Nuevos relatos publicados: 9

Desafío de galaxias (capitulo 31)

  • 14
  • 18.352
  • 10,00 (5 Val.)
  • 0

—No seas cabezón que no vas a ir, —le dijo Marisol de manera más o menos tajante. Frente a ella, Opx, hacia aspavientos malhumorado, algo que en su caso parecía imposible.

—Entonces iré yo, —intervino Loewen.

—¡Ni hablar!

—Te lo repito, no puede ir cualquiera… —insistió Opx

—Pues iré yo… —comenzó a decir Marisol.

—¡Ni lo pienses! —intervino Marión interrumpiéndola—. Si Opx no puede ir porque es muy peligroso, y tampoco Loewen, tú menos. Y te recuerdo que tengo permiso del presidente para darte un pescozón si hace falta… pero podría ir yo.

—Pero ¿como vas a ir tú? No flipes anda, —la conversación se convirtió en un guirigay incomprensible con los cuatro hablando a la vez.

—¡Vale ya! —grito Anahis dando golpes sobre la mesa, algo que empezaba a ser habitual—. ¡He dicho que vale ya! —insistió con los golpes—. Ninguno de los cuatro va a ir, y esto no tiene más discusión. ¿He de recordaros, cuantos altos jefes militares y cuantos generales y capitanes de la flota hemos perdido en este sector?

—No puedes darnos ordenes… eres coronel… y los coroneles no dan ordenes a los generales, —dijo Marisol todavía sorprendida como los demás, ante el enfado de Anahis.

—Efectivamente así es… mi general, —respondió Anahis con retintín— pero da la casualidad de que el presidente de la República es mi querido y amado padrino… y me adora…, y él sí puede dar ordenes a generales tontos como vosotros.

—¡Joder con la nena! —exclamó Opx.

—Bueno, pues dinos quien debe ir, ya que la que manda ahora eres tú, —dijo Marisol con el ceño fruncido.

—La capitán Maite Aurre.

—No puedo quitar al grupo de batalla de la España a su capitán, cuando sabes que la voy a quitar a su madre.

—¿La vas a quitar a su madre? —preguntó Loewen con cara de extrañeza.

—Es su jefe de ingenieros…

—Sé perfectamente que es su jefe de ingenieros, —corroboró Loewen.

—La voy a destinar a Telesi 2, la necesito allí.

—¿Algún día nos contaras que leche estás preparando en Telesi 2? —preguntó Opx.

—Si, dentro de poco lo sabréis todo, pero tenéis que comprender, que por razones de seguridad, no puedo hablar del proyecto libremente. Solo saben de él, los implicados en Telesi 2, el presidente y Anahis. Nadie más. Bueno, y Sarita claro.

—¡Ah!, ¿Anahis y sarita sí y nosotros no? —preguntó Opx más en plan de guasa que otra cosa.

—¡No seas absurdo! Anahis es mi ayudante de campo y Sarita mi secretaria, y… y porque sí ¡joder!

—A mí me parece bien la propuesta de Anahis, —dijo Loewen con la complicidad de Marión que asentía con la cabeza.

—Pues no vamos a darle más vueltas a este asunto, está decidido: será Aurre.

—Solo falta saber si está dispuesta a hacerlo.

—Hablaré con ella, pero estoy segura que si, —dijo levantándose y mirando a Anahis la ordenó—: Ordena a Aurre y a su madre que se presenten de inmediato aquí, en Ikoma Tome. Me voy a mi camarote, cuando hables con ella, reúnete conmigo que tenemos que tratar un asunto tú y yo.

—¿Es urgente? Tengo muchas cosas que hacer.

—Si, lo es, y como vea que tardas mucho, vengo, te agarro de la cola y te llevo arrastras.

Cuando Anahis entró en el camarote se encontró a Marisol desnuda, sentada en el sofá frente al ventanal de la estancia.

—¿Qué haces? —preguntó poniéndose en jarra.

—Esperarte mi amor.

—¡Joder Marisol! ¿tú sabes el trabajo que tengo?

—Da igual, ven.

—¡No, no da igual! No seas cría.

—Si da igual y además tú tienes la culpa, —dijo Marisol cogiéndola de la mano y arrastrándola al sofá.

