamos dentro del paraíso de placer total y estallamos en un salvaje bramido conjunto de éxtasis mientras mi leche se esparcía furiosamente dentro de su vagina que se contraía rítmicamente acariciando y exprimiendo mi miembro. Terminamos juntos, exhaustos, agotados. Mi cuerpo cayó sobre el de ella que soportó su peso sin una queja. El silencio solidario nos arropó en nuestra extenuación. Abrazados, con mi pija flácida y fofa aún dentro de su cavidad. Fuimos recobrando la regularidad de nuestras respiraciones. Al rato, ya repuestos, nos miramos, nos sonreímos, nos abrazamos, nos cobijamos en nuestro amor y nuestra dominación, nos hablamos sin palabras en el silencioso idioma universal de los amantes.

El tiempo había pasado, lo que quedaba de mi gloriosa pija había salido sola de su caluroso y cariñoso alojamiento y ahora descansaba en normal flaccidez. Nos dedicamos a descansar. Logramos que nuestras respiraciones y nuestros latidos volviesen a su rítmica normalidad. Reposábamos, lo necesitábamos. Acaricié sus cabellos. Ella apretó su mano colocada sobre mi brazo.

Cuando consideré que era el momento me alejé un poco de ella, la observé, le agarré el pelo con mi mano derecha, giré sobre mi mismo y me erguí. Me senté en el borde del lecho y la contemplé. Seguía acostada con su cabello tirante en mi mano y sus ojos enderezados hacia mi cara en un mudo signo de interrogación acerca del curso próximo de la situación. Moví mi brazo y arrastré su cabeza tirando del pelo. Su cuerpo siguió a su testa en un gesto instintivo para tratar de disminuir el dolor resultante de la rígida tensión de su melena.

- Vení.

Enderecé mi cuerpo alzándome sobre el piso de la habitación. Tras de mí traía el cuerpo de Claudia, arrastrada por la tirantez de sus cabellos. Ella trataba de acompañar los movimientos de la mejor forma que podía pero no hizo ningún gesto defensivo pese a que los gestos de su faz demostraban que le dolía y parecía que bastante. Aflojé un poco la tensión para permitirle que se parase a mi lado. Cuando lo hizo la llevé un poco más lejos de la cama. Llegó al lugar por mí deseado y allí la enfrenté, dedicándole una mirada directa y profunda, dominante para que sintiese claramente en su cuerpo que estaba totalmente sojuzgada a mí.

- Arrodillate. Lo hizo y la seguí mirando para que siguiese sintiendo mi despótica dominación.

- Sí, señor.

- Escuchame bien. ¿Recordás la regla que te enseñé?

- ¿La de tragar y no derramar nada?

- Exactamente. Esa. ¿La recordás?

- Sí. Me acuerdo perfectamente.

- Bien. Ahora vas a recibir lo que de, pero no lo vas a tragar de inmediato. Lo vas a mantener en la boca hasta que te ordene tragar. Cuando te exija que tragues lo hacés. ¿Entendiste?

- Si, señor.

- No va a suceder de una sola vez si no por etapas. Así que cuando te mande tragar ingerir te mandás para adentro lo que tengas en la boca, volvés a recibir y así seguimos. ¿Está claro?

- Muy claro.

- ¿Sabés lo que va a pasar?

- No, pero lo intuyo.

- ¿Algo para decir?

- Nada de lo que pueda decir va a cambiar el curso de las cosas, así que para qué voy a quejarme.

- Es verdad. Estoy decidido a llevarte a la mayor de las profundidades en tu sometimiento, a doblegarte totalmente. Quiero que sientas lo que es tener un dueño, lo que es ser propiedad de alguien y que experimentes la sensación de la humillación total.

- Estoy dispuesta a obedecer todo lo que me mande, a hacer lo que me ordene, no importa lo que sea. Lléveme al fondo del infierno si quiere, amo, pero acompáñeme en el viaje.

- ¿Qué sentís frente a lo que viene? A lo que se te viene.