—¿Mía? ¡No me jodas!

—Esa es mi intención, —respondió besuqueándola—. Me has puesto muy cachonda cuando te has liado a voces y nos has puesto firmes. Quítate la guerrera, no seas mala.

—¡Joder tía! A ver si voy a tener que comprar un látigo.

—¡Umm…! No, creo que no.

—Menos mal, ya me estabas asustando, —dijo Anahis con una sonrisa mientras se quitaba la guerrera. Marisol la ayudo a desnudarse y sin más historias comenzaron un sesenta y nueve memorable que las elevo a lo más alto del placer.

—Hay que ver, la heroína de la galaxia, salida como una perra en celo, —dijo Anahis cuando terminaron.

—Me da igual. Además, tú tienes la culpa.

—¿Yo?

—Nunca he estado con una mujer como tú.

—Ni vas a estar.

Ocho días después, Maite Aurre, al mando de una flotilla similar a la que dirigió Bertil en Magallanes, penetro 35 años luz en espacio bulban, en dirección al sistema Töv, al cuarto planeta, en el límite de los sectores 25 y 26. Su puesto de mando estaba en uno de los nuevos bombarderos clase Alborán, bautizada por su capitán como Navarra.

—Capitán, los sensores detectan una gran concentración de naves cerca del objetivo.

—¡Mierda! —exclamó Aurre—. Según inteligencia no había presencia de flota.

—Es raro, no están en posiciones defensivas en la orbita del planeta, están agrupadas a 340.000 km de él.

—Detectamos mucho trasiego de naves auxiliares entre la flota y el planeta.

—Las están reabasteciendo, —razonó Aurre—. Deben de ser naves que han participado en las operaciones de Trumzely Prime y Gerede. ¿Nos han detectado?

—Negativo capitán.

—Busca algún sitio para ocultarnos y para maquinas, —ordenó Aurre.

La flota federal se situó tras uno de los planetas del sistema, en la zona oscura, apagando luces y maquinas.

—Muy bien chicos, desde aquí ya tenemos a tiro el objetivo, —afirmó Aurre— pero quiero también esa flota. Sugerencias.

—Hay más de ochocientas naves, yo creo que es demasiado arriesgado.

—No tenemos potencia de fuego suficiente para un ataque de esa magnitud.

—En la Navarra, solo tenemos doce patrulleras y ciento cincuenta interceptores.

—No podemos utilizar la fuerza de combate.

—Pues si no lo podemos hacer, hay que hacer otra cosa.

—Un subterfugio, —dijo Aurre pensativa—. ¿Cuánto tardaríamos en desmontar las cabezas de cuatro Deltas?

—Unas cuatro de horas.

—Pues tanto tiempo no tenemos, cuanto más tiempo estemos aquí, más riesgos corremos, —afirmó Aurre—. Vamos a desmontar esas cabezas y las vamos a instalar en una de las fragatas cautivas, junto a su reactor principal. También vamos a instalar un control remoto para gobernar la nave desde aquí. Y lo quiero todo en un par de horas, o sea, moved el culo.

Como había ordenado Aurre, un par de horas después, la nave bomba estaba preparada. Pilotándola desde el puente de mando de la Navarra, uno de los timoneles de la nave, condujo la nave cautiva con suavidad hacia la formación enemiga. Lentamente, intentando no levantar sospechas, entró dentro de la formación y se dirigió al centro. Antes de llegar a él, varias naves auxiliares se interpusieron, así como dos fragatas. Variando el rumbo suavemente para esquivarlas, aceleró y se dirigió a su destino esquivando naves a toda velocidad, mientras las dos fragatas la perseguían disparando sus armas.

—Activen sistemas, nos vamos, —ordenó Aurre—. Abriendo portones, liberando silos.

—Todos los silos preparados para lanzamiento.

—Silos 1 a 50, ¡fuego! —ordenó Aurre.

—Deltas 1 a 50 en rumbo.

—La nave cautiva está recibiendo muchos daños.

—Preparados para detonación a mi orden, —ordenó Aurre levantándose del sillón—. ¡Fuego!

La nave cautiva explotó con una potencia de 120 megatones, arrasando a parte de la flota enemiga. Mientras, los Delta entraban en la atmosfera y liberaban las cabezas, que comenzaron a detonar, unas por contacto con el suelo y otras a 500 metros de altura.

—Silos 51 a 70. Trayectoria en abanico hacia los restos de la flota enemiga.

—Silos 51 a 70 preparados.

—¡Fuego!

—Silos disparados. Deltas en curso.

—Los sensores no detectan signos de vida en Töv 4. La destrucción es total a todos los niveles.

—La segunda oleada de Deltas ha lanzado sus cabezas. Todas han detonado.

—Lance un satélite de observación que recoja toda la información posible.

—Satélite lanzado.

—Establece rumbo a Ikoma Tome según la ruta prevista.

—Rumbo fijado.

—¡En marcha!

Las noticias del ataque de Aurre al sistema Töv, y sus resultados, llegaron al cuartel general del ejército en Ikoma Tome, creando un clima de euforia desbordada. Opx intentó contrarrestarlo imponiendo una visión realista entre sus colaboradores más cercanos. Los datos que llegaban del sistema Töv eran concluyentes, 612 fragatas enemigas habían sido destruidas o gravemente averiadas, del resto, no había noticias y las naves auxiliares habían desaparecido en la vorágine de la explosión. En cuanto a las instalaciones militares en el planeta, estaban totalmente arrasadas, no había signos de vida significativa y el planeta había quedado inhabitable durante varios miles de años. Para no interferir en el liderazgo de Opx y Loewen, Marisol, a bordo del Fénix, permanecía en las inmediaciones del sistema.

—Los ataques de castigo están dando resultados, —les dijo Marisol por video enlace— Bertil, en Magallanes, está arrasando los asentamientos enemigos más cercanos al Ares y el tránsito por el portal de naves militares prácticamente se ha paralizado.

—Eso es llamativo, —dijo Loewen.

—A mí también me lo parece, —afirmó Marisol—. Entre Beegis y Töv, han perdido mil naves, y parece que empiezan a tener problemas para reemplazarlas.

—¿Es posible que hayamos sobrevalorado el tamaño de su flota? —preguntó Opx.

—Es posible, pero lo cierto es que la colonización no ha cesado, los transportes civiles siguen entrando.

—Eso no me preocupa, —admitió Loewen— sus naves de batalla, sí.

—¿Bertil va a seguir atacando en Magallanes? —preguntó Opx.

—Afirmativo, de hecho, en estos momentos lo sigue haciendo.

—Perfecto, eso les tendrá entretenidos en el otro lado.

—¿Cómo lleváis las cosas aquí? —preguntó Marisol.

—¡Bien, bien! —respondió Opx—. Todo está preparado para su llegada. He traído los cuatro transportes que adaptaste con artillería de defensa planetaria en Rudalas 3 y hemos preparado lanzadores móviles de misiles. Quiero que sus tropas puedan aterrizar, pero su flota, tanto de desembarco como de batalla, va a perder lo que no está escrito, y eso dará más posibilidades a Loewen para meterles mano.

—Además, ya hemos recibido los nuevos torpedos MARK-4, —añadió Loewen—. Con ellos, confiamos en traspasar el blindaje de sus fragatas.

—¡Perfecto!

—¿Dónde vas a dirigir las operaciones? —la preguntó Opx.

—Yo no voy a dirigir una mierda: está operación es vuestra, —respondió Marisol— lo que si te digo es, que si puedo dar esquinazo a mama gallina, mi intención es bajar a tierra con la 1.ª División y dar un par de espadazos.

—¡Pues no deberías! Es muy peligroso, —la reprendió Opx—. Anahis, dila tú algo.

—¿Yo? Yo pienso bajar con ella; a ver si te crees que la voy a dejar sola con un montón de tías, y tíos salidos.

—¡Joder!, vaya par de… descerebradas, —exclamó Loewen.

—Mira Loewen, no me des la paliza que con Marión tengo más que suficiente.

—Como veo que no vais a cambiar de opinión, informaré al general Santiago para que no se dé un susto cuando te vea aparecer.