- No sé. Es una mezcla de sensaciones. Algo de asco, otro poco de vergüenza y por otro lado, orgullo de ser la destinataria de las atenciones de mi dueño y señor y de tener la posibilidad de atravesar tantas sensaciones nuevas.

- ¿Lista?

- Cuando quiera mi señor.

- Abría lo boca bien abierta y sacá la lengua bien afuera. Después agarrame la pija con tus dos manos y colocala sobre la lengua sosteniéndola ahí. ¿Se entendió?

Movió la cabeza en señal de afirmación. Hizo lo ordenado y sostuvo con ambas manos mi miembro sobre su lengua apuntando su extremo hacia la abertura bucal que se destacaba por su amplitud. Me relajé y sin dejar de mirarla inicié el meo. La orina salió impetuosa de mi meato urinario en u n chorro compacto que si dirigió impiadoso hacia su boca abierta cayendo sobre el tronco de la lengua. Su semblante se crispó en un ademán de rechazo y asco, pero no se movió ni un milímetro de su posición. El ambarino líquido se iba acumulando dentro de su boca, aumentando poco a poco el nivel. Ya no era un chorrito o unas gotitas como la otra vez, ahora le estaba arrojando una meada completa. Cuando el producto de la sádica micción casi alcanzaba las comisuras de su boca, con la evidente posibilidad de su rebalse y derrame, corté el chorro manteniendo el pene sobre su lengua. La miré. Observe su subyugada actitud frente a la denigrante humillación a la que era sometida.

- Sacá la pija de tu lengua sin soltarla. Mantenela agarrada con las dos manos. Cerrá la boca y tragá todo lo que juntaste.

Estudié detenidamente sus gestos y movimientos. Percibí la apertura de sus ojos. Advertí como el fluido derramado comenzaba a transitar por su garganta. Me di cuenta del esfuerzo que hacía por ingerir la totalidad del denso líquido colocado en su boca. Cuando terminó de tragar, me miró, volvió a abrir la boca, colocó el apéndice sobre su lengua nuevamente y con un ligero movimiento vertical de su cabeza en señal de asentimiento, me indicó que podía continuar.

Así lo hice. Repetí el proceso en cinco oportunidades hasta que logré la evacuación total de mi vejiga. Tomé sus manos, las retiré de mi pedazo y tirando de ellas la hice pararse. Cuando estuvimos al mismo nivel la abracé con fuerza y determinación la besé profundamente. Nuestras bocas compartieron así los restos del licor vesical. Al separarnos una sonrisa hizo que sintiera que ella se había sentido acompañada por su amo en el proceso humillatorio y si bien había llegado a la profundidad final y límite de su degradación, su envilecimiento había sido acompañado por su verdugo, lo que hizo que la víctima se sintiese no tan sola. Apoyó la cabeza sobre mi hombro y así abrazados, retornamos al lecho que aún mostraba los vestigios de las batallas libradas en una guerra no finalizada pero que ya exhibía al claro vencedor de la contienda, yo.

Nos acostamos uno junto al otro, ella apoyó su cabeza sobre mi pecho y se acurrucó a mi lado. El tiempo transcurrió sólido y majestuoso en medio de nuestro silencio total. Cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos, recordando sus propias sensaciones. Respeté su silencio y su introversión. Debía darle un poco de espacio propio para que su dignidad y su autoestima no estallasen y desapareciesen. Ya llegaría la oportunidad de partir a la caza de esas reflexiones.

Levanté mi cabeza, apoyándola en mi mano y el brazo sobre el codo. Dirigí mis ojos a sus ojos.

- ¿Y?, pregunté.

- ¿Y?, como dice mi amo y señor, si quiere conversar sea concreto, porque si no, no nos entendemos.

- ¿Qué te pareció? ¿Qué sentiste? ¿Cómo estás?

- Muchas preguntas para responderlas juntas. Yo también tengo una duda y quisiera que me la contestes.

- Adelante.

- ¿Siempre va a ser así?

- ¿Así, cómo? ¿Como la cogida de recién o te referís a otra cosa?

- Quiero saber si nuestra vida sexual va a ser siempre como la de recién.