Como había previsto Opx, la flota de desembarco enemiga, con protección de fragatas, entraron en la atmosfera del planeta y comenzaron el descenso. Unas pocas fragatas federales, en la orbita, intentaron hacer frente a la flota bulban pero terminaron huyendo siguiendo el plan diseñado por Loewen.

En tierra, Opx movió rápidamente la artillería de defensa planetaria y los lanzadores de misiles móviles, y una vez situados, comenzaron a machacar los transportes de tropas enemigos que se estrellaban contra el suelo convertidos en bolas incandescentes. Un tercio de los transportes fue destruido, y las baterías, aguantando la posición con la protección de la infantería, comenzó a disparar directamente contra la escuadra enemiga que ya presentaba su configuración de órbita: todos juntos y muy agrupados. Los combates en torno a las baterías eran terribles, pero las fuerzas federales mantuvieron la posición mientras la artillería seguía pulverizando la parte baja de la flota enemiga. Ante los daños que estaban sufriendo, comenzaron a elevar la altura de la órbita, momento en el que dejaron de estar tan agrupados, y en ese momento, la flota federal apareció abriendo vórtices. Los bulban reaccionaron tarde, y cuando lo hicieron, ya tenían un buen número de corbetas, armadas con los nuevos torpedos, maniobrando entre ellos. El desconcierto, y posiblemente las ordenes erróneas, causaron que la formación se abriera aun más, momento en que las fragatas federales atacaron. Dos horas después, unas pocas naves enemigas lograron escapar de la destrucción y pusieron rumbo a la segunda flota bulban que todavía se encontraba estacionada en Gerede.

En tierra, Opx no dio respiro al enemigo y cuando empezaban a organizarse, las divisiones acorazadas atacaron a toda velocidad por los flancos con el apoyo aéreo de interceptores, mientras las patrulleras federales atacaban los transportes de tropas bulban estacionadas sobre el terreno.

En el centro del frente de ataque federal, la 1.ª División de infantería aguardaba la orden de avance y como estaba previsto Marisol y Anahis aparecieron en una lanzadera.

—Buenos días general Santiago, —saludo Marisol al comandante de la división al que conocía del Tercio Viejo de Voluntarios—. No vengo a quitarte el mando, con tu permiso, quiero trasladarme a primera línea para participar en los combates.

—Pues claro que tienes mi permiso, —respondió Santiago abrazando a su amiga— todos en casa estamos muy orgullosos de ti.

—No empieces que me vas a subir los colores, —dijo Marisol provocando las risas de todos los asistentes.

—Tengo ahí fuera un vehículo que os llevara a los cuatro a primera línea con un escuadrón que, íntegramente, está formado por soldados de Almagro.

—¡Genial! —exclamó Marisol y preguntó a continuación con extrañeza— ¿Qué cuatro?

—A ver si te creías que ibas a deshacerte de mí tan fácilmente, —respondió Marión apareciendo junto a Hirell por una de las puertas, ataviada con su ropa de combate y el mkuki en la mano. A su lado, Hirell también iba ataviado con equipo de combate, con espada y escudo a la espalda— te conozco como si te hubiera parido.

—¡Pero vosotros no podéis venir conmigo! —exclamó Marisol mientras Anahis abrazaba a sus amigos.

—Pues ten por seguro, que si nosotros no vamos, tú, tampoco, y si lo dudas, podemos llamar al presidente.

—¡Eres una… chantajista!

—Si, creo que si, ¿qué decides… mi general? —preguntó Marión con una sonrisa.

—¡Te odio!

—No digas chorradas, sabes que no es cierto, me adoras, —repuso Marión mientras Anahis e Hirell asentían con la cabeza.

—¿Sabes lo que te digo? Que me da igual, si no te mata unos de esos cabrones, te voy a ahogar yo con mis manos… pero luego, ahora vamos al lío.

—Pues eso, al lío.

—General Santiago ¿las ordenes? —preguntó Marisol enfurruñada.

—El mando ha localizado al pretor bulban en una de las naves de transporte a seis kilómetros de nuestra posición. —y entregándola una tableta añadió—. Está es la posición, nuestras ordenes son avanzar hacia ese punto y neutralizar el centro de mando. El escuadrón 146 ya os está esperando.

Seis horas después, las divisiones acorazadas habían destrozado los flancos del enemigo y la infantería avanzaba a buen ritmo empujando a las primeras líneas bulban, que sin el apoyo de su artillería de órbita, había perdido efectividad. La vanguardia de la 1.ª División ya tenían a la vista a la nave donde estaba instalado el centro de mando del pretor bulban. Está, con múltiples impactos en sus reactores, estaba imposibilitada para huir, pero mantenía sus rampas de acceso cerradas. El 146 se situó bajo la nave y Marisol ordenó colocar explosivos en una puerta auxiliar situada junto a una de las patas. La puerta voló y los españoles de Almagro treparon por la pata, y disparando con sus pistolas, penetraron al interior protegidos por sus escudos. Irrumpieron en uno de los gigantescos hangares de la nave donde se estableció un furioso combate cuerpo a cuerpo con todo tipo de armas personales. Marisol y Anahis, por la izquierda y Marión e Hirell por la derecha. Conquistado el primer hangar, se internaron por los pasillos que conducían al segundo, y de ahí, por unas amplias escaleras subieron al nivel superior, cercano al puente de mando donde con toda seguridad estaba el pretor. Cuando entraron en ese nivel, una tormenta de fuego les recibió desde unos parapetos instalados apresuradamente y que lo atravesaban por la mitad. Los soldados españoles arrancaron puertas, y todo lo que encontraron que pudiera servir, y fueron construyendo otro parapeto para guarecerse y crear una base para el asalto. Fueron empujando el parapeto hasta que los dos estuvieron a escasos diez metros uno de otro. Por detrás del parapeto contrario, se divisaba la figura del pretor al mando con su casco dorado, que no paraba de dar ordenes. El tiroteo era brutal, y entonces, protegiéndose con su escudo y blandiendo su espada, emergió la figura de Marisol, dio la orden de ataque y salio corriendo hacia el parapeto enemigo, seguida por sus amigos y el resto del escuadrón. Saltó por encima del parapeto, arrollando con su escudo a un par de soldados enemigos y decidida se abrió paso hacia el pretor que estaba rodeado por su guardia pretoriana. Estaba a punto de alcanzarle, cuando se vio rebasada por Marión, que blandiendo su lanza de doble punta se abalanzó sobre el pretor derribando a uno de sus guardias de una patada. El pretor desplegó su lanza y se estableció un furioso combate entre los dos, mientras Hirell y Marisol la cubrían las espaldas. Pasados unos minutos de furioso intercambio de golpes, y cuando parecía que el pretor desfallecía, uno de sus guardias, que se encontraba en el suelo herido, clavo su lanza en el costado de Marión. Hirell, inmediatamente le decapito con su espada mientras Marión, reponiéndose a la herida, reanudaba el ataque atravesando finalmente el pecho del pretor. Apoyó el pie en el pecho de su enemigo y tiro del mkuki liberándolo, pero sus piernas flojearon y cayó al suelo. Marisol y Anahis, con los soldados federales, limpiaron la zona de enemigos mientras Hirell la atendía.

—¡Médico, médico! —gritó Hirell mientras la recostaba sobre su pecho. Un médico militar se acercó corriendo, dejó su arma en el suelo y saco su escáner medico.

—¡Hay que trasladarla urgentemente! —dijo el médico haciendo una seña a uno de los sanitarios que desplegó una camilla—. Tiene una hemorragia interna que la está inundando el pulmón, —mientras hablaban la puso una vía con suero, momento en el que llego Marisol. El médico la hizo un gesto de preocupación.

—Hirell, vete con ella, aquí la situación ya está controlada, —ordenó Marisol.

—Me parece que de está no salgo, —dijo Marión con un hilo de voz.

—¡Una leche! —respondió Marisol acariciándola la mejilla con su mano ensangrentada—. Haber con quien me voy a meter si tú no estás.

—Seguro que encuentras a alguien, —susurro.

—¡Venga, venga! Deja de decir chorradas y no hables más, reserva fuerzas, —dijo mientras terminaban de sujetarla a la camilla. Hirell, el sanitario y el médico, levantaron la camilla y rápidamente se encaminaron hacia la salida de la nave mientras Marisol y Anahis los miraban con el corazón encogido.

(10,00)