- No. Estas cogidas salvajes me encantan, pero depende de la oportunidad y el momento. Puede haber épocas en que sean la regla y otras en que sean la excepción. Puede haber cogidas aún más salvajes y bestiales que la que tuvimos, puede haber otras mixtas como la de recién o puede haber solamente sexo en serio, suave y delicado. Depende de lo que sienta y quiera en cada momento. Y de lo que piense que vos querés. Si sos viva vas a tener la habilidad de hacerme conocer tus deseos e inquietudes sin decírmelos, sin condicionarme. Las mujeres saben, aún sumisamente, como hacer para que sus amos sepan lo que desean. Si te alcanzó esta contestación, espero tus respuestas a mis preguntas.

- Estoy bien. Dolorida, muy dolorida, me duele todo el cuerpo, hasta las uñas, pero estoy muy sorprendida de haber sido capaz de hacer lo que nunca imaginé ni creí que me animaría. Me pareció excelente. Fue un sexo salvaje, bestial, brutal, agresivo, como nunca lo había vivido en mi vida. Fuimos dos bestias satisfaciendo nuestros instintos, luchando por nuestro goce. Fue una experiencia superadora, alucinante, extraordinaria. Fue el infernal acople de dos animales salvajes.

- ¿Qué sentís ahora?

- Me llevaste al límite postrero de mi degeneración, me hiciste sentir la bajeza total, advierto que estoy en un proceso de enviciamiento del que no sé si podría salir, creo que no. Estoy volviendo de la vejación deshonrosa a la que fui sometida y a la que me sometí voluntariamente. ¿Qué siento? Que necesito imperiosamente lo que estoy recibiendo, que no puedo prescindir de tu presencia, necesito tu autoridad asfixiante como necesito el aire para respirar. Estoy aprendiendo lo que es ser una esclava, las implicancias de la entrega y la sumisión, la rigidez de los límites, pero también la amplitud de haber sabido reclamar mis derechos como esclava.

- ¿Tus derechos como esclava?

- Sí. Exigí mis derechos como sumisa cuando te reclamé que me castigaras. Quería saber que se sentía, Quería que me arrojases al fondo profundo del dolor y el sufrimiento, quería experimentar la entrega total, sufrir tu poder absoluto, sentirme nada, humillada y violada. Quería que todas esas palabras que nos habíamos dicho se transformasen en hechos concretos, puros y duros. Quería sentir el ardor del castigo, la inclemencia de la disciplina, el rigor del suplicio, la inmensidad de la entrega incondicional. Y lo sentí, lo supe y creo que pude con todo, incluso aquello que jamás hubiera pensado siquiera en presenciar como es la degradación de ser sometida a que te meen encime, te llenen la boca de orina y encima te la tengas que tragar y ahora la tengo guardada en el estómago. Estoy sorprendida por mis propias contradicciones, por un lado sentí asco, vergüenza, desprecio de mi misma y por el otro encaré la situación con orgullo, con hidalguía y, obedeciendo todas tus órdenes, supe traspasar el gélido momento del hecho mismo para emerger después como tu hembra domada que sigue a tu lado vigilante, silenciosa y entregada.

- Si pudieses cambiar algo ¿Qué cambiarías?

- Nada. Dejemos que el destino corra y entreguémonos en sus manos.

- ¿Sos feliz?

- Siento la inmensa felicidad de haber hecho todo lo posible para satisfacer a mi amo y señor. Espero haber estado a la altura de las expectativas de mi dueño. Me siento confiada y tranquila porque me jugué entera por lograrlo, fui mucho más allá de lo que pensé que era capaz de hacer.

Apoyé la cabeza sobre la almohada, la abracé y apoyé su cabeza sobre mi pecho, entrecerré los ojos y dejé que los recuerdos fluyesen caudalosos hacia mi conciencia, reviviendo las vivencias y experiencias de los últimos días. El tiempo pasó silencioso e inadvertido, la somnolencia me iba ganando, Claudia estaba tan quieta que creí que estaba dormida.

- No pensé que fueras tan sádico. No podés hacerme esto. Puse mi mejor buena voluntad. Me aguanté los mamporros cayesen donde cayesen. No es justo.

Era una voz que surgía de entre las tinieblas de mi sueño. Realmente no entendía de que estaba hablando.

- No entiendo. ¿Por qué me decís todo eso? ¿Por lo que pasó antes?

- No es por lo de antes si no por lo de ahora.

- ¿Qué de ahora? Me alcé y la miré.

- Sos un maldito. No me decís nada. Me estoy desesperando por saber si aprobé las tres etapas. Si tenemos futuro, como camina nuestro proyecto y vos sos una tumba, ni una palabra, ni una insinuación ni un guiño siquiera.

Una cantarina carcajada resonó entre mis labios, lo que hizo que se enojara más aún.

- Claro, no me contestás nada y encima te reís de mí. Está bien que seas mi amo y mi dueño y yo sea tu puta y tu esclava, pero creo tener algún mínimo derecho a saber si realmente lo soy. Volví a reír. La abracé fuertemente, apoyé mis labios sobre los suyos y la miré en la profundidad de sus cristalinas pupilas.

- Sí, amor, claro que superaste las pruebas, por supuesto que sos mi puta y mi esclava. Fuiste sobresaliente y destacada en las dos cosas. ¿Crees que puedo ser tan estúpido de perder la oportunidad de poseer y dominar a la mejor hembra que existe sobre la superficie del planeta?

- ¿Porqué no me decís nada entonces? ¿Querés hacerme sufrir más todavía? ¿No te alcanzó con lo que me atormentaste antes?

- Te voy a decir dos cosas. La primera es que tenés razón. Te lo debería haber dicho. Perdoname. Los amos también nos podemos equivocar y tenemos que saber pedir disculpas. La segunda, es que me parece que te estás pasando con tus reclamos, te estás excediendo. Acordate que sos mi esclava no mi par, así que -aunque tengas razón- no te podés expresar de esa manera. O, ¿aparte de terminar con el culo roto querés que te lo deje bien marcado con unos buenos azotes con la vara de bambú?

- Tiene razón, amo. Me excedí. Perdóneme, no me castigue por favor. Comprenda mi angustia y mi ansiedad. Es muy bueno eso de que los amos también sepan pedir perdón.

- Es muy bueno, pero por sobre todo, es muy justo. En cuanto a tu ansiedad. Creo que deberías caer en la cuenta que ahora el que tiene que esperar soy yo. Y no solo esperar un rato si no más de cinco días hasta que el sábado sepa si aceptás o no.

- No soy maldita. No te voy a hacer esperar inútilmente. Después el que va a pagar el costo de esa inútil espera va a ser mi propio culo.

- ¿Eso qué significa?

- Significa que mañana a primera hora voy a renunciar al trabajo y voy a ir a la casa de mi vieja a acomodar mis cosas para traerlas. Igual tenemos mucho que hablar. Por ejemplo, cuando me venga a vivir acá, que vamos a hacer con Paola. ¿Qué tenés pensado hacer con ella?

- Todavía es muy chica, pero cuando vaya creciendo creo que la madre va a ser una excelente entrenadora de mi segunda esclava…

El amago de golpe con el puño cayó sobre mi pecho. Le tomé la muñeca fuertemente e intenté besarla.

- Hijo de puta, susurró.

- Una puta y un hijo de puta, buena pareja vamos a hacer.

Nos abrazamos y nos besamos. Apoyamos mejilla contra mejilla y juntos miramos al mañana. Amo y esclava. Señor y sumisa. Dueño y dominada. Distintos, complementarios, pero confiando juntos en un nuevo porvenir…

Conclusión

¿Seguirá? No lo sé. Ya dije antes que no era un escritor, pero la historia siguió y también podría continuar este relato. Es más, la historia recién empezó donde este relato concluyó.

O, quizás, podría contarse la misma historia desde los ojos de Claudia. ¿Por qué no reflejar sus sensaciones, sus expectativas, sus emociones, sus sufrimientos, su dolor, su pasión, su placer?

Todo podría ser o no ser. Sólo el futuro tiene la respuesta guardada a estas preguntas.

Gracias y… hasta siempre o… hasta la vuelta…

(9,13)